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2 // arqueología de la agricultura: casos de estudio en la región andina argentina .

korstanje y quesada (eds)

ESTE LIBRO CUENTA CON EL AUSPICIO ACADÉMICO


DE LAS SIGUIENTES INSTITUCIONES:

ISBN: 978-987-1726-08-0

Foto de tapa: Verónica Williams // Andenes y acequias prehispánicas en Corralito


(Angastaco, Salta)
Diseño y maquetación:•El circo Comunicaciónm visual
// 3

Este libro ha sido financiado con aportes de subsidios de investigación PICT


de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica y CIUNT de la
Secretaría de Ciencia y Técnica de la Universidad Nacional de Tucumán. Los
editores desean agradecer los auspicios académicos del Instituto de Arqueo-
logía y Museo de la Universidad Nacional de Tucumán, de la Escuela de Ar-
queología de la Universidad Nacional de Catamarca y del Instituto Superior
de Estudios Sociales del CONICET y la Universidad Nacional de Tucumán.
Agradecemos también a los evaluadores de los capítulos y a Gabriela Granizo
quien prestó una ayuda valiosísima revisando la bibliografía de los trabajos.

EVALUADORES DE LOS CAPÍTULOS


Por orden alfabético.

Carlos Angiorama. Universidad Nacional de Tucumán - CONICET


M. del Pilar Babot. Universidad Nacional de Tucumán - CONICET
Carlos Baied. Universidad Nacional de Tucumán
Pablo Cahiza. INCIHUSA, CONICET
Marilin Calo. Universidad Nacional de La Plata - CONICET
Pablo Cruz. CONICET - FUNDANDES
Patricia Cuenya. Universidad Nacional de Tucumán
Daniel Delfino. Universidad Nacional de Catamarca
Marcos Gastaldi. Universidad Nacional de Córdoba
Marco Giovanetti. Universidad Nacional de La Plata - CONICET
Juan Pablo Guagliardo. Instituto Nacional de Antropología y Pensa-
miento Latinoamericano
Bernarda Marconetto. Universidad Nacional de Córdoba - CONICET
Javier Nastri. Universidad Maimónides - CONICET
Martín Orgaz. Universidad Nacional de Catamarca
Norma Ratto. Universidad de Buenos Aires
Clara Rivolta. Universidad Nacional de Salta
Constanza Taboada. Universidad Nacional de Tucumán - CONICET
Mauricio Uribe. Universidad de Chile
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índice
índice // 5

INTRODUCCIÓN PAG. 06

CAPÍTULO UNO
ESTUDIOS DE AGRICULTURA PREHISPÁNICA: CASABINDO (1980-1993)
Por María Ester Albeck PAG. 12

CAPÍTULO DOS
PRODUCCIÓN Y CONSUMO AGRÍCOLA EN EL VALLE DEL BOLSÓN (1991-2005)
Por Alejandra Korstanje PAG. 48

CAPÍTULO TRES
AGRICULTURA CAMPESINA EN EL ÁREA DE ANTOFALLA (1997-2007)
Por Marcos Quesada PAG. 76

CAPÍTULO CUATRO
AGRICULTURA, AMBIENTE Y SUSTENTABILIDAD AGRÍCOLA EN EL DESIERTO: EL
CASO ANTOFAGASTA DE LA SIERRA (PUNA ARGENTINA, 26ºS)
Por Pablo Tchilinguirian y Daniel Olivera. PAG. 104

CAPÍTULO CINCO
LOS LÍMITES DE LA AUTONOMÍA DOMÉSTICA EN LA AGRICULTURA DE REGA-
DÍO. Antofalla y Tebenquiche Chico (s. III a XII d.C.)
Por Marcos Quesada PAG. 130

CAPÍTULO SEIS
FORMAS Y ESPACIOS DE LAS ESTRUCTURAS AGRÍCOLAS PREHISPÁNICAS EN
LA QUEBRADA DEL RÍO DE LOS CORRALES (EL INFIERNILLO-TUCUMÁN)
Por Mario Caria, Nurit Oliszewski; Julián Gómez Augier; Martín Pantorrilla y
Matías Gramajo Bühler PAG. 144

