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CARACAS ANTES DE LA
INDEPENDENCIA. MONTE AVILA EDITORES.PAGS. 177-196
1797-1802
Los años en que cambió el siglo fueron quizá los más difíciles que vivió
Caracas de las décadas que precedieron a 1808. La nueva guerra de España con
Gran Bretaña entre 1796 y 1802 amenazaba con involucrar directamente a la
provincia en las hostilidades militares, por primera vez desde 1740. El fermento
revolucionario que afectaba a Francia encontró en Caracas un eco perturbador
con la conspiración de Gua! y España en 1797. Pero lo más desestabilizante fue
la severa depresión económica que dejó como secuela la guerra. Los intentos, no
siempre compatibles, de los hacendados, los comerciantes y los funcionarios para
enfrentar el marcado descenso de la economía afectaron seriamente el equilibrio
político dentro de la colonia.
La fase preliminar de esta dura época fue la experiencia un tanto negativa de
Caracas durante la guerra de España contra la Francia republicana entre 1793 y
1795. Aun antes de que empezaran las hostilidades, los rumores de una guerra
inminente condujeron a una notable caída en los precios de los bienes de
exportación de la provincia125. El intendente León permitió de inmediato una
mayor libertad en el comercio con las colonias extranjeras, y una vez declarada la
guerra en marzo de ese mismo año, respondió favorablemente a una sugerencia
del Cabildo de Caracas para que los fondos públicos se usaran para comprar las
cosechas de hacendados necesitados126. Se introdujo un sistema de convoyes
para proteger a los barcos mercantes que zarpaban de la provincia, que operó
durante el tiempo que duró la guerra127. Estas medidas de emergencia tuvieron
éxito: pese a las ocasionales depredaciones de los corsarios franceses y un
probable incremento del contrabando, el comercio de la provincia con España
siguió floreciente durante los dos años de la guerra contra Francia 12^.
Más problemático que el efecto de la guerra en el comercio fue impacto en las
finanzas administrativas de la provincia. La Corona hizo lo que solía hacer
habitualmente en tiempos de guerra: pedir a las colonias en general donaciones
especiales por encima y más allá de las acostumbradas remisiones a España. En
el caso de Caracas esto se tradujo en impuestos sobre las ventas y de alcabala
para la actividad económica de la provincia, la apropiación de fondos de entes
corporados como la Iglesia y contribuciones obligatorias de los salarias de los em-
pleados públicos129. El alza en las necesidades de defensa, reales o estimadas, de
la provincia resultó ser un factor aún más dañino para las finanzas de la colonia.
En los tres primeros meses de la guerra se destinaron 300.000 pesos para gastos
extraordinarios, y esto en una provincia en la que la recolección anual de
impuestos estaba usualmente por debajo de 1.500.000 pesos y en la que los
gastos nonnales eran equivalentes a lo percibido130.
La crisis fiscal se vio agravada por los acontecimientos en el Caribe, convertido
en teatro de la guerra. España se unió a Gran Bretaña en un mal calculado asalto
a Haití con el fin de rescatar a los blancos de la rebelión de los esclavos, entonces
en su apogeo, y de ayudar a los franceses monárquicos de la isla en contra de los
franceses republicanos para restablecer el orden y, de ser posible, lograr la
anexión131. Los españoles usaron su mitad de la isla, Santo Domingo, como base
militar, pero se vieron obligados muy pronto a involucrar A sus colonias vecinas. A
Caracas se le exigió el suministro de dinero, hombres y armas132. La ilota de
Puerto Cabello se convirtió en una combinación de convoy para los barcos
mercantes y refuerzo logístico para las fuerzas de yanto Domingo 13í. La propia
provincia se convirtió en prisión para unos 700 republicanos franceses y 200
esclavos de las colonias francesas154. Para Caracas, el perjuicio financiero fue
considerable; se enviaron a Santo Domingo 240.000 pesos para las gastos de
guerra, se suministraron 600.000 pesos, en una u otra forma a la flota de Puerto
Cabello y se gastaron 160.000 pesos para el mantenimiento de los emigrados y
prisioneros y en su transporte fuera de la provincia135.
