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P. MICHAEL MCKINLEY (1993).

CARACAS ANTES DE LA
INDEPENDENCIA. MONTE AVILA EDITORES.PAGS. 177-196

1797-1802

Los años en que cambió el siglo fueron quizá los más difíciles que vivió
Caracas de las décadas que precedieron a 1808. La nueva guerra de España con
Gran Bretaña entre 1796 y 1802 amenazaba con involucrar directamente a la
provincia en las hostilidades militares, por primera vez desde 1740. El fermento
revolucionario que afectaba a Francia encontró en Caracas un eco perturbador
con la conspiración de Gua! y España en 1797. Pero lo más desestabilizante fue
la severa depresión económica que dejó como secuela la guerra. Los intentos, no
siempre compatibles, de los hacendados, los comerciantes y los funcionarios para
enfrentar el marcado descenso de la economía afectaron seriamente el equilibrio
político dentro de la colonia.
La fase preliminar de esta dura época fue la experiencia un tanto negativa de
Caracas durante la guerra de España contra la Francia republicana entre 1793 y
1795. Aun antes de que empezaran las hostilidades, los rumores de una guerra
inminente condujeron a una notable caída en los precios de los bienes de
exportación de la provincia125. El intendente León permitió de inmediato una
mayor libertad en el comercio con las colonias extranjeras, y una vez declarada la
guerra en marzo de ese mismo año, respondió favorablemente a una sugerencia
del Cabildo de Caracas para que los fondos públicos se usaran para comprar las
cosechas de hacendados necesitados126. Se introdujo un sistema de convoyes
para proteger a los barcos mercantes que zarpaban de la provincia, que operó
durante el tiempo que duró la guerra127. Estas medidas de emergencia tuvieron
éxito: pese a las ocasionales depredaciones de los corsarios franceses y un
probable incremento del contrabando, el comercio de la provincia con España
siguió floreciente durante los dos años de la guerra contra Francia 12^.
Más problemático que el efecto de la guerra en el comercio fue impacto en las
finanzas administrativas de la provincia. La Corona hizo lo que solía hacer
habitualmente en tiempos de guerra: pedir a las colonias en general donaciones
especiales por encima y más allá de las acostumbradas remisiones a España. En
el caso de Caracas esto se tradujo en impuestos sobre las ventas y de alcabala
para la actividad económica de la provincia, la apropiación de fondos de entes
corporados como la Iglesia y contribuciones obligatorias de los salarias de los em-
pleados públicos129. El alza en las necesidades de defensa, reales o estimadas, de
la provincia resultó ser un factor aún más dañino para las finanzas de la colonia.
En los tres primeros meses de la guerra se destinaron 300.000 pesos para gastos
extraordinarios, y esto en una provincia en la que la recolección anual de
impuestos estaba usualmente por debajo de 1.500.000 pesos y en la que los
gastos nonnales eran equivalentes a lo percibido130.
La crisis fiscal se vio agravada por los acontecimientos en el Caribe, convertido
en teatro de la guerra. España se unió a Gran Bretaña en un mal calculado asalto
a Haití con el fin de rescatar a los blancos de la rebelión de los esclavos, entonces
en su apogeo, y de ayudar a los franceses monárquicos de la isla en contra de los
franceses republicanos para restablecer el orden y, de ser posible, lograr la
anexión131. Los españoles usaron su mitad de la isla, Santo Domingo, como base
militar, pero se vieron obligados muy pronto a involucrar A sus colonias vecinas. A
Caracas se le exigió el suministro de dinero, hombres y armas132. La ilota de
Puerto Cabello se convirtió en una combinación de convoy para los barcos
mercantes y refuerzo logístico para las fuerzas de yanto Domingo 13í. La propia
provincia se convirtió en prisión para unos 700 republicanos franceses y 200
esclavos de las colonias francesas154. Para Caracas, el perjuicio financiero fue
considerable; se enviaron a Santo Domingo 240.000 pesos para las gastos de
guerra, se suministraron 600.000 pesos, en una u otra forma a la flota de Puerto
Cabello y se gastaron 160.000 pesos para el mantenimiento de los emigrados y
prisioneros y en su transporte fuera de la provincia135.

