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Curso Práctico de INTELIGENCIA EMOCIONAL

Módulo 4- Control Emocional

Técnica Psicológica 8

Recordemos que cuanto mayor conocimiento teórico de la naturaleza de las


emociones tengamos, mayor será la posibilidad de manejarlas.

¿QUÉ ES LA ANSIEDAD?
Es la percepción de un suceso que altera la normalidad, o una situación física o
psíquica conocida o desconocida, provoca un sentimiento intensamente negativo,
determina la atención, va acompañado de preocupaciones y miedo, y,
frecuentemente, de sensaciones de ahogo.

La ansiedad es una emoción producida por varios sentimientos negativos:


rechazo, impotencia, sentimiento de catástrofe y culpa, entre otros. En el fondo
de la ansiedad se halla el miedo, un miedo sin nombre y sin forma. La
ansiedad es un hábito negativo particularmente debilitador, dado que el corazón
ansioso no conoce la paz.

La ansiedad es un estado tanto físico como emocional. Estamos nerviosos,


con un nudo en el estómago; se nos seca la boca y el apetito es nulo en ciertos
momentos, e insaciable en otros. Nos sentimos como si nos hubieran arrancado
los nervios de cuajo y estuvieran al aire libre.

La ansiedad, se presenta en dos formas: COGNITIVA o pensamientos


preocupados, y SOMATICA, los síntomas fisiológicos de la ansiedad, como
sudoración, aceleración del ritmo cardiaco o tensión muscular. Por ejemplo, el
principal problema con los insomnes, no es la excitación somática. Lo que los
mantiene despiertos son los pensamientos impertinentes.

CUÁLES SON LAS MANIFESTACIONES COGNOSCITIVAS DE LA


ANSIEDAD

• Sentimiento de vergüenza: "Otros pueden darse cuenta de que tengo


temor"
• Confusión y alteraciones de la percepción del tiempo y el espacio.

• Alteraciones en la percepción de las personas y de las situaciones.

• Disminución y alteraciones en la atención, concentración, memoria y


capacidad de asociación.

EL CICLO DE LOS SENTIMIENTOS (DE LA ANSIEDAD)


Espero que me hieran...... Estoy ansioso.
Dolor Futuro. La expectativa de dolor o pérdida. Se siente que algo malo
va a suceder.
Usted cree estar en peligro porque piensa que algo mal está a punto de suceder:
“¿Y si se estrella el avión?” “¿Y si me quedo en blanco durante el discurso delante
de todas esas personas?” “¿Y si este dolor de pecho es el inicio de un infarto?”

TRASTORNO DE ANSIEDAD GENERALIZADA


Las personas que padecen fobias sienten miedo en situaciones muy específicas.
Así mismo, por ejemplo, cuando tienen fobia a las serpientes o a las arañas,
únicamente sentirán ansiedad cuando se encuentre cerca de estos animales en
concreto. Si se siente ansioso y tenso todo el día, independientemente de dónde
se encuentre y de qué esté haciendo, y si estos síntomas persisten de forma
más o menos continuada a lo largo de seis meses o más, el problema se
denomina ansiedad generalizada. Este problema a menudo se inicia entre los
20 y los 40 años de edad y en igual proporción entre hombres y mujeres.
Todas las corrientes de la psicología moderna coinciden en vincular muy
estrechamente la ansiedad con la preocupación (conciente o inconciente).

EL CASO: Una mujer que estaba siendo tratada por


‘trastorno de ansiedad generalizada’ -la nomenclatura
psiquiátrica que define a una persona que se preocupa
constantemente- respondió de la siguiente forma cuando se le
pidió que expresara su preocupación en voz alta durante un
minuto:

‘Esto podría salirme mal. Podría ser tan artificial que no diera la pauta de la
cosa real y necesitamos acercarnos a la cosa real... Porque si no llegamos a
lo real, no lo haré bien. Y si no lo hago bien, jamás seré feliz’.

En este increíble despliegue de preocupación por las preocupaciones, la solicitud


misma de preocuparse durante un minuto, al cabo de algunos breves segundos
se había convertido en la posibilidad de una catástrofe de por vida: ‘jamás seré
feliz’. Por lo general las preocupaciones siguen ese curso, una narrativa dirigida a
uno mismo que salta de preocupación en preocupación y con mucha frecuencia
incluye las catástrofes imaginando alguna tragedia terrible. Las preocupaciones
se expresan casi siempre en el oído de la mente, no en su ojo -es decir en
palabras, no en imágenes-, hecho que tiene importancia para el control de la
ansiedad y la preocupación.

