El documento resume la obra del dramaturgo Rodrigo García. Ofrece tres perspectivas clave sobre su trabajo: 1) Su teatro provoca discusiones y reacciones fuertes debido a que nombra temas controvertidos de manera directa y sin tabúes. 2) Usa un lenguaje y estilo literal que rechaza la metáfora en favor de nombrar las cosas como son. 3) Busca llevar la lógica de las situaciones hasta el extremo para revelar verdades incómodas sobre la sociedad y conmover al público.
Descrição original:
Bruno Tackels
Título original
Inmersión en El Mundo Según Rodrigo García – Bruno Tackels
El documento resume la obra del dramaturgo Rodrigo García. Ofrece tres perspectivas clave sobre su trabajo: 1) Su teatro provoca discusiones y reacciones fuertes debido a que nombra temas controvertidos de manera directa y sin tabúes. 2) Usa un lenguaje y estilo literal que rechaza la metáfora en favor de nombrar las cosas como son. 3) Busca llevar la lógica de las situaciones hasta el extremo para revelar verdades incómodas sobre la sociedad y conmover al público.
El documento resume la obra del dramaturgo Rodrigo García. Ofrece tres perspectivas clave sobre su trabajo: 1) Su teatro provoca discusiones y reacciones fuertes debido a que nombra temas controvertidos de manera directa y sin tabúes. 2) Usa un lenguaje y estilo literal que rechaza la metáfora en favor de nombrar las cosas como son. 3) Busca llevar la lógica de las situaciones hasta el extremo para revelar verdades incómodas sobre la sociedad y conmover al público.
Hay muchas paradojas en relación con Rodrigo García. La primera
es que es bastante más conocido en el extranjero que en su propio país. Les ha ocurrido a otros; hay incluso un dicho que lo describe muy bien: «Nadie es profeta en su tierra». En Francia el trabajo de García ha sido especialmente bien recibido y fomentado, sobre todo, por el Festival de Avignon o el Teatro Nacional de Bretaña, en Rennes. Además, y con razón, Rodrigo, fiel profeta de estos tiempos electrónicos, es capaz de ver más allá y lo dice alto y claro. Sin ambages, sin precauciones. Y eso hace daño. De ahí la acogida a menudo complicada, e incluso escandalosa, de sus obras. Más brechtiano de lo que cabría pensar, su teatro divide al público, enciende los ánimos y da que hablar a los espectadores (incluso a los que no han visto sus obras) con una pasión y una virulencia inusitadas. Provoca la discusión, pero de ahí a afirmar que es un provocador sólo hay un paso, que fácilmente dan aquellos que se sienten incómodos por lo que se les muestra y reciben.
Contrariamente a esta percepción superficial, Rodrigo García no
hace un teatro provocador o elitista, chic o de tendencia. Los que insisten en ello son, ni más ni menos, los mismos que van de chic y siguen las tendencias. Se trata de leer su obra en el tiempo, un valor no muy a la moda precisamente, y de buscar asimismo los hilos que van de un texto a otro, de un espectáculo a otro, de una versión a la siguiente. Sólo cuenta el presente, desastroso, ajeno a todo orden, y las palabras para expresarlo, nuestra única arma, tan débil y, sin embargo, nuestro único apoyo. Todas las palabras tienen su lugar en la paleta de García: sin exclusión, sin ostracismo, sin jerarquía entre lo noble y lo vulgar, lo cutre y lo glamuroso, lo popular y lo refinado. Se admiten todas las palabras.
El público que acude no se deja engañar, un público extremadamente
joven, esos famosos «escolares» que tan mala reputación tienen dentro del mundillo teatral. Ya vayan por sí mismos, o por la sutil sugerencia de su profesor, o por el motivo que sea, podemos decir que el teatro, tan arcaico como pueda parecer, guarda aún un precioso fondo, y abre una bonita puerta a las preguntas del momento. 12 cenizas escogidas
Lo que este teatro nos muestra, a decir verdad, no es muy agradable
de ver: es poco cómodo asistir, in situ, al lento sacrificio del cuerpo en la arena catódica de la consumación. Y es en esto, sin duda, en lo que los jóvenes (y no tan jóvenes) se reconocen: al hacer uso del lenguaje televisivo en alza, Rodrigo García consigue darle la vuelta como a un guante. Pero lo que llama la atención es la ternura con la que mira este mundo tan estropeado. Ninguna moral, ni rastro de prejuicios, sólo la visión risueña de un niño que acaba de hacer una putada. Sí, el mundo está lleno de putadas. Pero al verlas volcadas en un escenario, el espectador no se queda indiferente. Apasionado o furioso, el mundo de García apela a que tengamos una postura firme. Sí, el mundo está lleno de putadas.
