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UNIVERSIDAD NACIONAL DE INGENIERÍA

FACULTAD DE INGENIERÍA INDUSTRIAL Y SISTEMAS


Área de Humanidades y Ciencias Sociales

TEORÍAS ÉTICAS

1. El relativismo moral antiguo. Los sofistas


La concepción de la ética profesada por los "sofistas" (sophistés) en la Antigüedad suele ser considerada el modelo del
llamado "relativismo moral", aunque éste haya adoptado diversas formas a lo largo de la historia. El relativismo moral se
fundamenta en la creencia de que no es posible determinar ni de manera natural ni de manera racional -aceptable por todos los
seres dotados de razón- lo que es moralmente correcto. Según los sofistas y los relativistas morales en general, las normas y
preceptos morales - que regulan las relaciones entre los individuos en el seno de una comunidad- son siempre convencionales.
Se aceptan por interés, por conveniencia y no tienen otra razón de ser que dicho interés y dicha conveniencia.
La consecuencia inmediata de esta doctrina es que ninguna actuación puede ser considerada "buena" o "mala" en sí misma.
Todo depende del "parecer" o de la "opinión" (dóxa) de los sujetos particulares. Los individuos juzgan sobre lo bueno y lo malo
en función de su modo de ser, de sus intereses o del proyecto que se traen entre manos. Es moralmente bueno lo que nos parece
moralmente bueno, mas sólo durante el tiempo en que nos lo parece. Y no hay ninguna conducta que pueda ser considerada en
sí mima censurable, independientemente de cualquier consideración personal particular. El siguiente texto del sofista
Protágoras (481-401 a.C.) resume ejemplarmente esta doctrina:
"Sobre lo justo y lo injusto, lo bueno y lo malo sostengo con toda firmeza que, por naturaleza, no hay nada que lo sea
esencialmente, sino que es el parecer de la colectividad el que se hace verdadero cuando se formula y durante todo el tiempo
que dura ese parecer".
Así, pues, para los sofistas, la areté o virtud moral es inapelablemente un punto de vista subjetivo. Son los individuos o los
grupos humanos los que, según las circunstancias y según su conveniencia, determinan lo que está "bien" y lo que esta "mal" en
cada caso. Como decía Protágoras, el parecer de los hombres es "la medida de todas las cosas". En el terreno de la moral todo
es cuestión de opinión. Y no hay posibilidad de ir más allá de ésta, hacia una determinación de la bondad o de la justicia que no
sea puramente subjetiva o que pueda ser universalmente aceptada por todos los seres racionales, independientemente de su
procedencia, clase social, sexo, raza o nación. No tiene sentido pretender educar a los hombres en unos principios morales
comunes desde los que poder juzgar el comportamiento particular de los individuos o de los colectivos. Lo que para una
sociedad humana constituye un crimen execrable, para otra, podría ser ensalzado como una conducta moralmente excelente, y,
de acuerdo con el relativismo moral, no habría forma alguna de decidir cuál de los dos grupos humanos está juzgando más
acertadamente.
En este sentido, el relativismo moral puede ser considerado la antítesis del intelectualismo moral socrático, estudiado en el
epígrafe anterior. Si para Sócrates, la virtud puede ser conocida y enseñada, para los sofistas, en cambio, se trata solamente de
una "opinión" (dóxa), de un "parecer", de un punto de vista (susceptible de disfrutar de mayor o menor aceptación entre los
miembros de una comunidad). Podemos persuadir a los demás de la conveniencia coyuntural de practicarla, pero no podemos
enseñarla (en el sentido en que podemos enseñar física o economía).

2. Intelectualismo Moral Socrático.


El intelectualismo moral socrático es la doctrina ética de Sócrates que identifica la virtud con el conocimiento. Según Sócrates
bastaba el conocimiento de lo justo (la autognosis) para obrar correctamente. Según esta doctrina las malas acciones son
producto del desconocimiento, esto es, no son voluntarias, ya que el conocimiento de lo justo sería suficiente para obrar
virtuosamente. Es decir, la experiencia moral se basa en el conocimiento del bien, solo si se conoce lo que es bueno y justo se
hace lo que es bueno y justo. Al hablar de conocimiento no se habla de un conocimiento o saber teórico, sino de un saber
práctico acerca de lo mejor y lo más adecuado para cada circunstancia, este conocimiento se aprende o se enseña, no bastan las
actitudes naturales para ser bueno, bondadoso, justo, recto…
Así pues, podríamos destacar lo siguiente:
- La virtud está relacionada con el conocimiento. Si habíamos dicho que quién conoce lo justo, obrará necesariamente de forma
justa, ¿cómo alguien que no conoce lo que es justo, actuará de esta forma?
- Si no se enseña lo que es el bien, no se sabe lo que está mal, es decir, alguien puede obrar de forma errada pensando que obra
de forma correcta (podría decirse que es su bien el que comete).
- Nadie obra mal y de forma injusta si sabe precisamente lo que está mal y es injusto, es decir sabiendo esto, obrará obviamente
de forma correcta.
Como dato importante, cabe destacar que, aunque aplicado al campo de la política, Platón aceptó el intelectualismo moral
socrático.

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3. La Ética de Platón

Al igual que ocurre con los otros aspectos de su filosofía la ética no es objeto de un tratado específico en el que se aborde el
tema sistemáticamente. El hecho de que muchos de los diálogos platónicos comiencen con alguna interrogación acerca de la
virtud en general, o de determinadas virtudes en particular, muestra claramente, sin embargo, que el interés por el análisis del
comportamiento humano no es algo accidental en Platón. Como hemos visto en su concepción de la ciudad ideal, el objetivo de
la vida del hombre no puede reducirse a la satisfacción de sus necesidades materiales; más allá de éstas, el hombre debe ser
objeto de un desarrollo completo de su personalidad, de acuerdo con las partes más elevadas de su alma, la irascible y la
racional, con el fin de alcanzar una felicidad identificada con la armonía de su vida.
Justicia y ética. Si la justicia en la ciudad reside en que cada clase social haga lo que debe hacer, la justicia en el hombre
residirá también en que cada parte del alma haga lo que debe. Ello implica que la vida buena para el hombre es una vida en la
que se atiendan las necesidades "materiales" y "espirituales". Como vimos anteriormente la idea de que el hombre debe dar las
espaldas a todo lo que signifique materia o tenga algo que ver con la corporeidad, defendida en el Fedón, no será mantenida en
los diálogos posteriores, en los que el alma deja de ser considerada como una entidad simple y enfrentada al cuerpo, y pasa a
ser considerada como una entidad en la que podemos distinguir tres partes diferenciadas que permiten explicar, entre otras
cosas, los conflictos psicológicos de la vida del hombre, las distintas tendencias que configuran su naturaleza. El conocimiento
y la satisfacción de las necesidades intelectuales deben ir acompañados de salud, moderación en el disfrute de los bienes
materiales, etc., lo que pone de manifiesto hasta qué punto la idea de que Platón rechaza de un modo absoluto lo corporal es
injustificada. En el Banquete, por ejemplo, podemos observar cómo a través del Eros Platón concibe el ascenso hacia las Ideas
partiendo del amor a la belleza que observamos en las cosas sensibles, luego a la belleza en el ser humano, hasta alcanzar la
contemplación de la Belleza en sí, que se identifica con el Bien del que nos habla en la República y que representaría el grado
superior de conocimiento.
El verdadero bien del hombre, la felicidad, habrá de alcanzarse mediante la práctica de la virtud. Pero ¿qué es la virtud? Platón
acepta fundamentalmente la identificación socrática entre virtud y conocimiento. La falta de virtud no supone una perversión de
la naturaleza humana; por su propia naturaleza el hombre busca el bien para sí, pero si desconoce el bien puede tomar como
bueno, erróneamente, cualquier cosa y, en consecuencia, actuar incorrectamente; la falta de virtud es equivalente, pues, a la
ignorancia. Sólo quien conoce la Idea de Bien puede actuar correctamente, tanto en lo público como en lo privado, nos dice
Platón en la República, al terminar la exposición y análisis del mito de la caverna. Cuando alguien elige una actuación que es
manifiestamente mala lo hace, según Platón, creyendo que el tipo de conducta elegida es buena, ya que nadie opta por el mal a
sabiendas y adrede. En este sentido la virtud cardinal sería la prudencia, la capacidad de reconocer lo que es verdaderamente
bueno para el hombre y los medios de que dispone para alcanzarlo. La dependencia con respecto al intelectualismo socrático es
clara en la reflexión ética de Platón. En la República nos habla Platón de cuatro virtudes principales: la sabiduría, el coraje o
fortaleza de ánimo, la templanza y la justicia. Como hemos visto, establece una correspondencia entre cada una de las virtudes
y las distintas partes del alma y las clases sociales de la ciudad ideal. La parte más elevada del alma, la parte racional, posee
como virtud propia la sabiduría; pero la justicia, la virtud general que consiste en que cada parte del alma cumpla su propia la
función, estableciendo la correspondiente armonía en el hombre, impone los límites o la proporción en que cada una de las
virtudes ha de desarrollarse en el hombre. El hecho de que Platón tenga una concepción absoluta del Bien hace que la función
de la parte racional del alma siga siendo fundamental en la organización de la vida práctica del hombre, de su vida moral.

