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Capítulo Primero

Losderechosdelos
consumidoresenelámbito
europeoyenelderecho
interno
Los derechos de los consumidores en el ámbito europeo y en el derecho interno

1. LA TUTELA DEL CONSUMIDOR EN EL ÁMBITO EUROPEO: LA “CAR-


TA EUROPEA” DE LOS CONSUMIDORES DE 1973
Se ha hecho alusión a las “políticas de los consumidores” que la Comunidad Eu-
ropea ha encaminado a partir de la década de los setenta del siglo pasado. Se trata de
políticas complejas, sea por los problemas de legitimación (es decir, de competencia)
de la Comunidad para ocuparse de la materia, sea por los problemas de nivel de inter-
vención, sea por los problemas de objetivos a perseguir. Estas políticas se refieren a la
competencia entre profesionales, la distribución de bienes y servicios que deben pre-
sentar un nivel mínimo de calidad, las modalidades negociales de distribución de pro-
ductos y servicios. Las políticas comunitarias en materia de protección de los consumi-
dores se pueden medir en fases, a lo largo de un recorrido que se inicia con la Resolu-
ción de 1975, verdadero acontecimiento histórico del derecho de los consumidores. La
Resolución es precedida por la “Carta Europea”, que asocia a un número más alto de
países que son miembros de la Comunidad. Este recorrido se extiende por un treinteno
hasta la Carta de los Derechos Fundamentales aprobada en Niza en diciembre del 2000.

1.1. La Carta Europea de protección de los consumidores del Consejo de


Europa
La “Carta Europea” ha sido aprobada por la Asamblea Consultiva del Consejo de
Europa con la resolución n. 543 de 1973. Con este texto, con el cual se hace un listado
de los “derechos” que deberían ser garantizados a los consumidores en cada uno de los
países adherentes, el Consejo de Europa había elaborado un intenso programa de inter-
venciones en el sector. Anticipado por iniciativas de menor relieve (como la resolución
n. 29 de 1971 sobre la educación e instrucción del consumidor en el período escolar; la
resolución n. 8 de 1972 sobre la protección de los consumidores contra la publicidad
engañosa), el texto aprobado en 1973 recogía las instancias fundamentales sobre la
materia.

Los principios inspiradores son expresados por los breves puntos del preámbulo,
donde se precisa que los países miembros, “animados por los mismos sentimientos”,
advierten la exigencia de “favorecer el progreso económico y social” a través de una
más estrecha unión que también encuentra formas concretas en la definición de reglas
uniformes en materia de consumerism.

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Precisada la definición de consumidor –entendida como “toda persona, física o


jurídica a la cual se le ha vendido bienes o proporcionado servicios para el uso priva-
do” (art. A, i)– la Carta individualiza cuatro leyes fundamentales:

I. El derecho a la protección y asistencia a los consumidores se debe manifestar,


según las directivas del Consejo, en un fácil acceso a la justicia y en una racional
administración de esta; además los consumidores deben ser protegidos de todo
daño económico o material provocado por los bienes de consumo.

II. El derecho al resarcimiento del daño soportado por el consumidor por la circula-
ción de productos defectuosos, o por la difusión de mensajes engañosos, erró-
neos, disuasivos. En este aspecto, la Carta precisa que todo ordenamiento interno
deberá prever “reglas generales que proveerán a la seguridad de los bienes y ser-
vicios” (art. A, a, i); se deberán establecer controles sobre los productos introdu-
cidos en el mercado (art. A, a, ii); sobre su composición, elaboración, etiquetaje
(art. A, a, iii). También la Carta prevé una responsabilidad por culpa presunta del
fabricante, por los daños causados por productos defectuosos, peligrosos, daño-
sos. Y aun, se propone proteger los intereses económicos de los consumidores
con controles sobre las condiciones generales de contrato (art. A, b, i y ii). Final-
mente, se invita a todo país miembro a proceder a una revisión periódica de la
legislación en materia de “prácticas comerciales desleales” (art. A, b, vii) y de
todas las prácticas que resultan abusivas, incorrectas, “poco deseables” en la óp-
tica de la protección al consumidor (art. A, b, viii). La legitimación a obrar para
obtener el resarcimiento del daño se extiende a “uno o más organismos” represen-
tativos de los intereses de los consumidores (art. B, iii).

III. El derecho a la información y educación está previsto por la Carta no solo en


orden a la adquisición, por parte del consumidor, de informaciones correctas so-
bre las calidades de los productos, sino también en orden a la verificación de la
identidad de los proveedores (art. C, i) y en orden a todo aspecto del producto,
que debe ser tal de poder ser usado “con toda seguridad y con plena satisfacción”
por el consumidor (art. C, ii).

IV. Más relevantes son las normas contenidas en el título final, dirigidas a asegurar a
los consumidores la representación en numerosos organismos y la posibilidad de
sancionar directivas a nivel de opciones políticas y económicas inherentes a la
disciplina del consumo. “Las organizaciones espontáneas de consumidores –se
precisa– deberán ser incentivadas y reconocidas por el gobierno” (art. E, i). A
estas se confieren funciones consultivas, puesto que tales organizaciones, en el
programa prefigurado por la Carta, “deberán ser consultadas en materia de leyes,
reglamentos, disposiciones administrativas y servicios de información de los con-
sumidores”. Al lado de las organizaciones espontáneas, la Asamblea consultiva
del Consejo de Europa requiere finalmente a cada país establecer una “autoridad
fuerte, independiente y eficaz, que represente a los consumidores y las categorías
comerciales”, a la cual se conferirá la función de emitir dictámenes a los órganos

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Los derechos de los consumidores en el ámbito europeo y en el derecho interno

legislativos y gubernamentales sobre todos los problemas relacionados con la pro-


tección de los consumidores (art. E, ii). Pero este organismo debía ser dotado –en
la intención de los redactores de la Carta– también de poderes de control, a nivel
nacional y local, sobre la aplicación de las leyes y reglamentos destinados a disci-
plinar las operaciones de mercado en la perspectiva de tutela del público.

Finalmente, de la Carta surgen numerosas propuestas en orden a la representación


de los consumidores dentro de los consejos de administración de las sociedades que
administran servicios públicos, a la institución de “comités”, encargados de expresar
“a los consejos de administración las demandas del público”, de efectuar investigacio-
nes y divulgar informaciones concernientes a la exacta composición, virtudes y defec-
tos de los singulares productos que existen en el mercado (art. E, iii).

La Carta de los consumidores concluía con la invitación, dirigida a las asociacio-


nes de fabricantes y comerciantes, para elaborar “códigos” propios y establecer “prác-
ticas comerciales” que, también conformándose a los principios acogidos por la legis-
lación estatal, habrían debido promover la observancia de normas más rigurosas, siem-
pre sometidas a la “aprobación de los organismos nacionales de los consumidores”
(art. E, vi).

La “carta” tiene ahora un significado histórico, pero resulta relevante en la re-


construcción del cuadro normativo del derecho de los consumidores, porque traza las
líneas que serán seguidas después en las intervenciones comunitarias siguientes. Se
debe señalar el hecho que la noción de consumidor es bastante lata, incluyendo tam-
bién las personas jurídicas, vale decir, las asociaciones de personas (asociaciones,
entes non profit, etc.) que están en relación con el profesional en una situación de no-
profesional, destinatario de productos y servicios.

2. LA RESOLUCIÓN DE 1975 Y LOS PROGRAMAS INICIALES DE LA


COMUNIDAD ECONÓMICA EUROPEA
Uno de los primeros efectos de la Carta Europea consiste en solicitar a la Comuni-
dad Europea, de la cual forman ya parte muchos países adherentes al Consejo de Europa,
a tomar posición sobre la materia y a preparar el terreno para una resolución, es decir, un
acto comunitario que tiene mayor fuerza política y vinculante que una simple recomen-
dación. La resolución sobre los derechos de los consumidores, aprobada en 1975, abre el
camino a programas de intervención dirigida, destinados a alcanzar objetivos específicos
y circunscritos. Las finalidades que se persiguen en la actuación de tales programas no
consisten solamente en la defensa de los valores de la salud, y los intereses económicos
de los consumidores, sino también en la armonización de legislaciones de los Estados
miembros, para prevenir contrastes, desarrollos y evoluciones muy diferentes: es tam-
bién interés de las empresas poder dar cuenta de una legislación uniforme, que no impida
el tráfico comercial y responda, por consiguiente, a exigencias de simplicidad y raciona-
lidad. El mercado interno exige que la circulación de bienes y servicios no sea obstacu-
lizada por legislaciones nacionales que o ignoran al consumidor o bien presentan niveles
de protección demasiado diversificados entre estos.

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Derecho del consumidor / Guido Alpa

En actuación del art. 2 del Tratado de Roma, que crea la CEE, las políticas comu-
nitarias del sector se dirigen a los objetivos fundamentales de la Comunidad, esto es al
“mejoramiento constante de las condiciones de vida y ocupación” de los ciudadanos
que forman parte de esta, y a la tarea, asumida por la Comunidad, de “promover un
desarrollo armonioso de las actividades económicas, una expansión continua y equili-
brada, una creciente estabilidad, un mejoramiento cada vez más rápido del nivel de
vida”. Además los artículos 85 y 86 (ahora 81 y 82) del Tratado que crea la Comunidad
Económica Europea de 1957, también referidos a la disciplina de la competencia, se
pueden extender a la protección del consumidor, en la medida en que confieren a la
Comunidad el poder de legislar para fijar “la limitación de la producción, de los resul-
tados o del desarrollo técnico” que operan con daño a los consumidores.

Sobre la base de estas premisas, la CEE ha dado inicio a una intensa legislación de
carácter específico y precisamente con la resolución de 1975 reestructura en un mode-
lo armónico todas las iniciativas referidas a la tutela del consumidor, indicando algu-
nos fundamentales objetivos (“G.O.C.E.” (Gaceta Oficial de la Comunidad Europea),
C 92/1, 1975):

a) eficaz protección contra los riesgos para la salud y seguridad del consumidor;

b) eficaz protección contra los riesgos que pueden dañar los intereses económicos de
los consumidores;

c) predisposición, con medios adecuados, de consulta, asistencia, resarcimiento de


los daños;

d) información y educación del consumidor;

e) consulta y representación de los consumidores en la preparación de las decisio-


nes que los involucran.

Los puntos fundamentales de este programa concuerdan de manera casi perfecta


con el listado de “los derechos de los consumidores” elaborados por el Consejo de
Europa en la Carta de 1973. Y la acción paralela (pero no común) de los dos organis-
mos se desarrolla y se articula según las mismas directrices.

A cada punto corresponde una acción sectorial y detallada de la CEE, que se


inspira, como precisa la resolución de 1975, en algunos principios fundamentales.

a) Salud y seguridad del consumidor.

(i) Los bienes y servicios puestos a disposición del consumidor deben ser tales
que, utilizados en condiciones normales o previsibles, no causen peligro para
su salud y seguridad; en caso que presenten tales peligros deben poder ser
retirados del mercado con procedimientos rápidos y simples. En línea de

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Los derechos de los consumidores en el ámbito europeo y en el derecho interno

principio los riesgos inherentes a un uso previsible de bienes y servicios,


teniendo en cuenta su naturaleza y las personas a las cuales se destinan, de-
ben ser llevadas a conocimiento del consumidor con medios adecuados.

(ii) El consumidor debe estar protegido de las consecuencias de los daños físicos
causados por las mercaderías y por los servicios defectuosos suministrados
por los productores de bienes y por los proveedores de servicios.

(iii) Las sustancias o preparaciones que pueden formar parte o ser agregadas a los
productos alimenticios deben ser definidos y su empleo debe ser disciplina-
do, tratando de elaborar, a través de una regulación comunitaria, listados
positivos, claros y precisos. También los tratamientos a que podrían ser so-
metidos los productos alimenticios deben ser definidos y su empleo discipli-
nado cuando lo requiera la protección del consumidor. Los productos ali-
menticios no deben ser alterados o contaminados por los embalajes y por
otros materiales o sustancias con las que tienen contacto, por el ambiente,
por las condiciones de transporte y almacenamiento o por las personas con
las que tienen contacto, de manera tal de dañar la salud o la seguridad del
consumidor o de venir inservibles al consumo.

(iv) Las máquinas, aparatos y artefactos eléctricos y electrónicos, así como algu-
nas categorías de bienes que pueden, solos o por su uso, dañar la salud y
seguridad del consumidor, deberían formar parte de una regulación particu-
lar y someterse a un procedimiento reconocido o aprobado por los poderes
públicos (como la autorización o declaración de conformidad con normas y
regulaciones armónicas) para asegurar la máxima seguridad de empleo.

(v) Algunos nuevos productos pertenecientes a ciertas categorías, que podrían


dañar la salud y seguridad del consumidor deben estar sometidos a autoriza-
ciones especiales, armonizadas en toda la Comunidad.

b) Protección de los intereses económicos del consumidor.

i) Los adquirientes de bienes o servicios deben estar protegidos de los abusos


de poder del vendedor, particularmente de los contratos-tipo unilaterales, de
la exclusión abusiva de los contratos de derechos esenciales, de las condicio-
nes abusivas de crédito, del pedido de pago de mercaderías no ordenadas y
de los métodos de venta no ortodoxos.

ii) El consumidor debe estar protegido de los daños provocados a sus intereses
económicos por un producto defectuoso o por servicios insuficientes.

iii) La presentación y propaganda de bienes o servicios, incluidos los servicios


financieros, no deben desorientar, ni directa ni indirectamente, a la persona a
la cual se ofrecen o a la que los ha solicitado.

iv) Ninguna forma de publicidad audiovisual debe confundir al adquiriente po-

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Derecho del consumidor / Guido Alpa

tencial del producto o servicio. El responsable de la publicidad, hecha a tra-


vés de cualquier canal, debe estar en grado de demostrar, con medios ade-
cuados, la exactitud de lo afirmado.

v) Todas las informaciones proporcionadas en la etiqueta, en los puntos de ven-


ta o bien en la publicidad deben ser exactas.

vi) El consumidor debe poder beneficiarse de un satisfactorio servicio de asis-


tencia técnica para los bienes de consumo durables y conseguir las piezas de
recambio necesarias para efectuar las reparaciones.

vii) La gama de las mercaderías puestas a disposición del consumidor debería ser
tal de poder ofrecer a este último, en cuanto sea posible, una elección ade-
cuada.

c) Consulta, asistencia y resarcimiento de los daños.

i) El consumidor debe recibir asistencia y asesoría en materia de reclamos y en


caso de daños inherentes a la adquisición o al uso de productos defectuosos
o servicios inadecuados.

ii) Tiene además derecho a un adecuado resarcimiento de tales daños mediante


procedimientos rápidos, eficaces y económicos.

d) Información y educación del consumidor.

El adquiriente de bienes o servicios debería disponer de una adecuada informa-


ción, que le permita:

- conocer las características esenciales, por ejemplo, la naturaleza, calidad,


cantidad y precios de los bienes y servicios ofrecidos;

- operar una elección racional entre productos y servicios concurrentes;

- utilizar con plena seguridad y de manera satisfactoria los mencionados pro-


ductos y servicios;

- pretender el resarcimiento de los daños eventuales derivados del producto o


servicio recibido.

Los medios educativos oportunos deben ser puestos a disposición de los niños,
jóvenes y adultos, de manera de permitirles comportarse como consumidores informa-
dos, en grado de efectuar una elección prudente entre los bienes y servicios y conoce-
dores de sus derechos y responsabilidades. Para lograr tal objetivo, el consumidor
debería en particular disponer de los conocimientos básicos de los principios de la
economía contemporánea.

e) Consultoría y representación de los consumidores.

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Los derechos de los consumidores en el ámbito europeo y en el derecho interno

En la preparación de las decisiones que los involucran, los consumidores deben


ser consultados y escuchados, en particular, a través de las asociaciones interesadas en
la protección e información del consumidor.

3. POLÍTICAS COMUNITARIAS E INTERVENCIONES FRAGMENTADAS


A partir del final de los años setenta y sobre todo en los años ochenta del siglo
pasado la Comunidad da impulso a un intenso programa de intervenciones, que involu-
cra la actuación de las líneas programáticas trazadas en la Resolución de 1975. Sin
embargo, el cuadro general no es reproducido con intervenciones legislativas de gran
alcance, prevaleciendo la técnica de intervención del sector. Paulatinamente son inves-
tidos todos los segmentos en los que se puede articular la relación individual entre
consumidor y profesional, como la publicidad comercial, la conclusión del contrato, el
crédito al consumo, las ventas en las diversas técnicas de conclusión del contrato, las
cláusulas abusivas, los viajes, la multipropiedad. Solo con el Tratado de Amsterdam de
1997 a la técnica de intervención fragmentada se alinean técnicas de coordinación en
fórmulas más amplias.

Se debe subrayar que la intervención está justificada por las finalidades de armo-
nización de las disciplinas nacionales. Armonización –para regresar sobre el tema– es
una expresión más bien equívoca, porque se diferencia de la uniformación o aplica-
ción idéntica de un conjunto de disposiciones a todos los ciudadanos de la Comunidad.
La armonización implica acercamiento, coordinación, pero no sobre posición ni iden-
tidad. Thomas Wilhelmsson(1) ha distinguido diversos niveles de armonización: el ni-
vel jurídico-técnico, el reglamentario, el ideológico; el nivel jurídico-técnico actúa con
el propósito de eliminar los costos de transacción, la elección de la ley aplicable, las
deformaciones más espinosas entre los diversos ordenamientos nacionales; el nivel
reglamentario implica la introducción de reglas que no se pueden derogar con las cua-
les se desea traducir en términos de valores no modificables las instancias que la Co-
munidad considera prioritarias; en cambio, el nivel ideológico es el humus con el cual
se persigue el propósito de crear una identidad común a los ordenamientos nacionales.

De estos temas se hablará más profundamente más adelante, pero es evidente que
todo nivel de armonización concurre en el definir sea una disciplina uniforme de los
derechos de los consumidores, sea la base para un tratamiento idéntico de todos los
consumidores europeos en el ámbito de la Unión Europea, sea una identidad europea
–bajo el perfil del consumo– que se torna en uno de los factores originales de la Unión.

4. EL ACTO ÚNICO, EL TRATADO DE MAASTRICHT Y LOS NUEVOS


PROGRAMAS COMUNITARIOS
El Tratado de Roma no contemplaba normas ad hoc sobre los derechos de los
consumidores y su tutela. Las finalidades del Tratado estando circunscritas a la instau-
ración de un espacio económico libre entre los países adherentes, los intereses que

(1) European Contract Law Harmonization: Aims and Tools, en “Tulane J. lnt’l & Comp. Law”, 1 (1993), p.
35 y siguientes.