La guerra con Francia terminó en julio de 1795. En esa época los con-
temporáneos debieron pensar que Caracas había atravesado esta guerra
relativamente sin daños. La economía de la provincia se había salvado de una
seria recesión y las finanzas de la administración colonial, pesca las cargas que
padeció, habían demostrado su fortaleza. La influencia po-tencialmente
subversiva de los cientos de prisioneros republicanos franceses presentes en la
provincia cesó cuando a éstos se los llevaron1-56. No se había presentado dentro
de la colonia ningún nuevo conflicto político debido a las hostilidades. Por
consiguiente, durante el año 1796 la vida en Caracas fue retomando su curso
normal, pero en la Madre Patria la amenaza de nuevas hostilidades era inminente.
Presionada tanto por Gran Bretaña como por Francia, España decidió jugárselas
con Napoleón, y en octubre de 1796 le declaró la guerra a Gran Bretaña.
Las consecuencias negativas para Caracas de la nueva guerra pronto se
empezaron a sentir. Los círculos comerciales de Cádiz que tenían relaciones con
la provincia reconocieron muy pronto la gravedad de la crisis; el número de barcos
enviados de España a La Guaira bajó de 43 en 1796 a 7 en 1797, con una
disminución correspondiente de importaciones a Caracas de 3-000.000 de pesos
a menos de 100.000 pesos137. Los comerciantes de Caracas lardaron más en
percatarse de los peligros inherentes de una navegación por mares patrullados
por un enemigo que era a la vez la más grande potencia marítima del mundo. Al
menos 20 de los 28 barcos que zarparon de La Guaira hacia España en 1797
fueron hundidos o capturados por los británicos, lo cual arrojó una pérdida en
exportaciones de 600.000 pesos13H, La situación desastrosa de la economía se
complicó aún más con la conquista por parte de los británicos de la provincia
venezolana de Trinidad en febrero de 1797. Los funcionarios reales temían con
razón que se produjese una especie de invasión contra la Venezuela territorial,
sino contra Caracas, al menos contra la provincia vecina de Cumaná 1-39. la
abortada conspiración republicana de Gual y España descubierta en La Guaira en
julio de 1797 vino a agravar la atmósfera de crisis. Se intensificaron las
preparaciones defensivas y se emprendió una firme búsqueda para encontrar los
medios para comprar armamentos y pagar la movilización de las milicias y la
reconstrucción de los fuertes.
No era posible recurrir al ingreso gubernamental por concepto de impuestos ya
que la fuerte contracción de la actividad económica había devastado las finanzas
del gobierno. El intendente León se vio forzado a considerar medidas
extraordinarias para conseguir dinero. Entre otras cosas, decidió abrir la provincia
al comercio irrestricto con potencias extranjeras y sus colonias, aliadas o
neutrales.
Ya para el 22 de diciembre de 1796, León informaba a la Corona que el
Ayuntamiento de Caracas y el Consulado pedían convoyes y también el derecho
de exportar los productos de la provincia en barcos neutrales140. Entre los
firmantes de la petición del Cabildo estaban dos de los principales comerciantes
de Caracas, el español Juan Bautista Echezuría y el criollo Luis López Méndez.
León, al enviar la petición, quizá no hacía otra cosa que cumplir con sus funciones
oficiales, pero es probable que estuviese preparando el camino para la apertura
de la provincia. León no era para nada enemigo del comercio con las Antillas y en
la urgente situación anterior creada por la guerra con Francia había flexibilizado
las regulaciones comerciales de la provincia antes de tener el permiso de España
para hacerlo. Al irse deteriorando las condiciones económicas e incrementando
las necesidades fiscales a comienzos de 1797, León convenció al capitán general
Carboneil que al inicio se había opuesto a esta idea 141. León luego consultó la
opinión de los comerciantes y hacendados del Consulado sobre la mejor manera
de promulgar las medidas; ambos grupos de interés estaban a favor del libre
comercio para las exportaciones, pero el cisma se produjo respecto a las importa-
ciones: la mayoría de los comerciantes querían restricciones en cuanto a lo que
podía importarse en barcos extranjeros mientras que los hacendados se oponían
a tales limitaciones. Los temores de los comerciantes no carecían de fundamento
ya que obtenían gran parte de su beneficio importando mercancía extranjera vía
España y pensaban que sufrirían serias pérdidas si las importaciones
comenzaban a llegar más directamente desde su lugar de origen. Sin embargo,
pese a las objeciones de los comerciantes, y como reconocimiento de la creciente
escasez de importaciones esenciales, León autorizó el libre comercio irrestricto e
impuestos de alcabala más bajos en abril de 1797. En octubre del mismo año
recibió la aprobación real de su decisión.