TÉCNICAS PARA EL MANEJO DE LA ANSIEDAD


¿Qué debe hacerse cuando empiezan a notarse síntomas de ansiedad?
1) En primer lugar hay que descartar la posibilidad de cualquier enfermedad de
carácter orgánico, mediante los análisis oportunos.
2) Una vez determinado que el origen es de tipo psicológico, conviene hacer
una seria reflexión sobre el tipo de vida que se está llevando.
3) Hay que ver si el descanso es adecuado, es decir, si se duerme un número de
horas aceptable y si los horarios son regulares. Si esto no es así, hay que
corregirlo y establecer unos horarios que regularicen esta situación.
4) Conviene determinar si el estilo de vida es excesivamente sedentario. Si es así,
conviene igualmente dedicar algunas horas a algún tipo de actividad o
ejercicio físico. Estudios recientes han llegado a la conclusión de que la falta de
ejercicios es un factor importante en la aparición de los síntomas de la ansiedad y
la depresión. Y que la actividad física presenta un valor similar a cualquier
procedimiento de psicoterapia tradicional. El ejercicio promueve una reducción
significativa de la ansiedad. Una sesión de ejercicios aeróbicos, es suficiente para
reducir la ansiedad. Se recomienda realizar ejercicios rítmicos con una duración
de unos 30 minutos a una intensidad del 60% de la intensidad máxima permitida
para cada sujeto. Los beneficios comienzan a ser sentidos luego de unas 20
semanas de practica (Hughes, 1994).
5) Más importante todavía que los puntos anteriores resulta la forma en que se
afrontan la situación. Hay que evitar todo tipo de anticipación o pensamiento
sobre la ansiedad, siendo ésta la causa más importante del mantenimiento y
crecimiento de dicha ansiedad, provocando aún mayor inseguridad. Convienen
actuar con naturalidad; cuanto más se observen las posibles señales de ansiedad,
más probable será que esto ocurra.
6) En algunas ocasiones, los primeros indicios del comienzo de una crisis de
ansiedad, suelen manifestarse mediante un ligero cosquilleo en las manos. Esto
significa que hay un exceso de oxigenación provocado por hiperventilación. En
este momento resulta ideal la respiración diafragmática, respiraciones
lentas, reteniendo el aire con la inspiración y expulsándolo con la mayor
lentitud posible. Lo ideal es inspirar llenando los pulmones al máximo a la vez
que observamos cómo aumenta el volumen de nuestro abdomen, retener un poco
el aire e inmediatamente expulsarlo lentamente, de tal forma que la espiración
dure aproximadamente el doble que la inspiración. En ocasiones se utiliza una
bolsa de plástico para respirar dentro de ella, de tal manera que después de unos
minutos se consigue reducir el nivel de oxígeno en el organismo y desaparece la
sensación de cosquilleo.
7) Otro síntoma anticipatorio suele ser una sensación repentina de pérdida de
equilibrio, mareo o inestabilidad. En estas situaciones, es recomendable no fijar la
atención en nuestro cuerpo y por el contrario, focalizarla hacia el exterior.
Por ejemplo, dirigir la vista hacia algo lejano, intentando identificarlo, puede ayudar
a recuperar o mantener el equilibrio. Se trata de dirigir la atención visual en una
dirección distinta a nuestro cuerpo. Igualmente se puede hacer este mismo
ejercicio con el resto de los sentidos, enfocándolos siempre hacia el exterior,
nunca hacia nuestro cuerpo. Intentar identificar sonidos lejanos, coches, voces o
cualquier otra cosa, puede ser un sistema válido para conseguir desenfocar
nuestra atención del problema.
8) Hay que dedicar el tiempo que sea necesario para conseguir relajarse. Una
vez se ha logrado evitar o aminorar la situación de crisis, no está de más siempre
gratificarnos con alguna pequeña satisfacción. A fin de cuentas la correcta
realización de estas instrucciones, requiere un cierto entrenamiento y conseguir el
resultado adecuado, es un logro que nos aproxima hacia el control futuro de
nuestro cuerpo y por tanto a la solución del problema.

INVESGIGACIÓN: ANSIEDAD, PREOCUPACIÓN


E INSOMNIO
El Dr. Thomas Borkovec y sus colegas comenzaron a
estudiar la preocupación en sí misma mientras trataban de
encontrar un tratamiento para el insomnio. La ansiedad,
según han señalado otros investigadores, se presenta en dos formas:
COGNITIVA o pensamientos preocupados, y SOMATICA, los síntomas
fisiológicos de la ansiedad, como sudoración, aceleración del ritmo cardíaco o
tensión muscular.