4. La Filosofía Moral Aristotélica.

El eudemonismo aristotélico
Según Aristóteles, todo ser natural tiende a la actualización de lo que le es más propio, de lo que es de modo esencial y, al
mismo tiempo, le distingue del resto de los seres naturales. El fin hacia el que tiende cada ser particular es, por relación a él
mismo, un bien. Así, pues, si hablamos del hombre, el bien consistirá en la actualización de aquello en lo que, de modo más
propio y esencial, consiste "ser hombre". Y puesto que lo que más esencialmente distingue al hombre del resto de los animales
es la "razón" (el noûs), para el hombre, el bien más elevado, el "bien supremo", consistirá en la actualización de su
"racionalidad" (nóesis). Actúa del modo más "excelente" o "virtuoso" el que, tanto en el decir como en el hacer o el actuar, se
comporta racionalmente o se conduce como un ser racional. Así pues, en lo que al hombre se refiere, la "excelencia" o la
"virtud" (areté) consiste en actuar "según la razón". En su famosa Ética a Nicómaco, Aristóteles se expresa a este respecto en
los siguientes términos:
"Todas las cosas obtienen su forma perfecta cuando se desarrollan en el sentido de su propia excelencia (areté). […]
Busquemos, pues, aquello que es propio sólo del hombre. Hay que dejar de lado, por tanto, la vida en tanto que es nutrición y
crecimiento [puesto que ésta es propia también de los vegetales]. Vendría después la vida en cuanto sensación; sin embargo,
ésta la compartimos también con el caballo, el buey o cualquier otro animal. Así que sólo queda, finalmente, la vida en cuanto
actividad de la parte racional del alma. […] El bien supremo alcanzable por el hombre consiste en la actividad constante del
alma conforme a su excelencia característica, [su racionalidad]" (Ética a Nicómaco, I, 6 y 7).
Según Aristóteles, en este cumplimiento de lo que más esencialmente le corresponde ser, alcanza el hombre la "felicidad"
(eudaimonía), que es el fin último que todos los hombres persiguen. El hombre es feliz cuando realiza el "oficio de hombre",
esto es, cuando se comporta de acuerdo con aquello que le define como tal, cuando vive "según la razón".

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La teoría aristotélica de la virtud.
Ahora bien, no somos sólo razón y, como advierte oportunamente Aristóteles, no podríamos vivir según la razón sin dar, al
mismo tiempo, cierta satisfacción a las demandas del cuerpo y a las pasiones del alma. La vida en general, incluida la del que
quiere vivir según la razón, precisa de bienes materiales suficientes para calmar el hambre, la sed y el resto de las necesidades
corporales. Pero, para llevar una vida racional, es preciso, además, que hayamos aprendido a administrar convenientemente
nuestros deseos y nuestras pasiones, dándoles la satisfacción "justa", sin pasarnos ni quedarnos cortos. En su respuesta a las
demandas del cuerpo y del alma, nuestra parte racional ha de encontrar un equilibrio que consista en algo así como un "punto
medio" entre el exceso y el defecto. Frente a la cobardía y la temeridad, hemos de actuar con valentía; frente al despilfarro y la
tacañería, hemos de hacerlo con generosidad; frente a la desvergüenza y la timidez, con modestia; frente a la adulación y la
mezquindad, con gentileza; etc.
Aristóteles identifica la "virtud" (areté) con el "hábito" (héksis) de actuar según el "justo término medio" entre dos actitudes
extremas, a las cuales denomina "vicios". De este modo, decimos que el hombre es virtuoso cuando su voluntad ha adquirido el
"hábito" de actuar "rectamente", de acuerdo con un "justo término medio" que evite tanto el exceso como el defecto.
Ahora bien, la actuación de acuerdo con el "justo término medio" o conforme a la "virtud" requiere de un cierto tipo de
sabiduría práctica a la que Aristóteles llama "prudencia" (phrónesis). Sin ésta, nuestra actuación se verá abocada
irremisiblemente al exceso o al defecto o, lo que es igual, al "vicio".
El siguiente pasaje de la Ética a Nicómaco recoge sintéticamente todos los puntos de la concepción de la virtud aristotélica que
acabamos de repasar: "La virtud (areté) es un hábito [o disposición adquirida] de la voluntad consistente en un termino medio
en relación con nosotros; [termino medio] que es determinado racionalmente por una regla recta (órthos lógos), aquella por
medio de la cual lo determinaría un hombre dotado de sabiduría práctica" (phrónimos) (Ética a Nicómaco).
La idea contenida en la última frase de este precioso pero difícil texto aproxima algo la ética aristotélica al "intelectualismo
moral" de Sócrates y Platón. También para Aristóteles la sabiduría está en la base del comportamiento virtuoso. Para
Aristóteles, lo mismo que para Sócrates y Platón, la conducta moral tiene su fuente última en el uso (práctico) de la razón. En
cuestión de moral, es de nuevo la razón la que tiene la última palabra. Es verdad que, según Aristóteles, lo que todas las
acciones del hombre persiguen es simplemente la felicidad, pero son la razón y la sabiduría que ésta propicia las que nos
indican lo que debemos hacer para alcanzarla, que no es otra cosa -como hemos visto- que comportarnos siempre conforme a la
virtud o del modo más excelente. Pues, en efecto, para Aristóteles, es mediante el ejercicio firme y continuado de la virtud (de
la virtud o la excelencia que le es propia) como el ser humano alcanza la felicidad plena y perfecta.

