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estética y violencia: necropolítica,

militarización y vidas lloradas

curadora académica
helena chávez mac gregor

enrique ježik
david theo goldberg
manuel hernández
saree makdisi
maría victoria uribe
iván mejía
sarah nuttall
josé luis barrios
achille mbembe
ana longoni
marcelo expósito

muac/2012
Diseño D.R. © 2012 de la edición
Mónica Zacarías Najjar Universidad Nacional Autónoma
de México
Coordinación editorial Museo Universitario Arte
Ana Laura Cué Vega Contemporáneo
Calos Noriega Jiménez Ciudad Universitaria, Delegación
Coyoacán,
Traducción C.P. 04510 México, Distrito Federal
Christopher Fraga www.muac.unam.mx
Sarah Ochoa
Clara Stern © por las fotos, los fotógrafos

ISBN 978-607-02-4020-1

Prohibida la reproducción total o


parcial por cualquier medio, sin la
autorización escrita del titular de
los derechos patrimoniales.

Primera edición
México, 2012
12 de noviembre de 2012
Impreso y hecho en México
6 aproximaciones para una crítica de la violencia
helena chávez mac gregor

12 intervención
enrique ježik

14 epistemologías del desengaño.


topologías de lo extra/ordinario
david theo goldberg

32 cuidar de la vergüenza
manuel hernández

46 exteriores
saree makdisi

66 reflexiones sobre estética y violencia en colombia


maría victoria uribe

80 los residuos de la maquinaria capitalista. una reflexión


sobre violencia estructural y vida presocial
iván mejía

92 violencia, re-composición, superficie: cultura visual


en johannesburgo
sarah nuttall

116 el caligrama o la formalización imposible de la


modernidad / geopolíticas de la excepción.
a propósito de los detectives salvajes
josé luis barrios

130 necropolítica, una revisión crítica


achille mbembe

140 calidoscopio. acerca de no reconciliados


ana longoni

150 semblanzas
156 agradecimientos
158 directorio
encarte:
no reconciliados.(nadie sabe lo que un cuerpo puede)
marcelo expósito
aproximaciones para una crítica de la violencia
helena chávez mac gregor
Intentar activar desde la actualidad la provocación del filósofo alemán
Walter Benjamin sobre cómo plantear una crítica de la violencia sigue
siendo una tarea que implica examinar las formas en que ésta aparece
y configura los campos de nuestra experiencia.1

Una crítica de la violencia no trata de hacer una evaluación negativa, ni


mucho menos de generar una autoridad para legitimar cierto signifi-
cado o uso de ésta. En el sentido más riguroso del término, una crítica
a la violencia será la forma de presentar a juicio y evaluación las condi-
ciones de posibilidad de ésta en el presente. Se trata de problematizar
la violencia para que su análisis no se genere desde un puro espacio de
significación “subjetivo”, entendido como lo plantea Slavoj Žižek2 como
la violencia que se define como una perturbación en lo “normal”, sino
para pensar en las formas “objetivas” desde las que se ubican las con-
diciones de producción que hacen aparecer a la propia violencia sisté-
mica como algo “natural”.

En la búsqueda de crear una reflexión sobre la violencia que permita


salir de los lugares comunes apostamos por plantear una aproximación
a una crítica de ésta desde su relación con la estética y, desde ahí, pen-
sar las condiciones de aparición que legitiman, normalizan y justifican
una distribución que nunca es natural. Formas de aparición, de apre-
hensión y de representación desde las que se produce la vida y su valor
y que generan una política de exclusión, dominación, clasificación y pro-
ducción de vidas desechables que, como dice la filósofa Judith Butler,
no son dignas ni de ser lloradas.3

1
Walter Benjamin escribió en 1921 el texto Zur Kritik der Gewalt, en castellano tra-
ducido como Hacia la crítica de la violencia donde plantea generar una crítica, en el sen-
tido kantiano, de la violencia para una exploración fuera de la filosofía positiva del
derecho, pero también fuera del derecho natural y proporcionada únicamente desde el
punto de vista de la filosofía de la historia. Lo que implica pensar fuera del origen, que
funda o legitima la conservación de derecho. El texto de Benjamin que es altamente am-
biguo y problemático sirve, sin embargo, de base para pensar desde dónde establecer
los marcos críticos para analizar la violencia. Confrontar. Benjamin, Walter, “Hacia la
crítica de la violencia”, en Obras, II/1, Madrid, Abada, 2007.
2
Žižek, Slavoj, “SOS Violence”, en Violence. Six Sideways Reflections, NY, Picador, 2008.
3
Butler, Judith, Marcos de guerra, las vidas lloradas, Buenos Aires, Paidós, 2009.

7
En un país que carga a cuestas noventa mil muertos y trescientos mil
desaparecidos4 por la denominada “guerra del narco” es claro que elu-
dir el tema sólo produciría que el desgarro en el tejido social se con-
vierta en una rotura irremediable. Si bien, se busca analizar a la
violencia desde sus condiciones “objetivas” no se pretende ocultar ni
despachar esta experiencia fuera de quicio. Es desde ella que parte nues-
tra necesidad de elaborar una crítica a las políticas de representación
que bajo el argumento de criminalización ha generado una legitima-
ción de la violencia y una administración de la muerte. La importancia
de reflexionar sobre la violencia es hacerse cargo no sólo de la pérdida
de vidas, de subjetividad, de comunidad y de futuro sino de las estruc-
turas en las que éstas se generan y que hemos aceptado como dadas.

Si bien el problema de la violencia ha sido trabajado por la filosofía política


desde la relación entre derecho y justicia, subrayando que la soberanía no
puede pensarse sin la condición de excepción, más que seguir una argu-
mentación sobre la violencia bajo el marco que produce el Estado moderno,
lo que aquí se analiza es la manera en que esta administración de la muerte
–biopolítica5 y necropolítica6– genera nuevas condiciones de aprehensión
y representación que configuran nuestros campos de experiencia.

4
El 26 de agosto de 2012 el Centro de Investigaciones para el Desarrollo AC (CIDAC) de
México reveló un informe según el cual, basándose en cifras oficiales y de la ONU, en los
seis años de gobierno de Felipe Calderón han muerto unas 90.000 personas y otras
300.000 han desaparecido.
5
Para Foucault la biopolítica es una tecnología del poder. Un modo de operar que es-
tablece un régimen específico del que nace la idea de la gobernabilidad donde la so-
beranía pasa de la estructura clásica de “hacer morir y dejar vivir” a “hacer vivir y dejar
morir” desde la que se da una transformación radical entre el disciplinamiento de los in-
dividuos a la regulación de las poblaciones. La biopolítica es una condición histórica
desde donde se fundan los Estados modernos y que entrelaza una política de la vida de-
terminada a partir de clasificaciones biológicas y formas de regulación a propósito de dis-
positivos de poder que complejizan la estructura de la soberanía. Confrontar: Foucault,
Michel, Nacimiento de la biopolítica, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2007.
6
La necropolítica es la categoría que formula Achille Mbembe para pensar en la admi-
nistración de la vida como un trabajo de muerte y desde ahí pensar en cómo se ha com-
plejizado la política, sobre todo en espacios con una carga colonial, bajo una estructura
que combina la necropolítica, la biopolítica y la dominación para crear zonas donde la
vida pierde toda su densidad. Confrontar: Mbembe, Achille, Necropolítica, España, Me-
sulina, 2011.
Esta primera publicación de la línea editorial de Campus Expandido,
programa académico del MUAC, lleva por intención o premisa, iniciar
una colección de volúmenes en torno a las intervenciones públicas del
programa. En este caso, partimos del Coloquio Estética y Violencia: Ne-
cropolítica, militarización y vidas lloradas que se realizó el 20 de octubre
de 2011 para dar otra circulación a la discusión que ahí se realizó. Este
evento contó con la participación de José Luís Barrios, Marcelo Expó-
sito, David Theo Goldberg, Manuel Hernández, Enrique Ježik, Saree
Makdisi, Iván Mejía, Achille Mbembe, Sarah Nuttall y María Victoria
Uribe, así como con la moderación de Cuahtémoc Medina y Rachel Sie-
der. Por la importancia de las elaboraciones que ahí se discutieron se
propone ahora una compilación que, más que una memoria, sea un es-
pacio nuevo de trabajo y reflexión. Los textos que aquí se presentan no
son necesariamente las conferencias como fueron dictadas, sino revi-
sadas y pensadas para esta edición.

De la revisión de casos específicos que los autores elaboran desde di-


versas aproximaciones y disciplinas se disloca cualquier pretensión
de generar un relato universal. El marco no es la teoría sino el “sur”
como condición para realizar una crítica. Se trata de generar una
constelación que nos abra a diferentes texturas y posibilidades. No
hay un objeto en común en esta publicación sino un tema que se des-
borda para producir derrames desde los cuales es posible pensar hoy
la violencia.

Por un lado, abrimos con una serie de textos que trabajan la violencia
desde una problematización de la filosofía política clásica para pensar
y cuestionar las condiciones actuales desde las que se posibilita la vio-
lencia. Achille Mbembe, en un momento clave de exploración de su pro-
pio pensamiento, hace un mapeo de los discursos que han
fundamentado la violencia desde la estructura de soberanía para ex-
plicar lo que pretendía señalar la categoría de “necropolítica” y los lí-
mites de ésta misma en la actualidad. A diez años de revisar la categoría
de la biopolítica desde el trabajo de muerte, Mbembe señala cómo la es-
tructura global post 11 de septiembre presenta nuevas complejidades
que necesitan de nuevos análisis y marcos teóricos que nos permitan re-
basar nociones como las de soberanía, excepción y enemigo. David Theo

9
Goldberg propone una epistemología del desengaño que suspenda las re-
laciones de expectativa y progreso donde la irritación abre la posibilidad
de dis-locación como escamoteo de un lugar determinado. Una política
más allá de la esperanza y nacida de un profundo desengaño que no se
vive como nostalgia o resignación sino como potencia política que abre
una nueva temporalidad y un nuevo sujeto político que se emancipa de
cualquier esperanza o proyecto utópico para trabajar en el presente y
desde las posibilidades de lo ordinario. Manuel Hernández desde una
investigación de la vergüenza como elaboración que genera un lazo so-
cial específico formula el problema de la producción de subjetividades
en lugares (ex) coloniales. Con ello propone un giro sobre la reflexión
de la propia subjetividad en México sugiriendo un importante camino
para una crítica de orden postcolonial que, sin duda, marcará un giro
epistemológico en el pensamiento crítico en México. Saree Makdisi pre-
senta una revisión del tema Palestino desde la exploración de la ley para
interrogar cómo figuras como el muro, la frontera y los desplazados
tensan el derecho hasta su aporía y convocan a pensar la justicia, fuera
del marco del derecho, desde la condición de la vida y su precariedad en
estos espacios extra-ordinarios.

Por otro lado, tenemos una sección donde los textos abren a la pregunta
por las políticas de representación. María Victoria Uribe compara la es-
tructura de la violencia del narcotráfico en Colombia y México para pen-
sar en la manera en que se ha desarrollado la historia de estos países en
las últimas décadas y, desde ahí, interrogar cómo las prácticas artísti-
cas en Colombia han afrontado la violencia y su representación. Iván
Mejía, desde la obra de artistas contemporáneos en México y América
Latina, plantea el problema del sujeto de la representación y el tipo de
producción de identidad que se hace del “lumpenproletariado” en las
obras de arte para mostrar las alianzas y contradicciones entre el sis-
tema de representación simbólica y las posibilidades de resistencia y
lucha social. Sarah Nuttall abre un marco teórico que disloca a la pro-
pia institución del arte para pensar en la superficie desde la que traba-
jan prácticas artísticas en Sudáfrica y, en específico en Johannesburgo,
para dibujar un panorama donde la obra interviene y subvierte el en-
redo de las relaciones raciales en una sociedad marcada por una histo-
ria de necropolítica y separación para, desde ahí, generar una nueva
superficie que marque una traza de posibilidades críticas. Y, por último,
José Luís Barrios planeta una lectura de la obra del escritor Roberto
Bolaño desde la clave de la vanguardia histórica latino americana para
abrir la genealogía de una práctica crítica y pensar en las políticas de la
representación y su clausura como formulación límite de la violencia.
Momento donde la obra de arte manifiesta que la paradoja y la aporía
marcan el límite de toda teoría para, desde la fisura, suspender las ló-
gicas civilizatorias de la representación.

Además de los textos, esta publicación está acompañada de dos inter-


venciones artísticas. Por un lado, Enrique Ježik, presenta una obra
gráfica que explora la condición del enunciado y que nos abre al pro-
blema de la violencia simbólica o del lenguaje desde la que se invoca y
convoca a actos performativos. Y, por el otro, Marcelo Expósito, inter-
viene el libro con un DVD de su película No reconciliados, pieza didáctica
en cinco actos de la serie “Entre sueños. Ensayos de la nueva imagina-
ción política” donde se propone el documental como forma de experi-
mentación cinematográfica. Esta pieza explora la figura del desaparecido
como la cifra desde la cual pensar la política. Desde la revisión del caso
argentino, vanguardia histórica y activismos se presentan como inter-
venciones políticas que dan cuerpo a la posibilidad de la justicia desde
una memoria que no tiene ni olvido ni perdón. Este video está acom-
pañado por el análisis crítico de la historiadora argentina Ana Longoni
que nos permite reflexionar sobre las relaciones que esta obra traza con
un práctica artística y militante que va desde el “siluetazo” a los acti-
vismos de los años 2000 para, desde ahí, pensar el tipo de operación
que genera esta producción y cómo se inscribe en la trama de una his-
toria entre el arte y la política.

Este libro no pretende dar por terminada una discusión, sino que su-
pone para Campus Expandido un nuevo punto de partida para seguir
trabajando en elaborar espacios para el pensamiento crítico. Agradece-
mos a todos los estudiantes, profesores y colaboradores que han hecho
y hacen posible este programa. Este espacio es una zona que, como se
dice en Stalker, la película de Tarkovski: “basta que alguien entre para
que todo se ponga en movimiento de inmediato”.

11
Frase, 2011-12
enrique ježik
En The Adjustmen Team (Equipo de ajuste),1 cuento escrito en 1954
(sobre el que se basó el guión de la película The Adjustment Bureau con
Matt Damon),2 Philip K. Dick hace que Ed Fletcher exprese “vi el te-
jido de la realidad desgarrase. Vi el otro lado… Lo que tapa. Vi lo que
encubría. Y no quiero volver. No quiero volver a ver gente de polvo
nunca más”.

Esta noción del “tejido de la realidad” desgarrándose es sugerente para


pensar lo cotidiano, incluso si sugiere mayores análisis de estructura
profunda. ¿Qué y, de hecho, qué horrores, se pregunta, pueden reve-
larse detrás, cubiertos por lo ordinario y cotidiano una vez abierto,
cuando el tejido se destroza de tajo para dejar ver un atisbo de lo que
hay detrás, lo cubierto? ¿Qué puede verse y conocerse acerca de la com-
posición social tanto como constitución y como encubrimiento? Este es
el tipo de preguntas que han estimulado a la teoría social no sólo desde
que Dick introdujo de forma desconcertante The Adjustment Team sino,
tal vez, han estado siempre presentes, entrando y saliendo de la oscu-
ridad de la Caverna Platónica.

Quiero sugerir otra forma de pensar estos aspectos, tal vez comple-
mentaria a aquella representada por la lectura estructural y sintomá-
tica. La noción de “gente de polvo” y el polvo como una condición
socio-natural de la vida y sus limitaciones, comportan algo a la vez me-
tafórico y existencial acerca de la posición social, las posibilidades y los
retos variados que enfrentan los sujetos sociales. También sugiere for-
mas en las cuales, al enfrentar condiciones de precariedad extrema y
ante el surgimiento de lo que Achille Mbembe ha caracterizado como la
abolición del límite y del tabú, la subjetividad social enfrenta la disolu-
ción y es forzada a negociar lo que significa e implica vivir actualmente
en condiciones críticas.

Recientemente asistí a un taller en Beirut que reunió a colegas de la


Universidad de California y de la Universidad Americana en Beirut con

1
Dick, Philip K., Cuentos completos II, Barcelona, editorial Minotauro, 2005, 512 pp. [NT].
2
Titulada Destino Oculto en España y Agentes del Destino en América Latina, y estrenada
en México en marzo del 2011 [NT].

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intelectuales y artistas locales y regionales. La reunión provocó refle-
xiones sobre las preguntas más generales traídas a colación por el hecho
de vivir en condiciones críticas, sobre el hacer y la invención social, el
tejido de la ontología social y su política de lo epistemológico, la sobe-
ranía y sus límites y resistencias y, principalmente, de las condiciones
del desengaño social y sus revelaciones.

Solidere, el distrito central reconstruido de Beirut, está localizado en la


orilla del puerto de yates y casi al final de Corniche, el famoso malecón.
Un clon urbano de los desarrollos de ciudades centrales de tipo neoli-
beral a nivel global, Solidere está diseñado para promover la circulación
de la élite local y los turistas. Iniciado por el primer ministro Rafik Ha-
riri antes de su asesinato, fue terminado en su nombre, y en su honor,
posteriormente. Solidere está anclado en la nueva y altísima Mezquita
Mohammad Al-Amin (más popularmente conocido como el Hariri) que
el primer ministro financió personalmente con la fortuna que acumuló
combinando negocios y política, al lado de la cual está ahora enterrado.
Sus tiendas y edificios de departamentos están construidos con la misma
piedra haciendo juego y las calles están pavimentadas con ladrillos de
un mismo color pastel. La propiedad pública ha sido privatizada, con la
aprobación del gobierno, a favor de un conglomerado de empresas ca-
pitalistas controlado por la familia Hariri. El barrio cuenta con paste-
lerías francesas y franquicias de tiendas globales, monumentos
sensibleros y excavaciones históricas estereotipadas, todas las cuales
están estrechamente monitoreadas por guardias de seguridad privada
y patrullas militarizadas. Solidere es actualmente un espacio urbano
convencional a nivel global, un lugar común con su colorido y cultura lo-
cales diluidos, que intercambia su condición de lugar particular por uno
de carácter genérico.

Algunos sitios libaneses con profundo arraigo local se erigen en agudo


contraste. Su provocación e inexplicabilidad, su ilegibilidad o legibilidad
parcial, al menos en términos de las concepciones prevalecientes en la
teoría social y crítica contemporánea, pone de relieve las acuciantes
preguntas de la teoría social contemporánea a las que se hizo referen-
cia anteriormente.
Dahieh es el vecino del sur de Beirut, adyacente a los tristemente céle-
bres campos palestinos de refugiados Sabra y Shatila, y es el sitio de la
fuerza residencial y política de Hezbollah. Fue fuertemente bombarde-
ada por Israel en su más reciente invasión al Líbano en el verano de
2006. Doscientos sesenta edificios de departamentos residenciales fue-
ron completamente destruidos y otros 750 parcialmente dañados. En
los siguientes cuatro años la Agencia de Reconstrucción de Hezbollah
reconstruyó completamente todos los edificios destruidos y renovó los
que estaban dañados. Esto implica el reemplazo total de cinco edificios
al mes durante cuatro años, y la renovación de aproximadamente
quince edificios al mes. Una hazaña en sí misma.

Nada de esto podría haber sido logrado, ciertamente no dentro del


breve marco temporal, bajo los requerimientos del régimen regulatorio
del estado libanés. Hezbollah realizó una licitación convocando a todas
las firmas libanesas de arquitectura, sin importar su filiación religiosa
o política, y contrató a 33 de ellas para hacer el trabajo. La reconstruc-
ción y sus oportunidades de empleo fueron ampliamente distribuidas
entre toda la sociedad libanesa. Miembros de la comunidad Hezbollah
que habían sido desplazados residencialmente como resultado de la
destrucción de la guerra podían comprar a precios predefinidos su parte
de la propiedad cooperativa de los edificios recientemente construidos
o renovados, o aceptar por ella un pago modesto y buscar oportunida-
des residenciales en otro lugar. Aunque los edificios y sus servicios de
infraestructura fueron edificados de acuerdo al reglamento de cons-
trucciones definidos por Hezbollah, no se solicitaron permisos de los
gobiernos municipales o estatales, y no se buscaron derechos de cons-
trucción o financiamiento estatal. Cuando las autoridades libanesas
trataron de reivindicarse legislativa o políticamente, Hezbollah sim-
plemente desplegó su poderío militar y político, marchó al centro en
masa y emitió la misma advertencia dirigida a Israel durante y después
de la guerra: no te metas con nosotros. Al mismo tiempo, se han com-
prometido a mantener una vieja iglesia local cercana a Dahiyeh, el cen-
tro nervioso de Hezbollah.

En efecto, Hezbollah estaba rechazando tanto su lugar como su papel


designado, desobedeciendo la soberanía estatal, expresando al Líbano

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e Israel que no podría ser reducido e indicando, tal vez en términos clá-
sicos neoliberales, que era mucho más eficaz para atender a una parte
significativa de la población que el Estado libanés. Se trataba, al mismo
tiempo, de cumplir con una política estatal neoliberalizante al estilo de
Solidere y de proveer al vecindario y a la comunidad de la clase de pro-
tecciones necesarias contra el crimen y el maltrato que estaban fre-
cuentemente reservados al Estado.

Un segundo sitio se extiende en la parte más austral de la frontera del


Líbano con Israel, a lo largo del Río Hisbani. El centro del río marca la
línea fronteriza oficial entre los dos países en guerra perenne. Dado
el carácter impredecible del movimiento del agua, Israel ha marcado el
banco sur del río con una valla metalizada con púas y patrullas milita-
res, instituyendo la frontera en su lado del río. Del lado libanés, mar-
cado por el polvo del desierto, un empresario libanés que adquirió su
riqueza en Sierra Leona y regresó a su lugar de origen cuando las cosas
se venían abajo en su país africano de adopción, estaba a la mitad de la
construcción de un hotel vacacional de lujo destinado, de forma algo
incongruente, a ser una fortaleza Subsahariana a lo largo de la orilla
del río. En este caso, los permisos estatales tampoco tuvieron efecto en
una de las geografías políticas más estrechamente controladas e inten-
samente patrulladas en todo el mundo. Quienes no son libaneses re-
quieren permisos militares tan sólo para visitar el área de 20 kilómetros
alrededor de la frontera israelí. Tres fuerzas militares supervisan el área
fronteriza, las del Líbano, Israel y FPNUL (Fuerza Provisional de las Na-
ciones Unidas para el Líbano). Nada pasa inadvertido, ningún movi-
miento sin notar, ninguna construcción desconocida. De hecho, las
patrullas militares de Israel frecuentemente se detienen en su lado de
la valla para lanzar piedras al hotel en construcción al otro lado del río.
Y aún así, dentro de este panorama militarizado altamente compacto
donde cada momento y movimiento es notado y anotado, un empre-
sario construye un alojamiento público completamente anómalo. Dis-
pone en el centro del río una estructura vacacional de cemento y piedra,
ignorante de si colinda o desborda la línea fronteriza imaginaria que
recorre la mitad cambiante del río. Por tanto, el financiero libanés, sin
licencia burocrática, podría cuestionar no sólo si la estructura vacacio-
nal excede la frontera, sino las bases mismas de la jurisdicción. En
efecto, un lugar privado de recreación desafía la soberanía, la autori-
dad y el dominio estatal.

Estas reducciones de soberanía, su deformación, marcan el terreno en


el cual la “gente de polvo” se hace visible. El-Ghajar en una ciudad liba-
nesa en el cruce de caminos fronterizo donde colindan Siria, el Banco
occidental palestino, Israel y Líbano. Asentada en las faldas de los Altos
de Golan en el valle de las Granjas de Shebaa, a un par de kilómetros del
centro vacacional, la ciudad está completamente rodeada por las tro-
pas de FPNUL y por alambre de púas. El acceso está controlado por pues-
tos de guardias y vehículos blindados. Las Naciones Unidas
salomónicamente dibujaron claramente la línea fronteriza azul entre
el Líbano e Israel en el centro de la ciudad. El control de la mitad norte
se dejó, nominalmente, al Líbano, mientras que la parte sur fue cedida
a Israel. Tan pronto como se definieron las líneas cartográficas, Israel
invadió la parte libanesa para asegurarse los caminos de acceso a tres to-
rres militares de observación que ven al exterior de las cimas de Golan.
Las torres de observación no sólo ven a lo largo del sur del Líbano; éstas
permiten a Israel monitorear de forma efectiva cualquier conversación
que elija en Siria, Damasco.

Aunque más tarde devolvieron el supuesto control de la mitad de la ciu-


dad libanesa a los libaneses, las Fuerzas de Defensa de Israel han te-
nido control terrestre sobre los pobladores. Curiosamente, la ciudad
está habitada por trabajadores migrantes sirios que son transportados
diariamente para cualquier trabajo sucio que necesite atención en el
norte de Israel. Además, resulta que El-Ghajar también provee la prin-
cipal ruta de comercio para el transporte de hachís de Líbano a Israel, con
pleno conocimiento y aprobación de todas las partes involucradas. Como
consecuencia, la ciudad está relativamente en buenas condiciones.

Estos sitios nos confrontan, entonces, con nociones cambiantes de


hacer creer, en los sentidos de fantasía y coacción. ¿Qué se puede com-
prender sobre la sociabilidad en las actividades cotidianas y ordinarias,
así como en las circunstancias en las que nos encontramos y extravia-
mos nosotros mismos, cuyos pliegues y dobleces se revelan y se pierden (o
desaparecen de la vista) a sus habitantes? Esta forma de hacer el análisis

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sugiere un cambio; es complementario y no simplemente reducible a la
noción de estructura profunda y, ciertamente, no es solamente una
cuestión de los varios significados adscritos a la lectura superficial.

Las tres ubicaciones descritas aquí son dis-locaciones y, en un sentido,


des-locuciones. Éstas no son ni anárquicas, ni soberanas (aunque, en
sentido estricto, tampoco son no-soberanas), ni estados de excepción
ni, incluso, declaraciones de emergencia, quizá son parecidas a la ley,
pero no son claramente legales. Estos son lugares cuyas coordenadas
son, al mismo tiempo, absolutamente especificables en términos de su
identificación cartográfica y completamente faltas de locación, o más
precisamente sin-locación, en términos de su juris-diccionalidad y tam-
bién de su comprensibilidad. Tampoco son únicas.

Estos son espacios que Ackbar Abbas caracteriza como dis-locaciones. Fa-
llan en cumplir o en estar a la altura de las expectativas pre ordenadas.
Pero son dis-locaciones en el sentido no habitual de no ajustarse a sus lu-
gares designados, a formas designadas de ser y hacer, a la sociabilidad
convencional. Tal vez sería mejor entenderlos como temblores en la es-
tructura de la sociabilidad y la política contemporáneas. A la vez estados
de lo ordinario con marcadores cotidianos reconocibles –residenciales,
recreativos, ingeniosos, que pueden ser contenidos socialmente, explo-
tables– aunque están fuera de lo ordinario, rechazando sus sitios o roles
designados o anticipados, irreconocibles como y en su cotidianidad.

Estas son dis-locaciones y, en un sentido, des-locuciones, que aparecen


en el lugar menos anticipado, expresándose en formas no esperadas e
impredecibles. En consecuencia, carecen de locación o, de forma más
precisa, están sin-locación, dejando a la deriva su fuente de significan-
cia y, por tanto, cualquier piedra de toque reconocible como la base es-
tabilizadora para su comprensibilidad. Al ser los no-Solidere, ponen el
parecido con Solidere en relieve.

La condición de dis-locación de lugares como estos es la fuente y expre-


sión de su ilegibilidad engendrando, tal vez, una crisis de representa-
ción social y de control. Las condiciones sociales de la vida cotidiana en
estos lugares, como quizá ocurre más generalmente, ya no pueden ser
dadas por sentado, ni puede asumirse que entreguen, aseguren o ga-
ranticen –como lo hizo alguna vez el Estado– la base de las condiciones
diarias de existencia, más allá de la simple supervivencia o de mantener
a raya la vida al desnudo. A lo que estas dislocaciones y locuciones, entre
otras que proliferan, apuntan ahora es la posibilidad de generalización
de la precariedad, la multiplicación de las condiciones de posibilidad
precaria, sus condiciones de posibilidad motivadas por esa disolución
de los límites sociales y tabúes mencionados anteriormente, así como
la vergüenza que algunas veces motivan. Una precariedad tanto epis-
temológica como ontológica, aunque la primera no es simplemente un
epifenómeno de la segunda.

Ahora, la epistemología, entendida convencionalmente, concierne a


cómo sabemos lo que sabemos. Por tanto, los asuntos que más di-
recta y profundamente desafían la posición epistemológica conven-
cional –que está constantemente esforzándose para contenerse–, son
los peligros gemelos de desengaño y auto-desengaño. Concebidos en
términos de realidad partida en dos, desgarrada, escondida y revelada,
sugieren que la epistemología y el desengaño pueden no ser tan opues-
tos. De hecho, puede tratarse de una epistemología del desengaño.

Paradójicamente, “desengaño”, bajo ciertas condiciones, puede consti-


tuir un modo de conocer. Conocer en ángulo, oblicuamente, una espe-
cie de revelación involuntaria. Una visión no sólo de lo que está detrás
y debajo de esos modelos estructurales antiguos, sino un ser, un habi-
tar que se está volviendo rápidamente ontológico, de la condición de
lo que está detrás y debajo, de las subjetividades que emergen de la ex-
periencia de condiciones de polvo. No tanto un “conócete a ti mismo”,
sino un conocer en, y a través de negaciones, desengaños y amenazas,
como Virilio sugiere, aunque en referencia limitada, a las sociabilidades
del enfrentamiento. Una condición tanto social como natural, de hecho,
completamente socio-natural –una de disolución y su amenaza inmi-
nente o, al menos, una posibilidad constante. Aquí, la “lectura sinto-
mática” es sólo un primer paso, dejando la puerta abierta a estas
co-habitaciones, un pasar a través de (el espejo de) las partículas de
polvo para confrontar esta contra-sociabilidad más o menos direc-
tamente en las condiciones de sus posibilidades y en el ser de sus

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expresiones habitadas, en todo su arremolinamiento de polvo y no sólo
sintomáticamente.

Superficie y profundidad colisionan, incluso colapsan, en la curvatura


y flexión espacio-temporal, en los remolinos de polvo. La condición de
precariedad, de vivir en el polvo y viajar a través de él, ontológicamente
hablando, es una condición de conocer epistemológicamente, una dis-
posición. Como también debe serlo la contra-condición, que metafóri-
camente llamaré (a falta de un mejor nombre) una vida “verde”.

No es que ahora, por primera vez, encontremos lo engañoso, lo falso,


lo aberrante y lo simulado casi en todos lados. De hecho, el desen-
gaño puede ser sólo un acto banal de la vida, que levanta una indig-
nación que frecuentemente puede no ser más que un reflejo psíquico.
Ese fantasma de un mundo, como señala Mbembe, sin extraños. Sin
embargo, la generalización de esa fantasía a lo largo del tiempo
y la geografía, parece tener cada vez (o época) sus propias formas y
sus maneras específicas de desengaño. Si es así, hay que insistir en
esto: comprender una era, como dice Abbas, es ocuparse de sus des-
engaños, sus falsificaciones, su hacer en y a través de sus falsificaciones,
sus simulaciones. Como él lo ha señalado, historia en la falsificación,
pero también de la falsificación. El neo-con-liberalismo –la hiperexte-
nuación del neoliberalismo que he llamado neo-neoliberalismo– en su
corazón (si tiene uno) reescribe el guión histórico como simulación, como
falsedad. La “simulación” sirve tanto como compulsión como coac-
ción, como imposición forzada sin importar las consecuencias, que
como una cubierta cosmética de las deformidades y mundos-polvo
que se producen.

La empresa epistemológica aquí no es la de exponer y corregir desenga-


ños, de rehabilitar la verdad y nuestros modos de conocer, de dar pro-
fundidad a la superficie. Lo que importa es ubicar los desengaños del
tiempo, de nuestro lugar y tiempo, en toda su especificidad: qué los mo-
tiva; qué trabajo hacen socialmente, políticamente, económicamente y
culturalmente; a qué intereses sirven; que esconden de la vista; qué evi-
tan y evaden, impiden y manifiestan, que orden social y modos de go-
bernanza habilitan.
Todo lo que está todavía en el nivel del modelo superficie-profundidad.
Enfatizar los desengaños y sus condiciones de posibilidad también
ayuda a discernir qué modos de habitación promueven, qué formas de
acuerdo y rechazo, de reconocimiento y desaprobación, de ser y con-
tra-ser (estoy tentado a decir de no-ser, de alienado y no simplemente
o sólo alienación). En breve, qué forma dan a la subjetividad y a los
modos de sujeción, qué violencia posibilitan o impiden. No debería sor-
prendernos que los juegos hayan tomado un papel central en la vida
económica y social en nuestros días (por ejemplo, juegos masivos de
múltiples jugadores en línea), o que el póquer (en línea o televisado) se
haya vuelto tan populares.

Brevemente, el reto es leer los desengaños como una forma de escapar


de las inadecuaciones analíticas y conceptuales de los términos críticos
actualmente disponibles para nosotros. ¿Cuál es el significado y
valor(es) de los desengaños, del desengaño como tal? A través de las
deformaciones y desengaños, otra historia, otras formas de ser, sus lec-
turas y significados se hacen visibles, se vuelven socialmente atrayen-
tes, las cuales de otra manera permanecerían indiscernibles.

La información y su ejercicio, tal vez de forma obvia, se vuelven clave


en este esquema (y esquematización) de cosas. Se ha resaltado fre-
cuentemente que la Era de la Información (por supuesto, existen libros
con este título, piensen en Castells o Seeley Brown y Duguid) es la nues-
tra. La información fluye globalmente e instantáneamente. Se dice que
quienes controlan su flujo y expresiones, quienes la diseminan, tienen
el poder. Pero la información tiene muchas fuentes y múltiples circui-
tos, el control de sus formaciones, formulaciones o circulaciones es im-
posible de totalizar. De hecho, la singularidad de la noción
–información– es en sí misma engañosa. Como revelan los múltiples
movimientos del Medio Oriente y de Occupy, es más fácilmente com-
prensible como proceso que como sustancia; como el efecto más o
menos efímero –in-mediato– de creación de redes; como instantánea-
mente en disolución; como evolución; que se reconstruye incesante-
mente más que asegurar una resolución, o de hecho una solución; tan
disponible para mezclar, remezclar y redireccionar como para manipu-
lar y mal orientar.

23
Así, podría ser mejor pensar en el tiempo que habitamos menos como
una Era de la Información (o para el caso mal o desinformación) que
como una era en que las certidumbres se derrumban, con su más o
menos “insoportable” calvario de negociación. El derrumbe de las cer-
tidumbres prolifera tanto como prolifera y circula el engaño, reduciendo
el contraste entre verdad y falsedad. La política del secreto funciona a
través de la retención y la revelación controlada de la información. Esta
revelación calculada de información secreta, o filtración –piensen en
Wikileaks– es mejor concebida en términos de su ocultamiento, el en-
cubrimiento de la información junto con la retención y la revelación de
la información instrumentalmente o inadvertidamente, por diseño o
por omisión.

La información, como sabemos muy bien, no circula a la misma velocidad


en todas partes ni con la misma fuerza ni al mismo tiempo. El resultado
no son sólo las relatividades de varias “compresiones espacio-tiempo”
tan comúnmente resaltadas en la actualidad, sino sus respectivas, y re-
lacionadas, deformaciones o tergiversaciones, sus distorsiones y torce-
duras del espacio y tiempo (las pinturas de De Chirico, y de una manera
más general buena parte del arte surrealista, son tal vez las mejores se-
ñales de estos asuntos). Podría preguntarse, ¿Qué revelan sus distor-
siones y torceduras, sus deformaciones y tergiversaciones, juntas, en
concierto si no al unísono? ¿Qué aprendizajes generales pueden obte-
nerse de los espacios distorsionados, deformados y plegados de Beirut y
las fronteras del sur del Líbano? ¿Qué revelan acerca de la existencia de
estos alter-mundos y sub-mundos (no sólo de su estructura), en su con-
tra-cotidianidad, su condición no-ordinaria? ¿Y, por relación y negación,
acerca del ser social de lo cotidiano y lo ordinario? ¿Qué revelan, de forma
más general, sus momentos anacrónicos –su anacronismo– acerca del
tiempo social? ¿Sus configuraciones ana-mórficas acerca del espacio so-
cial? ¿Las formulaciones mal usadas y tergiversadas acerca del lenguaje,
la referencia y “lo real”? ¿Qué dicen sus singularidades contraforma(les)
y deliberadamente no universales acerca de la formulación social, su sig-
nificación y posibilidad de generalización?

¿Es posible, e incluso imperativo, pensar hoy en estas formas, formu-


laciones, errores y desengaños aparentemente aberrantes pero que pro-
liferan, no en términos de distanciamiento o incumplimiento de la
norma –digamos como explotación o corrupción, alienación o profa-
nación, como malformado o malhecho, como expresado incorrecta-
mente o equivocándose, fuera del tiempo, de un tiempo pasado o
anticipado a su tiempo, o fuera de alcance incluso de la realidad? ¿Sino
como evidencia, mejorando la comprensión –quizá como síntomas y
más que eso– de cómo las normas y paradigmas, lo ordinario y lo coti-
diano, están en proceso de transformarse partiendo de un conjunto de
singularidades y en qué se están transformando? Aquí, los errores pue-
den revelar, entre las brechas y pliegues, algo que habría quedado oculto
acerca de la orientación, el funcionamiento o los efectos –los procesos–
de los arreglos sociales y sus implicaciones, de sus ángulos. No sólo lo
extraordinario e inusual en lo cotidiano, sino también su otra condi-
ción ordinaria, su invisibilidad, no registrada y dada por sentado, que
da forma a la vida ordinaria.