La guerra con Francia terminó en julio de 1795. En esa época los con-
temporáneos debieron pensar que Caracas había atravesado esta guerra
relativamente sin daños. La economía de la provincia se había salvado de una
seria recesión y las finanzas de la administración colonial, pesca las cargas que
padeció, habían demostrado su fortaleza. La influencia po-tencialmente
subversiva de los cientos de prisioneros republicanos franceses presentes en la
provincia cesó cuando a éstos se los llevaron1-56. No se había presentado dentro
de la colonia ningún nuevo conflicto político debido a las hostilidades. Por
consiguiente, durante el año 1796 la vida en Caracas fue retomando su curso
normal, pero en la Madre Patria la amenaza de nuevas hostilidades era inminente.
Presionada tanto por Gran Bretaña como por Francia, España decidió jugárselas
con Napoleón, y en octubre de 1796 le declaró la guerra a Gran Bretaña.
Las consecuencias negativas para Caracas de la nueva guerra pronto se
empezaron a sentir. Los círculos comerciales de Cádiz que tenían relaciones con
la provincia reconocieron muy pronto la gravedad de la crisis; el número de barcos
enviados de España a La Guaira bajó de 43 en 1796 a 7 en 1797, con una
disminución correspondiente de importaciones a Caracas de 3-000.000 de pesos
a menos de 100.000 pesos137. Los comerciantes de Caracas lardaron más en
percatarse de los peligros inherentes de una navegación por mares patrullados
por un enemigo que era a la vez la más grande potencia marítima del mundo. Al
menos 20 de los 28 barcos que zarparon de La Guaira hacia España en 1797
fueron hundidos o capturados por los británicos, lo cual arrojó una pérdida en
exportaciones de 600.000 pesos13H, La situación desastrosa de la economía se
complicó aún más con la conquista por parte de los británicos de la provincia
venezolana de Trinidad en febrero de 1797. Los funcionarios reales temían con
razón que se produjese una especie de invasión contra la Venezuela territorial,
sino contra Caracas, al menos contra la provincia vecina de Cumaná 1-39. la
abortada conspiración republicana de Gual y España descubierta en La Guaira en
julio de 1797 vino a agravar la atmósfera de crisis. Se intensificaron las
preparaciones defensivas y se emprendió una firme búsqueda para encontrar los
medios para comprar armamentos y pagar la movilización de las milicias y la
reconstrucción de los fuertes.
No era posible recurrir al ingreso gubernamental por concepto de impuestos ya
que la fuerte contracción de la actividad económica había devastado las finanzas
del gobierno. El intendente León se vio forzado a considerar medidas
extraordinarias para conseguir dinero. Entre otras cosas, decidió abrir la provincia
al comercio irrestricto con potencias extranjeras y sus colonias, aliadas o
neutrales.
Ya para el 22 de diciembre de 1796, León informaba a la Corona que el
Ayuntamiento de Caracas y el Consulado pedían convoyes y también el derecho
de exportar los productos de la provincia en barcos neutrales140. Entre los
firmantes de la petición del Cabildo estaban dos de los principales comerciantes
de Caracas, el español Juan Bautista Echezuría y el criollo Luis López Méndez.
León, al enviar la petición, quizá no hacía otra cosa que cumplir con sus funciones
oficiales, pero es probable que estuviese preparando el camino para la apertura
de la provincia. León no era para nada enemigo del comercio con las Antillas y en
la urgente situación anterior creada por la guerra con Francia había flexibilizado
las regulaciones comerciales de la provincia antes de tener el permiso de España
para hacerlo. Al irse deteriorando las condiciones económicas e incrementando
las necesidades fiscales a comienzos de 1797, León convenció al capitán general
Carboneil que al inicio se había opuesto a esta idea 141. León luego consultó la
opinión de los comerciantes y hacendados del Consulado sobre la mejor manera
de promulgar las medidas; ambos grupos de interés estaban a favor del libre
comercio para las exportaciones, pero el cisma se produjo respecto a las importa-
ciones: la mayoría de los comerciantes querían restricciones en cuanto a lo que
podía importarse en barcos extranjeros mientras que los hacendados se oponían
a tales limitaciones. Los temores de los comerciantes no carecían de fundamento
ya que obtenían gran parte de su beneficio importando mercancía extranjera vía
España y pensaban que sufrirían serias pérdidas si las importaciones
comenzaban a llegar más directamente desde su lugar de origen. Sin embargo,
pese a las objeciones de los comerciantes, y como reconocimiento de la creciente
escasez de importaciones esenciales, León autorizó el libre comercio irrestricto e
impuestos de alcabala más bajos en abril de 1797. En octubre del mismo año
recibió la aprobación real de su decisión.
Pareciera, tal como se explicará a continuación, que la mayoría de los
comerciantes pronto aceptaron el decreto de libre comercio de abril y que se
dispusieron a beneficiarse de él, pero lo que incitó la rabia de la comunidad
mercantil entera fue la proposición de León de vender un millón de pesos de
tabaco, almacenado por el monopolio del Estado, a firmas comerciales extranjeras
del Caribe a cambio de municiones, circulante e importaciones necesarias1^2. En
verdad, I.eón primero se acercó a los comerciantes caraqueños para pedirles que
le prestaran a la administración 400.000 pesos, o bien que se encargaran de la
venta del tabaco. Quizá debido a la falta de fondos ningún comerciante local se
ofreció para esto, de modo que León procedió a arreglar un posible contrato con
Eckard y Compañía de la isla danesa de St. Thomas despojando así a ia
comunidad mercantil caraqueña de un negocio de grandes magnitudes.
Cuando León informó al Consulado de los arreglos con la Eckard en octubre de
1797, una parte del grupo mercantil se pasó a la oposición; se designó a cuatro
personas para que investigaran los méritos del contrato en cuestión: Bernardo
Larrain, Martín Baraeiarte, José de las Llamosas y Juan Esteban Echezuría, En su
informe del 19 de octubre estos individuos sobrepasaron en mucho el estudio de
los aspectos positivos y negativos del trato con la Eckard con una diatriba contra
el libre comercio con colonias o países extranjeros, cualesquiera que fueran las
circunstancias14^. El informe se oponía abiertamente a la afirmación del intendente
sobre la existencia de una crisis fiscal y usaba el argumento de que la amenaza
militar de la guerra había amainado. Sin saber aún, al parecer, de la aprobación
de la Corona a las medidas de León, se le acusaba indirectamente de violar
prohibiciones reales sobre el comercio con el enemigo al permitir el comercio con
colonias extranjeras que no eran otra cosa que emporios de mercancía británica.
Esta concesión podía arruinar para siempre el control de España sobre la
economía de la provincia y .sería mejor dejar que el tabaco y las demás
mercancías se pudrieran que dar la oportunidad a las firmas extranjeras de
penetrar el mercado, ya que una vez obtenida esta entrada jamás se cerraría.
Si la intención primordial del informe era la de desacreditar el contrato
gigantesco con la Eckard, que podía considerarse legítimamente como una
amenaza contra los intereses comerciales locales, los cuatro designados lo
lograron en cierta medida. Las Tácticas dilatorias y de obstrucción desalentaron a
la Eckard y en enero de 1798 se retractó de su compra de los 40.000 quintales de
tabaco disponibles y acordó comprar sólo 14.000 y en condiciones no
enteramente favorables a la Hacienda de Caracas11'1. Por otra parte, si lo que se
buscaba era movilizar a los comerciantes y a la Corona en contra de las
concesiones de libre comercio, esto no se logró. León recurrió al Consulado y le
pidió su verdadera opinión sobre el asunto y sólo dos de los cinco comerciantes
pertenecientes al consejo de once miembros que regía al Gremio rechazaron
categóricamente el libre comercio145. Ellos fueron Domingo Zulueta y Juan José
Mintegui, quien había sido uno de los funcionarios de la desaparecida Compañía
Guipuzcoana, que había controlado otrora el comercio de Caracas. Lo más que
puede decirse es que la opinión de los comerciantes no era unánime respecto al
asunto.
Sin embargo, el asunto no se quedó así: los hacendados (leí Consulado,
temiendo que la representación de los comerciantes llegase a manos de gente
receptiva, publicaron una larga refutación el 25 de enero de 1798 1'"', firmada por
cuatro de los hombres más ricos de la provincia: Martín Herrera, Manuel Felipe
de Tovar, Martín de Aristiguieta y el conde de San Xavier. Sin lugar a dudas, los
hacendados actuaron de acuerdo con el intendente León, quien quizá los ayudó
en la elaboración del documento147. Sea cual fuere su autor, el informe de los
hacendados era un contraataque feroz y de doble filo en contra de la
representación anterior. En un primer nivel, defendía la política de libre comercio
adoptada por León y con una lógica implacable, aunque errática a veces, los
hacendados confirmaban la existencia de la crisis fiscal y la necesidad de un
comercio sin restricciones de ninguna clase. Señalaban que el comercio con las
Antillas no podía reemplazar el comercio con Kspaña, pero que sí era capaz de
aliviar en cierta medida el colapso económico tjue enfrentaba Caracas.
Los hacendados ya sabían, por supuesto, que la Corona había confirmado el
libre comercio; el mensaje real que querían transmitir se expresaba en un
segundo nivel de su representación a través de una violenta diatriba contra el
grupo de comerciantes que, según ellos, apoyaban la representación de 1797, los
nuevos y viejos representantes de la desaparecida Compañía de Caracas. Los
hacendados afirmaban que algunos comerciantes aventureros ya habían
transferido sus intereses a las colonias extranjeras obteniendo así jugosos
negocios y que, además, en verdad la mayoría de los comerciantes eran
partidarios del libre comercio; aun entre los que se quejaban había individuos,
según los hacendados, que estaban comprando consignaciones de importación a
extranjeros y revendiendo a altos precios. Estas mismas personas compraban
bienes de exportación y los vendían obteniendo alias ganancias a comerciantes
extranjeros. Entonces, preguntaban los hacendados, si la validez del libre
comercio no era lo que estaba en juego ¿qué motivos había tras el informe de los
comerciantes? Los agentes del monopolio lo que querían era reafirmar su control
y se habían dado cuenta de la oportunidad que les ofrecía la crisis. Los
hacendados revisaban la historia de la Guipuzcoana desde 1730 hasta su
reencarnación en la Compañía de Filipinas y señalaban cómo esta última había
seguido ahogando la competencia hasta 1789 y cómo había tratado de manipular
los precios durante la crisis de 1793, aunque, por supuesto, las medidas de
emergencia de León se lo habían impedido. En definitiva, era el espectro del
monopolio lo que se ocultaba tras la controversia del momento.
¿Existía en verdad la confabulación a la que se referían los hacendados? La
evidencia señala que sí. la representación de los hacendados llamaba por su
nombre a Juan José Mintegui, Juan José Echenique y Joaquín de Anza, todos ex
empleados de la Compañía de Caracas y apoyados por el representante de la
Compañía de Filipinas en la provincia, Simón Mayora1411. Sus vínculos con los
cuatro autores del informe de octubre están menos claros, pero es necesario
señalar que durante los años 1797 y 1798, Echenique, Anza y Mintegui ocupaban
cargos ejecutivos en el Consulado y, por tanto, estaban en capacidad de elegir o
al menos influenciar en la elección de los designados para revisar el trato con la
Eckard'19; a las reuniones del Gremio asistían tan pocos miembros que no es
difícil concebir este tipo de manipulaciones. León habría de decir más adelante
que los autores de la representación no eran, tal como se designaban a sí
mismos, representativos en lo que respecta a los comerciantes15": nombrados
para un propósito muy específico, habían rebasado en mucho su autoridad.
En suma, la representación de los comerciantes era quizá tan poco
representativa de la opinión de los comerciantes en general como lo afirmaban los
hacendados. Resulta altamente significativo que los más grandes comerciantes
tales como Key Muñoz, los hermanos López Méndez y los Iriarte no salieron a dar
su apoyo público al grupo de la Guipuzcoana, ni en el momento de la controversia
ni cuando Mayora y los demás apelaron al Consejo de Indias para que reprobara
tanto el documento de los hacendados como la conducta de León durante el
episodio. En julio de 1799, el Consejo, aunque concordaba con que el documento
era difamatorio y la conducta de León bastante parcial, recomendó que se olvidara
el incidente lo más pronto posible151, y esto fue, probablemente, lo que ocurrió.
