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Según la Profecía de los Papas

de San Malaquías, después del


sucesor de Juan Pablo II vendrá...

El último Papa

Martín Rosas
Martín Rosas

El último Papa
Índice

Prólogo ................................................... 1
I. El Profeta ...................................... 11
II. La Profecía .................................... 17
III. El Cónclave ................................... 33

IV. De gloria olivae ................................ 55


V. Los papables .................................. 65
Bibliografía ............................................. 85
Prólogo

L a víspera del desastre de las minas de Aberfan


(Inglaterra), ocurrido en 1966, una niña que vivía
en esa ciudad se volvió repentinamente hacia su madre y
le dijo: “no tengo miedo de morir, porque voy a estar
cerca de Jesús…”
Un mes antes, ella había relatado un sueño
extraño: “Había una escuela, una linda escuela, pero
cuando llegué ya no estaba más.” La madre le preguntó
por qué decía cosas tan extrañas, a lo que la niña
respondió: “Porque todo está muy negro a mi alrededor.”
Al día siguiente, ella junto con otras personas murieron
enterradas por el derrumbe.
El psiquiatra estadounidense J. C. Baker, quien
realizó investigaciones sobre el fenómeno de la
precognición, registró muchos otros casos de personas
que probaban que habían recibido presagios de la
tragedia de Aberfan.
Hasta hace poco tiempo, el interés de los
científicos por acontecimientos de esta índole se limitaba
a algunos investigadores aislados. Fantasmas y visiones,
telepatía, videncia, telequinesis y profecías, eran
generalmente considerados producto de la imaginación
popular y objetos de interés para los estudiosos de la
superstición, de la religión o del folclor, pero nunca
temas de interés para trabajos científicos serios y
objetivos.
Tal vez el más intrigante de todos los fenómenos
parapsíquicos sea la precognición, es decir, la capacidad
que algunas personas tienen para intuir acontecimientos
futuros. El caso de la tragedia de Aberfan no es único, ni
sus protagonistas figuran entre los “videntes” más
famosos. El poeta alemán Goethe, mientras caminaba
por las calles en medio de una noche lluviosa, se
sorprendió al “ver” frente a él, caminando en ropas de
dormir, a un amigo que debería haber estado en otra
ciudad. Cuando llegó a su casa, Goethe encontró a esa
persona esperándolo junto a la chimenea. El amigo había
resuelto hacer una visita sorpresiva al poeta, y estaba en
pijama, tal como Goethe lo había “visto”.
También el filósofo Sócrates, según relatos de sus
contemporáneos, tenía capacidad para prever el futuro.
En cierta ocasión iba caminando con un grupo de
amigos, cuando repentinamente se desvío del camino e
insistió en que los demás lo siguieran. Los que ignoraron
su consejo fueron gravemente lesionados por una
manada de jabalíes enfurecidos. Asimismo, se dice que
Sócrates predijo el desastre de la expedición ateniense a
Sicilia, ocurrida en los años 415-413 a. C.
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En el Génesis, primer libro de la Biblia, José
relata sus sueños a sus hermanos: “Estábamos nosotros
en el campo atando haces, y vi que se levantaba mi haz y
se tenía en pie, y los vuestros lo rodeaban y se inclinaban
ante el mío, adorándole.” Entonces contestaron sus
hermanos: “¿Es que vas a dominarnos?” Y José despertó
entre ellos aún más odios. José fue vendido como esclavo
en Egipto, pero luego llegó a ser uno de los hombres más
importantes y protegidos del Faraón, justamente por su
don para interpretar los sueños.
Aunque hoy los psicólogos coinciden en sostener
que los sueños son simbólicos y no proféticos, y que
representan personas, lugares y cosas relacionados con
los problemas y los conflictos de la vida real, nadie se
explica cómo ciertas personas pueden predecir el futuro.
En la antigüedad romana se daba el nombre de
augur a un sacerdote que predecía el porvenir después de
estudiar el vuelo y el canto de las aves, el apetito de los
pollos, el relámpago, el trueno, el aspecto del cielo,
etcétera. Primero hubo tres augures, después nueve, y en
tiempo de Sila, quince. Formaban el 'Colegio de
Augures'.
Los augures interpretaban los signos
sobrenaturales; asistían a los magistrados y generales
cuando había que recibir los auspicios, y daban su
opinión en todo lo concerniente a la religión. Su arte
derivaba de tres fuentes: las fórmulas y tradiciones del
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Colegio, los libros augurales y los Comentarios de los
Augures. El emperador Teodosio suprimió el Colegio de
Augures a fines del siglo IV.
Entre los judíos se daba el nombre de profetas no
sólo a los inspirados por Dios para predecir el porvenir,
sino también a ciertos hombres que, animados de fervor
religioso, se ejercitaban en la práctica de todas las
virtudes, y en la meditación y explicación de la Ley
Divina a sus discípulos. Cuatro son los grandes profetas
bíblicos: Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel. Y doce los
menores: Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas,
Nahum, Hababuc, Sofonías, Hageo, Zacarías y
Malaquías. En el Antiguo Testamento se nombra
también a tres profetisas: María, hermana de Moisés,
Débora y Hulda.
Dado el estrecho vínculo que en la ley mosaica
existía entre las prescripciones de la ley religiosa y las de
las leyes civil y política, los profetas desempeñaban un
papel muy importante en la vida de su pueblo. Sus
enseñanzas eran religiosas y morales, y algunos de ellos
vivían en las montañas, retirados del mundo. La Biblia
también habla de falsos profetas, como los 400 que se
encontraban en la corte de Acab, o los que combatieron
a Isaías y Miqueas y, especialmente, a Jeremías y
Ezequiel.
Sea como fuere, a través de los tiempos, el hombre
siempre ha creído en los profetas y, por supuesto, en sus
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profecías. Para los cristianos, el libro profético por
excelencia es el Apocalipsis, que es “la revelación de
Jesucristo, que Dios le dio para manifestar a sus siervos
las cosas que deben suceder pronto; y la declaró
enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan, que
ha dado testimonio de la palabra de Dios, y del
testimonio de Jesucristo, y de todas las cosas que ha
visto.” (Ap. 1: 1-2).
Aunque su redacción es típicamente críptica,
metafórica, por dos milenios se ha prestado a
numerosas interpretaciones. Todavía hoy los teólogos
discuten no sólo el valor profético del texto sino de si,
en verdad, se trata de una descripción del fin del
mundo. Siete ángeles se encargarán, supuestamente, de
castigar a la humanidad en vísperas del juicio final y del
advenimiento de los mil años del reinado de Jesucristo.
Al mago Merlin se le atribuyen numerosas
profecías escritas cerca del año 400 de nuestra era, en las
que habla de que “el fin de los tiempos está cerca”. En
1916, el monje ruso Rasputín profetizó que moriría
asesinado. Un día dijo: “Lo he visto todo lleno de sangre
de Grandes Duques.” Y así fue. Con la llegada del
comunismo, la monarquía fue desterrada de Rusia, y el
zar Nicolás II fue ejecutado con toda su familia a las
afueras de Moscú.
A comienzos de los años treinta, el adivino
estadounidense Edgar Cayce profetizó la aparición de
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naves extraterrestres, el levantamiento de la Atlántida
en 1986 y el fin del mundo en 1999 por el choque de las
placas tectónicas. Aunque, en efecto, ninguna de esas
profecías se cumplió, en su tiempo gozaron de enorme
popularidad.

