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Cultura y libertad

«Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo» Ortega, Meditaciones


del quijote.

Hablar del par de conceptos que titulan el presente texto puede generar una prolongada
discusión, pues estos remiten a una variedad de cuestionamientos, sobre todo por las
implicaciones e importancia que tienen en nuestra sociedad actual. El referirnos hoy a ellos
es laborioso también por la ambigüedad y la equivocidad que constituyen a la palabra como
tal. Es necesario preguntarnos por lo que son: ¿qué es la libertad?, ¿qué es la cultura?: estas
serían nuestras preguntas básicas.

Cultura es un concepto que comúnmente usamos para referirnos a las tradiciones o


costumbres de los pueblos, hay quienes al usar el concepto, se refieren al arte; se refieren a
la pintura, literatura, música, entre otros: pero, ¿qué es la cultura?

Es tan amplio y abierto el concepto que en ocasiones ha resultado, incluso, un


recurso un concepto en el cual descansar, “cultura es así sinónimos de tradición, educación,
formación, es decir, un concepto cómodo en el que encerramos una multitud de cosas.”
(Frost, 2009, pág. 63)

Ante los conceptos que nos hemos propuesto a reflexionar nos surgen dos
preguntas, de las cuales partiremos para llevar a cabo nuestro andamiaje: ¿es posible la
libertad cultural? y ¿es posible que un sujeto sea libre en una cultura?

Hemos mencionado ya lo complicado que resulta conceptualizar el término


“cultura”, ante ello hemos decidido usar la concepción más general y realizar un análisis de
esta: “la cultura es todo aquello creado por el hombre”. Sin duda, una definición muy
incompleta, es por ello que a esta le generamos una serie de cuestionamientos:

 ¿Qué crea el hombre?


 ¿Por qué crea el hombre?

 ¿Para qué crea el hombre?

Pretendemos que estas tres preguntas nos sirvan como eje central para responder las
dos preguntas iniciales.

El hombre históricamente ha creado una enorme cantidad de objetos, los cuales


podemos considerarlos como productos, en el sentido de que son producto de su capacidad
creativa, pero son también productos de un contexto y circunstancia específica. Estas
creaciones humanas podemos dividirlas en dos grupos: por un lado están las obras
materiales, que podemos identificarlas en los instrumentos y herramientas de trabajo, en la
tecnología y en el arte; y por otro lado tenemos las obras abstractas, es decir, las que no son
perceptibles de manera sensorial, incluso podemos llamarlas imaginarias o ficticias, como
lo son: el lenguaje, las tradiciones, la normatividad, la moral, entre otras.

Todo lo que hemos mencionado el hombre lo ha creado, en primera instancia


porque tiene la capacidad de hacerlo, pero sobre todo, porque cuando hace su aparición en
el mundo se encuentra ante lo ya dado, es decir, a todo aquello que le asombrará, todo
aquello que no pidió, ni eligió: a la naturaleza. Esto, lo dado le generó una circunstancia,
como lo refiere de manera constante José Ortega y Gasset. Entre lo dado, también se
encuentran, los demás (¿podría ser los «otros»?), quienes generan una circunstancia, una
situación a resolver. Ante lo dado, el ser humano toma una actitud: la de la negación de la
naturaleza. La negación de la naturaleza es una actitud que se desarrolla tras una ideología
que se fue implementando de a poco, una ideología que pone al hombre como centro de la
tierra, antropocéntrica, antropomórfica, en la que el hombre se considera especie superior,
especie particular que se hará cargo de lo que existe en el mundo y lo administrará a su
antojo, a su conveniencia. Podemos resumir que el hombre crea porque tiene la capacidad y
se adueña del mundo.