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Derecho del consumidor / Guido Alpa

resultaban tutelados eran aquellos exquisitamente propios de las empresas, es decir, de


las contrapartes del público de los consumidores. No obstante, el dictado del Tratado,
la Comunidad ha podido intervenir en la materia para atenuar las diferenciaciones nor-
mativas (y, por consiguiente, económico-políticas) sobre el cual trataban las empresas
pertenecientes a diversos ordenamientos, diversamente orientados en la política de tu-
tela de los consumidores.

El Acto único europeo, con el que se ha integrado y modificado el Tratado de


Roma, entrado en vigencia el 1.7.1987 (1ey n. 909 del 23.12.1986), ha fortalecido el
rol del Comité económico y social, que tiene competencias en materia de protección de
los consumidores, y ha previsto, en el artículo 100 A, que la Comisión en sus propues-
tas en materia de sanidad, seguridad, protección del ambiente y protección de los con-
sumidores se deba basar “sobre un nivel de protección elevado”.

El Tratado de Maastricht que ha transformado la Comunidad económica en la


Unión Europea, firmado el 7.2.1992 (1ey n. 454 del 3.11.1992) y entrado en vigencia
el 1 de noviembre de 1993, ha previsto un título propio, el undécimo, dedicado a la
“protección de los consumidores”. Con estas disposiciones la Unión se ha atribuido
competencias específicas en la materia, en cuanto “contribuye al logro de un nivel
elevado de protección de los consumidores” mediante medidas adoptadas a los efectos
del artículo 100 A, en el cuadro de la realización del mercado interno, y promueve
“acciones específicas de apoyo e integración de la política desarrollada por los Estados
miembros con el propósito de tutelar la salud, los intereses económicos de los consu-
midores y garantizar una información adecuada”. Las medidas comunitarias no impi-
den que los singulares Estados miembros asuman iniciativas de tutela más rigurosas.

La armonización pasa también a través de la jurisprudencia de la Corte de Justi-


cia. Frente a una situación en la que muchos países miembros (entre los cuales se
encuentra el nuestro) no se atrevían a actuar las directivas en los tiempos prescritos, la
Corte de Justicia de la Comunidad, avalada por la orientación de las Cortes constitu-
cionales de los Estados miembros, ha inaugurado aquella orientación interpretativa
según la cual las directivas que son detalladas y que instituyen derechos a los particu-
lares (por consiguiente, también a los consumidores) son inmediatamente operantes,
de manera que las normas internas en contraste con estas no son aplicables por el juez
llamado a resolver controversias a las que serían aplicables los principios introducidos
por las directivas. La aplicabilidad directa funciona solo verticalmente, en las relacio-
nes entre particular y Estado, y no horizontalmente, en las relaciones entre los priva-
dos. Sin embargo, en caso de lesión de derechos subjetivos garantizados por las direc-
tivas, se le reconoce al ciudadano el derecho de acción frente al Estado que no cumple,
con el propósito de obtener el resarcimiento del daño (Corte de justicia n. 33/76 del
16.12.1976).

En cuanto a la política de tutela de los intereses de los consumidores, la Comuni-


dad ha continuado elaborando de manera sistemática programas de duración trienal.

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Los derechos de los consumidores en el ámbito europeo y en el derecho interno

El primero (denominado plan trienal 1990-92), todavía articulado sobre los cinco
derechos fundamentales de los consumidores, estaba dirigido a adoptar disposiciones
en materia de salud y seguridad para actualizar y mejorar la legislación comunitaria
sobre las garantías de los productos; esto con el propósito de orientar a los productores
a fabricar artículos más seguros. En cuanto a los intereses económicos, el programa
tomaba en cuenta las grandes divergencias aún subsistentes en los países miembros, y
desarrollaba su acción sobre todo en el sector de los servicios; para la información y
educación de los consumidores la Comunidad se comprometía a hacer aumentar en los
consumidores el conocimiento de sus derechos e incluir programas informativos en las
escuelas de todo orden y grado; para el resarcimiento de los daños se promovían inter-
venciones dirigidas a facilitar la actividad de las asociaciones.

El segundo plan de acción trienal (1993-1995), dedicado al mercado único al


servicio de los consumidores europeos, individualiza entre los objetivos comunitarios:
el refuerzo de la información al consumidor; el aumento y expansión de la colabora-
ción; el más fácil acceso a la justicia y composición de las controversias; la adaptación
de los servicios financieros a las necesidades de los consumidores; la preparación de
nuevas fases (particularmente concernientes a las condiciones del servicio post-venta y
las garantías).

En este contexto se señalan dos informes: el informe Sutherland (1992) sobre el


funcionamiento del mercado interno, en el que se describe el estado de las relaciones
entre los consumidores y las empresas, y el informe Scrivener (1993) sobre la justicia
de los consumidores y la necesidad de establecer en cada país miembro comisiones
arbitrales y de conciliación para substraer (por lo menos en primer grado) las contro-
versias concernientes a los derechos de los consumidores a la lenta, costosa, elefantiá-
sica y burocrática administración de la justicia togada, y para confiarlas a comisiones o
comités o cámaras de arbitraje que recurran a soluciones transigidas, conciliatorias,
arbitrales de las controversias.

En 1994 la Comisión ha aprobado dos documentos de gran importancia: el libro


verde sobre las garantías de los bienes de consumo y los servicios de asistencia a los
clientes y el libro verde sobre el acceso de los consumidores a la justicia. Se trata de
documentos que ayudan a la ilustración de la situación existente, la denuncia de las
lagunas y retrocesos de los programas de trabajo de la Comisión. De ello se hablará
más difusamente en los capítulos relativos a estas específicas materias.

El plan de acción trienal titulado la “política del consumidor” para el trienio 1993-
1995 concerniente al “mercado único al servicio de los consumidores europeos” [COM
(93)378, 26 de julio de 1993] deriva de las competencias comunitarias en materia de
protección de los consumidores dictadas por los artículos 3 (s) y 129 (a) del Tratado de
Maastricht. Este plan de acción se concentra sobre la consolidación de la legislación
comunitaria y las prioridades selectivas para aumentar el nivel de protección de los
consumidores y hacerlos conocedores de sus derechos. El plan recorre las iniciativas
comunitarias del primer programa preparado en 1975, al segundo de 1981, al tercero

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Derecho del consumidor / Guido Alpa

de 1985, al primer plan de acción de los años 1990-1992. La Comisión no se preocupa


solamente de introducir nuevas disciplinas en forma de directiva para la tutela de los
consumidores, sino también de controlar el estado de recepción de las directivas en los
ordenamientos de los países miembros. Del plan resulta que las directivas concernien-
tes a la política de los consumidores al 1.1.1993 eran 42, y casi todos los ordenamien-
tos están adecuados (esto para el 94 por ciento). Sin embargo, resulta que la recepción
no ha sido completa o satisfactoria, atendiendo a las quejas recibidas por la Comisión
a este respecto.

En cuanto a las nuevas iniciativas, la Comisión ha señalado: el refuerzo de las


intervenciones a favor de la seguridad de los productos y servicios y el refuerzo de la
información del consumidor. A este propósito, se prefigura la redacción de una guía
europea para la tutela del consumidor, el apoyo de los centros de información existen-
tes en los Estados miembros y el impulso a la institución de centros de vinculación
entre los ámbitos regionales y el ámbito comunitario. Cerca a la información, se ha
acentuado la atención sobre el acceso de los consumidores a la justicia. Aún: la Comi-
sión considera conjugados los aspectos de tutela del consumidor y ahorristas; de aquí
la necesidad de asumir iniciativas para la adaptación de los servicios financieros a las
necesidades de los consumidores, concernientes a los medios de pago, el uso de las
tarjetas de crédito para las operaciones más allá de las fronteras, la colaboración con
las instituciones de crédito. Finalmente, se renueva la atención para la disciplina de las
garantías y servicios sucesivos a las ventas de productos y servicios(2).

En su informe sobre el “Plan de acción en materia de política de los consumidores


1999-2001” y el “Cuadro general para las actividades comunitarias a favor de los con-
sumidores 1999-2003” la Comisión en su comunicación del 23.8.2001 [COM (2001)
486 def.] ha subrayado la ayuda y el sostén financiero y logístico asegurado a las aso-
ciaciones, también sobre la base de la decisión n. 283/1999/CE, el objetivo de estable-
cer “euro-ventanillas” para servir mejor a los consumidores, el objetivo de facilitar el
diálogo entre consumidores y haciendas (son concreto resultado de ello la negociación
entre representantes de los consumidores y el sector bancario en materia de crédito
hipotecario, el cual ha tenido en cuenta la recomendación C 2001/477 def. sobre los
mutuos para la casa-habitación, así como el diálogo preparado por la disciplina del
comercio electrónico con el fin de introducir códigos de autodisciplina), el informe
evidencia aún las lagunas en materia de educación de los consumidores y describe en
efecto los resultados obtenidos en el plano de la seguridad de los productos.

Se preocupa además de mejorar la tutela de los intereses económicos de los con-


sumidores con particular cuidado respecto a los servicios financieros, al acceso a las
cuentas bancarias, al uso de la moneda electrónica y a los fenómenos de endeudamien-
to excesivo.

(2) En general v. S.WEATHERILL, E.C. Consumer Law and Policy, Londres-New York, 1997; G. HOWEILS,
Consumer Contract Legislation, Glasgow, 1995; V. KENDALL, E.C. Consumer Law, Londres s.d. (pero
1995); AA.VV., New Legal Dinamics of E.U., Oxford, 1995, así como F. SNYDER, New Directions in E.C.
Law, Londres, 1990.

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Los derechos de los consumidores en el ámbito europeo y en el derecho interno

La Comisión se propone después simplificar el cuadro normativo y mejorar la


integración de las medidas dirigidas a tutelar los intereses económicos de los consumi-
dores con las otras políticas de la Unión. Lo que preocupa es la dificultad de realizar
una integración efectiva; y de hecho el documento concluye indicando como objeto del
próximo plan de acción el objetivo de “asegurar que las futuras propuestas de actividad
en materia de política consumerística y ámbitos correlativos se basen en un sólido
fundamento, deriven de un cuadro estratégico coherente, se beneficien de un proceso
de consulta amplio y transparente, y sean objeto de un riguroso sistema de monitoreo y
valoración de impacto”.

Con la comunicación sobre la estrategia de la política de consumidores 2002-


2006 [COM (2002) 218 def.] la Comisión ha elaborado un articulado programa de
intervenciones inaugurando una “nueva estrategia” que, sin prescindir de la línea se-
guida en el curso de los últimos años, dirigida a remediar la asimetría informativa, se
preocupa de alcanzar un mejor nivel de armonización en aquellos sectores en los que
los consumidores deben ser protegidos independientemente de las informaciones ad-
quiridas (por ejemplo, en materia de tutela de la salud física y seguridad). Son elemen-
tos clave de la nueva estrategia los nuevos contextos en los que operan profesionales y
consumidores, es decir, la unión monetaria obtenida mediante la introducción del euro,
el uso de Internet, el desarrollo del comercio electrónico, el afinamiento de los mode-
los de consumo. Los objetivos políticos indicados en la Comunicación se refieren al
logro de un elevado nivel común de protección de los consumidores, la aplicación
eficaz de la normativa que les concierne, la implicación de sus organizaciones en las
políticas de la Unión. El objetivo a medio término involucra la cooperación de las
autoridades de control, el monitoreo de las cláusulas abusivas, la resolución de las
controversias en vía extrajudicial, el sostén de las asociaciones, que constituye también
el objetivo a más largo término.

Está en estudio un proyecto de uniformación de la disciplina normativa que invo-


lucra la eficiencia y seguridad de los pagos efectuados en el mercado interno.

5. EL ACQUIS COMUNITARIO EN EL DERECHO DEL CONSUMO


Entre tanto se han multiplicado las intervenciones de tipo normativo.

En el lenguaje comunitario la experiencia normativa adquirida se denomina acquis;


este término ahora está tan arraigado en el uso que es conservado en su versión france-
sa. Y bien, el conjunto de la experiencia normativa en materia de consumidores, fuera
de las disposiciones contenidas en los Tratados y las reglas de naturaleza jurispruden-
cial codificadas por las sentencias de la Corte de Justicia, proviene de las directivas.
Las más importantes serán comentadas en el ámbito de las singulares relaciones y su-
puestos de hecho coordinados según un orden sistemático en los capítulos siguientes.
Pero para tener una suerte de panorama de su extensión e incidencia nos podemos
referir a un documento oficial de la Comunidad, la Comunicación de la Comisión al
Consejo y al Parlamento europeo sobre el “derecho contractual europeo” [del
11.7.2001, COM (2001), 398 def.] que da un elenco conspicuo, al cual sin embargo

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Derecho del consumidor / Guido Alpa

debemos agregar las directivas que se refieren a los primeros contactos entre profesio-
nal y consumidor mediante la publicidad comercial, el crédito al consumo y la respon-
sabilidad para la difusión de productos y servicios.

En orden temporal podemos citar: la directiva 84/450/CEE referente a la publici-


dad engañosa, modificada por la directiva 97/55/CE sobre la publicidad comparativa;
la directiva 85/374/CEE referente al acercamiento de las disposiciones legislativas,
reglamentarias y administrativas de los Estados miembros en materia de responsabili-
dad por daño por productos defectuosos modificada por la directiva 199/34/CE; la
directiva 85/577/CEE para la tutela de los consumidores en caso de contratos negocia-
dos fuera de los locales comerciales; la directiva 87/102/CEE referente al acercamien-
to de las disposiciones legislativas, reglamentarias y administrativas de los Estados
miembros en materia de crédito al consumo, modificada por las directivas 90/88/CEE
y 98/7/CE; la directiva 88/378/CEE referente al acercamiento de la legislación de los
Estados miembros concerniente a la seguridad de los juguetes; la directiva 90/314/
CEE referente a los viajes, vacaciones y circuitos “todo incluido”; la directiva 92/59/
CEE referente a la seguridad general de los productos; la directiva 93/13/CEE referen-
te a las cláusulas abusivas en los contratos estipulados con los consumidores; la direc-
tiva 93/22/CEE referente a los servicios de inversión en el sector de los valores mobi-
liarios; la directiva 94/47/CE referente a la tutela del adquiriente para algunos aspectos
de los contratos relativos a la adquisición de un derecho de disfrute a tiempo parcial de
bienes inmuebles; la directiva 95/46/CE referente a la tutela de las personas físicas con
respecto al tratamiento de los datos personales, así como a la libre circulación de tales
datos; la directiva 97/7/CE que se refiere a la protección de los consumidores en mate-
ria de contratos a distancia; la directiva 1999/93/CE referente a un cuadro comunitario
para las firmas electrónicas; la directiva 2000/31/CE referente a algunos aspectos jurí-
dicos de los servicios de la sociedad de información, en particular del comercio elec-
trónico; la directiva 2001/95/CE referente a la seguridad general de los productos.

Están en curso de elaboración algunas directivas relevantes referentes a la venta a


distancia de productos financieros y la responsabilidad del prestador de servicios.

Existen algunas directivas en materia de seguros, que merecerían ser encuadradas


en una disciplina general, para establecer reglas uniformes al contrato de seguro. Ade-
más han sido aprobadas dos directivas sobre el derecho bancario (2000/12/CE y 2000/
28/CE) que ordenan los precedentes del cual se hablará en el capítulo propio.

6. EL GIRO DEL TRATADO DE ÁMSTERDAM


6.1. Premisa
El artículo 153 del Tratado de Amsterdam (1997), que sustituye al art. 129 a, ha
entrado en vigor el 1de mayo de 1999. Esta disposición implica un giro de extraordina-
ria importancia en la organización de los objetivos de la Unión Europea y en la defini-
ción de la “ciudadanía europea”, no solo en sentido jurídico-formal sino también en
sentido social, en la acepción empleada por Th. Marshall. El texto de la disposición,

62
Los derechos de los consumidores en el ámbito europeo y en el derecho interno

fruto de muchas mediaciones, revela enormes potencialidades, aunque los términos


empleados en este pueden parecer un poco vagos e imprecisos.

El primer párrafo precisa la obligación de la Comunidad a “promover los intere-


ses de los consumidores y a asegurar un nivel elevado de protección”. La expresión
promover deja entender que la Comunidad no se contenta con fijar reglas de protec-
ción, sino asume un comportamiento propulsor, para hacer que los intereses de los
consumidores estén efectivamente protegidos, y, por lo tanto, estén reforzados respec-
to a los intereses de los operadores del mercado; aún más completa es la segunda
afirmación, que se refiere a la obligación de asegurar un nivel elevado de protección;
es una elección de campo muy clara, desde el momento que al adoptar las ahora nume-
rosas directivas del sector, que involucran la publicidad y la información, los contratos,
el crédito, la responsabilidad civil, la dirección precedentemente seguida por el legisla-
dor comunitario consistía en pretender el respeto de un nivel mínimo de protección,
confiando a los Estados miembros la opción de elevarlo.

Así delineado el cuadro, la disposición de apertura enuncia también que la Comu-


nidad considera precisamente tarea institucional contribuir a tutelar algunos derechos e
intereses de los consumidores y promover otros derechos de los mismos. También la
expresión contribuye debe ser decodificada, desde el momento que no se trata sola-
mente de identificar y garantizar derechos e intereses, sino asumir iniciativas concretas
para su ejercicio efectivo. La tutela considera el derecho a la salud y seguridad, así
como los intereses económicos. La promoción involucra el derecho a la información,
el derecho a la educación y el derecho a la organización para la salvaguarda de los
propios intereses. Quien conoce la historia interna de la tutela del consumidor en el
ámbito comunitario habrá ya vinculado estas fórmulas a la enunciación de las posicio-
nes subjetivas de los consumidores –una suerte de bill of rights– por primera vez ex-
presada por la Comunidad en la resolución de 1975. Pero la diferencia entre los dos
textos es profunda: en 1975 se había empleado el instrumento de la resolución, en el
ámbito de un primer programa de iniciativas asumidas para la protección de intere-
ses nuevos (por entonces); a casi una distancia de veinte años, con el Tratado de
Maastricht (de 1992), la protección de los consumidores gana un título propio (XI) y
una articulación normativa en la disciplina de base de la Comunidad, concentrada so-
bre la “consecución de un nivel elevado de protección de los consumidores” (art. 129
a); hoy se llega a la individualización de derechos que son objeto de disposiciones no
más de naturaleza programática, sino de naturaleza preceptiva.

