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LOS OJOS DE LOS PERROS

En todo México el 1 y 2 de Noviembre se festeja el día de los muertos, y ese día las personas
suelen hacer altares con comida y otras ofrendas a sus familiares difuntos. Un día un hombre
tuvo la curiosidad de saber si eran ciertas las leyendas de que los muertes regresaban de la
tumba sobre todo en el día de los muertos; pero este no sabía cómo comprobar eso, pero en
ese momento el hombre recordó lo que dicen de los perros, de que ellos pueden ver espíritus,
cosas que los humanos no podemos, así que decidió frotarse un poco de lagañas (las lagañas
son secreciones secas de los ojos, que todo animal mamífero posee) este decidió frotarse las
lagañas de un perro sobre sus ojos para comprobar si así podía ver a los muertos, pensó que
era una buena idea, así que lo hizo, después se escondió en una esquina de su casa, esto
después de colocar la comida u ofrendas en su altar. Al día siguiente los vecinos que sabían
lo que este había planeado, fueron a buscarlo a su casa, porque este no había salido en todo
el día; tocaron la puerta durante un tiempo para que este abriera, pero nunca abrió ni se
escuchaba nada, por lo que sus vecinos decidieron entrar a la casa del hombre, pero al entrar
los vecinos quedaron sumamente petrificados, pues descubrieron al cuerpo del hombre en
una esquina en posición fetal y además muerto, con un rostro que solo reflejaba terror y nada
más.
San Cristóbal Huichochitlán

Voy a compartir una leyenda que surge en la comunidad de San Cristóbal Huichochitlán,
Toluca, Mex. Comunidad otomí por excelencia y punto de reunión de otras poblaciones. En
la época que estuvo Maximiliano y Carlota como emperadores de México, se cuenta que
cuando iban a la ciudad de México, el cochero solicito pasar a ver a su familia que hacía
muchos días que no los veía, por andar de viaje con la emperatriz, ella accedió gustosa, y en
cuanto bajo del carruaje, la gente la miraba extasiada y la confundieron con una virgen, se
acercaron y la seguían hacia donde ella iba y la llamaban "shina" que en otomí quiere decir
virgen, comenta la gente que ella fue muy amable con los pobladores del lugar y en su honor
le esculpieron una estatua de piedra, que al pasar los años fue posesión del cantor de la iglesia
que se apellidaba Romero, quien tuvo la estatua en el patio de su casa pero tuvo la necesidad
de quitarla de ahí, porque la mayoría de los vecinos aseguraba que se movía de lugar y que
la veían pastorear a las ovejas del señor Romero, la trasladaron al atrio de la iglesia principal,
pero la gente comentaba que se movía pasada la media noche y se le veía flotar, y la volvieron
a colocar en la parte posterior de la iglesia, donde la instalaron junto a un San Cristóbal de
piedra y hasta la fecha permanece ahí y se cree que ya no se ha movido, pero la gente la ve
con admiración, respeto y temor, y también es conocida como la pastora.
EL MITO DE LA SALLANA.
El mito de la Sallana nació precisamente en la época colonial. Se dice que era una mujer
aristócrata de la ciudad de Villavicencio. La mujer siempre prestaba atención a lo que la gente
decía, pues solía vivir del qué dirán. Cierta ocasión llegó hasta sus oídos la terrible noticia de
que su esposo la traicionaba con su mamá.
La mujer se dejó llevar por los celos, y lejos de aclarar la posible infidelidad, descuartizó a
su hijo, decapitó a su marido y le dio varias puñaladas a su madre, dejándola en agonía.

Cuando volvió en sí, prendió fuego a la casa, porque deseaba borrar toda huella de sospecha.
Su madre, quien todavía estaba con vida, le dijo con su último aliento:

“Tu nombre será Sallana, y vagarás por los llanos asustando borrachos y chismosas.”

A partir de ese entonces, se cuenta que una mujer hermosa se les aparece a los ebrios
asustándolos con su risa macabra. Cubre su cuerpo con un abrigo negro y es precisamente
ésta su forma de atraerlos; cuando logra acaparar su atención, abre su abrigo dejando mostrar
la calavera verdosa que esconde ahí.

La Sallana es una mujer perversa que busca enmendar todo el mal que hizo. También
persigue a las mujeres chismosas, pues fueron éstas las causantes de los celos que la llevaron
a su desgracia.
MITO EL NAGUAL.

En la época de la Colonia se creía que los brujos o hechiceros se convertían en animales para
atacar tanto a personas como a similares. Los antiguos relatos se refieren a brujos con poderes
sobrenaturales capaces de hacer llover, desunir matrimonios y hasta provocar muertes.

El nagual fue y será el más mítico de los seres mexicanos, aunque no se tienen datos de su
aparición, pues ya cuando se consumó la conquista de la Nueva España se hablaba de los
poderosos hechiceros capaces de tomar cualquier forma. Al principio los recién llegados
creían que se trataba de una superstición, pero más tarde el miedo se apoderó de ellos
también.