El principal problema con los insomnes, descubrió Borkovec, no era la excitación


somática. Lo que los mantenía despiertos eran los pensamientos impertinentes.
Eran personas que se preocupaban de una manera crónica y no podían dejar
de preocuparse, al margen del sueño que sintieran. Lo único que servía para
ayudarlos a conciliar el sueño era apartar las preocupaciones de su mente,
concentrándola en las sensaciones producidas por un método de relajación. En
síntesis, las preocupaciones podían cesar distrayendo su atención.

Sin embargo, la mayor parte de las personas que se preocupan constantemente


pueden no dar la impresión de que lo hacen. En opinión de Borkovec, el motivo
tiene que ver con una compensación parcial de la preocupación que refuerza
en gran medida el hábito. Al parecer, existe algo positivo en las preocupaciones:
estas son formas de enfrentarse a las posibles amenazas y a los peligros que
pueden interponerse en el camino de cada uno. La tarea de preocuparse -cuando
tiene éxito- es ensayar cuáles son esos peligros, y reflexionar en las formas
de enfrentarse a ellos. Pero la preocupación no funciona así de bien. Las
soluciones nuevas y las formas renovadas de considerar un problema, no surgen
típicamente de la preocupación, menos aún de la preocupación crónica. En lugar
de encontrar soluciones a estos problemas potenciales, las personas que se
preocupan en exceso simplemente reflexionan sobre el peligro mismo,
sumergiéndose de una forma discreta en el temor asociado con éste mientras
permanecen en la misma rutina de pensamiento. Las personas que se preocupan
en exceso y de una manera crónica lo hacen con respecto a una amplia gama de
asuntos, la mayoría de los cuales casi no tienen posibilidades de ocurrir; estas
personas ven en la vida peligros que otros jamás perciben.

Sin embargo, las personas que se preocupan de una manera crónica le dicen a
Borkovec que la preocupación los ayuda, y que sus preocupaciones se
autoperpetúan y son una curva interminable de pensamiento dominado por la
angustia.

¿Por qué la preocupación debería convertirse en lo que parece ser una adicción
mental? Por extraño que parezca, como lo señala Borkovec, el hábito de la
preocupación proporciona un refuerzo en el mismo sentido en que lo hacen las
supersticiones. Dado que la gente se preocupa por muchas cosas que tienen muy
pocas probabilidades de ocurrir en la vida real -que un ser querido muera en un
accidente de aviación, que va a la bancarrota, y cosas por el estilo- existe, al
menos para el primitivo cerebro límbico, algo mágico con respecto a eso. Como
un amuleto que nos protege anticipadamente de algún mal, la preocupación
tiene fama de evitar psicológicamente el peligro por el cual se obsesiona.

EL CONTROL COGNITIVO DE LA ANSIEDAD


Para controlar la ansiedad la primera y más genérica actitud se resume en
CONFIANZA.

1.- Confianza en uno mismo y sus capacidades.

2.- Confianza en los demás y en el grado de ayuda que se puede recibir del
exterior. Ayuda que no sólo vendría del apoyo, aliento y consejos que las
personas cercanas pueden brindar, sino del propio hecho de hablar y
compartir con los demás, evitando en lo posible la tendencia al aislamiento.

3.- Confianza en que la angustia no va a deteriorar de forma irreversible su


salud corporal o mental y que muy posiblemente mejorará de forma
importante.

4.- Confianza en que va a poder mejorar mucho por usted mismo y que hay
muchas cosas que puede hacer para controlar su estado.
El mejor método de encarar la ansiedad es considerarla una alarma que le
advierte sobre un daño o pérdida potenciales. Si usted comprende de
qué tipo de pérdida se trata, se protegerá mejor.

¿QUÉ ES EL MIEDO?
Existe una estrecha relación entre el miedo, la ansiedad y la angustia, y
muchos psicólogos han establecido esta clasificación:

1. El miedo es el sentimiento que se origina ante la percepción de un


peligro presente e identificado.

2. La ansiedad es la sensación de una amenaza relacionada con un


objeto conocido pero localizado en el futuro.

3. La angustia es la sensación de amenaza relacionada con un objeto


indeterminado, desconocido.
El miedo, entonces, es una reacción ante situaciones amenazadoras o que
causan inseguridad, en las que el ser humano teme perder el control sobre su
entorno. Los factores desencadenantes del miedo son, entre otros:

• Peligros de carácter general: el miedo ante una operación a la que


vamos a someternos, el miedo a la vejez, a las catástrofes
medioambientales.

• Situaciones desconocidas, no predecibles: el miedo que nos


producen las nuevas tecnologías, tener que mudarnos a una ciudad
desconocida, los ruidos nocturnos inexplicables.

• Relaciones sociales: el miedo al rechazo, al aislamiento, al fracaso


social.

• Situaciones de rendimiento: miedo ante un examen o el miedo a


no estar a la altura de un nuevo desafío profesional.