CAPÍTULO SIETE
PRIMERAS EVIDENCIAS PALINOLÓGICAS DE CULTIVOS EN PUEBLO VIEJO DE
TUCUTE. PERÍODO TARDÍO DE LA PUNA DE JUJUY. NOROESTE ARGENTINO
Por Liliana Lupo, Carina Sánchez, Nora Rivera y María Ester Albeck PAG. 166

CAPÍTULO OCHO
LA DIMENSIÓN SOCIAL DE LA PRODUCCIÓN AGRÍCOLA EN UN SECTOR DEL
VALLE CALCHAQUÍ MEDIO
Por Verónica Williams, Alejandra Korstanje, Patricia Cuenya y Paula Villegas PAG. 178

CAPÍTULO NUEVE
CONSIDERACIONES SOBRE LA AGRICULTURA PREHISPÁNICA EN EL SECTOR
CENTRAL DE LAS SIERRAS DE CÓRDOBA (ARGENTINA) PAG. 208
Por Sebastián Pastor y Laura López

COMENTARIOS FINALES PAG. 234


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ARQUEOLOGÍA DE LA AGRICULTURA
CASOS DE ESTUDIO EN LA REGIÓN ANDINA ARGENTINA
introducción // 7

Hace unos años uno de nosotros (Korstanje 1996) señaló lo paradójico que re-
sultaba el hecho de que, al tiempo que la introducción de la agricultura en
la economía fuera considerada como una bisagra importante para la
Historia, en nuestro país su estudio permaneciera con escaso des-
arrollo. Gran parte de nuestra Arqueología, en particular la ar-
queología del NOA, aborda el período histórico denominado
agro-alfarero, pero es fácil notar que el estudio de la cerá-
mica y la arquitectura corrieron mejor suerte que el de
la agricultura. Eso no es igual en otras regiones de los
Andes en particular y del mundo en general. El al-
tiplano boliviano, la Sierra, -y sobre todo la Costa,
peruana fueron escenarios de importantes in-
vestigaciones sobre las prácticas agrícolas de
comunidades indígenas. Algunos de estos es-
tudios -pocos-, fueron estrictamente arqueo-
lógicos; la mayoría sin embargo fueron
realizados desde la etnografía, la geografía
histórica y sobre todo, la sociología rural. Es
introducción importante señalar esto, no para levantar
barreras disciplinarias que en realidad nos
interesa contribuir a derribar, sino porque
a lo mejor puede explicar los motivos de
los diferentes intereses de investigación en
regiones que sabemos que estuvieron his-
tóricamente vinculadas.
Una anécdota puede ilustrar esto. Hace
unos años, el otro editor (Quesada), solicitó
ser admitido en una maestría de sociología
rural y explicó en su carta que su interés en la
carrera radicaba en que estaba intentando
orientar su formación al estudio de la vida agra-
ria de comunidades campesinas del NOA. Recibió
como respuesta que podía ser admitido, pero que du-
daban que pudiera encontrar en las materias dictadas
en la carrera la formación que esperaba, pues estas abor-
daban casi exclusivamente problemáticas rurales de la
pampa húmeda. Resultaba claro, entonces, que la ruralidad que
merecía ser estudiada no era la del campesinado de la región an-
dina argentina, sino la latifundista y agroindustrial de la llanura.
Podría interpretarse como síntoma de la misma situación el hecho de
que en general las carreras de grado y postgrado en ciencias agronómicas en
8 // alejandra korstanje . marcos quesada (eds)

