Você está na página 1de 11

SELLO SEIX BARRAL (B.

BREVE)
COLECCIÓN
FORMATO 13,3X23-RUSITCA CON SO-
LAPAS

SERVICIO 16/7

Seix Barral Biblioteca Formentor CORRECCIÓN: PRIMERAS

Foto: © C. Bertelsmann
DISEÑO 17/6

Sascha Arango
REALIZACIÓN

Sobre La verdad y otras mentiras Sascha Arango EDICIÓN


La verdad y otras mentiras
La verdad y otras mentiras

Sascha Arango La verdad y otras mentiras


«El mejor debut literario de la temporada», Corriere
della Sera.
Henry Hayden parece un tipo extraordinario: escritor
Sascha Arango CORRECCIÓN: SEGUNDAS

de fama internacional, las mujeres suspiran por él y 26-03-2013


DISEÑO
«Sin duda, una novela para ser leída urgentemente. Una De padre colombiano, nació en Berlín
vive felizmente casado con Martha. Una situación
delicia para nuestras emociones», Ximo Soler, La Lli- en 1969. Es uno de los guionistas más
idílica que cambia el día en que Betty, su amante y REALIZACIÓN
breria, Onteniente. importantes de su país, especialmente
editora, le confiesa que está embarazada. Este ligero
conocido por su trabajo en la serie de
contratiempo pone a Henry en un aprieto: ha llegado
«Ingeniosamente construida y llena de giros sorpren- televisión de culto Tatort, en su edición CARACTERÍSTICAS
el momento de contárselo todo a su mujer. ¿O quizá
dentes», Süddeutsche Zeitung. de Kiel. El personaje central de la serie,
no? Mentiroso compulsivo, elabora enseguida un as-
el comisario Borowski, es todo un referente IMPRESIÓN 5 tintas-CMYK + Pantone
tuto plan, pero cometerá un error fatal que cambiará 187C
«La historia y la forma de escribir son magníficas; un buen en Alemania. Vive cerca de Potsdam.
su perfecta vida y la de cuantos lo rodean. Una vez que + FAJA (Pantone 187C) P.Brillo
escritor y una buena novela, la recomendaremos», José La verdad y otras mentiras se ha convertido
empiezas a mentir, ya no hay vuelta atrás.
Herreros, Librería Herso, Albacete. en el mejor debut literario de la temporada,
recibiendo el aplauso unánime de la crítica PAPEL Folding 240grs
«La verdad y otras mentiras se mueve hábilmente entre
Dicen que mentimos por inseguridad, para esconder
y los lectores. En pocas semanas se vendieron
la novela policiaca y la comedia, y resulta genial en algo o para protegernos. En esta magistral novela, lle- los derechos a más de veinte países, con PLASTIFÍCADO Brillo
ambos géneros», Focus. na de giros inesperados, casualidades caprichosas y una subastas sin precedentes para una primera
buena dosis de suspense, nos adentramos en un triángulo novela en lengua alemana en Inglaterra UVI
«Magníficamente escrita, nos lleva hasta el final sin amoroso, literario y criminal que se convierte en un de- y Estados Unidos, y se ha cerrado la venta
atisbar cómo va a acabar», Conchita Quiros, Librería mencial enredo del que nuestro protagonista, y también de los derechos cinematográficos. RELIEVE
Cervantes, Oviedo. el lector, no sabrá cómo escapar hasta la última página.
BAJORRELIEVE

www.seix-barral.es
«Patricia Highsmith nos saluda cordialmente desde Aclamada unánimemente por la crítica y los lectores
estas páginas, lo mismo que Hitchcock», Funkhaus STAMPING
en Alemania, y con un espectacular desembarco interna-
Europa. cional, La verdad y otras mentiras juega con la naturaleza
del ser humano y nuestra innegable necesidad de mentir. FORRO TAPA
«Humor negro con aromas de Tom Sharpe y La conjura
De la mano de uno de los guionistas más prestigiosos del
de los necios», Fernando Gracia Guía, presidente de la
Asociación Aragonesa de Amigos del Libro.
momento, Sascha Arango sorprende con esta excepcional 10087942
primera novela, considerada «el mejor debut literario de
GUARDAS
«Sascha Arango, uno de los autores más interesantes de la temporada» (Corriere della Sera).
Diseño de la cubierta: Departamento de Arte y Diseño,