Cuando la Corona decidió rescindir las concesiones de libre comercio ese mismo
año, los implicados en la controversia de 1797, Larrain, Llamosas, Echenique y
Mintegui se unieron a la ofensiva frontal de funcionarios, hacendados y
comerciantes para convencer a la Corona para que volviera a abrir los puertos de
la provincia. Ya para 1799, nadie en Caracas ponía en duda la necesidad del libre
comercio. La economía había logrado mantenerse a flote sólo debido al
intercambio con las Antillas extranjeras, y aun con esta salida las exportaciones
bajaron más o menos a la mitad respecto a los niveles de antes de la guerra. Esta
vez no se presentó ninguna controversia cuando León concenó otro contrato de
un millón de pesos en el que trocaba tabaco por armas y víveres con Robinson,
Phillips y Corser de Curacao en noviembre de 1799152; la situación económica era
desesperada y, a diferencia del caso de 1797, todos los grupos de interés de la
provincia reconocían que era así.
En abril de 1799, la Corona, por presión del Consulado de Cádiz, revocó los
privilegios de libre comercio a todas sus colonias153; la noticia se supo en Caraca»
en julio y causó una consternación general. León probablemente ni se molestó en
hacer cumplir el nuevo decreto: en noviembre suspendió la prohibición real de
acuerdo con el capitán general Guevara Vasconcelos y no se lo informó a la
Corona hasta el 14 de diciembre. El retardo benefició a la provincia, pero a la
postre resultó vano; la Corona, con una orden fechada el 13 de febrero de 1800
reafirmó la prohibición y ya para junio se estaban cumpliendo las nuevas
regulaciones para el comercio.
Entonces en la provincia se inició un serio esfuerzo concentrado para volver a
lograr las concesiones perdidas; el intendente pidió formalmente al Consulado que
recogiera la documentación estadística que demostrase la necesidad del libre
comercio1''4. En una ocasión, catorce comerciantes entre los que se hallaban
Echenique, Mintegui y Larrain, se dejaron entrevistar sobre el tema de las causas
del deterioro de la situación y varios relataron sus propias experiencias
negativas155. En otra ocasión, diez grandes hacendados cumplieron con el mismo
ritual1*. Hasta la Iglesia contribuyó con el esfuerzo señalando cómo la entrada por
diezmos había bajado marcadamente desde 1797 157. Todas estas informaciones
se presentaron bajo la forma de peticiones para que se reíniciara el libre comercio.
Entretanto, la Intendencia reanudó su política de la época de guerra al comprar
cantidades limitadas de los bienes de exportación de la provincia a precios de
mercado en un intento de aliviar en algo la crisis que se hacía cada vez peor158.
En algún momento en 1800, durante esta crítica coyuntura, León enfermó y su
cargo fue ocupado temporalmente por su viejo aliado político Quintana, el regente
de la Audiencia159. Desde entonces en adelante el esfuerzo por lograr el libre
comercio avanzó con lentitud; es posible que Quintana tuviera más cautela política
y que la caída de Curacao, la principal salida para los bienes venezolanos en el
Caribe, en manos de los ingleses a mediados de 1800, haya convertido el asunto
del libre comercio en una meta imposible. Para cuando estuvieron listos los do-
cumentos en los que se pedía el libre comercio, a comienzos de 1801, la Corona
ya había decidido restaurar la apertura del comercio hasta finales de año. En
Caracas, el nuevo período de gracia entró en efecto el 22 de mayo de 1801 1WI.
León, de nuevo en su cargo, volvió a actuar con independencia respecto a España
y en octubre informó a la Corona que había extendido la concesión hasta julio de
1802 o hasta que se restableciera la pazlSl. La paz llegó primero; aunque- el
Tratado de Amiens con Gran Bretaña no se firmó sino en marzo de 1802, las
conversaciones de paz entre los dos países comenzaron realmente en octubre de
1801. A León se le ordenó suspender el libre comercio y eso hizo el 22 de
diciembre de 1801162.
Las dificultades que agobiaban a la economía y las finanzas gubernamentales
en este período se agravaban por la existencia de otro tipo de problemas, en su
mayoría relacionados con el curso de la guerra. I-a amenaza militar casi constante
planteada por la invasión británica de Trinidad en 1797 y de la vecina isla
holandesa de Curacao en 1800 creó una renovada preocupación por fortalecer las
capacidades defensivas de la región. De nuevo Caracas se vio envuelta en el
tráfico de refugiados: al ir conquistando los británicos más y más islas iba en
aumento el número de emigrados que llegaba a la provincia. Cuando los negros
haitianos de Toussaint invadieron Santo Domingo, llegaron 1.500 refugiados más
solamente en 1801lSí. No es sorprendente que los capitanes generales de Caracas
pasaran la mayor parte de su tiempo analizando los acontecimientos en el Caribe;
lo más preocupante era el fermento revolucionario aún activo en el área. Desde
Trinidad, el gobernador británico, Thomas Picton, hizo todo lo que pudo para
difundir propaganda inflamatoria en la Venezuela territorial, azuzando a la
población local para que se alzara contra su rey. Picton, aunque sin proponérselo,
hasta llegó a formar parte del elenco en uno de los movimientos subversivos de la
época: la malograda conspiración de Gual y Españalw.
La base de la conspiración fue La Guaira, el principal puerto de la provincia a
una jornada de la ciudad de Caracas. Ya en 1794 un pequeño grupo de hombres
había empezado a discutir la posibilidad de una revolución republicana; sus
cabecillas eran españoles residenciados en la provincia desde hacía muchos
años: Manuel Gual, un capitán retirado del ejército regular, y José María España,
un hacendado local que era teniente de justicia en la pequeña aldea vecina de
Macuto, Lo que quizá no hubiera pasado de ser meras conversaciones
revolucionarias de salón se vio alentado en 1796 por la llegada a La Guaira de
cuatro conspiradores convictos del frustrado complot republicano de Kuy Blas en
España. Aunque sólo de tránsito en La Guaira a la espera de ser transferidos a su
lugar de detención permanente, el traslado de los prisioneros se demoró y éstos,
no muy bien vigilados durante los meses siguientes mantuvieron un contacto
diario con la población local. Entre los que los visitaban se hallaban Gual y
España, quienes, influenciados por uno de los prisioneros en particular, Juan
Picornell, planearon un alzamiento en la provincia siguiendo los lineamientos de
los franceses republicanos. En junio de 1797 Picornell se fugó y llegó a una de las
Antillas extranjeras. A la vez, las autoridades en Caracas se enteraron de la
conspiración debido al descuido de uno de los organizadores y, a mediados de
julio, unas cuantas docenas de conspiradores Rieron capturados; se les siguió
un juicio, algunos fueron absueltos y al resto se les dictaron leves sentencias
siguiendo la ya tradicional política real en Caracas de desalentar la subversión
sobre todo ignorándola. Gual y España, sin embargo, lograron fugarse y en 1798
se encontraban en Trinidad donde, con la ayuda de Picton, empezaron a tramar
nuevas aventuras. No obstante, los proyectos no eran viables: Picton no estaba en
capacidad de ofrecerles apoyo logístico y no había suficientes revolucionarios e
aliados para intentar una invasión. España, pese a todo, regresó
clandestinamente a Caracas a comienzos de 1799 y resolvió desencadenar la
revolución incitando a los negros para que se alzaran. Traicionado por sus propios
sirvientes, este idealista radical y poco práctico por fin lúe arrestado por las
autoridades en su propia casa. Esta vez no hubo clemencia ya que sus acciones
se consideraron demasiado serias para ignorarlas. Tal como ocurrió en Coro en
1795, cuando lo que estaba en juego también era una guerra racial, los culpables
fueron ejecutados. España murió junto con cinco compañeros de conspiración.
Sea cual fuere la relevancia del episodio protagonizado por Gual y España, esa
no se desprende del curso posterior de los acontecimientos. La conspiración fue
un hecho aislado y estuvo muy mal organizada: todo indica que a no ser por el
descuido de los funcionarios reales en Caracas y La Guaira, no hubiera tenido ni
siquiera las modestas proporciones que cobró. La Guaira, pese a ser el principal
punto de entrada de la provincia, era un pequeño poblado de unos 4.000
habitantes, más unos centenares de personal militar. Resulta al menos objetable
la decisión de 1793 de concentrar hasta 1.000 prisioneros franceses republicanos
durante casi dos años en un lugar donde temporalmente representaban un quinto
de la población y aun peor el hecho de que no se les vigilara adecuadamente. Lo
mismo sucedió con la custodia de Pícornell y sus compañeros. Más tarde, León y
Quintana le echaron la culpa a Carbonell, viejo y enfermo, por permitir una
situación en la que las influencias subversivas podían extenderse 165. En defensa
de Carbonell habría que decir que la indulgencia de la Corona, primero con los
franceses capturados y luego con los conspiradores de Ruy Blas quizá llevó al
capitán general a pensar que todo estaba controlado.
Una vez abortada la conspiración, se descubrió que era de proporciones
limitadas: de las setenta y dos personas implicadas, a doce- no se les hicieron
cargos y cuarenta y dos fueron condenados al exilio, pero luego perdonados.
Entre los involucrados veinticinco eran españoles, catorce criollos y treinta y tres
pardos. Cuarenta y uno de los setenta y dos pertenecían o al ejército regular o a
las milicias. Esta rara combinación no debería sorprender a nadie que esté
familiarizado con el curso de intentos golpistas. La explicación del alto número de
pardos podría hallarse en el hecho de que quizá los oficiales de alto rango
comprometiesen a subordinadas suyos que probablemente no tenían una clara
idea de las razones de la conspiración; la levedad de las sentencias que se les
dictaron confirma esta hipótesis. Tampoco debe sobrestimarse el hecho de que
entre los blancos hubiese hacendados, comerciantes, abogados y hasta un cura,
ya que ningún hacendado, comerciante u oficial importante se vio incriminado y
Carbonell se felicitaba de que los más poderosos e ilustres de estos leales
subditos caraqueños se habían mantenido inmaculados166. En efecto, los
vastagos de las principales familias locales corrieron a ofrecer su apoyo a la
Corona, el cuarto marqués del Toro, el conde de Tovar y Antonio Fernández de
León. Pareciera que España tenía más que temer de ¡as actividades de te
españoles que recibían con demasiada liberalidad las ideas de la Revolución
Francesa que de las de criollos alebrestados.
La significación más amplia de Gual y España se sitúa en un plano más
filosófico de lo que podría pensarse si se toma en cuenta su trayectoria
tragicómica; era una prueba evidente de que los ideales republicanos estaban
cobrando cuerpo, aun limitadamente, en la provincia. Las clases educadas de
Caracas sabían de su existencia, por supuesto, desde la Revolución
norteamericana en la década de los 70; en la década de los 80 y los 90 circulaba
con asombrosa libertad toda una literatura antagónica a muchos de los
fundamentos de la sociedad colonial, tal como las obras de Thomas Paine, la de
los filósofos de la Ilustración así como la revolucionaria Declaración de los
derechos del hombre de la Revolución Francesa167. Pero una cosa es estar al día
en lo que toca a las más nuevas tendencias de la política mundial, y otra muy
distinta tomar estas tendencias como banderas para la acción política. La élite
caraqueña de esta época rechazaba toda aplicación práctica de ideologías
disruptivas y se mantuvo fiel a la Corona con muy leves variaciones en su firmeza
desde la insurrección de los Comuneros en 1781, la conspiración de 1797 y las
invasiones republicanas de 1806.
El peligro para los funcionarios reales estaba en otra parle: la conversión
ocasional a los nuevos ideales de individuos en apariencia margínales. Francisco
de Miranda, el más grande de todos los precursores de las revoluciones de 1810
en la América española, era uno de ellos. Nacido y criado en Caracas, Miranda
dejó la provincia a finales de la década de los 70 e hizo su servicio militar con la
Corona durante la Revolución norteamericana1*. Ya en la década de los 90
estaba en Gran Bretaña tramando el derrocamiento del dominio español en
América. Gual y España fueron también conversos de este tipo, así como lo
fueron en cierta medida los cabecillas de la rebelión de Coro. Es probable que
entre 1790 y 1810 también la nueva generación de la aristocracia criolla se viera
atraída por las nuevas tendencias ideológicas. El problema, por supuesto, es que
estos hombres estaban todos políticamente aislados, y para que prosperen las
ideas revolucionarias es necesario que circunstancias creen una situación
revolucionaria.