nuestro país suelen tener muy pocos –cuando los hay- contenidos relacionados a la
agricultura andina con sus técnicas, sus cultivos, usos particulares del suelo y su forma
de vincularse con la naturaleza. Consideramos que este vínculo entre organización so-
cial, producción agraria e identidad no debe ser tampoco olvidado por la Arqueología,
que se ha orientado con frecuencia a los aspectos meramente técnicos de la producción
agrícola dejando de lado sus implicancias políticas.
Quizá la participación de la producción campesina en la economía actual de los dis-
tintos países que comparten los Andes Meridionales explique los diferentes grados de
importancia que se le ha dado a su estudio. Pedro Krapovickas señaló la relevancia de
lo que estamos planteando cuando se quejaba de la poca importancia que se le atribuía
a la agricultura en la economía puneña prehistórica. En esa oportunidad indicaba que
ello se debía más al lugar de procedencia de los investigadores (Buenos Aires, La Plata
y Córdoba) que a la realidad histórica que estos buscaban aprehender (Krapovickas
1984). La discusión, por supuesto, no se agota aquí: las causas de que pocas veces la
agricultura haya sido considerada un tópico de importancia en las investigaciones ar-
queológicas del NOA deben ser múltiples, complejas y concurrentes.
Es posible notar, como lo ha hecho uno de nosotros (Korstanje 1997), que durante la
década de 1970 se observó interés en el tema. Entre los aportes más influyentes podría-
mos contar los trabajos de R. Raffino: Agricultura hidráulica y simbiosis económica demo-
gráfica en la Quebrada del Toro (1973) y Potencial ecológico y modelos económicos en el N.O.
argentino (1975), o aquellos presentados en la Mesa Redonda “El proceso de agriculturali-
zación en los Andes Meridionales”en el marco del V° Congreso Nacional de Arqueología Ar-
gentina llevado a cabo en 1978 en San Juan. La realización de esta última, fue considerado
por una de sus protagonistas como el comienzo de“una nueva etapa en el enfoque de los
problemas arqueológicos” (Tarragó 1980:181). Podemos pensar que la introducción de
perspectivas del materialismo histórico en las disciplinas sociales que se producía por
aquel entonces, y su interés en los modos de producción pueden explicar este breve pe-
riodo de auge de los estudios de las agriculturas indígenas que prometía un ulterior des-
arrollo global del tema. Hasta hoy ello no parece haber sucedido, probablemente por
múltiples causas. No es difícil imaginar entre ellas que la férrea oposición de los regíme-
nes militares a las reformas agrarias que se producían en distintos puntos del continente
hizo del estudio de las agriculturas indígenas y, en general de la organización de la pro-
ducción campesina, un tema peligroso. Salvo pocas excepciones la arqueología se orientó,
entonces, a temas espacial y temporalmente distantes, se encerró en las tipologías y pre-
firió las explicaciones naturalistas antes que las sociológicas o históricas.
En los siguientes años sólo hubo una limitada atención al problema, con notables ex-
cepciones, como los trabajos de Augusto Cardich (1980,1987) quien realizaba investi-
gaciones sobre la agricultura de los Andes Centrales mientras se desempeñaba como
profesor en la Universidad de La Plata.
En la actualidad vemos un interés renovado en el estudio arqueológico de la agri-
cultura. Si se trata de un punto de partida de un proceso creciente es difícil decirlo en
este momento pues, como se sabe, estas cuestiones sólo pueden analizarse seriamente
en retrospectiva. Lo cierto es que en los últimos años un número de investigadores
orientaron sus miradas a las prácticas agrícolas y han producido nuevos conocimientos
introducción // 9