Como ya hemos señalado, el ser humano aparece en lo dado, en una naturaleza, lo


cual le genera una problemática, una circunstancia, la cual niega. En un principio el ser
humano usó su capacidad creativa, según él, para mejorar lo dado, lo que estaba ahí cuando
éste llegó y a lo largo de la historia así ha sido; generaciones se encuentran ante un mundo
y se sigue creando, se sigue transformando con la supuesta intención de “mejorar”. Sin
embargo, nos preguntamos si realmente hemos, como especie, mejorado el mundo, ya en
un lejano pasado Jean Jaques Rousseau aseguró que la actitud humana en lugar de mejorar
lo dado, se ha encargado de corromper la naturaleza.

Sintetizamos nuestras tres respuestas en una polaridad de acuerdo a la creación


humana, ya sea material o abstracta, de la siguiente manera: el hombre crea objetos
materiales porque tiene la capacidad, porque la naturaleza se lo permite y le es funcional y
para ayudarse a llegar a sus fines. Asimismo crea obras abstractas porque se encuentra en
una circunstancia, se encuentra ante lo y los demás, lo que exige establecer una interacción
y un orden.

Ahora realizaremos una reflexión para intentar responder sobre la posibilidad de que
una cultura sea libre. Hemos dicho que la cultura es una serie de creaciones humanas que
intentan responder a una circunstancia específica, es entonces que la cultura estará sujeta a
esta circunstancia, y el hecho de que ésta esté sujeta nos hace creer que por ende, la
capacidad creativa del ser humano se vea condicionada, pues simplemente creará para dar
respuesta a lo dado, será meramente funcional esta creación, pues sólo servirá para dar
respuesta a fines, a intereses, los cuales también serán designados por el mismo ser
humano, es entonces que la cultura será tomada como rehén por él mismo, se convertirá en
un medio, en un instrumento, la cultura será alimentada por elementos como la ideología, la
educación, la moral, una serie de convencionalismos que a la vez, bajo el concepto de
adaptación someterán al ser humano, al sujeto a ello.

Hemos dado ya algunos esbozos de lo que sería nuestra respuesta a la segunda


cuestión, a la posibilidad de que un sujeto sea libre dentro de una cultura. Ya mencionamos
que el ser humano, desde que nace, se encuentra inmerso en una cultura, la cual se irá
desarrollando con más fuerza durante su crecimiento, estará integrado a una serie de
convencionalismos, a los cuales primero se adaptará –o someterá– e intentará asimilarlos, y
ya asimilados se percatará de lo reducida y limitada que se encuentra su libertad, pues lo
dado jamás lo eligió, no tuvo participación en nada de lo que se le presentó cuando llegó.
Ernst Cassirer menciona más o menos así, sobre la situación del ser humano y la cultura,
según Cecilia Frost:
[…]El ser humano es el único animal que rebasa los límites de la naturaleza
y crea una cultura, pero, al mismo tiempo no puede escapar a su propio logro
y no tiene más remedio que adaptar su vida a él; no vive ya en un puro
universo físico sino en un universo simbólico. (Frost, 2009, pág. 38)

Ante ello, Carlos Monsiváis, en su texto Aires de familia, en donde realiza una
reflexión del intento de independencia de América Latina ante el yugo europeo, titula uno
de los capítulos “Profetas de un nuevo mundo”. En ese capítulo menciona todas aquellas
alternativas que surgieron como respuesta ante “lo dado” por occidente en nuestro
continente, en anhelo de independencia, de autonomía, se levantan una serie de
movimientos como lo son: los movimientos feministas, movimientos homosexuales y
algunas tribus urbanas que tenían como intención generar una renovada cosmovisión, una
nueva forma de ver el mundo, incluso, una nueva forma de aprehender lo dado, con una
sola intención, un fin muy específico: la búsqueda y el hallazgo de la libertad.

Referencias
Frost, E. C. (2009). Las categorías de la cultura mexicana. México: Fondo de cultura
económico.

Monsiváis, C. (2000). Aires de familia. Barcelona: Editorial Anagrama, S.A.

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