6.2. Los derechos y los intereses de los consumidores


Los derechos individualizados por el art. 153 se pueden adscribir a tres diversas
categorías: derechos subjetivos perfectos, reconocidos y garantizados no solo por el
individuo como “consumidor”, sino a todo individuo como “persona” en algunas Cons-
tituciones escritas de los países miembros, como la salud y seguridad (para la Constitu-
ción italiana, v. los arts. 32 y 41, segundo párrafo); intereses económicos; derechos
subjetivos que implican una consideración no solo individual sino también colectiva,
como la información, educación y organización (que comprende tanto la libertad de

63
Derecho del consumidor / Guido Alpa

asociación, como la presencia institucional de grupos). Mientras que para la primera


categoría no surgen problemas interpretativos y para la tercera se puede discutir si se
trata de derechos aplicables solamente en sentido vertical, como objeto de pretensio-
nes a hacer valer frente a la Unión y a los Estados miembros, para la segunda categoría
surgen algunas dudas, que deben ser resueltas teniendo en cuenta las prácticas interpre-
tativas de las normas comunitarias y los propósitos principales del Tratado de Ámster-
dam.

¿Qué cosa se entiende por “intereses económicos”? ¿Por qué se habla de intereses y
no de derechos? ¿Se habría podido hacer un índice también de los derechos de los consu-
midores en el ámbito de las relaciones económicas? Me parece que la solución más lineal
sea también la más simple: los derechos de los consumidores en las relaciones económi-
cas son múltiples, de manera que un índice analítico habría sido excesivo en un contexto
de tenor general como aquel propio del art. 153. Tales derechos se caracterizan por su
contenido, que es exquisitamente económico; estos tienen además una naturaleza rela-
cional, porque se recortan paulatinamente según el tipo de relación establecida (como la
libertad contractual, el derecho a la información precontractual y contractual, etc.). Los
derechos inherentes a las relaciones económicas no tienen igual “fuerza” respecto a aque-
llos inherentes a la salud y seguridad; sin embargo, son derechos fundamentales, en cuan-
to son reconocidos y garantizados por la ley de base de la Unión.

No obstante, creo –sin tema de sobreponer las categorías del intérprete al texto a
interpretar– que una cosa sean los derechos de la persona en cuanto tal y otra los dere-
chos de los consumidores en cuanto tales; salud y seguridad no son derechos exclusi-
vos de los consumidores, y, por consiguiente, no son “negociables”; estos prevalecen
en todo caso en las relaciones económicas, y, por lo tanto, prevalecen sobre los intere-
ses económicos tanto de los consumidores, como de los “profesionales”, es decir, de
las empresas. Al contrario, los intereses económicos de los consumidores, es decir, los
derechos de mero contenido económico, pueden ser objeto de mediación con las exi-
gencias de protección de los intereses económicos de las empresas.

Otro aspecto relevante del art. 153 se refiere al segundo párrafo, con el cual se
dispone que “en la definición y actuación de otras políticas o actividades comunitarias
se toman en consideración las exigencias inherentes a la protección de los consumido-
res”. La expresión “política” es traducida del inglés policy, e indica los valores, los
objetivos, las orientaciones de la Unión. Por lo tanto, no estamos frente a una enuncia-
ción “lírica” de los derechos de los consumidores, sino estamos frente a objetivos tan
relevantes al grado de ser incluidos en el texto de base de la Unión, la cual se encarga
de considerar en todo caso la política de tutela de los consumidores como una de las
propias políticas institucionales. Lo que implica una continua confrontación y media-
ción entre las diversas políticas de la Unión, como la política agraria, de competencia,
de transportes, de crédito, etc. Las exigencias de los consumidores constituyen pues un
punto de referencia obligatorio, en el sentido que no será suficiente tomarlas en consi-
deración, sino será necesario mediar los intereses con aquellos en conflicto, para ase-
gurar un nivel de protección elevado de los intereses de los consumidores.

64
Los derechos de los consumidores en el ámbito europeo y en el derecho interno

La dimensión en la cual considerar estos intereses es doble: individual, por un


lado, y colectiva (o difusa) por el otro. De aquí el renovado e importante rol que podrán
desarrollar las asociaciones.

Así como han sido elaborados en el Tratado, los derechos reconocidos, garantiza-
dos y promovidos. ¿pueden considerarse también derechos que se pueden accionar
directamente en sentido vertical y horizontal? No tendría dudas para el derecho a la
salud y para el derecho a la seguridad; y ni siquiera para los derechos con contenido
económico; para el derecho a la información –entendido en el sentido de derecho a ser
informado (más allá de las relaciones económicas)–, para el derecho a la educación y
organización, me parece más lineal hablar de accionabilidad en sentido vertical. En
este caso, se trata de derechos que los consumidores, individual o colectivamente, pue-
den ejercitar en las confrontaciones mismas de la Unión, en el caso en el que las polí-
ticas comunitarias no respetasen lo dispuesto por el segundo párrafo del art. 153, y
frente a los Estados miembros.

7. LA CONVENCIÓN EUROPEA SOBRE LA LEY APLICABLE EN MATE-


RIA DE OBLIGACIONES CONTRACTUALES
El art. 5 de la Convención sobre la ley aplicable a las obligaciones contractuales,
abierta a la firma en Roma el 19 de junio de 1980 (80/934/CEE), ratificada con ley n.
975 del 18.12.1984 y entrada en vigor el 1.4.1991, prevé normas relacionadas a la
elección de la ley a aplicarse al contrato concluido por los consumidores(3). El primer
párrafo define el objeto del artículo y la amplitud de las disposiciones contenidas en
este:

El presente artículo –cita la norma– se aplica a los contratos que tienen por objeto
el suministro de bienes muebles materiales o de servicios a una persona, el consumidor,
para un uso que puede considerarse extraño a su actividad profesional, y a los contratos
destinados al financiamiento de tal suministro.

El párrafo a comprende una “derogación” del art. 3 de la Convención. Según el


sistema de la Convención la elección de las partes es libre: las partes someten el contra-
to a la normativa individualizada de común acuerdo, la elección puede comprender
todo el contrato o parte de este, pueden modificar en fase sucesiva la elección predeter-
minada, también pueden elegir una ley extranjera, no común a ambas o a una de estas.
Prevé el art. 3 que:

1) el contrato está regulado por la ley elegida por las partes. La elección debe ser
expresa, o resultar de manera razonablemente cierta de las disposiciones del con-

(3) Para los primeros comentarios a la Convención v. AA.VV., La convenzione di Roma sulla legge applicabile
alle obbligazioni contrattuali, Milano, 1983 (a cura del Consejo Nacional del Notariado) y Verso una
disciplina comunitaria della legge applicabile ai contratti, a cura de T. Treves, Padova, 1983; v. también la
reseña de G. P. MIGLIACCIO, en “Corriere giuridico”, 1986, n. 2; T. BALLARINO, Diritto internazionale
privato, 1996, p. 598.

65
Derecho del consumidor / Guido Alpa

trato o circunstancias. Las partes pueden designar la ley aplicable a todo el contra-
to o bien a una parte de este;

2) las partes pueden convenir, en cualquier momento, someter el contrato a una ley
diferente de aquella que lo regulaba con anterioridad, en función de una elección
anterior según el presente artículo, o en función de otras disposiciones de la pre-
sente Convención. Cualquier modificación relativa a la determinación de la ley
aplicable, intervenida posteriormente a la conclusión del contrato, no ataca la
validez formal del contrato a los efectos del art. 9 y no perjudica los derechos de
los terceros;

3) la elección de una ley extranjera por obra de las partes, acompañada o no de la


elección de un tribunal extranjero, cuando, en el momento de la elección todos los
demás datos de hecho se refieran a un único país no puede ocasionar perjuicio a
las normas a las cuales la ley de tal país no permita derogar por contrato, en
adelante denominadas “disposiciones imperativas”.

En el caso que las partes no eligieran, en virtud del art. 3, la ley aplicable, dispone
el art. 4 que el contrato es regulado por la ley del país con el cual presenta la vincula-
ción más estrecha. No obstante, cuando una parte del contrato sea separable del resto y
presente una vinculación más estrecha con otro país, a tal parte del contrato podrá
aplicarse, en vía excepcional, la ley de este último país.

La primera derogación prevista por el art. 5 establece que la elección por obra de
las partes de la ley aplicable no puede tener por resultado privar al consumidor de la
protección que le ha sido garantizada por las disposiciones imperativas de la ley del
país en el que reside habitualmente:

a) si la conclusión del contrato ha sido precedida en tal país por una propuesta espe-
cífica o por una publicidad y si el consumidor ha realizado en el mismo país los
actos necesarios para la conclusión del contrato;

b) si la otra parte o su representante ha recibido la orden del consumidor en el país de


residencia;

c) si el contrato representa una venta de mercaderías y si el consumidor se ha trasla-


dado del país de residencia a un país extranjero y ha estipulado la orden, a condi-
ción que el viaje haya sido organizado por el vendedor para invitar al consumidor
a concluir una venta.

En cambio, la segunda derogación prevé que en ausencia de una elección realiza-


da por efecto del art. 3, tales contratos sean sometidos a la ley del país en el cual el
consumidor tiene su residencia habitual, siempre que concurran las condiciones enun-
ciadas en el segundo párrafo del mismo artículo.

66
Los derechos de los consumidores en el ámbito europeo y en el derecho interno

Los aspectos más relevantes de este conjunto de directivas provienen, obviamen-


te, de la interpretación de la normativa en la perspectiva del derecho internacional
privado. Pero no faltan iniciativas de cualquier interés también en la perspectiva del
Derecho civil y comercial. La Convención será actuada, en cambio, “avec sa termino-
logie, sa systématique, son contenu matériel, avec donc tout le cortège de doutes et de
controverses qui peuvent surgir du contenu d’un texte juridique, autant que de ses
imperfections et de des lacunes”(4).

Los orígenes del art. 5 son más bien claros, aunque los comentadores no hayan
hecho un análisis preciso ni difundido: predominantemente se ha puesto en evidencia
la ratio de la disciplina, que es aquella de ofrecer protección a la parte considerada
“más débil” en la relación de consumo, es decir, el usuario; se ha observado que en la
redacción originaria del art. 5 no estaba contemplado, y fue insertado seguidamente,
en línea con el (y para los efectos del) programa comunitario de tutela del consumidor
(y en línea también con la propuesta de los cultores de la materia)(5).

Sobre todo se ha aclarado la dinámica interna de la norma, con respecto a los


denominados criterios de vinculación. Y, no obstante, las cuestiones, las dudas y las
perplejidades que se agrupan en la mente del intérprete que considera el art. 5 como
objeto de su “laboratorio” son múltiples. Se debe decir ya a partir de ahora que ha de
compartirse el propósito último de la disciplina, si se quiere realizar una valoración
general de los nuevos efectos; pero también que en la perspectiva de la protección del
consumidor italiano esta puede resultar menos garantizadora de cuanto no pueda pare-
cer en un primer análisis.

Los propósitos generales de la norma se pueden individualizar mejor si se consi-


deran en la perspectiva del movimiento de los consumidores que se ha organizado
sobre todo en el cuadro de las iniciativas asumidas por la Unión Europea, como arriba
se ha precisado.

Por cuanto se refiere a los aspectos formales, algunas de las cuestiones abiertas
por la norma involucran:

a) la definición de consumidor;

b) los sectores de tutela;

c) la identificación de la contraparte del consumidor;

d) los efectos de la normativa.

(4) P. PESCATORE, L’effet des directives communautaires. Une tentative de démythification, en Dalloz, 1980,
chron. 172 y ahora T. BALLARINO, Una duplice tutela per il cittadino comunitario, en “Corr. giur.”, 1994,
p. 1407.
(5) Para todos O. LANDO, The ECC Draft Convention on the Law Applicable to Contractual and Non-Con-
tractual Obligations, Rabels Z., 38 (1974), pp. 20, 32 y siguientes.

67
Derecho del consumidor / Guido Alpa

En cuanto a los aspectos sustanciales, las cuestiones principalmente se refieren a


la confrontación entre la disciplina italiana, la de los ordenamientos europeos y la co-
munitaria en los sectores que involucran los intereses de los consumidores; la oportuni-
dad de la elección realizada por la Comisión; las posibles alternativas.

La norma no da la definición de consumidor, eludiendo por lo tanto una preci-


sa tarea del legislador, que es aquella de emplear términos técnicamente precisos e
inequívocos: mientras en la terminología corriente las otras expresiones (por ejemplo,
contratos, obligación, “trabajador”, orden público) pertenecen ahora a un uso aceptado
y suficientemente cierto –aunque hecho menos lineal por las traducciones en las len-
guas y en los sistemas jurídicos, tan diferentes entre sí, de los países adherentes a la
Comunidad– aquella de consumidor es expresión recientísima y no definitivamente
“decodificada”. Se hablará más adelante respecto a los estudios y las intervenciones
más recientes sobre la materia.

La norma parece considerar solo las relaciones de consumo que tienen origen en un
negocio concluido en forma escrita y sobre la base de una tratativa o una contratación
individual mientras en la casi totalidad de los casos las relaciones de consumo se conclu-
yen per facta concludentia, oralmente, de manera “comportamental”, o, ciertamente en
forma escrita, sobre la base de condiciones generales de contrato predispuestas por la
empresa e impuestas al consumidor. Por consiguiente, la elección de la ley o no se cum-
ple del todo, o, si es realizada, es unilateral, y por lo tanto impuesta al consumidor.

Sin observar que no es posible definir al consumidor sin definir a la contraparte:


ahora, de la norma no se entiende si contraparte es simplemente el productor (del bien
o servicio), el proveedor (que podría ser cualquier intermediario), el importador, el
minorista, (vendedor final). Y no siempre la contraparte efectiva coincide con la parte
negocial que ha elaborado el texto contractual.

Es necesario entonces –puesto que el art. 5 no da la definición explícita de consu-


midor– integrarla con la definición de las leyes nacionales. También a no consumar el
esfuerzo de reconocimiento completo de las definiciones normativas nacionales, pue-
de percibirse inmediatamente que –diferentes por tradición– los ordenamientos o no
codifican la definición, o, si la codifican siguen orientaciones diferentes.

También los sectores de tutela no están todos considerados en el art. 5 (y en los


artículos que componen el cuadro de las directivas de la Convención): en otros térmi-
nos, las referencias a las leyes que se refieren al consumidor están incompletas, ya solo
si se consideran los campos de intervención de la acción comunitaria. Y, de hecho, el
art. 5 no se detiene a dictar reglas generales para los “contratos concluidos por los
consumidores”, como su rúbrica desearía prometer, y como debería suceder si se con-
siderasen estos contratos como crisálidas caracterizadas por la presencia de una parte
débil y destinadas a acoger cualquier operación económica que involucra los intereses
de los consumidores. El art. 5 extiende la acción de la norma a las relaciones de sumi-
nistro de bienes y servicios y a los contratos de financiamiento vinculados: sin embar-

68
Los derechos de los consumidores en el ámbito europeo y en el derecho interno

go, excluye el contrato de transporte; el mismo contrato de suministro, cuando los


servicios debidos al consumidor deben ser proporcionados exclusivamente en un país
diferente de aquél en el que este reside habitualmente; mientras se incluye el contrato
que prevé por un precio global prestaciones combinadas de transporte y alojamiento.

Excluye al art. 1, la operatividad de la Convención acerca de los compromisos,


cláusulas compromisorias y convenciones sobre el foro competente; se excluyen los
contratos de seguros; y aun las normas no se aplican a la cuestión de establecer si el
acto realizado por un intermediario valga para obligar frente a los terceros a la persona
por cuenta de la cual este ha actuado, o si el acto realizado por un órgano de una
sociedad, asociación o persona jurídica valga para obligar frente a los terceros a la
sociedad, la asociación o la persona jurídica.

Aún se nos debe preguntar si la ley deba ser elegida con consideración exclusiva
a los verdaderos y propios contratos, o bien pueda ser extendida a los pactos, o a los
acuerdos de variada naturaleza que pueden ser concluidos entre las empresas y consu-
midores, si aún la Convención sea aplicable a aquellas figuras negociales que no pue-
den definirse verdaderos y propios “contratos” (por ejemplo, certificados de garantía)
que tienen como destinatarios a los consumidores.

Retornan aquí las perplejidades que se han manifestado en orden a la formulación


de la norma. Si se asume que el art. 5, al destinar directivas sobre la elección de la ley
aplicable, tiene un ámbito bastante circunscrito, se debería resolver la cuestión en el
sentido de considerar que todas las figuras negociales que no son calificables como
“contratos de consumidores”, como encuentro de los consensos sobre la base de una
contratación individual, no están sometidas a la Convención. Pero esta solución no
parece satisfactoria desde el punto de vista dogmático ni práctico.

“Contrato con los consumidores”, por cuanto hasta aquí se ha observado, es todo
pacto, con base individual o de “masa”, que tenga como destinatario un consumidor,
aun si no involucra al consumidor como contraparte. Así al menos el sentido literal del
artículo lo sugiere. Por lo tanto, están incluidos sea los pactos, no contenidos en un
contrato completo, sea las ofertas, sea las certificaciones, sea las promesas, sea tam-
bién las descripciones de la calidad de los productos y servicios o las indicaciones de
modalidad de uso que, en cuanto tengan relevancia negocial porque son accesibles a
otros contratos o están vinculados con una relación de consumo, pueden involucrar los
intereses de los consumidores. Y allí deberían volver a entrar también los contratos
concluidos entre profesionales, pero referidos a los consumidores (cláusulas de exone-
ración de responsabilidad y garantía).

Con estas observaciones se han discutido solamente algunos perfiles formales de


aplicación de la norma. Para considerar ahora los perfiles sustanciales, de efectividad y
oportunidad, alguna perplejidad puede surgir del hecho que el asunto del cual parece
partir el sistema de la Convención es que la ley de residencia del consumidor sea más
favorable al consumidor que a la empresa. Y bien, este asunto, que puede ser aprecia-

69
Derecho del consumidor / Guido Alpa

ble desde el punto de vista de los ordenamientos en los cuales el consumidor –en sus
diversas posiciones o status– está garantizado y protegido, no lo está, en cambio, para
los ordenamientos que todavía esperan las medidas de protección, o en los cuales las
medidas no son de nivel elevado como sucede para los países más evolucionados.

Del todo infundadas parecen las preocupaciones de quien temía que la aprobación
de la Convención pudiese frenar la evolución del derecho interno(6).

8. LA TUTELA DEL CONSUMIDOR EN LOS PRINCIPIOS GENERALES


DEL DERECHO COMUNITARIO Y EN LA JURISPRUDENCIA DE LA
CORTE DE JUSTICIA DE LA UNIÓN EUROPEA
El conjunto de las reglas de derecho comunitario comprende también los princi-
pios generales, que, según la orientación de la doctrina de las fuentes del derecho, se
consideran normas de “segundo grado”, en cuanto se obtienen en vía inductiva, de lo
particular a lo general, de las disposiciones que se aplican en particulares sectores(7).
Entre los principios generales se encuentran el principio de subsidiariedad, el principio
de proporcionalidad, el principio de tutela de la confianza. Se discutía si se pudiese
incluir el principio general de tutela de la persona sub specie de reconocimiento y
tutela de los derechos fundamentales y el principio general de tutela del consumidor.
Sobre el plano de la efectividad se ha comprobado que los mismos órganos de la Unión
y la Corte de Justicia han mencionado más veces estos principios y los han observado
en su actuar. Por tanto, hoy la cuestión un tiempo controvertida, puede recibir una
solución positiva.

