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Beneficencia Masónica: Teoría y práctica

FRANCOISE
RANDOUYER
Universidad de París-Sorbonne

Durante la segunda mitad del siglo XIX, Madrid sigue siendo un


polo de atracción para los inmigrantes de todas las provincias, y su po-
blación casi duplicará en los cincuenta años. Pero, ni la industria en vía
de desarrollo, ni las demás estructuras productivas permiten absorber
tanta mano de obra. Entonces se agudiza el problema del paro en las
clases trabajadoras y al lado de los mendigos profesionales que tienen
licencia para pedir limosna en las vías públicas, existe un gran número
de pobres sin trabajo que piensan encontrar en la mendicidad un recurso
para subsistir. Y si en esta época los salarios apenas varían, en cambio
no dejan de crecer los precios de los artículos de primera necesidad; y
aparecen directamente relacionadas con este fenómeno, las repetidas ma-
nifestaciones callejeras de los jornaleros que vienen a perturbar el orden.
En este contexto social bastante conflictivo, las obras benéfico-
caritativas constituyen para las clases dirigentes, tanto conservadoras como
liberales, una panacea a la miseria ambiente. ((Que los de abajo tengan
paciencia y los de arriba caridad: así se resolverá sin lucha el problema
social» tal fue la doctrina varias veces repetida de Concepción Arenal,
por ejemplo, asidua colaboradora del periódico «Las Dominicales del
Libre-Pensamiento)).
Para realizar estas obras existen en Madrid un gran número de or-
ganismos de beneficencia públicos o serniprivados patrocinados por la
aristocracia, la burguesía o / y el clero. Además entre 1859 y 1881 nueve
congregaciones nuevas se implantarán en la capital, dedicadas únicamente
a la caridad, y más particularmente a la repartición de alimentos o comi-
das. En el comedor del asilo del Sagrado Corazón se repartieron durante
el invierno de 1889 alimentos a 105.727 personas: una cifra un tanto
escalofriante l .
Y como la Masonería, desde su fundación, siempre se ha definido
como una Institución filantrópica cuya primera obligación es la caridad,
nos pareece interesante estudiar como concibieron y concretaron esta
obligación los masones madrileños entre 1868 y 1888.
Desde 1871 las Constituciones del Gran Oriente de España especifi-
caban que la Masonería tenía por objeto el ejercicio de la caridad, y el
apartado n.Q 2 del art. 7, titulado de los Masones, puntualizaba que los
principales deberes de los masones eran: ((amparar, proteger, socorrer a
todo hermano necesitado, como igualmente a su viuda y huérfano, con-
currir, cooperar con su persona, sus facultades, e influencia a todo lo
que sea el bien de la Orden, de la patria o de la humanidad)). Pero es
obvio que estos masones rechazaban la caridad de tipo clerical, heredada
de la Edad media, época en que la figura de Cristo aparecía detrás de
cada pobre, así como: «la acción banal y ostentosa que mueve a una
sociedad corrompida e insustancial a ejercer un acto de donación que
necesita un numeroso concurso de espectadores para aplaudir una gene-
rosidad que las más de las veces no es más que una vanidad ((como
podemos leerlo en un artículo publicado en el Boletín del Gran Oriente
en el mes de diciembre del mismo año. Y el autor añadía que tampoco se
podía confundir la caridad del masón con ((ese sentimiento fingidamente
filantrópico que hace declamar en la plaza pública, en las corporaciones
científicas magnificos discursos por la emancipación de una raza que no
ha visto» y que pide la ayuda de la policía para acabar con tantos mendi-
gos. Por el contrario, para el masón, hermano de todos los hombres, la
caridad es una ({virtud modesta como la violeta que se adivina por su
fragancia)); es un noble sentimiento que se ejerce misteriosamente en la
sombra y en tales condiciones que la persona, la sociedad, o la nación
auxiliada por los masones muy rara vez conoce la fuente del beneficio;
adernk esta caridad no se limita a un círculo reducido; como la masonería,
es universal.
Para poner en práctica esta caridad cada logia de cualquier grado
elegía o designaba una comisión de beneficencia encargada de la gestión
de los fondos recaudados en el trono de beneficencia que circulaba entre
los hermanos al terminar las tenidas; y una de las atribuciones del hermano
hospitalario era vigilar que ningún miembro del taller saliera sin dejar su
óbolo.
Las sumas así recaudadas nunca eran importantes: así en 1872, en la