5. El Hedonismo antiguo. La ética epicúrea


En la Antigüedad, se distinguieron por su importancia dos escuelas filosóficas morales que se ha convenido en calificar como
"hedonistas": la escuela cirenaica, fundada por diversos discípulos de Aristipo de Cirene (435-355 a.C.), y la escuela de
Epicuro. En este apartado, resumiremos las reflexiones acerca de la moral que este último vertiera en sus dos principales obras:
la Carta a Meneceo y las Máximas capitales . En dichos textos, Epicuro enseña que la felicidad es el fin último de la vida y que
ella misma consiste en el placer (hedoné). "El placer es principio y culminación de la vida feliz. Al placer, en efecto,
reconocemos como el bien primero, a nosotros connatural, de él partimos para toda elección y rechazo y a él llegamos juzgando
todo bien con la sensación como norma". Pero no todos los placeres son igualmente deseables, ni deseables en todo momento y
en cualesquiera circunstancias. Por eso, dice Epicuro, es preciso tener un "recto conocimiento de los deseos" y de sus objetos,
los placeres, para saber a qué deseo conviene dar satisfacción en cada situación y para saber a qué tipo de placeres hay que dar
prioridad frente al resto:
"Como el placer es el bien primero y connatural, precisamente por ello no elegimos todos los placeres, sino que hay ocasiones
en que soslayamos muchos, cuando de ellos se sigue para nosotros una molestia mayor. También muchos dolores estimamos
preferibles a los placeres cuando, tras largo tiempo de sufrirlos, nos acompaña mayor placer. Ciertamente todo placer es un
bien por su conformidad con la naturaleza y, sin embargo, no todo placer es elegible; así como también todo dolor es un mal,
pero no todo dolor siempre ha de evitarse. Conviene juzgar todas estas cosas con el cálculo y la consideración de lo útil y de lo
inconveniente, porque en algunas circunstancias nos servimos del bien como de un mal y, viceversa, del mal como de un bien"
(Carta a Meneceo, 129-130).
Epicuro advierte contra sus críticos contemporáneos que cuando habla del placer como "bien supremo" y "fin último de la vida"
no se refiere "a los placeres de los disolutos y de los que se dan en el goce" desordenado y sin medida, sino "a la ausencia de
dolor físico (aponía) y a la ausencia de turbación en el alma (ataraxía)". Que el placer se convierta en un "bien", depende
estrictamente de la sabia elección del que actúa, de la sabiduría y la "prudencia" (phrónesis) con que se elija uno de entre todos
los comportamientos posibles. Y la sabiduría "enseña que no es posible vivir feliz sin vivir sensata, honesta y justamente". Pues
"las virtudes son connaturales a una vida feliz, y el vivir felizmente conlleva siempre la virtud" (Ibid, 132).
De algún modo, esta afirmación pone límite a un hedonismo irreflexivo y simplista. Según Epicuro, "es preferible ser infeliz
viviendo racionalmente, que feliz de manera irracional". Para Epicuro, en efecto, no toda felicidad tiene el mismo rango: la
felicidad primaria y despreocupada en la que se complace el insensato no tienen el mismo valor que la felicidad buscada
reflexiva y responsablemente por el sabio.

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Entre los primeros discípulos de Epicuro, destacan Metrodoro y Colotes, ambos de Lampsaco, Hermarco de Mitilene y
Polístrato, alumno del anterior. Entre los epicúreos latinos es preciso destacar por encima de todos a Lucrecio Caro (98-54
a.C.), autor del famoso poema filosófico De rerum natura.

6. El Estoicismo
El estoicismo es una corriente filosófica fundada en Atenas por Zenón de Citio (335-264 a.C.). El nombre de la escuela
procede del término griego stoa, que significa "pórtico". Al parecer, Zenón impartía sus enseñanzas bajo el "pórtico pintado"
(stoa poikile) del ágora ateniense. Suelen distinguirse varios periodos en la historia de esta escuela: el primer estoicismo
(Zenón, Cleantes de Assos y Crisipo de Soli), la Estoa media (Panecio de Rodas y Posidonia de Apamea) y el estoicismo tardío
y romano (Séneca, Epicteto de Hierápolis y Marco Aurelio).
De acuerdo con esta escuela o corriente filosófica, la Naturaleza entera se halla gobernada por una "razón" providente y divina
(Lógos) que dirige sabiamente el "destino" de las cosas y de los hombres. Es insensato e inútil intentar cambiar el plan de esa
providencia divina. Ocurre siempre lo que tiene que ocurrir, del modo exacto en que tiene que hacerlo. Por eso, nuestro deber
como seres dotados de razón es aprender a "vivir de acuerdo con la naturaleza"; o, lo que es lo mismo, de acuerdo con el Lógos
eterno que lo gobierna providencialmente todo. En esta conformidad de la acción con el Lógos consiste la areté o virtud moral.
Según los estoicos, es "sabio" (phrónimos) el hombre que acepta y consiente con entereza y serenidad el "destino" que el
"orden" y las "leyes" de la Naturaleza le deparan. Esta aceptación tranquila del propio destino se alcanza mediante el control y
el dominio de las pasiones, los impulsos y los afectos por parte de la razón individual, que está en comunicación con la razón
eterna y universal que gobierna el mundo y que "participa" esencialmente de ésta.
Los estoicos llamaron apátheia o apatía a esta suerte de dominio o de control racional sobre los propios impulsos, pasiones y
afectos A. Mediante la práctica escrupulosa y sostenida de este autocontrol o autodominio, el "sabio" llega a ese estado de
imperturbabilidad espiritual. Y, según los estoicos, esta apatheia insensibilidad o impasibilidad del alma lleva a la ataraxia
(serenidad; tranquilidad de ánimo) y representa la única forma de felicidad a la que resulta legítimo o moralmente aceptable
aspirar.
Frente al hedonismo en general y al hedonismo epicúreo en particular, el estoicismo sostiene que la finalidad última de toda
actuación no debe ser el logro de la felicidad, sino la práctica del bien, el ejercicio de la "virtud" (que consiste, como hemos
visto, en el comportamiento de acuerdo con la razón que lo gobierna todo). No debemos aspirar a ser felices, sino a ser buenos.
Para el estoicismo, la virtud no es un medio, sino un fin: debe ser perseguida por sí misma, no con vistas a obtener un bien
ulterior, distinto de ella misma (como pueden ser la fama, el poder, la riqueza, el placer o la dicha).

7. Ética Cristiana – Nuestra Herencia Moral Común.