Ya en 1976 la Corte de Justicia ha elevado al rango de principios generales los


derechos fundamentales del hombre (sentencia del 7.7.1976, causa 118/75)(8). Entre
estos derechos la Corte ha incluido aquellos que tienen también naturaleza económica,
que, en los primeros años de su reconocimiento, eran considerados de grado inferior
respecto a los derechos fundamentales referentes a los aspectos básicos de la vida, y,
por tanto, limitados por “intereses superiores generales” (sentencia del 27.9.1979, cau-
sa 230/78)(9). En todo caso, deseando respetar tales derechos, y encontrando en los
textos constitucionales o en los principios constitucionales de todos los países miem-
bros su enunciación, la misma Corte ha considerado recientemente inoportuna la adhe-
sión de la Unión a la Convención europea de los derechos del hombre, en cuanto tal
adhesión habría comportado la inserción de la Comunidad en un sistema internacional,

(6) L. COLLINS, Contractual Obligations, en “Int. e Comp. L. Quart.”, 1976, 25, p. 56; En sentido contrario
v. M. DI FABIO, Introduzione succinta al Progetto, Roma, 1983, p. 12 de la separata.
(7) Sobre el argumento v., en la copiosa literatura, por último R. GUASTINI, Teoria e dogmatica delle fonti,
Milano, 1998; G. ALPA, / principi generali, Milano, 1993; y para el derecho comunitario T. BALLARINO,
Lineamenti di diritto comunitario e dell’Unione europea, Padova, 1997, p. 145 y siguientes; P. MENGOZZI,
// diritto comunitario e dell’Unione europea, Padova, 1997, pp. 11, 281, 288; F. TORIELLO, / principi
generali del diritto comunitario, en “Nuova giur. civ. comm.”, 1993, II, p. 1 y siguientes.
(8) Raccolta, 1975, p. 1185.
(9) Raccolta, 1980, p. 2749.

70
Los derechos de los consumidores en el ámbito europeo y en el derecho interno

pero habría sido en todo caso superflua, a los efectos de garantizar y observar derechos
ya reconocidos a nivel comunitario(10).

Más allá de la discusión sobre la adhesión o no a la Convención, en la jurispruden-


cia de la Corte de Justicia se registra la aplicación de principios que involucran indirec-
ta o directamente la posición jurídica y económica de los consumidores.

En primer lugar, se ha considerado la violación por parte de los Estados miembros


de la obligación de recibir en el ordenamiento interno las directivas comunitarias (refe-
rentes a cada sector de competencia comunitaria y, por lo tanto, también) referentes al
sector de las relaciones de consumo. Por consiguiente, se ha afirmado el principio
general de la responsabilidad del Estado y de las instituciones internas por violación
del derecho comunitario. Tal principio ha sido expresado de modo icástico en el caso
Francovich y de manera detallada en el caso Brasserie du Pêcheur(11).

En segundo lugar, el principio de la tutela del consumidor se ha ido formando en


la aplicación de las disposiciones del Tratado de Roma que involucra la libre circula-
ción de las mercaderías; las restricciones en materia previstas por los ordenamientos de
los Estados miembros no pueden violar los derechos y las formas de defensa de los
consumidores(12); así como no son consideradas conformes al Tratado, porque violan
los derechos de los consumidores, las normas estatales que impongan a los comercian-
tes restricciones en materia de precios(13) o impliquen restricciones en materia de im-
portaciones paralelas(14). Numerosos son los pronunciamientos que involucran la viola-
ción del Tratado por parte de leyes nacionales inherentes a la composición mercantil de
los productos, el etiquetaje, etc. Y se encuentran pronunciamientos que se refieren a la
defensa en un juicio de los derechos de los consumidores, a los cuales se reconoce
precisamente el derecho de demandar ante el juez nacional aun si el demandado reside
en otro Estado de la Comunidad, siempre que este revista el status de profesional(15). La
derogación del principio en base al cual el actor debe demandar ante el juez del lugar
donde el demandado tenga su sede está justificada con el hecho que el consumidor es
considerado “parte económicamente más débil y jurídicamente menos experta”.

Copiosa jurisprudencia se registra en materia de competencia, de publicidad en-


gañosa, de extinción de contrato, entre otros. De esta jurisprudencia se hará mención
en el ámbito de tratamiento de estos específicos argumentos.

Es necesario señalar también un significativo pronunciamiento de la Corte de Jus-


ticia que toma posición sobre la definición de “consumidor”.

(10) Dictamen n. 2/94 del 28.3.1996.


(11) Respectivamente con sentencia del 19.11.1991, causas acumuladas 6/90 y 9/90, y con sentencia del 5.3.1996,
causas acumuladas 46/93 y 48/93, en “Nuova giur. civ. comm.”, 1997, I, p. 490.
(12) Por ejemplo, v. sentencia del 12.7.1979, causa 153/78 entre Comisión y Alemania, en Raccolta, 1979, p. 2555.
(13) Por ejemplo, v. sentencia del 10.1.1985, causa 229/83, Leclerc c. Au blé vert, en Raccolta, 1995, p. 1.
(14) Por ejemplo, v. sentencia del 7.6.1985, causa 154/85, en “Foro it.”, 1986, IV, p. 35.
(15) Por ejemplo, v. sentencia del 19.1.1993, causa 89/91, en Contratti, 1993, p. 249.

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Derecho del consumidor / Guido Alpa

La sentencia (del 17.3.1998 - Causa C. 45-96, que se pronuncia sobre una cues-
tión prejudicial propuesta por el Bundesgerichtshof alemán, correspondiente a la Ba-
yerische Hypotheken y otro contra Dietzinger) se refería a la suscripción de una fianza
suscrita por el hijo, Dietzinger, a favor del padre, comerciante, que había contratado un
mutuo con un banco; se nos preguntaba si el contrato de fianza pudiese considerarse
suscrito por un consumidor y, por lo tanto, fuese sometido a la disciplina de los contra-
tos negociados fuera de los locales comerciales, o bien fuese extraño a esta categoría.
La Corte ha desarrollado un razonamiento que ha tomado como punto de partida la
consideración del hecho que el contrato de fianza es de naturaleza accesoria respecto al
contrato principal, y que en línea general no se pueda excluir de la esfera de aplicación
de la disciplina protectora de los consumidores un contrato a favor de terceros sola-
mente por el motivo que los bienes o servicios adquiridos sean destinados al uso de una
persona extraña a la relación contractual en cuestión. Aun, ya que el contrato principal
había sido concluido no por un consumidor sino por un comerciante (es decir, un pro-
fesional) la Corte ha considerado que el art. 2 de la directiva sobre la conclusión de los
contratos fuera de los locales comerciales (n. 85/577/CEE) deba ser interpretado “en el
sentido que un contrato de fianza estipulado por una persona física, la cual no actúa en
el ámbito de una actividad profesional, queda excluido de la esfera de aplicación de la
directiva cuando la persona garantice el reembolso de una deuda contraída por otra
persona la cual actúa, por cuanto le concierne, en el ámbito de la propia actividad
profesional”.

9. EL LIBRO VERDE SOBRE LA TUTELA DE LOS CONSUMIDORES EN


LA UNIÓN EUROPEA
Con la Comunicación del 2.10.2001 [(COM (2001) 531 def.)] la Comisión de las
Comunidades europeas ha preparado una amplia consulta pública sobre la orientación
futura de la tutela de los consumidores en la Unión. El Libro verde tiene una función
más relevante, porque en primer lugar expone el cuadro general de las intervenciones
realizadas (precisamente el acquis comunitario) en el sector; en segundo lugar se pre-
ocupa de entender –y por esto se dirige a las instituciones, a los operadores, a las
asociaciones representativas y a los centros de elaboración cultural y jurídica– cómo
podría ser el futuro de este sector, si sea necesario confiar solo al mercado la solución
de los problemas de tutela del consumidor, a través de la actividad de competencia de
los profesionales, a través de las negociaciones entre profesionales y sus asociaciones
con las asociaciones de los consumidores, a través de los códigos de autodisciplina, o
bien si sea necesaria una nueva intervención del legislador comunitario con el fin de
coordinar la disciplina existente ahora fragmentaria y en parte sobrepuesta o lagunosa,
y eventualmente sea oportuno hacer preceder las disciplinas especiales de algunas re-
glas de carácter general. La Comisión se pregunta –y pide tener respuesta al respecto–
si sea oportuno dejar fragmentada la disciplina, o bien adoptar una aproximación “mix-
ta”, en la que se prevea además de las reglas especiales algunos principios generales
por otro lado ya existentes y observados en la experiencia de los Estados miembros.
Los ejemplos evocados se refieren a las “prácticas comerciales leales”, las prácticas
engañosas, la información, la auto-reglamentación y la co-reglamentación, la coopera-
ción entre sujetos portadores de intereses en conflicto y por componerse.

72
Los derechos de los consumidores en el ámbito europeo y en el derecho interno

En contraste con esta línea –las políticas comunitarias a menudo entran en con-
flicto con las políticas referentes al mercado interno y la competencia– siempre la
Comisión ha elaborado una Comunicación sobre la promoción de las ventas en el mer-
cado interno [(2.10.2001 (COM (2001) 546 def))].

Con Comunicación del 11.6.2002 (2002) 289 def. se han publicado los resultados
de la consulta preparada con el Libro verde.

La Carta de los Derechos Fundamentales en el art. 38 titulado “protección de los


consumidores” dispone que “en las políticas de la Unión está garantizado un nivel
elevado de protección de los consumidores”. Más allá de las cuestiones relativas a la
naturaleza política o jurídica de la disposición es significativo el hecho que la Carta
reconozca a los consumidores, en el ámbito del Capítulo IV sobre la solidaridad, capa-
cidad para comparecer en un proceso y de elevada protección.

La Corte de Justicia en varias ocasiones (entre las últimas con el pronunciamiento


del 22.11.2001 en los procedimientos acumulados n. C-541/99 y C-542/99) ha consi-
derado que la noción de consumidor, cualquiera sea su definición, no puede más que
referirse a una persona física. Ello no significa que en fase de actuación de las directi-
vas, los Estados miembros estén vinculados, pudiendo en cambio extender la tutela a
las personas jurídicas que operan más allá de la actividad comercial.

10. LA EVOLUCIÓN DEL DERECHO INTERNO


10.1. La actuación de las directivas comunitarias y los modelos de jurispru-
dencia
Las directivas comunitarias han sido actuadas con leyes especiales o mediante las
modificaciones al Código Civil:

- la Directiva 84/450 CEE, referente al acercamiento de las disposiciones legislati-


vas, reglamentarias y administrativas de los Estados miembros en materia de pu-
blicidad engañosa, ha sido actuada con decreto legislativo n. 74 del 25.1.1992;

- la Directiva 85/374/CEE sobre la responsabilidad del fabricante ha sido actuada


con d.p.r. n. 224 del 24.5.1988;

- la Directiva 85/577/CEE para la tutela de los consumidores en caso de contratos


negociados fuera de los locales comerciales, ha sido actuada con decreto legisla-
tivo n. 50 del 15.1.1992;

- la Directiva 87/102/CEE referente al acercamiento de las disposiciones legislati-


vas, reglamentarias y administrativas de los Estados miembros en materia de cré-
dito al consumo modificada por último por la Directiva 98/7/CE, ha sido actuada
con decreto legislativo n. 63 del 25.2.2000;

- la Directiva 89/552/CEE referente a la coordinación de determinadas disposicio-


nes legislativas, reglamentarias y administrativas de los Estados miembros con-
73
Derecho del consumidor / Guido Alpa

cernientes al ejercicio de las actividades televisivas ha sido actuada con ley n. 223
del 6.8.1990;

- la Directiva 90/314/CEE referente a los viajes, vacaciones y circuitos “todo in-


cluido” ha sido actuada con decreto legislativo n. 111 del 17.3.1995;

- la Directiva 92/28/CEE referente a la publicidad de las medicinas para uso huma-


no ha sido actuada con decreto legislativo n. 541 del 30.12.1992;

- la Directiva 93/13/CEE referente a las cláusulas abusivas en los contratos estipu-


lados con los consumidores ha sido actuada con ley n. 52, art. 25 del 6.2.1996;

- la Directiva 94/47/CE referente a la tutela del adquiriente para algunos aspectos


de los contratos relativos a la adquisición de un derecho de disfrute a tiempo
parcial de bienes inmuebles ha sido actuada con decreto legislativo n. 427 del
9.11.1998;

- la Directiva 97/7/CE sobre la tutela de los consumidores por cuanto respecta a los
contratos negociados a distancia ha sido actuada con decreto legislativo n. 185 del
22.5.1999;

- la Directiva 1999/44/CE sobre algunos aspectos de la venta y de las garantías de


los bienes de consumo, ha sido actuada con decreto legislativo n. 24 del 2.2.2002;

En este contexto se puede aislar al menos cinco diversas acepciones de “consumi-


dor”: (i) el titular del interés protegido, cuya violación es deducida en el procedimien-
to; (ii) el titular de un interés protegido en cuanto tutela a la asociación a la cual el
consumidor pertenece; (iii) el titular de un interés que es relevante en cuanto pertenece
a una categoría, y, por lo tanto, es calificado como interés colectivo o como interés
difuso; (iv) el titular de un interés que confluye en un interés más general o público, que
concurre en el determinar la valoración de conformidad o no de un acto o de un com-
portamiento a las prescripciones legislativas; (v) el parámetro para medir los efectos de
un acto o un comportamiento, es decir, el modelo al cual hacer referencia para asumir
las valoraciones relativas a la conformidad de un acto o de un comportamiento a las
prescripciones legislativas.

Es claro que los usos pueden ser ambiguos, en el sentido que el parámetro (consu-
midor) puede valer para verificar si el titular del interés sea homólogo al modelo y, por
consiguiente, sea destinatario de la disposición, el interés del particular puede concu-
rrir a definir el interés público, etc.

(i) El consumidor como portador de intereses individualmente protegidos

Los casos más simples de clasificación involucran el empleo de la primera acep-


ción, porque en tal hipótesis el problema definitorio está vinculado con la legitimación
y con el interés a actuar del actor; en otros términos, el consumidor es considerado en

74
Los derechos de los consumidores en el ámbito europeo y en el derecho interno

cuanto portador directo de un interés reconocido y garantizado por la ley al sujeto que
(calificado como consumidor) hace valer aquel derecho o aquel interés en un juicio
para obtener una ventaja directa. A este tipo de intereses están referidos los pronuncia-
mientos mediante los cuales encuentran aplicación las disposiciones de derecho comu-
nitario y derecho interno destinadas a proteger a los consumidores individuales.

Desde el punto de vista cuantitativo, las disposiciones recogidas son exiguas, tan-
to por el retardo con que el legislador nacional ha advertido la exigencia de proveer en
materia de consumo, como por el retardo con el que el mismo legislador ha dado actua-
ción a la disciplina comunitaria del sector.

Desde el punto de vista cualitativo, las disposiciones indican que el órgano que
decide tiende a dar una interpretación literal y restrictiva de las disposiciones, asegu-
rando tutela solo al consumidor considerado como “persona física”, y no extendiendo
la tutela a diferentes supuestos de hecho, aun cuando afines, a aquellas expresamente
disciplinadas. Los ejemplos más significativos del uso de esta acepción se refieren a la
jurisprudencia en materia de responsabilidad por los daños derivados de la circulación
de productos defectuosos, la jurisprudencia en materia de relaciones contractuales con
las empresas, la jurisprudencia en materia de publicidad comercial.

(ii) El consumidor como miembro de una asociación

En esta categoría de disposiciones se deben situar los pronunciamientos que se


refieren a la legitimación para actuar de las asociaciones.

¿Se pueden considerar contrarias a la Constitución, las disposiciones que limitan


la legitimación para actuar a las asociaciones profesionales, implícitamente excluyén-
dolas para las asociaciones de consumidores? Se ha puesto el caso por el art. 2601 cód.
civ. Ahora la Corte Constitucional ha eludido la cuestión; la sentencia n. 59 del 21.1.1998,
ha establecido, en efecto, que es manifiestamente inadmisible, porque compete al le-
gislador prestar adecuados instrumentos de salvaguarda para el consumidor, la cues-
tión de legitimidad constitucional del art. 2601 del cód. civ., en la parte en la que limita
a las asociaciones profesionales el poder de promover la acción para la represión de la
competencia desleal, en referencia al art. 3 de la Constitución(16).

Ha sido reconocida la personalidad jurídica a una asociación de empresas cuya


finalidad estaba constituida por el control de la calidad de los productos de los empre-
sarios que debían poseer características precisas(17).

Pero la jurisprudencia es restrictiva en la interpretación de las disposiciones que


legitiman a las asociaciones a demandar en un juicio. Por ejemplo, para las materias de
tutela ambiental no son legitimadas las asociaciones que se ocupan de la protección del
consumidor(18).

(16) En “Foro it.”, 1988, I, p. 2158.


(17) Cons. Estado, 3.7.1991, n. 377, en “Cons. Stato”, 1992,1, p. 1212.
(18) Como la CODACONS: v. Cons Estado, 18.7.1995, n. 754, en “Cons. Stato”, 1995, I, p. 1110 y en “Riv. giur.
ed.”, 1995, I, p.1114.

75
Derecho del consumidor / Guido Alpa

En cambio, tal legitimación ha sido reconocida para recurrir al contrario a una


disposición que excluía a los representantes de los consumidores en la composición de
la Comisión central de precios(19); y así también para recurrir contra la disposición de
los Correos que permitía a los privados imprimir sus propios boletines de pagos posta-
les(20) o contra disposiciones inherentes a la circulación sobre las autopistas(21) o la
reglamentación del servicio telefónico(22) o la reglamentación de las tarifas telefóni-
cas(23).

(iii) El consumidor como portador de intereses difusos

No obstante, la categoría de los intereses difusos halla siempre involucrado los


intereses de los consumidores, pocos son los pronunciamientos que reconocen esta
extensión; normalmente, los intereses difusos están vinculados con la tutela del am-
biente. Sin embargo, en materia de publicidad engañosa, la legitimación para actuar de
las asociaciones ha sido reconocida explícitamente, y estas, cuando actúan por la inhi-
bitoria, hacen valer no tanto un interés de los propios asociados sino un interés difuso
de todos los consumidores (art. 7, segundo párrafo, decreto legislativo n. 74 del
25.1.1992). El problema se pone, entonces, en los casos en los que no existan disposi-
ciones específicas al respecto.