pvp 18,50 €
la televisión alemana, ha construido una muy notable Área Editorial Grupo Planeta INSTRUCCIONES ESPECIALES
primera novela», Der Spiegel. Ilustración de la cubierta: © Carlos Martin
Seix Barral Biblioteca Formentor
Seix Barral Biblioteca Formentor

Sascha Arango
La verdad y otras mentiras

Traducción del alemán por


Carles Andreu

032-115511-LA VERDAD Y OTRAS MENTIRAS.indd 5 15/07/14 17:06


TÎtulooriHinal$IEä7AHRHEITä5NDä!NDEREä,ÓGEN

© C. Bertelsmann Verlag, 2014, una división de Verlagsgruppe Random House


GmbH, Múnich, Alemania
www.randomhouse.de
Publicado de acuerdo con Ute Körner, Literary Agent, S. L. U., Barcelona,
www.uklitag.com
© por la traducción, Carles Andreu, 2014
© Editorial Planeta, S. A., 2014
Seix Barral, un sello editorial de Editorial Planeta, S. A.
Avda. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España)
www.seix-barral.es
www.planetadelibros.com

Diseño original de la colección: Josep Bagà Associats

Primera edición: septiembre de 2014


ISBN: 978-84-322-2295-5
Depósito legal: B. 15.060-2014
Composición: Víctor igual, S. L.
Impresión y encuadernación: Unigraf, S. L.
0RINTEDäINä3PAIN - Impreso en España

El papel utilizado para la impresión de este libro es cien por cien libre de cloro y está
calificado como PaPeläeCOl˜GiCO.

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su


transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por
grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos
mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código
Penal).
Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún
fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en
el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

032-115511-LAVERDADYOTRASMENTIRAS.indd6 16/07/1411:47
I

Fatídico. Bastó una simple mirada a aquella imagen


para que los negros presentimientos de los últimos meses
tomaran cuerpo. El embrión estaba encogido como un
batracio y lo miraba fijamente con un ojo. ¿Y qué era eso
que se insinuaba encima de la cola de dragón? ¿Un brazo
o un tentáculo?
Los momentos de certeza absoluta a lo largo de una
vida son escasos, pero en aquel preciso instante Henry
vio el futuro. Aquel batracio crecería y se convertiría en
una persona. Tendría derechos, exigiría cosas, haría pre-
guntas, y antes o después lo sabría todo y se convertiría
en un individuo.
La ecografía tenía el tamaño de una postal. Había
una escala de grises a la derecha del embrión, varias letras
a mano izquierda, y el nombre de la madre y de la docto-
ra en la parte superior. A Henry no le cabía ninguna duda
de que era auténtica.
Betty, que fumaba sentada al volante, junto a él, vio
cómo le brotaban lágrimas de los ojos. Le acarició la me-
jilla, creyendo que eran lágrimas de felicidad. Pero en
realidad Henry pensaba en Martha, su mujer. ¿Por qué