La ética cristiana, en cierto modo, es simplemente una expansión de un orden moral que es revelado generalmente a todos.
pesar de algún desacuerdo con respecto a la moralidad de acciones específicas, Calvin D. Linton comenta acerca de la
consistencia del código moral dentro de todas las personas en todas partes: “. . . Existe un patrón básico de similitud entre
[códigos éticos]. Cosas como el asesinato, el mentir, el adulterio, la cobardía, por ejemplo, son casi siempre condenadas. La
universalidad del sentido ético mismo (el "sentido del deber" de la conducta), y las similitudes dentro de los códigos de culturas
diversas indican una herencia moral común para toda la humanidad que ni el materialismo ni el naturalismo pueden
explicar."Podríamos definir esta herencia moral común como cualquier cosa, desde una actitud hasta una conciencia, pero como
sea que la definamos, estamos conscientes de que sí existen algunos absolutos morales fuera de nosotros. De acuerdo a este
código moral universal, siempre que hacemos un juicio estamos confiando en un criterio que mide las acciones de acuerdo a un
conjunto absoluto de estándares. Sin un estándar, la justicia no podría existir. Sin una ética absoluta, la moralidad no podría
existir.
Ética Cristiana – Un Estándar Moral Común.
Este estándar objetivo, absoluto, se hace aparente a través de las actitudes de la humanidad hacia la moral. De acuerdo con una
filosofía secular, debemos tratar toda moralidad como relativa—pero en la práctica, hasta la sociedad secular trata algunos
valores abstractos (como la justicia, el amor, y el valor) como constantemente morales. La sociedad secular también se
horroriza del holocausto nazi, del sistema penitenciario ruso de gulags siberianos, y del abuso de niños. No podemos explicar
este fenómeno a menos que aceptemos la idea de que ciertos valores de juicio aplican universalmente, y de algún modo son
inherentes a toda la humanidad.
La moralidad cristiana está basada en la convicción que existe un orden moral absoluto fuera de nuestro propio ser, aunque de
algún modo está inscrito en nuestro propio interior. Es una moral que fluye de la naturaleza del Creador a través de la
naturaleza de las cosas creadas, no un invento de la mente humana. Forma parte de la revelación general de Dios. "En el centro
de cada código moral," dice Walter Lippman, "hay una imagen de la naturaleza humana, un mapa del universo, y una versión de
la historia. Para la naturaleza humana (del tipo concebido), en un universo (del tipo imaginado), de acuerdo a una historia
(también entendida), aplican las reglas del código."
Esta luz moral es a la que el apóstol Juan se refiere como aquella que fue encendida en los corazones de todos los hombres y
mujeres—"Aquella luz verdadera que alumbra a todo hombre" (Juan 1:9, RV). Es a la que el apóstol Pablo llama "la obra de la
ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia" (Romanos 2:15).
Esta moralidad no es transmitida arbitrariamente por Dios para crearnos dificultades. Dios no inventa nuevos valores a
capricho. En cambio, el carácter innato de Dios es santo y no puede tolerar mal ni indiferencia moral—lo que la Biblia llama

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pecado. Por lo tanto, si deseamos complacer a Dios e impedir que el pecado nos separe de Él, debemos actuar de acuerdo con
Su orden moral. Los cristianos están seguros de estas verdades acerca de la naturaleza y juicio de Dios como resultado de una
revelación especial. Mientras que la revelación general le ha informado a todo el mundo de la existencia de un orden moral, la
revelación especial—la Biblia—revela cosas específicas acerca de ese orden. En el análisis final, los cristianos confían en Dios
y en Su Palabra para una explicación completa del orden moral.
Ética Cristiana – Conclusión
La moralidad cristiana y el sistema ético cristiano son iguales y al mismo tiempo diferente de cualquier otro sistema que haya
sido postulado jamás. Cada sistema ético contiene alguna gota de la verdad encontrada en el código cristiano, pero ningún otro
sistema puede afirmar ser toda la verdad, transmitida como un absoluto de Dios a la humanidad.
Como cristianos que reconocen la verdad de la ley de Dios, debemos dedicar nuestras vidas a obedecerla. Esta dedicación es
muy rara hoy en día. Bonhoeffer pregunta: "¿Quién se mantiene firme? Sólo el hombre cuyo estándar final no es su razón, sus
principios, su conciencia, su libertad, ni su virtud, sino quien está listo para sacrificar todo esto cuando es llamado a la acción
obediente y responsable con fe y con lealtad exclusiva a Dios—el hombre responsable, que trata de hacer su vida entera una
respuesta a la pregunta y al llamado de Dios. ¿Dónde están estas personas responsables?"
Esos cristianos son aquellos que están dispuestos a tratar al orden moral de Dios con el mismo respeto que muestran a Su orden
físico. Que aman a Dios con todo su cuerpo, alma, espíritu, mente, y fuerzas. Que tratan a otros como desean ser tratados. Ellos
pueden estar en los vestíbulos de oficinas del gobierno, manteniéndose firmes contra la tiranía y la esclavitud, o en el campo
misionero, sacrificando todo por el evangelio. Más a menudo, son cristianos bastante ordinarios viviendo vidas extraordinarias,
mostrando al mundo que vale la pena creer y vivir la verdad de Cristo. (Para ejemplos bíblicos de hombres y mujeres
moralmente responsables, ver Hebreos 11:32–12:3.)

8. Ética de Maquiavelo.
Es una versión extrema y particular del modelo ético, está inspirado en la obra de Nicolás de Maquiavelo. Es curioso como de
un pensador ha surgido un término maquiavelismo que la Real Academia define como “modo de proceder con astucia, doblez y
perfidia”.
El lema más conocido de Maquiavelo es el fin justifica los medios pero esta atribución no es del todo adecuada porque esa frase
no aparece en ninguna de sus obras. Sin embargo, en El Príncipe, afirma:“(…) y en las acciones de todos los hombres, y
máxime en las de los príncipes, cuando no hay tribunal al que reclamar, se juzga por los resultados. Haga, pues, el príncipe lo
necesario para vencer y mantener el Estado, y los medios que utilice siempre serán considerados honrados y serán alabados por
todos.” (Maquiavelo, El príncipe, XVIII).
El modelo ético maquiavélico afirma, como regla fundamental, el deseo de éxito y, en ese contexto, los fines elegidos son más
importantes que los medios. Pero eso no significa que automáticamente el comportamiento deba ser inmoral. El Príncipe es un
tratado sobre la naturaleza humana donde podemos aprender que el príncipe si quiere conseguir el éxito tiene que simular y
disimular, pero finalmente actuar de acuerdo con la regla que le lleve al éxito.
Esto puede suponer una adhesión aparente a los valores, pero finalmente actuar de acuerdo con el pragmatismo. En uno de los
pasajes más conocidos, Maquiavelo se plantea por “de qué forma tiene que mantener su palabra un príncipe” y ofrece una
respuesta que está en su línea: “un señor que actúe con prudencia no puede ni debe observar la palabra dada cuando vea que va
a volverse en su contra y que ya no existen las razones que motivaron su promesa. Y si todos los hombres fuesen buenos este
precepto no sería justo; pero puesto que son malvados y no mantendrían su palabra contigo, tú no tienes por qué mantenerla con
ellos. Y a un príncipe nunca le han faltado razones legítimas para excusar su inobservancia” (Maquiavelo, El príncipe, XVIII).
Desde el modelo ético deontológico se replicaría que se deben mantener siempre las promesas y se debe decir siempre la
verdad. Si analizamos el escenario según Maquiavelo, deben darse tres circunstancias que aconsejan no cumplir una promesa:
a) Se pueda volver en contra de quién la formuló; b) No existen las razones que la motivaron; c) Los hombres son malvados y
no cumplirían su palabra contigo. El segundo motivo es el más fuerte y podría ser invocado si realmente ya no existen los
motivos que originaron la promesa. El primero debería haber sido previsto adecuadamente y sobre el tercero, se podrían
encontrar ejemplos que afirmen lo contrario.
Existen varias interpretaciones sobre Maquiavelo. La versión maquiavélica de Maquiavelo nos sitúa a un autor diabólico,
inmoral, anticristiano, que justifica cualquier acción para conseguir sus objetivos. La versión republicana de Maquiavelo afirma
que era un patriota, que quería defender ante todo el Estado y consideraba que el Príncipe debía tener virtudes civiles y políticas
y no religiosas.
Por este motivo algunos consideran que es el fundador de la Ciencia Política, porque considera que la política tiene sus propias
reglas, distintas de la ética y la religión.
Desde la visión estratégica, Maquiavelo ofrece lecturas, dudas y reflexiones interesantes. Por ejemplo, encontramos este
interesante consejo para estrategas: “hay que ser un zorro para conocer las trampas, y un león para amedrentar a los lobos”
(Maquiavelo, El príncipe, XVIII). Pero quizá el elemento clave dentro de la estrategia es cómo actuar frente a alguien
maquiavélico. La primera y más difícil tarea será identificarlo por que como afirma Aranguren “un maquiavelismo confesado
se anularía en cuanto tal: para ser eficaz tiene que se hipócrita y rendir tributo a la virtud” (Aranguren, José Luis, Ética y
Política)
El estratega debe estar alerta y, por ejemplo, establecer mecanismos de comprobación imparcial de las diferentes operaciones.
Se podría dar el caso de alguien buscando su éxito, fingiendo conformidad, no cumpliera su palabra. Se deben desarrollar