Esteban de León se retiró de la escena política caraqueña a mediados de 1802;


nadie lo forzó a irse: él mismo había pedido que lo transfirieran de vuelta a
España por razones de salud ya en 1798169, y resulta difícil saber si lo que estaba
en juego era su bienestar físico o político. Su considerable capital político parece
haber empezado a mermar en las circunstancias más duras de fines de la década
de los 90: en la decisión del Consejo de Indias respecto a la controversia sobre el
libre comercio al menos un fiscal pidió que se removiera a León, y el Consejo
entero dictaminó que León se había parcializado demasiado con la representación
de los hacendados170; a los legisladores de la Corte tenía que disgustarles sus
constantes transgresiones de las órdenes imperiales pese a que reconocían la
necesidad de cierta flexibilidad; en la provincia murió Carbonell, débil e ineficiente,
y fue reemplazado por Guevara Vasconcelos, individuo vigoroso a quien un
observador contemporáneo le adjudicaba el desmantela miento de la alianza
Quintana-León171. Además, la integridad de León quedó empañada cuando fue
acusado de traficar con la escasez de harina que afectó a la provincia en 1801, y
de favorecer la exportación de café sobre la del cacao, más importante para la
provincia, por ser él mismo un cultivador de café 172. A su regreso a España se le
confinó a su ciudad natal mientras el Consejo de Indias revisaba las acusaciones
legales en su contra en las que aparecía una cifra superior a los 250.000
pesos173. Pese a todo, León demostró una notable capacidad para la
sobrevivencia política: en enero de 1810 fue uno de los cinco hombres llamados
inicialmente para formar la Regencia de emergencia que gobernó a España en
esa época174.

1802-1808

Caracas no tuvo la oportunidad de recobrarse de los estragos de la guerra


de 1796; durante los años entre la Paz de Amiens en marzo de 1802 y la
usurpación del trono español por Napoleón en mayo de 1808, la provincia se vio
sometida a una nueva guerra ton Gran Bretaña, a dos intentos de invasión en
1806, a pesadas y dañinas cargas fiscales por parte de España, a un futuro
económico de deterioro y a una sucesión de sequías, inundaciones y plagas que
afectaron gravemente la producción agrícola. De igual importancia es el hecho de
que los dos funcionarios reales que gobernaron la provincia durante estos años
no estaban capacitados para enfrentarse al difícil período que les tocó. Ni
Guevara Vasconcelos, capitán general desde comienzos de 1799 hasta finales
de 1807, ni Arce, intendente desde comienzos de 1803 hasta mediados de 1809.
dieron muestras de tener la imaginación y la flexibilidad que caracterizaron a
Abalos, Saavedra, Guillelmi y León en su momento. Guevara y Arce parecen
haberse desempeñado bien como administradores, pero la época exigía mucho
más; ninguno de los dos supo reaccionar ante los retos que se les planteaban y
preferían esperar las órdenes reales ante la decisión más peligrosa de iniciar una
política por su cuenta. Dice mucho de ellos el hecho de que pese a no .ser
aliados políticos en absoluto, ambos criticaban abiertamente la anterior injerencia
de León en las regulaciones de comercio' '.
La paz de 1802 encontró a Caracas en un estado muy debilitado. Las dos
principales exportaciones de los productores de la provincia, el cacao y el añil,
estaban fuertemente golpeadas por la guerra; al menos dos tercios de las
plantaciones de añil habían dejado de producir1 ~l(>. La comunidad mercantil no
estaba en mejores condiciones ya que había sufrido fuerles pérdidas en
consignaciones y barcos y, además, se veía afectada poruña aguda escasez de
capital que menoscababa toda esperanza de una rápida recuperación 1''. La
Hacienda provincial también presentaba una crisis: padecía un déficit de más de
2.300.000 pesos, es decir, el equivalente al doble del ingreso anual por impuestas
en épocas económicas normales178.
La economía nunca volvió a la normalidad; pese a que la demanda de España
de mercancía colonial en general fue muy fuerte en el período de la posguerra, el
comercio entre Caracas y su principal mercado languideció entre 1802 y 1804 y
las exportaciones de cacao a Cádiz se mantuvieron en la mitad del nivel de antes
de la guerra, mientras que con el añil sucedía lo misino1^. Las razones de este
estancamiento aparecen relacionadas con las condiciones en Caracas: las
sequías y las plagas de insectos redujeron a menos de la mitad la cosecha anual
de cacao entre 1802 y 180-í180, y en lo tocante al añil, aunque la demanda de
España quizá empezó entonces su declinación a largo plazo, probablemente el
factor determinante en la limitación de esta exportación fue el colapso estructural
de la industria en la provincia durante la guerra. Aun la producción del tabaco,
aparentemente inmune frente a las fluctuaciones de los ciclos económicos, se
desmoronó entre 1803 y 180-i cuando la sequía redujo el volumen de la
cosecha'"1. Hubo que importar tabaco de Virginia para suplir la demanda de la
provincia.
La respuesta de Arce anie este sombrío panorama fue la de suspender
virtualmente todo comercio exterior poco después de su llegada en marzo de
1803182- Se recordará que ya la Corona había prohibido el comercio fuera del
Imperio a fines de 1801, pero Caracas, como venía haciendo desde 1777, escapó
al pleno alcance de la suspensión debido a una salida legislativa que le permitía
comerciar con las Antillas extranjeras en tiempo de paz. Arce suspendió este
privilegio y para justificar su acción argumentó con toda razón que el comercio
con las islas extranjeras del Caribe en el que se intercambiaban por esclavos,
numerario e instrumentos cualquier producto de la provincia excepto el cacao,
servía para encubrir la importación clandestina de productos extranjeros; también
señaló que en las circunstancias dadas no quedarían suficientes exportaciones
para llenar las bodegas de los barcos españoles si llegara a permitirse el
comercio con el extranjero.
l-os motivos que movían a Arce quizá eran primordialmente políticos y no
económicos; impulsado por el espíritu de la administración imperial en las
colonias desde 1801 en adelante, Arce probablemente trataba de reafirmar
simbólicamente el control y la disciplina del Imperio con el fin de contrarrestar la
impresión de que los lazos con la Madre Patria se habían aflojado para siempre
por las experiencias de los años de la guerra. Resulta sorprendente que la
prohibición del comercio no provocara una oposición abierta en la provincia
cuando fue anunciada, pero es posible que el estancamiento económico
imperante entonces haya reducido el impacto de la medida, aunque sólo
temporalmente. Cuando por fin la economía empezó a recobrarse en 1804 fue
para encontrarse enfrentada a una nueva guerra y una nueva interrupción del
comercio con España: con el comercio severamente limitado por las circunstan-
cias y la ley, el contrabando volvió a florecer por todas las costas de la provincia.
A fines de 1804, los conflictos de interés entre España y Gran Bretaña se
intensificaron de nuevo y en enero de 1805 comenzó una nueva guerra. Caracas
se hundió otra vez de inmediato en una depresión económica inducida por la
guerra de la que no pudo salir en los cuatro años siguientes. Salieron a la luz los
mismos gastados temas de la política de la provincia: revivir el comercio, prevenir
la amenaza militar del exterior y encontrar fondos de emergencia para la
administración colonial y las preparaciones de defensa. Sin embargo, el contexto
imperial de la provincia había cambiado considerablemente respecto al de las
crisis de 1779-83 y 1797-1801. El cambio de la política y la actitud de España en
lo tocante a la participación de las colonias en los gastos de la guerra tuvieron
una fuerte repercusión en Caracas, y valdría la pena examinarla brevemente18'-.
En etapas anteriores de la historia de sus guerras con Gran Bretaña, España
solía encontrar maneras de que el Imperio siguiera funcionando lo más
normalmente posible; sí esto requería abrir temporalmente el comercio del Imperio
a mercados extranjeros para garantizar el mantenimiento del tráfico de bienes,
mercancías y numerario, tanto mejor, pero con la condición de que esta apertura
fuese controlada y temporal. Los niveles de presión se mantuvieron en su mínima
expresión aparte-de los grandes problemas inmediatos causados por la guerra,
pero, al empezar a incrementarse los gastos militares en la década de los 90, los
recursos económicos internos de España y sus posibilidades de pedir préstamos
en Europa se fueron agotando y la Real Hacienda de las colonias que en tiempos
de paz completaban los ingresos de la Madre Patria con el cobro de impuestos y
remesas se convirtieron entonces en la fuente básica de financia miento de las
guerras. Ya cuando la Corona reabrió las colonias al comercio neutral a fines de la
década de los 90. se notaba claramente que sus prioridades ya estaban
cambiando; la meta no era sólo la de proporcionar productos vitales a las colonias
y mantener cierto nivel de exportaciones españolas a las Indias 181, sino más bien
encontrar también una nueva forma de financiar las guerras. En conjunción con
los primeros intentos de consolidar la deuda interna española, la Corona empezó
a vender letras de cambio a mercaderes extranjeros neutrales pagaderas por la
Hacienda de determinadas colonias. Esta medida para recolectar fondos vino a
sumarse a la manipulación del mercado americano establecido desde hacía
tiempo y que estipulaba la venta en España de los derechos monopolísticos de
proveer a determinadas colonias de harina. Más o menos en esta misma época, la
Corona hizo su primer intento serio de sacarle dinero a la Iglesia colonial al pedir
un porcentaje de los diezmos como donación de guerra.
Las finanzas de España todavía no se habían recobrado cuando el país se vio
arrastrado de nuevo a la guerra a finales de 1804. En esta ocasión las
necesidades fiscales de la Madre Patria prevalecieron sobre cualquier otra
consideración y la Corona explotó sin piedad toda posible vía para recabar
dinero. la medida más espectacular fue la apropiación de todos los fondos de ¡a
Iglesia, pero no fue la única; la Corona empezó a traficar no sólo con el
superávit de las haciendas coloniales sino también con todo el volumen del
comercio colonial. En vez de permitir el comercio directo neutral para compensar
la carencia de barcos españoles, la Corona se puso a vender derechos de
monopolio comercial con sus colonias a grandes firmas comerciales neutrales,
especialmente en los Estados Unidos; y hasta llegó a plantearse la posibilidad
de apoderarse del nuevo monopolio de la harina que le había otorgado al
marqués de Branciforte en J8Ü3- A la vez, ejercía una constante presión sobre
los funcionarios coloniales para que aumentaran las remesas a España.
Las nuevas medidas tuvieron una gran repercusión en Caracas. El primer efecto
de la guerra en la provincia había sido, como de costumbre, el cese casi total del
comercio con la Madre Patria: los bienes no exportados empezaron a acumularse
en los depósitos de La Guaira y en febrero de 1805, ei Consulado y el Cabildo de
Caracas pidieron a las autoridades que se permitiera el libre comercio 1145. Arce dio
de largas al asunto, reacción que habría de convertirse en típica para él al
confrontar una emergencia, pero ya a finales de mayo reconoció que la situación
se estaba haciendo desesperada y el 29 de mayo de 1805, en colaboración con el
capitán general, abrió la provincia a barcos neutrales y de naciones amigas18*.
Poco tiempo después, Arce recibió órdenes reales en las que se le informaba que
la Corona había otorgado privilegios de comercio exclusivo con Venezuela a la
Compañía Jolin Craig de Baiumore en diciembre de 1804' 87. Sin explicar
públicamente sus razones, Arce se retractó de inmediato y el 11 de junio volvió a
cerrar los puertos de la provincia; sin embargo, la situación fiscal se deterioró por
la ausencia de actividad comercial y en noviembre de 1805 Arce se vio obligado a
pedirle a la Corona el libre comercio. Para ello, no sólo adujo razones financieras,
habló también del excesivo y escandaloso contrabando que sólo podía
contrarrestarse permitiendo el comercio neutral. Ya para comienzos cié 1806, no
habiendo recabado gran cosa en lo que se refiere a impuestos durante un año,
Arce estaba dispuesto a actuar unilateralmente y reabrir la provincia, pero se topó
con la oposición de Guevara, quien temiendo una inminente invasión, censuró la
decisión de Arce por razones de seguridad"0. Arce, no convencido, de nuevo adujo
la necesidad del libre comercio asegurando a la Corona que no tenía por qué
albergar duda alguna respecto a la lealtad de los habitantes de la provincia 191.
Entretanto, empezaron a llegar por fin los barcas de Craig después de casi un año
de demora, pero los servicios de su compañía fueron considerados no sólo
insuficientes sino también peligrosamente monopolísticos tanto por Arce como por
la comunidad comercial local192. Esta última presentó una petición de libre
comercio a la Corona en abril193. El 25 de junio de 180Ó. Arce, con el acuerdo de
Guevara, reabrió la provincia al comercio neutral y sólo lo informó a la Corona tres
meses más tarde, el 20 de setiembre191. Madrid, coincidencialmente, también
había llegado a la conclusión de que sus novedosas concesiones a comerciantes
neutrales eran un fracaso; anticipándose diez días a la decisión de los
funcionarios caraqueños, la Corona declaró a las colonias abiertas al libre
comercio el 15 de jumo de 1805195.
En esta ocasión el comercio abierto no resultó ser la esperada panacea para los
males comerciales de la provincia. A diferencia de lo ocurrido con el libre comercio
entre 1797 y 1801, los barcos extranjeros no acudieron presurosos a llevarse
exportaciones y a traer importaciones196, lo cual no es sorprendente dada la
extrema gravedad de la situación internacional. Curacao, uno de los principales
mercados de la provincia en el Caribe, cayó frente al enemigo británico en 1806,
justo cuando se estaba permitiendo el comercio neutral. Un factor más importante,
quizá, es el hecho de que los comerciantes de los Estados Unidos mantenían su
distancia frente a Caracas; el embargo norteamericano de 1807 sobre el comercio
de los bandos beligerantes de la guerra europea constituía un serio obstáculo al
comercio con el segundo mercado extranjero de la provincia. Por consiguiente, la
economía caraqueña no se recobró y ya en abril de 1808 Arce advertía a la
Corona pérdidas de grandes proporciones en la agricultura de la provincia 197.
Con el comercio en su totalidad menoscabado en una u otra forma se presentó
una escasez de importaciones esenciales, aunque una de ellas fue quizá en gran
medida artificial, la de harina, principal grano de consumo de la población blanca
de la provincia196. En diciembre de 1806, Arce, siguiendo órdenes reales, empezó
a imponer el derecho de monopolio de Branciforte a ser el único proveedor de
harina de la provincia; el Consulado protestó de inmediato arguyendo que esta
concesión interfería con el comercio neutral ya que la harina era uno de los
principales productos traídos por comerciantes norteamericanos, pero Arce se
negó a actuar al respecto acusando al Gremio de impugnar decisiones reales en
un esfuerzo por desmantelar el monopolio. Sin embargo, una vez más la realidad
económica intervino e hizo ceder a Arce; los agentes de Branciforte no pudieron o
no quisieron aprovisionar a la provincia con lo cual se produjo una aguda escasez
de pan y, por tanto, en octubre de1808, Arce se vio forzado a suspender el
monopolio. También esta vez, y casi al mismo tiempo, la Corona hizo lo propio.
En el curso de la evolución en general negativa de los acontecimientos de esos
años se presentó un hecho favorable.- la nueva disposición tanto de la comunidad
mercantil local como de la Intendencia de trabajar juntos en lo que podrían
llamarse contratos gubernamentales, pese a sus diferencias en lo que respecta al
libre comercio y luego el monopolio de Branciforte. Se recordará que a finales de
la década de los 90 los comerciantes locales no quisieron o no pudieron
encargarse de la exportación del tabaco sobrante del monopolio estatal a cambio
de armas e importaciones esenciales. Esta situación cambió radicalmente a partir
de 1800: en 1803-18O4, algunos comerciantes locales hicieron un contrato con la
administración para importar tabaco de los Estados Unidos cuando se presentó
una falla en la producción local'99; en 1806, emprendieron la exportación del
tabaco sobrante200. Ya para 1809 los comerciantes caraqueños estaban
involucrados a todos los niveles de las transacciones gubernamentales,
exportando tasajo para alimentar a los ejércitos españoles en la Península,
importando armas y uniformes a través de agentes en Gran Bretaña y cooperando
en el traslado de fondos de la Hacienda a España20'.
La Hacienda de la provincia fue, en efecto, la principal víctima de los apuros
económicos del período; apenas superadas las tensiones de la guerra anterior
con Gran Bretaña, se presentaron los costos de nuevas preparaciones militares y
de nuevas remesas a España. Las finanzas de la provincia eran incapaces de
cumplir estas exigencias; a comienzos de 1805 Arce pidió un préstamo de
500.000 pesos al Consulado para cubrir gastos que iban en aumento, pero se
topó con una fría acogida203. Ya en setiembre informaba a la Corona que en el
futuro no iba a poder aceptar libranzas en contra de la Hacienda de Caracas203;
al aumentar los preparativos de defensa en 1806 como respuesta a dos intentos
de invasión de la provincia, la situación se deterioró aún más y en agosto Arce
informó a España que como la Hacienda no tenía en absoluto dinero alguno para
pagar los gastos extraordinarios exigidos y ni el monopolio del tabaco ni los
impuestos sobre el libre comercio con neutrales podían procurárselo, se iba a
apoderar de fondos de la Iglesia en la forma de un préstamo forzado 204. Para
agosto de 1808 la situación era peor que desesperada: la bancarrota total se
cernía sobre la provincia; Caracas tenía una considerable deuda corriente que
sobrepasaba el millón de pesos y sólo 300.000 pesos que se habían apartado
para cubrirla y mandarlos a España. El monopolio del tabaco del que la provincia
subsistía por lo menos desde 1803 estaba extremadamente debilitado, según se
le describía, y era inútil como fuente de ingreso. Pero había algo aún más grave;
la Real Hacienda, dando por sentado que la apropiación del ingreso de la Iglesia
se llevaba a cabo tal como se había planeado mediante el decreto de
consolidación de diciembre de 1804, permitió que se giraran libranzas por
700.000 pesos en contra de la casi quebrada Hacienda de Caracas 205. A la
Corona se le advirtió que de no cambiar rápidamente la situación, los 300,000
pesos apartados para ser trasladados a España iban a ser consumidos 206.
En 180Ó, la vieja amenaza de una invasión a la provincia apoyada por Gran
Bretaña se hizo por fin realidad; Francisco de Miranda intentó dos invasiones ese
año207. El revolucionario Miranda había convencido a los británicos de la
posibilidad de un alzamiento en Caracas, y éstos, por consiguiente, le liabían
suministrado barcos y hombres para esta empresa. El secreto no era uno de los
puntos fuertes de esta conspiración y para cuando se intentó invadir la primera
vez, en abril de 1806, con tres barcos y 150 hombres, ya la guardia costera
caraqueña había sido alertada: el desembarco al oeste de Puerto Cabello fue
frustrado y se perdieron dos barcos británicos y sesenta miembros de la
expedición invasora. Miranda lo intentó de nuevo en agosto, esta vez con diez
barcos de varios tamaños y unos 500 hombres; desembarcó justo al norte de
Coro, pasó varias días tratando de ganarse a la población local que había huido y
huyó también él cuando las milicias locales empezaron a dispararle a sus
hombres.
Dadas las circunstancias, estas expediciones de Miranda debieron constituir
una seria advertencia de la posibilidad de un ataque británico masivo contra la
provincia, especialmente si se toma en consideración la invasión de Popham a
Buenos Aires en la misma época. En efecto, entre 1807 y 1808 se estaban
movilizando 10.000 hombres para un ataque masivo contra la provincia, pero
ciertos acontecimientos en España previnieron Ja planeada invasión20". La
movilización temporal de 8.000 hombres que efectuó Guevara no íue, por tanto,
una reacción exagerada, aunque resulta revelador el que los funcionarios reales
de la provincia no mostraran señal alguna de temor de que las hazañas de
Miranda pudieran encontrar un eco en la provincia y con mucha razón: pese a la
dura experiencia que vivían debido a la guerra y a la política de la Corona que ésla
engendraba, la élite de los comerciantes y hacendados recibieron con entusiasmo
la derrota de Miranda y donaron hombres y dinero para contrarrestar cualquier
nueva incursión de «ese monstruo abominable.
La cadena virtualmente ininterrumpida de males que padeció la provincia en los
años que siguieron a 1797 tuvo un efecto particularmente maléfico sobre la
economía y las finanzas e incidió sobre el equilibrio de las fuerzas políticas en la
colonia, pero, pese a todo, e! ambiente político mejoró entre 1802 y 1808; los
desacuerdos públicos entre comerciantes, hacendados y funcionarios respecto a
la política comercial y los contratos gubernamentales de la década de los 90 se
habían esfumado. El problema racial ya no era objeto de tanta preocupación como
a mediados de la década de los 90 cuando las iniciativas reales y la rebelión de
Coro despertó por un tiempo el antagonismo y el temor de los blancos. La
amenaza republicana parecía aun más remota que durante el abortado episodio
de Gual y España. Entre los hacendados y los comerciantes no existía ningún
conflicto serio y Arce, aunque no tan dispuesto a cooperar como los intendentes
anteriores, sí trataba de satisfacer las necesidades de la provincia. Resulta
significativo que la economía, pese a todas las dificultades que confrontaba, no se
desmoronó. Sin embargo hubo un impacto que la provincia fue incapaz de
confrontar: el golpe a toda la estructura imperial que produjo la abdicación de
Fernando VII en Bayona en mayo de 1808
P. MICHAEL MCKINLEY (1993). CARACAS ANTES DE LA INDEPENDENCIA.
MONTE AVILA EDITORES.PAGS. 205-229