Pareciera, tal como se explicará a continuación, que la mayoría de los
comerciantes pronto aceptaron el decreto de libre comercio de abril y que se
dispusieron a beneficiarse de él, pero lo que incitó la rabia de la comunidad
mercantil entera fue la proposición de León de vender un millón de pesos de
tabaco, almacenado por el monopolio del Estado, a firmas comerciales extranjeras
del Caribe a cambio de municiones, circulante e importaciones necesarias1^2. En
verdad, I.eón primero se acercó a los comerciantes caraqueños para pedirles que
le prestaran a la administración 400.000 pesos, o bien que se encargaran de la
venta del tabaco. Quizá debido a la falta de fondos ningún comerciante local se
ofreció para esto, de modo que León procedió a arreglar un posible contrato con
Eckard y Compañía de la isla danesa de St. Thomas despojando así a ia
comunidad mercantil caraqueña de un negocio de grandes magnitudes.
Cuando León informó al Consulado de los arreglos con la Eckard en octubre de
1797, una parte del grupo mercantil se pasó a la oposición; se designó a cuatro
personas para que investigaran los méritos del contrato en cuestión: Bernardo
Larrain, Martín Baraeiarte, José de las Llamosas y Juan Esteban Echezuría, En su
informe del 19 de octubre estos individuos sobrepasaron en mucho el estudio de
los aspectos positivos y negativos del trato con la Eckard con una diatriba contra
el libre comercio con colonias o países extranjeros, cualesquiera que fueran las
circunstancias14^. El informe se oponía abiertamente a la afirmación del intendente
sobre la existencia de una crisis fiscal y usaba el argumento de que la amenaza
militar de la guerra había amainado. Sin saber aún, al parecer, de la aprobación
de la Corona a las medidas de León, se le acusaba indirectamente de violar
prohibiciones reales sobre el comercio con el enemigo al permitir el comercio con
colonias extranjeras que no eran otra cosa que emporios de mercancía británica.
Esta concesión podía arruinar para siempre el control de España sobre la
economía de la provincia y .sería mejor dejar que el tabaco y las demás
mercancías se pudrieran que dar la oportunidad a las firmas extranjeras de
penetrar el mercado, ya que una vez obtenida esta entrada jamás se cerraría.
Si la intención primordial del informe era la de desacreditar el contrato
gigantesco con la Eckard, que podía considerarse legítimamente como una
amenaza contra los intereses comerciales locales, los cuatro designados lo
lograron en cierta medida. Las Tácticas dilatorias y de obstrucción desalentaron a
la Eckard y en enero de 1798 se retractó de su compra de los 40.000 quintales de
tabaco disponibles y acordó comprar sólo 14.000 y en condiciones no
enteramente favorables a la Hacienda de Caracas11'1. Por otra parte, si lo que se
buscaba era movilizar a los comerciantes y a la Corona en contra de las
concesiones de libre comercio, esto no se logró. León recurrió al Consulado y le
pidió su verdadera opinión sobre el asunto y sólo dos de los cinco comerciantes
pertenecientes al consejo de once miembros que regía al Gremio rechazaron
categóricamente el libre comercio145. Ellos fueron Domingo Zulueta y Juan José
Mintegui, quien había sido uno de los funcionarios de la desaparecida Compañía
Guipuzcoana, que había controlado otrora el comercio de Caracas. Lo más que
puede decirse es que la opinión de los comerciantes no era unánime respecto al
asunto.