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estrategias para prevenir estas situaciones. Maquiavelo nos señala que si aprendemos de las cualidades del zorro y del león nos
podemos acercar más al éxito.

9. Ética kantiana: la razón práctica


Ni en el mundo, ni, en general, tampoco fuera del mundo, es posible pensar nada que pueda considerarse como bueno sin
restricción, a no ser tan sólo de una buena voluntad. Fundamentación de la metafísica de las costumbres, Kant
La actitud de Kant frente a la problemática metafísica es por cierto, algo ambigua en tanto afirma por un lado que no
conocemos ni podemos conocer el absoluto (puesto que el conocimiento humano se limita a la experiencia) pero, al mismo
tiempo, considera al hombre un ente dotado de razón, facultad de lo incondicionado, de manera tal que la metafísica es
considerada una necesidad natural en el hombre. El hombre no puede ser indiferente a la problemática metafísica, tal es la razón
por la cual siempre tomamos alguna posición al respecto.
Kant busca resolver esta aparente contradicción, pero no en el plano gnoseológico sino en el moral, en el campo de la razón
práctica (es decir, la razón en tanto determina la acción del hombre).
Si bien no podemos alcanzar el absoluto, sí tenemos cierto acceso a algo que se le acerca. Este contacto de aproximación se da
en la conciencia moral, o la conciencia del bien y del mal, lo justo y lo injusto, lo que debemos hacer y lo que no debemos
hacer. La conciencia moral, es para Kant, la presencia de lo absoluto o al menos, parte del absoluto en el hombre. La conciencia
moral manda de modo absoluto, ordena de modo incondicionado, nos dice: "me conviene ser amable con él porque así
evitaré problemas", este sería un criterio de conveniencia. La conciencia moral dirá: "debo ser amable con el porque es mi
deber tratar bien a la gente" y no importa si ello me cuesta la vida, la fortuna, o lo que fuere, el mandato de la conciencia no
está condicionado por las circunstancias. Puede suceder que uno no cumpla con su deber, pero eso no le quita autoridad al
mandato absoluto. El deber no supone conveniencias, satisfacciones o estrategias, es un fin en sí mismo. La conciencia moral es
entonces la conciencia de una exigencia absoluta que no se explica y que no tienen sentido alguno desde el punto de vista de los
fenómenos de la naturaleza. En la naturaleza no hay deber sino tan solo suceder, una piedra no "debe" caer, simplemente,
"cae".
La conciencia moral
Mientras que en la naturaleza todo se encuentra condicionado por las leyes de la causalidad en la conciencia moral rige un
imperativo que no conoce condiciones, un imperativo categórico. La conciencia moral dice “'no mentirás” sin condicionar
en modo alguno el mandamiento, no establece circunstancias particulares bajo las cuales la ley tiene validez o no, el
mandato es siempre absolutamente válido, de otra forma, no sería una exigencia moral.
Kant diferencia el imperativo categórico del imperativo hipotético. En este último, el mandato se halla condicionado o
reducido a una circunstancia determinada: 'si quiero ganar su confianza, no debo mentir' porque si no es importante para mí
ganar su confianza, mentir o no mentir, deja de ser un mandato.
La buena voluntad
De acuerdo a la ética de Kant, sólo la buena voluntad es absolutamente buena en tanto que no puede ser mala bajo ninguna
circunstancia:
"La buena voluntad no es buena por lo que se efectúe o realice, no es buena por su adecuación para alcanzar algún fin que
nos hayamos propuesto, es buena solo por el querer, es decir, es buena en sí misma" Fundamentación de la metafísica de las
costumbres, Kant
Analicemos el pasaje citado:
1. Imaginemos que una persona se ahogando en el río, hago todo lo posible por salvarla pero no lo logro. La persona muere, de
todas formas.
2. Imaginemos ahora que hago todo lo posible por salvarla y que tengo éxito, salvando su vida.
3. Imaginemos la tercera posibilidad: la persona se está ahogando y yo la atrapo por casualidad mientras pesco con una gran
red.
¿Cuál es el valor moral de cada uno de estos posibles actos imaginados? La tercera posibilidad carecería de valor moral porque
ocurre sin intencionalidad. Moralmente no es ni buena ni mala, simplemente neutra. Los otros dos actos son moralmente
buenos y tienen el mismo valor, en tanto que la buena voluntad es buena en sí misma.
El deber
El deber refiere a que la 'buena voluntad', bajo ciertas limitaciones, no puede manifestarse por sí sola.
El hombre, no es un ente puramente racional, sino que también es sensible. Kant observará que las acciones del hombre en
parte están determinadas por la razón pero existen también 'inclinaciones' como el amor, el odio, la simpatía, el orgullo, la
avaricia, el placer... que también ejercen su influencia. El hombre reúne en su juego la racionalidad y las inclinaciones, la ley
moral y la imperfección subjetiva de la voluntad humana. Entonces, la buena voluntad, se manifiesta en cierta tensión o lucha
con estas inclinaciones, como una fuerza que parece oponerse. En la medida que el conflicto se hace presente, la buena
voluntad se llama deber.
Si una voluntad puramente racional sin influencia alguna de las inclinaciones fuese posible, sería para Kant, una voluntad santa
(perfectamente buena). De esta forma, realizaría la ley moral de modo espontáneo, esto es, sin que conforme una obligación.
Para una voluntad santa, el 'deber', carecería entonces de sentido en tanto que el 'querer' coincide naturalmente con el 'deber'.
Pero en el hombre, ley moral, suele estar en conflicto con sus deseos.
Se distinguen así tres tipos de actos:

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a. Actos contrarios al deber: En el ejemplo de la persona que se está ahogando en el río. Supongamos que disponiendo de
todos los medios necesarios para salvarlo, decido no hacerlo, porque le debo dinero a esa persona y su muerte me librará de la
deuda. He obrado por inclinación, esto es, no siguiendo mi deber sino mi deseo de no saldar mi deuda y atesorar el dinero.
b. Actos de acuerdo al deber y por inclinación mediata: El que se ahora en el río es mi deudor, si muere, no podré recuperar
el dinero prestado. Lo salvo. En este caso, el deber coincide con la inclinación. En este caso se trata de una inclinación
mediata porque el hombre que salva es un medio a través del cual conseguiré un fin (recuperar el dinero prestado). Desde un
punto de vista ético, es un acto neturo (ni bueno ni malo).
c. Actos de acuerdo al deber y por inclinación inmediata: Quien se está ahogando es alguien a quien amo y por lo tanto, trato
de salvarlo. También el el deber coincide con la inclinación. Pero en este caso, es una inclinación inmediata porque la persona
salvada no es un medio sino un fin en sí misma (la amo). Pero para Kant, este es también un acto moralmente neutro.
d. Actos cumplidos por deber: El que ahora se ahoga es un ser que me es indiferente... no es deudor ni acredor, no lo amo,
simplemente, un desconocido. O pero aún, es un enemigo, alguien que aborrezco y mi inclinación es desear su muerte. Pero mi
deber es salvarlo y lo hago, contrariando mi inclinación. Este es el único caso en que Kant considera que se trata de un acto
moralmente bueno, actos en los que se procede conforme al deber y no se sigue inclinación alguna.
El imperativo categórico
El valor moral de una acción, no reside en aquello que se quiere lograr, no depende de la realización del objeto de la acción,
sino que consiste única y exclusivamente en el principio por el cual ésta se realiza, alejando la influencia de cualquier deseo.
El principio por el cual se realiza un acto es llamado por Kant, 'máxima' de la acción, es decir, el principio o fundamento
subjetivo del acto, el principio que de hecho me lleva a obrar. En esta línea, Kant formula el imperativo categórico:
Obra según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal.
De esta forma, obraremos moralmente solo cuando podamos desear que nuestro deseo sea válido para todos. Así, lo que se
pretende es eliminar las excepciones, siendo igualmente válida para todas las personas.

10. La Ética de Nietzsche


Desarrolla una ética de la autorrealización, del desarrollo de sí mismo. Se trata, por tanto, de una ética material. Entiende la
felicidad como creación de sí mismo, como autocreación en el juego de la experiencia sin límites. La ética de Nietzsche
tendría dos momentos:
1. La crítica a la moral.
2. El nihilismo como alternativa.
La crítica a la moral.
Para Nietzsche la moral es una fuerza terrible y engañadora que ha corrompido a la humanidad entera. La moral es la gran
mentira de la vida, de la historia, de la sociedad. En “La genealogía de la moral”, Nietzsche trata de desenmascarar la moral.
Para ello, enfoca la moral desde un doble punto de vista.
1. Etimológico: busca las raíces de las palabras “bueno” y “malo” y encuentra que su significado ha cambiado respecto a lo que
significaron en un principio. Bueno significaba “noble”, “dominador”, “de clase o rango superior” , “aristócrata” (areté, bonus,
gut) y malo era el débil, el simple, el vulgar, el plebeyo, el sometido o de rango inferior.
2. Históricamente: Nietzsche investiga el origen de los conceptos “bien” y mal”. En su origen encuentra una doble moral:
2.1. La moral de los señores: es la de los fuertes, creativos, dominadores. Estos forman una casta o clase social que se impone
a la clase de los débiles, de los inferiores, de los vulgares y sometidos. El dominador ama la vida, es duro para sí y para los
demás, y desprecia la debilidad y la cobardía, el miedo, la humildad y la mentira. No se compadece ni es piadoso.
2.2. La moral de los esclavos privilegia la igualdad, la compasión, la dulzura y la paciencia. Es propia de los oprimidos y los
débiles que a menudo desprecian esta vida y se refugian en al más allá.
Según Nietzsche, se ha producido una transmutación de los valores. La búsqueda socrática del universal, y la aportación
judeocristiana de la misericordia y la compasión ejecutaron una traición sobre la moral de los señores, imponiendo una moral
de esclavos como alternativa. Hechos históricos como la revolución francesa o la expansión de la democracia vienen a verificar
y confirmar esta traición. La inversión o transmutación de los valores está consumada y Nietzsche reivindica la moral de los
señores. La moral y la religión son engaños, traiciones, imposiciones.
El nihilismo como alternativa.
La propuesta de Nietzsche parte de esta destrucción de la moral y de su crítica a la religión, que afirma rotundamente la muerte
de Dios. Trata de superar el resentimiento que causó la transmutación de los valores. Para ello, propone como alternativa el
nihilismo: aceptar la vida y la nada y vivir “Más allá del bien y del mal”. Se rechazarían todos los valores y normas morales y
religiosas. El mundo y la vida carecen de sentido y la única verdad es el eterno retorno, la eterna repetición de todo. No existe
la verdad ni el valor: sólo la apariencia, la materia. Si se supera este desfondamiento, el hombre puede crearse y recrearse
permanentemente, en un continuo juego con la realidad. Superado el nihilismo, el hombre puede llegar a ser superhombre,
viviendo completamente libre, al margen de las cadenas que a juicio de Nietzsche son la moral y la religión. De la sumisión a la
voluntad divina se pasa a la afirmación de la voluntad de poder, la fuerza, el dinamismo que arraiga en cada cuerpo. El yo se
impone al mundo. La virtud nacerá así del fondo de la pasión. El mandato ético de Nietzsche sería: “Créate a ti mismo”, a partir
del caos, del flujo de fuerzas e impulsos que eres.
El mundo no tiene sentido ni hay un ideal al que aspirar. La vida no puede enfocarse como progreso sino como eterno presente
que acontece y se repite. La vida es dolor, fragilidad, llanto, risa, fortaleza, alegría. El superhombre juega con la vida, encarna