¿Podría ser que algunos sitios –aquellos menos limitados convencio-


nalmente en las formas en que los ejemplos citados sugieren– hagan
posible reconocer más rápidamente que no existe (ya) un futuro, como
el que alguna vez conocimos o que esperábamos? Que podría ser sólo
el impacto –el efecto e influencia– de vivir en una condición crítica. Las
repeticiones que proliferan – ¿sin fin, eternamente? – des-esperan no
sólo al desmoronar la predicción de lo que está todavía por venir sino
también en el sentido de engendrar el rechazo del trabajo penoso y ru-
tinario, de revigorizar espacios que, aunque fugaces, no son reductibles
a lo asimilable.

Esperar por los momentos mesiánicos tan definitivos de lo moderno


ahora da lugar a una mezcla de experimentación social y micro-prepa-
raciones frente al peligro siempre acechante (extremo todo). Esperar es
siempre una inclinación de un pasado hacia un tiempo quizá intuido
pero que todavía no se discierne, delimitado pero difícilmente conocido
en su encarnación. Vivir en condiciones críticas es menos vivir entre
tiempos y espacios –un pasado presente y un futuro– que vivir en espa-
cios y tiempos superpuestos a cuyos atractivos somos todavía indife-
rentes, así como a encontrar en su intersección el estímulo para seguir
adelante. Las ruinas son menos sitios para crear monumentos que

25
recursos para la redefinición, están menos incentivadas por la nostal-
gia que por la experimentación e improvisación.

Las incertidumbres que permanecen a un lado o recelosas de la con-


fianza en la certidumbre, en la que ésta última descansa, ¿operan os-
cureciendo estos cambios y esta porosidad epistemológica en (y no
solamente detrás y cubierto) las distorsiones, deformaciones, pliegues
y tergiversaciones? ¿Contribuyen lo cotidiano y ordinario, en su afec-
tación de regularidad y repetición, solidez y certeza predecible, a man-
tener a raya el llamado de la incertidumbre y la inseguridad, la creciente
impredictibilidad y la fragmentación social: el mantenimiento de mo-
vilidad ascendente incrementando una pirámide o Esquema Ponzi, in-
formación privilegiada o la subasta potencial de todo en ebay; noticias
del mundo, la ahora comprada e investigada creadora de universos de
piratería, borramiento, desengaño y negación?

Donde en cada una de estas instancias se revela la confianza, como


Ackbar Abbas ha señalado, como un truco de confianza.

Entonces, ¿debemos pensar en estos casos, y otros parecidos, en tér-


minos de una epistemología del desengaño? La modernidad no como
progreso sino como repliegue social en sí misma para rechazar los ho-
rrores contaminantes, aunque fascinantes y atrayentes, de la “gente de
polvo”. Literaturas, documentales de viajes y comentarios haciendo re-
ferencia al polvo han irrigado la modernidad. El polvo es el portador
de la suciedad y la enfermedad, el contagio y la obstrucción del aliento
y la vida, oscureciendo la percepción y la claridad, cubriendo los peligros
y enfermedades de lo no visto y lo que todavía está por venir. Los inte-
riores burgueses debían ser desempolvados diariamente contra la en-
fermedad. Los viajeros del norte global siguen comentado sobre los
habitantes cubiertos de polvo de las calles de África e India, la amenaza
de daño y de salud del transeúnte desprevenido. Deberían de echar un
vistazo en casa. La amenaza del polvo es brevemente captada por Ben-
jamin cuando, al citar a Louis Veuillot, establece la conexión entre el
polvo y la sangre, la suciedad y el cuerpo enfermo: “Dar a este polvo un
aspecto de consistencia bañándolo en sangre”.3 El polvo representa el
aire contaminado de lo cotidiano urbano, en el cual se desdibujan los
sueños de modernidad, disolviéndose con él la delimitación clara de la
subjetividad moderna en el océano de similitud indistinguible y hete-
rogeneidad diferenciadora.

La disolución de la subjetividad moderna representada por las molé-


culas microbianas de polvo es exacerbada en la proliferación moderna
tardía de geografías del andar: sujetos desplazados llevados a atrave-
sar grandes distancias para escapar de la guerra, los efectos de desastres
naturales dramáticamente perturbadores y de dificultades económicas
extremas, amenazas genocidas y expulsiones políticas catastróficas. La
gente de polvo vuelta literatura y metáfora de los torbellinos que caen de
edificios bombardeados y caminos largos y sucios, tormentas climáticas
y campos de sueños que palidecen, en el brillo sucio de minas plagadas
de muerte y maquiladoras que explotan a los trabajadores, entre las
promesas (y premisas) proyectadas de la modernidad tardía y sus es-
peranzas profundamente destruidas y cortadas de tajo.

Esta relación entre el desengaño y la disolución del sujeto, sugerida por


la noción de Dick de “gente de polvo” y producida en el torbellino social
de lo moderno tardío hiper-neoliberal, evoca un repensar de la raza
como modos de desengaño, como la creación teológica del ser persona
y su evolución. La raza puede concebirse en estos términos como el
ocultamiento de la identidad, de la distinción y el contraste, en un sen-
tido doble y ambiguo, filtrándose y amoldando la formación personal,
social y política, al tiempo de evocar secretos (públicos) incluso bana-
lidades, de pertenencia, prohibición y hostilidad. Detrás y oculto por
el polvo, todo es raza: las subjetividades se disuelven en lo indistingui-
ble e indiscernible, en paranoia y amenaza (imaginada), en la imposi-
bilidad de identificación y el colapso de la identidad. El confort de la
homogeneidad se convierte en la turba de una convulsión heterogénea.
¿Puede esta noción expandida de epistemología –de epistemologías
como fuente abierta a incesantes re-formaciones y re-formulaciones–
ayudar a encontrar los términos productivos para discernir y descri-
bir los sitios culturales emergentes y las posibilidades políticas, que

3
Versión en español: Benjamin, Walter, El libro de los pasajes, Madrid, Akal, 2004, p. 130.

27
frecuentemente tienden a parecer trilladas, inferiores, falsas o dupli-
cadas, hasta que hayamos aprendido cómo leerlas en toda su fraudu-
lencia, en sus multiplicidades deformantes, distorsionantes y
tergiversadoras? Sin buscar alter-tiempos y otros espacios, sino los re-
cursos en la multiplicidad espacio-temporal para negociar las comple-
jidades y desafíos de nuestro habitar, para lo cual no existe un exterior
constitutivo que no sea fabricado (en ambos sentidos) y del cual no
existe siquiera un escape momentáneo. Al menos, ese sentido de lo epis-
temológico nos estimularía a atender más que a ignorar aquellos ele-
mentos de lo social que lucen aberrantes porque todavía no son
adecuadamente simbolizables.

Finalmente, ¿qué puede sugerir todo esto para la crítica? ¿Podría sugerir,
en las críticas condiciones de nuestro tiempo, que la crítica no puede ser
solamente un asunto de separar lo verdadero de lo falso, el conocimiento
del desengaño, sino una preocupación por encontrar una relación con lo
que no conocemos, de asumir para y con las distorsiones, deformaciones
y tergiversaciones sociales de lo social? En breve, de trabajar a través del
desengaño hacia la precariedad entrelazada ontológica y epistemológica,
económica y política, cultural y sintomáticamente, que nos define hoy día.

La “Política de la Esperanza” es casi siempre –tal vez de forma inevitable–


frustrada, incluso destruida. La consternación que sigue al cinismo per-
cibido o, al menos, a la pasividad, aunque inherente a las dis-locaciones,
la encuentro profundamente equivocada. La política de la dis-locación
cae en la brecha que surge de las desviaciones y fallas de una política de
la esperanza. La dis-locación tiene que ver, precisamente, con los recha-
zos de esperanzas entendidas positivistamente (etimológicamente). Es
un rechazo a sujetarse a restricciones frustrantes y a obligaciones limi-
tantes de la seguridad y la expectativa.

Así, la política de la dis-locación no es el producto de un sentido de in-


utilidad. Podría ser mejor caracterizada como una política de la irrita-
ción, de introducirse en la piel del privilegio y sus complacencias. Es, en
pocas palabras, el rechazo obstinado de las restricciones, injusticias,
explotaciones, frustraciones y limitaciones producidas y reproducidas
en y por las precariedades de lo ordinario y lo cotidiano. Después de
todo, fue una irritación en espiral en el demoledor abuso y la arrogan-
cia de reclamos sin reservas al poder frente a la persistente privación de
derechos y al empobrecimiento que trae consigo, lo que puso de relieve
el florecimiento de la Primavera Árabe. Y son las capas de irritación
convertidas en movilización que proliferaron a lo largo de los panora-
mas sociales las que hemos llegado a identificar como sitios Ocuppy.

La esperanza es destruida no sólo frente a la incertidumbre, incluso


cuando esta última es persistente. Es destruida cuando la incertidum-
bre no se enfrenta nunca, cuando se vuelve incesante y, como señala
Zygmunt Bauman en In Search of Politics4, cuando todo lo que podemos
esperar es más incertidumbre. Lo que empezó como una irritación, se
vuelve fastidioso y después se convierte en ira frente a lo que sigue rein-
cidiendo. Eventualmente, la irritación reincidente podría volverse com-
partida y las bases comunes de las condiciones causantes se vuelven
razón conocida para la movilización, para el levantamiento no sólo de
un movimiento social entendido convencionalmente (con líderes y ob-
jetivos identificados) sino de una proliferación desordenada de la difu-
sión o el rechazo. El momento de ¡Ya Basta!

Ese momento de rechazo generalizado se expresa no tanto en una po-


lítica coherente convencionalmente sino en el compromiso difuso y des-
esperanzador de no hacer las cosas convencionalmente, como se espera.
La irritación como política insiste en meterse bajo la piel, decepcio-
nante, del poder. En hacer al poder vulnerable ocupando sus espacios
más protegidos y rechazando la subordinación. Y, una vez removido,
dispersándose incontrolablemente mientras continúan formándose
redes virtualmente. La irritación –cambiando entre estar irritado y vol-
verse irritante–, es la política del cuestionamiento, de defender políti-
cas participativas y la posibilidad democrática contra el reclamo político
del poder soberano de la inevitabilidad y de ser muy grande para caer.

Entonces, la irritación reside entre la esperanza y la desesperanza, entre


el optimismo desesperanzado y la desesperanza optimista. Por un lado,

4
Versión en español: Bauman, Zygmunt, En busca de la política, México, Fondo de Cul-
tura Económica, 2001, 218 pp. [NT]

29
la irritación de la desesperanza que se siente y, por el otro, la irritación
de la des-esperanza que la desplaza. En la coacción de esta división re-
siden las políticas (ahora pluralizadas) de la irritación o de lo irritante.
Quienes forman parte de Occupy en Wall Street entienden esto, así como
también lo hace la resistencia en las calles en todo el mundo árabe.

bibliografía
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Revolver, 2006.
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K. Dick. Vol. II: We Can Remember It for You Wholesale, 1954/1992,
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Virilio, Paul, Strategy of Deception, London, Verso, 2000.
Francis Alÿs
Tornado
Milpa Alta, 2000-2010
Videodocumentación de una acción
(55 minutos)
Foto: Francis Alÿs
cuidar de la vergüenza
manuel hernández
En una economía regida por la productividad, hay un elemento esencial
del sistema que es la producción… la producción de la vergüenza.1 Den-
tro de lo que se ha llamado “los mecanismos psíquicos del poder” la ver-
güenza no ha sido objeto de mucha atención, sin embargo, sin ella, el
sistema dominante no podría operar eficazmente, especialmente en las
colonias, pues incluso después de la emancipación, el poder hegemó-
nico apela a la vergüenza para sostener su vigencia en los sujetos.

Es indispensable distinguir la vergüenza de la culpa. Cuando alguien


ha internalizado una norma moral general y la trasgrede a través de al-
guna acción, experimenta culpa y se convoca al castigo, incluso a la
auto-punición.

La vergüenza, en cambio, no se vincula en primera instancia con una ac-


ción, sino propiamente con el ser. Es mi ser lo que me produce ver-
güenza, lo que por supuesto incluye a mis acciones. Cuando la
experimento por algo que he hecho, lo que me avergüenza es la revela-
ción de que soy algo detestable que no creía ser. La vergüenza no pro-
voca el castigo, sino la auto-denigración que puede llegar a una
profunda depresión, incluso después de haber confesado el acto ver-
gonzoso. Por eso la vergüenza es incurable.

Lacan acuñó el neologismo hontologie, palabra que en francés se escribe


con una “h” inicial y reúne a la ontología (ontologie) con la vergüenza
(honte). De la misma manera en que no es posible curarse del ser, tam-
poco es posible curarse de la vergüenza, y el sistema hegemónico, que
parece intuirlo, explota y robustece esa vergüenza.

Jean-Godefroy Bidima ha escrito un texto por demás esclarecedor de


los efectos de la vergüenza en las experiencias coloniales y postcolo-
niales, especialmente en África.2 Para México, estudiar la experiencia
africana puede ser de la mayor importancia; tal vez lo inverso también
sea cierto, pero no me toca a mí pronunciarme al respecto. ¿Por qué la

1
Lacan, Jacques, El reverso del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 2002, p. 206.
2
Chaohuat, Bruno, et al., Lire, écrire la honte, Actes du Colloque du Cerissy-la-Salle, junio
2003, Lyon, Presses Universitaires de Lyon, 2007.

33
experiencia de colonización y emancipación de ciertos países de África
sería relevante para el nuestro? Es que la colonización europea y los
procesos emancipatorios africanos pueden revelar analogías con lo
que sucedió en México hace quinientos años. ¿Cuáles? Bidima da un
principio de respuesta respecto de ciertas modalidades de subjeti-
varse en la postcolonia:

[En una sociedad colonial]... la historia de la conquista se re-


prime rápidamente. Se evita la ruptura histórica, razón por la
cual el africano participa de una historia que parte de la Meca
hasta el Senegal de ahora, o de Nazaret pasando por Roma has-
ta Kinshasa, o de la Reforma luterana a Wittemberg pasando
por la Suiza de Calvino y el fundamentalismo de Salt Lake City
hasta Duala. ¿Cómo hacer comprender a un cristiano africano
que el pan que se parte hoy en el ritual de la Misa no puede ser
para él sino “el pan de la discordia” entre su cultura inicial y esta
cultura impuesta que le parece tan normal?3

Bidima habla de “represión”; según Lacan, aquí sucedió algo análogo, pero
con sus propias especificidades. Una rotura histórica fue localizada por él
cuando vino a México, en 1966. Con todo, el paso de quinientos años no
ha sido en vano, la lejanía que imponen tantos siglos con la religión anti-
gua de los mexicanos, con sus títulos nobiliarios y sobre todo con sus pa-
tronímicos marca una diferencia importante con lo que sucede hoy en
África, en donde todo es dolorosamente reciente. Continúa Bidima:

El africano se encuentra en la juntura de dos historias: una his-


toria de los vencedores (del paganismo) con la cual él se iden-
tifica encontrando concordancias con su historia pasada, y una
historia de los vencidos (por el cristianismo o por el Islam) que
él reprime, lo que explica el privilegio de una historia conti-
nuista, lineal y triunfalista (¿acaso los africanos no se llaman

3
Bidima, Jean-Godefroy, “Trajectoires et transformations de la honte en Afrique:
expériences coloniales et post-coloniales”, en Lire, écrire la honte, Actes du Colloque du
Cerissy-la-Salle, op. cit., p. 257.
orgullosamente, Jean, Godefroy, Issa, Usamanú, etcétera?).
¿Acaso no reivindican los títulos de nobleza de esta historia
triunfalista haciéndose llamar Sheik, El Hadj, Reverendo Padre,
Monseñor, etcétera?

Es inevitable que la cuestión de la nominación y de los títulos esté en


el centro del problema. Cuando Lacan habló de la vergüenza, hizo notar
que ésta se produce poniendo al significante amo en la posición de
agente, y en el lugar de la producción al objeto a.

Lugares discursivos:
Agente → Otro
Verdad Producción

Discurso del amo:


S1 → S2
$ a

Es decir, la producción de la vergüenza es una experiencia erótica y


forma parte de un eroticismo del sistema.

Jean-Godefroy Bidima indica que en el caso de África la represión de


la propia historia genera una vergüenza que es enfrentada a través
de la producción de títulos y de nombres propios que son parte del
discurso del amo. Es decir, su propio nombre de Jean-Godefroy, sur-
gido de la vergüenza, aparece como un intento de eliminarla a tra-
vés de ser parte del discurso del amo. El discurso del psicoanálisis
escribe exactamente esa producción significante generada por la di-
mensión erótica de la vergüenza:

Discurso del analista

a → $
S2 S1

35
Poner a la vergüenza en posición dominante, puede llevar a la solución
que Bidima nos indica: producir de nuevo un significante amo.

Notemos que el discurso del analista no escribe el final de un psico-


análisis, sino la operación de decir la vergüenza, produciendo un nuevo
significante amo. Y Bidima subraya la banalidad de ese intento; esta es
la razón por la cual la vergüenza no se diluye al confesarla, incluso se
puede ahondar cuando se trata de hacerla desaparecer detrás de un
significante amo que puede tomar la forma de un nombre propio o de
un título. Pero no de cualquier título, sino uno que pertenezca al
sistema dominante, al de los vencedores. De nuevo Bidima:

[…] Monseñor, Reverendo, Hermana, Eminencia, Director


General, Prefecto, Comisario, traducen la violencia de la
alienación surgida del orden colonial del que se sirven y al que
sirven. No se exhiben jamás sus debilidades, sus fracasos, pues
lo propio de la vergüenza es permitir la revocación de la
fachada. Razón por la cual la élite africana se apega a la historia
de los vencedores. Los títulos de los vencidos que fueron sus
padres no les interesan. Las colonizaciones islámicas y
europeas han descalificado simbólicamente los antiguos
títulos, arrojándolos en la región del no-ser, la élite africana
postcolonial va a volver a tocar la misma partitura al rechazar
a su vez esos títulos que ya no les dan hoy ni legitimación ni
ventajas materiales. Esos títulos no dan nada y no son nada
para ella.
Se juega una relación muy curiosa con la vergüenza. Se
comprendería que se asumiera una historia colonial sin dejarse
incautar acerca del carácter no necesario de ésta, pero borrar
su propia historia, hacer como si, a la base del goce actual de
los títulos y emblemas, no hubiera existido la violencia, la sangre,
la injuria, la sumisión, las concesiones, en suma la vergüenza y el
fracaso de aquellos que no tuvieron la elección de rechazar lo que
se les imponían, traduce una vergüenza suprema.4

4
Ibid., p. 258.
Sin embargo, el sistema es voraz y se reproduce a sí mismo absorbiendo
esa vergüenza y convirtiéndola en títulos y nombres cuyo uso lejos de
dignificar, vira al impudor. En efecto, al dar la espalda a su propia historia
y a sus ancestros, el colonizado porta esos nombres y esos títulos sin
ningún pudor. Por el contrario, Lacan consideraba que la única virtud
posible es precisamente el pudor.5 Sin embargo, la experiencia colonial
muestra que cuando menos en un inicio no hay otro camino que pasar
por ahí mismo, por el impudor.

En su seminario El reverso del psicoanálisis que en buena medida es un


comentario tardío de La fenomenología del espíritu de Hegel, Lacan hizo
algo que en él era muy excepcional: habló de algunos de sus analizantes.
Dijo lo siguiente:

Poco después de finalizar la última guerra tomé en análisis a tres


personas del Alto Togo6 que habían pasado ahí su infancia. Ahora
bien, en su análisis no pude hallar ninguna huella de las cos-
tumbres y creencias tribales, que no habían olvidado, las
conocían, pero desde el punto de vista de la etnografía. Hay que
reconocer que todo concurría para separarles de aquello,
teniendo en cuenta lo que eran, esos valientes médicos modestos
que trataban de deslizarse entre la jerarquía médica de la
metrópolis, todavía estábamos en la época colonial. Lo que
sabían como etnógrafos era poco más o menos lo propio del
periodismo, pero su inconsciente funcionaba de acuerdo con las
buenas reglas del Edipo. Era el inconsciente que les habían
vendido junto con las leyes de la colonización, forma exótica,
regresiva, del discurso del amo, frente al capitalismo que llaman
imperialismo. Su inconsciente no era el de sus recuerdos de
infancia –esto era palpable–, sino que su infancia era vivida
retroactivamente con nuestras categorías familiares, escriban esa

5
“la seule vertu, si... si il n'y a pas de rapport sexuel, comme je l'énonce, c'est la pudeur”.
Jacques Lacan, Les non dupes errent, 12 de marzo de 1974, inédito, pero se puede
descargar del sitio de la École lacanienne de psychanalyse www.ecole-lacanienne.net.
6
No es casualidad que Lacan mencione el lugar de origen de sus analizantes, pues ahí
estaba localizada la infame “costa de los esclavos”.

37
palabra tal como se los enseñé el año pasado.7 Desafío a cualquier
analista que me contradiga, incluso a ir allí, al campo mismo.

Lanzado su desafío, continúa Lacan:

Si hay algo que pueda servir para una encuesta etnográfica, no


es el psicoanálisis. Dicho esto, tal encuesta no tiene la menor
posibilidad de coincidir con el saber autóctono, salvo haciendo
referencia al discurso de la ciencia. […] para tener una pequeña
posibilidad de hacer una encuesta etnográfica acertada, es
preciso, lo repito, no proceder por medio del psicoanálisis, sino
tal vez ser un psicoanalista, si es que eso existe.8

Ocurre que yo he tenido una experiencia que difiere de la de Lacan. Por


razones más o menos azarosas, durante un tiempo atendí a refugiados
africanos que llegaron a México, muchos de ellos viajando como
polizontes en barcos que arrivaron a las costas de Veracruz. Huían de
las guerras civiles de sus países; algunos de ellos vinieron desde Liberia,
Angola e incluso Sudán.

En contraste con lo que Lacan dice, en ninguno de esos casos localicé ni


siquiera rastros de un complejo de Edipo freudiano. Tal vez se deba a
que estas personas provenían de medios rurales y sólo una de ellas era
profesionista. O tal vez a que me fueron referidas porque con su delirio
habían hecho entrar en crisis a la institución que les apoyaba, llamada
Sin Fronteras. No sólo eran refugiados políticos que corrían riesgos muy
concretos, sino que experimentaban subjetivamente una persecución
que les generaba un intenso sufrimiento. Sin embargo algunos de ellos
no sólo deliraban, sino que habían llevado a cabo algún hecho violento,
punto en el que yo era solicitado para enfrentar la emergencia.

En cada uno de esos casos, las explosiones de violencia fueron llamados


desesperados que requerían ser acogidos, no sólo con una escucha

7
Lacan, Jacques, D’un Autre à l’autre, Buenos Aires, Paidós, 2002, sesión del 30 de abril
de 1969.
8
Lacan, Jacques, El reverso del psicoanálisis, op. cit., 18 de febrero de 1970, p. 96.
atenta, sino a manera de que en los hechos se tomaran medidas
diligentes para responder a la desesperación de la que surgían. Aquí es
donde se verifica la pertinencia de lo que Lacan indica: no era de
ninguna manera oportuno proponerles hacer un psicoanálisis,
totalmente impracticable en una situación así, la opción viable era hacer
algo a través de intervenciones prácticas, en los hechos, que tuvieran un
sentido que les transmitiera que se había producido una recepción a lo
que sus acciones estaban planteando. Aquí no sólo se trataba de
palabras, sino también de un diálogo silencioso a través de actos. Nunca
tomé en análisis a ninguno de ellos, con todo, nuestra relación cotidiana
fue muy estrecha y duró varios meses.

En vez de encontrar un Edipo generador de culpa, lo que pude constatar


en cada uno de esos casos fue un elemento en común: la traición.

No se trata de la traición que se realiza deliberadamente y que surge de


la mala fe, pero de alguna manera había existido y se habían convertido
en traidores. Ella venía de Liberia, de golpe sentía un dolor y una
tristeza avasalladores, junto con eso tenía una sensación de gran peligro
que la llevaba a desarrollar de repente una violencia inaudita, al sentirse
amenazada: golpeaba personas, arrancaba inodoros para azotarlos
contra las puertas y parecía incontrolable. Ella no podía decir con
precisión a qué amenaza respondían sus acciones; sucesivamente daba
un motivo y luego otro para explicarlo de manera finalmente inconexa.
En Liberia vivía en una zona rural en donde dos poblaciones vecinas
habían mantenido tradicionalmente buenas relaciones y ella había
tenido amigos en la otra aldea desde niña. En aquel país hay alrededor
de veinte lenguas locales, aunque el idioma oficial es el inglés. Entre su
gente y la de la otra aldea se hablaban lenguas diferentes y ella había
aprendido ambas. Durante la guerra civil que en 1999 desgarró al país,
las aldeas llegaron a estar en bandos enemigos, a pesar de lo cual un día
se encontraba en una colina de la aldea vecina visitando algunos jóvenes
que todavía eran sus amigos. Desde ahí podía ver su propia casa. Ese día
vio cómo un ataque repentino de paramilitares arrasó con su hogar y con
las casas de su población; sus enemigos incendiaron todo y quemaron
vivos a sus pobladores, entre ellos a los miembros de su familia. Después,
ella misma fue detenida e interrogada por los paramilitares, pero como

39
podía hablar ambas lenguas, se hizo pasar como miembro de la aldea
enemiga y salvó su vida… al hacerse pasar como integrante del bando de
los asesinos de su propia familia.

Él provenía de Sudán y venía a México escapando con su esposa e hijos


desde los Estados Unidos, a pesar de que ahí había encontrado
facilidades para establecerse. Huía pues se sentía continuamente
perseguido por un grupo de gente que él sentía que quería matarlos, veía
signos de su presencia por todas partes. Su historia en Sudán también
implicó la ruptura de relaciones entre dos poblaciones vecinas y
tradicionalmente amigas. De hecho, la amistad entre ambas poblaciones
se había sellado cuando su abuela fue desposada por el jefe de la aldea
vecina bajo el rito cristiano, minoritario en Sudán. Sin embargo, el
conflicto de Darfur y el exterminio de la población negra que emprendió
el gurpo musulmán yanyauid enemistó definitivamente a esas pobla-
ciones. Dados los vínculos familiares y religiosos de su familia con la élite
del otro grupo, de repente él se convirtió en un traidor entre su gente,
comenzó a sentirse perseguido y tuvo que salir huyendo de su propia
tierra. De golpe, su valor simbólico cambió y fue considerado un traidor
por algo que había sucedido dos generaciones atrás.

Me atengo a estos relatos mínimos para exponer cómo estas sub-


jetividades quedaron arrasadas en la medida en que la vida de poblaciones
enteras fueron destrozadas por las secuelas de la colonización europea.
Sería apasionante elaborar más sobre ellos, sin embargo, ahora sólo
quiero subrayar que la solución en cada uno de esos casos, así como la
de las otras personas que no menciono, provino de dos vertientes.
Primero de que fuera localizada y puesta en palabras la situación que
había derivado en esa suerte de traición, y que tanto ella como él
pudieran ubicar fugazmente la vergüenza que pudo haberles generado.
Pero sobre todo una resolución llegó cuando fue posible indagar,
hablando con ellos, cuáles eran en su tierra los rituales tradicionales de
duelo. Quiero ser claro, no hablo de los rituales cristianos o musulmanes,
sino de las costumbres locales originales. Una vez que eso fue recordado
por ellos como parte de su vida o de la de sus ancestros –y aquí hay una
diferencia más con lo que dice Lacan pues no se trataba de datos
etnográficos sino de recuerdos personales de su niñez– cada uno de ellos
llevó a cabo por su propia iniciativa algún gesto o ritual que se realizaba
en la ceremonia tradicional de duelo. Mi papel en ese punto se limitó a ser
un testigo que les hacía saber que había comprendido y registrado la
operación que efectuaban, nada más.

Los cadáveres de sus muertos dejaban de ser cuerpos inermes,


violentados, para alcanzar un estatuto simbólico que los sacralizó
sacándolos de la cruda muerte de la guerra. Este momento de
realización e inscripción del duelo según el ritual originario fue en cada
caso un punto de viraje en la forma de vida de estas personas, pues
la persecución cedió lo suficiente como para que ahora sí aceptaran la
ayuda que les ofrecía Sin Fronteras para repatriarse, y lo hicieron
deseosos, siempre que la situación de su país ya lo permitiera.

¿Hubo en estos casos solución a esa vergüenza específica que implicaba


la traición? Creo poder afirmar que sí y que fue posible en la medida en
que hubo un otro que no era cualquiera porque de él dependía de alguna
manera su suerte en México, que en vez de descalificar sus orígenes
desdeñados por la colonia, mostró un vivo interés en hablar de ellos.
Otro, de una cultura diferente a la suya, preguntó por esos rituales
originales y pudo darles una recepción que tuvo valor de inscripción
cuando, discretamente, ellos le dieron un lugar en sus acciones. Este
gesto común abrió una puerte por la que pudieron salir del encierro de
la vergüenza de una traición que no buscaron cometer.

La vergüenza no se cura como si fuera una enfermedad, en cambio, es


preciso “curar” de ella, en el sentido de cuidar de ella. Se trata de darle
alguna inscripción a esa modalidad de ser que, bajo la óptica del
discurso dominante, es una falla.

Esta misma solución opera con quienes no deliran, pero que también
viven como perseguidos o minimizados por el sistema dominante, por
ejemplo en su vertiente racista. En efecto, cuando en México un
psicoanalista se interesa por la especificidad de la cultura indígena a la
que puede pertenecer una rama de la familia de un analizante, algo
suele cambiar. La experiencia de denigración deja de ser autoinflingida
y ahora el analizante puede lidiar con el racismo de su medio sin ser

41
cómplice de él, aún más, sin ser para sí su propio discriminador.
También puede darle valor al saber tradicional de los suyos sin vivirlo,
como hasta ese momento, como un defecto. Mientras algo así no
sucede, el analizante vive sus particularidades como una falla respecto
de lo que el sistema plantea como ideales.

Lo más curioso es que precisamente esa falla es lo que constituye a


alguien como sujeto. Justamente ahí donde escapa a su reificación,
aparece su falta respecto del discurso hegemónico, ¿por qué? Porque
éste solicita que cada uno valga como objeto útil, tasando su tiempo, sus
cualidades e incluso su vida como mercancía. Lacan dice:

Aquí en esta encrucijada, enunciamos que lo que el psicoanálisis


nos permite concebir es ni más ni menos esto, que está en la vía
inaugurada por el marxismo, a saber, que el discurso está
vinculado con los intereses del sujeto. Es lo que Marx llama, en
este caso, economía, porque en la sociedad capitalista esos
intereses son enteramente mercantiles. Pero como la mercancía
está vinculada con el significante amo, denunciarlo de este modo
no resuelve nada. Porque después de la revolución socialista la
mercancía no deja de estar vinculada con este significante.9

Denunciar al sistema dominante no lleva a ningún lado, salvo al


discurso universitario que a su vez dirige al discurso del amo de manera
velada. ¿Cuándo el capitalismo fue subvertido realmente por alguna
ponencia universitaria? ¿Puede la Universidad producir que se
derrumbe el sistema? Lejos de eso, parece alimentarlo. Para probarlo
tomemos en cuenta el origen universitario de los gobernantes, al
menos de los mexicanos.

Si denunciar al sistema no lo transforma radicalmente, ¿qué puede


hacerlo? No soy yo quién podrá responder a eso en términos sociales o
económicos, pero es posible decir cómo sucede en términos subjetivos:
es necesario fragilizar los puntos de apoyo del sistema alienante.

9
Ibid., pp. 96-97.
Procedamos por analogía: si en lo económico la generación de una
deuda en el colonizado es un elemento estructural del sistema de
dominación, entonces es crucial que la gente cuente con la posibilidad
de tener acceso al crédito sin depender de la banca.10 En el territorio
subjetivo también se trata de disipar la deuda simbólica que se genera
a través de la concesión de títulos o de nombres prestigiosos en la
hegemonía, la disolución de esa deuda no puede conseguirse a través de
la violencia, sino por la vía de reconocer la genealogía original; incluso
si es mitológica, es preciso conocerla y gestionar su valoración y
legitimidad. Esto lleva de manera lógica a la actualización de ciertas
formas de vida tradicionales. Incluso si las huellas que quedan de ellas
son mínimas, resulta decisivo situar siquiera algunos elementos de las
prácticas rituales tradicionales, aún si sólo son evocativos. Eso es
precisamsente lo que sucede en México con el día de muertos,
modalidad única en Occidente de enfrentar el duelo.11

En vez de rechazar la vergüenza, es posible orientarse por ella para


localizar una manera de ser que pueda aspirar a constituir una cierta
comunidad.

Comunidad de vergüenza
Esto lleva a considerar que una manera de convivir con la vergüenza es
en comunidad.

La división clásica entre sociedades de culpa y de vergüenza se impone


aquí. Tradicionalmente se considera que las de culpa se basan en el
individualismo y suelen tener niveles de desarrollo tecnológico y
económico superiores a las culturas de vergüenza.

En las sociedades de vergüenza el costo de ciertas acciones es la


expulsión del grupo, una muerte social. En cambio en las de culpa el
castigo es individual ante la infracción. Los mexicas eran una sociedad

10
Lo cual, dicho sea de paso, no es una utopía: en el Paraguay se ha conseguido
exitosamente a través del sistema de cooperativas, diseminado en todo el país.
11
Allouch, Jean, Erótica del duelo en tiempos de la muerte seca, México, Edelp/Epeele,
2001.

43
de vergüenza y la cultura católica generó un cambio hacia una de culpa,
perdiéndose la vergüenza como factor de cohesión social.

El argumento sobado de que el espíritu protestante del capitalismo es


la fuente moral del progreso y del desarrollo económico se derrumba si
consideramos el caso de Japón. Pocas culturas merecen llamarse de la
vergüenza tanto como la japonesa12 y eso no ha impedido que estén
entre las economías mundiales más poderosas, desarrollando
tecnología ultramoderna. En Japón se da aún lo que Lacan dice que es
muy raro conseguir: que alguien muera de vergüenza. No se trata sólo
del seppuku, ritual que aunque ha quedado extinto como práctica, ha
dejado huellas y simpatías perdurables en el Japón contemporáneo,
como quedó establecido por la aprobación que mereció el seppuku
realizado por Yukio Mishima. Jóvenes y ancianos, hombres y mujeres,
gente educada o sencilla, liberales o conservadores, ricos o pobres, la
aceptación de lo que llevó a cabo fue masiva.13

Si bien la práctica del seppuku casi se ha extinguido, los suicidios en


Japón son muy numerosos, y entre ellos se distinguen claramente los
honorables de los deshonrosos. Los primeros responden a esa
dimensión intolerable de vivir en deshonra o de llevar a la propia
familia a la vergüenza, mientras que los segundos son motivados por
motivos personales y son vistos como signo de debilidad.14 Así,
tradicionalmente los japoneses orientan sus acciones en función de la
vergüenza, que sería impensable sin su vida social.

Recientemente ha surgido la pregunta de si la vergüenza es inmoral.15


Claramente la respuesta es que sí. No puede ser moral, porque, a
diferencia de la culpa, la vergüenza no se gesta por la infracción de una

12
De hecho, el origen de la oposición “cultura de la vergüenza” y “cultura de la culpa”
suele ser remitido al libro de Ruth Benedik, The Chrisantemus and the Sword. Patterns
of Japanese Culture, NY, Mariner Books, (1ª ed. 1946), 2005.
13
Fusé, Toyomasa, “Suicide and Culture in Japan: A Study of Seppuku as an Insitu-
tionalized Form of Suicide”, en Social Psychiatry, núm. 15, 1980, pp. 57-63.
14
Harris, Edward S., “The Moral Dimensions of Properly Evaluating and Defining Sui-
cide”, en The Institute for Applied & Professional Ethics, Ohio University, sitio web de la
Universidad de Ohio.
regla universal exógena y coercitiva. Alguien la experimenta ante la
mirada del “otro”, pero también ante su propia mirada. Actuar a manera
de no sentir vergüenza de uno mismo es un principio de acción que no
establece lo que es el bien, ni lo que es el mal. Tampoco llama al impudor
ni al cinismo, al contrario. En vez de apelar a una heteronormatividad
universal o a una moral exógena, el sujeto entra en una relación consigo
mismo regulada por un afecto específico llamado vergüenza, que
aparece cuando se ha franqueado el límite de lo inaceptable. Aquí, en
vez de tener una ética kantiana, tenemos lo que Foucault llamó una
ética que a la vez es una estética de la existencia constituida cuando
alguien ha optado por una forma de vida.16

Esta capacidad de elegir la forma de vida puede convocar a la cohesión


comunitaria entre quienes han decidido de la misma manera. Quien opta
por esta forma ética, que es practicar una estética de la existencia, lo hace
en función de su deseo, al que no está dispuesto a traicionar; en suma, no
está dispuesto a ser infiel a su propio ser.17 En este punto surgen,
enormes, las figura de Antígona y de los Zapatistas. Para atenernos por
ahora a Antígona, ella no realiza el acto de enterrar a Polínice
obedeciendo a su ser-para-la-muerte, ni tampoco genera su propia
muerte como un sacrificio. Cuando Lacan se ocupó de la relación entre el
deseo y la ética, propuso como alternativa a las posiciones de Heidegger
y de Bataille lo que llamó la “segunda muerte”. La primera muerte es la
muerte natural, biológica, mientras la segunda muerte existe cuando el
sujeto ha perdido todos sus bienes y entonces queda liberado de sus
intereses, para someterse a la ley de su deseo, es decir, de su propio ser.