1. BAHAMONDEM A G R O A. y TORO M-ERIDAJ.: ((Mendicidad y paro en la España de la Restau-


ración)), Revista de Estudios de Historia Social 1978, n.Q 7 (En 1857, Madrid contaba con 281.170
habitantes que se convertirán en 539.835 en 1900).

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logia Federación, n.o 69, desde el mes de mayo hasta el fin del año y en
17 tenidas el importe fue de 123 reales, o sea una media de 7 reales por
tenida; en la logia Fraternidad Ibérica, una de las más numerosas y regu-
lares, según el recuento hecho por F. Márquez tenemos 787 reales para
el año 1880, o sea 30 reales por tenida2 y en 1886, en la logia Minerva el
total del año es de 181 pesetas es decir una media de 3,48 ptas.
A este fondo venían a añadirse las multas impuestas por el venerable
y los donativos voluntarios de los iniciados el día de su entrada en la
Orden. Pero si estos donativos figuraban en los libros de Actas de las
tenidas en los años 70 ya no se mencionaron después: jolvido del secretario
o desaparición de una tradición? Para remediar a tan poco caudal solían
organizarse rifas de un reloj, por ejemplo o de una cartera en la logia o
entre varias logias. Pero, en 1882, el hermano Francisco de Pino, de la
logia Amor se opuso terminantemente a tales prácticas explicando que
las logias no eran casas de juegos y que todos los juegos eran inmorales.
Y como era también en esta época diputado por la Gran Logia Simbólica
su autoridad hizo que fueran desapareciendo las rifas. Resultaba también,
a veces, de gran provecho para el tronco de beneficencia la organziación
de tenidas blancas, es decir públicas, en las que se celebraban el bautizo
o la adopción de un lovatón, veladas literarias, conciertos. Pero un articulo
del Reglamento interior de la logia Comuneros, en 1885, puntualiza que:
«la logia no entrara en negociaciones de ningún género para concertar
funciones de teatro ni otro espectáculo que tienda a favorecer el fondo
de beneficencia, ni aun con destino a determinados socorros para los
hermanos necesitados, declarando por tanto que no se aceptará para este
fondo más que los ingresos naturales del saco y los donativosr). Dicho de
otra manera, la caridad es un deber propio de los masones y no se puede
hacer con el dinero de los demás.
Por otra parte, el dinero recaudado no permanecia en su totalidad
en posesión de la logia, el día de la instalación de sus dignatarios, es
decir cada año, tenía que remitir a la Comisión de beneficencia de la
Gran Logia Simbólica la suma de 25 ptas., más 6 ptas. por cada hermano
del cuadro. Lo que no todas cumplían, por descuido o por falta de recur-
sos.
Por ser la caridad una virtud casi secreta, en los primeros años de la
reorganización de la masonería, el donativo se concedía a cualquier masón
sin recibo 'ni justificante alguno. Pero no tardaron los masones en darse
cuenta de que a veces eran víctimas de los desaprensivos y que esta practica
atraía a la orden unos individuos indeseables. Entonces en las logias
empezaron a sentir la necesidad de definir la forma y la meta de su

2. MARQUÉZSANTOS,F.: Un ejenzplo de masonería madrilefia: la logia «Fraternidad iberica)).


Memoria de licenciatura inédita. Madrid, 1984.