• Problemas morales.
Mientras que la tristeza y la indignación son emociones sociales, el miedo suele
ser un producto de la soledad.
LA NEUROBIOLOGÍA DEL MIEDO
Las emociones de miedo sirven para preparar al cuerpo para la fuga, la
inmovilidad y el ataque. Los procesos neuronales en el sistema límbico provocan
una excitación simpática y con ello una secreción de adrenalina. Se desencadena
una reacción de estrés durante la cual el corazón late con mayor rapidez, el nivel
de azúcar en sangre aumenta y las pupilas se dilatan. Toda la atención se centra
en el peligro a que nos enfrentamos.

ESTRATEGIAS CONTRA EL MIEDO


Fundamentalmente, hay dos posibilidades de superar el miedo: actuar para
eliminar la amenaza o intentar tranquilizarse. El psicólogo Richard Lazarus
denomina la acción como superación ‘instrumental’ y el control de las
emociones como superación ‘orientada a las emociones’.

SUPERACIÓN INSTRUMENTAL: PELIGRO RECONOCIDO, PELIGRO


SUPERADO. Como cualquier emoción, también el miedo tiene un lado positivo. El
miedo es un indicador de que algo no va bien. Debe incitarnos a cuestionarnos
una determinada situación. Vea sus miedos como una oportunidad: compre un
coche con airbag; preste más atención a su salud; propóngase leer más para
poder, en el futuro, participar más en las conversaciones.

SUPERACIÓN ORIENTADA A LAS EMOCIONES MEDIANTE UNA NUEVA


VALORACIÓN: Al igual que las emociones coléricas, también las emociones de
miedo pueden superarse dando una interpretación más positiva a la
situación que se vive como amenazadora. Detrás de esto está la idea de que
un acontecimiento sólo desencadena una reacción de estrés cuando es
interpretado como una amenaza. Lo desconocido, lo que nos causa inseguridad y
lo nuevo no son características absolutas, sino que cada persona las percibe con
una intensidad diferente. Desde el punto de vista psicológico, el estrés es el
resultado de un proceso cognitivo subjetivo.
Por lo tanto, cuando se consigue relativizar una aparente amenaza, desaparece la
causa del estrés. Cuanto antes puede amortiguarse la oleada de miedo de forma
racional, mejor funciona esta estrategia.

SUPERACIÓN ORIENTADA A LAS EMOCIONES MEDIANTE LA


DESENSIBILIZACIÓN: Hemos visto que las personas miedosas por naturaleza
tienden a evitar las situaciones en las que no se sienten a la altura de las
circunstancias. Pero de esta manera, a largo plazo, el espacio vital y el campo de
acción se hacen cada vez menores. La persona que evita las apariciones en
público, conducir un coche o conocer a nuevas personas, se condena a sí misma
a la marginación profesional y social.
Una alternativa mejor es aprender a vivir con el estado de excitación del
miedo. Esto presupone enfrentarse a las propias emociones de miedo, hacer
un repaso mental de las situaciones de miedo y finalmente
exponerse de forma consciente y sistemática a los estímulos de
miedo, tolerarlos y observarlos con frialdad. A medida que esto se consigue, una
y otra vez, el miedo va cediendo: la persona se desensibiliza.
Con el tiempo crece la confianza en la propia capacidad para
manejarse con el miedo y poder enfrentarse a él de forma
efectiva.
Para un paciente que se veía asaltado con regularidad por una agitación nerviosa
en sus encuentros con nuevas personas o cuando asistía a fiestas como invitado,
el psicólogo Melvyn Kinder desarrolló el siguiente programa: ‘Debía imaginarse
lo que sentía cuando entraba en una habitación donde todo el mundo lo
mirara fijamente. Al hacerlo, se dio cuenta de lo mucho que se alteraba. Lo
repitió varias veces con la indicación expresa de limitarse a sentir de forma
consciente esa alteración. Poco a poco, ésta se hizo cada vez menor,
incluso cuando le indicó que además se imaginara que había gente allí para
quienes pasaba desapercibido o que no tenían el menor interés por él y que
después de una breve conversación le volvían la espalda. Al cabo de pocos
meses, el paciente se sentía mucho más a gusto en reuniones sociales. Esto
se debía también a que había aprendido a aceptar su timidez en lugar de
tratar de superarla’.

CONTROL EMOCIONAL DEL MIEDO:


VENCER EL TEMOR
Cuando sabemos la causa de nuestro temor exagerado, podremos seguir los
siguientes pasos para vencerlo:

1. ANTE TODO, HAY QUE ACTUAR: Pues si el temor tiende a inhibir nuestras
actividades, no hay que secundarlo con la inacción, sino al revés, vencerlo por la
actuación.

