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Gilard Jacques. Literatura colombiana, 1940. Un texto precursor de Brugés Carmona. In: Caravelle, n°82, 2004. pp. 225-244;
doi : 10.3406/carav.2004.1471
http://www.persee.fr/doc/carav_1147-6753_2004_num_82_1_1471
n° 82, p.C.M.H.LB.
225-250, Toulouse,
Caravelle 2004
Recouvrâmes
1 Para los datos biográficos, cuando no mencionamos una fuente impresa, nos fundamos
en las informaciones suministradas en 1982 por la señora Ana de Bruges, viuda de
Antonio Bruges Carmona, al entonces profesor de la Alianza Colombo-Francesa de
Bogotá, Loïc Gourdon.
2 Nota anónima, «El doctor Antonio Bruges Carmona», El Tiempo, Bogotá, 12 de
diciembre de 1942, p. 5.
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por El Heraldo de Barranquilla con motivo de uno de sus pasos por esta
ciudad3.
hecho tan nimio, demuestra que Brugés seguía enredado en las telarañas
del pasado. Según él, el continente sólo tiene que afirmarse tal como fue
y tal como ha llegado a ser, como si no hubiera que seguir deviniendo,
como si una cultura pudiera subsistir sin acoger aportes nuevos y sin
cotejarse con valores foráneos. Se vuelven a encontrar aquí, incluso con la
alusión a la guerra y a la Europa moribunda, los pronunciamientos del
poeta, cuentista y ensayista Tomás Vargas Osório en su alegato por el
nacionalismo literario, y también los del novelista José Antonio Osório
Lizarazo en la misma línea: una total ceguera frente al mundo y a las
horas que estaba viviendo la especie humana^.
15 Nos referimos a la polémica sobre el nacionalismo literario, del año 1941. Vale la pena
citar aquí un fragmento del primer artículo que publicó Tomás Vargas Osório en El
Tiempo para sustentar su tesis «nacionalista»: «... entre el escritor europeo y el americano
hay una diferencia radical de posiciones: el europeo se encuentra ante un mundo
exhausto, agotado en largos siglos de creación cultural, en tanto que el creador literario o
artístico de América se encuentra ante un mundo nuevo y rebosante, henchido de secretas
potencialidades ecuménicas. ¿Cómo explicarse, pues, que el creador americano desprecie
esta cantera milionária de instrumentos y de motivos para ir en busca de residuos y
desechos extraños?» (Tomás Vargas Osório, «Del nacionalismo literario», El Tiempo,
Bogotá, 24 de mayo de 1941, p. 5). Un año después (con la batalla de Stalingrado en
curso y con los Estados Unidos entrados en guerra después de Pearl Harbor), José
Antonio Osório Lizarazo continuó, en forma más deleznable aún, la argumentación de
Vargas Osório: «... el viejo continente, hundido ahora en las neblinas del ocaso... una
oportunidad perfecta para que nos decidiéramos a expresarnos por nuestra propia
cuenta... fundar la nueva cicilización sobre las ruinas de la que perece en Europa...» («Del
nacionalismo en literatura», Revista de las Indias, n° 41, mayo de 1942, s. p.). Además de
la comunidad de posturas, resulta llamativa la relación de fechas: Brugés parece haber
escrito su frivola nota con el ensayo de Osório Lizarazo a la vista.
16 Antonio Brugés Carmona, «Camino del Quindío», El Tiempo, Bogotá, 28 de julio de
1944, p. 5.
Recouvrances 233
Las obras que esta muy mal pensada y peor escrita nota de Bruges
denunciaba (puede pensarse en Hernando Téllez, en Jorge Zalamea) no
son obras de tema exótico, como podría creerse al leerlo, sino las que
intentaban salir de los caminos trillados de la narración ruralista y se
internaban en la vía del análisis sicológico y de un universo urbano.
19 Trivio, «La dulce música del porro», El Tiempo, Bogotá, 23 de octubre de 1943, p. 5.
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supo ver cuánto valía lo que tenía entre manos ni el opulento campo que
ante él se abría. La clave radica en efecto en la realidad evocada: la vida
cotidiana, cruzada de rumores imposibles de comprobar pero poderosos y
amasada en creencias mágicas, de esa región del bajo Magdalena cercana
al pueblo natal de García Márquez. Era anticipadamente el mundo de
Cien años de soledad y Bruges, que disponía de un material prometedor
pero no tenía ejemplos literarios que le sirvieran de guía, lo explotó de
manera decorosa en esa oportunidad, aunque sin ver más allá de ésta. Así
es como «Vida y muerte de Pedro Nolasco Padilla» —garciamarquino
avant la lettre— queda aislado entre la mediocre producció que nutría
entonces las publicaciones literarias bogotanas, pues Bruges no continuó
en esa vía. La novedad era demasiado grande, tal vez demasiado
deslumbrante. Las facultades de percepción de la época —la conciencia
autocrítica del propio Bruges y la lectura de su público- estorbaban de
antemano el camino que se abría y lo iban a estorbar aún por bastante
tiempo.