Sólo quien ha perdido todo está en condiciones de no ceder ante su


deseo,18 y quien no tiene ya intereses puede entrar en el territorio de lo
sagrado y escapar a la vergüenza de traicionar a su propio ser.

15
Ogien, Ruwen, La honte est-elle immorale?, París, Bayard, 2002.
16
Foucault, Michel, La hermenéutica del sujeto, México, FCE, 2002.
17
Lacan, Jacques, La ética del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1996, sesión del 6
de julio de 1960, disponible en versión JL en el sitio de la École lacanienne de
psychanalyse, www.ecole-lacanienne.net.
18
Ibid.

45
exteriores
saree makidisi
1

Mohammad Jalud vive en la pequeña ciudad de Izbat Jalud, al sur de


Qalqilia, en Cisjordania; apenas se gana la vida trabajando un pequeño
terreno, cultivando jitomates, pepinos y otras verduras. Hasta hace
muy poco tiempo le tomaba diez minutos caminar de su casa al terreno
que tiene al oeste de la ciudad. En septiembre de 2003, el inmenso muro
(usaré la terminología adoptada por la Corte Internacional de Justicia
en su Opinión Consultiva de 2004) que Israel comenzó a construir en
Cisjordania llegó a la región de Qalqilia. El muro bordea el extremo de
una zona muy urbanizada de Izbat Jalud, aislando gran parte de las tie-
rras de cultivo al oeste de la ciudad.

Los israelíes habían construido una puerta en el muro para permitir


el acceso al otro lado, pero esa puerta no estaba abierta para los pa-
lestinos.

Para llegar a sus tierras de cultivo, Mohammad tuvo que empezar a via-
jar varios kilómetros a lo largo del muro para llegar a la puerta de Azun
Atma, que sí estaba abierta para los palestinos. Durante algunos meses
fue capaz de ir hacia el sur hasta dicha puerta, atravesarla y después re-
gresar hacia el norte del otro lado del muro hasta llegar a su tierra justo
del otro lado de la puerta de Izbat Jalud, que permanecía cerrada para
él. Lo que antes era una caminata de diez minutos hasta su tierra ahora
implicaba al menos una hora, esto dando por hecho que no hubiera de-
moras al entrar y salir por la puerta de Azun Atma; sin embargo, por lo
menos por ahora podía llegar a sus tierras de cultivo.

La mayor parte del muro no está construido en la frontera ‒la Línea


del Armisticio establecido en 1949 que, hasta 1967, había separado a Is-
rael de Cisjordania‒ sino más bien dentro ‒a menudo varios kilóme-
tros, y en algunos lugares adentrado incluso hasta la mitad del
territorio‒ de la zona bajo ocupación. Casi el diez por ciento del terreno
más fértil de Cisjordania a la larga, quedará absorbido en el espacio que
Israel ha abierto entre la frontera de 1967 y el muro: una zona a la
que los israelíes se refieren como la “zona de separación”.

47
En octubre de 2003 los israelíes determinaron la “zona de separación”
un área militar cerrada. Si el muro se construye como se planea actual-
mente, esta zona acabará por rodear a unos 60,000 palestinos residen-
tes en 42 ciudades y pueblos. “Debido a las especiales circunstancias de
seguridad en la zona y la necesidad de seguir los pasos necesarios para
prevenir ataques terroristas y la salida de los atacantes de las zonas de
Judea y Samaria hacia el Estado de Israel ‒escribió el general Moshe
Kaplinsky ese mes‒ por el presente declaro que la zona de separación
es una zona cerrada.” De ahí en adelante, de acuerdo con las órdenes del
general Kaplinsky, “ninguna persona deberá entrar a la zona de sepa-
ración o permanecer en ella”.

Las órdenes del general Kaplinsky ‒mismas que reiteran el protocolo


estándar de las órdenes que declaran una zona militar cerrada‒ eximen
explícitamente a los israelíes. Además, las órdenes definen específica-
mente a los “israelíes” no sólo como ciudadanos o residentes de Israel,
sino también como “personas que pueden emigrar a Israel de acuerdo
a la Ley del Retorno”. Por lo tanto, a partir de octubre de 2003, Mo-
hammad Jalud ya no podía llegar a su propia tierra sin solicitar un per-
miso de las autoridades israelíes; sin embargo, puesto que los judíos de
Letonia y Moldavia son candidatos para la Ley del Retorno mientras
que los palestinos no lo son, de así quererlo ellos sí podían regresar a su
tierra.

La reglamentación israelí, de conformidad con las órdenes del general


Kaplinsky, especifica hasta doce tipos diferentes de permisos que los
campesinos palestinos que viven en la zona este del muro deben soli-
citar para poder acceder a trabajar sus tierras en la zona oeste. Para ob-
tener cada permiso es necesario sobrellevar una serie de trámites
burocráticos y administrativos.

El obstáculo principal supone probar que uno en efecto tiene tierras del
otro lado del muro. Esto se dice fácil, pero hacerlo resulta complicado.
Para empezar, la agricultura palestina depende fuertemente de las tra-
dicionales prácticas y relaciones con la tierra. Más que individuos, a
menudo son familias enteras quienes mantienen los terrenos. En esos
casos, y desde tiempos inmemoriales, la propiedad de la tierra de cul-
tivo se heredaba de una generación a otra a través de métodos tradi-
cionales que nunca requirieron de documentación en el sentido mo-
derno del término; las familias y comunidades simplemente sabían qué
tierra era de quién. Superpuesto al sistema tradicional del rastreo de la
propiedad de la tierra estaba el Código de Tierras otomano de 1858,
que clasificaba grandes franjas de tierra fértil como tierras miri. Aunque
se reconocía al sultán como dueño máximo (nominal) de la tierra miri,
a cambio del pago de impuestos por los cultivos el complejo sistema tri-
butario otomano daba a los campesinos el derecho a poseer, vender y
heredar activamente la tierra miri cultivada, siempre y cuando no hu-
biera una interrupción del cultivo mayor a cierto número de años, en
cuyo caso la tierra se revertía a la propiedad del sultán.

Con la desaparición del imperio otomano y la institución del Mandato


Británico de Palestina, en 1922, se hizo un esfuerzo sistemático de mo-
dernizar la propiedad de la tierra que incluía el registro formal de la
propiedad de tierras miri ‒al fin libre del sultán‒ y su asignación a in-
dividuos o familias específicas. Este programa de modernización con-
tinuó después de 1948, cuando Cisjordania quedó bajo el mandato
jordano tras la destrucción de Palestina, la creación de Israel y la even-
tual incorporación de Cisjordania a Jordania, en abril de 1950. Pero el
proceso fue lento: para cuando Cisjordania cayó ante los israelíes en
1967, sólo alrededor de un tercio del territorio se había registrado for-
malmente, la mayor parte en zonas urbanas.

En cuanto tomaron el territorio, los israelíes inmediatamente suspen-


dieron el proceso formal de registro de la propiedad de tierras. Tam-
bién expidieron órdenes militares basadas en su reinterpretación del
Código de Tierras otomano de 1858 que, según su lectura, otorgaba al
mandato militar israelí la autoridad para asumir el poder que antigua-
mente tenía el sultán y así tomar posesión, en nombre del Estado, de
cientos de miles de dunams (1,000 metros cuadrados, o aproximada-
mente un décimo de hectárea cada uno) de tierras miri aún no regis-
tradas, incluso si ya estaban cultivadas. Muchos campesinos palestinos
se enteraron de que el terreno que su familia había cuidado por gene-
raciones había sido declarado “tierra del Estado” por Israel y que por lo
tanto su acceso estaba prohibido, cuando ya era demasiado tarde para

49
remediarlo. La organización israelí de derechos humanos B’Tselem se-
ñala que incluso si Israel hubiera seguido el Código de Tierras otomano
al pie de la letra y no hubiera declarado que la propiedad privada pa-
saba a manos del Estado, su trato de las tierras estatales propiamente
identificadas también habría sido inapropiado. “Los terrenos del estado
son propiedad pública que pertenece a los residentes legítimos de Cis-
jordania”, establece B’Tselem, continúa:

El papel del padre ocupante ‒es decir, el Estado de Israel‒ como


sustituto temporal del soberano, es administrar la tierra pú-
blica en beneficio del pueblo, o, alternativamente, cumplir con
las necesidades militares [a corto plazo] en el territorio bajo
ocupación. En lugar de actuar de este modo, desde que empezó
a tomar control sobre estas tierras estatales, Israel ha negado
por completo a los palestinos su derecho a utilizar estas tierras
y las ha destinado exclusivamente al establecimiento y expan-
sión de los asentamientos judíos.

Al igual que la tierra tomada “por necesidades militares” y la tierra


expropiada para “uso público” ‒que en suma constituía casi la mitad
del territorio completo‒, la tierra en cuestión fue puesta de inme-
diato a disposición de los colonos y asentamientos judíos. Un reporte
ampliamente reconocido publicado en el 2006 por la organización
palestina Peace Now encontró que, a partir de noviembre de 2006,
las tierras palestinas privadas ‒no estatales‒ sumaban 40 por ciento
de la tierra utilizada para asentamientos judíos en Cisjordania. In-
cluso de acuerdo a las propias leyes israelíes (por no decir la ley inter-
nacional), la construcción de asentamientos en propiedad privada es
ilegal.

Hoy en día, las zonas construidas de los asentamientos judíos en Cis-


jordania ocupan solamente dos por ciento de la superficie del territo-
rio. Pero de acuerdo con B’Tselem, a través de una variedad de
procedimientos burocráticos, los asentamientos de hecho ejercen con-
trol administrativo sobre 42 por ciento de la superficie de Cisjordania.
Y de acuerdo con un reporte de la Oficina de Coordinación de Asuntos
Humanitarios de las Naciones Unidas (OCAH) en julio de 2007, casi 40
por ciento de Cisjordania es ahora parte de la infraestructura israelí,
incluidos caminos, asentamientos y avanzadas militares.

Como señala B’Tselem, las acciones llevadas a cabo por Israel son una
violación de la Convención de la Haya respecto a las Leyes y Costum-
bres de Guerra Terrestre, así como de la Cuarta Convención de Ginebra,
ambos documentos legales internacionales que son clave para regular
las disposiciones de los territorios bajo ocupación militar. La Conven-
ción de Ginebra, por ejemplo, prohíbe expresamente la “destrucción por
parte del Poder de Ocupación de propiedad real o personal perteneciente
de forma individual o colectiva a personas privadas o al estado o a cual-
quier otra autoridad pública, o a organizaciones cooperativas o socia-
les”. También prohíbe “transferencias forzadas individuales o en masa,
así como deportaciones de personas protegidas del territorio bajo ocu-
pación al territorio de poder de ocupación o al de cualquier otro país” y
estipula que “el poder de ocupación no deberá deportar o transferir parte
de su propia población civil dentro del territorio bajo ocupación”. Israel
ha intentado argumentar que las Convenciones de Ginebra no se aplican
a los territorios palestinos que ocupa, pero este argumento ha sido des-
cartado no sólo por estudiosos de la ley internacional sino también por
una serie de resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Uni-
das que afirman la validez de las Convenciones para los territorios bajo
ocupación israelí. Afirmando nuevamente que la Convención de Gine-
bra del 12 de agosto de 1949 se aplica a los territorios árabes ocupados
por Israel desde 1967, incluida Jerusalén. La Resolución 465 del Con-
sejo de Seguridad de 1980, por ejemplo, reitera que “todas las medidas
tomadas por Israel para cambiar el carácter físico, la composición de-
mográfica, la estructura institucional o el estatus de territorios pales-
tinos y otros territorios árabes bajo ocupación desde 1967, incluida
Jerusalén, o cualquier zona dentro de los mismos, no tienen ninguna
validez legal, y que la política y las prácticas de Israel de establecer parte
de su población y nuevos inmigrantes en esos territorios constituye
una flagrante violación a la Convención de Ginebra Relativa a la Pro-
tección de Personas Civiles en Tiempos de Guerra, así como una seria
obstrucción para lograr una paz justa, duradera y exhaustiva en el
Medio Oriente”. Más recientemente, en su Opinión Consultiva de julio
de 2004, “Consecuencias legales de la construcción de un muro en el

51
territorio palestino bajo ocupación”, la Corte Internacional de Justicia
en La Haya también reafirmó unánimemente la aplicabilidad de las
Convenciones de Ginebra a los territorios bajo ocupación israelí y
agregó que todos los acuerdos (sobre todo los Acuerdos de Oslo) a los
que entraron los israelíes y los palestinos desde 1993 “no han logrado
alterar” el hecho de que “todos esos territorios (incluida Jerusalén
Oriental) permanecen como territorios bajo ocupación, e Israel ha con-
tinuado ejerciendo su estatus de poder de ocupación”.

Ninguno de estos hallazgos y resoluciones ha impuesto diferencia al-


guna a la forma en que Israel administra su ocupación de Cisjordania.
Sus regulaciones son las que rigen sobre la población palestina, en lugar
de que sean las leyes internaciones las que lo hagan; incluso cuando las
acciones de Israel violan las propias leyes israelíes, como en el caso de
asentamientos judíos sobre tierras que son propiedad privada, los pa-
lestinos pueden hacer muy poco para buscar una compensación, y
cuando se trata de tierra al oeste del muro, las regulaciones exigen a los
palestinos comprobar a las autoridades israelíes que un determinado
terreno es de su propiedad.

Esto último a menudo resulta sumamente difícil. Incluso si algún an-


cestro obtuvo un certificado de impuestos del Imperio otomano, o si
registró la tierra con los ingleses o los jordanos, los israelíes se valen
de los más estrictos criterios sobre las solicitudes de permisos para en-
trar a la “zona de separación”. Los documentos con frecuencia están in-
completos o son inconsistentes, especialmente a raíz de que la
documentación legal de tierras cisjordanas ha atravesado ciertos con-
flictos y épocas de agitación, incluyendo dos guerras mundiales, y ha
pasado por las manos de incontables oficinas municipales en cuatro di-
ferentes entidades políticas (el Imperio otomano, Gran Bretaña, Jor-
dania e Israel). Si la tierra de un campesino palestino se registró
erróneamente, si hay errores en el registro original, si los dueños ori-
ginales han fallecido o se han mudado fuera del país, o si hay cualquier
disputa sobre herencias o decisiones sobre la propiedad de la tierra
entre o dentro de las propias familias, o si existen asuntos de certifica-
dos de venta o títulos relacionados, entonces la solicitud de un permiso
puede suspenderse hasta que todas las dificultades legales se hayan so-
lucionado. Mientras tanto, Israel retendrá el control de la tierra en cues-
tión y de su acceso a ella.

En algunos casos en que los terratenientes palestinos logran probar que


en efecto tienen derecho sobre la tierra, los israelíes declaran que ésta
bien puede ser suya, pero que, después de todo, no está al oeste del
muro. Por ejemplo, Eid Ahmed Yassin vive en al-Ras, una pequeña ciu-
dad cerca de Qalqilia. Él y su familia tienen y siembran 110 dunams de
tierra ‒aproximadamente 11 hectáreas‒ en la “zona de separación” al
oeste del muro, pero aún dentro de Cisjordania. Eid envió varias soli-
citudes a los israelíes para obtener un permiso de acceso a su tierra,
pero todas fueron rechazadas. Con ayuda de una coalición de organi-
zaciones de derechos humanos hizo una nueva solicitud y a finales de
2004 al fin obtuvo un permiso. Cuando éste expiró, a principios
de 2005, volvió a hacer una solicitud y ésta nuevamente fue rechazada.
Esta vez se la devolvieron con una leyenda en hebreo que establece que
su propiedad no existe al oeste del muro. Desde un cerro cercano Eid
puede ver y señalar con la mano su tierra, sus árboles y su cosecha, pero
ni él ni el municipio de al-Ras tienen los mapas oficiales israelíes que in-
dican la posición exacta de sus terrenos en la lista de documentos fis-
cales (a través de los cuales logró establecer su propiedad). Dado que
Israel imprime y controla los mapas, Eid no tiene manera de probar
que la tierra especificada en un pedazo de papel es la tierra que ahora
ha sido aislada al otro lado del muro.

El de Eid no es un caso aislado. De acuerdo con el municipio, 90 por


ciento de la tierra de al-Ras está al oeste del muro. En febrero de 2005
los campesinos de al-Ras presentaron a los israelíes 120 solicitudes de
permisos para obtener acceso a las tierras al oeste del muro. Para abril,
sólo siete habían sido aprobadas, todas para adultos mayores. En junio
se otorgaron otros tres permisos, para niños de entre diez y quince
años. Las solicitudes de sus padres fueron rechazadas. Entre junio y
septiembre una persona más logró obtener un permiso. Anticipándose
a la crucial cosecha de aceitunas del otoño, los campesinos de al-Ras
presentaron 180 solicitudes a los israelíes a finales del verano: sólo una
de cada tres fue otorgada; para una comunidad agricultora empobre-
cida, esto fue una catástrofe.

53
De esta forma, incluso si a un terrateniente se le otorga el permiso de
acceso a su tierra, su familia inmediata puede no tenerlo, por lo que el
beneficiado puede carecer de alguien que le ayude a arar, sembrar, des-
hierbar, regar y cosechar sus cultivos. Incluso si varios miembros de la
familia reciben permisos, lo más seguro es que sean rechazados los tra-
bajadores jornaleros, de quienes depende el campesino en los momen-
tos clave del ciclo de producción, como la cosecha anual de aceitunas,
cuando hasta la mitad de la población palestina tradicionalmente toma
días de sus otras ocupaciones para ayudar. Cerca de la mitad de las so-
licitudes de arrendatarios, cónyuges, jornaleros, nietos, a lo largo de
todo el muro, han sido rechazadas. Hacia mediados de 2005, casi 40
por ciento de los permisos solicitados por palestinos para tener ac-
ceso a tierras de cultivo al oeste del muro fueron rechazadas por las
autoridades israelíes (cifra que para noviembre de 2007 llegaría a
más del 80 por ciento, cuando Israel daba permisos sólo a 18 por
ciento de las personas en esa situación). Dos terceras partes de los re-
chazos se deben a que el solicitante no puede probar a satisfacción de
Israel que las tierras son suyas o que tiene una relación directa con
el terrateniente.

Sin embargo, Mohammad Jalud ha superado todos estos obstáculos:


cerca de noviembre de 2003, cuando los israelíes institucionalizaron
el sistema de permisos de la “zona de protección”, él obtuvo dos per-
misos que necesitaba para llegar a su tierra. El ejército israelí le permi-
tió utilizar su camino de patrullaje para cubrir la distancia de la puerta
de Azun Atma hasta donde estaba su terreno, cerca de la puerta de
Izbat Jalud, que aún estaba cerrada; cualquier otra ruta hubiera
pasado demasiado cerca al asentamiento de Oranit. (El muro también
había destruido el antiguo sistema de caminos y senderos, por lo que
los campesinos a menudo tenían que atravesar los terrenos de otros
campesinos para llegar a sus propias tierras). Sin embargo, Moham-
mad no tenía permitido traer su tractor consigo; durante todo el tra-
yecto a pie al oeste del muro tenía que cargar él mismo sus
herramientas de trabajo, y al regreso debía cargar sus productos sobre
sus propios hombros. Podría haber comprado un burro, pero el burro
necesitaría también de un permiso y eso implicaría toda otra serie de
solicitudes.
Mohammad insistió. Siguió recorriendo el trayecto de una hora, cui-
dando sus cultivos, el riego, la fertilización, etcétera. Después se vol-
vieron más irregulares los horarios de apertura y cierre de las puertas.
Los israelíes comenzaron a abrirlas de veinte minutos a una hora tres
veces al día, no siempre de forma puntual y oportuna. Incluso si tenía
sólo una o dos horas de trabajo pendientes, Mohammad tenía que via-
jar por cuatro o cinco horas de alguno de los dos lados del muro y es-
perar que la puerta reabriera para poder dejar la “zona de separación”.
Y tras cualquier incidente de seguridad, sin importar cuán distante, los
israelíes cerraban todas las puertas y las mantenían así por días o se-
manas. Por ejemplo, en la cumbre de la temporada de cosecha de acei-
tunas en 2003 el ejército israelí selló todas las puertas del muro cerca
de Qalqilia en respuesta a un bombardeo en Haiga, a unos cien kiló-
metros por la costa.

Después, a mediados de 2004, los israelíes decidieron abrir la puerta


de Izbat Jalud: la que está más cerca de la casa y las tierras de Moham-
mad. Eso podía disminuir su tiempo de traslado considerablemente,
pero cuando trató de cruzar por ahí, los soldados israelíes encargados
de esta puerta le dijeron que su permiso era para la de Azun Atma y
que no podría cruzar en Izbat Jalud. Luego, en su camino a la puerta de
Azun Atma, los soldados israelíes le informaron que ya no podría usar
esa puerta porque el ejército ya no le permitiría hacer uso del camino
de patrullaje para llegar a sus tierras. La razón, dijeron, era que ahora
había otra ruta más directa, a través de la puerta de Izbat Jalud.

Durante la mayor parte del verano de 2004, Mohammad no pudo lle-


gar a sus tierras. Solicitó otro permiso, que le fue concedido en agosto,
pero nuevamente restringido a la puerta de Azun Atma. Hizo una pe-
tición oficial para que los israelíes cambiaran la puerta asignada a la de
Izbat Jalud y finalmente, en febrero de 2005 recibió un nuevo permiso:
éste también tenía asignada la puerta de Azun Atma. Lejos de sus cul-
tivos del otro lado del muro de Israel, Mohammad tuvo que empezar a
trabajar como jornalero para ganarse la vida. Hizo algunas peticiones y
súplicas más y, finalmente, en septiembre de 2005 le otorgaron un per-
miso que le permitía acceder por la puerta de Izbat Jalud. Había pasado
más de un año sin que Mohammad pudiera cuidar sus tierras.

55
Perdió un año de cultivos, pero al menos por ahora podía salvar su tie-
rra. De acuerdo a la interpretación israelí de las leyes territoriales oto-
manas, las tierras miri que no se han cultivado de manera activa
durante cierto tiempo (incluso si su cultivo se ha impedido de manera
activa y por la fuerza) se revierten al Estado.

Cifras de ocupación

• Longitud de la frontera de Cisjordania con Israel: 315 kilómetros


• Longitud planeada para el muro de Cisjordania: 703 kilómetros
• Proporción planeada del muro construido en la frontera: 20 por ciento
• Longitud del muro en y alrededor de Jerusalén Oriental: 167 kilómetros
• Longitud construida sobre la frontera reconocida internacionalmente
cerca de Jerusalén: 4.8 kilómetros
• Porcentaje del área de superficie de Cisjordania, incluyendo enclaves en
y alrededor de Jerusalén Oriental aislados por el muro: 12
• Cantidad de tierra expropiada para la construcción del muro: 3,540
hectáreas
• Número de puertas construidas en el muro: 67
• Número de puertas abiertas diariamente a los palestinos
(con los permisos correspondientes): 19
• Porcentaje de tierra agraria cultivada con olivos: 50
• Porcentaje de población palestina que participa en la cosecha anual
de aceitunas: 50
• Número de olivos en territorios bajo ocupación: 9 millones
• Número de zonas inaccesibles o con acceso restringido después
de la construcción del muro: 1 millón
• Número de zonas quemadas, desarraigadas o devastadas por el ejército
israelí de 2000 a 2005: 465,945
• Porcentaje de familias palestinas sin acceso a sus tierras en la
“zona de protección” al norte de Cisjordania: 82
• Comunidades palestinas en la “zona de protección” con acceso a servicios
médicos las 24 horas: 1
• Palestinos residentes en la “zona de protección” al momento de su
creación: 60,500
• Palestinos residentes en Jerusalén excluidos de su ciudad por el muro:
63,000
2

Más que excepcional, la historia de Mohammad Jalud es típica. Medio


millón de palestinos viven a menos de dos kilómetros del muro en Cis-
jordania. Su vida entera se ha visto perturbada. Ciudades enteras han
sido separadas de sus tierras más ricas y productivas, devastando la
economía local basada en la agricultura. Casi la mitad de los trabajado-
res en la zona alrededor de Qalqilia, por ejemplo, dependen de la agri-
cultura para su subsistencia diaria, y sin embargo, más de 80 por ciento
de las familias agricultoras en la zona no tienen acceso a sus tierras al
oeste del muro. Mohammad Salim, un campesino de Jayyus, también
cerca de Qalqilia, cuenta una historia muy similar a la de Mohammad
Jalud. Él y sus siete hermanos heredaron de su padre un terreno de 2.4
hectáreas en el que tienen olivos y cítricos, además de vegetales de in-
vernadero. Los hermanos trabajaron la tierra juntos, como lo han hecho
desde la década de 1960, hasta que en 2003 se construyó el muro en su
zona; a partir de entonces han tenido que obtener permisos de los is-
raelíes para acceder a sus cultivos. En octubre de ese año los hermanos
de Mohammad obtuvieron permisos, pero no fue así en el caso de él, su
esposa y sus hijos. Volvió a solicitarlos en enero de 2004, y nuevamente
en febrero y en marzo, pero lo rechazaron en cada oportunidad y sin ex-
plicación alguna. Él sospecha que lo tienen fichado por una razón: “El
5 de enero de 1998 ‒explica‒ las autoridades israelíes arrestaron a mi
hijo, Ma’an, en Kedumim, acusado de robo. Poco después, Ma’an murió
en un accidente automovilístico que ocurrió cuando el ejército lo tras-
ladaba del centro de detención en Kedumim al centro de detención den-
tro de Israel [violando la Convención de Ginebra]”. “Debo insistir
‒agrega‒ en que la agricultura es la única fuente de ingreso para mí y
para mi familia”.

Abdel-Latif Odeh, otro campesino que vive cerca de Qalqilia, se en-


frenta a circunstancias similares. Su casa está a sólo 61 metros del
muro, en la parte este; puede ver su tierra en el lado oeste desde su
casa, pero sólo puede acceder a él cruzando la puerta de Ras Atiya, para
la cual tiene un permiso. “De ahí ‒explica‒ sigo hasta el cruce de Habla
y luego a la intersección de Jal’ud. Luego me voy a Khirbet al-Salman y
después viajo ocho kilómetros en auto y dos a pie, porque no hay camino

57
pavimentado ni de terracería para llegar al terreno. Me toma unas dos
horas llegar. Y si hay retrasos en la puerta, puede tomarme tres o cua-
tro horas. Como resultado, siempre que quiero trabajar mi tierra ter-
mino empleando la mayor parte de mi tiempo en el trayecto. Muchos
campesinos, incluido mi hermano, Rafik Ibrahim el-A’araj, han aban-
donado sus tierras por su difícil acceso. Las Naciones Unidas estiman
que unas 15,000 personas ya han sido desplazadas por las dificultades
asociadas con una vida en la sombra del muro, y es probable que este
número se eleve a decenas de miles en los próximos años. Por dar un
ejemplo: el pueblo de Jubara, cerca de Tulkarem en el norte de Cisjor-
dania, “solía tener una economía vibrante con 10 granjas avícolas y nu-
merosos invernaderos”, pero de acuerdo con una agencia de las
Naciones Unidas, “estos negocios han cerrado o están luchando por
mantenerse a flote”. El desempleo en Jubara es ahora de 90 por ciento.
Un reporte publicado por la Oficina de Coordinación de Asuntos Hu-
manitarios de las Naciones Unidas (OCAH) en noviembre de 2007 re-
veló que en la zona alrededor de Qalqilia unas 1,800 familias
agricultoras no tienen un sólo miembro de la familia que no sea disca-
pacitado y que tenga permiso a acceder a la tierra al oeste del muro.

Más allá del trabajo, los trastornos que el muro ocasiona afectan al resto
del ritmo de la vida diaria. El pueblo de Abdel-Latif en Daba’a, por ejem-
plo, está aislado de recursos por esta barrera. Los estudiantes de pre-
paratoria del pueblo tienen que ir a clases en escuelas en Habla o en
Qalqilia mismo, y eso implica pasar por las puertas del muro. Los sol-
dados israelíes encargados de las puertas a menudo acosan a los jóve-
nes adolescentes que necesitan atravesarlas. Los estudiantes han
llegado a perder la oportunidad de presentar exámenes dados los irre-
gulares horarios de apertura, los retrasos o los problemas de rutina du-
rante el cruce. Las cosas no son más favorables para los niños de
primaria: “Sólo hay una escuela en el pueblo ‒explica Abdel-Latif‒ y
tiene una planta de maestros grande. La mayoría de los maestros viven
del otro lado de la barrera y necesitan permisos para llegar a la escuela.
La dependencia de los permisos rompe con el funcionamiento de la es-
cuela, pues cuando expiran a menudo toma mucho tiempo renovarlos.
Mientras tanto, se cancelan las clases y los niños no pueden continuar
su aprendizaje”. Incluso la vida social cotidiana de las familias palesti-
nas que viven cerca del muro se ha trastornado. Para invitar a los ami-
gos o los familiares de los pueblos vecinos a tomar el té o a comer,
Abdel-Latif tiene que solicitar permisos para los invitados, lo cual toma
tiempo y no significa ninguna garantía. Solamente una cuarta parte de
los invitados del pueblo a la boda del hijo de Ibrahim lograron obtener
permisos de los israelíes para asistir.

Con los servicios médicos sucede lo mismo que con la educación y la


vida social. El hospital más grande de la región aledaña a Qalqilia está
justo en esta población, a la cual es imposible acceder desde los campos
y pueblos en la “zona de protección” al oeste del muro cuando las puer-
tas están cerradas. Bajo estas circunstancias, cualquier emergencia
puede rápidamente convertirse en una situación de vida o muerte.
Mu’atasem Omar cuenta de un accidente en el que un tractor se volteó
en los campos al oeste del muro y dejó atrapando debajo suyo a Adel,
primo de Mu’atasem. Éste y un amigo lograron traer otro tractor para
enderezar el primero y liberar a Adel, que estaba gravemente herido.
Trajeron un auto a la escena, metieron a Adel en él y salieron apresu-
rados a la puerta más cercana en Azun Atima (la puerta para la que Mo-
hammad Jalud tenía un permiso). La puerta estaba cerrada. “Salimos
del auto y llamamos a los soldados que estaban de guardia en la torre
‒recuerda Mu’atasem‒; les grité en hebreo que teníamos una persona
en el auto que había tenido un accidente y estaba malherida, y que te-
níamos que llevarla al hospital. Qusai [su amigo], que habla hebreo
mejor que yo, le explicó al soldado el estado en el que estaba Adel. A
través de una pequeña ventana en la torre, uno de los soldados ordenó
que nos alejáramos de la puerta. Qusai y yo insistimos y nuevamente les
pedimos a los soldados que abrieran la puerta para que pudiéramos lle-
var a Adel al hospital...”. Los palestinos continuaron pidiéndole sin éxito
a los soldados que abrieran la puerta. “Después de aproximadamente
una hora con cinco minutos ‒continúa Mu’atasem‒ tres soldados sa-
lieron de la torre y fueron hacia el auto. Vieron a Adel y se dieron cuenta
de que tenía que ir al hospital. Uno de ellos preguntó que había pasado.
Le explicamos lo del accidente, y otro de ellos abrió la puerta. Con todo,
los soldados nos retuvieron como una hora con diez minutos”. Veinte
minutos después llegaron al hospital al-Aqsa en Qalqilia. Adel murió
poco después a causa de una hemorragia interna.

59
La Opinión Consultiva de 2004 de la Corte de Justicia Internacional
fue rotunda en su análisis del impacto del muro en los habitantes de
Cisjordania y el estatus legal de la ocupación israelí en general. “La
Corte considera que la construcción del muro y el régimen asociado a
él impiden la libertad de movimiento de los habitantes del Territorio
Palestino bajo Ocupación”, declaró. “También impide el ejercicio del de-
recho que tienen las personas implicadas de trabajar, tener acceso a ser-
vicios médicos, educación y a un nivel de vida como lo proclama el Pacto
Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, y la Con-
vención sobre los Derechos del Niño de las Naciones Unidas.” La corte
concluyó que:

De acuerdo con sus obligaciones, Israel debe cesar inmediata-


mente las labores de construcción del muro en el Territorio Pa-
lestino bajo Ocupación, incluido el que está dentro y alrededor
de Jerusalén Oriental. Por otra parte, en vista de las conclusio-
nes de la Corte […] que las violaciones que Israel comete en lo
que respecta a sus obligaciones internacionales surgen de la
construcción del muro y el régimen asociado a él, el cese de esas
violaciones implica el desmantelamiento inmediato de las par-
tes de esa estructura situadas en el Territorio Palestino bajo
Ocupación, incluido el que está dentro y alrededor de Jerusalén
Oriental.

La Corte agregó que Israel tiene también la obligación “de devolver la


tierra, huertos, plantíos de olivos y otras propiedades inamovibles to-
madas de cualquier persona natural o legal con el propósito de la cons-
trucción del muro”, y a reparar los daños.

El muro no ha sido desmantelado como lo solicitó la Opinión Consul-


tiva de la Corte Internacional; se ha extendido. La propiedad expro-
piada no ha sido devuelta; se ha confiscado más tierra. El gobierno
israelí, respaldado por la Alta Corte de Israel, descartó la Opinión Con-
sultiva de la Corte Internacional con el argumento de que vulnera la se-
guridad de Israel. Después de que el gobierno de Israel finalmente
admitió, a principios del 2006, que el muro en efecto estaba diseñado
para anexar la mayor parte de los asentamientos judíos en Cisjordania
y para marcar la hasta ahora no declarada frontera oriental de Israel
(haciendo caso omiso de la ley internacional), y no meramente por cues-
tiones de seguridad, la Alta Corte de Israel lo reprendió públicamente
por el engaño. Eso tampoco marcó ninguna diferencia. Y si no fuera
suficiente con los planes oficiales del gobierno de Israel para el muro, lo
que el ejército israelí de hecho construye sobre la tierra a menudo es
peor que eso y en ocasiones hace caso omiso de órdenes específicas del
gobierno e incluso de la Alta Corte. De acuerdo a Haggai Alon, consul-
tor del Ministerio de Defensa de Israel, el ejército israelí tiene una vo-
luntad propia en los territorios bajo ocupación: puede hacer o dejar de
hacer lo que le de la gana, a menudo en colaboración con los asentados
judíos en Cisjordania. Esto, dice Alon, es:

La grandeza del mando militar. Él [el ejército] puede simple-


mente deslindarse de hacerlo: puede deslindarse de aplicar la
ley en los asentamientos y puede deslindarse de permitir a los
palestinos la movilidad. En la historia completa de las violacio-
nes a la ley en los territorios, el espíritu del comandante es el
factor determinante. Es más fuerte que cualquier ley o proce-
dimiento.

“El Muro que Israel construye actualmente en territorio palestino es cla-


ramente ilegal”, escribió John Dugard, Reportero Especial de las Nacio-
nes Unidas sobre Derechos Humanos, en sus últimas novedades sobre
la situación de derechos humanos en los territorios bajo ocupación en
enero del 2007. Ese mismo mes, el gobierno israelí anunció sus planes
para cambiar la ruta de la barrera unos cinco kilómetros hacia dentro
de Cisjordania para incorporar dos asentamientos judíos más. Un estu-
dio reciente financiado por el Nuevo Fondo de Israel y la embajada bri-
tánica en Tel Aviv, y citado por el Banco Mundial en su reporte de mayo
del 2007 sobre la economía palestina, encontró que la ruta actual del
muro “prácticamente hace caso omiso de las necesidades diarias de la
población palestina”, reduce el empleo para los palestinos, aísla a los
campesinos de los mercados, causa un “daño particularmente serio” a las
necesidades médicas de los residentes, y socava la vida social y familiar;
asimismo señala que “no ha habido un cambio significativo en el sis-
tema de consideraciones que guían la planificación [israelí]”.

61
Todas estas resoluciones y reportes (además de los de las Naciones Uni-
das, organizaciones de derechos humanos, periodistas, académicos y
otros) no han marcado diferencia alguna en la planificación israelí por la
sencilla razón de que fracturar y dividir el territorio palestino, rasgo de-
finitorio del muro, más que una innovación introducida con el propio
muro es un rasgo antiguo de la ocupación israelí que se remonta a 1967.
En otras palabras, el muro es sólo una manifestación de un proceso sub-
yacente que ha prevalecido por décadas, concretamente el proyecto is-
raelí para desmantelar y aislar los espacios palestinos a la par de
fomentar la unificación y la vinculación de los espacios judíos-israelíes
de Israel entre sí y con los territorios bajo ocupación. De esta manera,
aunque el muro tenga un impacto devastador en la vida de los palesti-
nos por todo Cisjordania, más que como una causa debe ser entendido
como un efecto, y el problema que debería abordarse no es el muro como
tal, sino la ocupación; en cualquier parte de Cisjordania la misma ló-
gica está en operación, una lógica por la cual el espacio de la existencia
palestina está fragmentado y desmantelado, mientras que la existen-
cia judía-israelí en Cisjordania y en Jerusalén Oriental está unificada.
Casi a donde quiera que vayan los palestinos se enfrentan a límites fí-
sicos y geográficos en su existencia cotidiana.