2. CONCRETARLO: El temor, cuanto más vago y confuso, más aflige.


Contestemos por escrito y con detalle a estas preguntas: ¿A qué temo? ¿Y por
qué? Al detallar el daño o peligro, veremos con frecuencia que era insignificante.
El miedo es un monstruo que vive en la caverna del subconsciente, envuelto en
tinieblas; iluminemos la caverna; saquémosle de su oculta madriguera; mirémosle
cara a cara, y lo desharemos.

3. RAZONARLO: ¿Qué probabilidad hay de que esto suceda? Y si acontece,


¿será tan desastroso como temo? Siempre la imaginación sobrecarga con tintes
negros nuestras emociones.

4. ENCARARLO. Y suponiendo que esto suceda, ¿qué? ¿No han pasado otros
por trances semejantes, y han podido vivir y ser felices? Y si de he morir, ¿qué?
Al imaginar lo peor que nos puede suceder y al aceptarlo, hallándole una solución
humana, venceremos el miedo exagerado.
5. EVITAR LOS EXCITANTES: o más bien las IDEAS de alarma que ellos
suscitan en nosotros. Distraer de ellas nuestra atención concentrándola en
sensaciones conscientes o en concentraciones voluntarias, o mejor, cuando el
temor es exagerado e impuesto por la imaginación...

6. APELAR A LAS IDEAS CONTRARIAS: ‘No hay peligro. La probabilidad de


que suceda es mínima. El mal que puede venir es insignificante o traer mayores
bienes’.

7. PONER EL SENTIMIENTO CONTRARIO: de valor, de seguridad, de


optimismo; por los mismos medios que nos trajeron temor, pero con signo
contrario, es decir, por ACTOS intensos de valor, por vivencias o RECUERDOS
fuertes de SEGURIDAD, por palabras con el mismo tono. Un acto de heroísmo
puede curar para siempre a un tímido.

8. ASOCIAR VIVENCIAS PERSONALES DE SEGURIDAD a las que nos suelen


producir temor, IMAGINÁNDONOS EN DOMINIO DE LA SITUACIÓN y
diciéndolo con el tono seguro.

9. DOMINAR LA ANGUSTIA MUSCULAR: Se llama así a un estado latente de


inseguridad o angustia debido a una fuerte y prolongada tensión en los músculos
intercostales. Estos impiden la conveniente dilatación del pecho, la que tenemos
cuando estamos animados o seguros; y en cambio nos imponen la postura del
tímido o deprimido. Para estos casos, de no aparecer causas psíquicas o
emocionales de temor, tratemos de ablandar esos músculos cuanto antes con
adecuados ejercicios gimnásticos, con postura más correcta y con masaje.

10. PONER LA EXPRESIÓN CONTRARIA: En lugar de tener los ojos no muy


abiertos y fijos que indicarían temor, mantener mirada segura y blanda; en vez de
un tono débil y entrecortado intentar hablar con una voz más profunda y firme,
apoyándola en el aire que sale y no en la garganta; lograr una respiración más
profunda y lenta; para esto, en vez de fijarnos en ensanchar los pulmones,
atendamos a ensanchar las aletas nasales y conservarlas bien abiertas en la
expiración.

Debemos entrenarnos PERO no para no sentir miedo, sino para hacer uso de él,
de este maravilloso sistema de alarma, en las circunstancias de peligro que se
nos puedan presentar.

UN ÚLTIMO CONSEJO. Cuando tenga miedo y se le dispare la adrenalina, lo


primero que debe hacer es pensar, recordando respirar de esta manera:
Inhale y exhale el aire 10 veces pausadamente, por la nariz, llenando su
abdomen (la barriga) cuando toma aire y aplastando la barriga cuando bote el
aire. Recuerde y piense que el miedo lo ayuda.
Un análisis superficial de la cantidad de formas en que el concepto de miedo
puede expresarse en el lenguaje, pone de manifiesto su importancia en nuestras
vidas: alarma, espanto, desvelo, preocupación, recelo, temor, inquietud,
desasosiego, suspicacia, nerviosismo, impresión, julepe, aprensión, ansiedad,
agitación, sobresalto, pavor, angustia, pánico, terror, horror, consternación,
aflicción, sobrecogimiento, turbación, susto, alteración, etc.

EL CASO
En ocasión del lanzamiento de la nave espacial Mercury, la
NASA reconoció haber seleccionado para mayor seguridad a
los astronautas eligiendo a los que conocían el miedo y
sabían dominarlo, y descartando sistemáticamente a los
candidatos que, puestos en situación de peligro, no lo sentían. Por otra parte,
el miedo puede resultar benéfico en tanto nos impulse a actuar, a superarnos.