Hacer explotar los códigos de la moral resulta, en realidad, bastante
simple. Mucho más malicioso y juicioso es mostrar que esos códigos se encuentran por todas partes, dentro de nosotros, incluso cuando, al sentirnos modernos, muy modernos, creemos haber escapado de ellos… En el fondo, es en ese gesto en el que García no deja de insistir. Su teatro elude cuidadosamente definir esas zonas puras y exentas de toda responsabilidad en relación con el desastre mundial (el cual concierne precisamente al mundo entero). Nadie puede librarse de los efectos de la globalización. Nadie puede sacudirse ese tufillo moral que acosa a nuestra sociedad moderna, la misma que se fundaba en la pretendida emancipación de toda ley moral. Los espectáculos de Rodrigo García son un síntoma explosivo de esta vuelta al orden moral que mina y contagia todo discurso, todo comportamiento, incluso el más progresista.
De ahí que no podamos eludir la cuestión de la provocación, en tanto
que ésta influye en la manera en que un sector del público acoge su obra. Si bien, dicha cuestión nunca es planteada por Rodrigo García, se hace, sin embargo, muy evidente en sus espectáculos. Por lo que es preciso darle otro sentido: ingenuidad asumida por pensar que el teatro todavía puede «provocar», atreverse, experimentar, suscitar el gesto, prolongarlo. El malentendido surge cuando creemos que lo que dice el autor se corresponde con lo que piensa: ¡trágico malentendido! Pues aquí comienza la mala provocación. Hay que reconocer que nuestros contemporáneos, incapaces de mirar más allá de sus narices, caen muchas veces en este error, pues con demasiada frecuencia sufren de miopía. Claro que también es cierto que la mirada se cultiva y que, al igual que una lengua extranjera, se aprende a base de ejercicios.
¿De dónde vienen esos numerosos malentendidos? ¿Y esas
reacciones de pronto tan violentas? Se deben principalmente a que las propuestas de Rodrigo García son absolutamente literales. Se toma las cosas al pie de la letra, sin ninguna intención metafórica, motivo por el cual hay quien no le considera un poeta. Ahora bien, podemos darle la vuelta a esta crítica, es decir, García no es inmersión en el mundo según rodrigo garcía 13
un poeta precisamente porque rechaza la metáfora en beneficio
del sentido exacto de la palabra. Es, por lo tanto, un adepto a la prosa, en la que ninguno diría que está la verdad de la poesía.
¿De qué hablamos cuando evocamos esta prosa literal? De una
voluntad de no transfigurar nada, de nombrar lo que se piensa sin rodeos, y llegar hasta el fondo de la cuestión sin reservarse nada. La escritura como último refugio donde se prohíbe cualquier tabú. Como, por ejemplo, cuando García evoca la figura de Borges para en realidad escribir, de manera subrepticia, una auténtica autobiografía camuflada. Él lo cuenta todo sobre su amor, su admiración, la estupidez que ésta engendra en su forma de comportarse, y su mirada lúcida, todo ello a un mismo tiempo, de tal manera que su admiración acaba transformándose en odio, en violenta aversión hacia la figura venerada, que deja entrever las sombras que esconde un ídolo sabiamente mantenido. Asimismo, cuando pone en escena a un hombre que le cuenta a un niño su infancia, aparentemente anodina y banal, en la que aparece fotografiado montado en un pequeño poni por sus convencionales padres, asistimos de pronto a un brutal giro al comprender que, en realidad, era víctima del tráfico de fotografías pedófilas. La dramaturgia se convierte en «provocativa», es decir, en literal, cuando el narrador, encarnado por el potente Marcial Di Fonzo Bo, relata su lucha a muerte con el poni, al que intenta en un principio liberar y, al no conseguirlo, acaba envenenándolo con cianuro. La historia es provocativa, desde luego, pero no se trata tanto de impactar como de «apurar al máximo» la lógica que contiene: un niño es forzado, se defiende y 14 cenizas escogidas
da muerte al objeto transmisor de la violencia que está sufriendo.
Y podemos darle otra vuelta de tuerca, ya que el poni, mientras agoniza, rompe el cráneo de los dos niños que lo montaban… Lógica literal que se agota en sí misma. No más insoportable que lo que se representa en escena. En este contexto, el niño que escucha cobra todo el sentido. Y el discurso transgresivo que le ofrece el adulto violentado adquiere un sentido diferente. De pura provocación se convierte en revelación pura: sí, la escuela es peligrosa cuando está en manos de aquellos que hacen que reine este orden de violencia contra la infancia. Y la única objeción que el niño da como respuesta es aplastar kilos de Corn Flakes mientras se revuelca en un torrente de leche. Una respuesta literal y completamente exacta. En las descripciones mentales de Rodrigo García se trata siempre de llevar la lógica hasta su extremidad más extrema.