En ausencia de una disciplina que tiene carácter general, la jurisprudencia ha de-


limitado así el campo de acción del ordenamiento. Antes de todo, se ha aclarado el área
de la justiciabilidad del interés difuso:

En tema de justiciabilidad de los intereses difusos, un fundamental factor de legi-


timación a la impugnación está representado por el interés (procesal) al recurso, o sea
por la pertinencia al recurrente de una expectativa de ventaja, también solo potencial o
instrumental, vinculada a la caducidad de la disposición impugnada: por tanto, el límite
bajo el cual la jurisdicción administrativa en tema de intereses difusos no se puede
activar está constituido por el interés procesal, en su contenido mínimo de mero interés
a la discusión de la relación controvertida(24).

Se ha considerado que el interés difuso sea económicamente apreciable, y concu-


rra a determinar la noción de “patrimonio público”, de manera que su violación implica
la perpetración de un daño al fisco. Al respecto la Corte de las cuentas ha precisado que
“la noción de patrimonio público no corresponde más a un conjunto de elementos
financieros y patrimoniales en sentido estricto, sino comprende también el conjunto de
utilidades susceptibles de apreciación económica de la cual goza la colectividad, y en

(19) Tar Lazio, 12.6.1992, n. 782, en “Foro it.”, 1993, III, p. 245.
(20) Tar Lazio, 14.2.1992, n. 382, en “Tar”, 1992, I, p. 949.
(21) Tar Lazio, 17.12.1990, n. 1906, ivi, 1991, I, p. 61.
(22) Tar Lazio, 8.11.1990, n. 1966, en “Foro it.”, 1991, III, p. 444.
(23) Cons. Estado, 27.5.1988, n. 725, ivi, 1989, III, p. 348; al contrario, precedentemente, Cons. Estado, 13.2.1981,
n. 40, en “Riv. amm.”, 1981, p. 216.
(24) Cons. Estado, secc. VI, 18.7.1995, n. 754, en “Giust. civ.”, 1996, I, p. 279.

76
Los derechos de los consumidores en el ámbito europeo y en el derecho interno

cuyas confrontaciones el Estado asume obligaciones de tutela y protección; correspon-


dientemente, el daño fiscal acude no solamente en la hipótesis de turbación de los
mencionados elementos, sino también en el caso de injusta lesión de un interés econó-
micamente valorado del Estado”(25).

Todavía se encuentran resistencias a conceder la legitimación a proponer recurso


contra las disposiciones de concesión edilicia (aun cuando la fórmula de la ley sea
amplia y genérica, siendo expresada con el término “cualquiera”), pero se admite el
derecho de intervención en el juicio(26).

En cuanto a la disciplina del acceso a los actos administrativos (ley n. 241 de


1990), se admite el derecho de intervención en el procedimiento(27). Pero la orientación
de los jueces no es uniforme, como se lee en un pronunciamiento del Consejo de Esta-
do(28), según el cual los portadores de intereses difusos no están legitimados a pedir
exhibición y copia de las piezas de procedimiento concursal, ya que el procedimiento
involucra inmediatamente las situaciones subjetivas de aquellos que participan en la
selección y no intereses super-individuales de asociaciones o comités, cuya tutela entra
en sus fines institucionales.

Existen casos en los que al consumidor le es concedido actuar o intervenir solo en


forma asociativa y no a título individual: por lo tanto, el interés individual es protegido
solamente en cuanto interés difuso hecho valer por un grupo exponencial. Ello por
razones de economía procesal y de buena marcha de la actividad administrativa. Así se
expresa el TAR Puglia antes citado: “el art. 9 de la ley n. 241 del 7.8.1990 –al prever la
accionabilidad de los intereses “difusos” en el ámbito del procedimiento administrati-
vo– extiende su tutela a cualquier especie (y no solo a algunas particulares como, por
ejemplo, lo previsto por el art. 13 de la ley n. 349 del 8.7.1986) previa mediación de
estructuras colectivas (asociaciones y comités, nacionales o locales) en el que deben
confluir los portadores de los intereses mismos, para evitar patológicas disfunciones de
participación salvaje”.

(iv) El consumidor como portador de un interés que confluye en el interés público

En esta categoría se pueden agrupar las disposiciones que están destinadas a tute-
lar intereses de naturaleza general, de la cual todavía forman parte los intereses de los
consumidores.

Son ejemplos de este tipo las disposiciones inherentes a la puesta en el comercio


y la distribución de los productos: por ejemplo, en sede comunitaria la Corte de Justi-
cia ha precisado que en el estado actual del Derecho comunitario, la fijación de las
normas relativas a la distribución de los productos farmacéuticos queda confiada a los

(25) 22.1.1982, n. 10, “Foro amm.”, 1983, I, p. 503.


(26) V., por ejemplo, TAR Lazio, 11.6.1980, n. 432, en “Giust. civ.”, 1981, I, p. 909.
(27) TAR Puglia, 19.5.1994, n. 958, en “Foro amm.”, 1994, p. 2209.
(28) 14.7.1994, n. 2244, en “Cons. Stato”, 1995, I, p. 469.

77
Derecho del consumidor / Guido Alpa

Estados miembros, dejando a salvo la observancia de las disposiciones del Tratado,


particularmente aquellas relativas a la libre circulación de las mercaderías. Una legisla-
ción nacional que prevea un monopolio reservado a los farmacéuticos para la distribu-
ción de las medicinas u otros productos puede constituir un obstáculo a las importacio-
nes. Sin embargo, dicho obstáculo puede justificarse, en línea de principio y hasta la
prueba en contrario, para las medicinas a los efectos del art. 65/65/CEE. En cuanto a
los otros productos, a prescindir de la calificación dada en el derecho interno, “compe-
te al juez nacional verificar si la autorización a la puesta en el comercio y el monopolio
para la distribución atribuido a los farmacéuticos sea necesario a los efectos de la salud
pública o del consumidor y si ambos objetivos no puedan conseguirse mediante instru-
mentos menos restrictivos para el comercio internacional”(29).

Del mismo modo, en la experiencia nacional, se han ocupado de la disciplina de la


distribución de los productos los jueces administrativos: por ejemplo, los jueces de
Valle d´Aosta han precisado que el interés público susceptible de justificar la negación
de la licencia de comercio es reconocible, esencialmente, en la defensa del consumi-
dor, y no en la simple exhuberancia de los ejercicios comerciales preexistentes pareci-
dos (y, por lo tanto, en competencia) hasta cuando tales circunstancias no resulten
dañinas para los consumidores, en cuanto determinen desorden en el aparato distribu-
tivo y aumento de los precios: por tanto, es ilegítima la disposición de rechazo cuya
motivación se reduce, evidentemente, a la mera constatación del número elevado de
los ejercicios congéneres existentes así como del trend evolutivo nulo de la pobla-
ción(30). Aun, la temática de la relevancia de los intereses de los consumidores emerge
en la controversia relativa a los acuerdos entre asociaciones de productores y asocia-
ciones de comerciantes en la distribución de los puntos de venta(31).

Entre los intereses publicistas vinculados con la inscripción en un registro, requi-


sito para poder desarrollar una determinada actividad profesional, se han considerado
también los intereses de los consumidores. Es el caso, por ejemplo, de quien desarrolla
actividad de sub-agente en el sector de los seguros, y, por lo tanto, entra en contacto
con el cliente-consumidor-asegurado; precisamente el interés de estos impone también
que el sub-agente deba inscribirse para poder desarrollar su actividad(32).

La gran parte de las decisiones inherentes al carácter genuino de los productos


pertenece a esta categoría, así como aquella que se ocupa de etiquetas y elaboraciones:
sintomático es el pronunciamiento de la Corte Suprema relativo al modo de elaborar un
producto (en el caso, la envoltura de las mozzarellas en las que se hacían algunos
agujeros para permitir la salida del suero) de manera tal que este resulte peligroso para
la salud de los consumidores(33).

(29) Corte de Justicia de la CEE, 21.3.1991, n. 369, en “Riv. it. dir. pubbl. comunit.”, 1992, p. 286.
(30) TAR Valle d´Aosta, 19.2.1993, n. 19, en “Foro amm.”, 1993, p. 1325.
(31) Cas. secc. un., 15.3.1985, n. 2018, en “Foro it”, 1985, I, p. 1663.
(32) Trib. Trento, 17.10.1981, en “Foro pad.”, 1981, I, p. 263.
(33) Cas., 28.11.1992, n. 12722.

78
Los derechos de los consumidores en el ámbito europeo y en el derecho interno

También la disciplina de los precios incide sobre los intereses de los consumido-
res, que son el componente del interés público perseguido por tal disciplina. Pero,
¿cómo calcular si un precio es razonable? ¿Es necesario tener en cuenta el mercado
local o comunitario? La Corte de Justicia(34) ha precisado que “las instituciones comu-
nitarias pueden, en el cuadro del poder discrecional de apreciación del cual disponen
para la actuación de una organización común de mercados, dar temporalmente preemi-
nencia a algunos objetivos puestos por el art. 39 del tratado respecto a otros. El aumen-
to de los precios, censurado por el art. 39 n. 1 letra e del tratado, no constituye viola-
ción del mismo artículo desde el momento que la creación de una organización común
de mercados se traduce inevitablemente en uno de los precios en toda la comunidad y
el objetivo de precios razonables para el consumidor debe ser considerado no en refe-
rencia a cada mercado nacional sino en conjunto en el mercado común”.

Se ha reclamado, si la tutela del interés del consumidor pueda ser perseguida por
un organismo privado al cual someter la decisión de limitar la actividad de naturaleza
privada desarrollada por sujetos en violación de aquel interés. Y se ha establecido que
la compresión por parte del Jurado del derecho de la recurrente a desarrollar actividad
publicitaria no puede ser justificada en base a la finalidad de tutela del consumidor, ya
que –no obstante, el reconocimiento contenido en el decreto legislativo n. 74 de 1992–
el instituto de la autodisciplina es siempre expresión de una autonomía negocial priva-
da(35).

(v) El consumidor como parámetro

La mayor parte de los casos recogidos en los bancos de datos de la jurisprudencia


se refiere a la disciplina de la marca, de la competencia y –como subespecie de este
sector– de la publicidad comercial. Aquí el interés del consumidor no se establece
individualmente, ni es el interés hecho valer en juicio por el actor; el interés es protegi-
do de manera indirecta o refleja, y el consumidor es considerado como el sujeto medio
al cual hacer referencia para valorar los efectos del acto o del comportamiento que se
asume está en contraste con la ley. El consumidor, en otros términos, es considerado
como la medida de un sujeto medio, que reacciona frente a fenómenos económicos,
estéticos, comerciales en sentido lato, y sus reacciones (su pensamiento, su aprecia-
ción, sus capacidades de elección) son utilizadas –en cuanto ordinarias– como paráme-
tro de valoración; el consumidor como estándar absuelve entonces la función que en
otros contextos normativos es confiada al buen padre de familia y al hombre razonable.

Gran parte de las disposiciones inherentes al derecho industrial son interpretadas


a la luz de este parámetro; y es interesante notar que aquellas disposiciones no tienen el
propósito principal de tutelar los intereses que se dirigen de aquel sujeto que cumple la
función de parámetro, si no más bien de componer los conflictos de intereses entre
sujetos que destinan al consumidor su actividad, pero que, sobre el plano económico,

(34) Con la sentencia del 5.10.1994, n. 280, en “Riv. it. dir. pubbl. comunit”, 1995, p. 850.
(35) Pretura Roma, 4.2.1993, “Dir. informatica”, 1993, p. 705 nota de G. Floridia, P. Testa.

79
Derecho del consumidor / Guido Alpa

se encuentran sobre la vertiente contrapuesta a aquel en el cual se encuentra el sujeto


que cumple la función de parámetro. Sin embargo, no se excluye que en el proteger
intereses diversos de aquellos propios del consumidor las mismas disposiciones en vía
mediata terminen por tutelar también estos, ni se excluye que el intérprete, olvidando el
origen y el propósito principal de aquellas disposiciones, termine por creer –y, por
consiguiente, por predicar– que su propósito consiste en proteger los intereses del con-
sumidor.

Como se ha anticipado, la disciplina de la marca es sintomática al respecto.

El parámetro del consumidor es empleado (no por el legislador, sino por los jue-
ces) como medida de los efectos conformes o deformes de la ley. Es el imaginario del
consumidor medio(36) que se recrea delante de los jueces para efectuar las indagaciones
sobre los efectos de los signos distintivos.

La marca, como signo distintivo del producto, no debe “engañar al público” (art.
18, primer párrafo, letra e del r.d. n. 929 del 21.6.1942 sobre las marcas registradas).
Esta expresión es entendida de manera amplia, de forma que “engañar al público”
puede significar producir un efecto de desorientación del consumidor acerca de la ca-
lidad o la proveniencia del producto indicado(37), o inducir a error por equivocación
terminológica al consumidor medio en orden al origen y a la calidad de los productos
indicados(38), o confundir al consumidor dotado de inteligencia y atención media(39), o
incidir sobre las asociaciones psíquicas del consumidor(40).

El parámetro del consumidor es empleado también para calificar la marca como


fuerte o débil. Por ejemplo, el nombre “Juvena”, como abreviación del adjetivo latino
Juvenalis, es marca débil en relación a productos cosméticos, ya que la asociación
entre el término “juvenil” y los ya mencionados productos para mantener o recuperar
un aspecto juvenil, comporta una fuerte adherencia conceptual entre el término “Juve-
na” y los productos que llevan su nombre, excluyendo que el acercamiento entre nom-
bre y producto pueda ser considerado original. No se advierte, en el supuesto de hecho,
que la marca “Juvena” fuese difundida por mucho tiempo y que en consecuencia pudie-
se haber sido recibida y memorizada por un consumidor de cultura media, inteligencia
y atención, en cuanto, por su naturaleza, no estando constituido por una palabra de
fantasía, entra en la categoría de las marcas débiles(41).

Del mismo modo, el uso de palabras extranjeras o de palabras dialectales, aun


cuando se refieren a categorías a las cuales se puede adscribir el producto pueden ser

(36) Así dice el Trib. Brescia, 9.9.1994, en “Riv. dir. ind.”, 1995, II, con nota de Cartella.
(37) Cas., 23.1.1993, n. 784, en “Nuova giur. civ. comm.”, 1994, I, p. 54, con nota de Giudici.
(38) Apelac. Milano, 1.10.1993, en “Riv. dir. ind.”, 1994, II, p. 5, con nota de Sena.
(39) Trib. Sala Consilina, 15.7.1993, ivi, 1993, II, p. 413, con nota de V. Franceschelli.
(40) Piénsese en la marca de anteojos “Vogue” que no reclama por asociación mental a la revista homónima:
Apelac. Milano, 18.7.1995, en “Gius.”, 1995, p. 4119.
(41) Corte apelac. Torino, 16.3.1994, en “Riv. dir. ind.”, 1995, II, p. 140, con nota de Fazzini.

80
Los derechos de los consumidores en el ámbito europeo y en el derecho interno

objeto de marca si en la opinión del consumidor medio estas no son generalizables(42).


Y el uso de la palabra “coop” asociado con una denominación que indica una empresa
no cooperativa no es considerado engañoso, sino solo fruto de adhesión ideológica(43).
Al contrario, también si se trata de productos diferentes, el uso de expresiones para
productos nuevos que por bastante tiempo caracterizaban productos viejos y que a la
reacción del consumidor ocasional puedan comportar cualquier asociación de los pri-
meros con el productor de los segundos, está prohibido(44). Y el diseño que no reclama
la naturaleza del producto, como una serie de frutas impresas sobre un polo, vinculado
con la palabra inglesa fruit, es considerado marca fuerte, por el cual la ignorancia del
inglés por parte del consumidor italiano medio excluye que análoga expresión pueda
ser usada libremente por un competidor(45).

También la disciplina de la competencia desleal se conduce a la figura del consu-


midor como parámetro para valorar la corrección del comportamiento del empresario
competidor. Mientras para la marca es necesario valorar solo su objetiva actitud a la
confusión, para el comportamiento de la competencia desleal es necesaria la intención
de dañar (el dolo) o la negligencia (la culpa) al agente. Pero los efectos del acto ilícito
son valorados en la misma proporción de la marca imitada.

Así, para la imitación servil se tiene en cuenta la idoneidad del producto de imita-
ción para engañar al consumidor sobre su proveniencia(46).

Así también para la difusión de informaciones objeto de mensajes publicitarios


tales de confundir al público; el parámetro aquí es descrito en términos icásticos, en el
sentido del consumidor de destreza media, que comprende también al consumidor más
desprevenido (el caso consideraba un conflicto entre dos colosos industriales, la socie-
dad Colgate Palmolive y la sociedad Procter & Gamble); en su decisión el Tribunal de
Roma(47) ha precisado que los datos científicos obtenidos a través de la técnica del
metaanálisis, que consiste en la agregación y análisis de datos no homogéneos con
exclusiva relevancia estadística, por su grado de inadmisibilidad pueden, si están con-
tenidas en algunas comunicaciones publicitarias, dañar la economía ajena disuadiendo
a los consumidores de adquirir los productos competentes. Ello integra el supuesto de
hecho de la publicidad engañosa a la cual se refiere el art. 2 del decreto legislativo n. 74
del 25 de enero de 1992, y constituye un acto de competencia desleal por mentira y por
denigración. La enfática utilización del término “ciencia” para indicar los resultados
de algunas investigaciones conseguidas con los metaanálisis puede causar el falso con-
vencimiento en el consumidor más desprevenido que se trata de una conclusión
unánimemente aceptada en la comunidad científica.

(42) Trib. Udine, 31.5.1993, ivi, 1995, II, p. 3.


(43) Trib. Arezzo, 22.5.1995, en “Dir. ind.”, 1996, p. 115 con nota de Meruzzi.
(44) Los “fantasciroppi” reclamarían según los jueces a la gaseosa naranja “Fanta”: Apelac. Milano, 11.7.1995.
(45) Trib. Roma, 31.8.1979, en “Riv. dir. ind.”, 1981, II, p. 140.
(46) Apelac. Bologna, 8.1.1994, en “Riv. dir. comm.”, 1995, II, p. 87.
(47) Con la sentencia del 29.9.1993, ivi, 1993, II, p. 382, con nota de A. Gambino.

81
Derecho del consumidor / Guido Alpa

Pero no siempre el consumidor es considerado como persona desprevenida: por


ejemplo, se considera que todos están en grado de distinguir el jamón crudo de aquel
cocido, y, por lo tanto, las respectivas denominaciones(48).

Lo que releva, subraya de modo claro el Pretor de Monza con respecto a otro
conflicto entre grandes empresas, Simmenthal y Star(49), es que en tema de competencia
desleal, a los efectos del art. 2598, n. 1 cód. civ., con el fin de establecer si subsiste
confusión entre productos, no se debe hacer referencia a ese o a aquel particular co-
mún, sino es necesario examinar en su conjunto todos los elementos de sustancia y de
forma para verificar si la impresión general que ofrece su aspecto de conjunto pueda
provocar confusión para el consumidor de capacidad intelectiva media.

