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Mi plan, como puede verse sintetizado por el título de esta conferencia, es el definir una
institución poética que hasta ahora ha permanecido inidentificada: el final del poema.
Para hacer esto, tendré que comenzar con una petición que, sin llegar a ser trivial, se me
presenta como obvia: principalmente, que la poesía vive sólo en la tensión y
diferencia (y por lo tanto también en la interferencia virtual) entre el
sonido y el sentido, entre la esfera semiótica y la esfera semántica. Esto
significa que trataré de desarrollar, mediante ciertos aspectos técnicos, la definición de
poesía de Valéry, la cual Jakobson también considera en sus ensayos sobre poética:
“El poema: una prolongada vacilación entre sonido y sentido” (Le poème, hésitation
prolongée entre le sons et le sens). ¿Qué es una vacilación, si se desentiende uno de la
dimensión psicológica?
Todas las instituciones poéticas participan en esta no-coincidencia, este cisma de sonido y
sentido – rima no menos que cesura. Pues ¿qué es la rima si no una
disyunción entre un evento semiótico (la repetición de un sonido) y un
evento semántico, una disyunción que lleva a la mente a esperar una
analogía significativa donde sólo puede encontrarse la homofonía?
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El verso es el ser que se detiene en este cisma; es el ser hecho de murs et paliz, como
Brunero Latini escribió, o un être de suspens , en la frase de Mallarmé. Y el poema
es un organismo aterrizado en la percepción de los límites y terminaciones que definen –
sin nunca coincidir completamente con, y casi en intermitente disputa con – las unidades
sonoras (o gráficas) y unidades semánticas.
Dante está completamente consciente de esto cuando, en el momento de definir
la canzone a través de sus elementos constitutivos en De vulgari eloquentia (II, IX, 2-
3), opone cantío como unidad de sentido (senntentia) a stantiae como unidades
puramente métricas:
Y aquí debe saberse que esta palabra [stanza] fue acuñada con el único propósito de
discutir la técnica poética, para que el objeto en el cual el arte entero de la canzone fuese
engarzado debe ser llamado una stanza, esto es, un almacén capaz o un receptáculo para
el arte en su conjunto. Pues así como la canzone es el conjunto de su sujeto-materia, así
también la stanza engloba su técnica entera, y las ultimas stanzas del poema no deben
nunca aspirar a añadir algún nuevo dispositivo técnico, sino sólo deben recubrirse del
mismo atuendo de las primeras. (énfasis mío)
(Et circa hoc sciendum est quod vocabulum [stantia] per solius artis respectum inventum
est, videlicet ut in qua tota cantionis ars esset contenta, illud diceretur stantia, hoc est
mansio capax sive recetpaculum totois artis. nam quemadmodum cantio est gremium
totius sentiae, sic stantia totam artem ingremiat; nec licet aliquid artis sequentibus
adrogare, sed solam artem antecedentis induere.)
Una de las primeras consecuencias de esta posición ante el poema, en una disyunción
esencial entre sonido y sentido (marcada por la posibilidad del encabalgamiento), es la
decisiva importancia del final del poema. Las sílabas del verso y los acentos
pueden ser contados; sus sinalefas y cesuras pueden ser notadas; sus anomalías y
regularidades pueden ser catalogadas. Pero el verso es, en todos los casos, una
unidad que encuentra su principium individuationis sólo en el final, que
se define a sí mismo sólo en el punto en que termina. He sugerido, en otra
parte, que la palabra versure, del término latino que indica el punto en el cual el arado
gira alrededor al final del surco, es propia a este trazo esencial del verso, el cual – tal vez a
causa de su obviedad – ha permanecido sin nombre entre los modernos. Los tratados
medievales, en contraste, constantemente atraen la atención sobre este. El cuarto libro
de Laborintus registra al finalis terminatio como uno de los elementos esenciales del
verso, junto con memrorum distincto y sillabarum numeratio. Y el autor del Ars de
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Munich no confunde el final del poema (lo que él llama pausatio) con la rima, sino que
lo define como una fuente o condición de posibilidad: “el final es la fuente de la
consonancia” (est autem pausatio fons consonatiae).
Sólo desde esta perspectiva es posible entender el singular prestigio, en la poesía
Provençal y Stilnovista, de esta sumamente especial institución poética: la
rima no relacionada, llamada rim´estrampa por Las leys
d´amors y clavis por Dante. Si la rima marcó un antagonismo entre sonido y sentido
mediante la virtud de la no-correspondencia entre homofonía y significado, aquí la
rima, ausente del punto en que se esperaba, momentáneamente permite
que las dos series interfieran la una con la otra en lo que parece una
coincidencia. Digo “lo que parece”, puesto que es cierto que el conjunto de la técnica
entera aquí aparenta romper su cierre métrico al marcar el conjunto del sentido, la rima
no-relacionada se refiere, sin embargo, a una identidad rítmica en la estrofa sucesiva y,
por lo tanto, no hace más que traer la estructura rítmica al nivel meta-estrófico. Este es el
porqué Arnaut se involucra casi naturalmente en la rima de palabras,
haciendo posible el estupendo mecanismo de la sestina . Puesto que la
rima de palabras es sobre todo un punto de indecisión entre un elemento
a-semántico esencial (homofonía) y un elemento semántico esencial (la
palabra). La sestina es la forma poética que eleva la rima no relacionada al estatus de
canon supremo de composición y busca, por decirlo de alguna manera, incorporar el
elemento del sonido en el conjunto del sentido mismo.