7. RUPTURA DEL EQUILIBRIO: 1808-181INTRODUCCIÓN

LA TOMA DE España por parte.' de Napoleón en 1808 no fue un simple


detonante de las acontecimientos que en Caracas condujeron a la lucha por la
independencia, fue su causa. En la Caracas de antes de 1808, descrita en este
estudio, iiay muy pocas indicaciones del conflicto que se avecinaba y nada que
presagie la inevitabilidad del colapso del orden colonial después de 1808, Durante
la mayor parte del período colonial tardío, Caracas prosperó, creció y maduró
como sociedad situada dentro de los confínes del Imperio. La élite que regía la
provincia no se había dividido en facciones enemigas en lucha por intereses
económicos y políticos antagónicos y hasta se podría decir que las tensiones
políticas, sociales y raciales habían disminuido para el momento de la crisis de
1808, cuyas consecuencias desestabilizaron a España y al resto del orden
colonial.
Esto no quiere decir que no existiesen conflictos potenciales en la Caracas de la
Colonia tardía: en cualquiera sociedad es posible bailar todo tipo de tensiones
económicas, políticas, sociales y raciales. El asunto es determinar si son lo
bastante fuertes como para producir un desequilibrio o si, por el contrario, el
conjunto de valores sociales, culturales y políticos las absorbe como parte normal
de la interacción de la sociedad. Según este criterio, y en especial comparada con
otras posesiones españolas del mismo período, Caracas a fines del siglo XVIII era
una sociedad bien equilibrada y relativamente tranquila. Esto no implica que el
equilibrio no pudiese romperse, pero cuando ocurrió, a partir de 1808, el principal
catalizador no fueron las tensiones internas ni tendencias latentes separatistas o
nacionalistas dentro de la colonia.
En Caracas, el factor de desestabilización fundamental que condujo a la
eventual destrucción de la sociedad colonial y la determinó fue la confusión
política que surgió con el colapso de la autoridad tradicional de España en 1808,
No es posible sobrevaluar el impacto negativo de este hecho en todo el Imperio.
En el proceso de las reacciones ante la crisis aparecieron divisiones entre los
españoles en la Madre Patria, entre los europeos en las colonias y aun entre los
criollos de América. Muy pronto las reacciones conflictivas ante la ocupación
francesa crearon una situación revolucionaria tanto en España como en la mayoría
de las colonias; diferencias políticas mal definidas se convirtieron en antagonismos
dogmáticos y nuevas corrientes y nuevos hombres, que no hubiesen sido
acogidos de la misma forma en épocas más tranquilas, aparecieron en escena. En
España estaban representados por las fuerzas del liberalismo constitucional, la
descentralización y el militarismo y sus dirigentes; en las colonias, por los ideales
del separatismo, el nacionalismo y la república, y las hombres que los
encabezaban, Mientras que en España las tendencias radicales minoritarias
quedaron temporalmente derrotadas por las fuerzas tradicionales y conservadoras
al ser restaurado Fernando VII, en la mayoría de las colonias americanas, en
cambio, donde los revolucionarios eran también una minoría, las nuevas corrientes
ganaron [a partida. En Caracas, los radicales, ayudados por los acontecimientos y
por una extraordinaria voluntad de poder, transformaron lo que comenzó como un
movimiento autonomista en una revolución por todo lo alto y lograron su objetivo
último de independizarse de España,