sobre aquel viejo tema. Este volumen pretende dar cuenta de tal fenómeno compilando
algunos de estos aportes.
El libro comienza con tres trabajos de síntesis crítica que hemos expresamente pen-
sado como necesarios por tratarse de las primeras tesis doctorales en Argentina que se
han dedicado específicamente a este tema y que no han sido publicadas completas
hasta el presente:
En primer lugar, la de María Ester Albeck, alumna de Pedro Krapovikas en la Puna
Jujeña, quien siguiendo la experiencia de Guillermo Madrazzo en la Quebrada de Hu-
mahuaca y bajo la dirección de Augusto Cardich en la Universidad de La Plata, des-
arrolló la primera investigación exhaustiva sobre las variaciones de los sistemas agrícolas
en la puna de Casabindo (Jujuy). Albeck fue pionera en los estudios que implicaron la
utilización no sólo de nuevas técnicas de datación como la liquenometría, y de estudios
microambientales y experimentales en la zona, sino que fue el primer trabajo sistemá-
tico y prolongado que abordara el tema en nuestro país.
La segunda de ellas, la de Alejandra Korstanje, ha sido realizada en el Valle del Bol-
són (Catamarca), bajo la dirección de María Ester Albeck y co-dirección de Carlos As-
chero, en la Universidad de Tucumán. La misma indagó desde el punto de vista teórico
la importancia de la organización social del trabajo en la producción agrícola, buscando
a su vez integrar en el concepto de territorio las esferas de producción, circulación y
consumo de alimentos. Su principal contribución fue sin embargo metodológica, por ser
el primer trabajo que abordó desde los microfósiles y estudios de suelos y emplaza-
mientos paisajísticos, las prácticas de cultivo antiguas.
El tercer artículo recoge algunos aspectos de la investigación doctoral de Marcos
Quesada sobre la formación de los paisajes agrarios del sector norte del Salar de Anto-
falla (Catamarca). Dirigido por Alejandro Haber en la Universidad de Catamarca, su
investigación se orientó principalmente a la reconstrucción de los procesos de trabajo
implicados en la construcción y uso de las numerosas redes de riego y campos agríco-
las - que registró en las quebradas de Antofalla y Tebenquiche Chico - y a indagar sobre
las escalas sociales en torno a las cuales se organizaba la gestión de la tecnología agrí-
cola.
El segundo bloque de trabajos reúne algunos de los artículos que fueron presenta-
dos y discutidos en el Simposio Agriculturas indígenas en los Andes meridionales: sociedad,
economía política, tecnología e identidad, que ambos editores organizamos en el marco
del XVI Congreso Nacional de Arqueología Argentina, realizado en San Salvador de
Jujuy (Argentina) en Octubre de 2007. En tal oportunidad se presentaron un buen nú-
mero de trabajos que respondieron a los lineamientos de la convocatoria general, de
brindar un ámbito de discusión y reflexión sobre la vinculación de las dimensiones téc-
nicas y socio-políticas de la producción agrícola de las sociedades indígenas en los
Andes meridionales. En el simposio se discutió y reflexionó tanto sobre las prácticas
agrícolas concretas (aspectos técnicos), como sobre sus implicancias en la organización
social de la producción. A continuación reseñamos brevemente algunos de esos traba-
jos, que luego de pasar por un proceso editorial de doble referato, fueron incorporados
a este volumen.
Pablo Tchiliguirian y Daniel Olivera presentan una caracterización de los espacios de
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cultivo de Corral Grande, Punta Calalaste, Campo Cortaderas, Paicuqui-Curuto, Miri-


guaca, Las Pitas y Bajo del Coypar, en la Cuenca de Antofagasta de la Sierra (Cata-
marca), correspondientes a distintos momentos históricos, y realizan una notablemente
pormenorizada discusión de diferentes factores ambientales relevantes al funciona-
mientos de estos sistemas agrícolas con el objeto de evaluar si el abandono de los cam-
pos arqueológicos estuvo asociado a un cambio en las reservas hídricas o a eventos del
proceso histórico-social de la región.
Marcos Quesada revisa sus propuestas anteriores en relación a la autonomía do-
méstica en la gestión del agua de riego en Tebenquiche Chico y Antofalla (Catamarca),
para introducir la discusión de la escala social de gestión de la tecnología agrícola en
el marco de las tensas relaciones de cooperación y conflicto constitutivas de los modos
de vida campesinos. Con tal fin estudia las formas de apropiación material del agua, ob-
jetivadas en el diseño de las redes de riego, y su vinculación con las viviendas y la mo-
vilización de ciertos sentidos vinculados a los ancestros en contextos de negociación por
el acceso a los recursos.
Mario Caria, Nurit Oliszewski, Julián Gómez Augier, Martín Pantorrilla y Matías
Gramajo Bühler dan cuenta de las estructuras agrícolas arqueológicas de la Quebrada
del río de Los Corrales en El Infiernillo (Tucumán), datados tentativamente en el pri-
mer milenio después de Cristo. La caracterización de este sistema agrícola incluye su
vinculación con las distintas geoformas, las características constructivas y propiedades
pedológicas de los andenes, la relación con estructuras no agrícolas y el manejo del
agua para riego.
Liliana Lupo, Carina Sánchez, Nora Rivera y María Ester Albeck exploran las po-
tencialidades del análisis de polen para indagar acerca del uso de los espacios agríco-
las aterrazados y la historia de ocupación de los recintos de habitación en Pueblo Viejo
de Tucute (Jujuy). Muestran con ello que los datos palinológicos en espacios de culti-
vos arqueológicos de la Puna pueden aportan información relevante a la interpreta-
ción interdisciplinaria del sitio aún con muestras procedentes de suelos expuestos a la
erosión hídrica y eólica por un lapso de varios siglos.
Verónica Williams, Alejandra Korstanje, Patricia Cuenya y Paula Villegas presentan
un estudio de paisaje agrícola del Valle Calchaquí Medio (Salta), tanto desde sus di-
mensiones materiales como ideológicas, con la finalidad de evaluar de qué modo los
espacios de cultivo pertenecientes a las poblaciones locales fueron vinculados a la es-
tructura imperial inca. En esa dirección articulan en su trabajo datos relativos a las áreas
agrícolas aterrazadas, caminos, grabados dispersos entre las tierras agrícolas y asocia-
dos a los pukara, poblados preincas y asentamientos estatales.
Por último, Sebastián Pastor y Laura López se oponen a que las Sierras Centrales
sean consideradas fuera del área de dispersión de la agricultura surandina, idea fuer-
temente incorporada en las construcciones históricas de la región. Presentan, en cam-
bio, una pormenorizada caracterización arqueológica de la práctica de la agricultura en
el sector central de las Sierras de Córdoba en base a información sobre el patrón de
asentamiento, distribución de las tierras agrícolas, análisis arqueobotánicos y estrati-
grafía de las parcelas de cultivo. Su importante discusión también se beneficia de datos
sobre la agricultura actual y colonial.
introducción // 11