UN ANÁLISIS MÁS PROFUNDO:


LA DIGNIDAD DEL MIEDO
El miedo es una valiosísima señal que indica una desproporción entre la
amenaza a la que nos enfrentamos y los recursos con que contamos para
resolverla. Sin embargo, nuestra confusión e ignorancia lo han convertido en una
‘emoción negativa’ que debe ser eliminada.

LA REACCIÓN EN CADENA
Una respuesta interesante que los seres humanos producimos en relación con las
emociones en general -y al miedo en particular- es que no sólo las sentimos, sino
que además reaccionamos interiormente ante ellas. Y esto genera una
segunda emoción.
Solemos sentir miedo por algún motivo y, a continuación del miedo, podemos
experimentar vergüenza, humillación, rabia, impotencia, etc., por tener miedo. Es
decir, siempre tenemos una doble reacción. El miedo, por lo tanto, no es
equiparable a una fotografía, a un instante estático, sino que se parece más a un
filme en el cual la secuencia es:

a) registro de una amenaza;


b) reacción de miedo;
c) la respuesta interior a esa reacción de miedo.
La respuesta interior al miedo es de gran importancia, porque según sea su
calidad actuará atenuando o agravando el miedo original.

Por ejemplo, si voy a dar una clase -y todos sabemos que se trata de un desafío
que debe ser resuelto por quien la da- es necesario que disponga de los recursos
psicológicos y la información suficiente para enfrentarme a esa clase con eficacia.
Si no conozco adecuadamente el tema del cual voy a hablar y, además, soy
hipercrítico, entonces puedo imaginar que el público va a reprobar cualquier error
o vacilación que yo tenga. Ante esta perspectiva, inevitablemente surgirá el
miedo. Pero es importante aclarar que el miedo no es el problema. El miedo
está indicando que existe un problema, lo cual es completamente distinto.
Por lo tanto, el error que cometemos es convertir en el problema mismo lo
que en realidad es una señal que indica la existencia de un problema -y que
nos daría la posibilidad de resolverlo.

Para entenderlo veamos una metáfora: el miedo es como una luz que se enciende
en el tablero de mandos del auto que indica, por ejemplo, que hay poco
combustible en el depósito. Todos sabemos que el problema no es la luz roja,
sino que esa luz es un aliado extraordinario que nos informa que hay poco
combustible y necesitamos resolver ese problema. Por lo tanto, si hemos
aprendido a aprovechar esa señal, cuando la luz roja se enciende,
agradecemos la información que nos brinda y tratamos de resolver la situación
que nos muestra: detenemos el coche en la primera estación y cargamos.
Aprovechamos la luz roja; no la acusamos ni la destruimos ni la convertimos en el
problema, sino que la utilizamos para resolver el problema. Imaginemos que
alguien dijera cuando se enciende la luz: ‘Estoy harto de esta luz roja que cada
dos por tres se enciende y no me deja viajar tranquilo!... No me dejaré
amedrentar por ella!...’

Obviamente, nos quedaríamos con el coche detenido a mitad de camino por falta
de combustible. Y aunque este ejemplo parezca casi risueño por lo absurdo, es,
sin embargo, lo que a menudo hacemos con el miedo en el nivel
psicológico.

La pregunta que surge a partir de esta observación es: ¿por qué actuamos así?
Lo que ocurre es que se nos ha explicado, y hemos aprendido, qué particular
carencia señala la luz roja del tablero de mandos, y qué hacer para resolverla.
Pero en el plano psicológico, en cambio, no sabemos qué hacer con el
miedo. No sabemos qué carencia señala ni qué hacer para asistirla. Es
necesario, pues, realizar un aprendizaje a fin de aprovechar la emoción de
miedo del mismo modo que lo hacemos con la luz roja del tablero de
mandos.

A continuación veremos algunas de las confusiones más


frecuentes que impiden el aprovechamiento de esta señal.

¿EXISTE LA COBARDÍA?
La idea de la cobardía nace de un supuesto equivocado: que todos
disponemos de los mismos recursos para enfrentar los peligros, y que
algunos, a pesar de contar con ellos, no los enfrentan. A éstos se los llama
cobardes.
Para poner un ejemplo: Tarzán -arquetipo del hombre valeroso- puede hacer
frente a un león sin vacilar, sencillamente porque dispone de los instrumentos
para hacerlo. El mismo Tarzán, ante dos o diez leones enfurecidos,
inevitablemente sentirá miedo.

Puedo disponer de recursos de un valor mil, y si estoy rodeado continuamente por


peligros de valor cinco mil, viviré continuamente con miedo. Por el contrario,
puedo contar con recursos de un valor diez, y si estoy expuesto regularmente a
peligros de un valor cinco, prácticamente no conoceré el miedo.