EL COLAPSO DE LA AUTORIDAD ESTABLECIDA: 1808-1810

La génesis de la crisis de 1808 puede situarse en la vacilante participación


de España en las guerras europeas a partir de 1793 1. España combatió sin éxito
primero contra la Francia revolucionaria y luego contra Gran Bretaña durante doce
años en un lapso de dieciséis años. El daño producido por estas hostilidades casi
ininterrumpidas era fácil de predecir. El comercio con sus colonias americanas, del
que dependía gran parte ele la prosperidad de su economía doméstica, se veía
interrumpido continuamente; la Corona se veía reducida a la penuria fiscal y tenía
que encontrar medidas cada vez más extremas para recabar dinero. Las
capacidades militares del país estaban mermadas por las pérdidas en vidas, la
derrota y la desmoralización. La armada española, de la que dependía la
sobrevivencia de la teoría mercantilista del Imperio, estaba menoscabada por las
derrotas marítimas y, en especial, por la espectacular derrota de Trafalgar en
1805. Estas repercusiones negativas afectaron también al Imperio americano; a
las economías coloniales se les sometió a graves cargas, y algunas de las
colonias se vieron involucradas directamente en los conflictos militares: España
perdió más o menos permanentemente a Santo Domingo y a Trinidad en la
década de los 90 y Buenos Aires sucumbió temporalmente a una invasión britá-
nica en 1806. En suma, la crisis de la posición internacional del Imperio (la Madre
Patria y las colonias) amenazaba cada vez más su estabilidad a partir de 1790.
El desgaste de España entre 1793 y 1808 puede medirse no sólo según las
pérdidas económicas y físicas. Tanto el país como el Imperio tuvieron la desgracia
de estar regidos por un rey relativamente débil, cuyo sistema de gobernar a través
de favoritos socavó el hábil aparato ministerial creado por Carlos III, El -Príncipe
de la Paz-, Manuel Godoy, gobernó, si no con malevolencia, al menos corrupta e
ineficazmente en nombre de Carlos IV (1788-1808). Su equivocado intento de
llegar a un acuerdo con la Francia napoleónica manteniendo el sistema de alianza
entre Francia y España que había regido cuando ambos países tenían soberanos
Borbones, condujo a la guerra con Gran Bretaña y sus desastrosas
consecuencias. Las políticas, a la vez vacilantes y desesperadas, adoptadas para
confrontar las sucesivas crisis no agradaban a nadie en España: los
conservadores clericales, los reformadores carlistas, los liberales, los mercaderes
de Cádiz y los industriales catalanes se hallaban todos en una posición cada vez
más opuesta a la corte regida por Godoy.
La magnitud de la crisis política en España se reveló a comienzos de 1808,
antes del golpe de Napoleón en Bayona en mayo. Los partidarios del príncipe
coronado, Fernando, organizaron disturbios frente al palacio real en Aran juez el
17 de marzo y ya para el 19 se produjo la caída de Godoy y la abdicación de
Carlos IV en favor del futuro Fernando VIL Quizá se ha subestimado la
importancia de este acontecimiento.- por primera vez desde la reunificación de
España en 1492, se destronaba a un monarca, lo cual resultó en el descrédito de
la autoridad absolutista de la Corona que los antecesores de Carlos habían
cultivado esmeradamente durante el siglo XVIII; Fernando VII no tuvo ni la
oportunidad ni el tiempo de deshacer el daño ya que el 10 de mayo tuvo que
abdicar en Bayona a favor del hermano de Napoleón, José. Muchas de las
autoridades establecidas por toda España vacilaron al confrontar la decisión de
reconocer al usurpador francés y seguir adelante o alzarse contra Napoleón en
nombre de Fernando, pero muchos se quedaron sin decidir por sí mismos debido
a la magnitud de la reacción pública hostil a los franceses: el Consejo de Castilla
todavía estaba por decidirse cuando se desató en las calles de Madrid la guerra
española por la independencia (1808-14).
La insurrección contra los franceses salvó a la monarquía, pero Fernando,
prisionero como estaba, no tuvo ninguna influencia sobre la guerra llevada a cabo
en su nombre, a no ser como símbolo unificador. Pero quizá esto se adecuaba a
las circunstancias ya que los acontecimientos entre marzo y mayo
desencadenaron fuerzas que ponían en tela de juicio los fundamentos de la
monarquía tal como estaba estructurada antes de 1808. Estas fuerzas estuvieron
en ascenso hasta 1814 y si se considera la intolerancia de Fernando Vil ante el
cambio revelada posteriormente, podría pensarse que quizá su presencia física
durante la guerra podría haber provocado una división en tan gran escala que
hubiera resquebrajado la resistencia española ante los franceses. Tal como se
desarrollaron los acontecimientos, la unidad patriótica de todas las clases y
regiones frente a los invasores apenas disimulaba la lucha política entre liberales
constitucionales y regionalistas para transformar la estructura legal del gobierno y
aun de la sociedad española.
La desintegración de la urdimbre, no nacional, sino política de España salió a la
luz en los meses que siguieron al alzamiento popular del 5 de mayo de 1808 en
Madrid: un grupo relativamente grande de funcionarios gubernamentales,
temerosos y descontentos, los afrancesados, de inmediato se la jugaron por los
franceses durante toda la guerra. Sin embargo, la mayoría de la élite del país,
nacional y local, se apresuró en asegurarse el control de los movimientos de
masas en contra de los franceses en sus respectivas provincias antes de que
éstos se convirtieran en revoluciones sociales. Por toda España se establecieron
juntas provinciales para dirigir los esfuerzos de guerra locales, y, debido a ello, el
regionalismo anticentrista que los Barbones habían tratado de enterrar cobró
nueva vida. Las juntas que pudieron hacerlo legitimaron su régimen con
elecciones locales y se pudo ver el extraño espectáculo de terratenientes,
funcionarios y demás conservadores pidiendo apoyo al pueblo. Las tendencias
autonomistas de las juntas demoraron el establecimiento de una autoridad
nacional central hasta setiembre de 1808, y entonces el único acuerdo a que se
llegó fue al de una Junta Central federalista, con poco poder, para coordinar la
defensa nacional.
La Junta Central, que durante su corta existencia se vio obligada por los
franceses a retroceder hacia el sur desde Aranjuez, primero a Sevilla, luego a
Cádiz y por último a la Isla de León, frente a Cádiz, se disolvió en enero de 1810
en favor de ia Regencia, que contaba con cinco miembros. La Regencia, casi
olvidando las tropas francesas que sitiaban a Cádiz y con las tendencias
centrífugas de las provincias temporalmente reprimidas, se dedicó a los
problemas reformistas que ardían en el tras-fondo desde marzo de 1808. Aunque
parezca increíble, en plena lucha nacional por la sobrevivencia, convocó a las
Cortes o Congreso General de los pueblos españoles. Esta acción es equivalente
al gesto de Luis XVI al reunir los Estados Generales en 1789, con la salvedad de
que las circunstancias de España eran más extremas. Se llevaron a cabo eleccio-
nes imperfectas donde era posible hacerlo y el 24 de setiembre de 1810 se
instalaron las Cortes en la Isla de León. Durante el año y medio siguiente, con una
guerra que hacía estragos a su alrededor y un Imperio que empezaba a
resquebrajarse, los dirigentes nominales del país trataron asuntos legislativos de
poca importancia práctica inmediata. El control de las Cortes, si no de la
Regencia, por parte de los liberales constitucionales y los reformistas sociales
permitió a estos instituir la radical Constitución de 1812 que ofrecía una
monarquía limitada, un gobierno representativo, un electorado libre y la abolición
de privilegios especiales corporativos o de clase.
El espectáculo y el ejemplo de la Madre Patria, que había derrocado a un rey
en 1808 y luego jugado simultáneamente con las ideas de la autonomía local y la
representad vida d mientras se desmoronaba en un marasmo vírtualmente
ingobernable a punto de ser devorado por el francés invasor, debió de producir un
profundo impacto en el cuerpo político de todas las colonias americanas; en
efecto, la revolución comenzada en España pronto tuvo repercusiones a! otro
lado del Atlántico. En el caso de Caracas, la reacción ante los acontecimientos en
España entre 1808 y 1810 fue muy paralela a la reacción y el curso seguido por
las provincias españolas y los grupos políticos locales. La diferencia, por
supuesto, estriba en que el elemento radical en la colonia abogaba no por la
constitución sino por la independencia.
Antes de 1808 hay muy pocos indicios de lo que pensaba la élite gobernante
caraqueña sobre la manera como España y el Imperio eran regidos por Godoy y
Carlos IV. Los comerciantes y hacendados locales y los representantes del
Imperio, confrontados a las crecientes dificultades por las que pasaban después
de 1796 debido a las guerras europeas de España, limitaban su desacuerdo
público a respetuosos intentos de protesta en contra de las decisiones reales
nocivas a los intereses de la provincia o a una respetuosa ignorancia de éstas. No
obstante, este cortés silencio respeao a los asuntos más importantes albergaba
quizá un agudo y oculto sentimiento de creciente hostilidad hacia el régimen
políticamente podrido de España. Los caraqueños debieron pensar que las
políticas de emergencia, inconsistentes y vacilantes diseñadas por España para
salvar su economía y cubrir los costos de la guerra tomaban cada vez menos en
consideración las necesidades de la colonia que también vivía momentos difíciles.
La noticia de la abdicación en Bayona llegó a Caracas en julio de 1808. La
historia de lo que pasó entonces es bien conocida 2; la población en general y la
mayoría de la élite económica y social dio su apoyo entusiasta a la resistencia
española que luchaba en nombre de Fernando VIL El nuevo capitán general, Juan
de Casas, primero vaciló en tomar partido pues sus simpatías estaban claramente
del lado de la facción de los afrancesados en España que apoyaban a José I,
pero la intensidad de la reacción popular a favor de Fernando Vil convenció
rápidamente a Casas de que sería mas oportuno plegarse. Luego, por razones
que nunca han sido explicadas satisfactoriamente. Casas sugirió la formación de
una junta según los lineamientos de las que se estaban formando en España para
confrontar la emergencia. El Cabildo de Caracas replicó sugiriendo una junta
compuesta por dieciocho personas, que incluía al capitán general, el intendente,
el arzobispo, el regente de la Audiencia, comandantes militares, representantes
del Cabildo, comerciantes, hacendados, nobles, gente del clero y de la
universidad, gente del Gremio de Abogados y el pueblo3, pero quizá el arresto
casi simultáneo de tres hombres acusados de una conspiración republicana
amedrentó a Casas4; lo cierto es que, fueran las que fuesen sus razones, ya para
comienzos de agosto había abandonado su proposición. Un número significativo
de la élite de la provincia, por su parte, rehusó ceder: el 24 de noviembre le
sometieron a Casas una nueva petición para la formación de una junta. La
reacción de Casas fue rápida: los cuarenta y tantos firmantes fueron todos
arrestados. A los pocos meses ya los habían soltado a todos y la agitación inicial
generada por la abdicación se calmó por el momento.
Pero era una calma engañosa; lo sucedido entre julio y diciembre revela
claramente que la abdicación de mayo había desencadenado fuerzas subversivas
en Caracas similares a las que se habían desatado en España, aunque
adecuadas al ambiente local. La diferencia, por supuesto, es que los individuos
que encabezaron la reacción patriótica en Caracas, también con la esperanza de
reformar el gobierno, eran ya una parte central de la élite gobernante de su «país-,
mientras que en España fueron sobre todo las élites de las provincias las que
conformaban los focos de resistencia ante los franceses y de reformismo. En otras
palabras, en Caracas la división política que se dio de julio a noviembre fue entre
grupos gobernantes de la provincia hasta entonces unidos.
Aparte de lo que pudiese representar, la proposición de una junta gobernante
de emergencia no fue una iniciativa exclusivamente de ios criollos ni un intento
por parte de estos de tomar el poder, pese a lo que nos quieren hacer creer los
enemigos de la moción en su momento y los historiadores posteriores 5. Es
necesario recalcar de nuevo que la idea de la junta no fue tina respuesta local
ante la crisis imperial; el precedente-para la formación de juntas fue sentado por
las numerosas provincias de España y, aún más, quien primero sugirió
abiertamente la formación de una junta en Caracas fue el capitán general Casas.
Además, había antecedentes en la historia de ia provincia y aprobados por el Rey
como la del Ayuntamiento de Caracas, es decir la élite local, que en períodos de
crisis había compartido directamente la responsabilidad administrativa del
gobierno6. Por tanto, cuando la élite caraqueña empezó a contemplar seriamente
la creación de una junta a fines de julio de 1808, no le faltaban ejemplos en qué
basarse.
Una ve¿ establecida la idea de la junta en la provincia, se incorporaron
españoles, canarios, criollos, hacendados y comerciantes7. Kl primer instigador de
la petición de una junta —petición que se le entregó a Casas el 24 de noviembre
con cuarenta y ocho firmas— fue nada menos que el peninsular Antonio
Fernández de León, el hermano del ex intendente y futuro marqués de Casa
León, un convencido monárquico. Al menos doce comerciantes, la mayoría
españoles, firmaron el documento juntista, y muchos otros comerciantes y
españoles fueron oficialmente investigados cuando Casas quiso reprimir el
movimiento8. Aún más. muchos de los firmantes eran importantes representantes
de la élite colonial: el conde de Tovar, el conde de San Xavier, el cuarto marqués
del Toro, León, los hermanos Ribas, Andrés Ibarra y José Vicente Escorihuela,
entre los hacendados que también eran comerciantes, y J, J. Argos, Fernando
Key Muñoz. José Vicente Galguera y Martín Tovar y
Ponte, entre los comerciantes que eran también cultivadores. Hubo un hombre
que no firmó la petición, pero que prometió apoyarla, el peninsular ex regente de
la Audiencia, Antonio López Quintana9, y es posible que otros funcionarios Reales
de alta jerarquía simpatizaran con el proyecto. Para redondear las dimensiones de
esta importante alineación, hay que señalar que aunque varios individuos claves
de 1810 no firmaron el documento, es lícito pensar, dadas sus actividades
revolucionarias posteriores, que al menos aprobaban parcialmente la iniciativa.
Este-grupo incluía a los hermanos Bolívar, los hermanos López Méndez, Miguel
José Sanz y Vicente Salías. Finalmente, entre los miembros de la comisión de
estudio sugeridos en la proposición estaban los dos otros nobles de Caracas,
quienes tampoco firmaron la petición, el conde de La Granja y et marqués de
Mijares.
En resumen, sería difícil si no imposible encontrar una muestra más respetable
y representativa de la élite gobernante de la provincia que el grupo de los que
firmaron o apoyaron la petición del 24 de noviembre. A los individuos involucrados
no debió parecerles improbable que el capitán general respondiese
favorablemente a una solicitud de un grupo tan sensato, moderado e influyente.
Sin embargo, no fue así: Casas era un francófilo quisquilloso, incompetente y débil
de carácter y además un viejo enfermo que no sentía ninguna simpatía por lo que
acontecía en España y estaba dispuesto a oponerse a cualquier intento de que se
repitiese en la provincia10. Su único aliado político era el regente visitador,
igualmente malquerido pero mucho más hábil, Joaquín de Mosquera, nacido en la
vecina Nueva Granada, quien había reemplazado a López Quintana como
miembro principal de la Audiencia11. Ninguno de los dos estaba dispuesto a pactar
con los juntistas. En su defensa puede alegarse que las implicaciones de la
formación de una junta eran serias pues ésta implicaba que la provincia se estaba
situando a la par de las provincias de España y que usaba los mismos derechos
para proteger intereses locales. Es decir, los dirigentes de la provincia con esta
acción rechazaban implícitamente su calidad de dependencia administrada y
reclamaban su reconocimiento como parte integral de la nación española. Pero
esta tendencia hacia la autonomía no era aún lo bastante explícita o radical como
para requerir las medidas que empleó Casas para detenerla. A diferencia de la
situación en colonias tan diversas como Nueva España, Quito, Chile y Buenos
Aires, donde un sector político, empeñado en coartar las ambiciones de otro,
derrocó a los capitanes generales o virreyes en 1808 y 1809, la proposición de la
junta en Caracas fue presentada por vías legales al capitán general por hombres
moderados que representaban la mayoría de los intereses de la colonia. Además,
el plan aceptaba abiertamente la continuidad del capitán general como cabeza del
gobierno, aunque con poderes un tanto limitados. La actitud del capitán general
parecía haber producido el efecto esperado ya para fines de 1808 y comienzas de
1809: las órdenes de arresto, en su mayoría de corta duración y aplicadas con
lenidad, amedrentaron a varios de los firmantes de la petición y los llevaron a
negar su participación en el hecho, con lo cual el movimiento juntista pareció
perder toda fuerza. Casas y Mosquera quizá apresuraron la aparente sumisión de
los descontentos con la amenaza de movilizar el apoyo de los pardos en contra de
cualquier intento de tomar el poder por parte de la élite blanca local 12. Ya para
mayo de 1809 los últimos que quedaban bajo arresto domiciliario habían sido
liberados.
No obstante, el triunfo de Casas fue ilusorio: al privar de libertades civiles a los
más ilustres hombres de la provincia y al tratarlos como si fueran marginales
políticos rebelados, resquebrajó el consenso y el diálogo político entre los grupos
dirigentes que había imperado hasta entonces en la provincia. Seria difícil hallar
en la historia del Imperio un caso equivalente al del encarcelamiento por parte de
Casas de virtual-mente la dirigencia total de la sociedad de una provincia, y esto
en una región donde las élites locales habían cooperado a menudo con los
funcionarios reales enviados para gobernarlos. La repercusión práctica de la
medida de Casas fue la de debilitar la ya tambaleante fuerza simbólica en la que
descansaba la autoridad del capitán general al revelar que la fuerza ejecutiva
imperial era tan arbitraria como el ya desacreditado régimen monárquico que
representaba. En la élite de la provincia, los hombres más moderados que hasta
el 24 de noviembre de 1808 habían creído que el consenso y el diálogo eran
todavía posibles, tuvieron que darle paso a quienes abogaban por una solución
más radical a la crisis de gobierno imperial.