11

/$9(5'$'<275$60(17,5$6LQGG 
no podía quedarse embarazada de él? ¿Por qué tenía que
estar sentado en el coche con aquella otra mujer?
Se despreciaba a sí mismo, sentía vergüenza, se arre-
pentía de veras. Su máxima vital había sido siempre: «La
vida te lo da todo, pero nunca de una vez».
Era por la tarde. Por el acantilado subía el monótono
retumbar de las olas, el viento doblaba la hierba y se deja-
ba sentir en las ventanillas del Subaru verde. Henry solo
tenía que arrancar el motor y pisar el acelerador para que
el coche se precipitara por el acantilado, contra el rom-
piente. En cinco segundos todo habría terminado, el im-
pacto los mataría a los tres. Aunque para ello habría teni-
do que dejar el asiento del copiloto y cambiarle el sitio a
Betty. Demasiado complicado.
—¿Qué me dices?
¿Qué iba a decirle? El asunto le resultaba bastante ab-
yecto de por sí, aquella cosa debía de estar moviéndose ya
dentro de su útero, y si algo había aprendido Henry era que
uno debía quedarse para sí lo que era preferible no decir.
Durante los últimos años, Betty lo había visto llorar
tan solo en una ocasión, cuando lo habían investido doc-
tor honoris causa por el Smith College de Massachusetts.
Hasta ese día había estado convencida de que Henry no
lloraba nunca. Sentado en la primera fila, en silencio, él
pensaba en su mujer.
Betty se inclinó sobre el cinturón de seguridad y lo
abrazó. Se quedaron así un momento, escuchando sus res-
pectivas respiraciones, hasta que Henry abrió la puerta y
vomitó sobre la hierba. Vio la lasaña que le había prepara-
do a Martha para comer: parecía una compota de embrión,
cuajada de grumos de pasta de color carne. Ante aquella
visión se atragantó y empezó a toser de mala manera.
Betty se quitó los zapatos y se bajó del coche. Ante la

12

/$9(5'$'<275$60(17,5$6LQGG 
puerta del copiloto, tiró de Henry, le pasó los brazos por
encima del pecho y lo estrujó con fuerza, hasta que él
sacó un trozo de lasaña por la nariz. Era fenomenal cómo,
de forma instintiva, Betty había hecho lo adecuado. Se
quedaron los dos de pie sobre la hierba, junto al Subaru,
mientras el viento hacía volar la espuma del mar.
—Di, vamos. ¿Qué hacemos?
Lo apropiado habría sido responder: «Cariño, esto no
va a acabar bien». Pero una respuesta de este tipo tiene
consecuencias, hace que las cosas cambien, cuando no las
destruye por completo. De nada servía ya lamentarse;
además, ¿quién quiere cambiar algo bueno y agradable?
—Iré a casa y se lo contaré todo a mi mujer.
—¿En serio?
Henry vio el desconcierto en el rostro de Betty. Él
mismo estaba sorprendido. ¿Por qué había dicho eso?
Henry tenía tendencia a exagerar las cosas: lo de contár-
selo todo se lo podría haber ahorrado.
—¿A qué te refieres con «todo»?
—A todo. Se lo contaré todo. Se acabaron las mentiras.
—¿Y si te perdona?
—¿Cómo me va a perdonar?
—¿Y el bebé?
—Espero que sea una niña.
Betty lo abrazó y lo besó en los labios.
—Henry, a veces eres increíble.

Sí, a veces era increíble. Iría a casa y reemplazaría las


mentiras por verdades. Al final lo confesaría, sin mira-
mientos y con todos los detalles desagradables. Bueno,
todos tal vez no, solo los esenciales. Tenía que cortar por
lo sano y, desde luego, habría lágrimas. Iba a resultar te-

13

/$9(5'$'<275$60(17,5$6LQGG 
rriblemente doloroso, incluso para él. Supondría el final
de la confianza y de la armonía entre Martha y él, pero
también sería un acto de liberación. Henry dejaría de ser
un canalla infame y de sentirse abrumado por la vergüen-
za. No había otra, debía anteponer la verdad a la belleza,
y todo lo demás vendría rodado.
Se abrazó a la estrecha cintura de Betty. Entre la hier-
ba había una piedra lo bastante grande y pesada como
para asestarle un golpe mortal. No tenía más que aga-
charse y levantarla.
—Vamos, sube al coche.
Henry se sentó al volante y puso el motor en marcha.
En lugar de dar gas a fondo y precipitarse por el acantilado,
metió la marcha atrás y dejó que el Subaru retrocediera po-
co a poco. Craso error, tal como se demostraría más tarde.