Sin embargo, el asunto no se quedó así: los hacendados (leí Consulado,
temiendo que la representación de los comerciantes llegase a manos de gente
receptiva, publicaron una larga refutación el 25 de enero de 1798 1'"', firmada por
cuatro de los hombres más ricos de la provincia: Martín Herrera, Manuel Felipe
de Tovar, Martín de Aristiguieta y el conde de San Xavier. Sin lugar a dudas, los
hacendados actuaron de acuerdo con el intendente León, quien quizá los ayudó
en la elaboración del documento147. Sea cual fuere su autor, el informe de los
hacendados era un contraataque feroz y de doble filo en contra de la
representación anterior. En un primer nivel, defendía la política de libre comercio
adoptada por León y con una lógica implacable, aunque errática a veces, los
hacendados confirmaban la existencia de la crisis fiscal y la necesidad de un
comercio sin restricciones de ninguna clase. Señalaban que el comercio con las
Antillas no podía reemplazar el comercio con Kspaña, pero que sí era capaz de
aliviar en cierta medida el colapso económico tjue enfrentaba Caracas.
Los hacendados ya sabían, por supuesto, que la Corona había confirmado el
libre comercio; el mensaje real que querían transmitir se expresaba en un
segundo nivel de su representación a través de una violenta diatriba contra el
grupo de comerciantes que, según ellos, apoyaban la representación de 1797, los
nuevos y viejos representantes de la desaparecida Compañía de Caracas. Los
hacendados afirmaban que algunos comerciantes aventureros ya habían
transferido sus intereses a las colonias extranjeras obteniendo así jugosos
negocios y que, además, en verdad la mayoría de los comerciantes eran
partidarios del libre comercio; aun entre los que se quejaban había individuos,
según los hacendados, que estaban comprando consignaciones de importación a
extranjeros y revendiendo a altos precios. Estas mismas personas compraban
bienes de exportación y los vendían obteniendo alias ganancias a comerciantes
extranjeros. Entonces, preguntaban los hacendados, si la validez del libre
comercio no era lo que estaba en juego ¿qué motivos había tras el informe de los
comerciantes? Los agentes del monopolio lo que querían era reafirmar su control
y se habían dado cuenta de la oportunidad que les ofrecía la crisis. Los
hacendados revisaban la historia de la Guipuzcoana desde 1730 hasta su
reencarnación en la Compañía de Filipinas y señalaban cómo esta última había
seguido ahogando la competencia hasta 1789 y cómo había tratado de manipular
los precios durante la crisis de 1793, aunque, por supuesto, las medidas de
emergencia de León se lo habían impedido. En definitiva, era el espectro del
monopolio lo que se ocultaba tras la controversia del momento.
¿Existía en verdad la confabulación a la que se referían los hacendados? La
evidencia señala que sí. la representación de los hacendados llamaba por su
nombre a Juan José Mintegui, Juan José Echenique y Joaquín de Anza, todos ex
empleados de la Compañía de Caracas y apoyados por el representante de la
Compañía de Filipinas en la provincia, Simón Mayora1411. Sus vínculos con los
cuatro autores del informe de octubre están menos claros, pero es necesario
señalar que durante los años 1797 y 1798, Echenique, Anza y Mintegui ocupaban
cargos ejecutivos en el Consulado y, por tanto, estaban en capacidad de elegir o
al menos influenciar en la elección de los designados para revisar el trato con la
Eckard'19; a las reuniones del Gremio asistían tan pocos miembros que no es
difícil concebir este tipo de manipulaciones. León habría de decir más adelante
que los autores de la representación no eran, tal como se designaban a sí
mismos, representativos en lo que respecta a los comerciantes15": nombrados
para un propósito muy específico, habían rebasado en mucho su autoridad.
En suma, la representación de los comerciantes era quizá tan poco
representativa de la opinión de los comerciantes en general como lo afirmaban los
hacendados. Resulta altamente significativo que los más grandes comerciantes
tales como Key Muñoz, los hermanos López Méndez y los Iriarte no salieron a dar
su apoyo público al grupo de la Guipuzcoana, ni en el momento de la controversia
ni cuando Mayora y los demás apelaron al Consejo de Indias para que reprobara
tanto el documento de los hacendados como la conducta de León durante el
episodio. En julio de 1799, el Consejo, aunque concordaba con que el documento
era difamatorio y la conducta de León bastante parcial, recomendó que se olvidara
el incidente lo más pronto posible151, y esto fue, probablemente, lo que ocurrió.