El empleo del consumidor como parámetro pero no como destinatario final de la


tutela surge de manera evidente en el caso de dumping interno: aquí el consumidor
estaría muy contento de poder adquirir a precios muy rebajados productos que de otro
modo tendrían un costo muy elevado. El caso de las ventas de fin de temporada es
índice claro de esta actitud psico-económica; sin embargo, precisamente esta distinta
actitud para adquirir a precios rebajados es considerada como reacción a una práctica
que debe ser condenada: sería la exigencia de tutelar el interés del consumidor (además
que el interés de los empresarios competentes) a excluir la licitud del dumping interno.
Para la Corte Suprema “la oferta de bienes o servicios a precios inferiores a aquellos
practicados por las empresas competentes, con consiguiente desviación y acaparamiento
de la clientela, entra en la lícita competición del mercado cuando se mantenga en los
límites de una competencia normal, con la aplicación de rebajas efectivas, siguientes a
una disminución de la ganancia de la empresa, o a una real reducción de los costos,
pero se torna ilícita, integrando una actividad de competencia desleal, en cuanto no
conforme a los principios de la corrección profesional, cuando se concreta en la prác-
tica del denominado dumping interno, mediante el sistemático desenvolvimiento antie-
conómico de la actividad de empresa y el artificioso decaimiento del bajo costo de los
precios, no justificado por las objetivas condiciones de la producción, ya que con ello
por un lado viene a ser engañoso e ilusoriamente desviado el juicio del consumidor, y
por el otro se quebrantan las reglas sobre las cuales los operadores económicos con-
fían, afrontando el mercado en la medida permitida por la productividad del sistema y
por las generales condiciones objetivas de la producción”(50).

El parámetro del consumidor es utilizado, desde hace una década, para la evalua-
ción de los intereses debidos, cuando el consumidor es tomado como modelo de acree-
dor. Este modelo es empleado tanto por los jueces ordinarios, como por los jueces
administrativos. He aquí algún ejemplo.

(48) Con respecto al jamón de Parma, v. Trib. Parma, 14.3.1985, en “Riv. dir. ind.”, 1985, II, p. 332.
(49) En “Riv. dir. comm.”, 1985, p. 345.
(50) Cas. civ., secc. I, 21.4.1983, n. 2743, en “Foro it”, 1983, I, p. 1864, en “Giur. it.”, 1983, I, 1, p. 1378.

82
Los derechos de los consumidores en el ámbito europeo y en el derecho interno

Con sentencia n. 936 del 13.10.1989 el TAR Veneto(51) ha precisado que “el mo-
desto consumidor –y por tal debiéndose normalmente calificar también el trabajador
público que sea un acreedor preventivo– no está obligado a demostrar el daño sufrido
en caso del pago tardío del propio crédito, siendo suficiente la presunción que, para
obtener la misma cantidad de bienes y servicios el acreedor deberá disponer de las
sumas revalorizadas según los índices ISTAT; por tanto, a menos que el crédito preven-
tivo no sea de importe relevante y a condición que no sea demostrado que, para las
particulares condiciones económicas del acreedor, el retardo no haya comportado una
disminución de la satisfacción de sus ordinarias necesidades de vida, también las su-
mas a percibir a título preventivo, como la indemnización ENPAS, son sensibles al
daño por devaluación monetaria”.

Y la Corte Suprema a su vez ha subrayado que “a los fines del reconocimiento, a


favor del acreedor de sumas de dinero, del mayor daño al cual se refiere el art. 1224,
segundo párrafo, cód. civ., en relación al fenómeno inflacionario, el recurso a elemen-
tos presuntivos y hechos de común experiencia, si no puede traducirse en la aplicación
de parámetros fijos, puede implicar la exoneración de la carga de alegación y prueba,
debe considerarse consentido en correlación con las calidades y condiciones de la ca-
tegoría a la cual pertenece dicho acreedor, donde, a la luz de tales datos “personaliza-
dos”, se permita una valoración, según criterios de probabilidad, de las modalidades de
utilización del dinero, y, por consiguiente, de los efectos, en el caso concreto, de su
retardada disponibilidad. Por tanto, al acreedor que deduzca y demuestre su calidad de
consumidor medio, el indicado daño puede ser atribuido con referencia a los índices de
inflación, en cuanto idóneos a evidenciar el más consistente desembolso que le ocurra
por aquellos bienes de consumo no adquiridos al vencimiento de la obligación por
causa del incumplimiento del deudor”(52).

El modelo es codificado por las Salas reunidas(53), según las cuales no se deben los
intereses moratorios (ni intereses de otra naturaleza) a la tasa legal, del día de la mora, “al
acreedor de suma de dinero que, alegando la propia calidad de “modesto consumidor”,
haya obtenido –a los efectos del art. 1224, segundo párrafo, cód. civ.– el resarcimiento
del mayor daño derivado por la devaluación de la moneda en el período de la mora
mediante revaluación del crédito en base a los índices ISTAT de variación de los precios
al consumo, que corresponde, en tal caso, al acreedor tardíamente satisfecho, únicamente
los intereses legales del día del pronunciamiento judicial de definitiva liquidación del
daño hasta el día del efectivo pago a computarse sobre el monto total del crédito”.

Sin embargo, también el consumidor para obtener la liquidación del mayor daño
derivado de la devaluación monetaria, no puede recurrir a la prueba presunta ni al hecho
notorio, sino debe probar el daño en concreto. Así ha decidido la Corte Suprema(54).

(51) En “Foro amm.”, 1990, p. 2817.


(52) Cas., 27.11.1989, n. 5138, en “Giur. it”, 1990, I, 1, p. 762.
(53) Sentencia del 1.12.1989, n. 5294, en “Giust. civ.”, 1990, I, p. 345.
(54) Con sentencia del 16.11.1994, n. 9645.

83
Derecho del consumidor / Guido Alpa

En la tipología de los acreedores, la Corte Suprema distingue hoy: al empresario,


al ahorrista habitual, al modesto consumidor, al acreedor ocasional.

En ello se aclara que el (modesto) consumidor no es un parámetro uniforme, apli-


cable a todos, sino conserva características propias:

“Cuando la parte no alega y demuestra ser un empresario (que utiliza el dinero en


el ciclo productivo para obtener la usual tasa de ganancia) ni un ahorrista habitual (que
suele colocar el dinero en determinadas inversiones) ni un modesto consumidor (que
gasta todo el dinero del cual dispone y padece por lo tanto el alza de los precios cuando
cobra con retraso las sumas debidas), esta puede calificarse residualmente como un
acreedor ocasional, que beneficia una tantum de una suma relevante por la cual debe
excluirse el inmediato destino al consumo, donde un juez, en caso de mora en el pago,
no puede disponer una automática adecuación del importe a la tasa de inflación, pero
puede referirse a presunciones simples y hechos notorios para reconocer el perjuicio
ulterior sufrido por la parte respecto a aquel resarcido por los intereses moratorios”(55).

(vi) El consumidor como titular del interés protegido y como parámetro

La categoría sub (v) presenta un apéndice: en su interior se puede aislar una sub-
categoría, constituida por las disposiciones que, en aplicación de la disciplina del Có-
digo Civil (art. 2598 sobre la competencia desleal) o en aplicación de la disciplina
especial (decreto legislativo n. 74 del 25.1.1992), censuran los mensajes publicitarios;
a estas disposiciones se alinean aquellas emanadas por las autoridades privadas (como
el Jurado de autodisciplina publicitaria).

Sin embargo, existe una diferencia fundamental entre el modelo de consumidor


tomado en consideración en la aplicación de la disciplina de la competencia desleal o
de códigos deontológicos y el modelo de consumidor al cual se refiere la disciplina de
la publicidad engañosa: el primero es un simple parámetro, el segundo se refiere al
titular del interés protegido. Esta distinción es precisada de manera icástica por una
disposición de la autoridad garante de la competencia y del mercado, con la cual se ha
establecido que en la verificación de los perfiles de engaño del mensaje publicitario, no
relevan los eventuales comportamientos abusivos o lesivos de la competencia, en cuanto
el mensaje publicitario es valorado desde un punto de vista objetivo, sobre la base de la
percepción y de la interpretación que daría el consumidor, el cual es ignorante e in-
consciente respecto a tales comportamientos(56).

La figura del consumidor es variadamente recortada en las disposiciones de la


autoridad garante, pero esta problemática constituye un capítulo autónomo del análisis
sobre la tutela del consumidor al cual nos referiremos posteriormente.

(55) Cas., 2.8.1995, n. 8470, en “Giur. it.”, 1996, I, 1, p. 470.


(56) 20.7.1995, n. 3166, en “Riv. dir. ind.”, 1996, II, p. 245.

84
Los derechos de los consumidores en el ámbito europeo y en el derecho interno

11. LA DEFINICIÓN DE CONSUMIDOR Y DE LOS DERECHOS DE LOS


CONSUMIDORES Y DE SUS ASOCIACIONES EN LA DISCIPLINA GE-
NERAL
11.1. La organización de la tutela del consumidor
Preparada por una intensa elaboración doctrinal, y por la jurisprudencia que se ha
comentado anteriormente, la ley general sobre los derechos de los consumidores apro-
bada el 2 de julio de 1998 (ley n. 281 del 30.7.1998), actualiza el ordenamiento y lo
coloca al nivel de los países comunitarios más avanzados(57); esta constituye precisa-
mente el esperado bill of rights de los consumidores en el ordenamiento italiano.

El recorrido de esta disposición ha sido accidentado, tanto por las fuertes oposi-
ciones a esta manifestadas por las categorías económicas, como por las divisiones in-
ternas que han contrapuesto las asociaciones más extendidas, o más fuertes, a las orga-
nizaciones ocasionales o más recientes, sea por el lazo constituido por la inclusión o no
entre las asociaciones de los consumidores de las cooperativas de consumo. La aproba-
ción del texto ha sufrido pues disminuciones, revisiones, reflexiones que no han favo-
recido ni a su formulación definitiva, ni a la determinación de los confines de la inter-
vención. Con esta experiencia –a complicarle el recorrido– ha interferido también aquella
de la redacción de un texto único sobre la tutela del consumidor, del cual la ley general
habría podido constituir la disposición de apertura. En buena cuenta, el texto que ha
resultado es ciertamente apreciable. Consta de ocho artículos, de los cuales el primero
precisa las finalidades y el objeto de la disciplina y el segundo las definiciones norma-
tivas; el art. 3 prevé disposiciones que se refieren a la legitimación para actuar de las
asociaciones, el art. 5 las reglas sobre el elenco de las asociaciones representativas a
nivel nacional, el art. 6 las facilidades y las contribuciones a las actividades de las
asociaciones; el art. 4 prevé la institución del Consejo nacional de los consumidores y
de los usuarios; los arts. 7 y 8 se refieren a la cobertura financiera y las disposiciones
transitorias.

Por lo tanto , la tutela del consumidor está organizada, desde el punto de vista de
la técnica normativa, sobre diversos niveles: el nivel definitorio de la noción de consu-
midor y de asociación de consumidores, el nivel codificatorio de los derechos funda-
mentales de los consumidores, el nivel institucional que observa el rol de las asociacio-
nes en juicio y en la actividad institucional, el nivel representativo de los intereses de
los consumidores obtenido tanto a través del registro y la legitimación para actuar de
las asociaciones, como a través de la representación del segundo grado mediante el
Consejo, el nivel financiero, mediante la previsión de facilidades y financiamientos a
las organizaciones de los consumidores.

(57) La temática es profundizada en el volumen sobre / diritti dei consumatori e degli utenti. Un commento alle
leggi 30.7.1998, n. 281 e 24.11.2000, n. 340 e al decreto legislativo 23.4.2001 n. 224 a cura de G. Alpa y
V. Levi, Milano, 2001.

85
Derecho del consumidor / Guido Alpa

11.2. Las definiciones


La definición de “consumidores y usuarios” (art. 2, primer párrafo, letr. a) es el
resultado de las definiciones que en las directivas comunitarias y en sus reglas de ac-
tuación se ha dado al consumidor: es tal quien adquiere un bien o un servicio para
propósitos no referidos a la actividad empresarial o profesional desarrollada(58). Aquí
surge inmediatamente una concepción para ciertos aspectos restrictiva y, para otros,
extensiva de la noción.

Restrictiva, porque el consumidor es considerado como tal –a los fines persegui-


dos por la ley general– solamente en cuanto persona física, mientras entre las propues-
tas de iniciativa parlamentaria y entre las propuestas formuladas en sede doctrinal se
auspiciaba una definición más amplia que comprendiese también las organizaciones de
personas físicas no dirigidas a la persecución de fines de lucro, como las municipalida-
des, los colegios, etc.. No se pone de hecho problema alguno sobre la calificación del
consumidor, también del proveedor que realice una adquisición o utilice un servicio
más allá de la propia actividad profesional. En otros términos, la definición está funda-
da sobre el propósito de la adquisición o del uso, en lugar de su status permanente(59).

Extensiva, en cuanto la expresión “consumidor” no concierne solo a la persona


física que “consume” un bien, sino también al usuario de un servicio, público o priva-
do. Ahora, es claro que en casi todos los países de la Comunidad, y también en el
lenguaje normativo comunitario, la definición de consumidor comprende no solo a
quien consume bienes sino también a quien utiliza servicios; desde el punto de vista del
derecho italiano, sin embargo, la definición es innovadora, en cuanto normalmente el
empleo de la expresión “consumidor” no incluía aquella de “usuarios de servicios”.
Además: ya que la expresión “servicio” no es definida legislativamente con fórmulas
de tenor general, a diferencia de cuanto sucede para la definición de “bien”, contenida
en el Código Civil en el art. 810, a juicio del cual “son bienes las cosas que pueden ser

(58) En la amplia literatura v. G. ALPA y G. CHINÈ, Consumatore (protezione del) nel diritto civile, en Digesto
IV, vol. XV, Torino, 1997, p. 541 y siguientes.
(59) La jurisprudencia francesa está orientada predominantemente a incluir al proveedor en la categoría de los
consumidores cuando se trata de una adquisición realizada más allá de su actividad profesional, por que en
tal caso se encuentra en la misma condición del consumidor; pero existen oscilaciones (sobre el punto, v.
por último J.-P. Pizzio, Code de la consommation, París, 1995, pp. 50-57). La jurisprudencia inglesa no
parece tener dudas sobre la extensión de la categoría (v. por ejemplo la sentencia de la Court of Appeal
hecha a propósito de R. & B Customs Brokers co. Ltd. v. United Dominions Trust Ltd., 1988, 1 anexo ER
847), aunque la doctrina no está de acuerdo sobre esta solución (v. por ejemplo D. Oughton y J. Lowry,
Consumer Law, Londres, 1997, p. 2 y siguientes). Sobre la base de este planteamiento, que tiene en cuenta
la posición económica más débil del proveedor que adquiere un bien o un servicio para un propósito dife-
rente de aquel inherente a su actividad, la jurisprudencia de algún país, y particularmente la francesa, ha
considerado que el propósito debe ser entendido en sentido restrictivo. En otros términos, también el pro-
veedor que adquiere un soporte informático para su oficina, y, por lo tanto, para el desenvolvimiento de la
propia actividad profesional y, debe ser considerado como consumidor, si su actividad no consiste en elabo-
rar programas o en vender calculadoras. El propósito, que excluye la inclusión en la categoría y, por lo tanto,
excluye de la protección, está circunscrito a la coincidencia entre actividad ejercitada y adquisición del bien
o del servicio. En este sentido, también las personas jurídicas y los entes de hecho son equiparados a los
consumidores-personas físicas (v. la jurisprudencia citada por Pizzio, Code cit., pp. 57-58).

86
Los derechos de los consumidores en el ámbito europeo y en el derecho interno

objeto de derechos”, la definición de consumidor y usuario parece extremadamente


elástica, en cuanto corresponderá al intérprete verificar si el objeto de la relación de
consumo pueda calificarse como “servicio” a los efectos de la ley examinada. Ayuda-
rán, tanto las definiciones contenidas en las leyes especiales, como sobre todo la no-
ción de “servicio” expresada sobre la base de la disciplina comunitaria.

Desde este punto de vista, ya que en la acepción de “servicio” de la disciplina


comunitaria se incluyen también los servicios bancarios y los servicios de inversión en
valores mobiliarios, así como los servicios de seguros, se puede fundadamente consi-
derar que la nueva disciplina se aplique a los consumidores-ahorristas, a los clientes de
las compañías de seguro, a los clientes de los bancos, entre otros, sin limitaciones,
salvo aquella que se utiliza para circunscribir la figura del consumidor, centrada en el
propósito de la adquisición o del uso, que no debe estar referida a la actividad empre-
sarial y profesional del adquiriente y del usuario.

Más circunscrita es la definición de “asociación de consumidores y usuarios”. El


propósito estatutario de las asociaciones, calificadas como formaciones sociales (ex-
presión empleada en la Constitución en el art. 2) debe estar dirigido a la tutela de los
derechos y de los intereses de los consumidores y de los usuarios. Tal propósito debe
ser exclusivo. La restricción, que es considerada necesaria para distinguir las asocia-
ciones de los consumidores de otras organizaciones sociales que, directa o indirecta-
mente, y junto con otros objetivos, tienen también el objetivo de tutelar a los consumi-
dores (como podría ser, y para ciertos aspectos lo son, los partidos políticos, los sindi-
catos de trabajadores, las organizaciones económicas, etc.), es tal de excluir de la legi-
timación y de los beneficios financieros y de otra naturaleza todas las asociaciones que
tengan más de un propósito (por ejemplo, de tutela del ambiente y de los consumido-
res) o persigan finalidades más amplias (por ejemplo, la tutela de los derechos funda-
mentales de la persona), o persigan finalidades también lucrativas (como las socieda-
des cooperativas de consumo). Para estas últimas, en verdad, existieron muchas dudas,
en cuanto, por un lado, las sociedades cooperativas de consumo, por su augusta histo-
ria y por el rol desarrollado en la evolución social y económica de nuestra experiencia,
han sido las primeras organizaciones que han promovido la tutela de los intereses de
los consumidores; por el otro, teniendo estas –cuanto menos en vía formal– un propó-
sito no lucrativo sino mutual, podían representar adecuadamente los intereses de los
consumidores también en este contexto. Sin embargo, las organizaciones cooperativas
pueden ser invitadas a participar en la actividad del Consejo nacional de los consumi-
dores y de los usuarios.