Los indígenas se aprovecharon del temor que estas crónicas causaban en los extranjeros para
poder alimentarse, pues muchas de las leyendas afirman que curtían las pieles de los animales
para colocárselas por la noche, pudiendo de esa manera escabullirse para conseguir un poco
de comida, propiamente se diría robar, pero eran tantas las injusticias que no había más
remedio que hacerlo.

Sin embargo, el mito iba más allá de lo que pensamos: se trataba de un don brindado por los
antepasados. Ellos podían tomar la forma de perro, jaguar o puma, aunque al parecer sólo
dañaban cuando algo ponía en peligro su identidad. Aun así, hubo muchas versiones en las
que se aseguraba que los naguales atacaban poblados enteros, lo que sería posible
considerando que siempre ha existido el bien y el mal; la brujería blanca y la negra; los dioses
de la luz y los del inframundo, etcétera. Siendo imposible sin alguna prueba fehaciente poder
pasar a los naguales a las leyendas, por lo que pensamos que pertenecen a los mitos. Después
de todo y lo que sería una fortuna, ya no existen.
EL JOROBADO

Corría el año de 1780 en la región tarasca de Michoacán. Por aquellos lugares había llegado
el sacerdote jesuita mexicano Francisco Javier Clavijero, quien publicara más tarde su libro
Historia antigua de México, en donde se contaba la historia de un itzcuintlipotzotli. En el
libro se señala que era un animal grotesco semejante a un perro del tamaño de un terrier, con
cola corta, una cabecita parecida a la de un lobo, prácticamente sin cuello, con extraña nariz
bulbosa, piel casi lampiña y, lo más extraordinario de todo, una pronunciada joroba que se
extendía desde el lomo hasta las ancas (patas).

Pero además de transcribir estas características, también incluyó un viejo dibujo realizado
por él mismo, en donde aparecía el supuesto animal. Aquella vieja historia se había quedado
en el olvido porque todos se negaban a creer que este cuasimodo canino fuera un perro,
asegurando que más bien era una especie de roedor similar al cerdo de Guinea, pues todos
los rasgos señalaban eso. Pero como todos los mitos, esto nunca se sabrá, ya que el animal,
así como las versiones posteriores, pudo haber desaparecido.

El jorobado es un enigma que a diferencia del xoloescuintle no puede ser considerado como
leyenda, aunque se asegure que en décadas pasadas se vio un ejemplar en una ranchería de
Michoacán. Pero a juzgar por el dibujo de la crónica, no se puede descartar su posible
existencia.
LA LLORONA

Cuenta esta leyenda que hace muchos años vivió una joven llamada Tulira, hija del cacique
Quezaro. Tulira cautivaba los corazones con su belleza. Y también cautivó el corazón de
Juan, un joven español. Juan le hizo saber a Quezaro el amor que sentía por su hija. El le
respondió que Tulira estaba prometida a otro cacique desde que era muy niña. Y por más que
Tulira lloro y suplico, su padre le dijo que tenía que cumplir su palabra y prohibió a los
jóvenes que se volvieron a ver. Pero ellos se siguieron reuniendo a escondidas en un claro
del bosque. Pasó más de un año, pero una noche los encontró Quezaro. Lleno de furia alzó
su lanza y le dijo a Juan que se defendiera. Tulira le rogó que lo perdonara, pues se amaban
de verdad. Y le confesó que tenían un hijo, al que mantenían oculto. Quezaro le respondió
que ya lo sabía y que acababa de ordenar que lanzaran el niño a la catarata. Luego le dijo a
Tulira: "Vivirás miles de años llorando tu desgracia y te escucharán las hijas que
desobedezcan o sus padres". Juan sacó su espada y Quezaro se lanzó contra él. En la lucha
los dos cayeron muertos. Tulira huyó llorando y gritando. Había enloquecido. Cuenta la
leyenda que las
Personas que viajan de noche creen oír a Tulira por las orillas de los ríos, llamando a su hijo
y llorando su desgracia.
LA LLORONA