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caridad. Y ciertas logias llegaron hasta a elaborar, además del Reglamento
interior, un reglamento de beneficencia.
Así, por ejemplo, el de la logia Amor, en 1882, preveía dos tipos de
beneficencia: una general y una particular con cuentas separadas. L a
general se constituiría del 25 por ciento de las sumas recaudadas y sería
destinada a la ayuda de los hermanos de otras logias o de los profanos, y
la particular o sea el 75 por ciento, más los donativos eventuales, para
ayudar a los hermanos de dicha logia. Pero, el socorro otorgado nunca
podría exceder a la cuarta parte de los fondos o a lo sumo 10.000 reales.
El de la logia Minerva, en 1885, estipulaba que sólo cuando los fondos
pasaran de 100 pesetas (reducidas a 50 en 1886) se podría ayudar a u n
profano en caso de extrema necesidad. En la logia Comuneros se conser-
vaba un fondo de reserva 250 pesetas en los años 80.
Al considerar estas medidas restrictivas que no concuerdan con los
principios fundamentales, podríamos suponer que las logias recibían mu-
chas peticiones de auxilio. Pero si nos referimos a los datos encontrados
en los libros de Actas de las tenidas no fue así. Por ejemplo, en la logia
Fraternidad Ibérica, en el año 1880 sólo encontramos tres casos que reci-
bieron una ayuda de 154 reales cada uno; en la logia Amor, en 1885, 5
casos, y en la Minerva, el año siguiente, 6 casos, entre los cuales u n a
ayuda de 5 pesetas a dos masones extranjeros, y un donativo de 250
pesetas al lovatón de la logia.
Por otra parte, los nuevos estatutos de la Gran Logia Simbólica,
reorganizada en 1880, exigían de cada logia una cuota mensual de 25
céntimos por cada hermano para su propia comisión de beneficencia, lo
que paralizaba un poco la actividad benéfica de las logias. En efecto, en
la medida en que se veían éstas, privadas de una parte de sus fondos,
consideraban que muchos casos no eran de su incumbencia y acudían a
la Gran Logia simbólica para resolverlos. Empezó de este modo una
cierta burociatización en el ejercicio de la caridad con todos los inconve-
nientes que podemos imaginar: ida y vuelta de los expedientes, tardanza,
rechazo etc... En ciertos casos la falta de recursos de muchas logias llegó
hasta inhibir la generosidad de los hermanos, como ocurrió en la logia
UniUn en 1887. Un hermano propuso una suscripción en beneficio de las
víctimas del incendio de la Opera-Cómica. El Venerable, aunque de acuer-
do con la intención, se opuso a esta proposición por el poco resultado
que daría en la práctica ((resultado que sería tan mezquino que perjudicaría
el buen concepto y nombre de la Orden masónica)).
Así parece que estos masones no lograban cumplir con sus obliga-
ciones por varios motivos. Primero, en todas las logias, y contraviniendo
de esta manera todos los Estatutos Generales de la Orden desde los de
Anderson, cada vez más se iniciaban a profanos que no tenían suficientes
recursos económicos, como lo atestiguan las numerosas exoneraciones
de derechos de iniciación; además, era como si los masones se desenten-
diesen de esta caridad que podríamos llamar ritual por poco eficiente,
como lo explicitaba el art. 34 del reglamento interior de la logia los
Comuneros, en 1885, diciendo que ((para todo socorro se tendrá en cuenta
que la prodigalidad en los actos benéficos de pequeñas sumas, ni satisfacen
al socorrido ni remedian una verdadera necesidad, ni permiten acumular
fondos para llevar mayores consuelos al seno de los verdaderos infortu-
nios)). Y por fin, como una gran parte de estos masones conocían una
precaria situación económica, verbi gracia los empleados con la amenaza
de la cesantia, sintier'on la necesidad de organizarse ante el deterioro
económico con ciertas medidas de previsión.
Así, la Fraternidad Ibérica constituirá su propia cooperativa para la
compra de bienes de consumo. Y varias logias del Gran Oriente de Espafia
intentarán constituir sociedades de socorros mutuos, colocando los fondos