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el espíritu de un niño. Jugar es hacer cosas sin buscar un sentido, una utilidad o un rendimiento. El superhombre inventa nuevos
sentidos para las cosas, decide lo que quiere ser y lo que quiere que el mundo sea. Vive a la intemperie y no está sujeto a nada.
Con Nietzsche la ética se disuelve en la estética. Los conceptos se convierten en metáforas, y la trasgresión es una actitud
permanente. Habría que preguntarse hasta qué punto es aceptable su propuesta. Las críticas pueden formularse desde distintos
puntos de vista. La ética de Nietzsche conduce a la llamada “posmodernidad” en la que todo vale ya no existen referentes
(opuesto al universalismo socrático o platónico). Su crítica a la razón y la moralidad es devastadora y radical pero todavía
existen enfoques que reivindican la posibilidad de reconstruir racionalmente una ética.
11. El Personalismo – Emmanuel Mounier – La Comunicación
El hombre es “persona” en la medida en que no se esconde en la masa, ni se deja negar por la tecnología, ni cae en
abstracciones conceptuales individualistas. El personalismo se constituye –a la vez– como lo contrario al colectivismo, donde el
sujeto se convierte en número, y como lo contrario al individualismo, que nos vuelve incapaces de comunicarnos. En palabras
de Mounier: «el individividuo es la dispersión de la persona en la materia, dispersión y avaricia». En EL PERSONALISMO,
Mounier afirmará que: «La persona no crece más que purificándose del individuo que hay en ella».
Contra el individualismo, propio de una sociedad despersonalizada, se reivindica que “Persona” es un ser concreto (que no
subjetivo) y por ello relacional y comunicativo, es decir, “comunitario”. En el MANIFIESTO AL SERVICIO DEL
PERSONALISMO, Mounier la define así:
«Una persona es un ser espiritual constituido como tal por una manera de subsistencia e independencia de su ser; mantiene
esta subsistencia por su adhesión a una jerarquía de valores libremente adoptados, asimilados y vividos por un compromiso
responsable y una conversión constante: unifica así toda su actividad en la libertad y desarrolla por añadido a golpe de actos
creadores la singularidad de su vocación».
Es en la comunidad, en la relación concreta de comunicación con los demás, donde realmente se constituye la persona. Para el
personalismo, los dos conceptos básicos que dan unidad al pensamiento son “Persona” y “Amor”. Ambos conceptos se han
encontrado también en el pensamiento liberal y en el romanticismo pero con otra significación radicalmente distinta; según el
movimiento personalista el significado que de ellos se ha dado, incluso en el ámbito creyente, ha sido puramente instrumental y
alienante. El socialismo marxista tiene razón en denunciar el idealismo y la ñoñería de ambos conceptos porque se ha tendido a
pensarlos como puras abstracciones, descarnadas. Cumple, pues, cambiar le punto de vista desde el que se ha reflexionado
sobre ellos. La persona debe ser comprendida desde un punto de vista relacional: «Encontrarse dos en recíproca presencia»
permite que cada cual se haga persona. En YO Y TU, por su parte, Buber definirá el Amor como «El milagro de una presencia
exclusiva» y como «la responsabilidad de un Yo por un Tu».
El hecho de que esta relación sea profunda, íntima, está en absoluta contradicción con el cosmopolitismo burgués, heredado del
Renacimiento y de las Luces. En tal sentido, Mounier era taxativo. En su texto de 1935 REVOLUCIÓN PERSONALISTA Y
COMUNITARIA se lee:
«Educad a una nueva generación en el sentimiento de una verdadera humanidad. Que sea sagrado para la juventud todo lo
que tiene rostro humano: sagrada la familia; sagrados todo pueblo y toda nación, como le son sagrados su propio pueblo y su
propia patria. Que su espíritu se vuelva hacia Dios, Padre común de todos, y en el que la filosofía encuentra su norma sublime
y su más alta justificación».
Mounier en EL PERSONALISMO (Cap. “La Comunicación”) esbozó los cinco puntos que se hacen necesarios para que pueda
llegar a desarrollarse una sociedad personalista y comunitaria. Se trata de:
1. Salir de sí mismo: luchar contra el “amor propio”, que hoy denominamos egocentrismo, narcisismo, individualismo.
2. Comprender: situarse en el punto de vista del otro, no buscar en el otro a uno mismo, ni verlo como algo genérico, sino
acoger al otro en su diferencia.
3. Tomar sobre sí mismo, asumir: en el sentido de no sólo compadecer, sino de sufrir con el dolor, el destino, la pena, la
alegría y la labor de los otros.
4. Dar: sin reivindicarse como en el individualismo pequeño burgués y sin lucha a muerte con el destino, como los
existencialistas. Una sociedad personalista se basa, por el contrario, en la donación y el desinterés. De ahí el valor liberador del
perdón.
5. Ser fiel: considerando la vida como una aventura creadora, que exige fidelidad a la propia persona.
Asumir al individuo como «persona» no significa perderse en un espiritualismo más o menos platónico, o sublimar un “doble”
imaginario de los humanos concretos, sino aceptar que el sujeto humano es carne espiritualizada, transcendida en cuanto que el
amor (imagen de un Amor divino, con mayúsculas) se vive en lo concreto, y en lo material –por eso mismo el movimiento
personalista, tras un breve instante de flirteo con el colaboracionismo de Vichy, se alineó con los comunistas en la Resistencia
antinazi. En palabras de Mounier, la persona es «existencia encarnada» y olvidar eso conduce a despersonalizar a los humanos.
Como escribió Mounier en EL PENSAMIENTO DE CHARLES PÉGUY: «ya es hora de sacar la palabra “mística” de los
eriales».
«Amar realmente a un ser, es amarlo en Dios», escribió Gabriel Marcel. O en otras palabras, el personalismo quiere fundar un
nuevo humanismo cuyo sentido último se halla en la idea de la persona como expresión del amor divino. Maritain, por su parte,
lo expresa así en HUMANISMO INTEGRAL: «La idea discernida en el mundo sobrenatural que sería como la estrella de ese
nuevo humanismo, no sería ya la idea del sagrado imperio que Dios posee sobre todas las cosas; sería más bien la idea de la
santa libertad de la criatura a quien la gracia une a Dios».

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Por eso el personalismo es radicalmente antiliberal en la medida en que no acepta la idea de los humanos como meros “átomos
sociales”; a la idea de libertad le opone la de comunidad: ese es el único ámbito en que la libertad resulta pensable. La sociedad
es, ante todo, una comunidad de almas, es decir, una totalidad construida como suma de esfuerzos conjuntados en que lo
material, como quería el poeta Maragall “no es más que símbolo”. El liberalismo conduciría a lo que Mounier llamará
“existencia dramática” es decir, a la que ve el tiempo (y el Ser) no como plenitud, sino como vacío, que se expresa
filosóficamente en el existencialismo sartriano.

12. Ética Marxista.