... ese camino que ha sido la arteria de penetración de todos los aires
marinos que ahora influyen en nuestra música criolla. Ese camino por
donde llegaron al corazón del Magdalena el acordeón de la Europa
central, las maracas antillanas y el grito totémico de los tambores
africanos.
29 Apareció, sin embargo, en la sección «El cuento colombiano». Un poco más tarde, a
raíz de la polémica de 1941 sobre el «nacionalismo literario», el suplemento de El Tiempo
preferiría anunciar casi siempre esa sección como «El cuento nacional». Huelga decir que
fueron pocos los textos así anunciados, antes y después de la polémica, que merecieran la
definición de cuento.
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Pero pronto habría de saberlo todo. Allí estaban los oráculos, los
balsameros de «El Difícil», los capataces de «La Caimanera», los
corraleros y vaqueros del playón de «Calzón Blanco», los que
acompañaron a nuestro héroe en sus primeras correrías por entre la selva,
siguiendo los borrosos senderos de las fieras, los que le acompañaron a
abrir los caminos de penetración y de enlace de regiones separadas, en un
saludable anticipo de ingeniería.
De los relatos de todas estas bocas, zurciendo aquí y allá, por entre
cendales de olvido, yo reconstruiría la soberbia arquitectura de aquella
vida fantástica, amasada con sangre, amor y superstición.
30 Son muchos los «acordeoneros» costeños a quienes la leyenda atribuye una victoria
musical sobre el diablo y que por lo tanto pueden reivindicar el ser Francisco el Hombre.
Entre los nombres citados, además del Francisco Moscote recordado en Cien años de
soledad, figura el de Pedro Nolasco Martínez, trovador entrevisto y admirado por el niño
Bruges Carmona, quien, años más tarde, solamente le cambió el apellido para este texto
de cuasi ficción. Valdría la pena desarrollar una reflexión no sobre la leyenda de Francisco
el Hombre sino sobre el abultamiento chovinista a que ha dado lugar en el discurso de los
«vallenatólogos»; éstos, tal vez conocedores de su región, de su mitología y de su música,
saben demasiado poco de la poesía oral en general, de la poesía oral hispánica en
particular y, más particularmente aún, del folklore latinoamericano (donde abunda la
creencia de que tal cantor de pueblo ha vencido al diablo en un duelo can toril). Y no se
hable de literatura hispanoamericana: el Santos Vega de Hilario Ascasubi y Rafael
Obligado es para ellos letra muerta.
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Estos son solamente los puntos de contacto más notables entre esta
historia olvidada en las páginas del suplemento de El Tiempo y una obra
narrativa de primera importancia en la literatura del siglo XX. Hay que
apuntar que las relaciones son más numerosas aún, evidentes para quien
conoce o al menos ha podido entrever las realidades de la cultura
parrandera en las tierras del acordeón costeño —pero se ha visto aquí lo
esencial de lo que debía verse. El buen conocimiento que Bruges tenía de
su región natal le había permitido vislumbrar unas cuantas soluciones
básicas en lo que podía ser la expresión literaria de la humanidad costeña,
pero un acervo insuficiente de lecturas y cavilaciones y sobre todo una
evidente falta de ambición artística no le permitieron aventurarse más
lejos en esta ruta ni sistematizar sus intuiciones y observaciones. Sin bases
sólidas, había acertado un poco por casualidad, pero era creyendo que lo
principal radicaba en otras cosas —y tampoco recogió de sus compañeros
de generación los ecos críticos que habrían podido guiarlo. Hay que
recalcarlo: Bruges Carmona se había anticipado a sus contemporáneos, la
Costa era una realidad nueva y la literatura hispanoamericana -al menos
la que en Colombia se conocía y se tomaba por la única posible— no
había terminado con las tareas descriptivas. El momento aún no había
llegado de aceptar el papel primordial de lo irracional en la expresión de
ese universo.
Jacques GILARD
Université de Toutouse-Le Mirail