En las altas horas de la noche, cuando todo parece dormido y sólo se escuchan los gritos
rudos con que los boyeros avivan la marcha lenta de sus animales, dicen los campesinos que
allá, por el río, alejándose y acercándose con intervalos, deteniéndose en los frescos remansos
que sirven de aguada a los bueyes y caballos de las cercanías, una voz lastimera llama la
atención de los viajeros.
Es una voz de mujer que solloza, que vaga por las márgenes del río buscando algo, algo que
ha perdido y que no hallará jamás. Atemoriza a los chicuelos que han oído, contada por los
labios marchitos de la abuela, la historia enternecedora de aquella mujer que vive en los
potreros, interrumpiendo el silencio de la noche con su gemido eterno.
Era una pobre campesina cuya adolescencia se había deslizado en medio de la tranquilidad
escuchando con agrado los pajarillos que se columpiaban alegres en las ramas de los
higuerones. Abandonaba su lecho cuando el canto del gallo anunciaba la aurora, y se dirigía
hacia el río a traer agua con sus tinajas de barro, despertando, al pasar, a las vacas que
descansaban en el camino.
Era feliz amando la naturaleza; pero una vez que llegó a la hacienda de la familia del patrón
en la época de verano, la hermosa campesina pudo observar el lujo y la coquetería de las
señoritas que venían de San José. Hizo la comparación entre los encantos de aquellas mujeres
y los suyos; vio que su cuerpo era tan cimbreante como el de ellas, que poseían una bonita
cara, una sonrisa trastornadora, y se dedicó a imitarías.
Como era hacendosa, la patrona la tomó a su servicio y la trajo a la capital donde, al poco
tiempo, fue corrompida por sus compañeras y los grandes vicios que se tienen en las capitales,
y el grado de libertinaje en el que son absorbidas por las metrópolis. Fue seducida por un
jovencito de esos que en los salones se dan tono con su cultura y que, con frecuencia,
amanecen completamente ebrios en las casas de tolerancia. Cuando sintió que iba a ser
madre, se retiró "de la capital y volvió a la casa paterna. A escondidas de su familia dio a luz
a una preciosa niñita que arrojó enseguida al sitio en donde el río era más profundo, en un
momento de incapacidad y temor a enfrentar a un padre o una sociedad que actuó de esa
forma. Después se volvió loca y, según los campesinos, el arrepentimiento la hace vagar
ahora por las orillas de los riachuelos buscando siempre el cadáver de su hija que no volverá
a encontrar.
Esta encantadora leyenda costarricense es la representación más ingenua de esas jóvenes que
caen y que se niegan a cumplir el más elemental de los deberes animales, cual es el de criar
a sus hijos; los abandonan y los hacen morir por miedo a la opinión pública cuya justicia las
arroja a la comunidad para evitar el mal ejemplo: se ha dado en creer, por algunos, que se
evita el mal ejemplo impulsando hacia el vicio a esas mujeres 'sin ilustración.
LA LLORONA
Consumada la conquista y poco más o menos a mediados del siglo XVI, los vecinos de la
ciudad de México se recogían en sus casas con el toque de queda, avisado por wholesale
NBA jerseys las campanas de la primera Catedral; a media noche y principalmente cuando
había luna, despertaban espantados al oír en la calle, tristes y prolongadisimos gemidos,
lanzados por una mujer a quien afligía, sin duda, honda pena moral o tremendo dolor físico.
Las primeras noches, los vecinos se resignaban a santiguarse For por el temor que les
causaban aquellos lúgubres gemidos, que según ellos, petenecían un ánima del otro mundo;
pero fueron tantos y tan repetidos y se prolongaron por tanto tiempo, que algunos osados
quisieron cerciorarse con sus propios ojos qué era aquello; y primero desde las puertas
entornadas, de las ventanas o balcones, y Researchenseguida atreviéndose a salir a las calles,
lograron ver a la que, en el silencio de las oscuras noches o en aquellas en que la luz pálida
de la luna caía como un manto vaporoso lanzaba agudos y agónicos gemidos.

Vestía la mujer un traje blanco y un espeso velo cubría su rostro. cheap jerseys Con lentos y
callados pasos recorría muchas calles de la ciudad, cada noche tomaba distintas calles, pero
siempre pasaba por la Vindas! Plaza Mayor (hoy conocida como el Zocalo de la Capital),
donde se detenía e hincada de rodillas, daba el último angustioso y languidísimo lamento en
dirección al Oriente; después continuaba con el paso lento y pausado hacia el mismo rumbo
y al llegar a orillas del lago, que en ese tiempo penetraba dentro de algunos barrios, como
una sombra se desvanecía entre sus aguas.

“La hora avanzada de la noche, – dice el Dr. José María Marroquí- el silencio y la soledad
de las calles y plazas, el traje, el aire, el pausado andar de aquella mujer misteriosa y, sobre
todo, lo penetrante, agudo y prolongado de su gemido, que daba siempre cayendo en tierra
de rodillas, formaba un conjunto que aterrorizaba a cuantos la veían y oían, y no pocos de los
conquistadores valerosos y esforzados, quedaban en presencia de aquella mujer, mudos,
pálidos y fríos, como de mármol. Los más animosos apenas se atrevían a seguirla a larga
distancia, aprovechando la claridad de la luna, sin lograr otra cosa que verla desaparecer
llegando al lago, como si se sumergiera entre las aguas, y no pudiéndose averiguar más de
ella, e ignorándose quién era, de dónde venía y a dónde iba, se le dio el nombre de La
Llorona.”

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