Ética marxista corresponde a la ideología creada por Carlos Marx en la cual toda la sociedad debe tener el mismo nivel social,
para el no deberían existir las clases sociales, no obstante el estado es el encargado de acaparar todas las riquezas del pueblo
mientras este permanece viviendo con lo más mínimo.
Según la definición de Marx, nuestro estatus social y económico está siempre cambiando, de acuerdo a las leyes de la
dialéctica, así que nuestras ideas acerca de la moral también deben estar en un estado de cambio continuo. Sin embargo, cuando
todas las diferencias de clases sean borradas, la visión de la moral marxista necesariamente tendrá que cambiar de nuevo,
porque promover una lucha de clases ya no será la necesidad moral inmediata. Decimos "inmediata," porque la dialéctica es un
proceso eterno que conlleva una lucha continua de tesis/antítesis.La nueva sociedad sin clases determinará la nueva moral, así
como esta evolución hacia una sociedad sin clases dicta la moral de hoy. Para los marxistas, la moral es la conducta que
armoniza con la historia a medida que fluye hacia una sociedad sin clases y más allá la ética marxista corresponde a la ideología
creada por Carl Marx, quien es el continuador de 3 corrientes ideológicas esenciales del siglo XIX: La filosofía Clásica
Alemana (Hegel), La economía Política Inglesa y el Socialismo Francés. Esta ideología fue heredada por Hegel a Marx y este la
modificó transformándola en la dialéctica histórica que plantea que toda la sociedad debe tener el mismo nivel social, para él no
deberían existir las clases, esta doctrina exige ser libre de cabeza, corazón y cartera integrándose a una ideología solidaría con
renuncia a la propiedad y disfrute del usufructo que la propiedad origina, no obstante el Estado es el encargado de acaparar
todas las riquezas del pueblo mientras éste permanece viviendo con lo más mínimo. Este tipo de filosofía se podía aplicar en el
siglo XIX donde las monarquías tenían oprimido al pueblo sin beneficio de nada, cada hombre debía trabajar y trabajar, sin
descanso no dejando espacio para si mismo dándole todas las riquezas a otra persona. Hoy en día, aunque existen estados
parecidos se pueden conseguir los recursos necesarios para una vida digna.
El marxismo persigue una mayor justicia social, superando el sistema capitalista, creando un nuevo orden en la sociedad,
suponiéndose que este nuevo orden tendría que ser una nueva moral que lograra desplazar a la moral capitalista para una
sociedad más igualitaria. La moral marxista trata de identificar lo bueno y lo malo según la actitud que tiene cada individuo en
la sociedad, enfocándose aún más en la clase proletaria. Siendo considerado bueno, todo aquel pensamiento que se centre en el
bien del proletariado en general, siendo malo todo lo orientado a un interés egoísta, siendo considerado solo yo, oponiéndose a
los intereses colectivos de una clase proletaria. Es por esto que el sentimiento solidario y el sentimiento egoísta son polos
extremadamente opuestos dentro del marxismo.
El Marxismo es un sistema doctrinal y un movimiento socio-político que suscita paradójicamente por una parte, Adhesiones y
entusiasmos Ardientes y por otra parte Rechazos Radicales y Polémicas Vivaces entre millones de hombres en el mundo
contemporáneo. Por eso merece ser estudiado y meditado con la seriedad sobre todo en sus planteamientos filosóficos, que
están orientados a dirigir la praxis económica social y política de la humanidad”1.
Es innegable que el marxismo se fue afirmando en todos los planos: Filosófico, político, social, económico en su vigencia de
casi medio siglo conquistó más de un tercio del universo y ha promovido entusiasmo casi místicos de masas populares,
proletarios e intelectuales.
Hay que reconocer que la primera causa del éxito residía en los males, en las deficiencias y en las injusticias del capitalismo,
el mérito y el poder fue haber denunciado éste inhumano realidad y haber concebido su teoría revolucionaria para cambiar este
orden de injusticia socio-económica.
A una humanidad humillada, sin esperanza, el marxismo ha aportado más que razonamientos una VISIÓN TOTAL DEL
MUNDO contra un mundo de sufrimientos, visión de confianza en un mundo de devenir, visión esperanzadora en un mundo
unificado sin clases. Con su entrada en acción para la liberación de clases oprimidas, el marxismo fue ganado muchos adeptos,
que en general desconocen su fundamento filosófico.
En ésta tarea de LIBERACIÓN HUMANA es que no se considera tanto al hombre individual, sino a la humanidad en su
conjunto, al HOMBRE-SOCIEDAD, por lo que la persona individual se sacrifica al plan histórico de la dialéctica, la liberación
auténtica del hombre debe tocarlo en su personalidad singular. Sin embargo el marxismo proclama el advenimiento de una
HUMANIDAD UNIFICADA su mensaje responde a la mayor espera del siglo pasado y de nuestra civilización disuelta por el
individualismo, mensaje de una humanidad reconciliada consigo mismo. Mensaje tanto más atractivo en cuanto funda esta
nueva alianza entre los hombres sobre lo que hasta ahora era su absurda desgracia: “El trabajo”.

1
PICASSO M. Miguel SJ. (1972) – La interpretación marxista de la realidad en general del Hombre y de la historia.
Ediciones.
I. P. Piloto Salesiana - Chosica – Perú.

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EL TRABAJO SE HACE ASÍ EL VALOR UNIFICADOR DEL HOMBRE Y DE LA SOCIEDAD: La sociedad dividida en
clases (adinerados poseedores del capital y proletarios o campesinos oferentes y vendedores de su trabajo) encuentra su
unificación en una futura sociedad sin clases, donde todos sean trabajadores. Un mundo dividido entre estados capitalistas y
países socialistas, encuentra su unidad en el proletariado. “Proletarios de todos los países unidos….”, “El hombre es el actor
de su propia historia”. Marx.
Esta visión filosófica que es una “una praxis en donde el hombre se piensa, se reconoce, se ve crecer y ser a sí mismo,
dominando el mundo… Tal es la ambición del marxismo, que explica la seducción que ejerce sobre tantos espíritus en forma
tan impresionante”2. La esperanza por comprobar si el nuevo régimen económica responderá realmente a una economía
“HUMANA” liberada de los abusos del maquinismo y de las sujeciones mercantiles donde el hombre pueda pasar
afectivamente del “reino de la necesidad al reino de la libertad” (Engels)
El socialismo marxista permanece en espera de que la sociedad entera sepa valorarlo y aprovecharlo de cara a un futuro
mundial más justo”3 Después de la Segunda Guerra Mundial, el “modelo” de marxismo que Lenin había instaurado en la
Unión Soviética estaba sufriendo una dramática y profunda crisis, mostrando con Stalin el rostro de una despiadada dictadura.
Es en este contexto que se desarrolla una nueva interpretación del pensamiento de Marx – en oposición y como alternativa a la
“oficial” del régimen soviético– que se conoce como “humanismo marxista”. Sus representantes sostienen que el marxismo
posee “un rostro humano”, que su problemática central es la liberación del hombre de toda forma de opresión y de alienación y
que, consecuentemente, es por esencia un humanismo. Un grupo bastante heterogéneo de filósofos pertenece a esta línea de
pensamiento. Los más representativos son: Ernst Bloch en Alemania, Adam Shaff en Polonia, Roger Garaudy en Francia,
Rodolfo Mondolfo en Italia, Erich Fromm y Herbert Marcuse en los Estados Unidos.
Y es así entonces que, a partir de los años Cincuenta, con el desafío a nivel de interpretación teórica que el humanismo marxista
lanza a la doctrina “ortodoxa” del régimen soviético, se asiste a un áspero enfrentamiento entre dos modos mutuamente
excluyentes de entender el pensamiento de Marx. Pero tal situación no representaba una novedad o una anomalía en la historia
del marxismo: al contrario, era casi una constante.

BIBLOGRAFÍA.

1. ARANGUREN J. L., Ética y política, Guadarrama, Madrid 1963; AA.VV., Ética y Política en la sociedad democrática,
Espasa-Calpe, Madrid 1981
2. CORTINA A., Razón comunicativa y responsabilidad solidaria, Sígueme, Salamanca 1985
3. GARCÍA MORRENTE, Manuel. (1981) Lecciones Preliminares de Filosofía. Editorial - Losada Buenos Aires - Argentina.
4. HIDALGO TUÑON, Alberto; IGLESIAS FUEYO, Carlos y SÁNCHEZ ORRTIZ DE URBINA, Ricardo. (1978) Historia
de la Filosofía – Ediciones Anaya S.A. Madrid – España.
5. HIRSCHBERGER Johannes. (1981) Historia de la Filosofía I – Pag. 466,467 – Editorial Herder – Barcelona-España
6. MARITAIN, Jacques. Humanismo Integral (1984) Ediciones Carlos Lohlé. Buenos Aires. Argentina
7. PICASSO M. Miguel SJ. (1972) – La interpretación marxista de la realidad en general del Hombre y de la historia.
Ediciones. I. P. Piloto Salesiana - Chosica – Perú.
8. ROSENTAL – IUDIN. (1980) Diccionario Filosófico. Ediciones Universo. Lima.

COMPILACIÓN Y RESUMEN.
Mg. Eloy Ayala Falcón
DOCENTE DE FILOSOFÍA Y ÉTICA

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