Pero es quizás Nostradamus, médico, astrólogo y


adivino francés, uno de los profetas modernos más
conocidos. Sus Prophétie, escritas en 1555, son una obra
en verso, en un estilo oscuro y artificioso, y con
contenidos enigmáticos que intentan adivinar el futuro
de Francia y del mundo hasta el año 3797, cuando se
producirá el Apocalipsis. Según explica el propio profeta
en la primera centuria, su técnica adivinatoria se basaba
en sentarse delante de un trípode frente al cual había un
recipiente de cristal con agua, hasta que llegase, en forma
de llama luminosa, la inspiración profética.

Pese a su escasa inteligibilidad, su obra alcanzó


una popularidad instantánea que llegó hasta la corte, lo
que explica que Catalina de Medicis invitara enseguida al
erudito a París y allí lo cubriera de honores y
distinciones. Extraordinaria impresión causó el hecho de
que Nostradamus predijera la muerte de Enrique II
como consecuencia de las heridas recibidas en un torneo,
lo cual lo convirtió en uno de los hombres más
apreciados y solicitados de la nobleza. En 1558 publicó
una nueva edición de su obra, con tres centurias
añadidas, que no hicieron sino acrecentar su fama. Sus
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Prophéties tienen tanta popularidad, que aún hoy se
siguen reeditando y estudiando.
Sin embargo, el más enigmático de todos los
profetas es San Malaquías, quien escribió una lista de
111 lemas, cada uno de ellos dedicado a un papa desde el
año 1143 hasta el fin del mundo. La lista comienza con
Celestino II y termina con el que suceda a Juan Pablo II.
En el remate del listado, el santo irlandés escribió: “En
la última persecución que sufrirá la Santa Iglesia
Romana ocupará la silla Pedro el Romano. Apacentará
las ovejas en medio de numerosas tribulaciones, pasadas
las cuales la ciudad de las siete colinas será destruida, y
un Juez temible juzgará a su pueblo.”
Lo que hace interesante las predicciones de este
santo irlandés, es que nos encontramos en vísperas del
supuesto cumplimiento de su más famosa predicción: la
inminencia del fin del mundo tras la muerte del último
papa. Todo indica que después de Juan Pablo II solo resta
un jerarca católico y después vendrá un pontífice a quien
el profeta llama ‘Pedro el Romano'. Ante las recaídas
del Karol Wojtyla -quien sufre el mal de Parkinson desde
hace catorce años- y sus continuas hospitalizaciones,
muchos se preguntan si ha llegado la hora de la verdad.

¿Se cumplirá la Profecía de San Malaquías?


¿Quién de los 120 cardenales electores sucederá al papa
polaco? ¿Quién será el misterioso pontífice que tendrá el
lema “De gloria olivae”, el último de la lista de la Profecía
7
de los Papas de San Malaquías? El periodista Martín
Rosas se lanza, precisamente, en la aventura de armar las
piezas de este complejo y fascinante rompecabezas.

Bernardo Vasco

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