Cuando la Corona decidió rescindir las concesiones de libre comercio ese mismo
año, los implicados en la controversia de 1797, Larrain, Llamosas, Echenique y
Mintegui se unieron a la ofensiva frontal de funcionarios, hacendados y
comerciantes para convencer a la Corona para que volviera a abrir los puertos de
la provincia. Ya para 1799, nadie en Caracas ponía en duda la necesidad del libre
comercio. La economía había logrado mantenerse a flote sólo debido al
intercambio con las Antillas extranjeras, y aun con esta salida las exportaciones
bajaron más o menos a la mitad respecto a los niveles de antes de la guerra. Esta
vez no se presentó ninguna controversia cuando León concenó otro contrato de
un millón de pesos en el que trocaba tabaco por armas y víveres con Robinson,
Phillips y Corser de Curacao en noviembre de 1799152; la situación económica era
desesperada y, a diferencia del caso de 1797, todos los grupos de interés de la
provincia reconocían que era así.
En abril de 1799, la Corona, por presión del Consulado de Cádiz, revocó los
privilegios de libre comercio a todas sus colonias153; la noticia se supo en Caraca»
en julio y causó una consternación general. León probablemente ni se molestó en
hacer cumplir el nuevo decreto: en noviembre suspendió la prohibición real de
acuerdo con el capitán general Guevara Vasconcelos y no se lo informó a la
Corona hasta el 14 de diciembre. El retardo benefició a la provincia, pero a la
postre resultó vano; la Corona, con una orden fechada el 13 de febrero de 1800
reafirmó la prohibición y ya para junio se estaban cumpliendo las nuevas
regulaciones para el comercio.
Entonces en la provincia se inició un serio esfuerzo concentrado para volver a
lograr las concesiones perdidas; el intendente pidió formalmente al Consulado que
recogiera la documentación estadística que demostrase la necesidad del libre
comercio1''4. En una ocasión, catorce comerciantes entre los que se hallaban
Echenique, Mintegui y Larrain, se dejaron entrevistar sobre el tema de las causas
del deterioro de la situación y varios relataron sus propias experiencias
negativas155. En otra ocasión, diez grandes hacendados cumplieron con el mismo
ritual1*. Hasta la Iglesia contribuyó con el esfuerzo señalando cómo la entrada por
diezmos había bajado marcadamente desde 1797 157. Todas estas informaciones
se presentaron bajo la forma de peticiones para que se reíniciara el libre comercio.
Entretanto, la Intendencia reanudó su política de la época de guerra al comprar
cantidades limitadas de los bienes de exportación de la provincia a precios de
mercado en un intento de aliviar en algo la crisis que se hacía cada vez peor158.
En algún momento en 1800, durante esta crítica coyuntura, León enfermó y su
cargo fue ocupado temporalmente por su viejo aliado político Quintana, el regente
de la Audiencia159. Desde entonces en adelante el esfuerzo por lograr el libre
comercio avanzó con lentitud; es posible que Quintana tuviera más cautela política
y que la caída de Curacao, la principal salida para los bienes venezolanos en el
Caribe, en manos de los ingleses a mediados de 1800, haya convertido el asunto
del libre comercio en una meta imposible. Para cuando estuvieron listos los do-
cumentos en los que se pedía el libre comercio, a comienzos de 1801, la Corona
ya había decidido restaurar la apertura del comercio hasta finales de año. En
Caracas, el nuevo período de gracia entró en efecto el 22 de mayo de 1801 1WI.
León, de nuevo en su cargo, volvió a actuar con independencia respecto a España
y en octubre informó a la Corona que había extendido la concesión hasta julio de
1802 o hasta que se restableciera la pazlSl. La paz llegó primero; aunque- el
Tratado de Amiens con Gran Bretaña no se firmó sino en marzo de 1802, las
conversaciones de paz entre los dos países comenzaron realmente en octubre de
1801. A León se le ordenó suspender el libre comercio y eso hizo el 22 de
diciembre de 1801162.
