Você está na página 1de 4

Un “¿cómo estás”?

acompañado por una sonrisa sincera y una mirada que acoge esperando
nuestra respuesta es terapéutico y reconforta. Porque a veces no hace falta más, porque en
ocasiones bastan esas dos palabras mágicas para sentir que estamos a salvo, vinculados a
alguien significativo y acogidos con los cinco sentidos del corazónpara entender que pase lo
que pase, todo va a ir bien.

La psicología evolutiva, por curioso que parezca, tiene mucho que decir en este mismo tema.
Dentro de esta perspectiva se defiende la idea de que el ser humano desarrolló su inteligencia
social al promover el cuidado y protección de los miembros del grupo y al rechazar al cazador
o recolector que iba “por libre”, al individuo que no cooperaba, que miraba únicamente por el
propio beneficio renegando o no apoyando a sus semejantes.

“El principio más profundo del carácter humano es el anhelo de ser apreciado, reconocido y
valorado”

-William James-

Compartir

Las múltiples pruebas arqueológicas y etnográficas nos demuestran también que en los inicios
de nuestra agricultura la cooperación pacífica y el altruismo era habitual, y que gracias a ello,
pudimos sin duda avanzar como especie. Asimismo, también existen evidencias de que los
neandertales cuidaban de sus ancianos con delicada atención. Los honraban sin esperar nada a
cambio, y más tarde realizaban ceremonias de enterramiento demostrando un claro
simbolismo emocional y religioso.

Todo ello viene a demostrarnos claramente que preocuparnos por los demás, atenderlos,
cuidarlos… es posiblemente lo que más dignifica a una especie determinada, a un grupo social.
Aún más, toda conducta orientada a proporcionar alivio, apoyo o atención revierte de forma
positiva en nuestro bienestar físico y psicológico, nos ayuda a sobrevivir, a conectar los unos
con los otros de manera trascendente y significativa.

Por ello, un “¿cómo estás?” enunciado de forma sincera o escrito incluso a través de un
mensaje de Whats App, puede hacer muchísimo más de lo que podemos creer en un primer
momento…
Estoy aquí para ayudarte, estoy aquí para ti y no voy a pedirte nada a cambio

David Graeber es un conocido antropólogo que ha adquirido notable fama por su activismo
social. Una de sus teorías más recurrentes es aquella donde focaliza su visión crítica sobre el
modo en que el dinero y la economía está destruyendo por completo nuestro altruismo
primigenio, nuestro “gen” por favorecer la cohesión, por fomentar esa unión esencial entre los
grupos humanos con la que preservar nuestra supervivencia, nuestro bienestar y la armonía.

Para justificar esta idea Graeber nos habla de los Inuit de Groenlandia o de los iroqueses.
Explica que en estas comunidades existió siempre no solo una preocupación sincera de los
unos por los otros, sino que además, no se concebía la idea del pago de un favor o incluso la
obligación de devolverlo. Tal y como dicen los Inuit “en nuestro país somos humanos y nos
preocupamos los unos por los otros“. Si alguien necesita unos zapatos, solo tiene que pedirlos.
Si un cazador no ha tenido un buen día, sus vecinos compartirán con él parte de su comida.
Como vemos, tanto en el pasado como en algunos pequeños resquicios de nuestro presente,
hay grupos de personas que basan todas sus interacciones en el altruismo y en un interés
intrínseco, auténtico y constante por ese ser humano que al igual que yo, pasa sus
dificultades, sus necesidades, que atraviesa sus miedos, sus hambres, sus soledades… Hay por
tanto una voluntad sincera por alzar el rostro más allá de la pequeña isla del ego para sortear
las fronteras individuales y apreciar así al otro como parte de uno mismo.

Algo que sin duda, deberíamos poner más en práctica en nuestras sociedades avanzadas y
aparentemente, “aventajadas”.

Un “¿Cómo estás”? terapéutico, el que va más allá de los formalismos

Admitámoslo, en el día a día la expresión más recurrente en ese nuestro lenguaje cordial es el
clásico “¿cómo estás?, ¿qué tal todo?”. Lo dejamos ir sin esperar respuesta, como entradilla
al diálogo y donde rara vez esperamos que la otra persona se sincere, porque apenas dejamos
tiempo de respuesta o porque sencillamente, preferimos los formalismos a la sinceridad, la
apariencia a la autenticidad emocional.

“Sólo quien sabe cuidar lo ajeno puede poseer lo propio”.

-George Gurdjieff-

Compartir

En esta sociedad del envase, como diría Eduardo Galeano, parece que hemos olvidado ese
principio de humanidad de los Inuit o de nuestros ancestros más primitivos. Más que unos
zapatos, más que una cena o ropa de abrigo, lo que las personas necesitamos es apoyo,
consideración, cercanía, interés y atención.
Necesitamos palabras sinceras y personas preocupadas en escucharnos. Queremos que tras
un “¿cómo estás?” se dé paso al silencio, a la espera y a esa mirada que nos trasmite la
suficiente confianza como para tirar de nosotros, remolcándonos de nuestras escolleras, de
nuestros agujeros negros.

Asimismo, cabe decir que no es necesario que nos suceda algo concreto para necesitar ese
diálogo terapéutico capaz de favorecer el desahogo emocional. La mayor parte de las veces
ese “¿cómo estás?” nos alegra el día, nos hace sentirnos parte de alguien, partícipes de
un vínculo, piezas relucientes de un engranaje con el que la vida adquiere mayor sentido,
mayor autenticidad.

No descuidemos pues a los nuestros, no caigamos en los meros formalismos y practiquemos el


arte de la consideración, el reconocimiento y la reciprocidad. Practiquemos el “cómo estás” a
diario preocupándonos realmente por el bienestar de las personas que nos son significativas.

Você também pode gostar