Una semana de Ocupación:


Sesión informativa semanal de la oficina de coordinación de
asuntos humanitarios de las Naciones Unidas (OCAH),

• 2 de mayo: Las FDI [ejército israelí] cerraron el puesto de control de Anata


debido a labores de construcción cerca del mismo.
• 3 de mayo: Palestinos de la ciudad de Adh Dhahiriya (Hebrón), junto con
activistas internacionales abrieron el cierre en la entrada del pueblo
sobre el Ruta 60. Dos horas después, la apertura fue cerrada
nuevamente por las FDI.
• 3-8 de mayo: A pesar de la resolución de la Alta Corte de Israel del 14 de
diciembre del 2006 que ordena el desmantelamiento de la Barrera
de la Ruta 317, dicha barrera está aún presente y no se han llevado
a cabo esfuerzos para desplazarla. En lugar de eso, las FDI han cerrado
algunos de los huecos utilizados por los arrieros para llegar a sus tierras.
• 4 de mayo: Pobladores israelíes de la zona de Gush Etzion impidieron
que terratenientes del pueblo de Al Khadr llegaran a sus tierras
localizadas al oeste de la Ruta 60.
• 5 de mayo: Las FDI cerraron la ruta entre los pueblos de Yasouf e Iskaka
(Salfit) con un túmulo de tierra. Sin embargo, los palestinos lograron
pasar por encima al día siguiente.
• 5 de mayo: Las FDI cerraron el puesto de control de Jaljulia por dos horas
debido a un objeto sospechoso localizado en el mismo.
• 5 de mayo: Las FDI impusieron un toque de queda en el pueblo de
Deir Qaddis (Ramallah) entre las 13:30 y las 16:00 horas tras el disparo
a un guardia israelí en una gasolinera cerca del pueblo.
• 5 de mayo: Las FDI impusieron un toque de queda en el pueblo de Iskaka
(Salfit) por 12 horas tras el reporte del lanzamiento de un cóctel
Molotov contra un vehículo israelí en dirección a Ariel.
• 5 de mayo: Las FDI entraron a una secundaria para niñas en Al Lubban
ash Sharqiya (Nablus) y ordenaron a los profesores quitar la bandera
palestina. Cuando los profesores se negaron, las FDI bajaron la bandera por
la fuerza.
• 5 de mayo: Las FDI forzaron a los estudiantes de una escuela primaria
mixta en Iskaka (Salfit) a dejar la escuela desde temprano debido al
toque de queda impuesto en el pueblo.
• 5-8 de mayo: Se reportaron largas filas y retrasos en el puesto de control
de Al Badhan al norte de Nablus. El 7 de mayo las FDI utilizaron gas
lacrimógeno para controlar a los cientos de palestinos en espera en
ambos lados del mismo.
• 6 de mayo: Las FDI impusieron un toque de queda en el pueblo de Yasouf
(Salfit) por 12 horas tras el reporte del lanzamiento de un cóctel
Molotov contra un vehículo israelí en dirección a Ariel.
• 6 de mayo: Las FDI forzaron a los estudiantes de las escuelas en Yasouf
(Salfit) (una escuela primaria mixta, una escuela secundaria para niñas
y una escuela secundaria para niños) a dejar la escuela desde temprano
debido al toque de queda impuesto en el pueblo.
• 6 de mayo: Las FDI cerraron el puesto de control de Za’atara durante una
hora debido a un objeto sospechoso localizado en el mismo.
• 7 de mayo: Las FDI cerraron el mercado de vegetales de Beita (junto a la
Ruta 60) durante tres horas. De acuerdo a las FDI, el mismo día se
habían lanzado piedras en la zona.

63
• 8 de mayo: Las FDI cerraron el mercado de vegetales de Beita (junto a la
Ruta 60) durante tres horas. De acuerdo a las FDI, el mismo día se
habían lanzado piedras en la zona.

Incidentes en curso

• Desde el 29 de abril del 2007, las FDI cerraron la entrada sur al pueblo de
Qaryut con un túmulo de tierra. El camino conecta el pueblo con la
Ruta 60 y con el punto de llenado de agua que alimenta al pueblo.
Los palestinos ahora se ven forzados a tomar un largo rodeo para
llegar al punto de llenado de agua.
• Desde el 28 de marzo del 2007, las FDI cerraron el puesto de control
de Shave Shomron para todos los palestinos, ambulancias, las Naciones
Unidas y las organizaciones internacionales.
• Las FDI continúan cerrando la puerta en la entrada norte de Kafr ad Dik. *

Este ensayo es el primer capítulo del libro Makdisi, Saree, Palestine Inside
Out: An Everyday Occupation, NY, ww.norton, 2008, 387 pp. y presenta-
mos una selección de sus referencias y bibliografía sobre ese capítulo:
Historia de Mohammad Jalud: tomado de un testimonio ofrecido a la
OCAH de las Naciones Unidas, publicado en Crossing the Barrier: Pa-
lestinian Access to Agricultural Land (OCAH, enero de 2006) / Historia
de Abdel-Latif Odeh: testimonio ofrecido a B’Tselem y en página web
(http://www.btselem.org/english/Testimonies/20050721_Separa-
tion_Barrier_in_a_Daba_witness_Odeh.asp) / Historia de Moham-
mad Salim: testimonio ofrecido a B’Tselem y en página web
(http://www.btselem.org/english/Testimonies/20040330_Muham-
mad_Salim_Barrier_in_Yayyus_Village.asp) / Historia de Mu’atasem
Omar: testimonio ofrecido a B’Tselem y publicado en página
web(http://www.btselem.org/english/Testimonies/20070217_Adel_
Omar_died_after_delay_of_medical_treatment_Azzun_Atmah.asp).
Sobre la repercusión del muro israelí en Cisjordania, las leyes de tierras,
regulaciones militares israelíes relevantes y su incidencia en la vida
palestina: véase Not All It Seems: Preventing Palestinians Access to their
Lands West of the Separation Barrier in the Tulkarm-Qalqilya Area (B’T-
selem, junio de 2004); Behind the Barrier: Human Rights Violations as

* Traducción: Clara Stern


a Result of Israel’s Separation Barrier (B’Tselem, abril de 2003); Land
Grab: Israel’s Settlement Policy in the West Bank (B’Tselem, mayo de
2002); The West Bank Wall: Humanitarian Status Report, Northern
West Bank Trajectory (OCAH, julio de 2003); John Dugard, Report of
the Special Rapporteur on the Situation of Human Rights in the Pales-
tinian Territories Occupied Since 1967 (Consejo de Derechos Humanos
de las Naciones Unidas, 5 de septiembre de 2006; 17 de enero de
2006; 29 de enero de 2007); Crossing the Barrier: Palestinian Access to
Agricultural Land (OCAH, enero de 2006); Movement and Access Re-
strictions in the West Bank: Uncertainty and Inefficiency in the Pales-
tinian Economy (Banco Mundial, mayo de 2007); Four Years: Intifada,
Closures and Palestinian Economic Crisis; An Assessment (Banco
Mundial, octubre de 2004); Dror Etkes y Hagit Ofran, Breaking the
Law in the West Bank: The Private Land Report (Peace Now, noviem-
bre de 2006).
Para estadísticas de puestos de control y bloqueos: véase página web
de B’Tselem: (http://www.btselem.org/English/Freedom_of_Move-
ment/Statistics.asp); para más detalles sobre puestos de control, blo-
queos, cúmulos de tierra, puestos de control temporales, véase
información semanal y actualizaciones humanitarias publicadas por
la oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Nacio-
nes Unidas y que están disponibles en la página web de la OCAH
(www.ochaopt.org).
Sobre el sistema de carreteras en Cisjordania, cierres, barreras, puestos
de control, restricciones de movilidad, y su impacto en la vida pa-
lestina: véase Forbidden Roads: The Discriminatory West Bank Road
Regime (B’Tselem, agosto de 2004); Territorial Fragmentation of the
West Bank (OCAH, mayo de 2006); Civilians Under Siege: Restrictions on
Freedom of Movement as Collective Punishment (B’Tselem, enero de
2001); Akiva Eldar, “IDF Extends Seal on Territories as Humanita-
rian Situation Worsens” (Ha’aretz, 19 de marzo de 2006); Stepha-
nie Khoury, “West Bank Road vs. Peace” (Washington Post, 19 de
noviembre de 2005); Gideon Levy, “Enough Palestinian Cars” (Ha’a-
retz, 23 de octubre de 2005); Amira Hass, “New Checkpoint to Sever
W. Bank South of Nablus” (Ha’aretz, 30 de octubre de 2005); John
Dugard, Report of the Special Rapporteur on the Situation of Human
Rights in the Palestinian Territories Occupied Since 1967 (Consejo de
Derechos Humanos de las Naciones Unidas, 5 de septiembre de 2006;
17 de enero de 2006; 29 de enero 2007).
65
reflexiones sobre estética y violencia en colombia
maría victoria uribe

Es más importante entender que recordar,


aunque para entender sea preciso, también, recordar.
SUSAN SONTAG
Hemos sido invitados por el Museo Universitario Arte Contemporáneo
(MUAC) de la UNAM a debatir acerca de la relación entre estética y vio-
lencia. Con el fin de situarme respecto a los temas que nos proponen,
quisiera partir de una premisa muy sencilla: los pensamientos miran
desde algún lugar, están situados en determinados paisajes teóricos y
empíricos y no hay pensamiento sin experiencia y sin ubicación. En mi
condición de antropóloga dedicada al estudio de la violencia en Co-
lombia, quiero hacer explícito el lugar desde el cual hablo, un paisaje
social donde han tenido lugar, desde hace más de cincuenta años, prác-
ticas atroces como las masacres, la desaparición forzada, la tortura, el
asesinato individual y colectivo y el desmembramiento, prácticas que
vengo estudiando desde hace más de veinte años. Con el fin de abordar
algunos de los temas de este encuentro, dividiré mi intervención en dos
partes. La primera, la dedicaré a delinear las características más rele-
vantes del conflicto colombiano con el fin de que podamos establecer di-
ferencias con lo que está pasando en México. En la segunda, me referiré
a la relación entre estética y violencia a propósito de algunos plantea-
mientos de artistas colombianos cuyas obras giran alrededor de la vio-
lencia y el conflicto.

Las preguntas más interesantes respecto al sufrimiento social surgen


en los intersticios entre disciplinas como la antropología, el psicoaná-
lisis y la crítica cultural y en encuentros fortuitos con artistas, homici-
das y perpetradores. Como aquel fugaz encuentro que tuve una tarde
con un asesino a sueldo quien antes de comenzar mi interrogatorio me
dijo lo siguiente: Yo quisiera tener dos corazones, uno para tratar con la
gente buena y otro para tratar con la gente mala, esa que no tiene enemigos
y es peligrosa porque traiciona. Una lógica, en principio, ininteligible para
una académica pero que, sin embargo, explica muy bien porqué en so-
ciedades donde los delincuentes son católicos creyentes, y tal es el caso
de México y Colombia, la única manera de circular entre la legalidad y
la ilegalidad es evitando que colisionen el bien y el mal que cada quien
lleva por dentro y teniendo bien claro quiénes son los amigos y quiénes
los enemigos. A partir de allí entendí que se puede ser asesino cruel y
devoto practicante de manera simultánea, siempre y cuando la cultura
lo permita. Me viene a la memoria un texto de Žižek quien parafrase-
ando la parábola de Chuang-Tse y la mariposa, que es también una de

67
las referencias de Lacan, hace alusión a un profesor burgués tranquilo,
bondadoso y decente que, por un momento, sueña que es un asesino.
En Colombia los asesinos sueñan, con frecuencia, que son personas
decentes.

Desde hace más de treinta años en Colombia se viven de una manera si-
multánea y casi ininterrumpida al menos dos guerras. La primera de
ellas comenzó hacia 1980 y tuvo su momento más crítico durante la
década de 1990 cuando gobiernos e instituciones fueron atacados fron-
talmente por el cartel del narcotráfico de Medellín. Dicha guerra se libró
principalmente en las grandes ciudades y dejó a su paso incontables
muertos, entre ellos tres candidatos presidenciales, varios ministros de
Justicia, operadores judiciales, intelectuales de izquierda, jueces y fis-
cales, dirigentes sindicales, periodistas, defensores de derechos huma-
nos y ciudadanos que murieron abatidos por las balas y las potentes
bombas del narcotráfico. Los carteles de Cali y Medellín fueron des-
mantelados y posteriormente se han visto reemplazados por micro-
carteles que actúan en la sombra, sin enfrentarse al Estado, en alianza
con los diferentes carteles mexicanos.

La otra guerra tiene muchas aristas y se conecta con la primera debido


a que los actores armados que la protagonizan también se nutren del
narcotráfico. Esta segunda guerra comenzó a mediados del siglo XX, no
ha terminado aún y gira alrededor del problema de la tierra pues, a di-
ferencia de México, en Colombia nunca se hizo una reforma agraria lo
que se traduce en el monopolio sobre la tierra por parte de unos cuan-
tos. La confrontación tiene como protagonistas a las fuerzas armadas
estatales, a dos grupos guerrilleros, las Fuerzas Armadas Revoluciona-
rias de Colombia (FARC) y el Ejército de Liberación Nacional y a los gru-
pos paramilitares. Es una guerra irregular en la cual los grupos
guerrilleros han tenido una estrategia centrada en los ataques a esta-
ciones de policía y puestos militares, con armas no convencionales, y el
posterior repliegue a las montañas. Las estaciones de policía están si-
tuadas en el centro de los pueblos y por ello en estos ataques con cilin-
dros de gas, acondicionados como morteros, mueren muchos civiles a
manos de la guerrilla. A su vez, y como respuesta al accionar guerri-
llero, los paramilitares, con la anuencia de militares activos y retirados,
han ejecutado innumerables masacres donde han muerto civiles consi-
derados auxiliadores de la guerrilla.

Tanto paramilitares como guerrilleros de las FARC cobran impuestos a


los productores y comerciantes de cocaína y participan activamente del
comercio de estupefacientes, recursos que invierten en la compra de
armamento; ambas guerrillas y paramilitares han recurrido al saqueo
de oleoductos y poliductos, así como a la implementación de prácticas
delincuenciales como la extorsión y el secuestro. En su fase actual la
guerra del Estado colombiano contra la insurgencia se caracteriza por
la recuperación parcial del monopolio de la fuerza por parte de los mi-
litares y el repliegue táctico de las FARC a territorios selváticos colin-
dantes con Venezuela y Brasil. Me atrevería a señalar una primera
diferencia con México donde el Estado no ha tenido enemigos insur-
gentes de consideración; el Estado mexicano, que hasta hace una dé-
cada tuvo el monopolio de la fuerza y el control sobre el territorio
nacional, ha ido perdiendo el dominio sobre extensas zonas que hoy en
día son dominadas por los carteles de la droga, los Zetas y los grupos
paramilitares.

No conozco cuáles serán las dimensiones de los escuadrones de la


muerte en México, pero sí puedo afirmar que los paramilitares colom-
bianos, reunidos bajo la sigla AUC y actuando en alianza con sectores
del Ejército, conformaron un cuerpo armado compuesto por 34 es-
tructuras y cerca de 34,000 combatientes, cometieron 1755 masacres,
36,000 ciudadanos fueron víctimas de desaparición forzada y, según la
Fiscalía General de la Nación, hasta el momento se les han imputado
178,000 homicidios. Los paramilitares consolidaron su imperio a costa
del desprestigio de una guerrilla que se acostumbró a la quema siste-
mática de pueblos, al secuestro, al robo de ganado y a la extorsión, lo
que facilitó el reclutamiento de simpatizantes y adeptos a la causa pa-
ramilitar. El accionar de las AUC se centró en la expulsión violenta de
campesinos considerados como presuntos auxiliadores de la guerrilla y
en la usurpación de sus tierras. Debido a este proceder, Colombia tiene
cerca de cuatro millones de desplazados internos que sobreviven en medio
de la pobreza y el desarraigo en tugurios de las grandes ciudades. La es-
trategia de expulsar a la población ha sido liderada por terratenientes y

69
empresarios del campo e implementada por los paramilitares que han
buscado consolidar corredores estratégicos que faciliten el transporte
de armas y estupefacientes así como la expansión de sus dominios.

Actualmente, a partir de la reciente expedición de la nueva Ley de Res-


titución de Tierras y de la Ley de Víctimas, el gobierno del presidente
Santos intenta saldar la enorme deuda que el país tiene con las víctimas
del conflicto y con los campesinos desposeídos, en medio de amenazas
y asesinatos selectivos de líderes y lideresas. La Ley de Víctimas y De-
volución de Tierras se ha convertido en la prueba de sangre acerca de si
es posible contener a los terratenientes, ganaderos y empresarios agrí-
colas que acuden a métodos violentos y expeditos de acumulación de
capital o si, al contrario, ellos volverán a imponer su ley mediante el
asesinato de los campesinos a quienes se les restituyan sus tierras y sus
familias. Suponiendo que después de los cuatro años del gobierno San-
tos se logren adjudicar dos millones de hectáreas, sus alcances serán
modestos si se los compara con los 6 millones de hectáreas que les
fueron despojadas a los campesinos en todo el país. Esta expropiación
de tierras a sangre y fuego semeja una reforma agraria pero a la inversa
y en beneficio de unos pocos.

Aunque en Colombia la crueldad, la sevicia y la falta de compasión por


el otro han sido las características predominantes, y muchas víctimas
no alcanzan a nombrar lo que les ocurrió, comparativamente con el
Holocausto, la Esclavitud o el Apartheid1 la escala es definitivamente
otra. Aunque es innegable la existencia de crímenes de Estado en Co-
lombia, las formas extremas de violencia en el país son de naturaleza
fragmentaria y localizada. Con excepción del exterminio de más de
3000 integrantes del partido político de izquierda Unión Patriótica,
llevado a cabo por militares, paramilitares y narcotraficantes, el espa-
cio de la devastación en Colombia se circunscribe a las localidades, a lu-
gares discretos en los cuales han sido asesinadas, mutiladas o
desaparecidas miles de personas, a lo largo de los últimos cincuenta
años. Estamos hablando de una violencia crónica, a cuenta gotas, que

1
Mbembe, Achille, “African Modes of Self-Writing”, en Public Culture, vol. 14, núm. 1,
invierno 2002, Duke University Press, pp. 239-273.
en la mayoría de los casos no da lugar ni a duelos compartidos, ni a
memorias colectivas.

Pese a las profundas desigualdades sociales que existen en Colombia y


a la presencia de un movimiento importante de víctimas que conside-
ran al Estado como el principal violador de los derechos humanos, la
democracia colombiana no puede ser equiparada a una dictadura mili-
tar como las que hubo en el Cono Sur americano durante las décadas de
1970 y 1980. El Estado colombiano ha sido tradicionalmente un estado
débil, con escaso control sobre el territorio nacional, sin embargo está
lejos de ser un estado colapsado pues cuenta con instituciones fuertes
comprometidas con la construcción de la verdad, la justicia y la memo-
ria. En efecto, gran parte de la verdad acerca de las atrocidades de la
guerra comienza a conocerse precisamente gracias a instituciones como
la Fiscalía General de la Nación, la Procuraduría, la Corte Constitucio-
nal y la Corte Suprema de Justicia y a las memorias recogidas por or-
ganizaciones de víctimas y diversas ONG. La Corte Suprema de Justicia
ha investigado la relación existente entre narcotráfico, paramilitarismo
y corrupción y ha llevado a la cárcel a un número creciente de congre-
sistas, representantes, alcaldes y gobernadores por sus nexos con la de-
lincuencia. Los actos de memoria propiciados por las diferentes
organizaciones han sido una pieza fundamental para ampliar el cono-
cimiento sobre lo ocurrido, actos sostenidos a veces por el estado y de
forma permanente por las organizaciones de la sociedad. Como bien
dice Beatriz Sarlo, “no hay Verdad pero los sujetos, paradójicamente se
han vuelto cognoscibles”.2 Este es, a grandes rasgos, el resultado parcial
de los evidentes vínculos de los paramilitares con las instituciones del
Estado Colombiano.

La ley de justicia y paz y el proceso de justicia transicional


Desde el siglo XIX en Colombia ha existido una propensión a la práctica
casi ilimitada de la amnistía, el perdón y el olvido; a ello debemos la
desmemoria rampante que impera entre los ciudadanos. Hoy, esa tra-
dición de impunidad y silencio se encuentra en tensión con la creciente

2
Sarlo, Beatriz, Tiempo pasado. Cultura de la memoria y giro subjetivo, una discusión, Bue-
nos Aires, Siglo XXI Editores, 2005, pp. 50-67.

71
internacionalización de la justicia que impone límites normativos y de
tolerancia social y ética a los modos rutinarios de hacer todo negocia-
ble, incluso el delito común y el crimen organizado. Por ello la Ley de
Justicia y Paz, promulgada durante el primer gobierno de Uribe Vélez
y sancionada por el Congreso en 2005 para juzgar los crímenes del pa-
ramilitarismo, marca un cambio importante respecto a las amnistías
anteriores al establecer un proceso de justicia transicional con penas
máximas de ocho años para los delitos no indultables, siempre y cuando
éstos sean confesados por los perpetradores que se acojan a la ley. De
los 31,671 combatientes paramilitares que se desmovilizaron volunta-
riamente entre 2002 y 2010, únicamente 2700 excombatientes fueron
escogidos por el gobierno para recibir las penas alternativas que esti-
pula la Ley de Justicia y Paz a cambio de la confesión de sus crímenes.
Son ellos quienes rinden sus testimonios y reciben, a cambio, penas al-
ternativas muy leves.

A seis años de iniciado el proceso, los resultados de Justicia y Paz son


contradictorios. Por un lado, es innegable el empoderamiento de los
movimientos de víctimas y la importancia que han adquirido los temas
de la reparación y la memoria histórica entre los colombianos. Antes de
la promulgación de la Ley de Justicia y Paz nadie hablaba de víctimas
en Colombia. Se trata, por lo tanto, de una nueva categoría social que
hoy ocupa un lugar central en los lenguajes oficiales. Las incontables
víctimas anónimas que ha dejado la guerra ya no están entre nosotros,
sin embargo sus familiares se han agrupado y sus voces conforman una
subalternidad que tiene la fuerza de una memoria desafiante desde la
cual confrontan las injusticias de las que han sido objeto. Son seres cuyo
dolor hace eco a los planteamientos de Adorno y de Benjamin respecto
a la historia como sufrimiento, y a la memoria de los sufrientes como una
dimensión subversiva de la Historia.3 Hoy por hoy hay más de 380,000
víctimas registradas ante la Fiscalía que esperan ser reparadas por el
Estado. Las víctimas de crímenes de Estado, que hasta hace apenas un
año no eran reconocidas por el Estado colombiano, hoy gozan de un
mejor estatus respecto al gobierno de Uribe Vélez quien desconoció

3
Rebolo, Luis Joaquín, “Memoria subversiva y alternativas sociales”, en Página Abierta,
núm. 150, julio 2004, pp. 49-51.
flagrantemente sus derechos pues reconocerlas a ellas era aceptar que
el Estado ha sido violador de los derechos humanos.

Otro de los aspectos positivos del proceso de Justicia y Paz es que nos
ha convertido a los colombianos en testigos de un cúmulo inédito de re-
velaciones públicas que emanan de varias fuentes. En primer lugar
están las confesiones voluntarias de los cabecillas paramilitares en las
versiones libres, confesiones que le han permitido a la Fiscalía conocer
e imputar más de 178,000 homicidios que no conocía la justicia ordi-
naria. Aunque las confesiones han resultado ser verdades a medias,
construidas a partir de lo que el sujeto se permite o puede recordar, lo
que olvida, lo que calla intencionalmente, lo que sus destrezas cultura-
les le permiten captar del pasado, lo que utiliza como dispositivo retó-
rico para argumentar, atacar o defenderse, lo que conoce por
experiencia y lo que conoce por terceros, es indudable el aporte a la ver-
dad que han hecho estas confesiones. 4

La segunda fuente de verdades públicas se ha configurado a partir de las


indagatorias hechas por la Corte Suprema de Justicia a políticos vin-
culados con el narcotráfico y el paramilitarismo, lo que ha dado lugar al
fenómeno denominado en Colombia como “parapolítica”. Según datos
de varias ONG de Derechos Humanos, hay más de 30 dirigentes políti-
cos detenidos, entre ellos nueve congresistas, dos gobernadores, cinco
alcaldes, el ex director de la Agencia Gubernamental de Seguridad y va-
rios de sus funcionarios y un considerable número de ex parlamentarios,
concejales, diputados departamentales, ex mandatarios y funcionarios
investigados, con órdenes de captura vigentes o condenados.

Sin embargo, el aspecto más preocupante del proceso de Justicia y


Paz ha sido su incapacidad para incidir en la no repetición de los he-
chos atroces. A pesar de las desmovilizaciones y de los hechos delic-
tivos revelados y sancionados, el paramilitarismo no ha desaparecido
del escenario nacional y local pues se ha reciclado a través de las lla-
madas BACRIM o bandas criminales, un eufemismo estatal para de-
signar al paramilitarismo de nuevo cuño que está en expansión y

4
Sarlo, op. cit., p. 80.

73
replica nuevamente las prácticas atroces de sus predecesores. Haciendo
una analogía con México se puede decir que estas bandas delincuencia-
les recuerdan a los Zetas, pues están integradas por ex militares, delin-
cuentes comunes y sicarios muy proclives a la violencia extrema. Otro
efecto perverso del proceso de Justicia y Paz ha sido el hecho de los
19,000 paramilitares desmovilizados que Justicia y Paz dejó fuera de su
alcance y cuyos crímenes han quedado en la impunidad. Éstos fueron
combatientes rasos cuyos crímenes no han sido amnistiados y perma-
necen en un limbo jurídico.

Hoy en día y a pesar de los intentos que han hecho las instituciones por
reducir y acotar los límites y los alcances de la delincuencia organizada,
la sociedad colombiana se debate entre el cansancio crónico, el escep-
ticismo generalizado y la urgencia por poner fin a tantos años de gue-
rra. La guerra entre el Estado colombiano y las FARC continúa mientras
los paramilitares y los carteles del narcotráfico se reciclan; por ello, es
difícil ponderar el impacto y la importancia que ha tenido un proceso
de justicia transicional que ha transcurrido en medio de la guerra y
que por definición tendría que haber incidido en la ampliación de la
democracia. En unos años, cuando hayamos procesado el cúmulo de
verdades atroces confesadas por los paramilitares y sepamos a ciencia
cierta de qué manera el Congreso y la Cámara de Representantes en-
traron en el baile de sangre y cuáles empresas financiaron la guerra
sucia, podremos conocer a cabalidad las dimensiones del universo de
la victimización, podremos afirmar que quizá todo el dolor y el sufri-
miento valieron la pena porque contribuyeron a convertirnos en un
mejor país.

Aunque el volumen y la atrocidad de los crímenes cometidos en Co-


lombia lo hubieran ameritado, la ley de Justicia y Paz no optó por una
verdad judicial exaltada a la manera de los tribunales Núremberg,
Ruanda o la antigua Yugoslavia. Desde el tribunal de Núremberg verdad
histórica y verdad judicial, sus diferencias, el abismo que las separa y el
juego de sus recíprocas determinaciones, han sido objeto de reflexión
académica y de decisiones políticas. A pesar de que Núremberg ha sido,
y continúa siendo, una referencia obligada para los experimentos de
justicia transicional que se preguntan por las relaciones entre verdad ju-
dicial y verdad histórica, en Colombia optamos por un proceso que ha
ido develando las verdades de la guerra a cuenta gotas, con imputacio-
nes judiciales parciales que no logran delinear los contornos reales de
lo que fue el paramilitarismo, y van dejando de lado lo que podría ser
un verdadero juicio histórico con efectos pedagógicos y terapéuticos
para la sociedad.

En medio de la desolación que han dejado a su paso la violencia y la


guerra, algunos artistas colombianos se han preocupado por su repre-
sentación. Generalizando podemos decir que las representaciones ar-
tísticas sobre la violencia en Colombia se han valido de dos estrategias
contrarias: una literal que reproduce la experiencia de la violencia tan
fielmente como sea posible y la otra, una estrategia metafórica que re-
nuncia a la referencia directa, en favor de la sugestión y la evocación. En
efecto, la violencia ha sido un tema recurrente en las obras de artistas
colombianas como Doris Salcedo y Clemencia Echeverri, dos mujeres
que se han propuesto representar lo irrepresentable de la violencia,
lo que no tiene expresión, aquello que antropólogos e historiadores no
somos capaces de poner en palabras. Ante el panorama desolador de
una violencia crónica que no termina de pasar, la experiencia propicia-
toria del arte ha pretendido tender un puente entre la representación
del conflicto y el sufrimiento irrepresentable, entre el entendimiento y
el sentimiento, evitando la dramatización y la estetización de las vícti-
mas y de los perpetradores.

En una obra reciente de la artista Clemencia Echeverri, la violencia


aparece representada a través de sonidos que hacen alusión a los es-
pacios del terror. Se trata de una obra sonora y visual y en ella se re-
producen algunas voces femeninas que buscan y no encuentran, voces
que no es posible ubicar porque no forman parte de la realidad narra-
tiva. En efecto, en su videoinstalación denominada Treno, la artista
sitúa al espectador en medio de dos grandes proyecciones enfrentadas
del río Cauca y, sin necesidad de recurrir a imágenes de horror y de ex-
trema crueldad, logra, en la medida que crece el caudal de las aguas, la
sensación de hundimiento de quien está en medio de la escena; tan
sólo al final, y a manera de alusión, nos encontramos con rastros –
ropas– de una tanatopolítica que la corriente del río arrastra. No se

75
trata de evitar tales representaciones sólo por pudor moral, sino de con-
seguir otra cosa abandonando lo sensacional y el espectáculo de
muerte: Treno es más el grito, el clamor, que el horror.5

En la obra de la artista Doris Salcedo algunos objetos como asientos, ca-


misas, camas y zapatos nos remiten a la desaparición, a la destrucción
sin signos que ha caracterizado la violencia colombiana. En su reciente
obra Shibboleth la artista rompió el piso de la Tate Modern en Londres
cavando una grieta de 167 metros de largo que recorre el espacio de
lado a lado. De esta manera convirtió su obra en un potente símbolo
de “el racismo no como síntoma de un malestar que sufre la sociedad del
primer mundo, sino como la enfermedad misma".

En diferentes series sonoras y visuales, y a partir de unos pocos ele-


mentos que condensan universos de significación complejos y contra-
dictorios, las mencionadas artistas se refieren a la violencia abordando
el tema de manera indirecta. Para ello, se valen intuitivamente de pro-
cedimientos como la metonimia con el fin de establecer asociaciones y
analogías entre la violencia, las flores, los animales, y ciertos objetos
como asientos, camisas, zapatos y otros que consideran significativos.
Sus obras controvierten la infiltración masiva de imágenes sangrien-
tas que han circulado por los medios masivos de comunicación, en lo
que podríamos denominar una “saturación voyerista del horror”. Esa
saturación la estamos viendo a diario en el México actual donde revis-
tas y periódicos replican el juego de terror y desconcierto impuesto por
los señores de la guerra al publicar las imágenes de cuerpos inertes y
sangrientos como si se tratara de textos explicativos de la violencia y no
de lo que realmente son, síntomas de lo innombrable. Ante esa satura-
ción paralizante, los artistas enfrentan el reto de conmemorar el sa-
crificio y el sufrimiento de la guerra, evitando duplicar el
sensacionalismo generado por los medios nacionales y regionales y ne-
gándose, de esta manera, a contribuir con la reproducción de la inter-
minable espiral de la violencia.

5
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-----------, Sobre la violencia. Seis reflexiones marginales, Barcelona, Pai-
dós Ibérica, 2009.

77
[Crimen]: El cadáver nuevo, de la serie, “Normalidad” (2010). Después de tres días de búsqueda,
encontraron el cadáver de un hombre asesinado en una riña el Viernes Santo. Cuando colocaron
el cuerpo para el levantamiento legal en el patio de la iglesia, el olor de la muerte pareció devolver
a los habitantes siete años atrás a la noche de la masacre. La gente decía, no, otra vez no.

[Culto]: Espíritu Santo, ven, de la serie, “Normalidad” (2010). Los demonios causan dolor de cabeza,
angustia y malestar. Para muchos creyentes la única forma de sacar los demonios que se han in-
staurado en el cuerpo de la gente tras el horror de la masacre, que algunos ven como castigo di-
vino, es por medio de la intervención del Espíritu Santo.
[Retrato]: El cuarto, de la serie “Normalidad” (2010). “Maria” posa junto con sus hijas e
hijos. Cuando le pregunté donde quería el retrato, me indicó este lugar cerca de su cama,
mientras me decía, aquí fue donde lo mataron esa noche.

Juan Orrantia (www.orrantiajuan.wordpress.com)

79
los residuos de la maquinaria capitaista.
una reflexión sobre la violencia estructural y
vida presocial1
iván mejía

1
El presente ensayo se deriva de una investigación postdoctoral que actualmente estoy
desarrollando gracias al apoyo del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT)
en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), con el Grupo de Investigación en Epis-
temología y Ciencias Cognitivas (GRECC) de la Facultad de Filosofía. De la misma ma-
nera agradezco el apoyo del Centre d´Estudis i Documentació del Museo d'Art
Contemporani de Barcelona (MACBA) que me ha recibido como investigador visitante.
Y de igual modo, agradezco al comité organizador del encuentro Estética y violencia:
necropolítica, militarización y vidas lloradas, que se llevó a cabo en el Museo Univer-
sitario Arte Contemporáneo (MUAC-UNAM) en el que me permitieron exponer dichos
avances, así como su publicación.
Figuras teóricas de residuos humanos
Lo único que el capitalismo ha dejado a su paso son poblaciones ente-
ras de residuos humanos. No es casualidad que al mismo tiempo que su-
cede su conformación en el siglo XVII, también arranca la teorización
social sobre la pobreza, misma que puso énfasis en la distribución sobre
los recursos más que en juicios morales sobre los pobres, y como pro-
blema social, no individual.

Es a finales del siglo XVIII cuando la pobreza se concretó como uno de


los grandes temas para diversas disciplinas; y es en el XIX y XX cuando los
pobres comienzan a ser idealizados en diversas figuras teóricas. Muchas
de éstas se construyeron desde la filosofía, tal como lo expone Jaques
Rancière en The pshilosopher and his poor.2 Al ir tras la huella de estas
figuras Rancière encuentra representaciones como “hombres de hierro”,
“plebe”, “proletarios”, “masas” o “gente común”, articuladas por Marx,
Sartre o Bourdieu, entre otros filósofos que dejan entrever cómo cada
uno de ellos construyó su propio ideal del pobre.

Podemos sumar a este cuadro otros términos como “subalterno” arti-


culado por Gramsci;3 los “condenados de la tierra” por Fanon;4 “pueblo”
utilizado por Laclau;5 o “multitud” discutido por Hard, Negri6 y Virno.7
También, en el léxico de Bauman encontramos “parias”, “población ex-
cedente”, “superflua”, “supernumeraria”, “innecesaria” y “desechable”,
producida como una consecuencia inevitable de la modernización.8

2
Rancière, Jacques, The Philosopher and His Poor, Duke University Press, 2004.
3
Gramsci, Antonio, Selections from the Prison Notebooks, Lawrence and
London, Wishart, 1973. Y Guha, Ranajit, On Some Aspects of the Historiography of Colo-
nial India, en Subaltern Studies I: Writings on South Asian History & Society, Ranajit Guha,
ed. Nueva Delhi, Oxford University Press India, 1982.
4
Fanon, Frantz, Los condenados de la tierra, México, Fondo de Cultura Económica, 2009.
5
Laclau, Ernesto, La Razón Populista, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2005,
p. 177.
6
Hardt, Michel y Negri, Antonio, Multitud. Guerra y democracia en la era del Imperio,
Madrid, Editorial Debate, 2004.
7
Virno, Paolo, Gramática de la multitud. Para un análisis de las formas de vida contempo-
ráneas, Colección Mapas, Madrid, Traficantes de sueños, 2003.
8
Zygmunt Bauman ha estudiado esta “población excedente” o “residuos humanos” en
varios de sus libros, y para la elaboración de esta investigación se están consultando

81
También viene al caso la noción de “vidas precarias” que sirve a Butler
para observar la distinción entre aquellas vidas que merecen ser llora-
das y aquéllas que no, que se destruyen y abandonan porque no se ajus-
tan a la norma occidental imperante de lo humano.9 Asimismo, la figura
de Homo sacer que Agamben retoma del derecho romano, se refiere a
una población producida a través de un complejo proceso legal que
transforma a ciertos sujetos en “nuda vida”, “situada fuera de la juris-
dicción humana”, desprovista de valor y al margen de la ley.10

Cada una de estas figuras conlleva su propio estudio y discusión. Des-


afortunadamente no sería posible –en este breve texto– exponer el duro
debate que ello ha suscitado adecuadamente. Pero este mapa resulta
útil para localizar las representaciones que han querido dar cuenta de
los estragos del capitalismo y la modernidad.