11.3. El cuadro fundamental de las nuevas reglas


Las nuevas reglas deben ser interpretadas y aplicadas a la luz del cuadro general
que es ilustrado en el art. 1, primer párrafo, y en conformidad a los principios conteni-
dos en los tratados instituidores de la Comunidad Europea y de la Unión Europea, y a
la normativa europea derivada. También en este caso, como ha sucedido para la disci-
plina de la competencia y del mercado y en otras ocasiones, el reclamo al derecho
comunitario y a sus principios tiene una doble valencia: interpretativa, porque las re-

87
Derecho del consumidor / Guido Alpa

glas puestas se deben entender sobre la base de la disciplina comunitaria (lo que no
significa solo que la normativa interna no debe contrastar con aquella comunitaria, sino
que más bien a esta se debe adecuar); teleológica, porque es precisamente a la luz de la
finalidad de la normativa comunitaria que se deben perseguir las finalidades de la ley
interna examinada.

El elenco de los derechos de los consumidores –una suerte de tabla constitucional


o de bill of rights– corresponde al elenco de los derechos previsto por la Resolución
CEE de 1975, con alguna formulación innovadora (art. 1, segundo párrafo).

Además de la salud y de la seguridad, se considera la calidad de los productos y


servicios; la mención de la “calidad”, sin, por otro lado, indicar el grado, puede parecer
equívoca; se puede considerar que tal mención tenga el propósito de legitimar, a nivel
general, la introducción de reglas que fijen un estándar de adecuación o de suficiencia.

El derecho a la información es especificado con una adjetivación significativa, por-


que la información debe ser adecuada, es decir, no solo suficiente para permitir al consu-
midor realizar sus elecciones, sino también completa, comprensible, y no desorientado-
ra; la publicidad –integrante de la dimensión de la “información” del consumidor, en vez
de la comercialización del producto o del servicio– debe ser correcta. Tal expresión es
más amplia que la otra, a menudo empleada, de “no engañosa” porque su control no
podrá, por lo tanto, circunscribirse solamente al potencial disuasivo del mensaje y a su
veracidad, sino se extenderá a la conformidad de las indicaciones ofrecidas a la realidad
del producto o del servicio y a las modalidades de difusión del mensaje.

Los intereses económicos, a los cuales se refiere la Resolución comunitaria de


1975, están articulados no solo en la adecuada y correcta información, sino también en
el control de las relaciones contractuales, que deben adecuarse a la corrección, trans-
parencia y equidad. Ahora, para la expresión “corrección” no existen adiciones inno-
vadoras, porque esta expresa un principio general que involucra toda la materia de las
obligaciones (art. 1175 cód. civ.) y las numerosas disposiciones que mencionan la cláu-
sula general de buena fe. La “transparencia” es noción-criterio-estándar utilizado ya
por el legislador estatal a propósito de las cláusulas vejatorias en los contratos de los
consumidores y en la disciplina de los contratos bancarios y en los contratos de los
servicios de inversión; pero considerando la articulada disciplina de las relaciones ne-
gociales entre consumidores y profesionales, paulatinamente se podrá verificar si el
contrato (al cual son incluidos, o se acompañan los documentos, las notas, los proyec-
tos, etc.) es “claro”, “inteligible” y si el consumidor ha sido adecuadamente informado
antes del establecimiento y durante la ejecución de la relación. Más compleja es la
definición de equidad, que puede implicar paridad de tratamiento, congruencia del
precio o consideración de la situación concreta y específica del consumidor.

El derecho a la “educación” implica, al contrario, un empeño por parte de las


instituciones a informar al consumidor y a formar su capacidad de elección, de juicio y
de conocimiento de los propios derechos.

88
Los derechos de los consumidores en el ámbito europeo y en el derecho interno

Los derechos a los que se refieren las letras a-e del segundo párrafo del art. 1 están
integrados por derechos por así decir sociales, al desarrollo del asociacionismo y a la
erogación de servicios públicos según un estándar de calidad y de eficiencia.

Pero los derechos inherentes a la tutela individual no agotan la tabla de los derechos
de los consumidores, que comprende también los derechos colectivos, concernientes a
los consumidores en cuanto asociados. De aquí, precisamente, la legitimación para ac-
tuar de las asociaciones, que enriquecen las posiciones subjetivas codificadas: la disposi-
ción de la Resolución CEE sobre el derecho a hacer valer en juicio los propios intereses
es aquí tendida en el sentido de la tutela colectiva, que se agrega a aquella individual (art. 3).

El derecho a ser representado y escuchado se concreta no solamente en la activi-


dad de las asociaciones, en su legitimación para actuar en juicio, sino también en la
institución del Consejo nacional (art. 4).

11.4. La naturaleza de los derechos enumerados


Así como están formulados, estos “derechos” deben ser interpretados a la luz de
la disciplina comunitaria. Estos, en parte, ya están reconocidos y garantizados por la
ley estatal y, algunos de estos, por la misma Constitución, como el derecho a la salud
(art. 32), el derecho a la seguridad (art. 41, segundo párrafo), el derecho de acción (art.
24), garantizados a cada uno en cuanto persona. Como es sabido, la categoría jurídica
de los consumidores en cuanto tal no ha encontrado explícito reconocimiento en el
texto originario de la Constitución y ni siquiera en el texto de la propuesta y después
desaparecida reforma constitucional. En todo caso, algunas situaciones se ponen como
verdaderos y propios derechos subjetivos que hoy podremos calificar como tradiciona-
les. Otras son innovadoras, como aquellas que se refieren a la información o a la posi-
ción de los consumidores en la relación contractual. Otras hacen referencia a pretensio-
nes calificables en términos de derechos “sociales”, como el derecho a la educación o
a la promoción del asociacionismo. Otras configuran derechos a ejercitarse en forma
colectiva, y corresponden o a los intereses colectivos o a los intereses difusos.

En este punto, se puede preguntar qué significado tenga la fórmula que precede el
elenco de los derechos, según la cual “a los consumidores y a los usuarios están reco-
nocidos como fundamentales”. En otros términos, la calificación de “derechos funda-
mentales” puede ser entendida:

(i) en sentido propio, es decir, como posiciones subjetivas inviolables, que no se


pueden suprimir, inmodificables(60);

(ii) en sentido metafórico, no significativo, y, es decir, como posiciones subjetivas


que, también en su heterogeneidad formal, constituyen el status jurídico del con-
sumidor y por lo tanto deben considerarse particularmente relevantes.

(60) Sobre la naturaleza y rol de los derechos fundamentales v. P. HAEBERLE, Le libertà fondamentali nello
Stato costituzionale, trad. it., Roma, 1993; R. ALEXY, Theorie der Grudrechte, München, 1986.

89
Derecho del consumidor / Guido Alpa

Por otra parte, se trata de derechos perfectos, o de derechos-pretensiones, o de


derechos sociales, o de intereses colectivos o difusos, que no pueden ponerse sobre el
mismo plano de los derechos fundamentales propios de la tradición, como los derechos
del hombre o los derechos constitucionalmente garantizados. Ni una ley ordinaria como
esta podría integrar el elenco de los derechos fundamentales reconocidos en la Consti-
tución. La expresión parece entonces entenderse, de manera menos refinada, como
“derechos esenciales”, derechos que no pueden ser violados sin una adecuada sanción.
Su reconocimiento explícito y realizado implica que tales disposiciones no puedan ser
consideradas meramente programáticas. Y, aun, que estos derechos “fundamentales”
constituyan el núcleo de los derechos de los consumidores, a los cuales podrán agre-
garse otros derechos, otras pretensiones. Por lo tanto, un elenco no restringido a un
número cerrado, pero tal de constituir los derechos fundamentales que no pueden ser
lesionados en el ejercicio de actividades económicas.

11.5. Los derechos de las asociaciones de consumidores y usuarios


Dado que el consumidor no está en grado, a menudo, de conocer los propios
derechos, ni de defenderlos, un rol importante de las asociaciones es aquel de ejercer
actividad judicial, que se alinea en la actividad de información, de educación, de asis-
tencia de los consumidores (también no asociados), de promoción de sus intereses, de
negociación con las empresas de calidad, precio, modalidad de comercialización de
bienes y servicios, o de resolución de los conflictos. El art. 3 de la ley debe estar
vinculado con el art. 5, ya que existe conexión entre derechos reconocidos a las asocia-
ciones y representatividad de estas. El derecho de acción consiste: (i) en el ejercicio de
la acción inhibitoria (de actos y comportamientos lesivos de los intereses de los consu-
midores y de los usuarios); (ii) en el ejercicio de acciones cautelares dirigidas a corre-
gir o eliminar los efectos dañinos de las violaciones verificadas; (iii) en el ejercicio de
la acción de resarcimiento del daño en forma específica, limitadamente a la resolución
de publicación de la disposición obtenida.

Se trata de acciones propuestas en vía autónoma, o bien ad adiuvandum, en el


procedimiento promovido por el consumidor o usuario (art. 3, séptimo párrafo). En
todo caso, este reconocimiento de derechos procesales no extingue el elenco de las
actividades procesales que las asociaciones pueden desarrollar, pero se pone como
integrante de las actividades procesales que le son admitidas a las asociaciones. Ante la
autoridad administrativa las asociaciones de consumidores han sido admitidas para
intervenir ad adiuvandum, y, en algún caso, también en vía autónoma. No así ante la
autoridad judicial ordinaria. La jurisprudencia al respecto es aún controvertida, de
manera que el reconocimiento operado por la ley, aunque limitado, lleva claridad para
los tipos de procedimientos contemplados; en todos los otros casos, permanecerá in-
cierta la posición procesal de las asociaciones hasta que no se consoliden las orienta-
ciones de los juicios o no se intervendrá, esta vez de manera orgánica, para disciplinar
el standing y la capacidad procesal de todas las asociaciones, y no solo de algunas
categorías de estas, como ahora sucede precisamente para las asociaciones dirigidas a

90
Los derechos de los consumidores en el ámbito europeo y en el derecho interno

la tutela del ambiente, para aquellas dirigidas a la tutela de los consumidores, entre
otras.

A las mismas asociaciones se reconoce el derecho de promover el procedimiento


conciliador previsto por el art. 2, cuarto párrafo, letra a de la ley de reforma de las
Cámaras de comercio (ley n. 580 del 29.12.1993). Tal procedimiento puede ser promo-
vido, obviamente, también por los interesados individualmente considerados, aquí el
reclamo a la disciplina es útil para evitar cuestiones sobre la legitimación para actuar;
el procedimiento se puede concluir con la conciliación, cuya acta es declarada ejecuti-
va por el pretor (art. 3, párrafos segundo, tercero y cuarto).

La representatividad, que es condición para el ejercicio de los derechos previstos


por el art. 3, se apoya sobre algunos requisitos de base: la Constitución en forma escrita
y un ordenamiento con base democrática, un propósito exclusivo de tutela de los con-
sumidores y de los usuarios sin fines de lucro, un elenco de los inscritos, un número de
inscritos no inferior al 0.5 por mil de la población nacional y la presencia en al menos
cinco regiones o provincias autónomas (y con un número de al menos 0.2 por mil para
cada una de estas), un balance conforme a las prescripciones dictadas para las asocia-
ciones no reconocidas, el desenvolvimiento de actividad continuada, la inmunidad de
condena de los representantes.

12. EL DERECHO DEL CONSUMIDOR ENTRE EL CÓDIGO CIVIL Y LA


DISCIPLINA ESPECIAL
12.1. El cuadro actual
El modelo italiano se presenta articulado sobre más niveles: la normativa es con-
fiada a leyes especiales, de actuación de las directivas; esta es lógicamente precedida
por la ley de base sobre los derechos de los consumidores, pero algunas reglas son
introducidas en el Código Civil, que tiene también alcance general. Además, tanto las
definiciones de consumidor traducidas por las directivas como los contenidos de las
disposiciones especiales a veces se sobreponen. Pero la situación italiana, una vez más,
no hace la excepción.

Los modelos que se pueden individualizar en los diversos países de la Unión son
bastante diferentes entre sí: algunos hacen referencia al consumidor y a sus derechos e
intereses ya en las Constituciones (son ejemplo las constituciones más recientes como la
española y la portuguesa); otros han introducido una ley general y tienen una nutrida
legislación especial, tanto de origen interno como de origen comunitario; otros han pre-
dispuesto, o son intentos para predisponer, textos únicos (como Francia y Bélgica); otros
aún tienen una legislación fragmentada y reglas de naturaleza jurisprudencial (como Gran
Bretaña), sin embargo han introducido numerosos organismos de control de tipo general
(OFT) y de tipo especial (Ombudsman); u otros aun han vuelto a codificar el derecho
civil insertándole la disciplina del consumo, como ha sucedido en Holanda.

También en el derecho comunitario se releva la necesidad de una coordinación


pero de un orden sistemático de la materia.

91
Derecho del consumidor / Guido Alpa

El Libro verde sobre la protección de los consumidores proyecta diversas solucio-


nes, dejando traslucir una preferencia por el modelo mixto, comprensivo de reglas
generales en el fair trading y reglas de sector, confiadas tanto al legislador como a
organismos de autodisciplina o de correglamentación.

Esta problemática interfiere con otros dos proyectos, que emergen de iniciativas
privadas de naturaleza académica y de las experiencias nacionales. La primera se refiere
al proyecto de redacción de un Código Civil europeo. Con la resolución de mayo de
1994(61) el Parlamento europeo ha confirmado la resolución asumida el 26 de mayo de
1989 concerniente a la “armonización de algunos sectores del derecho privado en los
Estados miembros”(62). La motivación de esta iniciativa está ilustrada en los “consideran-
dos” en los cuales se precisa, por un lado, que la Comunidad ya ha procedido a la armo-
nización de algunos sectores del derecho privado, y, por el otro, que una armonización
progresiva es esencial para la realización del mercado interno. El resultado deseado es la
elaboración de un “código común europeo de derecho privado”, de articularse en más
fases de progresivo acercamiento de las disciplinas vigentes en los ordenamientos de los
Estados miembros, que conduzca antes de todo a una armonización parcial en breve
término, y después a una armonización más completa a largo término. En el ámbito de la
resolución se hace referencia a organizaciones que ya se ocupan de la armonización de
reglas como Unidroit, Uncitral y el Consejo de Europa, así como a los trabajos de la
Comisión sobre el derecho contractual europeo, conocida como “Comisión Lando”, del
nombre del profesor danés Ole Lando que la preside hoy junto al profesor inglés Hugh
Beale(63). La resolución ha sido transmitida al Consejo, a la Comisión y a los Gobiernos

(61) En GC C 158 del 28.6.1989, p. 400. En Alemania el precursor de la codificación europea ha sido KONRAD
ZWEIGERT, Il diritto comparato a servizio dell´unificazione giuridica europea, en “Nuova riv. dir. comm.,
dir. dell´economia, dir. sociale”, 1951, I, p. 183 y siguientes; en Italia el precursor ha sido RODOLFO
SACCO, I problemi dell´unificazione del diritto in Europa, ya citado, 1953, II, p. 49 y siguientes (vuelto a
publicar en “I contratti”, 1995, p. 73 y siguientes). Sobre la historia de las iniciativas científicas e institucio-
nales de armonización, uniformación, unificación, codificación v. ahora BONELL, Comparazione giuridi-
ca e unificazione del diritto, en Alpa, Bonell, Corapi, Moccia, Zeno-Zencovich, Diritto privato comparato.
Istituti e problemi, Roma-Bari, 1999, p. 4 y siguientes.
Sobre los problemas de la comunicación jurídica en Europa, sobre el rol de la comparación en la construcción
del Derecho privado europeo sobre las perspectivas de unificación y sobre la formación del jurista europeo v.
Il diritto privato europeo: problemi e prospettive (Actos de la convención internacional de Macerata, 8-
10.6.1989) a cura de L. Moccia, Milano, 1993 y de ahí la presentación de Moccia, p. vii ss., las contribuciones
de Sacco, Il sistema del diritto privato europeo: premesse per un codice europeo, p. 87 y siguientes y de
Grande Stevens, L´avvocato europeo, p. 173 y siguientes. Sobre la reconstrucción del derecho italiano a la luz
del derecho comunitario v. Lipari (cur.), Diritto privato europeo, vol. I y II, Padova, 1997; y sobre los perfiles
privatísticos del derecho comunitario, Tizzano (cur.), Diritto privato comunitario, Torino, 1999.
(62) A3 – 0329/94, en GC C 205 del 25.7.1994, p. 518.
(63) Desde 1982 Ole Lando ha construido paulatinamente la cultura de la “codificación” europea, dedicándose
en particular a la disciplina del contrato: entre las numerosas contribuciones se v. European Contract Law,
en 31 (1983) Am.J.Comp. L., p. 653 y siguientes; Principles of European Contract Law, en “Liber Memo-
riales François Laurent”, Bruselas, 1989, p. 555 y siguientes; Principles of European Contract Law/An
alternative or a Precursor of European Legislation?, en Rables Z, 1992, p. 261 y siguientes; European
Contract Law, en Il diritto privato europeo, cit., p. 117 y siguientes; The Harmonization of European
Contract Law through a Restatement of Principles, Oxford, 1997 (conferencia realizada en el Institute of
European and Comparative Law dirigido por Basil Markesinis).

92
Los derechos de los consumidores en el ámbito europeo y en el derecho interno

de los Estados miembros de la Unión Europea. Por su parte, la Comisión Lando-Beale ha


trabajado fructíferamente, y ha elaborado un texto de reglas sobre el derecho contrac-
tual(64). El trabajo no se ha detenido en este punto porque, a través de la realización de
amplias investigaciones, se está extendiendo a otras fuentes de las obligaciones, por obra
de un comité coordinado por el profesor alemán Christian von Bar(65); en vinculación con
este trabajo se están preparando investigaciones sobre venta, servicios, securities, con-
trato de seguro y derechos de la persona.

Las tareas de los juristas que se ocupan de esta armonización son muy ambiciosas,
y al mismo tiempo muy difíciles.

La expresión “derecho privado” no se precisa mejor en las resoluciones del Parla-


mento europeo, de manera que al intérprete se ponen algunos problemas interpretati-
vos.

(i) No estando disponible una definición de derecho privado en los textos institui-
dores de la Comunidad europea, es necesario entender la expresión teniendo en cuenta
la (o las) acepción(es) que a esta expresión se asignan en la koiné de la cultura jurídica
de los países miembros. En la Europa continental el “derecho privado” se puede consi-
derar una noción suficientemente uniforme, en cuanto en el derecho italiano (no dife-
rentemente, por ejemplo, del derecho francés, del derecho español o portugués, del
derecho alemán o austriaco) “derecho privado” significa derecho concerniente a las
relaciones que se instituyen en bases en abstracto paritarias entre privados o entre Es-
tado, entes públicos y privados. Se hace referencia a reglas de derecho común, o fór-
mulas o técnicas reguladas por códigos civiles y tradicionalmente adscritas a esta ma-
teria. Más difícil es individualizar una noción de derecho privado en la cultura jurídica
del common law, donde la repartición entre derecho privado y derecho público no es
fácil y en todo caso no corresponde a la repartición continental.