A partir de aquí, cabe preguntarse: ¿Por qué esta violencia? ¿De
dónde procede? Los textos de Rodrigo García funcionan como un espejo puesto delante de nosotros que, naturalmente, no nos devuelve una imagen demasiado reluciente. Tienen el mérito de revelarla, y esta revelación provoca necesariamente una conmoción. Una conmoción física y psíquica, jamás un escándalo desde un punto de vista estrictamente moral. El escándalo es una categoría que no le conviene a Rodrigo García, pues tiene una energía mucho más profunda, más ingenua, irreductible. Es, sin embargo, en esta categoría donde encajan un buen número de las reacciones que suscita su trabajo. De la conmoción al escándalo que se niega a aceptar la conmoción que él mismo ha generado. Después de las representaciones en París de After Sun, el propio Rodrigo García analizó esta dialéctica perversa: inmersión en el mundo según rodrigo garcía 15
Se han presentado muchas quejas contra mí a causa de mi
trabajo. Incluso una escena de mi último espectáculo [After Sun] ha sido objeto de debate en el pleno del Ayuntamiento de París. Algunos han puesto el grito en el cielo al ver cómo unos conejos compartían escenario junto a los actores, en lugar de estar en una olla, o en un criadero donde son cebados y de donde sólo salen para acabar en un estofado. Otros se han sentido ofendidos por ver al público subir al escenario para desnudarse con nosotros, porque les parecen cuerpos expuestos, ardiendo en deseos de exhibirse en un lugar insólito y en una situación poco banal […]. Podemos permitirnos ser los verdugos de África y América Latina, pero no toleramos una escena en la que dos de mis actores se restriegan comida entre las nalgas; y sí amigos, se trata de la comida que le hemos levantado al resto del planeta. Podamos los árboles para que vuelvan a brotar con una fuerza renovada, pero la poda de hombres y mujeres no da los mismos resultados.
El razonamiento es implacable para el que acepte dejarse
provocar a nivel del pensamiento, y no tanto dentro del registro, por otro lado tan perezoso, de la buena conciencia. Se sitúa en la misma línea que las sátiras políticas de Jonathan Swift, quien a principios del siglo xviii también escenificó con sus fábulas provocadoras la miseria y la idiotez de su época, como en aquel célebre panfleto en el que propone matar a los recién nacidos para arreglar el problema de la malnutrición y de la miseria social.
Sobre el escenario, Rodrigo García verbaliza algunas
pesadillas recurrentes, tres o cuatro, siempre las mismas, a veces encubiertas hábilmente. Podemos resumirlas en la siguiente lista, casi exhaustiva: la matanza de los niños, la tortura de la comida, la violencia política de la patada en la puerta, y el hombre que se resiste tanto a convertirse en cosa (mercancía) como en animal. No se trata de una formulación demasiado sintética, pero tiene el mérito de balizar un campo de acciones en el que tendría cabida una parte bastante amplia del teatro escrito y gestual de Rodrigo García.
El animal es en el fondo nuestra obsesión más profunda. Sobre todo
el animal que está expuesto por lo que es: alimento para el futuro, carnaza para alimentar la economía humana. En Accidens (muy mal recibida, aunque ha permanecido en Francia en un ámbito restringido), Rodrigo García sigue paso a paso lo que ocurre cuando nos pedimos un bogavante, es decir, su sacrificio programado, en tiempo real, en la cocina del restaurante, con la salvedad de que lo hace delante de nosotros, público y comensales potenciales, al tiempo que, y esto es lo que más nos impacta, sonoriza al bogavante. Oímos entonces los (últimos) latidos del corazón del animal, antes de su «ejecución» (esta palabra ha de entrecomillarse precisamente porque este sacrificio es escenificado). Y he aquí el único motivo 16 cenizas escogidas
de nuestra conmoción (ya que la escena sólo puede conmovernos).
Tras lo cual es preciso hacerse la siguiente pregunta: ¿Por qué la muerte del animal sólo nos afecta en tanto que es visible, a plena luz?¿Por qué no sentimos nada parecido en el momento en que esto mismo ocurre, cada vez que ocurre, fuera de la escena teatral? La única hipótesis a tener en cuenta nos lleva de nuevo a reconocer la dimensión profundamente sagrada de la escena. No es que rivalice con los ritos y ceremonias religiosas, sino que, al contrario, ritualiza y sacraliza a la inversa aquello de lo que parece carecer. De ahí el interés de Rodrigo García por la pintura religiosa. Su teatro no la imita, sino que exprime de ella la energía de un verdadero espacio sagrado. De ahí lo intolerable de algunas escenas, que pasan completamente desapercibidas en la vida real, fuera de su teatro. Como si la vida necesitase de un teatro para mostrarse tal como es.