* * *

El angosto camino de losas de hormigón llenas de


baches serpenteaba casi invisible entre un bosque de pi-
nos, desde el acantilado hasta la pista forestal, donde de-
tuvieron el vehículo, que quedó oculto entre las ramas
bajas. Betty bajó la ventanilla, se encendió otro cigarrillo
mentolado e inhaló el humo.
—No hará ninguna locura, ¿verdad?
—Espero que no.
—¿Cómo reaccionará? ¿Le dirás que soy yo?
«¿Que tú eres qué?», estuvo a punto de preguntarle
Henry.
—Se lo diré si me lo pregunta —fue lo que dijo en
cambio.
Naturalmente que se lo preguntaría. Todo el que des-
cubre que ha sido objeto de una infidelidad sistemática

14

/$9(5'$'<275$60(17,5$6LQGG 
quiere saber por qué, desde cuándo y con quién. Es natu-
ral. La traición es un enigma que exige respuestas.
Betty posó la mano con el cigarrillo encendido sobre
el muslo de Henry.
—Cariño, los dos hemos tomado precauciones. Quie-
ro decir que ni tú ni yo queríamos un hijo, ¿no?
Henry no podía estar más de acuerdo: no, no quería
un hijo, y menos con ella. Betty era su amante, nunca se-
ría una buena madre, no tenía el corazón preparado para
ello, estaba demasiado ocupada consigo misma. Un hijo
en común le otorgaría poder sobre él, un poder que apro-
vecharía para echar por tierra sus coartadas y presionarlo
hasta las últimas consecuencias. Durante mucho tiempo
le había dado vueltas a la idea de esterilizarse, pero había
algo, un no sé qué difuso, que se lo impedía. Tal vez la
esperanza de concebir un hijo con Martha.
—Pero quería nacer y ya está —soltó él.
Betty sonrió con labios temblorosos. Henry había en-
contrado el tono apropiado.
—Creo que será una niña.
Bajaron del coche y volvieron a cambiar de sitio.
Betty se sentó al volante, se puso los zapatos, pisó mecá-
nicamente el embrague y movió la palanca del cambio de
marchas de un lado a otro.
«No parece que esté contento», pensó. Sin embargo,
¿no era esperar demasiado de un hombre que acababa de
decidir que iba a cambiar drásticamente de vida y que iba
a poner fin a su matrimonio? A pesar de los años que
llevaban juntos, Betty sabía muy pocas cosas de él, pero
tenía una bien clara: Henry no era un tipo familiar.
«Se muere de ganas —pensó él—. Se muere de ganas
de que renuncie a todo por ella.» No obstante, Henry
no tenía intención de cambiar su despreocupado recogi-

15

/$9(5'$'<275$60(17,5$6LQGG 
miento por una vida familiar para la que no estaba hecho.
Después de la gran confesión ante su mujer, iba a necesi-
tar una nueva identidad. Inventarse un nuevo Henry, un
Henry para Betty, le iba a llevar mucho trabajo. Se sentía
cansado solo de pensarlo.
—¿Puedo hacer algo?
Henry asintió.
—Dejar de fumar.
Betty dio una calada y tiró el cigarrillo.
—Será horrible.
—Sí, será horrible. Te llamo cuando todo haya termi-
nado.
Ella metió una marcha.
—¿Cómo llevas la novela?
—Ya falta poco —aseguró él, y se inclinó hacia ella a
través de la puerta abierta—. ¿Le has contado a alguien lo
nuestro?
—No, a nadie —contestó ella.
—Y el hijo es mío, ¿verdad? Quiero decir que está
realmente ahí, que va a nacer...
—Sí. Es tuyo. Y va a nacer.

Ella le ofreció los labios entreabiertos para un beso. Él se


inclinó de mala gana y Betty le metió la lengua en la boca,
como un tornillo grueso y sin espiral. Henry cerró la puerta
del Subaru y ella se alejó por la pista forestal, hacia la carre-
tera. La siguió con la mirada hasta que se perdió de vista y
entonces apagó el cigarrillo a medio fumar que había que-
dado encendido entre la hierba. La creía, sabía que Betty
no le mentiría, sobre todo porque no tenía la imaginación
necesaria para ello. Era joven y deportista, mucho más
elegante que Martha, guapa, no especialmente inteligente,

16

/$9(5'$'<275$60(17,5$6LQGG 
pero extremadamente práctica. Y ahora estaba embaraza-
da de él. No hacía falta ninguna prueba de paternidad.