Pero es momento ya de confrontar el asunto que he anunciado y definir la práctica que
los trabajos modernos de poética y métrica no han considerado: el final del poema
en la medida en que es la última estructura formal perceptible en un texto
poético. Han existido investigaciones en torno al íncipit de la poesía (aunque aún sean
insuficientes). Pero estudios sobre el final del poema, en contraste, son casi inexistentes.
¿Significa esto que el último verso traspasa hacia la prosa? Por ahora dejemos esta
pregunta sin responder. Me gustaría, sin embargo, por lo menos llamar la atención a la
absolutamente novel significación que las Aurengas de Raimbaut “No sai que s´es”
adquieren desde esta perspectiva. Aquí el final de cada estrofa, y especialmente el final de
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silentium cadunt). ¿Qué es este caer en el silencio del poema? ¿Cuál es la belleza que
cae? ¿Y qué es lo que queda del poema tras sus ruinas?
Si la poesía vive en la insatisfecha tensión entre las series semióticas y semánticas, ¿qué
ocurre en el momento del final, cuando esta oposición de las dos series ya no es más
posible? ¿Es este, finalmente, un punto de coincidencia donde el poema, como una
“vuelta entera de significado”, se junta a sí mismo con su elemento métrico para pasar
definitivamente hacia la prosa? El místico matrimonio entre el sonido y el sentido podría,
entonces, tener lugar.
O, por el contrario, ¿están sonido y sentido ahora y para siempre separados sin ningún
contacto posible, cada uno eternamente en su propio lado, como los dos sexos en el
poema de Vigny? En este caso, el poema dejaría tras de sí solo un espacio vacío en el
cual, de acuerdo a la frase de Mallarmé, verdaderamente rien n´aura lieu que le lieu.
Todo se complica por el hecho de que en el poema no hay, hablando
estrictamente, dos series o líneas en vuelo paralelo. Más bien, no hay
salvo una línea que es simultáneamente recorrida por la corriente
semántica y por la corriente semiótica. Y entre el flujo de estas dos corrientes
yace el agudo intervalo obstinadamente mantenido por la mechane poética. (Sonido y
sentido no son dos substancias sino dos intensidades, dos tonoi de la misma
substancia lingüística). Y el poema es como el katechon en la Segunda Epístola de Pablo
a los Tesalonios (2:7-8): algo que vuelve lento y retrasa el advenimiento del Mesías, esto
es, de aquel que, satisfaciendo el tiempo de la poesía y uniendo sus dos eones, podría
destruir la máquina poética arrojándola hacia el silencio. ¿Pero cuál podría ser el objetivo
de esta conspiración teológica sobre el lenguaje? ¿Porqué tanta ostentación para
mantener, a cualquier costo, una diferencia que tenga éxito en garantizar el espacio del
poema solo bajo la condición de privarlo de la posibilidad de un acuerdo final entre el
sonido y el sentido?
Permitámonos ahora releer lo que Dante dice acerca de la manera más
hermosa para finalizar un poema, el lugar en que los últimos versos caen, rimados,
en silencio. Sabemos que para él es asunto de una regla. Pensemos, por ejemplo, en la
tornada de “Cosi nel mio parlar voglio esser aspro.” Aquí el primer verso termina con
una rima absolutamente no relacionada, la cual coincide (y ciertamente no de
manera azarosa) con la palabra que nombra la suprema intención poética: donna,
“dama”.” Esta rima no relacionada, que parece anticipar un punto de coincidencia entre
sonido y sentido, es seguida por cuatro versos, ligados en pares de acuerdo a la rima que
la tradición métrica italiana llama baciata (“besada”):
Es como si el verso al final del poema, el cual estaba conminado a estar irreparablemente
arruinado en el sentido, se liga a sí mismo cercanamente a su par de rima y, atado de esta
manera, escoge sumergirse con él en el silencio.
Esto significaría que el poema cae de nuevo marcando la oposición entre lo semiótico y
lo semántico, justo como el sonido parece para siempre consignado al sentido y el
sentido regresado por siempre al sonido. La doble intensidad animando al lenguaje no
muere en la comprensión final; en cambio colapsa en el silencio, por decirlo de alguna
manera, en una caída interminable. El poema así revela el objetivo de su altiva estrategia:
dejar que el lenguaje finalmente se comunique a sí mismo, sin que quede inexpresado en
lo que es dicho.
(Wittgenstein alguna vez escribió que “la filosofía debería realmente sólo ser poetizada”
[Philosophie dürfte man eigentlich nur dichten]. Desde el momento en que este actúa
como si sonido y sentido coincidieran en su discurso, la prosa filosófica corre el
riesgo de caer en lo banal; corre el riesgo, en otras palabras, de carecer
de pensamiento. En cuanto a la poesía, se podría decir, por el contrario,
que está en amenazada por un exceso de tensión y pensamiento. O, más
bien, parafraseando a Wittgenstein, que la poesía debería realmente sólo ser filosofada.)