¿Dónde quedan la cobardía o la valentía ante lo anterior?: se disuelven como


conceptos pues cesan en su validez.

Lo que uno comienza a ver en cambio es, simplemente, personas que disponen, o
no, de recursos para enfrentarse a la amenaza que se les presenta. También
comprende que si quien se retiró desarrolla los recursos necesarios,
inevitablemente se enfrentará a la amenaza de la cual se alejó. Y su opuesto: si
quien se enfrentó a ella no hubiera tenido los recursos de que dispuso, habría
sentido miedo y se habría retirado.

Es importante alcanzar esta comprensión porque quien es tachado de cobarde,


sobre todo si se trata de un niño, queda injustamente estigmatizado, la valoración
de sí mismo se ve seriamente dañada y se perturba en gran medida su forma de
relacionarse consigo mismo y con los demás.

‘¡YO NO TENGO MIEDO!’


Puede ocurrir que uno, efectivamente, no sienta miedo porque no experimenta
situaciones en las que existe una desproporción entre la amenaza y los recursos.
Es una posibilidad absolutamente plausible. Pero también puede ocurrir que si por
sentir miedo uno ha sido rechazado, descalificado, tildado de cobarde, etc...,
poco a poco vaya anestesiando la percepción de su miedo. Ya no lo registra y
frecuentemente desemboca en el: ‘¡No tengo miedo!’. Al no contar con esa
señal, arremete contra el desafío que tiene delante sin reconocer qué recursos
son necesarios para hacerlo. Quien así actúa es quien mejor conoce el
resultado más frecuente: acabar estrellado contra los desafíos, con más heridas
que logros.

Anestesiar el miedo es como cubrir la luz roja del tablero de mandos, para que no
se vea...

El reconocer que uno cuenta con los recursos forma parte de los recursos
necesarios.

Como dice el refrán: ‘El miedo no es tonto’. Está detectando una desproporción
entre la magnitud de la amenaza y los recursos con que contamos.
El aspecto miedoso se calma cuando es escuchado con respeto, y cuando
siente que lo que dice es genuinamente tomado en cuenta.

Cuando se ingresa más hondo en él se comprueba inequívocamente que el


aspecto miedoso no quiere vivir con miedo. Profundamente, lo que más quiere
es que se lo ayude a desarrollar sus capacidades potenciales, y cuánto más lo
logra y más puede, más expande los desafíos que desea.

Si escuchamos lo que dice, tomamos en cuenta en qué estado se encuentra y de


qué modo podemos ayudarlo a equilibrar la relación recursos-amenaza,
transformamos un lastre desahuciado en un colaborador activo y vital. Nos
integramos, nos unificamos. Restablecemos la sociedad interior en la que existe
colaboración. Pasamos del ‘para hacer necesito no escuchar’ al ‘porque escuché
todas las voces y asistí a quien lo necesitaba es que mi acción fue diseñada a la
medida de mis posibilidades reales y, por lo tanto, actué cada vez con más
tranquilidad y confianza’.

QUÉ ES CURAR EL MIEDO


Para saber qué significa curar el miedo hay que introducir dos nociones: miedo
funcional y miedo disfuncional.
EL MIEDO DISFUNCIONAL es aquel que angustia, inhibe, desorganiza y bloque
la posibilidad de experiencia y aprendizaje.
Por el contrario, el MIEDO FUNCIONAL es aquel cuya angustia es utilizada como
señal que muestra una desproporción entre el peligro a que nos enfrentamos y los
recursos de que disponemos, y que además pone en marcha la tarea de
reequilibrar tal desproporción.

Curar el miedo, entonces, es transformar el miedo disfuncional


en miedo funcional.

Los tres momentos del miedo:

a) contacto con la amenaza;


b) respuesta de miedo;
c) reacción interior hacia el miedo experimentado.
Como se puede observar ahora, la funcionalidad o no del miedo depende de
cómo se lleve a cabo la fase c) de esta secuencia, es decir, de las
respuestas interiores que cada uno produzca en relación en el miedo que
siente. Si se trata de respuestas inadecuadas, se pone en marcha el círculo
vicioso que agrava el miedo: el aspecto temeroso se siente más amenazado, por
lo que se intensifica su miedo, lo cual a su vez refuerza las reacciones interiores
habituales inadecuadas, lo que agrava aún más el miedo, etc.
Puede resultar extraño atribuirle tanta importancia a las reacciones interiores en
relación con el miedo, y tal vez sea necesaria una explicación más detallada. Para
ello apelaremos a un símil del universo interpersonal con e que estamos más
familiarizados.