en el Monte de Piedad o la Caja de Ahorros, conformándose con la
política del gobierno que intentaba promover de ese modo una tentativa
de previsión social y de ahorro en las clases trabajadoras.
La primera logia en formular un proyecto interlogia, denominado
asociación de intereses mancomunados, fue la Luz de Mantua en 1877;
pero no logró su propósito. Por el libro de Actas de las tenidas sabemos
que se discutieron varios proyectos y que por fin se adoptó el de dedicar
la mitad del tronco de beneficencia de cada tenida para el fondo de
socorros mutuos. Después lo intentaron la logia Amor y más tarde la
Minerva. y esto a pesar de las reiteradas circulares del Gran Secretario
Utor y Fernández que recordaban a Ios masones sus deberes; y particu-
larmente la del 30 de diciembre de 1885 en la que explicaba que por
culpa de los talleres que no remitieron a la Gran Logia las cuotas decre-
tadas en el art. 289 los resultados del ejercicio de la caridad de la Gran
Logia venían a ser negativos. Insistía en que la masonería en absoluto
podía ser una sociedad de socorros mutuos: ((supuesto que debe compo-
nerse de hombres de posiciones propias en el mundo profano, propicios
a sacrificarse en aras de la Humanidad)). Critica también las logias que
«se conmueven al primer grito de angustia que llega de los extraños y
que oyen con tanta indiferencia el de la viuda y del huérfano del que a
nuestro lado trabaja)}.
Y es verdad que los hermanos solían responder con bastante genero-
sidad a suscripciones de carácter humanitario. El primer ejemplo que
encontramos fue la iniciativa de parte de ciertas logias de Madrid, de
mandar algunos fondos a Francia para auxiliar a los heridos de los dos
campos de la guerra franco-prusiana en 1870. Tenemos también el rnan-
tenimiento por la logia Fraternidad de una ambulancia en el frente del
Norte durante la guerra carlista en 1874. Asimismo recaudaron dinero
para ayudar a las víctimas de las catástrofes naturales que afectaron di-
versas provincias de España: inundaciones de Levante, terremoto de Gra-
nada, etc... Por otra parte, Nicolás Díaz y Pérez lanzó una suscripción a
favor de los exiliados, masones y profanos, a raíz de la sublevación repu-
blicana de Badajoz en 1883. Para terminar esta enumeración, en nada
exhaustiva, citaremos la creación, en 1885, por las logias de Madrid de
una asociación llamada: «Los Hermanos de la Humanidad)) para prestar
ayuda en la lucha contra las enfermedades coléricas.
Lo que es de notar en todos estos ejemplos es la expresión de un
sentimiento de solidaridad que va mucho más allá de la mera limosna.
Una logia, el Porvenir n.o 2, intentó conciliar los preceptos masónicos
básicos y la solidaridad en su Reglamento de Beneficencia elaborado en
1887, y firmado por el propio Utor y Fernández.
Este reglamento manuscrito constaba de 12 artículos. Cuatro de estos
se referían a la obligación de visitar y auxiliar a los hermanos enfermos o
a su familia, de velar al cadáver y cumplir con algunos ritos fúnebres en
el momento del entierro. Los demás artículos establecían la obligación
((precisa e ineludible)) bajo pena de multas por los contravinientes)), de
surtirse de todos los objetos necesarios a la vida en los establecimientos
de sus hermanos del Taller, y recomendarlos a sus familiares y amistades;
en compensación, si se puede decir, se invitaba a los hermanos propietarios
de dichos establecimientos a ceder un tanto por ciento del aumento de
los ingresos así percibidos en beneficio del tronco de beneficencia de la
logia. También se hacía obligación a los médicos de la logia de prestar
gratuitamente sus servicios a los hermanos enfermos «con tal de que sean
verdaderamente pobres)). Los gastos del transporte del médico en tranvía
corrían a cargo de la logia. Para estos enfermos los hermanos farmacéu-
ticos tenían que hacer una rebaja de un 60% del precio de tarifa. Esta
obligación de asistencia se extendía también a los jurisconsultos, en caso
de necesidad. Por fin, un artículo se refería a los cesantes: cada caso se