Unas resultan ser más afortunadas que otras, pero lo interesante es que
todas ellas relevan una oscilación entre dos valoraciones opuestas. Por
un lado, encontramos figuras de pobres "dignos", honestos, generosos,
trabajadores, que representan la fuerza de la revolución. Y por otro, po-
bres "indignos", antisociales, violentos, incívicos, criminales, ociosos e
improductivos11; es decir, una astilla para el proletariado, un palo en la
rueda de la revolución. Estos últimos, conforman –en palabras de
Marx– “una masa informe, difusa y errante” que al tratar de evocarla ha

en A. Giddens, Z. Bauman, N. Luhmann, U. Beck. Las consecuencias perversas de la mo-


dernidad: Modernidad, contingencia y riesgo, Barcelona, Anthropos, 1996; Legisladores e in-
térpretes: Sobre la modernidad, la postmodernidad y los intelectuales. Universidad Nacional
de Quilmes, Buenos Aires, 1997; Agamben, Giorgio, Homo Sacer. El poder soberano y la
nuda vida, Valencia, Pre-Textos, 1998; La globalización: Consecuencias humanas, México,
Fondo de Cultura Económica, 1999; Trabajo, consumismo y nuevos pobres, Gedisa, Barce-
lona, 2000; La postmodernidad y sus descontentos, Madrid, Akal, 2001; Vidas desperdicia-
das: La modernidad y sus parias, Barcelona, Paidós Ibérica, 2005.
9
Butler, Judith, Vidas precarias. El poder del duelo y la violencia, Editorial Paidós, 2006.
10
Agamben, Giorgio, Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida, Valencia, Pre-Textos,
1998, p. 32.
11
Para profundizar en este tema pude consultarse: Pereyra, Guillermo, “Heterognei-
dad, improductividad y ocio”, en Revista de Investigación Social Andamios, junio/año,
vol. 3, núm.6, México, Universidad Autónoma de la Ciudad de México, 2007.
generado una muy seria discusión cuyo punto de partida se encuentra
en El dieciocho brumario de Luis Bonaparte.12

En dicho texto de 1852, Marx articuló el término “lumpenproletariado”


para referirse a una población sin historia, el lastre de la humanidad, la
"hez, el desecho y la escoria" de la sociedad; aquellos “proletarios irredi-
mibles y alienados” que conformaban el “ejército de reserva”:

[…] libertinos arruinados, con equívocos medios de vida y de


equívoca procedencia, junto a vástagos degenerados y aventu-
reros de la burguesía, vagabundos, licenciados de tropa, licen-
ciados de presidio, esclavos huidos de galeras, timadores,
saltimbanquis, lazzaroni, carteristas y rateros, jugadores, alca-
huetes, dueños de burdeles, mozos de cuerda, escritorzuelos,
organilleros, traperos, afiladores, caldereros, mendigos; en una
palabra, toda esa masa informe, difusa y errante […]13

En esta cita, pareciera que Marx repudiaba algo que no pudo delimitar
conceptualmente y por lo tanto, enunciaba una larga lista de adjetivos
para intentar referirse a algo que se le escapaba de las manos.

Reaccionando contra Marx, Bakunin sostenía que ese lumpenproleta-


riado era la población verdaderamente revolucionaria, ya que no tenía
absolutamente nada que perder y por lo tanto podía llevar a cabo una in-
surrección totalmente destructora dirigida contra el Estado.14 También

12
Escrito durante diciembre de 1851 a marzo de 1852. Primera edición en la revista Die
Revolution, Nueva York, EUA, 1852, con el título "Der Achtzehnte Brumaire des Louis Bo-
naparte". Fuente: C. Marx y F. Engels, Obras escogidas en tres tomos, Moscú, Editorial
Progreso, 1979, Tomo I, pp. 404 a 498. Edición Digital: Por la Red Vasca Roja; digitali-
zado y preparado por José Julagaray, Donostia, Gipuzkoa, Euskal Herria, 25 de sep-
tiembre de 1997. Disponible en:
http://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/brumaire/brum1.htm
13
Marx, Karl, op. cit. p. 137. Las cursivas son del autor.
14
El anarquista Mijaíl Bakunin mantenía la opinión de que Marx exageraba la impor-
tancia de la clase trabajadora, al tiempo que sostuvo que los intelectuales, los estu-
diantes, el lumpenproletariado (los desclasados) y la clase media representante de la
democracia burguesa eran los más probables agentes de la revolución.

83
Fanon vio en ese lumpenproletariado –figura que sustituyó por la de
Los condenados de la tierra– una fuerza implacable dentro del orden so-
cial blanco y burgués:
Ese lumpen-proletariat que como una jauría de ratas, a pesar de
las patadas, de las pedradas, sigue royendo las raíces del árbol
[…] constituido y pesando con todas sus fuerzas sobre la "se-
guridad" de la ciudad significa la podredumbre irreversible, la
gangrena […] los rufianes, los granujas, los vagos, […] esos sub-
hombres […] que oscilan entre la locura y el suicidio…15

Paul Mattick se sumó a la discusión sustentando que sólo la estrechez


de miras de la pequeña burguesía –Marx indirectamente aludido– podía
señalar con desprecio al lumpenproletariado. Pero que en esta figura
podían ver la cara de su propio futuro sino redoblaban sus esfuerzos
por cambiar las relaciones de producción.16
¿Qué es lo que Marx despreciaba en realidad? Ciertamente no a sujetos en
circunstancias de pobreza per se, sino a miserables individuos con hambre
de poder dispuestos a obtenerlo por cualquier medio, para satisfacer sus
propios intereses y junto con ellos, parásitos dispuestos a venderse por
unas migajas, “aunque esas migajas no llegaran a un mínimo de justicia”.17
Ya, Peter Stallybrass18 –siguiendo a Otto Bauer–19 planteó que cuando
Marx utiliza la categoría de lumpenproletariado no estaba caracterizando
a un sujeto sino describiendo un proceso.. Lo cual resulta muy acertado
si leemos con cuidado otra cita también de El dieciocho brumario:

15
Fanon, Frantz, Los condenados de la tierra, México, Fondo de Cultura Económica,
2009. Traducción de Julieta Campos, prólogo de Jean Paul Sartre, p. 80.
16
Mattick, Paul, “La hez de la humanidad”. La versión original, titulada "The scum of
humanity", apareció en la revista International Council Correspondence/Corresponden-
cia Consejista Internacional, en marzo de 1935. La versión electrónica se puede con-
sultar en la página del Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques.
Traducido y publicado digitalmente por el Collective Action Notes en: www.geoci-
ties.com/CapitolHill/Lobby/2379/ y corregido por el Círculo Internacional de Comu-
nistas Antibolcheviques http://members.fortunecity.com/cica/ p. 10. 1935.
17
Cfr. Marx, Karl, op. cit., cap. V de la versión electrónica.
18
Stallybrass, Peter, “Marx and Heterogeneity: Thinking the Lumpenproletariat”,en Repre-
sentations, vol. 0, núm. 31, The margins of identity in Nineteenth-Century England, 1990,
Este Bonaparte, que se erige en jefe del lumpemproletariado, que
sólo en éste encuentra reproducidos en masa los intereses que él
personalmente persigue, que reconoce en esta hez, desecho y
escoria de todas las clases, la única clase en la que puede apo-
yarse sin reservas, es el auténtico Bonaparte, el Bonaparte sans
phrase. Viejo roué ladino, concibe la vida histórica de los pueblos
y los grandes actos de gobierno y de Estado como una comedia,
en el sentido más vulgar de la palabra, como una mascarada, en
que los grandes disfraces y las frases y gestos no son más que la
careta para ocultar lo más mezquino y miserable.20

Por más familiar que nos parezca esta cita, son ciento sesenta años los
que nos separan desde su formulación. Aunque indubitablemente, el
panorama actual también nos ayuda a comprender qué es lo que Marx
despreciaba, aclarándonos así que lumpenproletariado no es sinónimo
de pobres sino un proceso en el que una jauría de sujetos sin ética ni es-
crúpulos se adueñan del poder por los medios más viles.21 Cuestión que
dejaremos para otro momento.

Una vez aclarado el término lumpenproletariado, me interesa conti-


nuar revisando otras figuras que han querido dar cuenta de las “víc-
timas colaterales" de la modernidad y el capitalismo. Las cuales
permanecen al mismo tiempo “dentro” y “fuera” del campo social.
“Fuera” esta población son refugiados y apátridas que han perdido
sus señas de identidad y desde el que no hay retorno. Los que están
“dentro” –y ya no es posible su exclusión territorial– forman guetos,
favelas o ciudades perdidas cuando no se dispersan como residuos por
todo el espacio social. Desplazándonos del terreno de la teoría sino al
del arte.

pp. 65-95. Hay una versión en español: Stallybrass, Peter, “Marx y la heterogeneidad Pen-
sando en el lumpenproletariado”, en Ojo Mocho, núm. 15, Argentina, 2000, p. 84.
19
Citado por: Rodríguez, Esteban, en Vida lumpen: bestiario de la multitud, Colección
Sociales, La Plata, Edulp, 2007.
20
Marx, Karl, op. cit., cap. V. de la versión electrónica.
21
Ya en el poder aquel lumpenproletariado deviene en “lumpenburguesía”, otro con-
cepto que habría que discutir en otro momento.

85
Residuos humanos en el arte contemporáneo
El fenómeno de la pobreza ha sido también de interés para una incon-
table producción artística y cultural. Por ejemplo, en literatura pode-
mos recordar Los miserables de Víctor Hugo, la poesía de Baudelaire o
de Rimbaud. En el cine Viridiana de Buñuel, el trabajo de Glauber Rocha
o Pasolini. En pintura los personajes de Caravaggio, de Goya o de los
muralistas mexicanos. Los ejemplos son incontables22 y se extienden
hasta el arte contemporáneo.

Francis Alÿs ha fotografiado vendedores Ambulantes de la ciudad de


México y Alexander Apóstol a delincuentes de Caracas, Venezuela.
Mientras que Santiago Sierra ha rapado o tatuado a toxicómanos;23 ha
hecho que desempleados cubanos se masturben; que invidentes toquen
y canten en una galería;24 o que un niño de la calle limpie el calzado de
los asistentes a una inauguración.25

En la misma sintonía, Tómas Ochoa infiere en la situación de menores


reclusos en un reformatorio de Mendoza, Argentina26 y en la situación
precaria de emigrantes latinoamericanos en el mercado laboral espa-
ñol.27 Mauricio Dias & Walter Riedweg filman a bailarines Funk de las
favelas de Río de Janeiro recordando el imaginario europeo y la repre-
sentación del trópico salvaje y caníbal,28 y Juan Manuel Echeverría a
sobrevivientes campesinos que fueron obligados a dejar su hogar por el
Estado, y que ahora forman parte del conjunto de indigentes en las
urbes colombianas.29

22
Benjamin revisa algunos ejemplos muy interesantes en: Benjamin, Walter, “Expe-
riencia y pobreza”, Archivo Chile, Historia Político Social- Movimiento Popular, 1933,
disponible en: http//:www.archivochile.com
23
Santiago Sierra, Línea de 10 pulgadas rasurada sobre las cabezas de 2 heroinómanos,
2000.
24
Santiago Sierra, 2 maraqueros, 2002.
25
Santiago Sierra, Persona remunerada para limpiar el calzado de los asistentes a una in-
auguración sin el consentimiento de estos, 2000.
26
Tomás Ochoa, 5 Puntos, videoinstalación, 2005.
27
Tomás Ochoa, Indios medievales parte 2, 2008.
Este conjunto de obras ha ocasionado una verdadera incomodidad para
sectores reaccionarios y conservadores que han generado toda una li-
teratura moralista que siempre concluye en descalificaciones y peor
aún, en sugerencias de emprender campañas de salvación acercando el
arte y la cultura a los más desfavorecidos; educando a los “criminales”,
domesticando a los “salvajes”, poniendo a trabajar a los “ociosos”, para
que finalmente se normalicen e integren a la sociedad.

Es verdad que esta producción artística está atravesada por cuestiones


éticas, pero aquellas inútiles y ridículas posturas sólo se suman a la his-
tórica necesidad de sentir pena y compasión por la figura del pobre. El
problema real va en dos sentidos: Por una parte, intencionalmente re-
fuerzan las cómodas dicotomías de ellos/nosotros, bueno/malo, víc-
tima/criminal. Pero más que la reiteración de estereotipos, supone un
constante deseo voyerista de ver cómo es la vida de los que están «allá
abajo». Construyendo consecuentemente, un fantástico submundo al
cual mirar, estudiar, objetualizar, salvar, como también excluir, des-
echar o esconder. Confirmando al mismo tiempo, la imposibilidad de
que estas poblaciones pudieran enunciarse a sí mismas.30

Por otra parte, estas obras al intentar “darle” cierta visibilidad, permi-
ten transparentan las contradicciones mismas de la cultura. Mostrando
una institución artística coercitiva más que emancipadora, como pu-
diera gustarnos verla. Así, estas obras fracasan al representar cuestio-
nes embarazosas, pero resultan eficaces al demostrar cómo el débil es
estudiado en el orden construido por el fuerte, donde su emplaza-
miento es un mero pretexto teórico pues, para ser francos, nunca sería
incluido más que para sustraerse al orden de sus discursos dominantes.
Incluso, este panorama desdibuja una especie de Estado intelectual que
ejerce una imperceptible violencia estructural. Punto que abordaremos
enseguida.

28
Mauricio Dias & Walter Riedweg, Funk Staden, videoinstalación, 2007.
29
Bocas de ceniza, video, 2003-2004.
30
Peris Blanes, Jaume, La imposible voz, Memoria y representación de los campos de con-
centración en Chile: la posición del testigo, Chile, Editorial Cuarto Propio, 2005.

87
Estado intelectual y violencia estructural
Aunque las figuras de las personas en condiciones de pobreza deseen
producir un efecto de verosimilitud, objetividad o neutralidad, es posi-
ble visualizar ciertas idealizaciones que corresponden más a quien las
construye que a la realidad del pobre, quien inevitablemente ha que-
dado atrapado en el juego del conocimiento como poder.

En este sentido, las instituciones culturales, académicas y artísticas


constituyen una categoría de Estado intelectual.31 Que desde luego no
vela por los pobres o el lumpen – no es ni su función ni su interés– sino
que resguarda celosamente el conocimiento, la razón y el buen gusto
como su capital simbólico,32 manteniendo alejados lo más lejos posible
a los residuos humanos mediante una invisible violencia estructural.
Tal como dice Rey Chow:

[Hay]... un circuito de productividad que extrae su capital de la


privación de los otros, a la par que se niega a aceptar su propia
presencia en tanto que privilegiada [...] optan por ver en la im-
potencia de otros una imagen idealizada de sí mismos y se nie-
gan a escuchar, en la disonancia entre el contenido y la forma
de su discurso, su propia complicidad con la violencia.33

31
Ápud en Said, Edward, Representations of the Intellectual, Nueva York, Vintage Books,
1994, [ed. cast.: Representaciones del intelectual, trad. de Isidro Arias Pérez, Barce-
lona, Debate, Madrid, 2007, y en Ansaldi, Waldo, “Disculpe señor, se nos llenó de po-
bres el recibidor”, en Revista de Estudios Sociales, núm. 14, primer Semestre, pp. 43–71,
Santa Fe (Argentina), 1998.
32
Bourdieu introduce la noción de “capital simbólico” que consiste en ciertas propie-
dades impalpables, inefables y cuasi-carismáticas que parecen inherentes a la natura-
leza misma del agente. Tales propiedades suelen llamarse, por ejemplo, autoridad,
prestigio, reputación, crédito, fama, notoriedad, honorabilidad, talento, don, gusto,
inteligencia, etcétera. Según Bourdieu, el capital simbólico así entendido “no es más
que el capital económico o cultural en cuanto conocido y reconocido” (Bourdieu, Pierre,
Choses dites, París, Ed. de Minuit, 1987. p. 160). En efecto, lejos de ser naturales o in-
herentes a la persona misma, tales propiedades sólo pueden existir en la medida en
que sean reconocidas por los demás. Es decir, son formas de crédito otorgados a unos
agentes por otros agentes (Bourdieu, Pierre, Creencia artística y bienes simbólicos, 1999
y en: Bourdieu, Pierre, “Habitus, code, codification”, en Actes de la Recherche en Sciences
Sociales, núm. 64, 1987.
También viene al caso recordar que Mari Matsuda observa que ciertas
formas históricas de subordinación han asumido un estatus “estructu-
ral”, de manera que esta historia y estructura generalizadas constituyen
“el contexto” en el que la violencia se demuestra eficaz.34 Por ello, se
trata de una violencia velada por otras circunstancias que la hacen di-
fícilmente detectable porque no hay en realidad sujetos directamente
agresores. No se puede personalizar ni tampoco responsabilizar a nadie
concreto, ya que está enmascarada en una trama de decisiones asumi-
das en favor del avance de la cultura.

Algo de esta violencia estructural puede percibirse en el burdo clasismo,


pero hay otras formas más profundas difícilmente percibidas como tales,
por ejemplo al hacer de individuos nuestros objetos de estudio o nues-
tro soporte artístico; haciendo de ellos ficciones teóricas o curiosidades
etnográficas que terminan siendo refinados mecanismos de exclusión.
Pues al reproducir las estructuras sociales existentes se reproducen por
ende, la desigualdad,35 represión y alienación a través de una violencia
institucionalizada que se corresponde con las estructurales de clase.

Resulta difícil reconocernos en ese entramado porque tendemos a caer


en el delirio de estar haciendo lo correcto al hablar por el otro, sin asu-
mir que la exclusión es un fenómeno mucho más universal de lo que se
admite, así como la incapacidad de constituirse uno mismo sin excluir
al otro, o la imposibilidad de excluir al otro sin desvalorizarlo.

Son problemas que no hemos afrontado eficazmente porque resulta


más cómodo glorificar nuestros relatos; o desechar lo sobrante del
modo más radical y efectivo: no mirándolo, no pensando en ello o pre-
firiendo creer que la violencia siempre está en otra parte.

33
Chow, Rey, Writing Diaspora, Bloomington e Indianapolis (IN), Indiana University
Press, 1993, p. 14.
34
Citada por Butler, Judith, en “Soberanía y actos de habla performativos”, disponible
en http://www.accpar.org/numero4/index.
35
Ápud en Fernández Herrería, Alfonso, “Violencia estructural”, en Revista interuni-
versitaria de Formación del profesorado, núm. 22, enero-abril, 1995, pp. 21-38.

89
La escurridiza vida presocial
Lo anteriormente expuesto nos hace advertir que no se trata de una
simple inclusión de lo excluido dentro de una ontología establecida.
Sino de preguntarnos si es posible configurar un espacio para quienes
han sido empujados a los márgenes de la historia.

Si eso fuera posible, tendríamos que escapar de la fantasía de que al re-


presentar insistentemente a los “condenados de la tierra” se les está ayu-
dando a salvarse, o creer que hacemos lo correcto al hablar de –o por–
“ellos”. Sobre todo, tendríamos que cuestionar los “paradigmas de res-
cate”36 y políticas de salvación que responden a la ansiosa y humanista
tarea de “civilizarlos” mediante la cultura, el arte y los valores burgueses.

Más bien, hay que asumir nuestro fracaso al intentar comprender o re-
presentar esta forma de vida presocial, ya que nunca se puede estar en
plena concordancia con ella porque es el límite absoluto de la historia
y de lo social. Tal como dice Laclau, el campo de la representación es
siempre: "un espejo turbio y roto, interrumpido constantemente por
un ‘real’ heterogéneo al cual no se puede dominar simbólicamente".37

Pero no sólo simbólicamente. Tampoco se le puede dominar mediante la


violencia directa ejercida por los poderes que intentan herir o negar
aquellas vidas, porque de cierto modo ya están heridas y negadas. In-
cluso, aunque la sociedad misma las haya hundido en el basurero de la
historia, éstas desarrollan diferentes maneras de mantenerse animadas.

sí, esta vida presocial no es algo que deba ser rescatado, educado o do-
minado; porque al final, las figuras aquí revisadas (con todo y sus fa-
llos) vienen a demostrar que se trata –desafortunadamente– de
residuos no recuperables que ha ido dejando a su paso el progreso mo-
derno, y que continúa produciendo el predatorio engranaje económico
de la maquinaria capitalista.

36
Sunder Rajan, Rajeswari, Real and Imagined Women: Gender, Culture and Postcolonial-
ism, Londres, Routledge, 1993, p. 6.
37
Laclau, E., op. cit. p. 177.
Tomás Ochoa, 5 DOTS, 2005. Videoinstalación, 11 minutos.
Imagen cortesía de Tomás Ochoa y Adriana Meyer

91
violencia, re-composición, superficie:
culturas visuales en johannesburgo
sarah nuttall
Me gustaría considerar el título de este libro, Estética y violencia: Ne-
cropolítica, militarización y vidas lloradas, como una invitación a refle-
xionar sobre las relaciones entre la vida, la muerte y el cuerpo, y la forma
en que están inscritas no sólo al interior de los órdenes del poder, sino
de los poderes de lo visual. En otras palabras, ¿qué preguntas en la Teo-
ría crítica nos permiten articular los artistas visuales sobre la vida, el
cuerpo, así como sobre la muerte social y la extinción? Me gustaría aten-
der estas preguntas teniendo en cuenta una perspectiva sudafricana y,
particularmente, de la ciudad de Johannesburgo. Desde esta posición
podríamos preguntar, entre otras cuestiones: ¿Cómo podemos razonar
la vida, la muerte y el cuerpo tras la violencia del apartheid, en un con-
texto de desmilitarización y desmovilización, pero con el recuerdo fresco
de violencia, de dolor y de necropolítica (y su re-ejemplificación en la
forma de la pobreza estructural actual, la xenofobia y el crimen)? ¿Qué
formas toma la reinscripción de la vida en el arte vía el acto estético –tras
un largo periodo fúnebre? Lo luctuoso aquí puede ser considerado lite-
ralmente como muerte, así como formas de muerte social (el desplaza-
miento de cuerpos negros a una tercera zona, como lo llama Achille
Mbembe,1 localizada entre la subjetivación y la objetivación, la cosifica-
ción y la sombra, la invisibilidad y la hipervisibilidad). En la Sudáfrica del
apartheid, la tarea de la separación de cuerpos fue realizada por el Estado
–lo que provocó una lucha por la liberación que llevaba consigo el riesgo
de captura y posible muerte. ¿Cómo y en qué términos regresamos a la
pregunta sobre el cuerpo muerto ahora, como cuerpo, vida llorada y
forma de mortalidad, desierto o vacío en el cuerpo político?

¿Cuál es la diferencia entre realizar estas preguntas desde Johannes-


burgo, una necrópolis-metrópolis-afrópolis? En esta forma particular
de modernidad metropolitana del sur, los mundos de raza y de degra-
dación humana sistematizada han sido parte, desde hace ya mucho
tiempo, del cálculo de capital y expoliación, y la forma metropolitana ha
sido constituida desde hace ya mucho tiempo, por un proceso de se-
gregación y eliminación. No hay metrópoli aquí, y posiblemente tam-
poco en otras ciudades, sin una necrópolis subyacente (y sus espacios

1
Mbebme, Achille, “Necropolitics”, en Public Culture, vol. 15, núm. 1, invierno, 2003,
pp. 11-40.

93
de sufrimiento, alienación, muerte y rebelión). Lo subyacente es un
lugar en el que fuerzas poderosas están contenidas en los fondos de la
ciudad. En la necrópolis, el migrante trabajador negro ha sido forzado
por demasiado tiempo a experimentar la ciudad como un sitio de radi-
cal incertidumbre, imprevisibilidad e inseguridad. Por ello la importan-
cia actual de exigir a la ciudad, conquistando el derecho a ocupar su
centro, su núcleo subjetivo, para crear su significado, generando formas
de ser citadino a gran velocidad, y afirmar sus formas de ser mundano.2

Quiero reflejar en este ensayo cómo artistas en Johannesburgo recu-


rren a historias urbanas violentas para re-componer el proyecto estético
en sí mismo. Me gustaría considerar la manera en que las dinámicas
producidas por una historia de violencia y sus manifestaciones especí-
ficas en esta ciudad son resistidas, forzadas a la apertura, entregadas y
generadoras de subjetividades imprevistas. Cómo, quiero preguntar,
¿la violencia resulta en una fuerza para lo nuevo, en una fuerza re-com-
posicional, en la configuración del África moderna? Más allá de esta
matriz re-composicional de violencia y de ser citadino, consideraré una
relectura de lo necropolítico desde la perspectiva de una estética afri-
cana de la ciudad. En las líneas siguientes, discutiré trabajos de los ar-
tistas sudafricanos, Mary Sibande, Zanele Muholi, Penny Siopis e Yiull
Damaso. Los elementos críticos en los que me concentraré son los si-
guientes: primero, la predilección existente sobre el tema de la servi-
dumbre, de las narraciones de violencia íntima vinculadas a las historias
del hogar y a la problemática presente de tener que servir, o tener el re-
cuerdo de haber servido a alguien más. Esto incluye el complejo refrán
histórico, tan común en las narraciones sudafricanas sobre uno mismo,
“mi madre fue una trabajadora doméstica” y su reciente reinterpreta-
ción radical en la cultura visual. Los espectros de la servidumbre emer-
gen como un registro clave en relación a lo que, paradójicamente, es
producido por lo nuevo. Esto es especialmente así en relación a la ser-
vidumbre doméstica, las violaciones íntimas del hogar y sus historias de
crueldad y cuidado, frecuentemente entrelazadas la una con la otra. Se-

2
Para este argumento, así como para los subsiguientes relacionados con la superficie lo
subyacente de Johannesburgo, ver: Nuttall, Sarah y Achille Mbembe, eds. Johannes-
burg– The Elusive Metropolis, Johannesburgo, Wits University Press, 2008.
gundo, quiero señalar un nuevo interés en la superficie (contrario al
síntoma) como generador de lo nuevo. Muestro en lo subsecuente un
interés creciente de la cultura visual sudafricana, particularmente, en
la superficie de la piel. En parte, esta atracción es un medio de intentar
elogiar abiertamente un vocabulario racial frecuentemente sobrede-
terminado y a cierto conjunto de ideas acerca del conflicto racial. Esto
a su vez es parte de un proceso de búsqueda de un vocabulario visual
que implica la eliminación de la segregación del lente o el pincel. Tercero
y último, insistiré sobre el espectro del cuerpo de Mandela, específica-
mente la posibilidad de su cuerpo inerte, como representado en una
pintura en 2012 por un artista poco conocido de Johannesburgo, cau-
sando una reprobación y dejando en claro la profunda ansiedad alre-
dedor de su ineludible muerte. Antes de discutir el trabajo de estos
artistas, quiero realizar algunas observaciones sobre el estado actual
de la ciudad de Johannesburgo, sus dinámicas re-composicionales, a
15 años del final del apartheid, así como también de sus imbricaciones
con acontecimientos en numerosas ciudades a nivel global. Breve-
mente, entonces, la ciudad ha visto en años recientes el arribo a gran es-
cala de inmigrantes de toda África; las empresas se han cambiado a los
suburbios acaudalados del norte, cerca de Sandton; el antiguo centro
empresarial (CBD3), se ha convertido en el corporativo “informal”; co-
munidades cerradas han dado forma a la periferia; anillos de asenta-
mientos irregulares se forman más allá de éstas; y pueblos como Soweto
se vuelven suburbanos con el impulso de las inversiones del Estado y ca-
pitales. El crimen se ha tornado un factor determinante en esta re-
composición produciendo sus propias formas de sociabilidad urbana.
Johannesburgo es una ciudad en formación, una metrópoli en cons-
trucción, una fabricación urbana, como muchas en el sur, marcada con
posibilidad y asumida con ansiedad. Absorta en su sentimiento actual
se encuentra la fuerza vital conseguida y la libertad política posterior
al apartheid, así como la autodestrucción y fragilidad de una ciudad for-
mada por una herencia de brutalidad, crimen y pobreza.

Es en estos paisajes urbanos que las formas del arte que discuto a con-
tinuación emergen. Al hacerlo, intervienen activamente, reposicionan

3
Central Business District por sus siglas en inglés.

95
y recomponen las discusiones sobre la servidumbre, el ser citadino y el
África moderna.

Mary Sibande
Mary Sibande, nacida en 1982, es una artista joven que trabaja en Jo-
hannesburgo, forma parte de una generación de artistas que viven y
trabajan fuera de los estudios en August House, una planta industrial
de luz de los años 40 localizada en el áspero margen oriental del me-
tropolitano Johannesburgo del siglo XXI. Así, realiza enormes moldes de
silicón y fibra de vidrio de su propio cuerpo, los llama Sophie (nombre
común entre las empleadas domésticas en Sudáfrica). Sus esculturas
son negro turba, brillosas. Visten el uniforme almidonado de la traba-
jadora doméstica, el cuello y el delantal ribeteado con broderie anglaise,
técnica de bordado europea del siglo XVI aún usada hoy día en detalles
del cuello y delantales de uniformes en Sudáfrica que se pueden com-
prar en supermercados. También invocan el negro y blanco del vestido
de las mucamas francesas (incluyendo las asociaciones eróticas que con-
llevan en el rol de la servidumbre en la obra del Marqués de Sade).

Sin embargo en las esculturas de Sibande, como lo ha señalado Alex


Dodd,4 el detalle más común, capaz de llamar la atención de sensibili-
dades europeas, escapa la domesticación: las mangas abombadas de su
opulenta indumentaria azul, la falda amplia, usada sobre una crinolina,
cae hasta el piso con una opulencia voluminosa que recuerda el vestir
de una dama victoriana. Sus brazos y manos se encuentran cubiertos
con elegantes guantes de época de satín negro, “problematizando radi-
calmente nuestras categorías asociativas de manera que al mirarla,
somos incapaces de reconocer si se trata de una marquesa o una traba-
jadora doméstica”. Los ojos de Sophie están siempre cerrados o en es-
tado de éxtasis. En un trabajo de 2009, este artificio de desprenderse de
uno mismo, tal como Dodd señala, está fuertemente vinculado a la
misma cultura materialista: en I Put a Spell on Me (Me hechicé), Sophie
extiende un báculo pastoral de la Iglesia de Sión burlonamente deco-

4
Dodd, Alexandra, “Dressed to thrill: the Victorian postmodern and counter-archived
imaginings in the work of Mary Sibande”, en Critical Arts: a journal for cultural studies,
vol. 24, núm. 3, noviembre, Sudáfrica, Durban, 2010, pp. 467-474.
rado con múltiples replicas del logotipo de Louis Vuitton, marca de lujo
preferida por la clase media negra sudafricana.

Estas enormes esculturas de Sophie han sido fotografiadas y colgadas,


cubriendo los muros de algunos de los edificios más grandes y altos del
centro de Johannesburgo, como parte de un proyecto de arte público
que muestra arte nuevo de y en la ciudad. Críticos de arte como Dodd
han señalado que mientras se espera que las trabajadoras domésticas
desaparezcan, que se tornen invisibles; la Sophie de Sibande se apropia
del espacio en la sala-ciudad, se vuelve hipervisible. Ellos mismos han
enfatizado cómo su piel, pintada sólo con un negro monocromático,
sobresale como una sombra estática, oscura, transportándola de lo real
hacia lo híper-real. Se aprecian atisbos de Cindy Sherman y, en un in-
tertexto más pronunciado, del artista nigeriano radicado en Londres,
Yinka Shonibare.

Al mirar sus enormes esculturas, ahora colgadas en edificios de Jo-


hannesburgo, Dodd sostiene: podemos pensar en las descripciones de
Alison Light sobre la historia secreta del servicio doméstico que en-
contramos en su libro Mrs. Woolf and the Servants: An Intimate History
of Domestic Life in Bloomsbury, que ella describe como caótica, dolorosa,
intimidante, con hirientes sentimientos de inferioridad, envidia, defe-
rencia y beligerancia relacionadas con el trabajo doméstico. También
podemos recurrir a la gran novela de Marlene van Niekerk, Agaat. Una
reelaboración épica de la Novela de la granja que trata, con agotador
detalle sadomasoquista, la relación entre Milla, propietaria y matriarca,
y su mucama/protectora/víctima/dominatrix, Agaat Lourier, una mujer
de color que cuando niña fue muy maltratada, adoptada y renombrada
Milla. Podríamos pensar también en la perpetuación de la explotación
en la que es oficialmente una era democrática, con una nueva atención
a los derechos humanos, y en lo incómodo que se vuelve este tema
cuando se habla de él formalmente en público.

Sin embargo, no es exactamente este tono el que Sibande utiliza. Nos dice:
“Tanto mi bisabuela como mi abuela fueron trabajadoras domésticas, mi
madre sólo de medio tiempo”. En una serie de 5 instalaciones Sibande ho-
menajea a su bisabuela (Sophie-Elsie), a su abuela (Sophie-Merica) y a su

97
madre (Sophie-Velucia), cuyo “vestido es más grande porque su sueño
está más cerca”. Fue su madre quien “rompió el ciclo de trabajadora do-
méstica al ser estilista”. La última de las series es “Sophie-Ntomikayise”
–la artista misma, encarnación de una línea familiar de aspiración. “Mi
abuela no tuvo alternativa, yo sí –incluso la elección de vestir como So-
phie”, sostiene Sibande. En el mundo de Sibande, ella se explica mi-
rando hacia atrás, a través de una línea femenina y el movimiento en su
trabajo se dirige a la creación de esa línea y la desaparición de la misma,
un acto de aspiración en el presente.

Aunque leemos en Sibande el síntoma de su historia, la profunda línea


de generaciones de mujeres atrapadas en el servicio doméstico –en
pocas palabras, la historia del apartheid– Sibande también quiere in-
terpretarse a sí misma y a sus esculturas de otra manera. Se apropia,
también, de una demanda del presente, un plano más horizontal y un
intercambio entre terrenos, contrapuntos a las fuerzas y heridas de la
historia. No desaprueba la profundidad hermenéutica de la perspec-
tiva histórica, pero su trabajo también revela un interés en otros im-
perativos desde los que articula un estado cambiado, o un estado de
cambio. Su interés en la superficie de la piel y en la herencia visual de
la servidumbre le permite producir trabajos desde los que surgen dife-
rentes órdenes de lectura. Escribiré sobre esto más adelante, aquí
quiero hacer notar tres elementos: Primero, que sus referencias a la cul-
tura de consumo no son particularmente irónicas, o no en la manera de
una crítica cultural que los teóricos tienden a buscar, sí, en cambio,
hacia una cierta disociación y reconstrucción del ser a través de las po-
sibilidades de las cosas. Segundo, la fibra de vidrio y silicón negra, bri-
llante como porcelana de sus figuras, agudizan lo negro en algo que no
tiene realmente un nombre, pero que es excesivo hasta el punto de se-
mejarse a un maniquí. Tercero, la cultura pública de Johannesburgo ha
sido por mucho tiempo una mezcla de la fijación de una historia racial
y la variabilidad potencial de los efectos superficiales de una cultura
materialista, que ha sido intensificada, en la última década, en una ciu-
dad repleta con textos e imágenes de una clase o de otra. Sibande insiste
en que la ciudad es un escenario en el que ella puede soñar pero tam-
bién, en una manera típica de los jóvenes sudafricanos bastante difícil
de entender, en que “mi interés no radica en mirar hacia los elementos
negativos de ser trabajadora doméstica, específicamente en la Sudáfrica
post-apartheid, sino en la humanidad y elementos comunes de la gente
más allá de las definiciones en las que nos encontramos”.

Es interesante comparar la brillosa superficie de las pieles de las escultu-


ras de Sibande con las fotografías de Josephine Baker actuando en Paris
en 1929. La piel negra de Baker, maquillada y aparentemente sin imper-
fecciones, siempre aceitada y lustrada logrando un radiante brillo lami-
nado, se repite en su reluciente cabello lacio que recuerda el resplandor
del lamé que aparentemente emana de su cuerpo. La caída de la seda ter-
mina al vislumbrarse un detalle del muslo. La distinción entre orgánico y
sintético se diluye, transformando la piel de Baker en sostén, indumen-
taria y sustituto. “¿Observamos ornamentación o un revestimiento?” pre-
gunta Anne Cheng.5 El efecto, sostiene Cheng, es parecido a lo que Bill
Brown6 ha llamado “ontología indeterminada” de objetos modernos, se
trata de la inhabilidad de separar con claridad lo animado de lo inanimado.
Así, Baker se presenta en estas fotografías como escultura antes que en
persona: su imagen representada aparece impresa en la superficie foto-
gráfica, observa Cheng, con el mismo talante escultórico que los atuendos
dorados, sombras y epidermis adicionales –en pocas palabras, generando
una oscilación entre retrato y naturaleza muerta.

Feministas y críticos raciales, continua Cheng, han trabajado en las úl-


timas décadas en recuperar “lo humano” que ha sido cosificado por la
esclavitud, colonialismo, racismo y, así, devastado. Si el cuerpo feme-
nino negro aprisionado ha suministrado una rica fuente de sensuali-
dad irresistible y destructiva transformando el cuerpo en “cosa” (ser
para su captor, en el sentido hegeliano), entonces lo humano con todas
sus fisuras materiales, lágrimas, cicatrices y rupturas funciona como
un recordatorio crucial y ético de las heridas causadas a ese cuerpo (po-
dríamos pensar en la famosa novela de Toni Morrison, sobre el cuerpo

5
Cheng, Anne, “Skins, Tattoos, Susceptibility”, en Representations, vol. 108, núm. 1,
otoño, 2009, pp. 98-119.
6
Brown, Bill, A Sense of things: The Object Matter of American Literature, Chicago,
Chicago University Press, 2003.

99
lacerado por la esclavitud, Beloved). La académica estadunidense que
ha desarrollado con mayor amplitud esta línea de pensamiento es Hor-
tense Spillers. Para ella, esta violenta literatura sobre el cuerpo se lee
como un tatuaje. “Estas marcas indescifrables en el cuerpo cautivo”, es-
cribe, “se transforman en una suerte de jeroglíficos en la carne de aque-
llos cuyas severas disyuntivas se han ocultado a la vista de la cultura en
el color de la piel”.

Lo que Cheng discute son las maneras en las que Baker, especialmente en
estas imágenes, sugiere y simboliza un tipo diferente de corporeidad y
de inscripción sobre la piel. Se nota también, lo extravagantemente per-
fecta, tersa y sin cicatrices que es su piel. Esta epidermis moldeada, sos-
tiene Cheng, se presenta inmune a la clase de marcas identificadas por
Spillers. Esto no quiere decir que Baker, como persona, bailarina o can-
tante no haya sufrido inscripciones raciales. Puede reconocerse que su
desnudez mientras actúa podría funcionar para refutar o hasta para
suturar esas rupturas. Sin embargo, tal forma de sanación no sería
resultado de alguna noción esencializada de humanidad prediscursiva,
sino del vocabulario de revestimiento, del sentido plástico que le ha sido
prestado a su figuración que la traslada de un cuerpo que sufre u oculta
los “jeroglíficos de la carne”, en una figura que se yergue resistiéndolos.
En pocas palabras, lo que impide que estas imágenes sean lo que Spillers
denomina “pornotroping” es su hermetismo.