Las dificultades que agobiaban a la economía y las finanzas gubernamentales
en este período se agravaban por la existencia de otro tipo de problemas, en su
mayoría relacionados con el curso de la guerra. I-a amenaza militar casi constante
planteada por la invasión británica de Trinidad en 1797 y de la vecina isla
holandesa de Curacao en 1800 creó una renovada preocupación por fortalecer las
capacidades defensivas de la región. De nuevo Caracas se vio envuelta en el
tráfico de refugiados: al ir conquistando los británicos más y más islas iba en
aumento el número de emigrados que llegaba a la provincia. Cuando los negros
haitianos de Toussaint invadieron Santo Domingo, llegaron 1.500 refugiados más
solamente en 1801lSí. No es sorprendente que los capitanes generales de Caracas
pasaran la mayor parte de su tiempo analizando los acontecimientos en el Caribe;
lo más preocupante era el fermento revolucionario aún activo en el área. Desde
Trinidad, el gobernador británico, Thomas Picton, hizo todo lo que pudo para
difundir propaganda inflamatoria en la Venezuela territorial, azuzando a la
población local para que se alzara contra su rey. Picton, aunque sin proponérselo,
hasta llegó a formar parte del elenco en uno de los movimientos subversivos de la
época: la malograda conspiración de Gual y Españalw.
La base de la conspiración fue La Guaira, el principal puerto de la provincia a
una jornada de la ciudad de Caracas. Ya en 1794 un pequeño grupo de hombres
había empezado a discutir la posibilidad de una revolución republicana; sus
cabecillas eran españoles residenciados en la provincia desde hacía muchos
años: Manuel Gual, un capitán retirado del ejército regular, y José María España,
un hacendado local que era teniente de justicia en la pequeña aldea vecina de
Macuto, Lo que quizá no hubiera pasado de ser meras conversaciones
revolucionarias de salón se vio alentado en 1796 por la llegada a La Guaira de
cuatro conspiradores convictos del frustrado complot republicano de Kuy Blas en
España. Aunque sólo de tránsito en La Guaira a la espera de ser transferidos a su
lugar de detención permanente, el traslado de los prisioneros se demoró y éstos,
no muy bien vigilados durante los meses siguientes mantuvieron un contacto
diario con la población local. Entre los que los visitaban se hallaban Gual y
España, quienes, influenciados por uno de los prisioneros en particular, Juan
Picornell, planearon un alzamiento en la provincia siguiendo los lineamientos de
los franceses republicanos. En junio de 1797 Picornell se fugó y llegó a una de las
Antillas extranjeras. A la vez, las autoridades en Caracas se enteraron de la
conspiración debido al descuido de uno de los organizadores y, a mediados de
julio, unas cuantas docenas de conspiradores Rieron capturados; se les siguió
un juicio, algunos fueron absueltos y al resto se les dictaron leves sentencias
siguiendo la ya tradicional política real en Caracas de desalentar la subversión
sobre todo ignorándola. Gual y España, sin embargo, lograron fugarse y en 1798
se encontraban en Trinidad donde, con la ayuda de Picton, empezaron a tramar
nuevas aventuras. No obstante, los proyectos no eran viables: Picton no estaba en
capacidad de ofrecerles apoyo logístico y no había suficientes revolucionarios e
aliados para intentar una invasión. España, pese a todo, regresó
clandestinamente a Caracas a comienzos de 1799 y resolvió desencadenar la
revolución incitando a los negros para que se alzaran. Traicionado por sus propios
sirvientes, este idealista radical y poco práctico por fin lúe arrestado por las
autoridades en su propia casa. Esta vez no hubo clemencia ya que sus acciones
se consideraron demasiado serias para ignorarlas. Tal como ocurrió en Coro en
1795, cuando lo que estaba en juego también era una guerra racial, los culpables
fueron ejecutados. España murió junto con cinco compañeros de conspiración.