La comida, tal como la utiliza Rodrigo García en escena,
molesta. Y literalmente molesta ya que no se acaba ahí donde estamos acostumbrados a verla acabarse. Es sobre este desplazamiento sobre el que debemos preguntarnos, si se acepta la idea de que no es un asunto gratuito, ¿cuál es entonces su sentido?¿Por qué la comida desborda su ámbito social? ¿Por qué una ducha de Coca-Cola?¿Por qué una cama llena de Corn Flakes con leche?¿Por qué untarse el cuerpo de miel?
–Estamos de mierda hasta el cuello
–Entonces ¿qué hacemos? –Pues nos las apañamos, saldremos de ésta…
Uno tiene siempre la sensación de que las figuras que aparecen
en los espectáculos de Rodrigo García evocan una y otra vez este breve diálogo imaginario. Aunque por otra parte no es ni mucho menos tan imaginario. Los actores de Rodrigo García se hallan siempre en esa situación extrema. No reculan ante ninguna de las consecuencias de aquello que han enunciado. Lo que, por supuesto, puede extrañar, es que no lo hagan bajo la máscara de un personaje que, finalmente, como muestra la tradición teatral, les redima de lo que están haciendo. Ahora bien, todo lo que la historia del teatro obliga a hacer a los actores es, literalmente, monstruoso: se trata, efectivamente, de mostrar lo que no debe mostrarse. Sin embargo, están a salvo de lo monstruoso, por el hecho de que lo dramatizan, lo llevan consigo y lo interpretan en nombre de personajes ficticios. Nada que ver con lo que hacen los actores de Rodrigo García. La frontera entre lo que hacen y lo que son, es sumamente delgada. Ya no está delimitada por esa excesiva máscara de ficción. Sin duda, cuanto hacen lo muestran sobre un escenario, pero es su propia persona la que actúa y se expone.
Los actores de Rodrigo García se parecen mucho a aquellos que
llenan las salas: son jóvenes, tienen todos los atributos de la inmersión en el mundo según rodrigo garcía 17
juventud globalizada, hablan su idioma, adoptan sus códigos,
su actitud… Y, de golpe: patinazo. Se desnudan, se cubren de comida y se meten en la piel de los héroes de la sociedad mundial del consumo, como Mickey o el payaso de McDonald´s.
Las almas tristes reprochan a Rodrigo García su nihilismo y su falta de
parcialidad. Por supuesto, su teatro no resuelve las contradicciones; es más, no escenifica los conflictos, sino sus consecuencias, allí donde se produzcan. Así, apreciamos la ausencia total de toda figura de poder en el escenario. Vemos sus efectos, los resultados sobre los cuerpos y las mentes. El escenario se parece a una enorme picadora industrial de carne, de la que no se salva nada ni nadie. Extinción de lo puro, del héroe, de la salvación. Esto es, sin duda, lo que resulta insoportable. En esta forma de mostrar los cuerpos rige una verdadera moral. Como apunta Philippe Macasdar, director del teatro Saint-Gervais de Ginebra, y fiel aliado de Rodrigo García, es uno de los últimos moralistas, con ese lado quijotesco que le lleva a librar todas las batallas, aunque sean ilusorias y estén perdidas de antemano.
Aún así, las cosas se complican todavía más. Pues normalmente, la
denuncia de la mercantilización generalizada se critica de manera frontal y binaria. El mundo liberal o la defiende o la combate. Con Rodrigo García todo esto es más complejo: se detiene a las puertas de un McDonald´s, escupe al suelo, pero no acaba con ello… A veces, incluso se podría pensar que le gusta comerse un Big Mac… Hay en él una especie de debilidad a esta dependencia a lo comercial, hacia las marcas, los trapos, los coches, los centros comerciales, las modas, las tendencias, los juegos, las nuevas tecnologías, la publicidad, los parques de atracciones, las grandes franquicias, etc. Se trata de un 18 cenizas escogidas
universo que se toma en serio, para después darle la vuelta con un
humor frío y tranquilo, con esa voluntad de comprender cómo el mundo entero, avergonzado, está sacrificándose. Esto explica el entusiasmo de los más jóvenes por su teatro. Encuentran aquí un idioma como el suyo, y el cual, al mismo tiempo les muestra su asqueroso día a día. Y eso sienta bien. Algo es algo. No es mucho, pero ya es algo. Una brújula. Después habrá que saber usarla y sobrevivir.
VIII Laboratorio de Escritura Teatral (LET): La suerte – Puto barrio – El último soviético – La Piscina – La búsqueda de ‘Salitsa’ no obtuvo ningún resultado – Talaré a los hombres de sobre la faz de la tierra