Podríamos considerar, por analogía, cómo las esculturas “cubiertas” de


Sibande, también, se distancian del lenguaje de las heridas y de la carne,
e inician la exploración de un lenguaje de revestimiento y hermetismo,
con un particular interés en superficies hechas tan brillantes como para
borrar y desafiar la distinción entre raza, piel y las dimensiones plásti-
cas más conscientes del maniquí. Estas dimensiones plásticas, como
sostiene Cheng, ofrecen un comentario indirecto sobre la relación su-
jeto-objeto y sobre la compleja interacción entre cuerpos y cosas que
ha influido tanto la historia de las razas como la cultura materialista. El
trabajo de Sibande habla a partir de una perspectiva generacional desde
la que busca otros lenguajes de la piel negra y nuevas formas, también,
de vincular proyectos artísticos y el exacerbado lenguaje de la cultura
materialista que permea el Johannesburgo contemporáneo.
Zanele Muholi
Quiero referirme ahora a dos imágenes de Zanele Muholi, activista vi-
sual negra sudafricana, que ha mostrado su trabajo tanto local como in-
ternacionalmente, y recibido numerosos premios por sus fotografías
representando las vidas de lesbianas negras. En este apartado quiero con-
siderar de nueva cuenta el problema de la servidumbre y sus rearticula-
ciones en el presente. Señalaré, también, las complejas consideraciones
de Muholi sobre el enredo racial. Para ello, primero consideraré una fo-
tografía poco conocida de Muholi pero que nos sugiere mucho sobre sus
reflexiones sobre las historias de los cuerpos, raza, servidumbre y sexo.

La fotografía se titula Caitlin and I / Caitlin y yo, 2009. Dos mujeres


yacen sobre sus torsos. La artista, Muholi, es la mujer descansando so-
bre su estómago. Ella sostiene y carga el peso de Caitlin que se tiende
sobre su torso. Sus cuerpos en íntima cercanía, relajados, sugieren que
recién han tenido sexo. El punto de atención de esta imagen no es sólo
que se trata de dos mujeres, cuerpos femeninos sexualizados sino, como
escribe Zethu Matebeni,7 su estado de desnudo racial.

La fotografía está impresa en tres paneles: en el primero se ven los ros-


tros hasta fragmentos del hombro, en el segundo los torsos hasta la
parte superior del muslo y el tercero deja ver las piernas de ambas mu-
jeres. Esta afirmación visual “fragmenta el sujeto fotográfico para el ob-
servador”, obligándonos a pensar, nuevamente, cómo mirar los cuerpos
femeninos, determinando, al mismo tiempo, la violencia con la que se
han tratado los cuerpos femeninos a lo largo de la historia de la mirada.
La imagen esta realizada contra un fondo blanco permitiendo la expo-
sición detallada de la piel de las mujeres, sus tonalidades y marcas. Ma-
tebeni apunta el sentido de confianza y entrega en la imagen, y su clara
referencia a un momento “después del sexo”. Considerando el trabajo
de Michael Moon, se detiene en “estar-después” del sexo aquí regis-
trado. ¿Qué sucede después del sexo?... “puede ser un cigarrillo que se
fuma en este momento o un instante de reflexión sobre el acto sexual

7
Matebeni, Zethu, Black lesbian sexualities and identity in South Africa: An ethnography
of black lesbian urban life, Alemania, LAP LAMBERT Academic Publishing, 2012.

101
en sí mismo… después de una extraordinaria relación sexual, arriban
sentimientos formales.”

La segunda fotografía de Muholi a la que haré referencia se titula Massa


and Mina(h) / Massa y Mina(h), 2008. En ella se observa la domestici-
dad de una joven negra que recuerda, indirectamente, a la madre de Mu-
holi, quien trabajó por mucho tiempo sirviendo la casa de una familia de
blancos en Sudáfrica. Ngcobo mantiene que en estas series existe una
“historia de amor” entre la mucama negra y la señora blanca. Con cada
imagen, la provocación sexual se intensifica aunque es moderada por
los códigos de vestimenta, en el caso de la trabajadora doméstica es su
uniforme azul, que definen el rol de cada mujer. Claramente se trata de
una compleja interacción entre intimidad sexual de personas de un
mismo sexo y deseo interracial lo que se intima en las fotografías. Es-
cribiendo sobre estas series, Muholi afirma, “Encauzo mi propio cuerpo
negro como sujeto del arte. Uso la acción para confrontar los problemas
todavía racializados de la domesticidad femenina –mujeres negras rea-
lizando trabajo doméstico para familias blancas”.

Como escribe Matebeni sobre esta imagen, habrá muy poco de queer en
la representación que hace Muholi de los 42 años de servicio domés-
tico de su madre con la misma familia. Sin embargo, Muholi ocupa su
propio cuerpo femenino, negro, lésbico (queer) para realizar gestos
sobre esta relación tan larga. Para complicar radicalmente el escenario
interpretado y sobre el que se interpreta, la mujer blanca posando como
señora, Massa, es la compañera sentimental de Muholi.

El libro de Judith Lutge-Coullie, The Closest of Strangers,8 apareció en


Sudáfrica hace pocos años. En él se sostiene que “era común para las
mujeres experimentar dependencias mutuas de largo plazo… la rela-
ción emocional de hecho era la más cercana, ya que los estrictos lími-
tes de intimidad eran traspasados ocasionalmente”. Muholi sugiere algo
aún más radical, homosexualizando (queering) el hecho de que los cir-
cuitos de amor y cuidado también estaban en juego.

8
Coullie, Judith, The Closest of Strangers: South African Women’s Life Writing, Johan-
nesburgo, Wits University Press, 2004.
Muholi, como Sibande, está interesada en examinar la trama de la ser-
vidumbre y cómo se debería recordar y retrabajar esa pregunta, esa his-
toria, en el presente. Ambas están interesadas en representar la
superficie de la piel; Sibande en reproducir la negritud en diferentes re-
gistros, incluyendo lo hipervisible y lo plástico, y Muholi en explorar el
amor y el sexo interracial, así como el grado al que tales intereses son
enmarcados con regularidad en la vida queer misma. Tal como recuerda
Matebeni, este tema es recurrente en escritores negros, incluyendo a
James Baldwin, Audre Lorde y otros que exploran cómo la cultura Afro-
americana dominante ubica a las personas gay negras o queer más allá
de la comunidad negra, infiriendo que ser negro y gay es ser menos au-
ténticamente negro, por lo tanto, vinculando “la identidad queer a lo
que esta fuera”.9 Tales argumentos aseguran que ser negro y gay “es co-
ludirse con ser blanco”. Afirmaciones similares han sido usadas en
África para crear argumentos contra la homosexualidad, que muchos
consideran como no africana o de importación occidental.10 Sobre la
historiadora queer, Ann Cvetkovich comenta oportunamente que “queer
o las formas no normativas de reproducción cultural abren las posibi-
lidades de construir pérdidas culturales como algo más que un pérdida
traumática o irrecuperable”. Las imágenes de Muholi permiten la
recomposición cultural, como lo ha dicho Andrew van der Vlies, la re-
productibilidad queer y las ganancias culturales de producción estética
(técnicamente hacen posible la reproducción fotográfica) y, al hacerlo,
crean un nuevo archivo de afecto y afiliación.

Penny Siopis
He sugerido que tanto Sibande como Muholi están interesadas en la
superficie de la piel, en formaciones raciales y en el problema de la ser-
vidumbre como fuerzas para la re-composición del presente. Penny Sio-
pis también está interesada en la superficie de la piel como medio para
re-encauzar un conjunto de elementos concernientes a la raza, las he-
ridas y el cuerpo. Por muchos años ha sido una de las archivistas del

9 Dunning, Stefanie K., Queer in Black and White: Interraciality, Same Sex Desire, and
Contemporary African American Culture, EUA, Indiana University Press, 2009.
10 Hoad, Neville, African Intimacies: Race, Homosexuality, and Globalization, EUA, Uni-
versity of Minnesota Press, 2007.

103
trauma –o herida– más importantes de Sudáfrica con un cuerpo de obra
que explora esta experiencia tanto individual como colectivamente. Con
frecuencia esta resaca del trauma ha sido relacionada con una explora-
ción del ser blanco en un contexto africano, sus historias oscuras y sus
vulnerabilidades. Pero si la noción de trauma o herida es una forma-
ción histórica y psíquica compleja en el trabajo de Siopis, basado en un
encubrimiento o una interioridad acechante que es reprimida para re-
surgir en todo aquello que tratamos de hacer o ser, entonces el reciente
interés de Siopis en la superficie de la piel marca un cambio que merece
una mayor atención. En 2002, Siopis comenzó una serie de pinturas
llamadas Pinky Pinky. Pinky Pinky es un personaje de leyenda urbana,
una composición intrincada, imaginaria, que aparece, desaparece y re-
aparece en el tiempo social, frecuentemente desconocida por los adul-
tos. Siopis recuerda que como adolecente vio dibujos de una criatura
rosa en muros de los suburbios. En años posteriores, Pinky desapare-
ció nuevamente, fue reprimida, olvidada o remplazada por otros len-
guajes del deseo o del miedo, sólo para reaparecer en la década de 1990
durante la transición política. Siopis afirma:

Algunas personas sostienen que es blanca. Otras que él es


negro, pero un negro que es tan blanco que tiene que usar un
sombrero para protegerse del sol. Todos dicen que él no es real-
mente un él… Se dice que Pinky Pinky es medio-hombre, medio-
mujer, medio-humano, medio-criatura. Pinky vive entre los
baños de niñas y niños en las escuelas. Pinky es invisible a
los niños aunque pueden sentir su presencia al ser golpeados en
el rostro, las niñas pueden ver a Pinky Pinky y si usan ropa inte-
rior rosa se arriesgan a ser violadas por Pinky.

Pinky Pinky es todo y nada, es indeterminada, no se le puede asignar


una categoría racial teniendo elementos de ambas y una forma de gé-
nero borrosa. Siopis pinta capas de pintura rosa sobre el campo vi-
sual, saturándolo, para actuar sobre él y con esta superficie. Algunas
veces usa pintura color carne para representar una superficie que pa-
rezca piel. Pestañas falsas, uñas de pies, dedos, heridas plásticas y
partes del cuerpo perforan la superficie de la piel sin estar envueltos
por ella. La piel se separa de lo que está debajo, del afecto interior. La
piel no es la superficie afecto-cargada de un significante interior o es-
table de identidad social, el rosa se vuelve literal, nominal; la cone-
xión referencial es mínima.

El proceso de pintar de Siopis revela cómo está constituida la superfi-


cie y cómo la imagen emerge de la pintura. La imagen no está colocada
en la superficie a través de medios convencionales de exhibición espa-
cial. En su lugar, la artista aplica la pintura alrededor, aumentando el re-
lieve, empotrando el área y, en el proceso, aparece la imagen. En efecto,
su acción con la pintura produce las condiciones para que en la super-
ficie ocurra algo, para que surja la imagen. Ella podría ir con la figura y
fortalecer sus formas o dejarla ir, hundirse en su sustancia. El fortale-
cimiento de la imagen implica la perforación de partes de la suave,
gruesa superficie, creando marcas que sugieren piel de gallina o bordes
de la piel –o incrustación de objetos en la piel/pintura/superficie (ojos,
cicatrices, cabello falso). El resultado es la revelación de una superficie
a través de una imagen –por medio del juego de color y luz en la super-
ficie y no a través de modelación pictórica convencional.

En estas series, el que la piel se vuelva “rosa” es un sentido excesiva-


mente nominal. Es la literalidad visual de un nombre –el sustantivo
rosa. Aunque la liberación –de significación y afecto, del síntoma
como tal– es sólo parcial. Crea espacio para un repertorio desarticu-
lado o inarticulado de falta-de-color: el rosa se vuelve asertivo, se
vuelve él mismo, intenta ser su propio ser (mudo). Sin embargo, este
nominalismo está también obligado a terminar, como nosotros casi
inevitable aunque parcialmente, leyendo de nuevo en la alegoría y me-
táfora, raza y lugar.

Así entonces, en las series Pinky Pinky hay un tratamiento sutil y abs-
tracto de la idea de superficie de la piel. La conexión referencial –al pa-
sado, al apartheid, a un significado singular, a una significación estable,
al cuerpo racial, a una conexión hermenéutica– es mínima. La mímesis
es de una naturaleza muy primitiva, no más que un tipo de energía, con
muy pocos detalles provistos por la artista para informar una referen-
cia sintomática. Esto crea una inestabilidad productiva y experimen-
tal, dificultando la vía de la metáfora.

105
Como las series de Pinky Pinky muestran implícitamente, no es que el
síntoma del apartheid desaparezca ni de la creación artística ni de nues-
tra práctica hermenéutica crítica. ¿Cómo podría? Después de todo, no
hacer del apartheid y de los efectos raciales y psíquicos que produjo una
divisa crítica que pudiéramos emplear tendría que ser un acto cons-
ciente ¡sobre el que aún se estaría hablando! Sin embargo, en el trabajo
de Siopis, sobre el que he estado discurriendo, comienzan a emerger
otra clases de lecturas, las cuales se refieren a la raza, al pasado del apar-
theid, aunque con menos frecuencia y menor rapidez. Se hace necesa-
ria una práctica de lectura más horizontal, más secular, unida como
está con las clases de lecturas sintomáticas que informan el presente
cuya forma está dada, aunque no enteramente, por un pasado serio.

Como sucede con otras formas artísticas producidas actualmente, con


estas series emerge una imagen de individualidad social y racial que de-
manda estrategias interpretativas, algunas sintomáticas y otras des-
plazándose a un plano más horizontal. El apartheid como significante
y síntoma se cierne, se le involucra, rechaza y modifica, como un po-
tente post-efecto, ahora en combinación con nuevas formaciones de
ser y significado. Conjuntamente, crean un enredo, como punto de difi-
cultad y relajación.

Como he escrito líneas arriba, en las series Pinky Pinky, la imagen es


sólo manifiesta a través de la alteración de la superficie, lo que abre una
vía diferente de lectura: leemos hacia abajo (la alteración de la superfi-
cie sugiere un tipo de verticalidad, aunque superficial) pero también a
lo largo. Esto es importante al pensar en Pinky Pinky como una imagen
intermedia, como una clase de ampliación, que se aleja de los caminos
conocidos de lo psíquico y lo social, a veces, para re-habitarlos nueva-
mente y reiniciar una vida de alegoría, habitando el reino del síntoma.
Recientemente, Penny Siopis afirmó en una entrevista que “tal vez es
en la falta de profundidad que comenzamos a encontrar lo nuevo”.
Pinky Pinky es un intento para crear un lenguaje visual para un enredo
de diferencias raciales, ni negro ni blanco, sabiendo que lo rosa y la raza
continúan significando pero que también existe la posibilidad de que re-
grese, nuevamente, a la cosidad, un producto, una superficie cuyo sig-
nificado no está del todo inscrito o no es del todo aprehensible.
Sibande, Muholi y Siopis trabajan con formas de la superficie y de la
piel al interior de una historia de violencia en un contexto de transi-
ción política y recomposición artística. Sibande y Muholi exploran las
herencias y consecuencias de la servidumbre y para Muholi, particu-
larmente, esta exploración conduce a una mediación visual acerca del
amor y el sexo interraciales. Siopis, en una vena relacionada, explora la
noción de superficie de la piel como un lugar donde el significado puede
deshacerse y estas desarticulaciones pueden ser generativas, re-com-
posicionales. La falta de profundidad ofrece la posibilidad de una diso-
lución del ser, de una indeterminación racial y la superficie ofrece
significados fluidos e impredecibles, solidificándose en significado o
imagen, o regresando, de nueva cuenta, a lo impensable.

Tomados en conjunto, los trabajos discutidos hasta ahora son muy


conscientes de –aun con la muestra de elisiones, precauciones o supre-
siones de significado en relación a– lo problemático del “enredo”.

En el pasado, mi opinión ha sido que bajo una fuerte, y frecuentemente


consiente tradición visual en Sudáfrica, existe una problemática con-
ceptual que llamo enredo. Mi acepción de enredo es una condición de
implicación con una intimidad conseguida, aun si ésta es resistida, ig-
norada o no querida. Encuentra su expresión en los límites de la mo-
notonía y la diferencia, como lugar de predicamento y/o posibilidad.
Contiene matices que con frecuencia son imperceptibles o latentes y
opera como fundamento o sustrato crítico. Conlleva, en mi uso del tér-
mino, las posibilidades más esenciales con respecto a la raza, pero tam-
bién trabaja en otros registros, en relación al trabajo y la evocación de
la desagregación social. El enredo tiene una historia y un interés en lo
visual porque, primero, los restos inhumanos permanecen tan vivos
en nuestra historia; segundo, el futuro es una fuerza tangible y de in-
versión en un lugar traumatizado por la raza; tercero, porque la razón
de vivir tras el colonialismo, independencia, tercermundismo, apar-
theid, es que podemos visualizar cosas en la destrucción: las ruinas,
como señala Ackbar Abbas, están radicalmente incompletas. Esto no
es una política de la esperanza sino se trata de algo más cercano a la
ambigüedad de las palabras de Kafka: “sí, hay esperanza, pero no para
nosotros”. En otras palabras, trabajamos con la idea de que hay algo

107
que podemos hacer, que podemos buscar, hurgando entre las ruinas,
en la evaluación de daños, en los restos de muchas utopías. ¿Cuáles son
los términos, entonces, con los que podríamos dar vida a, o revitalizar,
un concepto con una historia de racismo que no siempre es visible?

Es en el contexto de la problemática del enredo, y del vocabulario de la


mutualidad sobre la que se le involucra y del que a veces se le retira,
que se vuelve interesante observar la reciente pintura de Mandela
muerto y las reacciones que ésta suscita.

Yuill Damaso
En julio de 2010, el virtualmente desconocido artista joven johannes-
burgués, Yiull Damaso, pintó a Nelson Mandela en su lecho de muerte
mientras se le realizaba una autopsia política. A diferencia de las es-
culturas fotografiadas de Sibande que cuelgan en los muros de los edifi-
cios del centro de Johannesburgo y de los trabajos de Muholi y Siopis
que se exhiben en galerías en la ciudad, el trabajo inconcluso de Dá-
maso fue ubicado en la tienda Orpheo Twins en el centro comercial de
lujo Hyde Park. Dámaso fue terminando la pintura en un espacio
abierto en el centro comercial “en un esfuerzo para facilitar el diálogo
entre artista y la audiencia”. En contraste con los trabajos de los artis-
tas mencionados anteriormente, Damaso no es un artista conocido por
su técnica ni por sus convicciones; en lugar de ello, su pieza es de inte-
rés por las reacciones que causó y porque invoca algunos temas y pre-
ocupaciones de este ensayo desde el punto de vista de un artista
desconocido y a través de la presencia ausente del cuerpo de Mandela
en la cultura en general.

La obra es una reelaboración de la pintura de Rembrandt La lección de


anatomía del Dr. Tulp, y lleva el mismo título. Representa personajes po-
líticos como el arzobispo Desmond Tutu y a los políticos F.W. de Klerk,
Thabo Mbeki y Jacob Zuma de pie observando el cuerpo de Mandela.
Nkosi Johnson, joven activista del VIH que murió en el 2001, usa un bis-
turí para abrir una herida en el cuerpo sin vida de Mandela. El artista,
Damaso, argumentó que la pintura la pensó como un tributo a Mandela
y al hecho que los sudafricanos no han aceptado su inminente mortali-
dad. Sin embargo, cobró importancia entre los sudafricanos negros por
su pintura. Las reacciones resultado de ella fueron, en el escándalo cre-
ado, múltiples ansiedades centradas alrededor del cuerpo de Mandela.

El Congreso Nacional Africano (ANC11) respondió a la representación


de la muerte y autopsia de Mandela vinculándola a la brujería. “EL ANC
está consternado y condena de la manera más enérgica posible la pin-
tura de la muerte de Mandela realizada por Yiull Damaso”, sostuvo
Jackson Mthembu, vocero del partido. “En la sociedad africana es un
hecho extraño de ubuthakathi (brujería) matar a una persona viva”. La
acusación pareció resonar, o ser hechizada por, antiguas tradiciones
africanas en las que la imagen es imbuida con tremendos poderes y am-
bigüedad –y, por tanto, tiene que ser tratada con cuidado con tal de evi-
tar todo tipo de peligros, incluyendo la muerte misma.

Dámaso declaró que poco después de haber instalado su pintura aún-


sin-terminar en Hyde Park, me “llamaron a la tienda para decirme que
alguien quería hablar conmigo”. La persona al teléfono dijo que era
amiga de una de las hijas de Mandela y que la hija estaba muy enojada
por la pintura. Me dijo que recientemente habían tenido una muerte en
la familia y que aún estaban muy afligidos”.

La imagen pintada y la respuesta pública política a ésta se relacionan


también a la capacidad propia de Mandela para reencarnar y articular
una política de mutualidad o enredo en Sudáfrica. El nacionalismo
desde Mandela ha fallado al ofrecer algo similar, aunque en su lugar se
ha querido articular un “empoderamiento negro”. El empoderamiento
negro se ha mostrado, cada vez más, como un concepto económico en
vez de uno cultural o filosófico. No existe una articulación conceptual,
política y pública de tal política a pesar de que las personas hablan todo
el tiempo de “diversidad”. Sin embargo hay evidencia, especialmente
en ciudades sudafricanas, de que el enredo, proceso por el que se es al-
guien más (quien no se es al principio) existe a través de una óptica del
post-apartheid. Es aparente en escuelas, agencias de adopción, inicia-
tivas de combate al crimen, universidades y en la pobreza urbana. No
obstante, existe una ansiedad considerable alrededor de la pérdida de

11
African National Congress por sus siglas en inglés.

109
una forma de política profundamente asociada a la persona de Man-
dela. Rapule Tabane, editor adjunto del periódico Mail&Guardian, co-
mentando la pintura de Damaso reproducida en la primera página de
su diario, sostuvo que el artista estaba lidiando con el estado actual
de la política del país y con el significado de Mandela en ese contexto.
“Se podría decir que pregunta ¿qué mató al espíritu especial que Madiba
trajo a nuestra vida nacional?” escribió en un SMS a la asociación de
prensa sudafricana. “No debería ser visto como un reflejo o una antici-
pación de la muerte literal de Madiba como persona, sino como un cues-
tionamiento sobre el estado de la nación y su iconografía”.

Podríamos especular un poco más sobre la mortalidad de Mandela y el


drama que provoca en muchas personas, tanto en Sudáfrica como en
el mundo. Hay una sensación en Sudáfrica de que, con su muerte, habrá
un vacío terrible en el corazón de un lugar que siempre se ha esforzado
por enmascarar que lo que sienten podría ser un vacío en su centro; que
ha luchado por definirse como nación –y por creer que sus partes tie-
nen algo en común. Mandela logró encarnar lo que estuvo en este lugar,
pero que podría desaparecer nuevamente. La ansiedad metafísica o la
angustia es que Sudáfrica es sólo un sitio, un lugar geográfico sin sen-
tido ni idea. Mandela ha ocupado distintas edades de la imagen (algu-
nas se han estereotipado, otras no): el boxeador, el joven a la moda (con
un único traje con el que logra, después lo sabremos a través de su au-
tobiografía, la imagen de un hombre elegante, que seduce a las mujeres
y hace política), el competidor desleal en su vestimenta tribal, el pri-
sionero cuya imagen se envuelve en misterio, el sujeto de especulación
y cada vez más elaborado; finalmente, sus años como presidente. Ahora
vemos imágenes de una edad avanzada, de su fragilidad, de su creciente
dificultad para caminar adecuadamente y no ser capaz de bailar con sus
pies –al bailar “con sus brazos”. Las imágenes más recientes de Mandela
son cautivadoras y las vemos al tiempo que se está planificando activa-
mente su muerte. La lucha ahora reside en significar la fragilidad y la in-
minente muerte de Mandela.

La pintura de Dámaso representa la superficie de la piel (de un hombre


profundamente admirado) siendo abierta. En la medida que funciona
como alegoría política, es mucho más literal y menos artísticamente com-
pleja o sugerente que las imágenes de Siopis. Sin embargo, nos dirige nue-
vamente al cuerpo llorado, así como a cuestionamientos sobre la vida y
la muerte que son la principal preocupación de este libro. El cuerpo y es-
píritu de Mandela, en cierto modo, yacen detrás de algunos de los cues-
tionamientos con los que lidian los artistas actualmente. Al mismo
tiempo, como Verne Harris12 lo ha señalado recientemente, él se ha ido
ya de muchas maneras, dejando la escena del presente sudafricano.

Conclusión
Quisiera señalar tres elementos del material que he discutido en este
trabajo. Primero, los artistas de Johannesburgo están mostrando un
nuevo interés en la “superficie” y en la falta de profundidad, como un lu-
gar desde el que se articulan algunas de las fuerzas re-composicionales
del presente. Al menos desde los años 70 hemos confiado en un mé-
todo de lectura y en una mirada que ha invertido mucho en el síntoma.
Los metalenguajes críticos que fueron centrales al proyecto fueron el
psicoanálisis y el marxismo. En la lógica del “inconsciente político”
sobre el que hemos dependido de una manera o de otra en gran parte
de nuestra teorización por 35 años, el aspecto más interesante de un tex-
to es lo que éste reprime, por lo que la interpretación debe buscar un
significado latente tras el manifiesto. El intérprete, como escribió Ja-
meson, reescribe las categorías superficiales de un texto en un lenguaje
más fuerte de un código interpretativo más fundamental y revela ver-
dades que “permanecen sin hacerse evidentes en la superficie del texto”.
Al revelar la causa ausente que da estructura a las conclusiones e in-
clusiones del texto, el crítico restablece a la superficie del texto la his-
toria profunda que el texto reprime.

Lo que es profundo, continúa el argumento, está completamente pre-


sente y por tanto, es teóricamente recuperable; sin embargo, se encuen-
tra tan oculto, o totalmente cubierto por una superficie opaca que sólo
pude ser detectado por un grado extremo de observación o perspicacia.
La superficie está asociada con lo superficial y lo engañoso, con lo que
puede ser percibido sin una examinación cercana e implícitamente, puede

12
Director del Departamento de Memoria en el Nelson Mandela Centre of Memory.

111
resultar falsa bajo un agudo escrutinio. La noción que subyace todas las
formas de lectura sintomática, a saber, que las verdades más significati-
vas no son inmediatamente aprehensibles y que pueden ser veladas o in-
visibles, tiene una larga historia. Pero si lo oculto y el síntoma han sido
significantes tan poderosos por lo que creemos que son y por producir los
parámetros de la cultura política por varias décadas, algunos escritores y
artistas involucrados en los trabajos de la teoría crítica comienzan a lidiar
con la necesidad, ahora, de pensar nuevamente la superficie como un lugar
desde el cual leer –leer el poder, el ser persona y la cultura contemporánea.
Este redescubrimiento de la superficie lee la superficie no simplemente
como un marco o modelo de “lectura”; ni simplemente como un objeto
discreto secundario o derivado de alguna matriz originaria o proceso his-
tórico contra el cual se debería definir, sino como una “fuerza generativa”
fundamental capaz de producir efectos propios. En las piezas que he re-
visado en estas líneas, los artistas johannesburgueses están particular-
mente interesados en reflexionar alrededor de la problemática de la
superficie a través del tropo de la piel.

Segundo, es particularmente sorprendente que tanto Sibande como


Muholi estén produciendo trabajos que dan forma e intervienen en co-
mentarios públicos sobre la servidumbre y la política efectiva del hogar.
Deberíamos recordar que durante el apartheid, los espacios de segre-
gación incluían macroespacios como escuelas, iglesias y cementerios,
pero también microespacios, incluyendo los hogares que funcionaban
como sitios claves para la escenificación de la humillación. La política de
los hogares ha sido un modelo importante de reflexión del imaginario
cultural sudafricano. Njabulo Ndebele, escribiendo en 1999, reflexionó
sobre la necesidad de la “liberación del esparcimiento” en Sudáfrica y
sobre sus intentos de ser un turista en una reserva de caza en su país.
Lo describe alegóricamente como “la sensación de despertar en una
casa que supuestamente es tuya pero que no terminas de reconocer”.
Considera su compleja relación con los trabajadores negros en la ca-
baña y comienza a preguntarse si ¿no vale la pena ser el espectador, ob-
servando al resto del continente desde la ventana de un centro
vacacional que ofrece comodidad y seguridad? ¿Qué se necesita para
mantener la situación así? Se mira a sí mismo observando a otros como
si fuera desde la comodidad de la perspectiva interior y mantiene la mi-
rada firmemente en el cierre psíquico que habita la vida dentro del “cen-
tro vacacional”. También Mandela se volvió crecientemente alerta y re-
flexivo acerca de la política del hogar y, especialmente, del reino de lo
doméstico. Claramente, Mandela hizo de su celda, en la que estaba pri-
sionero, su hogar, proceso originado, como sugiere Harris, al “mantener
sus errores cercanos a él”: Mandela sintió que cometió equivocaciones en
su vida doméstica, habiendo descuidado la esfera de su hogar a favor de
su carrera política. Intentando remediar esto, alimentó el espacio do-
méstico desde la prisión, encargándose del jardín, limpiando, cuidando y
responsabilizándose de otros. Sus trabajos de jardinería en turno dieron
pie a una visión política actualizada: “al interior del encierro espectral
impuesto por la sentencia de vida”, escribe Elleke Boehmer (2008), “la
jardinería le permitió al prisionero explorar el espíritu de ciertas ideas
claves –de regeneración y reconstrucción, por ejemplo”.

En un ejemplo final, que también recupera algunos de los cambios de


cadencia de los lenguajes políticos actuales en Sudáfrica, Julius Ma-
lema, líder de la liga juvenil del Congreso Nacional Africano (ANC) y par-
tidario de Robert Mugabe, recientemente se refirió al Movimiento por
el Cambio Democrático (MDC13), principal movimiento opositor en Zim-
babwe, como personas que “nos insultan desde sus oficinas con aire
acondicionado en Sandton”. A lo que un periodista de la BBC replicó:
“usted vive en Sandton”. Malema respondió: “no venga con sus ten-
dencias blancas”, y más tarde en la misma conferencia de prensa su-
brayó: “No saben lo que es que un hombre blanco me diga qué hacer en
mi propia casa”. En mayo de 2011, Malema no quiso debatir con Lin-
diwe Mazibuko, vocera nacional de la principal fuerza opositora sud-
africana, la Alianza Democrática (DA14), y actual jefa parlamentaria de
la DA. Se trata sólo de la “chica del té” afirmó, y debió permanecer en la
cocina sirviendo a la señora. Era con la señora con quien él quería ha-
blar. La señora a la que se refería era la lideresa de la oposición, Hellen
Zille. El hogar, entonces, en este y otros tantos ejemplos, ha sido un
poderoso significante para la política contemporánea. Los trabajos de
Sibande y Muholi discutidos constituyen intervenciones de mujeres

13
Movement for Democratic Change por sus siglas en ingles.
14
Democratic Alliance por sus siglas en inglés.

113
negras al tema del hogar, expresado en términos del lenguaje visual.
Revelan cómo un término como “enredo” puede ser complejo, dada la
historia de la servidumbre que le da forma y le persigue.

Tercero y finalmente, debemos reflejar cómo los trabajos discutidos se-


ñalan aspectos de la necropolítica actual. Si lo necropolítico es usual-
mente leído a través de las formaciones de la plantación, la colonia y
el campo, estas intervenciones sudafricanas sugieren el grado al que el
hogar se presta a una lectura compleja de estética y violencia, de captura
y libertad. He intentado considerar las formas de recomposición de la
vida y el futuro que emerge tras la fuerza necropolítica del apartheid. Re-
laciones entre subjetivación, objetivación, cosificación, superficie, invi-
sibilidad, hipervisibilidad y el cuerpo inerte han dado forma a los
contornos del argumento en este trabajo. En la personalidad de un joven
político como Malema, a quien me he referido ya, se está formando un
tipo distinto de fuerza necropolítica, una a la que Mbembe se refiere
como “el verdadero deseo del apartheid”, para un lenguaje racial que
busca subsumir el no-racismo, la democracia y el no-sexismo en las ne-
cesidades de una ira populista y en la adopción de una política corrupta.
Es, dentro de este complejo vórtice de libertad y violencia, que los jóve-
nes artistas están dando forma a una conversación y desarticulando un
marco necropolítico para crear algo más, pero dentro de las restricciones
de un terreno político post-Mandela, lleno de incertidumbre y paradojas.

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Este ensayo aparece en:


Ndebele, Njabulo S., Fine Lines from the Box: further thoughts about our
Country, UMUZI, Random House, 2007. consultado en:
www.umuzi-randomhouse.co.za

115
el caligrama o la formalización imposible de la
modernidad / geopolíticas de la excepción.
a propósito de los detectives salvajes
josé luis barrios
Si algo introdujo la vanguardia en la conformación de las lógicas y las
estrategias del arte, fue la fractura de la función de lo artístico como
representación. El Ulises (1922) de Joyce, el Proceso de Kafka, o incluso
antes, la literatura de Melville particularmente Bartleby el escribiente, así
como las poéticas y las estéticas del dadaísmo y el surrealismo, quizás
son los primeros intentos donde podemos observar el modo en que
operan dichas estrategias en las que se plantea los límites de la signifi-
cación como condición de la representación. En el horizonte de discu-
sión sobre la estructura de inteligibilidad del sentido, la poéticas de
finales del siglo XIX y principios el siglo XX, intentaban desarticular la
función literaria a partir de la consideración crítica sobre las condicio-
nes de posibilidad del lenguaje y las implicaciones que esto tenía en
la configuración del discurso de la modernidad industrial respecto a la
función de la experiencia sensible. En un horizonte donde se operaba
una transformación radical del sentido del mundo como naturaleza y lo
sensible configuraba y se configuraba en función del desarrollo de las
ciudades, sin duda la práctica artística ocupaba, o al menos suponía,
definir posibilidades de experiencia que dieran cuenta de los cambios
que el desarrollo industrial de la modernidad determinaba como hori-
zonte de existencia. Acaso por ello, visto con la distancia que nos da
casi un siglo, las estrategias de la vanguardia, más allá de sus aciertos
y sus fracasos, pueden ser vistas como las arcadias donde leer la ar-
queología de nuestra contemporaneidad. Esta arcadia quizá tenga su
formalización y su condición de enunciación en la tensión que se plan-
tea, tanto en el arte plástico como en la literatura, entre la abstracción
y la figuración, entre la función y la utilidad, entre el significado y el
significante, entre el deseo y el lenguaje, entre la máquina y la vida. Se
trata de una tensión dialéctica donde pareciera que las condiciones de
la experiencia ya no pueden ser representadas en términos de conti-
nuidad tramática, ni de oposición entre naturaleza y cultura, sino en
términos de civilización y barbarie. Acaso como lo viera Benjamin,
en su famoso texto Experiencia y pobreza,1 algo posee carácter de expe-
riencia en tanto tiene la capacidad de ser narrado, de ahí la radical afir-
mación de este filósofo alemán de que la guerra no es un ámbito de

1
Benjamin, Walter, “Experiencia y pobreza”, en Obras completas, II, vol.1, Madrid,
Abada, 2007, pp. 216-222.

117
experiencia, de ahí su sugerencia también de encontrar los lugares
donde la modernidad realiza la dialéctica de la promesa y el engaño y
por ende reconfigura las condiciones de representación de la experien-
cia que ya no encuentran “lugar” en la “distensión” de la trama, sino en
la tensión dialéctica de los (des) bordes y fisuras del signo.

En alguna medida la literatura y el arte del siglo XX y de esta primera dé-


cada del siglo XXI pueden ser leídos desde el (des) bordamiento y co-
lapso del signo. Aquí desbordamiento no habrá que entenderlo en su
sentido metafísico-estético, es decir en su sentido de lo sublime, tal y
como lo postuló la estética kantiana, sino más bien como una condi-
ción tecnopolítica cuya representación estética es la de lo colosal tal y
como lo he planteado en otros textos. Por su parte la fisura está conce-
bida de acuerdo al concepto el hiato como hendidura y fisura del len-
guaje y el cuerpo, entre el lenguaje y el cuerpo y entre el lenguaje
consigo mismo: el hiato, como lo he afirmado en otra parte, es hendi-
dura que fractura la estructura simbólica y al hacerlo conduce la inteli-
gibilidad del signo a la borradura del sentido o la emergencia de la pura
potencia de “in-significación”.2 El concepto hiato/hiancia expresa el co-
lapso en la estructura binaria de inteligibilidad del sentido, definiendo
las condiciones de posibilidad un tercero que se produce a causa de tal
colapso. Contra la noción metafísica de trascendencia y alteridad del
sentido, la fisura expresa la condición política y estética de una causa-
lidad negativa como la estructura que expresa la lógica de la violencia
y la excepción.

Estas categorías tenían que ver con el intento de determinar y recono-


cer las condiciones y los lugares políticos y estéticos de enunciación. En
este contexto, dos consideraciones más de carácter preliminar para
poder avanzar en mi argumentación. Una de carácter histórico amplio
que tiene que ver con el hecho de que Latinoamérica, en particular la co-
lonización, define la condición material y social de la modernización
occidental, tanto en su registro real como imaginario. La otra de carác-

2
Al respecto véase mi ensayo: “Aporías de la superficie: quiasmo, hiato…
Consideraciones en torno al animal, el cuerpo y la carne”, en Luis Guerrero (coord.),
Dialécticas de la corporeidad. (en prensa)
ter político-estético, relacionada con la comprensión de la vanguardia
y la posvanguardia de Latinoamérica como parte fundamental de la his-
toria de la cultura global, en tanto que estos movimientos artísticos ni
son apéndices de las metrópolis ni intentos de inserción del subdesarro-
llo en el desarrollo, sino que forman parte y son lugares de enunciación,
sino que permiten entender las relaciones entre civilización y barbarie
tal y como lo he planteado de acuerdo al concepto benjaminiano.