Sea cual fuere la relevancia del episodio protagonizado por Gual y España, esa
no se desprende del curso posterior de los acontecimientos. La conspiración fue
un hecho aislado y estuvo muy mal organizada: todo indica que a no ser por el
descuido de los funcionarios reales en Caracas y La Guaira, no hubiera tenido ni
siquiera las modestas proporciones que cobró. La Guaira, pese a ser el principal
punto de entrada de la provincia, era un pequeño poblado de unos 4.000
habitantes, más unos centenares de personal militar. Resulta al menos objetable
la decisión de 1793 de concentrar hasta 1.000 prisioneros franceses republicanos
durante casi dos años en un lugar donde temporalmente representaban un quinto
de la población y aun peor el hecho de que no se les vigilara adecuadamente. Lo
mismo sucedió con la custodia de Pícornell y sus compañeros. Más tarde, León y
Quintana le echaron la culpa a Carbonell, viejo y enfermo, por permitir una
situación en la que las influencias subversivas podían extenderse 165. En defensa
de Carbonell habría que decir que la indulgencia de la Corona, primero con los
franceses capturados y luego con los conspiradores de Ruy Blas quizá llevó al
capitán general a pensar que todo estaba controlado.
Una vez abortada la conspiración, se descubrió que era de proporciones
limitadas: de las setenta y dos personas implicadas, a doce- no se les hicieron
cargos y cuarenta y dos fueron condenados al exilio, pero luego perdonados.
Entre los involucrados veinticinco eran españoles, catorce criollos y treinta y tres
pardos. Cuarenta y uno de los setenta y dos pertenecían o al ejército regular o a
las milicias. Esta rara combinación no debería sorprender a nadie que esté
familiarizado con el curso de intentos golpistas. La explicación del alto número de
pardos podría hallarse en el hecho de que quizá los oficiales de alto rango
comprometiesen a subordinadas suyos que probablemente no tenían una clara
idea de las razones de la conspiración; la levedad de las sentencias que se les
dictaron confirma esta hipótesis. Tampoco debe sobrestimarse el hecho de que
entre los blancos hubiese hacendados, comerciantes, abogados y hasta un cura,
ya que ningún hacendado, comerciante u oficial importante se vio incriminado y
Carbonell se felicitaba de que los más poderosos e ilustres de estos leales
subditos caraqueños se habían mantenido inmaculados166. En efecto, los
vastagos de las principales familias locales corrieron a ofrecer su apoyo a la
Corona, el cuarto marqués del Toro, el conde de Tovar y Antonio Fernández de
León. Pareciera que España tenía más que temer de ¡as actividades de te
españoles que recibían con demasiada liberalidad las ideas de la Revolución
Francesa que de las de criollos alebrestados.
La significación más amplia de Gual y España se sitúa en un plano más
filosófico de lo que podría pensarse si se toma en cuenta su trayectoria
tragicómica; era una prueba evidente de que los ideales republicanos estaban
cobrando cuerpo, aun limitadamente, en la provincia. Las clases educadas de
Caracas sabían de su existencia, por supuesto, desde la Revolución
norteamericana en la década de los 70; en la década de los 80 y los 90 circulaba
con asombrosa libertad toda una literatura antagónica a muchos de los
fundamentos de la sociedad colonial, tal como las obras de Thomas Paine, la de
los filósofos de la Ilustración así como la revolucionaria Declaración de los
derechos del hombre de la Revolución Francesa167. Pero una cosa es estar al día
en lo que toca a las más nuevas tendencias de la política mundial, y otra muy
distinta tomar estas tendencias como banderas para la acción política. La élite
caraqueña de esta época rechazaba toda aplicación práctica de ideologías
disruptivas y se mantuvo fiel a la Corona con muy leves variaciones en su firmeza
desde la insurrección de los Comuneros en 1781, la conspiración de 1797 y las
invasiones republicanas de 1806.