comunicaría a la logia que nombraría una comisión encargada de gestionar
la reposición o una nueva colocación del hermano cesante.
Tenemos aquí un sistema de beneficencia que ya tiene poco que ver
con lo enunciado en los Estatutos de la orden. Se trata más bien de una
forma de solidaridad bastante coactiva que podríamos llamar autárquica
y no sabemos si llegó a aplicarse, por falta de documentos. Pero la exis-
tencia de tales reglamentos no significa que otras logias habían abando-
nado el ejercicio de la caridad. Y buena prueba de esto es lo que ocurrió
en la logia Unión en 1887. Durante varios meses ciertos hermanos pres-
taron una ayuda económica importante al hermano Alfonso Alvarez de
Toledo, proporcionándole, en sus propias casas, habitación y comida, y
dándole dinero para que pudiera mantenerse y buscar un empleo.
Al terminar esta aproximación al estudio de la beneficencia masónica
puntualizamos que las conclusiones siempre pueden dejar lugar a dudas;
en efecto la documentación fragmentaria de que disponemos sólo nos
permite dar indicaciones en absoluto generales.
Lo que aparece aquí es que la práctica dista bastante de la teoría
sobre todo si consideramos el contexto socio-económico y eso por varios
motivos. Primero, como en otros comportamientos masónicos encontra-
mos la manifestación de dos mentalidades opuestas: una, tradicional,
bien instruida en el ideal masónico, quería conservarlo en toda su pureza,
salvando así lo específico de la Orden, sociedad iniciática. La otra, más
consciente de la realidad o menos instruida, masónicamente hablando, se
esforzaba por adaptar los principios a los tiempos y actuar como si la
Orden fuera una sociedad cualquiera. Por otra parte ya sabemos que el
siglo de las Luces inspiró varios modelos de pensamiento o de comporta-
miento al mundo masónico. Pero en el tema que nos interesa hoy, nuestros
masones madrileños no pudieron inspirarse en la ilustración que fue bas-
tante represiva contra la mendicidad y la pobreza que anhelaba hacer de
cada hombre un productor. Eso tal vez, explique cierto conformismo en
las acciones benefico-caritativas masónicas. Luego, por falta de recursos
económicos y de iniciativa no pudieron contrarrestar la tentativa de re-
cristianización del pueblo por la Iglesia, como lo hubieran deseado. Cla-
ramente lo expresaba Utor en su discurso durante el banquete solsticial
de 1880: «Para combatir en sus mismas trincheras a los sectarios de Lo-
yola, enemigos encarnizados de nuestra institución, como enemigos que
son de todo lo que es progreso y civilización, es necesario que nosotros
nos pongamos en condición de ejercer la beneficencia. No esa beneficencia,
no esa caridad que tanto humilla al que la recibe, sino al que enaltece al
hombre, cuando se realizan grandes obras en honras de sus semejantes.
Pero estas grandes obras tampoco las realizaron: las varias tentativas de
creación de escuelas, por ejemplo, para niños huérfanos, o mujeres o
obreros fracasaron. Por otra parte, los masones como la mayoría de los
españoles, fueron tomando conciencia muy lentamente de la transforma-
ción del país, industrialización, proletarización de los artesanos y traba-
jadores del campo, que generaba lo que se solía llamar la ((cuestiónsocial)).
ESO 10 averiguamos cuando vemos la poca repercusión, en 10s trabajos
de las logias, de las encuestas de la Comisión de Reformas sociales, a
pesar de ser el segundo presidente, Segismundo More4 Y el secretario*
Daniel Balaciart, masones. Lo único que encontramos fue el título de
una pieza de arquitectura sobre ((Elmejoramiento físico de la clase obrera))
por el hermano Francos de la logia Amor, en 1883.
Lo que no es de extrañar, al fin y al cabo, de parte de una institución,
que nunca elaboró un proyecto o un modelo de sociedad, aunque fuera
utópico, sino que pone por encima de todo el perfeccionamiento individual
del hombre, que llevará algún día a una sociedad perfecta.

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