(ii) Se debe también señalar que en todos los países mencionados, la distinción
tradicional entre derecho privado y derecho público está en crisis; además en estos
ordenamientos desde hace tiempo se ha afirmado la “constitucionalización” del Dere-

(64) Towards a European Civil Code, a cura de Hartkamp, Hesselink, Hondius, Du Perron, Vranken, Nijmegen,
Dordrecht, Boston, Londres, 1994 (en este volumen se señalan en una perspectiva general la introducción
de Hondius, p. 1 y siguientes; la discusión sobre las diversas técnicas de redacción de las reglas, de Mueller-
Graff, p. 19 y siguientes; la descripción de los contenidos de las reglas recogidas en la primera versión del
código de los contratos, de Hartkamp, p. 37 y siguientes; el fundamento sobre la tradición del ius comune de
Zimmermann, en la p. 65 y de Bollen y de Groot, en la p. 97; siguen ensayos sobre temas específicos del
derecho de los contratos y de las garantías); LANDO y BEALE, Principles of European Contract Law,
Dordrecht, Boston, Londres, 1995, en el cual se comentan las reglas del “code” redactadas por Beale,
Drobnig, Goode, Lando, Tallon.
(65) De von Bar está en curso la traducción italiana de Gemeineuropaeisches Deliktsrecht, de la cual ha apare-
cido ya la traducción inglesa (The Common European Law of Torts, Oxford, 1998); von Bar ha coordinado
también Deliktsrecht in Europa, Colonia, 1993. Sobre los proyectos de armonización, restatement y redac-
ción de un Código Civil modelo, v. // codice civile europeo, a cura de G. Alpa y E.N. Buccico, Milano, 2001
así como La riforma dei codici in Europa, a cura de G. Alpa y E.N. Buccico, Milano, 2002.

93
Derecho del consumidor / Guido Alpa

cho privado, es decir, la aplicación directa o indirecta de reglas contenidas en las res-
pectivas constituciones a las relaciones entre privados; en Francia este proceso es más
lento, pero ya se ha encaminado.

(iii) Más allá de las definiciones, la expresión Derecho privado tiene un contenido
académico (con respecto a las enseñanzas impartidas en las Universidades) y un conte-
nido formal, que incluye dos ramas del derecho, el Derecho civil y el Derecho comer-
cial.

(iv) Desde el punto de vista de las fuentes del Derecho, el Derecho privado se
compone pues de reglas contenidas en las constituciones, reglas contenidas en los có-
digos, reglas contenidas en las leyes especiales. Cada ordenamiento de los Estados
miembros se vale de fuentes diversas entre sí, que comprenden reglamentos, disposi-
ciones de las autoridades administrativas independientes, entre otras.

Si se debiese, por otro lado, intentar simplificar el discurso –y, por lo tanto, las
tareas de los juristas que se aplican a la armonización de las reglas en el ámbito euro-
peo– se debería hacer referencia a las reglas contenidas en los códigos civiles y en los
códigos de comercio. En este punto, se encuentran dos ulteriores problemas.

(i) Los modelos de referencia de los códigos en vigor en los países europeos con-
tinentales, son esencialmente dos: el Código Civil francés, introducido por Napoleón
en 1804, y el Código Civil alemán, aprobado en 1896 y entrado en vigor en 1900. A
estos se agregan los modelos de código de comercio, que se han sucedido en todo el
Ochocientos, y en nuestro siglo han sido incorporados en Italia en el Código Civil de
1942 y en Holanda en el Código Civil la publicación por libros se ha iniciado en 1980.

(ii) En el common law inglés y el common law irlandés no existen códigos, sino
leyes especiales (statutes) además de las reglas del case law.

Sin embargo, en los diversos Estados se encuentran situaciones también más com-
plejas.

Teniendo en cuenta esta configuración, en sede comunitaria la elección ha sido


prudente: no se ha acogido la dicotomía entre reglas del Derecho civil y reglas del
Derecho comercial, sino empleándose la más flexible y genérica dicción de “derecho
privado”, se ha dejado entender que las reglas elaboradas mediante la armonización
podrán involucrar tanto una como otra rama.

También sobre la técnica de redacción no se han puesto vínculos: las reglas armo-
nizadas podrán ser consideradas una suerte de restatement de las reglas aplicadas en
los países miembros, o bien constituir el fruto de la unificación de las reglas hoy vigen-
tes, con las adaptaciones y las simplificaciones requeridas por una verdadera y propia
codificación.

94
Los derechos de los consumidores en el ámbito europeo y en el derecho interno

Se debe agregar que para algunos sectores del Derecho privado ya existen mode-
los unitarios de referencia. Aunque elaborados para fines diversos, los principios de
los contratos del comercio internacional elaborados por Unidroit (sobre base planeta-
ria) constituyen un restatement compuesto por reglas amplias y equilibradas(66); la Co-
misión Lando-Beale ha tenido presente aquel texto para elaborar la propia propuesta
en materia de derecho contractual. Y es necesario comentar que existen en preparación
otras iniciativas, como la individualización de un common core, en materia de contra-
tos, por obra de los investigadores de la Universidad de Trento, la redacción de los
principios comunes en el campo de las obligaciones del área francesa y belga por ini-
ciativa de La Sorbona y de la Universidad de Lauvain-la-Neuve; además se ha pro-
puesto la redacción de un código europeo de las disposiciones sobre los derechos de
los consumidores, y otras.

La historia de las iniciativas intentadas y realizadas para unificación, uniforma-


ción, armonización del derecho es secular y ha recibido expresiones multiformes(67).

En todo caso, las numerosas directivas que la Comunidad ha aprobado en las


materias que conciernen los intereses de los consumidores, en materia de cláusulas
abusivas, de ventas fuera de los locales comerciales, de ventas a distancia, etc., consti-
tuyen ya una suerte de codificación del Derecho privado europeo en los sectores de
referencia(68).

Lo que en esta sede conviene poner en evidencia son, por un lado, los propósitos
de la armonización (o de la unificación) y, por el otro, las dudas que han surgido en la
discusión de esta iniciativa.

(66) Para todos v. BONELL, An International Restatement of Contract Law, New York, 1994; The Unidroit
Principles in Practice:The Experience of the First Two Years, en “Uniform L. Rev. 2” (1997), p. 34 y
siguientes; The Unidroit Principles: What Next?, en “Uniform Law Rev. 3” (1998), p. 275 y siguientes.
Sobre la discusión de los “principios Unidroit” en Italia v. los actos de la convención organizada en Roma,
en Unidroit, por J. Bonell y F. Bonelli en 1995; entre las primeras contribuciones v. los ensayos de Di Majo,
Ferrari y Alpa en “Contratto e impresa/Europa”, 1996, I, p. 287 y siguientes.
Para la construcción de las líneas evolutivas del derecho contractual dirigida a considerar la evolución de
los principios elaborados por Unidroit, la incidencia de las directivas europeas y los principios de la Comi-
sión Lando v. ALPA, Nuove frontiere del diritto contrattuale, Roma, 1998 (en síntesis retomado en el
volumen Diritto privato comparato, cit.); KOETZ y FLESSNER, European Contract Law, I, Oxford 1997
(trad. inglesa de Weir); VRANKEN, Fundamentals of European Civil Law, Londres, 1997; para una com-
paración de los modelos de sentencia Markesinis, LORENZ, DANNEMANN, The Law of Contracts and
Restitution: A Comparative Introduction, Oxford, 1997.
La doctrina italiana ha considerado con mucha atención estas iniciativas: v. por ejemplo, GANDOLFI,
Pour un code européen des contrats, en “Rev. trim. dr. civ.”, 1992, p. 707 y siguientes; RESCIGNO, Per un
“Restatement” europeo in materia di contratti, en // diritto europeo, cit. p. 135 y siguientes; Mengoni,
L’Europa dei codici o un codice per l’Europa?, Roma, 1993 (ponencia realizada en el Centro de Estudios
e Investigaciones de Derecho Comparado y extranjero dirigido por J. Bonell).
(67) Sobre el punto v. BONELL, op. cit., p. 4 y siguientes; MONACO, / risultati dell’ “Unidroit” nella codifi-
cazione del diritto uniforme, en “II diritto privato europeo”, cit., p. 35 y siguientes.
(68) Las directivas y las relativas disciplinas de recepción son recogidas en el Codice del consumo e del rispar-
mio, a cura de G. Alpa, Milano, 1999.

95
Derecho del consumidor / Guido Alpa

Junto al “espacio económico” y al “espacio judicial”(69) se trata ahora de crear un


espacio jurídico unitario. La Comunidad tiene soberanía solo en las materias de su
competencia. Por lo tanto, el Código Civil europeo no puede extenderse a materias
extrañas a la competencia de la Comunidad, como las relaciones de familia, sucesiones
o propiedad. En cambio, están comprendidas tanto las relaciones obligatorias, com-
prensivas de los contratos y del acto ilícito (tort), de la negotiorum gestio, de las “res-
tituciones” y de los remedios. Obviamente, se incluyen las relaciones inherentes al
comercio, las sociedades, contratos de obra, etc.

El art. 100 y sucesivamente el art. 100 A del Tratado CEE atribuyen al Consejo la
competencia para establecer directivas dirigidas al acercamiento de las “disposiciones
legislativas, reglamentarias y administrativas a los Estados miembros que tengan una
incidencia directa sobre la instauración o el funcionamiento del mercado común”. A
estas disposiciones se puede recurrir para legitimar y justificar la iniciativa, y hacerla
compatible con el principio de subsidiariedad.

Por consiguiente, se puede elegir entre el instrumento del reglamento o aquel de la


directiva, o aquel de la recomendación para adoptar el código común europeo(70).

Pero, ¿por qué superar las barreras de los ordenamientos nacionales en estas ma-
terias?

La superación es funcional –precisa la resolución– a la realización del mercado


interno. En otras palabras, el diverso tratamiento de las relaciones jurídicas de derecho
privado en los diferentes países es considerado como un costo, un obstáculo, una com-
plicación, que se oponen o hacen más difícil la realización del mercado interno, es
decir, del libre intercambio de mercaderías, servicios, capitales, trabajo, al interior de
la Unión. Por lo tanto, se pone una estrecha correlación entre actividad económica y
formas jurídicas, y la armonización de las reglas jurídicas pertenecientes al derecho
patrimonial es realizada en función, por así decir, subordinada respecto a las exigen-
cias económicas. En este sentido, la iniciativa de la Comunidad parece como si estuvie-
se dirigida a favorecer al mercado, sin llegar aún a la conclusión que las reglas jurídicas
deban por su naturaleza “mimar” las reglas económicas, según la nota propuesta por
los partidarios del análisis económico del derecho, y en particular de uno de sus repre-
sentantes, bien conocido en Europa, Richard Posner(71).

En su refinado análisis concerniente al derecho europeo de los contratos Juergen


Basedow ha subrayado como reglas, contrastantes en los diversos países de la Unión,

(69) Sobre la cual v. CARBONE (S. M.), Lo spazio giudiziario europeo, Torino, 1997.
(70) DROBNIG, Un droit commun des contrats pour le Marché commun, en “Rev. int. dr. comp.” 1998, p. 26 y
siguientes.
(71) Para un cuadro del conjunto de las posiciones y de las orientaciones de Coase, Posner, Calabresi y de los
otros representantes de esta perspectiva hermenéutica v. la antología Analisi economica del diritto privato,
a cura de Alpa, Chiassoni, Pericu, Pulitini, Rodotà, Romani, Milano, 1998.

96
Los derechos de los consumidores en el ámbito europeo y en el derecho interno

se pongan como una verdadera y propia “restricción del mercado”, mientras reglas
uniformes en materia de Derecho privado se ponen como condición preliminar para la
realización del mercado común. El derecho unitario de los contratos constituye de
hecho un “elemento constitutivo” del mercado único.

La redacción de un código europeo comporta también una simplificación de las


reglas jurídicas aplicables a las relaciones económicas, muy a menudo confusas en los
códigos o en las leyes especiales nacionales. Las reglas uniformes sirven para prevenir
o para simplificar las litis, a asegurar una homogénea aplicación de las reglas a los
conflictos que surgen, a superar la competencia entre ordenamientos nacionales, o la
preponderancia de uno sobre otro, o el seguir en la elección de la ley nacional más
conveniente.

La segunda perspectiva es abierta por la introducción en los códigos civiles exis-


tentes de reglas concernientes a particulares aspectos de la tutela del consumidor. Por
el momento los modelos más significativos son el alemán y el italiano.

El alemán contiene la previsión, entre las reglas de apertura del BGB, del § 13, con
la definición de consumidor y el proyecto de reforma de todo el libro sobre las obligacio-
nes con la inserción de las reglas especiales concernientes a los consumidores.

En el estado actual el modelo italiano prevé solamente algunas reformas (la disci-
plina de las cláusulas abusivas en los contratos concluidos con los consumidores y la
disciplina de las garantías en las ventas a los consumidores) y una densa legislación
especial de derivación comunitaria, y una ley cuadro sobre los derechos de los consu-
midores.

12.2. El consumidor en el Código Civil y en la legislación especial


Antes de todo, es necesario despejar el campo de los prejuicios ideológicos que
habían madurado a inicio de los años Setenta del siglo pasado tanto en pro como en
contra de la defensa de los consumidores, optando los primeros por un consumidor
asimilado al trabajador dependiente con “conciencia de clase” y con ventajas de reivin-
dicación, los segundos por un mercado libre de límites e imposiciones, del todo indife-
rente a las exigencias de los consumidores.

Hoy no se puede más sostener ni la primera ni la segunda posición, porque los


consumidores (considerados como una categoría unitaria) tienen mayor información,
un mayor discernimiento y un mayor conocimiento de los propios derechos; y los pro-
veedores a través de las fortalecidas técnicas de marketing, también han aceptado la
idea de deberse presentar al (y después confrontar con el) público de consumidores de
manera correcta.

Si se trata de valores que conciernen a la persona, la libertad de iniciativa econó-


mica, salud y seguridad, se trata de valores ya contenidos en el texto constitucional,

97
Derecho del consumidor / Guido Alpa

que penetran todo el ordenamiento y, por consiguiente, (como dicen los alemanes)
irradian el Código Civil y las leyes especiales.

Si se trata de modernizar los viejos códigos, que tenían la pretensión de discipli-


nar todo el derecho patrimonial y contener (como es el caso del Código Civil italiano)
los principios después desarrollados en algunas leyes especiales, ciertamente el consu-
midor –como figura general y como operador del mercado– no puede estar ausente; su
ausencia enfatizaría la presencia del propietario (art. 832), del empresario (art. 2082),
del dador de trabajo (art. 2094), del libre profesional (art. 2229), dejando a estos suje-
tos privados del destinatario de los bienes y servicios que se ponen sobre el mercado.

Por otra parte si a los códigos civiles es necesario reservar aún hoy el significado
que tenían hace tiempo, de reflejar la vida económica y social, precisamente la fase, o
dimensión del consumo, colmaría una verdadera y propia laguna.

Pero la individualización de la figura de consumidor, de por sí, sería del todo


ficticia, tendría naturaleza puramente estética, si a la norma definitoria no se acompa-
ñasen después reglas particulares en las cuales el consumidor sea tomado en considera-
ción como merecedor de particulares atenciones.

La inserción del consumidor en el Código Civil no puede –entre nosotros– ser


entendida como la afirmación de un principio de igualdad de tratamiento entre opera-
dores económicos; antes, al contrario, tendría la naturaleza de norma general de refe-
rencia de la disciplina especial de código o de disposición ad hoc, con aquella función
de “bisagra” que hoy es tanto más necesaria cuanto más fragmentada es la reglamenta-
ción de las relaciones, que corresponde a la fragmentación de la persona.

Más complicada es la otra alternativa que se pone tanto en los ordenamientos


nacionales codificados como en el ámbito comunitario. ¿Las reglas sobre las relacio-
nes con los consumidores deben ser recogidas y coordinadas en un texto único (en el
derecho comunitario, en una directiva-cuadro general) o bien ser diseminadas en los
códigos civiles, por así decir ad vocem, y en el derecho comunitario permanecer a nivel
originario, es decir, fragmentado, coordinadas eventualmente sin cuadro unitario?

Si despejamos el campo de prejuicios y de imágenes evocativas que son confiadas


a los códigos civiles o a la legislación especial, las dos soluciones parecen neutras, y,
por lo tanto, del todo fungibles.

Si se privilegia la primera, se da al Código Civil una función de tejido conectivo


en el cual las reglas concernientes a los consumidores se adaptan, porque se coordinan
mejor, con las reglas destinadas a todos los otros sujetos. Esta es la solución que reco-
mienda la Comisión presidida por Christian v. Bar(72), aunque si la cuestión no es defi-
nitivamente resuelta.

(72) V. el documento predispuesto por J. Herre, E. Hondius y por mí en el curso de la reunión semestral de Oxford
(diciembre del 2001), objeto de ulterior discusión en la reunión semestral de junio del 2002 en Valencia.

98
Los derechos de los consumidores en el ámbito europeo y en el derecho interno

Si se privilegia la segunda, se enfatiza la especialidad del derecho de los consumi-


dores, como si se tratase de un hortus conclusus, pero después esta circunscripción
sería salvada por la norma general contenida en el Código Civil. Esta última solución
no puede existir sin la definición de consumidor, a su vez objeto o de norma de código
civil o de normativa general.

Mi preferencia va para la inclusión de las disposiciones concernientes al consumi-


dor en el Código Civil; pero la redacción de un texto único, en espera de la reforma del
código, puede constituir un útil puente de transición hacia una revisión general.

Ciertamente no tendría sentido, hoy, un Código Civil que ignorase a los consumi-
dores; bien allí podría haber un código civil inclusivo de una parte o de un libro, que
contiene todas las disposiciones referentes a los consumidores (y es precisamente esta
una de las soluciones proyectadas en el curso de los trabajos de la Comisión v. Bar,
después descartada).

Ya que ahora se trata solamente de técnica de redacción, la elección puede ser


guiada por la mayor funcionalidad y por el carácter práctico del trabajo de fácil exten-
sión de las previsiones normativas.

La graduación entre normas imperativas, normas dispositivas, normas de autodis-


ciplina o de correglamentación aún es otro problema, que sin embargo supera los con-
fines nacionales, en cuanto la graduación de la incidencia de las disposiciones debe ser
necesariamente coordinada con el modelo comunitario. Los modelos nacionales pue-
den también anticiparlo; y por una vez siquiera nuestra experiencia, si se pudiese anti-
cipar los tiempos de realización de estos proyectos, podría constituir un punto de refe-
rencia para el legislador comunitario.

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