El peligro para los funcionarios reales estaba en otra parle: la conversión
ocasional a los nuevos ideales de individuos en apariencia margínales. Francisco
de Miranda, el más grande de todos los precursores de las revoluciones de 1810
en la América española, era uno de ellos. Nacido y criado en Caracas, Miranda
dejó la provincia a finales de la década de los 70 e hizo su servicio militar con la
Corona durante la Revolución norteamericana1*. Ya en la década de los 90
estaba en Gran Bretaña tramando el derrocamiento del dominio español en
América. Gual y España fueron también conversos de este tipo, así como lo
fueron en cierta medida los cabecillas de la rebelión de Coro. Es probable que
entre 1790 y 1810 también la nueva generación de la aristocracia criolla se viera
atraída por las nuevas tendencias ideológicas. El problema, por supuesto, es que
estos hombres estaban todos políticamente aislados, y para que prosperen las
ideas revolucionarias es necesario que circunstancias creen una situación
revolucionaria.
1802-1808
El año 1809 fue una especie de hiato en Caracas entre el fermento de 1808 y
la explosión de 1810. Empezó bastante bien: a la provincia llegaron noticias de
la gran victoria española en Bailen y del establecimiento de la Junta Central que
habría de dirigir la guerra. Ambos acontecimientos fueron acogidos con un fervor
patriótico bastante genuino en enero, y las tensiones acumuladas en la provincia
parecieron calmarse13. La Junta Central contribuyó a me/orar la situación al dar
esperanzas a la colonia de una inminente reforma del sistema imperial al
declarar que ¡as colonias eran parte integral de la nación1'1. Este ofrecimiento de
un status igualitario respecto a las provincias de España se hizo más sólido
cuando se invitó a las colonias a celebrar elecciones para mandar repre-
sentantes a la Junta.
En la provincia, el polémico Casas y el intendente, presuntamente corrupto, Arce,
fueron reemplazados por Vicente Empatan y Vicente Basadre, en mayo de
180915. Emparan, que por más de una década había sido gobernador de la vecina
Cumaná, era muy conocido como administrador flexible y competente y tenía
vínculos de amistad con miembros de la élite caraqueña. La transición política,
que al comienzo fue bien recibida en Caracas, coincidió con una notable
recuperación de la economía de la provincia: el fin de la guerra marítima con Gran
Bretaña hizo de 1809 un año récord para las exportaciones caraqueñas. La
decisión de Emparan y Basadre de mantener abiertos los puertos de la provincia
al comercio extranjero, pese a las órdenes imperiales adversas, contribuyó mucho
en este resurgimiento16. Arce, antes de marcharse, llegó hasta el punto de bajar
las tarifas del comercio no imperial para estimular el comercio extranjero con la
provincia17. Entre 1808 y 1809 los intendentes, según ellos con la intención de
enviar remesas a España, revivieron el sistema de libranzas y se pusieron a
entregar grandes sumas de los fondos de Hacienda a hacendados y comerciantes
seleccionados, entre los que estaban Simón Bolívar y Antonio Fernández de León,
acabado de salir de la cárcel y con un reciente título nobiliario18. A no ser por los
numerosos indicios de una sostenida tensión subte-nanea, todo parecía indicar la
posibilidad de un rapprochement. El asunto dominante en la colonia no era ya el
estado de la economía sino la situación en España; el destino de la Madre Patria y
los problemas políticos suscitados por la abdicación ocupaban la mente de todos,
y la única esperanza de aliviar las tensiones en la provincia estaba en una
combinación de la resolución exitosa de la guerra con Francia y la promulgación
de reformas para el orden imperial. Sin embargo, la situación en España se fue
deteriorando a lo largo de 1809: la victoria en Bailen resultó ser el punto más alto
de la resistencia española organizada ante el invasor francés y de allí en adelante
la defensa militar de las regiones no ocupadas del país se desmoronó ante el
avance del enemigo. Entretanto, las juntas provinciales que se mantuvieron
continuaron peleándose entre ellas, coartando los esfuerzos que hacía la Junta
Central para enfrentarse eficazmente a la guerra y establecer una autoridad
central legítima para la nación y el Imperio. Además, la Junta Central, aun
tolerando en su seno las divisiones de regionalistas, centralistas, reformistas y
conservadores, empezó a mostrar una señalada frialdad a