El año 1809 fue una especie de hiato en Caracas entre el fermento de 1808 y
la explosión de 1810. Empezó bastante bien: a la provincia llegaron noticias de
la gran victoria española en Bailen y del establecimiento de la Junta Central que
habría de dirigir la guerra. Ambos acontecimientos fueron acogidos con un fervor
patriótico bastante genuino en enero, y las tensiones acumuladas en la provincia
parecieron calmarse13. La Junta Central contribuyó a me/orar la situación al dar
esperanzas a la colonia de una inminente reforma del sistema imperial al
declarar que ¡as colonias eran parte integral de la nación1'1. Este ofrecimiento de
un status igualitario respecto a las provincias de España se hizo más sólido
cuando se invitó a las colonias a celebrar elecciones para mandar repre-
sentantes a la Junta.
En la provincia, el polémico Casas y el intendente, presuntamente corrupto, Arce,
fueron reemplazados por Vicente Empatan y Vicente Basadre, en mayo de
180915. Emparan, que por más de una década había sido gobernador de la vecina
Cumaná, era muy conocido como administrador flexible y competente y tenía
vínculos de amistad con miembros de la élite caraqueña. La transición política,
que al comienzo fue bien recibida en Caracas, coincidió con una notable
recuperación de la economía de la provincia: el fin de la guerra marítima con Gran
Bretaña hizo de 1809 un año récord para las exportaciones caraqueñas. La
decisión de Emparan y Basadre de mantener abiertos los puertos de la provincia
al comercio extranjero, pese a las órdenes imperiales adversas, contribuyó mucho
en este resurgimiento16. Arce, antes de marcharse, llegó hasta el punto de bajar
las tarifas del comercio no imperial para estimular el comercio extranjero con la
provincia17. Entre 1808 y 1809 los intendentes, según ellos con la intención de
enviar remesas a España, revivieron el sistema de libranzas y se pusieron a
entregar grandes sumas de los fondos de Hacienda a hacendados y comerciantes
seleccionados, entre los que estaban Simón Bolívar y Antonio Fernández de León,
acabado de salir de la cárcel y con un reciente título nobiliario18. A no ser por los
numerosos indicios de una sostenida tensión subte-nanea, todo parecía indicar la
posibilidad de un rapprochement. El asunto dominante en la colonia no era ya el
estado de la economía sino la situación en España; el destino de la Madre Patria y
los problemas políticos suscitados por la abdicación ocupaban la mente de todos,
y la única esperanza de aliviar las tensiones en la provincia estaba en una
combinación de la resolución exitosa de la guerra con Francia y la promulgación
de reformas para el orden imperial. Sin embargo, la situación en España se fue
deteriorando a lo largo de 1809: la victoria en Bailen resultó ser el punto más alto
de la resistencia española organizada ante el invasor francés y de allí en adelante
la defensa militar de las regiones no ocupadas del país se desmoronó ante el
avance del enemigo. Entretanto, las juntas provinciales que se mantuvieron
continuaron peleándose entre ellas, coartando los esfuerzos que hacía la Junta
Central para enfrentarse eficazmente a la guerra y establecer una autoridad
central legítima para la nación y el Imperio. Además, la Junta Central, aun
tolerando en su seno las divisiones de regionalistas, centralistas, reformistas y
conservadores, empezó a mostrar una señalada frialdad a

manifestaciones similares en las colonias americanas19. También prohibió el libre


comercio que venía practicándose en las colonias desde 1806, aduciendo que la
guerra con Gran Bretaña, causa de dicha concesión, había terminado20. Por más
cieno que esto fuera, España distaba mucho de estar en una posición que le
permitiese reasumir enteramente las responsabilidades del comercio imperial; la
prohibición indicaba claramente a las colonias que los liberales españoles se
oponían tanto a las reformas económicas del sistema imperial como los cerrados
conservadores mercantil istas.
Los acontecimientos negativos en la Madre Patria contribuyeron mucho, sin
duda, a que se mantuviera vivo en Caracas el deseo de formar una junta
autonomista. Era poco lo que podía hacer Emparan por restablecer la confianza
en la autoridad imperial; Casas, su antecesor, le había propinado un golpe fatal a
la legitimidad que la Junta Central trataba de establecer al manipular la elección
del diputado local de modo que el poco representativo Mosquera partió para
España como delegado regional21. Emparan supo evitar controversias de esta
naturaleza, pero se enredó en ciertos mezquinos pleitos jurisdiccionales con entes
corporativos locales, lo cual incrementó el malestar general22. En el ámbito eco-
nómico hubo problemas políticos también, pese al retorno de la prosperidad.
Basadre, en un intento parcial por cumplir la prohibición sobre el comercio
extranjero, alzó las tarifas que Arce había bajado topándose así con la oposición
de un combativo Consulado23. La reacción del Gremio quizá reflejaba también un
rechazo más amplio a toda medida que coartara el comercio con las islas antes de
que la economía española recuperase sus niveles de pre-guerra. La colonia
disfrutaba por primera vez de cierto bienestar económico ausente desde mediados
de la década de los 90 y no parecía estar dispuesta a aceptar que se interfiriera
con una de las principales fuentes de esta prosperidad. No se trataba de
desacuerdos insalvables, pero en el contexto de la época, resultaban
particularmente inoportunos.
En efecto, los acontecimientos en España a todo lo largo de 1809 fueron
socavando más y más la autoridad de los funcionarios imperiales en Caracas. Es
cierto, desde luego, que Casas contribuyó notablemente en esta erosión por sus
reacciones extremas en 1808, pero con o sin él hubiera ocurrido lo mismo: el
sistema imperial que estos funcionarios representaban de cierto modo ya no
existía en 1809, y sólo resucitó en 1814. Toda la red jerárquica de autoridad que
otorgaba a estos funcionarios sus posiciones estaba subvenida a partir de su
centro; ni las juntas provinciales de España, ni su Junta Central, constituían
sustitutos adecuados de la destronada monarquía y, además, ponían en juego
conceptos políticos contrarios al régimen imperial tal como estaba estructurado. Al
observar cómo el sistema que antes habían representado se volvía contra sí
mismo y sucumbía ante el usurpador francés, los funcionarios caraqueños deben
de haber experimentado una creciente sensación de inseguridad en sí mismos y
de insignificancia; con la desmoralización se produjo un quebrantamiento de la
voluntad de poder y una desgana de emplear las fuerzas armadas de la provincia
para defender su autoridad. En el caso de Kmparan, el hecho de que fuese un
afrancesado hacía poco probable que defendiese con ardor un sistema imperial
representado por la dividida resistencia española. En efecto, las dudas respecto a
su lealtad le merecieron una investigación sobre su actuación como capitán
general cuando volvió a Kspaña después de 1810 24; al parecer, su ambivalencia
política se extendía también a sus relaciones con los juntistas caraqueños, entre
quienes tenía varios amigos. Tanto en diciembre de 1809 como en marzo de 1810,
cuando se conspiraba para instalar una ¡unta, hizo poco más que tratar de disuadir
a los conspiradores calladamente25. Para decirlo en pocas palabras, Emparan no
era el hombre indicado para defender el viejo sistema imperial en el momento en
que se vio retado.
Para comienzos de 1810, la situación militar en España se había deteriorado hasta
ta[ punto que la resistencia española organizada por la Junta Central se reducía a
una cabeza de puente en Cádiz, al sur del país. El estrepitoso fracaso de la Junta
Central tanto a nivel político como militar llevó a su disolución en favor de una
Regencia formada por cinco miembros que habría de legitimarse con el nombre de
Cones. Un signo fatal de la ceguera revolucionaria que se había apoderado de
España en ese entonces es la invitación a las colonias para que formaran parte de
las Cones en términos incitantes que afirmaban que desde ese momento los
hispanoamericanos podían considerarse elevados a la categoría de hombres
libres y que sus destinos ya no iban a depender de ministros, virreyes o
gobernadores, sino que estaría en sus propias manos26. Las ¡untas provinciales de
España no se apresuraron en reconocer la nueva autoridad central como tampoco
las colonias americanas cuando se enteraron de la novedad. Las fuerzas juntistas
de Caracas, reprimidas desde hacía tiempo, entraron en acción inmediata y
decididamente sólo cuatro días después de que llegó la noticia de los sucesos en
España. El 19 de abril de 1810 Emparan fue depuesto pacíficamente y
reemplazado por la Junta Suprema Conservadora de los Derechos de Fernando
Vil, que se negó a reconocer la Regencia de España27
LA RADICALLZACION DEL CONELICTO: 1810-1811
El aspecto más notable del golpe del 19 de abril es el apoyo activo que
recibió ele la inmensa mayoría de los grupos políticos de la provincia28; la élite
española y criolla de hacendados y comerciantes de Caracas se precipitó a
cumplir funciones de gobierno con un fervor cívico que contrastaba fuertemente
con su pasada historia de letárgica participación en el nivel institucional de la
política29. Los funcionarios administrativos secundarios y aun algunos de alto
rango y los oficiales militares de la burocracia real y las fuerzas armadas
permanecieron en sus cargos y aceptaron promociones del nuevo régimen*. El
arzobispo de Caracas ordenó a sus sacerdotes predicar el apoyo al nuevo
gobierno31. En el resto de la provincia, los ayuntamientos locales, con la im-
portante excepción de Coro, expresaron su lealtad a la Junta Suprema 52; como
consecuencia de la aceptación general, no hubo arrestos preventivos de
enemigos potenciales durante las primeras semanas después del golpe y sólo
nueve funcionarios del antiguo régimen fueron deportados53.
Es evidente que en esta fase de la revolución la gran mayoría de la población
política no sentía que se había llevado a cabo una usurpación ilegal. Con los
múltiples ejemplos de insurrecciones en las provincias de España y también, cada
vez más, del Imperio, y con el incentivo de la incertidumbre política de los dos
años anteriores y el aparente colapso de la resistencia y del gobierno español, las
habitantes de Caracas tenían sobradas razones para formar una junta por su
cuenta como medida de emergencia para protegerse. La mayoría de ellas,
simplemente ansiosos de participar más plenamente en las corrientes reformistas
y autonomistas que se extendían por la Madre Patria y el Imperio, no tenían por
qué pensar que su movimiento iba en contra de la tendencia dominante de la
época. En cierto sentido, los caraqueños sólo seguían el oblicuo conejo de la
Regencia al deshacerse de los últimos vestigios del pasado régimen.
Lo inusitado de la reacción caraqueña ante los dos años de crisis imperial fue
rechazo categórico del gobierno central constituido en España; pero, por otra
parte, es poco probable que muchos en Caracas sintieran que estaban haciendo
otra cosa que reconocer una situación en la Madre Patria: para ellos, negarle
legitimidad a la Regencia no constituía un primer paso hacia la independencia.
Esto, quizá, resulte difícil fue entender cuando se examina un período en el que
los acontecimientos se sucedían unos a otros con asombrosa rapidez y en el que
se evidenció bastante pronto que España no iba a caer y que, en efecto, la lucha
por la independencia había comenzado. No obstante, para el momento de la
formación de la Junta Suprema en Caracas existía un sentimiento muy claro de
que el gobierno imperial central había desaparecido: los dos años anteriores
habían traído la inceitidumbre de dos abdicaciones, la influencia de las corrientes
revolucionarias, el espectáculo del éxito de la invasión francesa y las
extravagancias anárquicas de los gobiernos en España, todo lo cual pareció
culminar en el descrédito; y la disolución de la Junta Central y en la aparente
inminencia del triunfo de Francia. Por tanto, el rechazo de la autoridad de un
nuevo gobierno español improvisado, la Regencia, y la creación de una junta
local debió presentarse como la única vía sensata que podía tomar la provincia
para su propia protección.
Si existe alguna duda respecto al impacto que la crisis de 1808-1810 produjo
en la mentalidad de la élite caraqueña, basta revisar la propaganda distribuida por
la Junta Suprema en sus primeros meses en el poder34: allí se verá cómo la
principal justificación de su creación no se basaba en una descripción de los
males del régimen colonial, con podría haberse esperado y como sucedió más
adelante, y que tampoco se recurría a las teorías del contrato social y la natural
soberanía de I pueblos del siglo XVIII En cambio, la justificación que se esgrimía
fundaba en referencias a los acontecimientos en España y se recurría lo que se
consideraba como la ley y la práctica de España. El argumento era el siguiente:
las colonias según la ley eran propiedad de la Corona no estaban sujetas a la
autoridad de poderes intermediarios o Ínterin-por tanto, la abdicación en Bayona
había disuelto por el momento 1 lazos más fuertes entre la Madre Patria y sus
colonias. Caracas, pese todo, mostró su sostenida lealtad a España cuando
reconoció en 1808 la Junta Central establecida por las juntas provinciales para
coordinar 1 lucha contra Francia; sin embargo, la Junta había gobernado de mane
corrupta, ineficiente, hipócrita y sin representar realmente a nadie: cu' do cayó, no
fue debido a las armas francesas sino debido ai pueb español que no le tenía
ninguna confianza35. Las conclusiones que dían sacarse de esto son obvias: una
Regencia establecida por una jun semejante no tenía ningún derecho legítimo a la
autoridad y entone hasta que Femando VII no volviese a ocupar su trono,
Caracas, co parte integral de la nación, tenía los mismos derechos que las
provine1 de la Península para establecer una ¡unta que velara por sus intereses
su seguridad.
La calma y la tranquilidad de Caracas en los cuatro o cinco primeros meses
después del golpe del 19 de abril sólo se entiende a cabalidad se la coloca en
este contexto, es decir, el de la certeza predominante de que se trataba de un
acto legalmente correcto justificado por las circunstancias y por el hecho de que
se mantenía la lealtad al símbolo de la unidad imperial, la monarquía. La
Regencia, en España, al no tomar ninguna actitud firme contra Caracas durante
meses, contribuyó a acallar las tensiones potencialmente conflictivas en la
provincia36. Los moderados y los monárquicos en la colonia, quienes como
veremos constituían la mayoría política en la provincia, podían así engañarse a sí
mismos y pensar que sólo se había efectuado una reforma del gobierno, Lina
medida práctica frente a una emergencia.
Había habido, por supuesto, un cambio de importancia fundamental: en lo
que toca a la política de la provincia, un tercio de la élite dirigente desapareció
de la noche a ia mañana. Kntre los nueve individuos deportados desde La
Guaira después del 19 de abril se hallaban el capitán general, el intendente, la
mitad de los abogados de la Audiencia y oficiales militares de alto rango37.
Además de demostrar que la presencia de la Corona en la provincia había sido
más que todo simbólica antes que institucional o numérica, la deportación
obligó a los hacendados y comerciantes a percatarse de que tenían que asumir
las responsabilidades formales del gobierno y de la administración diaria.
Los hacendados y comerciantes estaban mas que dispuestos a enfrentarse a
los sinsabores del gobierno y demostraron claramente que no tenían la menor
intención de ser simplemente un gobierno encargado a la espera del retorno de su
rey. La Junta Suprema legisló varias medidas que supuso se convertirían en leyes
permanentes de un orden colonial reformado3íi: se declaró abierto el comercio con
el exterior y se redujo o eliminó el derecho de alcabala de muchos productos; el
impuesto tributario de los indios se anuló y se prohibió el tráfico de esclavos; se
abolió la Audiencia y se la reemplazó por una Corte Suprema de Apelaciones 3^,
Se enviaron agentes a las Antillas extranjeras, a los Estallos Unidos y a Gran
Bretaña para informar a los gobiernos de los acontecimientos en Caracas y
solicitar su apoyo, su comercio y, de ser necesario, amias*. En junio se sentaron
las bases para las elecciones de un Congreso que habría de gobernar en nombre
de Fernando VII11.
Sería errado considerar que estas primeras medidas, por radicales que
parezcan, eran divisionistas; igual que en España, el deseo general de una
reforma se había extendido por toda Caracas a la mayoría, si no a todos, los
sectores de la élite gobernante. La Junta Suprema la conformaban veintitrés
miembros que representaban a los dos tercios que quedaban de los grupos
dirigentes locales42. José de las Llamosas, quien a fines de la década de los 90
fue uno de los instigadores del conflicto entre comerciantes y hacendados, y
ahora uno de los tres cabecillas de la Junta Suprema revolucionaria, era español y
comerciante; sus otros dos compañeros en la junta eran Femando Key Muñoz, un
poderoso canario hacendado y comerciante, y el comerciante criollo Martín Tovar
y Ponte perteneciente al rico y numeroso clan de los Tovar. Key Muñoz también
estaba encargado del ministerio de Hacienda. Es cierto que el resto de los
miembros de la Junta lo constituían hacendados criollos, pero en esta fase de la
revolución esto reflejaba simplemente la mayoría criolla en la población blanca.
Sería interesante señalar que las viejas familias criollas representadas en la Junta
por apellidos tales como Tovar, Palacios y Ascanio tenían su contrapeso en
miembros de familias más nuevas, hijos de inmigrantes, como los Clemente, los
Ribas y los López Méndez. El éxito en la captación de la mayoría de la élite local
puede notarse también en otros niveles del gobierno; el futuro realista, el marqués
de Casa León, encabezaba la nueva Corte de Justicia; el granadino, Francisco
Berrío, antes de la Audiencia, ocupó la intendencia, y futuros realistas tales como
los comerciantes españoles Francisco Aramburu, Simón ligarte y Gerardo
Patrullo, ocuparon cargos en el recién constituido Tribunal de Policía43. Es posible
afirmar que las decisiones polílicas tomadas en los primeros meses reflejaban un
consenso de la élite de Caracas conformada por comerciantes y hacendados
españoles y criollos, y se llevaron a cabo con la ayuda de los niveles secundarios,
casi intactos, de la burocracia colonial44.
Esta fachada de unanimidad sólo podía durar lo que durase la ilusión de un
resto de lealtad al Imperio y únicamente si no se presentaban dificultades
económicas o de otro tipo como consecuencia del golpe y las innovaciones
legislativas que produjo. No obstante, aún en la primera fase de la revolución, se
evidenció una seria división en las filas de los juntistas locales, aunque no
todavía expresada, como podría esperarse, en un antagonismo entre
separatistas y realistas sino más bien entre la mayoría moderada que había dado
el golpe y la minoría radical que lo había apoyado, pero que estaba dispuesta a
llevarlo hasta sus últimas consecuencias, la declaración de independencia. Esta
minoría incluía a los individuos antes mencionados y calificados como idealistas
aislados y revolucionarios en potencia de la época anterior a 1808, hombres
como Simón Bolívar; su número había aumentado considerablemente debido a la
crisis existente desde 1808.