El frío pragmatismo de Betty atrajo a Henry desde el mo-


mento en que la conoció: si algo le gustaba, lo cogía. Te-
nía chispa y los pies menudos, pecas sobre los pechos, los
ojos verdes y el pelo rubio y rizado. La primera vez que la
vio llevaba un vestido estampado con especies animales
en peligro de extinción.
Su aventura había empezado en el preciso instante en
que se conocieron. Henry no tuvo que esforzarse, ni apa-
rentar, ni ganársela; no tuvo que hacer nada, como de
costumbre, pues ella lo consideraba un genio. Por otra
parte, a ella no le molestó lo más mínimo que él estuviera
casado y que no quisiera tener hijos. Al contrario: era
todo cuestión de tiempo. Hacía mucho que esperaba a un
hombre como él, no tenía reparos en confesarlo. En su
opinión, a la mayoría de los hombres les faltaba estatura,
aunque lo que entendía con ello se lo guardaba para sí.
Por entonces, Betty era la redactora jefe de la Edito-
rial Moreany. Había empezado trabajando como asisten-
ta en el Departamento de Ventas, pero se sentía infrava-
lorada, pues tenía una carrera en Literatura. Aunque la
mayoría de las asignaturas le habían parecido un aburri-
miento y se arrepentía de no haber estudiado Derecho,
tal como le habían aconsejado sus padres. Sin embar-
go, aun con su titulación, las posibilidades de progresar
dentro de la editorial eran muy limitadas. A la hora del
almuerzo se colaba en los despachos de los editores de la
casa para husmear un poco. Un día, por puro aburri-
miento, cogió el texto de Henry del vertedero donde ter-
minaban todos los manuscritos rechazados que llegaban

17

/$9(5'$'<275$60(17,5$6LQGG 
a la editorial, y se lo llevó al comedor para tener algo que
leer. Henry no había acompañado el texto de ninguna
carta y lo había facturado como un envío de libros para
ahorrarse parte del franqueo. Hasta aquel momento siem-
pre había tenido problemas económicos.
Betty leyó treinta páginas sin tocar la comida. Enton-
ces subió al tercer piso y se plantó en el despacho del fun-
dador de la editorial, Claus Moreany, al que despertó de
la siesta. Tres horas más tarde, Moreany llamó a Henry en
persona.
—Buenos días, soy Claus Moreany.
—¿En serio? Dios mío.
—Ha escrito usted algo increíble, realmente maravi-
lloso. ¿Le han comprado ya los derechos?
No, no se los habían comprado. Aquella primera no-
vela, Frank Ellis, vendió diez millones de ejemplares en
todo el mundo. Un thriller, como suele decirse, con mu-
cha violencia y poca condescendencia. Era la historia de
un autista que se hacía policía para encontrar al asesino
de su hermana. Los primeros cien mil ejemplares se ven-
dieron, y seguramente se leyeron, en apenas un mes. Las
ventas salvaron a la Editorial Moreany de la quiebra.
Ocho años más tarde, Henry era un escritor de éxito cu-
yos libros se traducían a veinte idiomas, que ganaba todo
tipo de premios y a saber qué más. Entretanto, Moreany
le había publicado cinco novelas y todas ellas se habían
convertido en best sellers, se habían llevado al cine y se
habían adaptado para el teatro. Frank Ellis incluso se en-
señaba en las escuelas, convertida ya casi en un clásico. Y
Henry seguía casado con Martha.
Aparte de él mismo, Martha era la única que sabía
que Henry no había escrito ni una sola palabra de todas
esas novelas.

18

/$9(5'$'<275$60(17,5$6LQGG 

Você também pode gostar