Un joven está rindiendo un examen y sabe que si no aprueba sus padres lo


castigarán, como otras veces, y le dirán: ‘¡Eres un vago, un incapaz! ¿Dónde
tienes la cabeza? Sólo sabes jugar y romper cosas. Por un mes no tendrás
más tu paga’. Ese niño tiene dos problemas: el examen y el castigo de sus
padres si le va mal. En realidad el castigo de sus padres es el que convierte el
examen en un problema que causa temor. Por supuesto, en este contexto
psicológico sólo pondrá de manifiesto una parte mínima de su capacidad.

Pensemos ahora en otro niño que conoce la asignatura más o menos como el
anterior y sabe que si no aprueba sus padres le dirán: ‘Bueno, qué pena; ‘¿por
qué no nos cuentas qué te pasó? Así tal vez podamos descubrir algo que te
sirva para una próxima vez, y esto que ahora es doloroso quizá se convierta
en una experiencia útil para ti y para nosotros...’

Lo más probable es que este niño se enfrente al examen con más tranquilidad y
por lo tanto su rendimiento sea mucho mejor.

El examen es el mismo. La única diferencia es el trato ante un probable resultado


negativo. Uno da tranquilidad, el otro aterroriza.

Esto es lo que le sucede a un niño en función del modo en que es tratado por sus
padres. Luego, cuando ya es joven o adulto, esa clase de diálogo se produce
dentro de sí mismo: ya existe en él un evaluador interno que reacciona ante
todo lo que siente y hace. Ese evaluador puede producir diferentes tipos de
reacciones, desde las más inadecuadas y nocivas hasta las más sabias y
curativas. En última instancia podemos decir que en la relación evaluador-
evaluado se forja buena parte del destino psicológico de una persona.

Puede ser tanto la fragua curativa en la que se van resolviendo los problemas del
diario vivir, como una verdadera fábrica de sufrimiento y enfermedad.

Esta es la razón por la cual se le atribuye tanta importancia al papel de evaluador


interno, que es quien lleva a cabo la fase c) de la secuencia antes descripta.

Escuchar y respetar al aspecto temeroso no significa consentir en todo lo que ese


aspecto diga o haga.

Escucharlo quiere decir reconocer que existe y tratar de conocerlo lo mejor


posible, más allá de que nos guste o no lo que percibimos.

Respetarlo significa reconocerle el derecho a estar como está. Saber que, dado el
entorno psicológico en que existe y los recursos con que cuenta, la respuesta
que está produciendo el aspecto miedoso es su mejor respuesta posible,
independientemente de cuánto nos agrade. Saber también que tenemos el
derecho de expresarle todos nuestros desacuerdos pero sin imposiciones. Si
queremos que modifique algo de sí, todo cuanto podemos hacer es proponérselo,
explicarle por qué se lo proponemos y disponernos a escuchar su respuesta,
admitiendo que es el juez último que evaluará qué es lo más adecuado para él en
ese momento.

Sabiendo asimismo que tanto el aspecto temeroso como nosotros (en este caso
su evaluador interno) podemos equivocarnos muchas veces, pero que si
mantenemos ambas partes la actitud de una ‘sociedad de aprendices’, crearemos
las condiciones más favorables para producir acciones consensuadas, en las que
cada uno se sentirá representado, y que serán también, cada vez más resolutivas
y satisfactorias.

Por supuesto que esta actitud implica un cambio mental muy importante: de
percibirlo como un pesado lastre, pura negatividad, al cual es mejor no escuchar
porque todo lo que venga de él complicará las cosas más y más, a concebirlo
como la fuente de donde provendrá buena parte de la información necesaria
para producir la solución anhelada, momento a momento.

Se trata de un cambio radical en la manera de evaluar al aspecto temeroso. Y ese


mismo cambio es el que comienza a crear nuevas condiciones para que él
también transforme su propia evaluación de sí.

Cuanto más solidaria y cooperativa se hace esa relación, más se


disuelve el miedo disfuncional.

Aunque en una situación evalúen que la amenaza los desborda y deciden


retirarse, esa retracción deja de ser conflictiva.

Si uno no comprende el miedo y es impaciente, suele creer que la retracción


siempre significa fracaso. Sin embargo, cuando la retirada surge de un acuerdo
interior, no la experimentamos como fracaso sino como parte del derecho que nos
asiste a elegir las condiciones más propicias para nuestro desempeño. El I Ching
dice al respecto: ‘No es fácil entender las leyes de una retirada constructiva.
(...) Saber emprender correctamente la retirada no es signo de debilidad sino
de fortaleza’.

En la medida en que uno se ejercita cotidianamente en el arte de llevar a cabo


estas tareas psicológicas interiores, el miedo recupera su perdida dignidad
original y vuelve a ser la valiosísima señal de alarma que es.

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