Los acontecimientos a partir de julio de 1810 quizá se entiendan mejor ornando


en cuenta la retirada de los moderados que habían dado el golpe del 19 de abril y
la ascensión al poder de las radicales. Es sabido que el grupo moderado estaba
compuesto por la élite social y económicas que dominaba a la provincia en 1808;
los hombres de este sector .probablemente eran más viejos y estaban mejor
establecidos que las 'miembros de la secta radical45. Las diferencias entre los dos
grupos, sin embargo, iban mucho más allá de la visión de dos generaciones
distintas, una condicionada por la prosperidad de las décadas del 80 y el 90, y la
otra por las dificultades padecidas por la provincia a partir de 1797; la marcada
diferencia en lo que respecta a la clase social a la que pertenecían sus miembros
era otro factor que separaba a los das grupos, cierto que hombres como Simón
Bolívar, José Félix Ribas e Isidoro López Méndez, pertenecientes al grupo radical,
provenían de las más Altas esferas de la élite local; sus simpatizantes también
incluían a llorares prominentes como el marqués del Toro y su hermano Fernando,
ambos para el momento a la cabeza de las fuerzas armadas de la provincia46.
También es cierto que más adelante, cuando otras élites regionales 3de
Venezuela entraron en escena, otros revolucionarios aristócratas como Antonio
Nicolás Briceño y Cristóbal Mendoza hicieron sentir su presencia 47. Sin embargo
hay un hecho irrefutable: muchos, y quizá la mayoría, de los activistas radicales no
pertenecían a la élite colonial .estudiada en esta obra. Muchos hombres que
desempeñaron papeles cruciales como autores de la constitución, agitadores,
políticos y generaos durante todos estos años hasta 1814 provenían en su
mayoría de las eras medias de la sociedad de la provincia. Dentro de esta
categoría halla Francisco de Miranda, el eterno revolucionario y más tarde general
de las fuerzas patriotas en 18Í2; el sacerdote radical chileno José Cortés
Madariaga; Miguel José Sanz, abogado y ministro en 1811-12; "francisco Isnardi,
comerciante adhoc, médico y editor de un periódico; Juan Germán Roscio,
abogado, autor de la constitución, periodista, ministro de Relaciones Exteriores en
1811 y vicepresidente de Venezuela Vn 1819; el humilde notario Rafael Diego
Mérida, encargado de la justicia revolucionaria en Caracas entre 1813 y 1814; el
abogado José Rafael Jtevenga, mano derecha de Bolívar en Angostura en 181?;
Fernando " eñalver, comerciante y cultivador en pequeña escala, diputado del
congreso Constituyente de 1811 y futuro estadista de la república venezolana, y
Andrés Bello, otrora secretario de la oficina del capitán general futuro hombre de
letras de Venezuela4**. A esta lista podrían añadirse muchos oíros, para no
mencionar a todas los hombres desconocidos provenientes de la casta de los
pardos que alcanzó el poder y la gloria en la escena militar de la lucha por la
independencia43. El grupo radical de 1810 era pues una curiosa mezcla de
revolucionarios de las élites y sus seguidores de clase media.
Durante los primeros meses después del 19 de abril, los radicales aún se
hallaban a cierta distancia del centro de poder aunque, por supuesto, habían
participado en el derrocamiento de Emparan, y algunos de ellos hasta lograron
obligar a los moderados a ampliar la Junta Suprema para que los incluyeran,
como fue el caso de Roscio, José Félix Ribas y Madariaga 50. Por otra parte,
pareciera haber habido un intento sutil de los moderados para mantener bajo
control a los verdaderos subversivos; en junio, los hermanos Bolívar, Bello y
Revenga fueron enviados en misiones a los Estados Unidos y Gran Bretaña, y no
es difícil deducir que se les eligió para debilitar a los radicales en la provincia 51. En
octubre, cuando llegaron noticias a Caracas de los asesinatos en Quito de
juntisias llevados a cabo por los realistas de la Regencia, Félix Ribas se echó a
las calles de la ciudad a exigir la expulsión de los españoles residentes en ¡a
provincia, pero lo único que consiguió fue que lo expulsaran de la Junta y lo
exilaran temporalmente52. Ese mismo mes, al enterarse que Simón Bolívar
pensaba traerse consigo de vuelta de Londres a Francisco de Miranda, la Junta
prohibió la entrada a la provincia del viejo revolucionario53.
Los moderados, sin embargo, estaban trenzados en una batalla perdida: el
ritmo de los acontecimientos rebasó la cautela de sus reacciones y erosionó su
ámbito de influencia. Su posición media de separatismo respetuoso quedó
gravemente socavada cuando por fin la Regencia en España reveló que pensaba
detener el movimiento juntista en las colonias aun por medios violentos si era
necesario. En noviembre, el plenipotenciario de la Regencia en el Caribe, Antonio
Cortabarría, exigió que la provincia reconociese la autoridad de la Regencia y de
las Cortes de España, y además, que aceptase un nuevo capitán general, el
restablecimiento de la Audiencia y la disolución de cualquier milicia organizada
desde abril54. Está demás decir que la Regencia no hacía ni la más mínima
concesión en lo que respecta al libre comercio. Las negociaciones entre
Cortabarría y la Junta Suprema continuaron hasta diciembre, pero se evidenció
que ni siquiera los moderados estaban dispuestos a dar todos los pasos atrás que
contemplaba la Regencia; las conversaciones se interrumpieron y, en enero de
1811, Cortabarría empezó un bloqueo marítimo de casi toda la costa de
Venezuela55.
La crisis creciente en lo que se refiere a asuntos exteriores se reflejaba en las
también crecientes dificultades de la Junta Suprema para establecer su autoridad
y legitimidad localmente frente al regionalismo emergente. Recuérdese que
Caracas era el centro administrativo, institucional y económico de las seis
provincias que conformaban la Capitanía General de Venezuela. Por razones aún
no del todo esclarecidas, pero quizá tan fundamentales como el empeño de
asegurarse los flancos estratégicos de la revolución, la élite caraqueña
responsable del golpe del 19 de abril sintió que era imprescindible que su
provincia y su gobierno siguieran representando el centro político de la región.
Inicialmente parecía que iban a lograrlo; no les costó mucho ganarse el apoyo de
la mayor parte de la Capitanía General pues sólo la mitad de la provincia de
Maracaíbo y el distrito de Coro de Caracas permanecieron leales a la Regencia 56.
Estas dos áreas estaban relativamente aisladas del resto de la colonia y ninguna
de las dos tenía ni la población suficiente ni bases militares con qué amenazar a
la Junta, y por tanto los caraqueños podían ignorar más o menos la existencia de
estos focos leales, tal como lo hicieron en 1810 y 1811.
El problema de la Junta Suprema, por consiguiente, no era tanto contener a los
leales sino más bien conseguir que las provincias juntistas aceptaran su autoridad.
El golpe contra Emparan, paradójicamente, fue lo que más debilitó las
pretensiones caraqueñas en este sentido ya que la autoridad política que ejercía la
élite de Caracas en la desbandada Capitanía General se basaba casi
exclusivamente en la preeminencia de su provincia en lo que toca a los lazos
económicos y políticos de la región con España. Las conexiones de Caracas con
las otras provincias de la Capitanía General eran escasas y sólo las impuestas por
las instituciones imperiales. Las otras provincias coexistían en una relación más o
menos autónoma respecto a Caracas: tenían microeconomías propias, una
configuración social distinta y élites locales independientes sobre las que la de
Caracas tenía muy poco control e influencia. A diferencia de lo que pueda
pensarse, Caracas no actuaba como un imán sobre las élites del interior, ya que
estas élites regionales preferían seguir siendo poderosas, relativamente ricas y
dominantes, alejadas de Caracas57. Por su lado, tampoco la élite caraqueña
contrarrestaba esta tendencia tratando de extenderse ya que poseía y controlaba
poca cosa fuera de los linderos de Caracas51*.El resultado de esto fue que,
después del 19 de abril, la Junta Suprema halló que a Caracas dejó de
aceptársele automáticamente como cen-político; con la ausencia de las
autoridades imperiales que imponían unidad administrativa de la región, las demás
provincias reclamaban ahora su autonomía política vis-d-vis de Caracas, y era
muy poco lo que podía hacer Caracas para ejercer presión sobre las otras
provincias que apoyaban a la Junta. La Junta, en un esfuerzo que reconocía la
fuerza del regionalismo, pero a la vez representaba un intento de establecer un
gobierno central legítimo dirigido por caraqueños, convocó a unas elecciones para
elegir un Congreso Constituyente en Caracas en junio de 1810. Las elecciones se
llevaron a cabo en octubre y noviembre de 1810 y el Congreso se reunió en marzo
de 18115?.
Los acontecimientos de octubre y noviembre de 1810 marcaron la alteración del
equilibrio político en Caracas al pasar el poder a manos del pequeño sector
radical. La llegada de Cortabarría y la promoción del gobernador de Maracaibo
Fernando Miyares a capitán general de Venezuela proporcionó a la oposición leal
local enfrentada a la Junta un peso simbólico y una meta de la que antes carecían.
Pero, por otra parte, como esto representaba la línea dura adoptada por la
Regencia ante las colonias rebeladas y, además coincidió con las noticias de la
masacre de Quito, la actitud temperada de los moderados empezó a perder
terreno. Internamente, la agitación en torno a las elecciones para el congreso
confirmaba la inclinación hacia el federalismo y la desunión entre las provincias
juntistas.
Aunque no hay evidencia firme al respecto, es probable que la expedición militar
contra Coro en noviembre de 1810 haya sido uno de los últimos esfuerzos de los
moderados de Caracas por mantener el control del movimiento que habían
iniciado60, hipótesis que se hace más creíble si se observa que hasta el momento
no se había hecho ningún intento por someter a Coro y no se hizo ninguno
después. Este ataque fue un gesto simbólico destinado a aplacar a la opinión
pública y a los radicales y también a establecer la primacía de Caracas en la
alianza juntista; esperaban demostrar así que sólo Caracas tenía los medios de
defender a los juntistas contra enemigos externos. También resulta significativo
que fuese Coro, ciudad pequeña y técnicamente parte de la provincia de Caracas,
y no más bien Maracaibo, verdadero centro de la resistencia de los leales, el
blanco del ataque; es claro que la Junta Suprema buscaba una victoria fácil y no
demasiado costosa que le sirviera de propaganda. El resultado, no obstante, fue
desastroso: el marqués del Toro, a la cabeza del pequeño ejército caraqueño de
3.000 hombres, emprendió la retirada cuando su primer encuentro serio con el
enemigo produjo bajas en sus filas, y así quedó abandonado el proyecto de
someter a Coro. El efecto político del ataque en vez de fortalecer a los moderados,
debilitó aún más su posición y su ánimo
El surgimiento sin muchas trabas de las actividades revolucionarias de la
facción radical constituye la señal más clara de la declinación de los moderados
después del fiasco de noviembre en Coro. Estas actividades se centraban en la
Sociedad Patriótica de Agricultores y Economía fundada en agosto de 1810 por la
junta Suprema61, e inicialmente concebida como un ente predominantemente
apolítico subordinado al gobierno, creado para estimular el desarrollo de la
agricultura, el comercio y la educación en la provincia. Para desgracia de los
moderados, sin embargo, se convirtió en el refugio de los radicales descontentos,
Antonio Muñoz Tébar, Vicente Salías, Miguel Peña, Fermín Paúl y muchos otros.
En diciembre, Simón Bolívar y Francisco de Miranda, recién llegados a Caracas,
también se hicieron miembros, y de entonces en adelante el propósito de la
Sociedad se volvió expresamente político: se convirtió en el portavoz de las
fuerzas separatistas extremistas de la provincia. En los primeros seis meses de
1811 la Sociedad se convirtió en un poderoso órgano de presión y propaganda a
favor de la independencia; sus cabecillas hacían mítines públicos, organizaban
manifestaciones y asistían, para subvertirlas, a las sesiones del Congreso
Constituyente, que empezó a reunirse después de marzo62.
Las tácticas de presión de la Sociedad se complementaban con la agresividad
que mostraba la prensa de la provincia; hay que señalar que la prensa en Caracas
se limitaba a la de la ciudad capital, y que sólo existía desde 1808^, por tanto
resulta asombroso y notable que entre 1810 y 1811 existiesen cinco diarios que
competían por la atención del público lector de la ciudad y la provincia. El número
de lectores no era tan reducido como podría pensarse: el principal periódico, la
Gazeta de Caracas, parece haber sacado 500 ejemplares en su momento de
mayor auge, lo cual puede compararse favorablemente con la circulación de un
periódico cualquiera de París, ciudad varías veces más grande que Caracas, en
los alrededores de 17906'1.
Los periódicos de Caracas estaban todos en manos de la facción radical65, y
cabría preguntarse por qué los moderados cedieron a sus enemigos un arma tan
poderosa sin siquiera pelear por ella. Todas las parles, incluida la Junta Suprema
que utilizaba la Gazeta para publicar sus decretos, consideraban a la prensa un
factor integral del proceso político que se desarrollaba, pero sea cuales fueren las
razones, lo cierto es que los partidarios de la independencia controlaban los
periódicos. Durante los seis primeros meses de 1811, los tres periódicos que se
publicaban entonces, la Gazeta. el Semanario y el Mercurio, abogaban creciente-
mente por una ruptura completa con España66. Al parecer, esta propaganda no
era el producto coordinado de un grupo homogéneo: Roscio, al frente de la
Gazeta, representaba el ala conservadora de los radicales y se oponía
abiertamente a las extravagancias de la Sociedad Patriótica67; Sanz, por su parte,
director del Semanario, estaba estrechamente aliado con Miranda y asistía a
reuniones de la Sociedad68, pero pese a sus diferencias, el fruto de sus esfuerzos
fue el de condicionar el clima político para la declaración de independencia que se
produjo en julio de 1811.
La formación de un grupo dirigente a comienzos de 1811 contribuyó a dar la
ventaja estratégica a los radicales. El regreso en diciembre de 1810 de Francisco
de Miranda, el sin par precursor de la revolución por la independencia de la
América española, proporcionó a las fuerzas proindependentistas un símbolo de
peso en torno al cual agruparse y también un efectivo portavoz69. Al mismo tiempo
Simón Bolívar se reincorporó a la sociedad provincial y aunque todavía no
disponía local-mente de una verdadera capacidad de convocatoria política, sus
estrechos vínculos personales con ¡os hermanos Toro, entre otros, garantizaban
la adhesión de elementos importantes. De la aristocracia de la provincia a la
causa radical70. En abril de 1811 otro revolucionario radical, el agitador callejero
José Félix Ribas, regresó de su exilio en Curacao a reanudar sus actividades
demagógicas7'.
Desde comienzos de 1811 la radicalización de los acontecimientos dentro y
fuera de la provincia también inclinaban la balanza a favor de una toma del poder
revolucionaria; en enero la Regencia comenzó su bloqueo de Venezuela. El hecho
de que España, aún trenzada en una lucha de vida o muerte con los franceses,
pudiera también encontrar recursos para abrir las hostilidades contra una colonia
que hasta hacía poco había contribuido con los gastos de la guerra, debió de
dejar una profunda impresión en la provincia. Es posible al menos que la actitud
de España haya sacudido a los moderados hasta el punto de acceder a la
exigencia de los radicales de que se clarificara la anómala posición constitucional
de la colonia. En marzo de 1811 la vecina provincia de Cundinamarca, en Nueva
Granada, mostró cómo hacerlo al declararse república independiente7^. Los
radicales de Caracas aplaudieron este acontecimiento, pero es también muy
probable que influyera en los moderados de la provincia al romper la barrera
psicológica contra una declaración de independencia plena.

La transformación del gobierno juntísta local en marzo de 1811 señala la


pérdida del poder de los moderados caraqueños. Ese mes los
delegados electos en noviembre por las provincias junristas sesionaron como el
Congreso General de Venezuela'^. La Junta Suprema renunció y fue reemplazada
por un ente ejecutivo de tres miembros nombrado por el Congreso" 4, Además, se
cambió a ciertos ministros del gabinete y se alteró la configuración de las Cortes
de Justicia"1'. Una simple ojeada a los nombres de los nuevos dirigentes del
gobierno revela hasta qué punto quedaron relegados los moderados: en el
Congreso, la presencia de representantes de otras provincias disminuía
considerablemente el predominio de la élite de Caracas, tan marcada en la
composición de la Junta Suprema; entre los delegados caraqueños se nota una
combinación de radicales de la élite y sus aliados de la clase media, hombres
como Fernando Toro, Isidoro López Méndez, Luis Ribas y el marqués del Toro
junto a Roscio, Fermín Paúl, Álamo y, más tarde, Francisco de Miranda; en el
gobierno, San* reemplazó a Lino Clemente como ministro de guerra, Roscio
reemplazó al comerciante Key Muñoz en Hacienda y se encargó también del
Ministerio de Justicia; el abogado y hacendado. Francisco Espejo, ocupó el cargo
del marqués de Casa León en la Corte de Justicia; y tres hombres relativamente
desconocidos se encargaron del nuevo Poder Ejecutivo en lugar de la Junta
Suprema. Los moderados, por supuesto, no desaparecieron del todo, pero es
evidente que se había producido un cambio fundamental en el poder.
Es posible observar, retrospectivamente, que la derrota política de los
moderados caraqueños no fue sólo el producto de circunstancias que no podían
controlar ni de la fuerza de la oposición radical; ellos mismos contribuyeron en su
fracaso al demostrar una patente falta de resolución e ingenio frente a la
adversidad política. Kilo se debe en parte a lo que un autor ha llamado Ja
debilidad casi orgánica de la posición de los moderados- en cualquier situación
revolucionaria76. En el caso de los moderados caraqueños, éstos se vieron
atrapados entre el sistema que trataban de reformar y los extremistas de sus
propias filas que abogaban por una transformación total. Los moderados,
ocupados como estaban llevando a cabo reformas administrativas, asegurando el
orden público y cumpliendo con los asuntos rutinarios del gobierno en un
momento en que la autoridad legítima ya no existia, mostraron poca inclinación
por emprender las batallas políticas que hubieran afianzado su posición. Hay que
recordar también que los moderados, es decir, ¡a élite caraqueña de hacendados
y comerciantes, no había tomado el poder con intenciones revolucionarias;
aunque es cierto que tomaron medidas en principio adversas a la continuación de
la pertenencia de Caracas al Imperio español tal como se planteaba por otra
parte, en 1810 no pensaban que el Imperio podía sobrevivir a la invasión
napoleónica.
Cuando se hizo evidente que lo que estaba en juego era mucho más que un
intento de reformar el sistema imperial y que la provincia tendría que enfrentarse a
una amenaza militar, los moderados, como es natural, se pusieron a la defensiva.
Aunque las amenazas de la Regencia no les inspiraron el temor suficiente como
para que volvieran a someterse al Imperio ya que su sentimiento reformista era
demasiado fuerte para permitirlo, tampoco concebían una unión con las
tendencias regionalistas y radicales que amenazaban con destruir su mundo. El
resultado de todo esto fue la inacción y, a la postre, la abdicación políticas: en vez
de imponer firmemente su considerable autoridad a las fuerzas divisionistas, le
permitieron a los radicales promover casi a su antojo sus objetivos. Los radicales
por su pane, no entrabados por responsabilidades de gobierno, poco numerosas,
bien organizadas, seguras de sus prioridades y favorecidas por la hostilidad de la
reacción de España, que volvía inevitable la polarización y el conflicto, pudieron
así quitarle el poder a los moderados, confundidos y desanimados.
Después de marzo de 1811 la declaración de la independencia era una simple
cuestión de tiempo. El dominio de los radicales y la creciente necesidad de definir
la ambigua situación política de Venezuela hizo que el debate del Congreso
Constituyente dejase de lado los asuntos constitucionales para dedicarse a la
consideración de la lealtad de la colonia hacia la Madre Patria. Los que abogaban
por una declaración de independencia inmediata aducían persuasivamente que si
no se resolvía la ambigüedad de la lealtad de Venezuela no se podía promulgar
ninguna constitución, ni sacar ventaja alguna de las relaciones con los Estadas
Unidos y Gran Bretaña, ni imprimir un sentido claro al desenvolvimiento político de
la colonia y tampoco poner fin a la actividad sediciosa de los leales dentro de la
jurisdicción juntista, que actuaban en nombre de Fernando VIL El 5 de julio de
1811 el Congreso declaró la zona bajo su control independiente de España 77.
Es sumamente interesante observar que ni siquiera en esta fase de la
revolución pudieron los separatistas recurrir a una acusación convincente contra el
régimen español en la colonia como justificación de la independencia; lo que
destaca la declaración de independencia, una vez más, es hasta qué punto la
revolución fue fundamentalmente el producto de los acontecimientos de los tres
años anteriores78. Ya Hbera-dos de las constricciones de una ficticia lealtad a
Fernando VII, que tenían amordazados a los radicales desde el 19 de abril, Roscio
e isnardi,
quienes redactaron el documento, sólo lograron una letanía justificatoria
notablemente vaga. Las retóricas referencias a los trescientos años de abuso
tiránico, al derecho de los pueblos oprimidos a alzarse contra sus conquistadores
y a los míticos pactos medievales de España no lograban ocultar la carencia de
una crítica fundamental o fundamentada al régimen colonial español. La única
razón concreta e indiscutible aducida para justificar la ruptura fue los consabidos
efectos negativos de la crisis imperial que comenzó en 1808.

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