De acuerdo a esto: si el signo es mediación y producción material de


enunciado geoestético-político, la pregunta que orienta mi argumento
sobre el uso del caligrama en Bolaño, habrá que formularla en los si-
guientes términos: ¿Qué función tiene el caligrama en tanto escritura
de la fisura en la obra de Bolaño, pero sobre todo, que implicación trae
consigo este uso del caligrama a la hora que lo inscribimos en la tradi-
ción literaria de la vanguardia en su emplazamiento en Latinoamérica?
La apuesta, es para decirlo pronto, leer el uso del caligrama en Bolaño,
como estructura formal que explica la condición de la dialéctica, entre
utopía y heterotopía, en el emplazamiento latinoamericano de la tar-
domodernidad global y quizá con ello avanzar en la producción de ca-
tegorías de representación que permitan entender condiciones políticas
del enunciado como crítica a la violencia.

Enunciar el (des) bordamiento/inscribir la fisura


Llevar al límite la escritura es una operación que en la historia de la li-
teratura del siglo XX ha sido una constante. En el caso de la literatura de
Latinoamérica esta estrategia ha estado presente en la poesía y en el
relato. Desde escritores como Huidobro hasta escritoras como Clarice
Lispector, la fisura (lo que rompe pero no desata) del lenguaje supone
una estrategia a través de la cual la poiesis, la creación, busca borrar la
operación de estabilización y legalización que le es estructural al len-
guaje. El Altazor de Huidobro o La pasión según G.H. forman parte de
esta operación. Desde tácticas distintas el hiato, en ellos muestran los
extremos del lenguaje. Huidobro, llevándolo al límite mallarmeniano
al reinscribir el espacio en el signo y conducir la palabra al fonema; a
la estructura binaria que habita en el estrato sonoro del lenguaje
donde siempre se inscribe el sentido, también conduciendo la pala-
bra a la imagen y el significado al espacio para producir caligramas

119
como arquitecturas y topografías del signo. Lispector, por su parte, lo
conduce a la anterioridad abyecta del síntoma: a los lugares de su ma-
terialidad casi pura donde la respiración no es voz, donde la puntua-
ción no es pauta, donde la palabra es cosa en el sentido
lacaniano-hegeliano del término. Lispector colapsa el lenguaje para ins-
cribirlo en el cuerpo como síntoma y el síntoma como política de in-
tensidad de la materia. Estos ejemplos no son arbitrarios ni
deliberados, antes bien, en su anacronismo, buscan poner en perspec-
tiva la función estético-política de la escritura y con ello, activar un ho-
rizonte de significación donde colocar la práctica del caligrama en
Bolaño. Estos dos ejemplos desean llamar la atención sobre la implica-
ción que tiene el desbordamiento y el colapso del lenguaje por el lado
del signo y su sintaxis en Huidobro y por el lado de la materialidad del
significante como restitución del abyecto al signo en Lispector. En este
extremo me parece que quizá podamos trazar el territorio donde Bo-
laño coloca el lenguaje, un lugar que es un borde y abismo que no es el
de la forma, pero que tampoco es el de la materialidad inmanente del
gesto y cuerpo. Si la escritura es una política, sin duda el ámbito de lo
político que abre la poesía de vanguardia de Huidobro está estrecha-
mente relacionada con los intentos del dadaísmo, el surrealismo y en al-
guna medida el cubismo de generar ciertas cualidades de la autonomía
estética como condiciones críticas y revolucionarias del arte. Algo que
desde luego tiene una relación con las prácticas de escritura de Lispec-
tor que están relacionadas con estrategias de subversión del deseo en
función de cancelar el dominio logocéntrico del significante. En todo
caso, si construyo aquí esta tensión es con la finalidad de plantear cier-
tos marcos teóricos y conceptuales que me permitan avanzar en mi ar-
gumento. Buena parte de los estudiosos de Bolaño cifran su escritura
y con toda razón en su relación con el dadaísmo y con el estridentismo
de las primeras décadas del siglo XX.

Lo que supone que coloca su escritura en la doble operación de articu-


lar el arte con la vida y al mismo tiempo definir las condiciones “lin-
güísticas” que fracturan las relaciones entre sentido y significado al
conducir la sintaxis al terreno de la materialidad, ahí los juegos entre
cosa y palabra, entre acción y enunciado propios de la poesía dadá y es-
tridentista. Ahí también la intención revolucionaria del arte que busca
interrumpir los sistemas de representación en función de llevar al plano
de complejidad lógicio-formal la estructural binaria de la sílaba. Sin em-
bargo, esta cercanía con el dadaísmo y el estridentismo pasa por los
principios del Manifiesto infrarrealista, por el lugar de las “mil van-
guardias descuartizadas”. Pasa por:

[Por] el desplazamiento del poema a través de las estaciones de


los motines: la poesía produciendo poetas produciendo poemas
produciendo poesía. No es un callejón eléctrico/ el poeta con
los brazos separados del cuerpo/el poema desplazándose len-
tamente de su Visión a su Revolución. El poema en punto múl-
tiple. “Vamos a inventar para descubrir su contradicción, sus formas
invisibles de negarse, hasta aclararlo”. Desplazamiento del acto
de escribir por zonas nada propicias para el acto de escribir.3

El infrarrealismo inscribe su poética en el horizonte de fracaso de la


utopía de la vanguardia, en esta ruina sin embargo se define la poten-
cia poética y literaria de Roberto Bolaño, lo que en principio aparece
como un fracaso y una catástrofe deviene en la potencia visceral de la
realidad como escritura política que quizá queda mejor expresada en el
“movimiento” de real visceralismo que aparecerá en Los detectives sal-
vajes. Sobre esto volverá más adelante…

En este contexto habrá que analizar el caligrama como recurso poético


en Los detectives salvajes. Sobre esta consideración, el horizonte del des-
bordamiento y la fisura de la palabra en Bolaño tienen que ver con
cierta condición de producción de diferencial histórico y político que,
desde mi perspectiva, permite leer una variación en el modo en que
este escritor utiliza el caligrama. Un lugar de enunciación y un devenir
histórico que hace de su narrativa una suerte de escritura política del
desastre y una estructura de enunciación de la heterotopía.

En Los detectives salvajes, allende de la consideración de Bolaño sobre el gé-


nero policiaco como un excelente medio para contar historias, es también

3
Primer manifiesto infrarrealista, en
http://manifiestos.infrarrealismo.com/primermanifiesto.html

121
el recurso estilístico donde se inscriben relaciones complejas entre li-
teratura, topografía e historia. Tanto en Los detectives, como en 2666 la
“búsqueda de personajes perdidos” es el medio a través del cual se es-
tablece la tensión entre enunciado, lugar y tiempo que hacen de la fic-
ción una superficie enunciación, definiendo con ello la condición de
posibilidad de la experiencia de lo político como la relación entre pa-
thos, signo y lugar. Desde luego aquí importa el modo de signar, aquí
importa el uso del caligrama como “tensión” tramática y condición
enunciativa de ese pathos. En suma, el género policiaco expresa una
condición histórico-política de enunciación. Se trata de un recurso que
activa un fondo de significación afectiva en su obra que permite inscri-
bir hechos y situaciones de orden histórico y político diferenciados, tal
como sucede con los escritores real visceralistas que se dan a la bús-
queda de Cesárea Tinajero.

Cesárea Tinajero es la última poeta estridentista, huella y madre de una


vanguardia perdida, es también un juego de desmontaje, al lado de Lalo
Cura, del uso exotizante y topológico de los nombres del “realismo
mágico” latinoamericano. Este personaje femenino es una cifra his-
tórico estética del pasado que revela el lugar extraviado de las utopías
artísticas y pone en tensión el presente de esa utopía como abandono
y fracaso, hace presente el fondo histórico como alteración del lugar,
como otro lugar o heterotopía. Define la cartografía del sitio imposi-
ble como pérdida y al hacerlo tensa la condición visceral de lo real: el
lugar como pathos social y político de un fracaso. Situación y personaje,
Cesárea Tinajero, a partir del cual Bolaño introduce las tensiones ana-
crónicas entre utopía de la vanguardia y la revolución del proyecto mo-
derno posterior al triunfo del nacionalismo revolucionario, con la
contemporaneidad de los paisajes por lo demás distópicos y violentos
del norte de México. Algo que sin duda será llevado a su extremo en
2666 donde Santa Teresa será el sitio real de ese fracaso y lugar/no-
lugar donde se definen las condiciones delirantes del “estado de excep-
ción”4 que se producen en las lógicas del capitalismo global y sus formas
de intensidad localizada.

4
Aquí estado de excepción habrá que entenderlo en el sentido en que lo plantea
Benjamin en su texto “Hacia una crítica de la violencia”, Ibidem. pp. 183-206.
En este contexto no se puede dejar pasar la implicación que tiene la no-
ción misma de real visceralismo. Al lado de las genealogías que los es-
tudiosos de Bolaño hacen de la relación que esta trasvanguardia guarda
tanto con el dadaísmo, el surrealismo, el estridentismo y con el situa-
cionismo, en tanto la doble operación de llevar el arte a la vida y a la in-
tervención afectiva en el espacio social, me parece que hay dos
elementos implicados en el real visceralismo. El primero relacionado
con la crítica implícita a las relaciones entre arte y política en el con-
texto del nacionalismo estético mexicano; el segundo, vinculado con el
manifiesto infrarrealista.

Más allá de la intrincada relación entre poesía y política que define


buena parte de la función de la literatura en México, en el caso de Los
detectives salvajes, el personaje de Cesárea Tinajero con el político ge-
neral Carbajal, son una crítica sesgada a las formas y las relaciones que el
poder del Estado establece con el arte. Si bien, por el contexto que
marca la novela, la relación entre la Tinajero y el general Carbajal re-
fieren a la política cultural que Obregón definiera desde la década de
los veinte respecto a la producción literaria y artística mexicana, es tam-
bién una crítica de sesgo a lo que significa la poesía cooptada por el Es-
tado, sobre todo la de los Contemporáneos y la de Octavio Paz en
concreto. En este contexto, la segunda consideración toma sentido. El
realismo visceral puede ser considerado un retrueque poético que ins-
cribe la condición crítica de los movimientos de vanguardia y trasvan-
guardia a cierta condición naturalista sin la que no se podría explicar las
poéticas de la distopía y la heterotopía que funcionan tanto en Los de-
tectives salvajes como en 2666.

Próximos al sentido que tiene la etapa mexicana del cine de Buñuel,


sobre todo en Los olvidados (1950) donde lo surreal de ciertas escenas
se reinscribe a la lógica del naturalismo, o para ser más precisos del ins-
tinto como afecto de supervivencia social del Jaibo o incluso de Pedrito,
el real visceralismo evoca y convoca cierta condición siniestra de la ciu-
dades y los pueblos donde la inmanencia de la violencia aparece como
un topografía de la exclusión: el desierto, lugares de nadie, personajes
que se enredan en su nombre como hiatos que rompen el sentido. Esto
quizá sea más evidente en 2666 en personajes como Lalo Cura –nombre

123
propio que define al mismo tiempo la institución policiaca de la Ciu-
dad de Santa Teresa y una afección del poder–. Algo a lo que no son aje-
nos los paisajes de Los detectives salvajes. Éstos son campos de
inmanencia donde los afectos se inscriben en lo sórdido de las ciudades
y lo desolado de la naturaleza. En este horizonte funcionan el pathos y
el anananké de los personajes de Los detectives… En esta lenta y tediosa
distensión del afecto sobre los planos se traza el viaje imposible hacia
lo insignificante, ahí también aparecen los “caligramas”, ahí se enuncia
la condición formal de las modernidades latinoamericanas, ahí la van-
guardia como melancolía y la producción de imágenes que funcionan en
el horizonte de la utopía pero en el sentido de su vaciamiento.

Aquí una cita que pone en perspectiva de vaciamiento el signo a la hora


en que inscribe en el territorio imposible del futuro, que se coloca en la
fisura del signo. Como lo dijo Bolaño cuando le fue entregado el pre-
mio Rómulo Gallegos (1999), escribir: “…es correr por el borde del pre-
cipicio, a un lado el abismo sin fondo y al otro lado las caras que uno
quiere, las sonrientes caras que uno quiere, y los libros, y los amigos, y
la comida.” Quizá en este borde entre el vacío y la complicidad se pueda
entender por qué uno dibuja adivinanzas con los amigos cuando va en
carretera, en el puro afán de matar el tiempo, pero sobre todo se pueda
entender, por qué un dibujo es caligrama y el caligrama una insignifi-
cancia. Pero vayamos a ello…

Escritura: geometrías de la insignificancia


Una aclaración antes de continuar, aquí el concepto de caligrama no
está tomado en sentido estricto, es decir en función de imágenes donde
visualidad y palabra coinciden. Antes bien, está tomado en el sentido en
que lo entiende Foucault en su ensayo sobre Magritte, como la puesta
en paradoja entre imagen y palabra donde se opera una fisura entre si-
militud y semejanza.5 Digamos que se trata de una puesta en abismo
entre la palabra y la imagen a partir de la cual entender la operación de
Bolaño de la conversión del pictograma en ideograma, en función del
contexto narrativo que le permite establecer la fisura como condición

5
Foucault, Michel, Esto no es una pipa.  Ensayo sobre Magritte, Barcelona, Anagrama
1993.
“formal” de la representación en la literatura y con ello definir la con-
dición de posibilidad de lo (in) significante o si se quiere la condición de
(im)posibilidad de la significación.

Son dos los momentos en que aparece el uso del picto-caligrama: hacia
el final de la segunda parte y al final de Los detectives salvajes. Una con-
dición le es común en términos de la situación narrativa, el uso de estos
picto-caligramas es en los momentos en que los personajes van cru-
zando las carreteras despobladas del desierto de Sonora. El narrador,
Juan García Madero es quien los dibuja. Sin embargo existen dos dife-
rencias, una si quieren anecdótica, la otra formal-política. Los primeros
picto-caligramas son absolutamente locales y rematan en una referen-
cia local; en cambio los del final de la novela son, y tal es mi interpre-
tación, la definición de una condición de imposibilidad que permite
explicar la dialéctica entre civilización y barbarie en los emplazamien-
tos distópicos/hetorotópicos de la modernidad

El juego que establece entre texto e imagen es un recurso de distensión


del tiempo de la trama que tiene por función mostrar el aburrimiento
del viaje, pero también, y para mí es lo más importante, introduce una
suerte de traza, en el sentido derridiano, que inscribe en el imaginario
una tensión entre la representación y su imposibilidad y que antece-
derá el uso que el autor hará del caligrama al final del la novela. De ca-
rácter “local” estos picto-ideogramas son un recurso que le permitirá
operar la condición de (des) bordamiento y fisura del signo tal y como
la he venido sugiriendo a lo largo de estas páginas. Mediadores afecti-
vos del tedio de los personajes, estos esquemas funcionan como acti-
vadores del imaginario. Lo interesante de la mediación que opera
Bolaño con este recurso es que pone en operación dos asuntos: por una
parte, la condición de afirmación de los lugares de enunciación del su-
jeto –aquí quizá vale la pena llamar la atención sobre el breve diálogo
entre Lupe y Belano respecto a que ella adivina todos y él ninguno:

Un mexicano a punto de sacar las pistolas –dijo Lupe.


Carajo, te la sabes todas, Lupe –dijo Belano.
Y tú ni una – dijo Lupe.
Es que yo no soy mexicano –contestó Belano…

125
El deslizamiento que hace Bolaño a través de su alter ego al afirmar que
no es mexicano, es una operación que claramente tiene la intención de
producir el distanciamiento crítico del escritor y con ello construir o defi-
nir condiciones del sujeto de enunciación literario al menos en lo que se
refiere a los dislocamientos entre imagen e inteligibilidad. Al lado de esta
operación, este recurso opera como una mediación semiótica que le per-
mite referir un horizonte simbólico de significación de acuerdo a la trama
y al espacio cultural y social donde ésta se lleva a cabo. Se trata de un
guiño picto-ideográfico que va del registro inmediato de reconocimiento
del motivo a la inscripción visual y textual de la referencia a la muerte,
todo esto mediado por cierta risa ingenua que quiere provocar en el
lector. Acaso como lo declara el manifiesto de los infrarealistas: En suma
se trata de una operación compleja que hace avanzar el vaciamiento del
signo como condición estético-política de su escritura.

Quizá este último argumento parezca desmesurado y una violencia de


interpretación que estoy haciendo sobre el texto, sin embargo no lo es
si lo ponemos en relación tanto con el personaje principal de la novela
Amuleto y con el segundo uso que hace del caligrama en la novela de
Los detectives salvajes.

Auxilio Lacouture en la disolución entre la memoria y el futuro que


sufre mientras está encerrada en el baño de mujeres del cuarto piso de
la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, durante la entrada del ejér-
cito a Ciudad Universitaria en 1968, usa la siguiente fórmula que ex-
presa el lugar del miedo y el terror:
“Y entonces la sombra que buscaba mi aflicción se detuvo, miró hacia
atrás y luego siguió avanzando, y paso a mi lado, un tipo común y co-
rriente de mexicano salido del tártaro, y junto con él pasó un aire tibio
y ligeramente húmedo que evocaba geometrías inestables, que evocaba
soledades, esquizofrenias y carnicerías y ni siquiera me miró el perfecto
hijo de la chingada”.6

Las “geometrías inestables” enuncian literariamente lo que se activa


plásticamente al final de Los detectives salvajes.

6
Bolaño, Roberto, Amuleto, Barcelona, Anagrama, 2009, p. 61.
Vayamos a la última página de la novela:

127
Llegado a este punto, el caligrama se disuelve, no sólo porque no hay
respuesta sino porque en sentido estricto ya no es un picto-caligrama.
Se trata de un simple cuadrilátero cuya codificación geométrica es del
orden del imaginario, tal y como lo sugieren las líneas punteadas.

Pero no sólo eso, ¿cómo pensar el enunciado final de la novela cuando


la figura se inscribe en el orden de lo inexistente y donde el signo ya no
establece redes de significación? ¿Qué hay detrás de la ventana? se plan-
tea como una pregunta absurda, porque no hay ventana sino la mera
restitución de la figura geométrica como un cierto no lugar, como una
ausencia, como un vacío, como un in-significante. ¿Cómo entender
pues el registro de esta figura geométrica? Quizá como la mera forma
en que se puede establecer de la condición imposible de la modernidad,
la que tiene que ver con las formas de la violencia política y social, con
el fracaso del lenguaje como política y del arte como emancipación.
¿Esto convierte la narrativa de Bolaño en el lugar del duelo? Sí a con-
dición de que éste ni siquiera puede producir el lugar del fantasma, sólo
la condición formal de un imposible.

La obra de Bolaño quizá signifique la crítica más voraz que se le pueda


hacer al emplazamiento de la modernidad como heterotopía, como
construcción de otros lugares donde habita la violencia que la hace po-
sible. Pienso que existe una continuidad entre Los detectives salvajes y
2666. Una continuidad de orden histórico y político entre el fracaso de
la trasvanguardia latinoamericana, que se articula como la dialéctica
entre arte, vida y revolución, y la transformación de ese fracaso en las
formas aberrantes de la modernidad global donde los muertos habitan
en el cuadrado insignificante que dibuja Juan García Madero, ese cua-
drado es el espacio de la anomia, el estado de excepción que se pro-
duce en el conflicto global entre territorio, mercado y cuerpos. ¿Qué se
produce entre la palabra y lo político y que en buena medida Bolaño
supo convocar en el pueblo in-significante de Santa Teresa, que Bo-
laño supo enunciar en el manifiesto infrarealista en 1976?: “soñába-
mos con la utopía y nos despertamos gritando”. Ese in-significante
enuncia las condiciones de imposibilidad a partir de la cuales habrá que
pensar el orden político y jurídico desde las condiciones de sustracción
y negatividad que produce… repensar el estatuto jurídico de la violen-
cia más allá del estado de excepción y más acá del orden de la ley. Habrá
que pensar en el bando como indefinición de la vida y de los cuerpos
donde se ejerce la violencia militar y la violencia policiaca. Bolaño enun-
cia una fisura y una desproporción que plantea la pregunta por la di-
mensión de la política de lo in(re)presentado: pensar a partir del
clandestino, de la fatiga y el estupor… Dejemos esto para después.

129
necropolítica, una revisión crítica
achille mbembe
Muchas, muchas gracias. Me entusiasma estar en México. Quiero usar
mi media hora no para leer una ponencia en sí sino para hablar sobre
unas notas que aquí tengo, mientras pienso en voz alta como una ré-
plica a las presentaciones muy ricas que hemos tenido en el transcurso
del día. Así que quiero empezar compartiendo con ustedes algunas ob-
servaciones sobre mi propio experimento con el término o concepto de
“necropolítica”.

El término, “necropolítica”, lo usé, por primera vez, en un artículo que


fue publicado en Public Culture, en 2003, una publicación estadouni-
dense. Había escrito el artículo inmediatamente tras el 9/11, mientras
los Estados Unidos y sus aliados desencadenaban la guerra contra el te-
rror que luego resultaría en formas renovadas de ocupación militar de
tierras lejanas y en su mayoría no-occidentales, así como lo que yo lla-
maría la “planetarización” de la contra-insurgencia, una técnica que se
perfeccionó durante las guerras de resistencia anticoloniales, sobre
todo en Vietnam y Argelia. Antes del 9/11 varios académicos y pensa-
dores buscaban nuevos vocabularios e intentaban aprovechar nuevos
recursos críticos con el objetivo de dar cuentas de lo que deberíamos lla-
mar “las depredaciones de la globalización neoliberal”. Yo diría que esto
empezó mucho antes que 9/11 y que tomó mucho impulso en su es-
tela. Entonces, “las depredaciones de la globalización neoliberal”, las
formas de violencia que conlleva, incluso la privatización de la esfera
pública, el fortalecimiento del estado, y más allá su reestructuración
económica y política por el capital global.

Déjenme mencionar sólo tres intentos de renovación conceptual que


sucedían en ese momento. El primero venía por supuesto de Michael
Hardt y Antonio Negri, quienes habían propuesto los conceptos del “im-
perio” y de la “multitud” como formas de dar cuenta de la transforma-
ciones del capitalismo a nivel mundial y como manera de imaginar
nuevas formas en las cuales se podría reflejar en la pregunta de insu-
rrección, y el tipo de actores sociales que podría formar los vectores de
tal transformación a gran escala. El segundo intento vino de Agamben.
Sabemos que desde su libro famoso Homo sacer, Agamben había puesto
en el escenario la vieja pregunta de la soberanía, y el estado de excep-
ción, extendiendo así las consideraciones anteriores de Michel Foucault

131
sobre el bio-poder. Y alineado con Hannah Arendt, Agamben argu-
mentaba que el campo de muerte en particular era el signo final del
poder absoluto del negativo. Y porque, en la visión de Agamben, así
como la de Hannah Arendt, sus habitantes fueron despojados de esta-
tus político y reducidos a lo que él llamaba “vida desnuda”, el campo
para él era el sitio en donde, y lo cito, “se hizo realidad la más absoluta
condición inhumana que jamás se haya dado sobre la tierra”. Entonces,
se podría argumentar que durante los últimos diez años, varios traba-
jos sobre las preguntas de la soberanía y el estado de excepción han sido
en cierta medida un comentario sobre Agamben, y a través de Agam-
ben, un comentario sobre Foucault, Arendt y algunos otros. La tercera
gran tendencia vino de varios pensadores quienes se interesaban en la
vieja pregunta de lo teológico-político. Así que cuando hay un retorno
espectacular de la pregunta de lo político-teológico, que se iba de la
mano no con la rehabilitación de Spinoza –quien, después de todo, an-
teriormente había puesto esta pregunta en el escenario– sino una re-
habilitación de Carl Schmitt, quien de repente fue visto como el autor
más capaz de ayudarnos a iluminar las nuevas condiciones globales en
las cuales nos encontrábamos. Así fue más o menos el contexto.

Ahora, por lo menos para mí, habían cuatro rasgos llamativos de estas
nuevas condiciones globales y me gustaría revisarlos de manera muy
breve. Primero, me parece que después del 9/11 parecía como si la ma-
yoría de las teorías normativas de la democracia y la soberanía y el de-
recho que habían apoyado las formas en las cuales los poderes
occidentales se autorepresentaban, la mayoría de estas teorías norma-
tivas ya se encontraban repudiadas. Presenciamos un repudio masivo
de algunas de las normas básicas que los poderes occidentales habían
usado anteriormente para autoimaginarse, autorepresentarse, decir
quiénes eran y qué perseguían. Uno de estos repudios, que me parece
haber tenido una implicación enorme en las lógicas de la violencia
desde aquel momento, se trataba del doble proceso que siempre definía
la soberanía –doble proceso en el sentido de que la soberanía, antes del
9/11, se había definido, como un proceso de autoinstitución, las socie-
dades se cuidaban, definían por sí sus propias normas de manera pú-
blica, entre iguales, en una manera deliberativa, adentro de un espacio
de comunicación, como lo ha retomado Habermas. Entonces, la sobe-
ranía como un proceso de autoinstitución y la soberanía como un pro-
ceso de autolimitación. Así que lo que se repudia después del 9/11 es el
principio de autolimitación. Lo que vemos es un empuje para acabar
con el principio de autolimitación, un empuje para abolir la idea misma
del tabú: tabú especialmente con relación a la manera en que las ame-
nazas existenciales se definen y en que se manejan a los enemigos.

Ahora bien, si no hay tabúes y no hay prohibiciones, a partir del tabú


contra la matanza –y hay toda una serie de tabúes que aprendemos de
los antropólogos: el tabú contra el incesto, el tabú contra la matanza,
toda una serie sin las cuales, nos dicen, la sociedad no es sociedad. Lo
que digo es que lo que vemos es un repudio de un tabú clave sin el cual la
sociedad no es sociedad, que efectivamente se trata del tabú contra
la matanza. Y digo que si efectivamente no hay tabúes, si no hay pro-
hibiciones, no hay límites. Por lo tanto, todo se permite. Y si no hay lí-
mites, esto abre la posibilidad de la violencia sin reserva. Así que vemos
un intento de abolir los tabúes. También vemos un intento de abolir la
relación clásica entre los medios y los fines, en el sentido de que –y
tengo que decir muy brevemente que– la distinción entre los medios
y los fines había sido absolutamente integral a la conceptualización del
orden democrático. Entonces, lo que vemos hoy en día es un intento de
decir, “No, no hay distinción entre medios y fines”. Hay una suerte
de círculo de equivalencia entre estos dos mundos, que, por lo que a mí
respecta, abre la puerta a una forma de nihilismo que es absolutamente
intrínseca a la lógica de la guerra contra el terror y la dinámica de la
violencia en la época post 9/11.

Así es el primer rasgo de esta nueva condición global, en que, a mi pa-


recer, las categorías como el estado de excepción y la soberanía real-
mente no son adecuadas. El segundo gran rasgo del momento post
9/11 es la fusión creciente entre la política y la guerra. Para ustedes
que han leído a Hannah Arendt –por supuesto, para que la política sea
política, para que lo político sea lo político, se tiene que domesticar la
guerra. Ahora, lo que vemos es una fusión de los dos, y la vuelta al
miedo y las esperanzas como la fundación primal, no sólo de la orga-
nización política, sino más aún de la civilización humana como tal. De
ahí la vuelta a la idea de que el poder soberano de la vida y la muerte

133
se logra mediante un tipo de negociación según la cual una vida do-
méstica relativamente segura está garantizada a cambio de la limita-
ción de toda una gama de libertades y derechos, que de otra manera los
ciudadanos podrían reclamar; que para tener seguridad –tú me das al-
gunas de tus libertades, y yo te doy orden y seguridad– y de ahí la iden-
tificación de la libertad política con la seguridad.

El tercer gran rasgo del momento post 9/11 se trata de la naturaleza


misma del enemigo. Ya que nos dicen que nos enfrentamos con amena-
zas existenciales, amenazas contra nuestro modo de existencia, ame-
nazas contra nuestra identidad, amenazas contra nuestra autodefinición,
amenazas contra nuestro proyecto, lo que queremos ser. Cambia la na-
turaleza del enemigo, su estatus. Cambia de varias maneras. Primero,
hay una incertidumbre dramática alrededor de quién es, y la fabricación
de toda una serie de tecnologías y dispositivos cuyo objetivo principal es
identificar quién es el enemigo, dónde se está escondiendo, y cómo saber
que sí es efectivamente el enemigo que buscamos. Un aparte: me pa-
rece que todo el drama en Francia, por ejemplo, sobre el velo es parte
de todo este proceso de desenmascarar a un invasor, que las democra-
cias occidentales de repente caen en esta histeria de invasión. ¿Qué
está detrás de él? ¿Estamos seguros de que lo que vemos, a quien
vemos, sí es efectivamente aquella persona? Entonces, el cómo reco-
nocer el enemigo, pero más importante aún, qué hacer con él, cómo
tratarlo. Por lo tanto todos estos debates sobre Guantánamo y la tor-
tura, etcétera. Asesinar al enemigo se vuelve por lo tanto el objetivo
principal y absoluto de lo político.

Visito los Estados Unidos dos veces al año con mi familia y pasamos tres
meses en Carolina del Norte. Volvemos a Sudáfrica, o salimos, antes lo
hacía pero ya no, yo veía la tele, leía las noticias todo el tiempo. Los dis-
cursos son completamente dominados por la figura del enemigo. Me
vuelvo a Sudáfrica, y no es el caso para nada. Estoy sugiriendo que cam-
biamos a un momento en que el propósito de lo político es identificar al
enemigo, y asesinar al enemigo se vuelve el objetivo absoluto de lo político.

El último rasgo se trata de la dialéctica del secreto y la inteligencia; el


secreto en el sentido de que lo que vemos es el fin de la política delibe-
rativa, o el intento de restringir aquella parte importante, fundamen-
tal de la cultura política de la democracia, que tiene que ver con la de-
liberación pública, y su sustitución con el secreto, y el secreto a su vez
reemplazado por la sinceridad. Mientras soy sincero, no necesito ex-
plicar nada. Así que Tony Blair puede decir “Yo estaba sinceramente
convencido, tengo la sincera convicción. Yo estaba sinceramente con-
vencido de que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva, y
en base de esa sinceridad y convicción, lo perseguí”. Así que la entrada
a una nueva época del secreto tiene como consecuencia la elevación, o
digamos la rehabilitación, como quieras nombrarlo, de estos afectos, la
emergencia de un tipo de política de afecto y convicción que nos obvia
el explicarnos y que hace que las condiciones de falsificación ya no
estén. Por lo tanto puedo anunciar algo hoy, cambiarlo mañana, dene-
gar el segundo anuncio al tercer día, y así va y nadie lo puede parar. Así
que me parece que éste es el contexto en que, en mi experiencia, apli-
qué el término, necropolítica.

En mi forma de usar el término necropolítica –y lo usé una vez y seguí


adelante. No lo he empleado de nuevo hasta que me pidieron que ha-
bláramos de él aquí, y no estoy seguro si lo usaré después de terminar
este seminario, pero lo usé para referirme a tres cosas. Primero, para re-
ferirme a aquellos contextos en que lo que comúnmente tomamos
como el estado de excepción se ha vuelto lo normal, o al menos ya no
es la excepción. La excepción se ha vuelto lo normal. Y tales situaciones
no pertenecen exclusivamente al momento post 9/11. La genealogía es
mucho más profunda. Las podemos rastrear hacia atrás hasta dónde
quisiéramos. Eso fue lo primero. Segundo, lo usaba para referirme a
aquellas figuras de la soberanía cuyo proyecto central es la instrumen-
talización generalizada de la existencia humana, y la destrucción ma-
terial de los cuerpos y populaciones humanos juzgados como
desechables o superfluos. Y también lo usé para referirme, como el ter-
cer elemento, a aquellas figuras de la soberanía en las cuales el poder,
o el gobierno, se refieren o apelan de manera continua a la emergencia,
y a una noción ficcionalizada o fantasmática del enemigo. Todo esto
como una forma de acabar con cualquier idea de prohibir la matanza, o
la matanza generalizada. Que por estar amenazados, podemos matar sin
distinción a quien juzguemos como nuestro enemigo. Así que el término,

135
por lo menos en la forma en que yo lo manejaba, se refiere fundamen-
talmente a ese tipo de política en que la política se entiende como el
trabajo de la muerte en la producción de un mundo en que se acaba con
el límite de la muerte. La presencia de la muerte es precisamente lo que
define ese mundo de violencia, un mundo de violencia en que el sobe-
rano es aquel que es como si no fuera la muerte. Así define Bataille el
soberano: “el soberano es aquel que es como si no fuera la muerte, que
quiere decir aquel que está dispuesto a arriesgarla y delegarla”.

Creo que para ellos, tal política opera a base de la violación de las pro-
hibiciones, a base –y por supuesto, la distribución es algo que tal vez
David (Theo Goldberg) nos quiere platicar. Él ha escrito mucho sobre
el tema, la base de la distribución de la especie humana en grupos, la
subdivisión de populaciones en subgrupos y el establecimiento de una
división biológica entre nosotros que debemos vivir y aquellos que pue-
den exponerse a la muerte, o cuya muerte es expulsada del espacio de
lo lamentable, del duelo, como escribió Judith Butler tan vívidamente
en su libro Vida precaria, el poder del duelo y la violencia. Así que el con-
cepto tiene que ver con regimenes de distribución, la distribución des-
igual de la muerte si se quiere, y las funciones asesinas del estado. En
los pocos minutos que quedan, sólo quisiera señalar unos temas que a
mi parecer podrían servir como puntos de entrada en nuestro enten-
dimiento del trabajo de la violencia debajo de las condiciones actuales,
digamos diez años después.

Y aquí estaré muy telegráfico. Son cuatro cosas que me parecen llama-
tivas. La primera se trata de la naturaleza asimétrica de un tipo de gue-
rra en que nuestro mundo está involucrado hoy en día, desde el punto
de vista, por un lado, de la multiplicación de la capacidad para destruc-
ción que estas guerras implican. Claro que uno puede referirse a la me-
canización de la Primera o la Segunda Guerra Mundial, pero me parece
que con la revolución tecnológica-militar del último cuarto del siglo XX,
la capacidad para destrucción se ha multiplicado en formas sin prece-
dentes. Les doy sólo un resumen de algunas de las armas que usaban
durante las intervenciones militares y las guerras en el Golfo, la pri-
mera guerra de Irak, la segunda guerra de Irak, Afganistán, Libia, etcé-
tera. Un resumen de algunas de las armas de alta tecnología: sensores
electrónicos, misiles teledirigidos, bombas de racimo, bombas de asfi-
xia, capacidades de sigilo, vehículos aéreos no tripulados, ciber-inteli-
gencia, etcétera. Estos no existían durante la Primera o la Segunda
Guerra Mundial, y lo que han logrado es que han multiplicado la capa-
cidad para destrucción.

El segundo elemento es el hecho de que la mayoría de estas guerras


son de hecho guerras estructurales, que quiere decir que buscan des-
truir las condiciones básicas de las sociedades contra las cuales se di-
rigen, las condiciones de vida. Es básicamente mandar a esas
sociedades a la Edad de Piedra. Por lo tanto, el ataque contra las in-
fraestructuras básicas y los sistemas de soporte vital de esas socieda-
des. El tercer punto es que ya casi no tenemos ninguna guerra en que
los soldados se oponen contra otros soldados. No hablo aquí sólo de las
guerras imperialistas, digamos. Cada vez más, las guerras oponen sol-
dados contra civiles. Y los civiles se vuelven cada vez más el objetivo de
la mayoría de las guerras que presenciamos, que genera en esas socie-
dades una división interesante que Michel Foucault ya señalaba en Il
faut defender la societé, una división entre los que son armados y los
que no, que básicamente nuestras sociedades se estructuran cada vez
más alrededor de esa división.

Ahora, me parece que un punto muy importante es que la mayoría de


esas guerras se han vuelto formas de trabajo. Y saben, Hannah Arendt
–sigo volviéndome a ella– hizo esta distinción entre lo que llamaba
labor y lo que llamaba trabajo. Ella entendía “labor” como aquellas ac-
tividades que son asociadas con satisfacer nuestra vida biológica en la
tierra, el metabolismo del cuerpo humano con la materia. Y por “tra-
bajo” entendió como aquellas actividades de armar un mundo más du-
radero que habitar. Me pregunto hasta qué punto sigue vigente esa
distinción, pero en cualquier caso se la ofrezco. Lo que hemos presen-
ciado, sobre todo en la periferia de nuestro mundo, es que cada vez la
violencia se ha vuelto “una forma de labor”, si quieren. Aquí estoy tra-
duciendo del francés, une forme du travaille. Y en francés, normalmente
hacemos una distinción entre travaille, labor y trabajo. Así que es una
forma de oficiar con todo un conjunto de personas reclutadas en un
grupo de mercados, mercados de la violencia, una economía política

137
de la violencia que está predicando en el acceso a los recursos, en el
establecimiento de redes internacionales de mercado que vinculan
populaciones locales a actores ubicados en otras partes. Las econo-
mías de enclave conducen muchas de las guerras que vemos en
África, por ejemplo.

