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Si le agregamos a esto que los muchachos y las muchachas buscan hacerse daño
mutuamente, será difícil una relación armónica y amorosa entre ellos. Además, no hay que
olvidar que las relaciones a esta edad son enormemente inestables, dura más un bizcocho en
la puerta de una escuela que un noviazgo.
Es la época del uso sexual de la niña para hablar mal de ella, algo que las jovencitas
aprenden tarde, con frecuencia a golpes. Luego de haber padecido el escarnio público se
percatan de que todo se comparte y que a esta edad no hay intimidad.
En el caso de un embarazo las jóvenes quedan convertidas en un objeto sexual del cual los
muchachos creen pueden abusar fácilmente.
En este período la experiencia sexual deja un sabor muy amargo de algo rápido e
insatisfactorio en el muchacho y de denigración y rechazo en la mujercita. En el varón es
más la alharaca de hablar de coito que lo que se goza, como las gallinas cuando ponen un
huevo: es más el escándalo que arman que el tamaño del huevo.
Alguien sabiamente decía que los adolescentes nucleares, los de 14 a 18 años, no hacen el
amor sino que juegan sin calzones . Ahí está el gran peligro de una sexualidad en manos
inevitablemente irresponsables. Pero qué podemos hacer si está el deseo y la urgencia? Si
desde dentro bulle la pasión? La respuesta es: educación.
Los muchachos deben aprender que todo tiene su tiempo y su lugar. Que la época antes de
los 18 años no es para el ejercicio de la sexualidad. Que no se está preparado y que el riesgo
es muy grande. Sin embargo, la verdad es que la tendencia a las prácticas sexuales a estas
edades existe y debemos afrontarla. En este caso no nos queda más que enseñarles la
anticoncepción y concientizarlos del peligro de un embarazo.
Los adolescentes no están preparados para tener un hijo. Esta es quizás la condición más
exquisita de la adultez. Ser padres requiere de un aprendizaje duro de la vida. Debería ser
enseñado en las universidades, las cuales, desafortunadamente, solo informan, olvidándose
de su enorme compromiso educativo dirigido a los adolescentes juveniles.
Auncuando las campañas educativas deben estar dirigidas hacia la abstinencia y hacia las
actividades distractoras de grupo (como el deporte, el teatro y los grupos musicales), que
protejan de una sexualidad inmadura y de altísimo riesgo, también es cierto que hay
culturas que aceptan complacientes la entrada a la sexualidad heterosexual de los
adolescentes juveniles.
Es frecuente ver en estos países como los muchachos al entrar a la universidad comienzan a
tener sexualidad activa con sus parejitas de enamorados, con la anuencia de los padres y en
sus propias casas, compartiendo con ellos un entrenamiento de pareja que los afianza en la
fidelidad y en una sexualidad no promiscua y peligrosa. Es un modelo que aún no ha
llegado a nuestra comunidad, pero debemos estar preparados para enfrentarlo.