Déjenme acabar todo esto con dos puntos rápidos. Me parece que el
trabajo de la violencia en la época neoliberal, que es la nuestra, se debe
entender con relación a tres cosas. La primera es lo que llamo la re-Bal-
canización de nuestro mundo. En los años noventa, varios pensadores
que trabajan en la pregunta de la globalización tendían a hacernos creer
que la globalización era un tipo de momento feliz de flujos, de compre-
sión del tiempo, compresión del espacio, etcétera. Mi sensación es que
a principios del siglo XXI estamos presenciando un proceso profundo y
estructurado de re-Balcanización del mundo que se traduce en términos
de una militarización generalizada de fronteras, no sólo las fronteras
entre México y Estados Unidos, sino muchas otras fronteras, la proli-
feración de guerreros, la re-ingeniería del espectro de la comunidad sin
desconocidos, que tendríamos un polis sin desconocidos, el sueño de un
polis sin desconocidos, que está afectando a partes enteras de Europa
hoy en día, el deseo verdadero para apartheid. En Sudáfrica lo quita-
mos, el apartheid, que es una política de separación, pero que uno de los
grandes deseos, de las pulsiones en la política cultural de la época en
que vivimos es el deseo para el apartheid, de vivir sólo con los que nos
parecen, los que son de nosotros, y quitar a quien no nos parezca. Eso
llamo un deseo para apartheid, que es parte de este proceso de la re-
Balcanización del mundo, un proceso que ha resultado en una distri-
bución desigual de los recursos de la movilidad a escala planetaria, con
la multiplicación de técnicas de la inmovilización, una sensación de que
cierta gente no se debe mover. Otros sólo se pueden mover bajo con-
diciones draconianas y sólo algunos pocos pueden moverse por todo el
mundo como si el mundo les perteneciera exclusivamente a ellos. Y me
parece que la nueva política de la movilidad es absolutamente central a
este proceso de la re-Balcanización del mundo.

La segunda cosa es que esta re-Balcanización del mundo va de la mano


con un doble movimiento, digamos, en que la guerra actual, o la vio-
lencia en general es, antes que nada, la guerra o la violencia contra la na-
turaleza que entramos en una época en que la mayoría de las guerra
tienen como su objetivo no sólo las populaciones civiles, sino que su
objetivo final es la naturaleza en sí. Y termino en esa nota terrible.1

1
Transcripción y traducción del audio: Christopher Fraga.

139
calidoscopio.
acerca de no reconciliados, de marcelo exposito1
ana longoni

1
Explicito mi dilema al encarar la escritura de este texto: la sospecha de que un regis-
tro descriptivo/explicativo podría desarmar el efecto movilizador que me provoca ver
No reconciliados (nadie sabe lo que un cuerpo puede) (algo así como sumergirme en un ca-
lidoscopio). A la vez, el ensamble complejo de la operación de montaje que se propone
esta (autodefinida) “pieza didáctica” parece reclamar estas anotaciones al margen.
Un documental antirrealista, un realismo antinaturalista: ante la para-
doja que plantean estas fórmulas habitualmente antitéticas, ¿se puede
hacer un film a la vez experimental y testimonial? ¿Existe una forma
capaz de conjugar esos lenguajes que se consideraron oposiciones anti-
téticas en los debates estéticos de las izquierdas a lo largo del siglo XX, po-
larizados en términos de realismo versus vanguardia o abstracción? ¿Se
puede concertar un encuentro entre la frondosa complejidad de un dis-
positivo de representación con la intención de comunicabilidad de ex-
periencias colectivas de carácter desbordante, multiplicador?

En Entre sueños, la serie de videos realizados por Marcelo Expósito


desde 2002 (en la que No reconciliados es el cuarto título), se promueve
esa rara confluencia como un punto de partida programático. Dicho en
sus propios términos: se trata de “forzar un extrañamiento a la hora de
enfrentarse a las imágenes de archivo, que están utilizadas de una ma-
nera fuertemente diferenciada del naturalismo del reporterismo o del
documental militante. Por simplificarlo en una fórmula: realismo anti-
naturalista”.2

Por cierto, Expósito sostiene esa fórmula en la reactivación del legado


de las vanguardias históricas, como es el caso de las experiencias radi-
cales de politización del arte de las vanguardias rusas, y señala puentes
invisibles, atrevidos pero sólidos entre movimientos ocurridos un siglo
atrás, las prácticas recientes e incluso las futuras: “Cuando el arte de
vanguardia tuvo que discutir abiertamente su funcionalidad política y
afrontó su dimensión comunicativa, ya no discutiéndolas en el plano de
los contenidos sino incorporándolas estructuralmente, hace casi un
siglo, me parece que fue el momento en el que comenzó lo que ahora
somos o lo que todavía podemos llegar a ser”.3

El presente continuo en el que ubica la reinvención de la vanguardia


(no completar sino comprender el proyecto de la vanguardia histórica,

2
Marcelo Expósito, correspondencia con la autora, septiembre de 2009.
3
Marcelo Expósito, “Entrar y salir de la institución: autovalorización y montaje en el
arte contemporáneo”, en Transversal: instituciones progresivas, abril de 2007,
http://eipcp.net/transversal/0407/exposito/es/. (Activo hasta el 12/09/2012).

141
diría Hal Foster) está nutrido de nuevas experiencias políticas que
desde los años ochenta vienen teniendo lugar en muchas partes del
mundo. En ellas, la experimentación vanguardista no se lee como mero
formalismo, sino que reverbera en el cuerpo, la subjetividad, los afectos.
En la convicción de que la percepción extrañada transforma algunas
cosas, Expósito no concibe su práctica como una forma de registro-
testigo o un distanciamiento meramente descriptivo, sino como puesta
en acto. Los lenguajes políticos nuevos heredan de la vanguardia la as-
piración de modelar situaciones intensas. Generar conmoción, emo-
ción, extrañeza, inquietud.

Estamos ante un planteamiento que no se reconoce en las fórmulas del


cine militante ni en la convención del “arte político”, sostenidos en cer-
tezas ideológicas sin fisuras amparadas en mecanismos de naturaliza-
ción y en la construcción de un “ellos” y un “nosotros” claramente
delimitados y enfrentados. Apostando más bien a explorar de qué ma-
neras complejas se configura el “nosotros” de los movimientos sin caer
en una identidad esencializada, Expósito prefiere comparar sus inten-
tos de construir “un artefacto analítico, con sus artificios retóricos y
narrativos, con sus hipótesis”, destinado a “promover representacio-
nes de las nuevas formas de politización características del actual ciclo
de protesta” con un fotomontaje de Gustav Klucis o alguna novela del
escritor y militante autonomista italiano Nanni Balestrini.4 Se trata,
en síntesis, de “pensar simultáneamente la representación de la acción
política y la política de sus representaciones”.5

Esta plataforma se posiciona, por otra parte, contra la habitual esci-


sión entre la práctica artística y la producción teórica. Brian Holmes
señala respecto de esta articulación: “en los videos, un cambio en la
concepción filosófica de la relación capital/trabajo es articulado con las
formas emergentes de la organización militante y con las prácticas his-
tóricas de la edición audiovisual”.6

4
Véase Nanni Balestrini, Lo queremos todo, La horda de oro, Blackout y Los invisibles,
todas ellas publicadas por Traficantes de Sueños, Madrid, en 2006 y 2007.
5
Marcelo Expósito, presentación de la serie Entre sueños,
http://marceloexposito.net/?page_id=157/.
Desde esa articulación, Expósito entiende sus videos como “otra forma
de contribuir a los procesos de modelación política y subjetiva de los
movimientos, a la multiplicación de sus herramientas y modos de ex-
presión”,7 que necesitan “tanto al Manifiesto Comunista (es decir: lite-
ratura de agitación, rápida, eficaz, para girar de mano en mano) como
la Crítica de la economía política (artefactos ‘de peso’, concebidos y re-
alizados más para ser útiles a un ritmo más lento, el del pensamiento
y la discusión)”.8 Sostiene además un uso táctico y coyuntural del cir-
cuito artístico: “es extremadamente relevante ser conscientes de que la
‘artisticidad’ de lo que se hace no es una identidad ni una condición
esencial o dada de antemano: es una contingencia que puede responder
a funciones tácticas o políticas, y cuya sanción como ‘obra’ se ha de dis-
putar discursiva y materialmente al ‘sentido común’ del campo insti-
tucional mediante conflicto y negociación”.9

Pieza didáctica en cinco actos


El video se define como “pieza didáctica”: una pretensión didáctica nada
facilista, en tanto los dispositivos de montaje y fragmentación a los que
recurre tienden a afectar y dificultar cualquier intento de lectura lineal.
La exigencia al espectador podría compararse al compromiso del propio
cuerpo que supone la realización del Siluetazo o la participación en los
escraches. “Nadie sabe lo que un cuerpo puede”, reza el subtítulo del
video: sus límites pero sobre todo su posibilidad y su potencia. “El
enunciado es siempre colectivo”, arenga enseguida No reconciliados.

El video está estructurado en actos o episodios cuya concatenación no


se sostiene en ningún argumento lineal. Los dos primeros actos desar-
man cualquier supuesto cómodo del espectador respecto de las con-
venciones de lo que puede hallar en el cine documental. De golpe, luego
del fuerte desacomodamiento o desconcierto inicial del espectador,

6
Holmes, Brian, “Marcelo Expósito’s Entre sueños: Towards the New Body”, en OPEN. Cahier
on art and the public domain, nº 17, Amsterdam, mayo de 2009; http://brianholmes.word-
press.com/2009/01/20/marcelo-exposito-entre-suenos/ (la traducción es mía).
7
Marcelo Expósito, presentación de la serie Entre sueños, op. cit.
8
Marcelo Expósito, correspondencia con la autora, septiembre de 2009.
9
Expósito, Marcelo, “Entrar y salir de la institución”, op. cit.

143
rotas las formas consabidas de cruce entre el arte y la política, el video
transita a otra región e instala otro registro.

Los últimos tres actos presentan “casos no ejemplares”, que trabajan en


base a una batería nutrida y miscelánea de testimonios, registros y docu-
mentos visuales (fotos, gráfica, material televisivo) en torno a “experien-
cias situadas para ser multiplicadas”: uno, el Siluetazo (la producción
masiva de siluetas en representación de los 30000 desaparecidos en medio
de la III marcha de la Resistencia convocada por las Madres de Plaza de
Mayo a fines de la última dictadura argentina, en septiembre de 1983);
dos, los escraches (la modalidad de acción directa que idearon los HIJOS
para evidenciar socialmente la impunidad de los genocidas desde me-
diados de los años noventa) y el activismo artístico eclosionado en la úl-
tima década (a través de los relatos del GAC, Etcétera y Arte en la Kalle);
tres, el Parque de la Memoria, monumento aún en construcción que re-
cuerda a los desaparecidos y asesinados por el terrorismo de Estado,
emplazado a orillas del Río de la Plata (que fue la anónima tumba de
muchos de los secuestrados que eran arrojados allí durante los vuelos
de la muerte).

El recorrido por estos acontecimientos, si bien extenso, no repone una


historia lineal sino una aproximación polifónica y polimorfa. Queda
mucho fuera, apenas insinuado o sugerido en este vasto collage que se
niega a aplanar la complejidad e incluso la opacidad de cada aconteci-
miento en la inútil pretensión de un relato unívoco omniabarcador.

Quedan así planteadas en No reconciliados dos zonas que, a primera


vista, podrían parecer escindidas o provenientes de artefactos distintos,
y sin embargo guardan una articulación intensa y estrecha: ninguna
cita o fragmento queda librado al azar. A los pasajes crípticos (enigmá-
ticos como los sueños) siguen otros que nos relajan, nos dejan aban-
donarnos y dejarnos llevar en la convicción de que estamos
entendiendo, que –de golpe– vuelve a desarticularse.

En esta constelación de citas de imágenes y de textos ensamblados, el


principio constructivo vigente es, claramente, el montaje. Montaje de
imágenes, escrituras, testimonios y circunstancias, experiencias y per-
cepciones. Hay en Expósito clara conciencia de este recurso como eje de
su poética/política:

Para mí, la invención más formidable que la vanguardia artís-


tica aporta en el siglo pasado a la cultura y a la política, es el
montaje. Me refiero al montaje que, sea en Tucumán Arde, en
Heiner Müller o en Alexander Kluge, no es un ejercicio de estilo
que se pliega sobre sí sino que constituye una herramienta para
pensar, para pensar críticamente. Montar es, en este sentido,
reunir cosas heterogéneas en un conjunto fragmentado que re-
salta su discontinuidad estructural destruyendo cierta ilusión
de autocoherencia y unidad de la forma y del discurso sin re-
nunciar por ello a la producción de sentido, cosas cuya colisión
merece ser pensada en un conjunto que a través de sí remite a
otro lugar. […] Casi todo el arte del que sigo aprendiendo con-
siste en construir, (re)estructurar, combinar, montar.10

La radicalidad de la operación de montaje de “No reconciliados” se evi-


dencia en el trato que reciben los textos incorporados al video y que
nunca funcionan como explicaciones o epígrafes sino como otras imá-
genes: no hay autoría, ni puntuación, ni idioma fijo. La ruptura de la
gramaticalidad en esta máquina de triturar el lenguaje no resta sentido
sino que obliga a una atención redoblada e inevitablemente frustrada
por no llegar a leerlo, a comprenderlo, a hilarlo todo. Las palabras, las
ideas quedan inconclusas, en proceso, como recuerdos borroneados
pero latentes. Cobran nuevo sentido hacia atrás o hacia delante por re-
verberación, por asociación inusitada, por decantación.

El lugar de enunciación se erige desde una cámara nunca neutra o dis-


tante de lo que está mostrando. No estamos ante un sujeto que se oculta
detrás de un impersonal o un plural mayestático, sino un punto de vista
implicado, lo que no significa desdibujado. Como escribe Holmes, "a di-
ferencia de cómo los documentales convencionales establecen los he-
chos históricos, esta videografía registra los nacientes movimientos de

10
Ibid.
11
Holmes, Brian, “Towards the New Body”, op.cit.

145
la historia en los gestos y en los relatos, o de hecho en las imaginaciones,
de quienes intentan hacer su propia historia en las calles''.11

La vanguardia como una fábrica a recuperar por sus trabajadores


El primer acto de No reconciliados se abre con una tempestad. Desde
una ventana del Bauen, emblemático hotel recuperado por sus traba-
jadores en pleno microcentro porteteño, la cámara registra la lluvia in-
cesante sobre los techos, balcones y azoteas, y más abajo la gente que
se apresura a cruzar la avenida al ritmo del semáforo. De pronto, la ima-
gen se fragmenta adoptando las formas en movimiento de uno de los
cuadros realizados por Tomás Maldonado cuando lideraba el movi-
miento Arte Concreto invención a mediados de la década del cuarenta,
en tiempos de su paso activo a las filas del Partido Comunista Argen-
tino, interrumpido por su expulsión en 1948. A lo largo del video, el
recurso de imaginería cubofuturista-constructivista se retoma, a veces
a la inversa: panos geométricos se insertan en imágenes de Buenos
Aires, insistiendo en el paralelo entre la dimensión constructiva del
cuadro y las formas urbanas. Una referencia inequívoca a la Ciudad di-
námica (1919) de Klucis y su puesta en diálogo (ficticio y juguetona-
mente forzado) con la experiencia de la vanguardia concreta argentina,
repolitizando su historia como un primer (y fallido) intento radical de
conexión de vanguardia artística y vanguardia política al hilo de expe-
riencias de politización del arte más reciente, a contrapelo de las lectu-
ras canónicas que insisten en el devenir "estilo pictórico" del grupo y
-en el caso de Maldonado- el pasaje al diseño como un abandono o re-
nuncia al arte. En esa clave, las ideas de los concretos sobre el futuro del
arte como superación de su estadio burgués, para pasar a ser un arte po-
tencialmente realizable por y para todos, se recargan de sentido.

Esta conexión traza una historia secreta y hasta arbitraria, pero no por
eso menos reveladora, que conecta con otras experiencias de socializa-
ción del arte y su desbordamiento hacia la acción política dentro de las
“políticas visuales” del movimiento de derechos humanos en los años
ochenta y noventa.

Más allá (acá) del mito


La mirada de Marcelo Expósito con el “caso argentino” parte de un sos-
tenido involucramiento (a la vez que una distancia dialogante) a lo largo
de cuatro años de trabajo in situ (cuatro estancias cada vez más pro-
longadas en el país entre 2005/2008) y se sostiene en una profusa red
de relaciones, afectos y activaciones. La lectura extraña(da) que inicia
desde el Bauen se distancia rotundamente de la saga de versiones soli-
darias e incluso románticas (muchas de ellas en formato video) que se
han producido sobre las fábricas recuperadas, los movimientos de des-
ocupados y otras dimensiones de la revuelta argentina cuyo epicentro
tuvo lugar los días 19 y 20 de diciembre de 2001. El carácter ejemplar
(en cuanto a los efectos devastadores de las políticas neoliberales y a
los nuevos movimientos sociales y los experimentos de organización
que allí se visibilizaron) generó –hasta que se desplazó a otras geogra-
fías– la proliferación de versiones mistificadoras sobre la experiencia ar-
gentina. En ese contexto, la decisión inesperada/insólita de sortear
–entre los episodios considerados en No reconciliados– nada menos que
la revuelta argentina del 2001 y 2002, y proponer una lectura que se re-
monta mucho más atrás y llega hasta el presente, se desplaza de ese
lugar común sin desentenderse de explorar las condiciones que enton-
ces eclosionaron.

Soy y no soy
Desde su apertura, a lo largo de No reconciliados se citan con insisten-
cia distintas y precisas reelaboraciones del drama shakesperiano que
se alejan del dilema existencial y se proponen como incisivas interpe-
laciones en medio de contextos históricos convulsos en los que domi-
nan la censura, el exilio o la impunidad. El video se abre con un pasaje
del Hamlet de Grigori Kozintsev (1964) en el que Hamlet se enfrenta a
la rompiente, igual que ocurre al inicio de Di Hamletmaschine de Hei-
ner Müller (1977): “Yo fui Hamlet. De pie a orillas del mar conversaba
con la rompiente, BLA-BLA , a mis espaldas las ruinas [de Europa]".12 Má-
quina Hamlet fue traducida y montada en Buenos Aires en 1995 por el
grupo de teatro experimental Periférico de Objetos (el mismo año que
surge la agrupación HIJOS, y la coincidencia se vuelve en la película todo
un signo de época). Se suma la versión fílmica de Celestino Coronado

12
Véase Müller, Heiner, Máquina Hamlet, traducción de Gabriela Massuh, Buenos Aires,
Losada, 2008, p. 17.

147
(1976), que empieza con el cuerpo de Hamlet yaciente sobre una cami-
lla o mesa sacrificial. Marcelo Expósito lo hace dialogar con el primer (y
desconocido) film hecho en Argentina en 1899: la operación (¿o la au-
topsia?) del Dr. Posadas sobre el cuerpo de un anónimo y maltratado
paciente. La cámara queda en complicidad con la manipulación, el des-
aprensivo relleno y la sutura de un cuerpo, en una escena en la que la
extrema racionalidad instrumental y científica se roza con la evocación
de pesadilla de los cuerpos arrasados en la tortura. La imagen no sólo
refiere claramente (por la disposición de los presentes y el lugar del es-
pectador) a La lección de anatomía del doctor Tulp, de Rembrandt; tam-
bién anticipa la famosa foto tomada por Freddy Alborta del Che
Guevara asesinado en Bolivia en 1967.

Las cuestiones del desgarramiento de la identidad (quién es uno mismo


desde el momento en que sabe que su padre ha sido asesinado por un
complot político) y la figura perturbadora del espectro del padre des-
aparecido adquieren inevitables connotaciones de asuntos aún lace-
rantes en el contexto argentino (y sospecho que en el español también,
más cuando empieza a salir a la luz, entre las secuelas irresueltas de la
represión franquista, la existencia de desaparecidos, tumbas colectivas
de NN y cientos de niños apropiados para ser “bien criados” por familias
falangistas). La perversa maquinaria del terrorismo de Estado en Ar-
gentina ocasionó miles de desaparecidos y asesinados NN, además de
quinientos niños y bebés apropiados a los que sus captores arrebata-
ron la identidad. Los quiebres y ocultamientos de identidad, los des-
doblamientos, el borramiento del nombre propio y del origen, son aquí
no tanto dilemas existenciales como inaplazables urgencias políticas.

Justamente el acto sobre los escraches se cierra con el conmovedor dis-


curso de una joven, Victoria Donda, que recuperó su identidad unos
días antes del 24 de marzo de 2006 (trigésimo aniversario del último
golpe militar en la Argentina). Ahora ella puede decir quiénes fueron
sus padres y quiénes los asesinaron, y narra esa historia “pública” ante
una multitud reunida ante la casa de Videla, el máximo responsable del
genocidio. Los dilemas (individuales y colectivos) que enfrenta en la in-
timidad, sus titubeos y contradicciones, y los de otras decenas de jóve-
nes que han “recuperado” su identidad en las últimas décadas gracias a
la infatigable y amorosa constancia e investigación de las Abuelas de
Plaza de Mayo, ocupan el territorio escabroso y abismal desde el cual
Hamlet se enfrenta a un mar hostil.
Como empezó, el video concluye (espectral y especularmente) con la
imagen del Río de La Plata en medio de una tormenta, vivida en/vista
desde el Parque de la Memoria. Ese demorado espacio, atravesado por
polémicas e impugnaciones, muestra su estado de ruina e inacaba-
miento antes de haber sido inaugurado. Ya hay óxido en lo que aún no
ha podido concluirse. Una precisa metáfora de aquello socialmente irre-
suelto. Lo insepulto.*

* El presente texto se redactó para el proyecto Arte e investigación del Centro Cultural
Montehermoso Kulturunea.

149
semblanzas
José Luis Barrios
Profesor investigador en el departamento de Filosofía de la Universidad
Iberoamericana y profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
Asesor académico del Museo Universitario Arte Contemporáneo
MUAC en la UNAM. Consejero Académico de Laboratorio de Arte Alameda
y de fundación Cultural Televisa. Como curador ha realizado exposi-
ciones para el museo Nacional de Arte, el Museo de Arte Moderno, el
Museo Universitario de Ciencias y Arte y el Museo Universitario Arte
Contemporáneo. Fue el curador del Pabellón de México en la 54 Bienal
de Venecia con la exposición de la artista Melanie Smith, Cuadrado rojo,
rosa imposible (2001). Entre sus publicaciones se encuentra el libro El
cuerpo disuelto. Lo colosal y lo monstruoso (2009).

Helena Chávez Mac Gregor


Doctora en Filosofía de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Es profesora en la Facultad de Filosofía.
Curó con el Espectro Rojo (Mariana Botey y Cuauhtémoc Medina) la
exposición Fetiches críticos, residuos de la economía general para el Museo
de la Ciudad de México en 2012 y en el Centro de Arte 2 de Mayo
(CA2M) en Madrid en 2010, ese mismo año, co curó Espectografías: Me-
morias e Historia en el MUAC, UNAM.
Entre sus textos recientes están: "Políticas de la aparición, estética y
política" en Circuitos de flujo, arte y política, “Apropósito de Cercanías,
una lectura sobre la representación” en La constitución política del pre-
sente y “The Revolution Will Not be Televised” en Melanie Smith: Cua-
drado Rojo, imposible rosa.
Desde 2009 es curadora académica del Museo Universitario Arte
Contemporáneo (MUAC) en el que está a cargo del programa Campus
Expandido donde se desarrolla una línea de investigación de Teoría
Crítica.

Marcelo Expósito
Artista y teórico. Su práctica se expande habitualmente hacia los terri-
torios de la teoría crítica, el trabajo editorial, la curaduría, la docencia
y la traducción. Reside habitualmente en Barcelona y Buenos Aires.
Profesor en el Programa de Estudios Independientes (PEI) del Museu
d´Art Contemporani de Barcelona (MACBA) y en la Facultad de Bellas

151
Artes, Universidad de Castilla-La Mancha (Cuenca). Miembro de la Uni-
versidad Nómada y de la Red Conceptualismos del Sur, forma parte, asi-
mismo, del colectivo editorial de la revista online transversal. Fue
cofundador y coeditor de la revista Brumaria (2002-2006). Ha editado,
solo o en colaboración, los libros Plusvalías de la imagen. Anotaciones (lo-
cales) para una crítica de los usos (y abusos) de la imagen (1993), Materia-
les 1990-1998: el malestar de la libertad (1998), Chris Marker. Retorno a la
inmemoria del cineasta (2000), Modos de hacer. Arte Crítico, esfera pública
y acción directa (2001), Historias sin argumento. El cine de Pere Portabella
(2001), Producción cultural y prácticas instituyentes, Líneas de ruptura en la
crítica institucional (2008) y Los nuevos productivismos (2010).

David Theo Goldberg


Actualmente es el director del University of California Humanities Re-
search Intitute. También es profesor de Literatura Comparada y Cri-
minología, Ley y Sociedad en la misma universidad. Es parte del UCI
(Critical Theory Institute). Su trabajo abarca temas de teoría política,
raza y racismo, ética, leyes y sociedad, estudios culturales y humanida-
des digitales. Junto con Cathy Davidson (Duke University) fundó el
Humanities, Arts, Science and Technology Advanced Collaboratory
(HASTAC). Ha publicado los siguientes libros: Racist Culture: Philosophy
and the Politics of Meaning (1993), Racial Subjects: Writing on Race in
America (1997). Ethical Theory and Social Issues (1990/1995) y The
Racial State (2008). Ha editado Anatomy of Racism (1990) y Multicul-
turalism: A Critical Reader (1995). Es coeditor de Social Identities: Jour-
nal for the Study of Race, Nation and Culture.

Manuel Hernández
Practica el psicoanálisis en la ciudad de México; es miembro de la École
lacanienne de psychanalyse desde 1990 y fue su director en el período
de 2004 a 2008. Publica en revista en papel y digitales, tanto en espa-
ñol como en francés, entre ellas Me cayó el veinte, Artefacto, Litoral, Con-
textos y Quid pro quo.
Actualmente se interesa por las diversas concepciones de la forma-
ción de psicoanalistas y las correspondientes versiones de fin de análi-
sis. Prepara un libro sobre la interpretación de los sueños, en particular
sobre el célebre sueño de la “inyección a Irma”. Asimismo se interesa
sobre las maneras en que el arte contemporáneo dice de subjetividad de
nuestros tiempos. Desde 2009 imparte el seminario de Las formacio-
nes del inconsciente en Lacan en el MUAC.

Enrique Ježik
Su obra se enfoca en el dibujo, instalación, video y performance, una
crítica sociopolítica, donde busca descontextualizar y decodificar la vio-
lencia institucionalizada y el lenguaje.
Ha participado en la I Bienal de Alytus (Lituania, 2005), IV Bienal do
Mercosul (Porto Alegre, Brasil, 2003), III Bienal de Monterrey (México,
1997). Ha recibido reconocimientos por parte de The English Arts
Council English Heritage, Berwick upon Tweed, Inglaterra (2003) y The
Berwick Gymnasium Arts Fellowships (2003). Obtuvo el Apoyo a Pro-
yectos Culturales, FONCA (1996-1998). Enrique Ježik es beneficiario
del Programa Sistema Nacional de Creadores 2010, del Fondo Nacio-
nal para la Cultura y las Artes.
Ha expuesto individualmente en: Museo de Arte Carrillo Gil (1995),
Museo Universitario de Ciencias y Arte CU (2001), Casa Venecia
(2005), Celda Contemporánea (2006), Galería Enrique Guerrero (2009)
y Museo Universitario Arte Contemporáneo, en el que recientemente
presentó Obstruir, destruir, ocultar.

Saree Makdisi
Es profesor de Literatura Inglesa en la Universidad de California de los
Ángeles y autor de varios libros acerca de Romanticismo Británico, su
área de especialización. Además, trabaja en política y cultura árabe con-
temporánea, tema sobre el que publica extensamente.
En el 2008 publicó el libro Palestine Inside Out: Everyday Occupation
y ha escrito comentarios acerca de Palestina en publicaciones como Los
Angeles Times, Chicago Tribune, Houston Chronicle, London Review of
Books y el San Francisco Chronicle.

Iván Mejía Rodríguez


Doctor en Historia del Arte por la Facultad de Filosofía y letras de la
UNAM. Ha sido alumno de diversos cursos del programa Campus Ex-
pandido. Entre sus publicaciones podemos mencionar: “Duelo y Esco-
pofilia en Ecce Homo”, “El cuerpo posthumano en el arte y la cultura

153
contemporánea” y “La Mascarada global. Multitudes disidentes colapsando
las mitologías blancas”. Actualmente realiza un Posdoctorado en la UNAM,
en el área de Artes y Humanidades, donde imparte un seminario de
arte contemporáneo.

Achille Mbembe
En 1989 obtiene su doctorado en Historia por la Sorbona en París. Ha
trabajado como investigador en la Universidad de Columbia, en el Ins-
tituto Brookings y en la Universidad de Pensilvania. Fue director eje-
cutivo del  Council for Development of Social Science Research in
Africa (Codesria), en Senegal. Actualmente es profesor de Historia y
Política e investigador en el Wits Institute for Social and Economic Re-
search (Wiser) de la Universidad Witswatersrand de Johannesburgo.
Sus trabajos se enfocan en el estudio de la historia y política de África
desde una crítica postcolonial. Entre sus publicaciones más importan-
tes se encuentra De la Postcolonie, essai sur l’imagination polotique dans
l’Afrique contemporaine (On the Postcolony, 2000).

Sarah Nuttall
Doctora por la Universidad de Oxford, trabaja actualmente en la Uni-
versidad de Stellenbosch. Fue profesora invitada en la Universidad de
Salzburgo, Austria; investigadora invitada del Departamento de Estu-
dios Afro-americanos de la Universidad de California, Berkeley y pro-
fesora invitada de la Universidad de Yale. Es coeditora de Text; Theory,
Space: Land, Literature and History in South Africa (1998); Sense of Cul-
ture: South African Culture Studies (2000); editor de: Beauty and Ugli-
ness: African and Diaspora Aesthetics (2004) y Johannesburg: The Elisive
Metropolis (2009).

María Victoria Uribe


Es antropóloga e historiadora. Desde 2007 es parte del grupo de Me-
moria Histórica de la Comisión Nacional de Reparación y Reconcilia-
ción, investigando en campo con paramilitares en las cárceles y con
víctimas en los lugares de las masacres.
Obtuvo el Doctorado en Historia en la Universidad Nacional de Co-
lombia (2004). Cursó dos maestrías, una en Historia de la Universidad
Nacional de Colombia (1990) y la segunda en Antropología en la Uni-
versidad Nacional Autónoma de México (1997). Su licenciatura en An-
tropología e Historia la cumplió en México.
Sus publicaciones más recientes son; “Against Violence and Oblivion.
The case of Colombia´s disappeared” en Meanings of Violence in Con-
temporary Latin America (2009) “Memory in Times of War” en Public
Culture, “Anthropologie de l´Inhumanité. Essai interpretative sur la Te-
rreur en Colombie”, ambos en 2004, y “Dismembering and expelling.
Semantics of political terror in Colombia” en Public Culture.

Ana Longoni
Es Doctora en Historia del Arte (UBA), escritora, investigadora adjunta
del CONICET y profesora de Teoría de los Medios y la Cultura en la Fa-
cultad de Filosofía y Letras y del doctorado de la Facultad de Ciencias
Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Coordina el proyecto de in-
vestigación “Entre el terror y la fiesta: producciones artísticas y medios
masivos en dictadura y posdictadura” (2011-2014). Impulsa desde su
formación la Red Conceptualismos del Sur. Ha publicado, sola o en co-
laboración, los libros De los poetas malditos al video-clip (1998), Del Di
Tella a Tucumán Arde (2000, 2008 y 2010), el estudio preliminar al
libro de Oscar Masotta, Revolución en el arte (2004), uno de los capítu-
los de la antología editada por I. Katzenstein, Listen, Here, Now! Argen-
tine Art of the sixties: Writings of the Avant-Garde (New York, MoMa,
2004, publicado en español como Escritos de vanguardia, MoMa-Espi-
gas-Proa, 2007), Traiciones. La figura del traidor en los relatos acerca de los
sobrevivientes de la represión (2007), El Siluetazo (2008), Conceptualis-
mos del Sur/Sul (2009) y Romero (2010). Tuvo a su cargo la edición de
la antología Roberto Jacoby. El deseo nace del derrumbe (2011) y la ex-
posición del mismo nombre (2011). Integró los comités editores de las
revistas Causas y azares, El Rodaballo, Políticas de la Memoria, Ramona,
Ojos Crueles y Des-bordes.

155
agradecimientos
La UNAM agradece a las personas e instituciones cuya generosa
colaboración hace posible el MUAC.

CÍRCULO JUSTO SIERRA


Fundación Alfredo Harp Helú, A.C.
Miguel Alemán Velasco
Gobierno del Distrito Federal
Consejo Nacional para la Cultura y las Artes
Ingenieros Civiles Asociados

CÍRCULO JOSÉ VASCONCELOS


Eugenio López Alonso
Elías M. Sacal
Grupo Radio Centro
ISA Corporativo

CÍRCULO ALFONSO CASO


José Luis Chong
CEMEX
Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología
Hoteles City Express
Imágenes y Muebles Urbanos
Proeza Slai
Zimat Constructores

Víctor Acuña, Arnaldo Coen, Armando Colina, Sucesión


Olivier Debroise, Felipe Ehrenberg, Edgardo Ganado Kim,
Ana María García Kobe, Gelsen Gas, Jan Hendrix, Boris Hirmas,
Alejandro Montoya, Mariana Pérez Amor, Ricardo Regazzoni,
Patricia Sloane, José Noé Suro, Alejandra Yturbe.
DONANTES
Alejandro Burillo Azcárraga
Juan Carlos del Valle
Fundación Televisa
FEMSA

Agradecemos la confianza y generosidad de nuestros


miembros corporativos.

Grupo Radio Centro


ISA Corporativo
Cinco M Dos
Imagen y Muebles Urbanos
Fundación / Colección JUMEX
Hoteles City Express
AXA Seguros

El MUAC agradece a las personas e instituciones cuya generosa


colaboración hizo posible el encuentro Estética y violencia:
Necropolítica, militarización y vidas lloradas

Francis Alÿs, Luis Felipe Canudas, Edwin Culp, Deborah Dorotinsky,


Paula Verónica García, Cuauhtémoc Medina, Danae Perales,
Nelly Pineda, Guillermo Santamarina, Atziri Servin, Rachel Sieder,
Embajada de los Estados Unidos en México, Instituto de Liderazgo
en Museos, Posgrado en Historia del Arte, UNAM, Universidad
Iberoamericana

157
directorio
UNIVERSIDAD NACIONAL COORDINACIÓN DE DIFUSIÓN
AUTÓNOMA DE MÉXICO CULTURAL

Dr. José Narro Robles Dra. María Teresa Uriarte C.


Rector Coordinadora

Dr. Eduardo Bárzana García Mtra. Graciela de la Torre


Secretario General Directora General de Artes Visuales

Lic. Enrique del Val Blanco MUSEO UNIVERSITARIO ARTE


Secretario Administrativo CONTEMPORÁNEO (MUAC)

Dr. Francisco José Trigo Tavera Graciela de la Torre


Secretario de Desarrollo Institucional Directora
Jorge Reynoso
M.C. Miguel Robles Bárcena
Secretario técnico
Secretario de Servicios a la Comunidad
María Inés Rodríguez
Lic. Luis Raúl González Pérez Curadora en jefe
Abogado General Programa curatorial
José Luis Barrios, Patricia Sloane
Curadores adjuntos
Cecilia Delgado, Alejandra Labastida,
Amanda de la Garza
Curadoras asociadas
Programas públicos
Helena Chávez
Curadora académica
Rafael Sámano Roo, Andrea Bravo
Divulgación y Educación
Muna Cann
Curadora en educación
Programa de colecciones Teresa de La Concha
Sol Henaro Procuración
Curadora del acervo artístico
Josefina Granados
contemporáneo
Alianzas estratégicas
Pilar García
Lourdes Garduño
Curadora de acervos documentales
Sociedades de apoyo
Exhibición
Lucy Villamar
Joel Aguilar
Comercialización
Subdirector
Comunicación
Benedeta Monteverde, Cecilia Pardo
Carmen Ruiz
Diseño Museográfico
Subdirectora
Salvador Ávila
Ana Laura Cué Vega,
Medios electrónicos
Carlos Noriega Jiménez
Conservación y Registro Publicaciones
Julia Molinar
Francisco Domínguez, Eduardo Lomas
Subdirectora
Difusión y medios
Ivonne Bautista
Ana Cristina Sol, Andrea Bernal
Colecciones en tránsito
Comunicación institucional
Juan Cortés
Araceli Mosqueda
Registro y control de obra
Administración
Claudio Hernández
Campus Expandido
Laboratorio de restauración
Helena Chávez Mac Gregor
Curadora académica
Vinculación
Gabriela Fong
Edalid Mendoza
Subdirectora
Asistente de proceso

159
estética y violencia: necropolítica,
militarización y vidas lloradas
se terminó de imprimir el
28 de diciembre de 2012
en los talleres de Impresos Trece, S. de R .L . de C.V.,
Mar Mediterráneo 30, colonia Tacuba,
Delegación Miguel Hidalgo, 11410, México, D.F.

Para su composición se utilizó la familia


tipográfica Chaparral Pro y Letter Gothic.
Impreso en papel capuchino natural bond de 75 g.
y cartoncillo de 155 g. para los forros

El cuidado de la edición estuvo a cargo de


Ana Laura Cué Vega y Carlos Noriega Jiménez.

El tiraje fue de 500 ejemplares, impresos en offset.

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