Los trabajos brevemente reseñados suponen acercamientos muy diferentes a los mis-
mos objetos. En este libro conviven diversas aproximaciones teóricas y metodológicas,
una variedad dispar de técnicas de observación y procedimientos analíticos que abor-
dan procesos históricos separados en el tiempo y el espacio. Tal es el panorama actual
de la arqueología de la agricultura y es esta saludable variedad lo que queremos mos-
trar en este volumen, antes que fijar una agenda común o estandarizar herramientas,
enfoques o terminología. Sólo una idea fue consensuada entre quienes participamos en
Jujuy del simposio antes mencionado: la importancia fundamental de conocer en de-
talle e historizar los paisajes agrícolas para profundizar en los aspectos sociales y polí-
ticos de la agricultura andina. Este tema cobra una marcada relevancia en el contexto
actual de reemergencia campesina e indígena y nos mueve a reflexionar sobre el valor
de las narrativas que forjamos mediante nuestra práctica disciplinaria toda vez que al
hablar de espacio agrícola, sistema de cultivo, o cualquiera sea el término usado para
designar nuestro objeto, estamos hablando de la tierra y de su historia. Hay un punto,
entonces, en donde es importante retomar los saberes campesinos andinos. Es un debate
al que los arqueólogos/as tenemos mucho que aportar, pero para eso, tenemos que orien-
tar nuestro estudio también. Las preguntas que nos hagamos de aquí en más serán claves
para encontrar respuestas más adecuadas a brindar un conocimiento más aplicable a los
problemas señalados, y salir luego a mostrarlo, a contarlo a un público que se muestra re-
ticente aún a comprender que en el pasado y el presente de los saberes campesinos hay
herramientas alternativas a estos “paquetes tecnológicos” que nos invaden sin sustento
cultural y sin sustentabilidad ambiental. Pensándolo bien, quisiéramos apuntar ese tema
para una futura agenda de la arqueología de la agricultura I

REFERENCIAS CITADAS:
CARDICH, A. 1980. El fenómeno de las fluctuaciones de los límites superiores del cultivo en los Andes. Su importan-
cia. Relaciones 14, NS, Buenos Aires.
1987 Native Agriculture in the Highlands or the Peruvian Andes. National Geographic Research, 3 (1).
KORSTANJE, M. ALEJANDRA 1996. Sobre la producción agrícolo-ganadera en el Formativo: Reflexiones para el camino.
Actas y Memorias del I Congreso de Investigación Social: "Región y Sociedad en el NOA", 402-411.Facultad de Fi-
losofía y Letras (UNT), Tucumán.
1997 Estructuras agrarias prehispánicas. Aportes historiográficos desde el Noroeste argentino. Población & So-
ciedad, 5: 187-208.
KRAPOVICKAS, P. 1984. La economía prehistórica de la Puna. Runa. Archivo para las Ciencias del Hombre XIV:107-
121.
RAFFINO, R. 1973. Agricultura hidráulica y simbiosis económica demográfica en la Quebrada del Toro. Salta, Ar-
gentina. Revista del Museo de La Plata. Nueva Serie,T.VII. Antropología N°49. UNLP, La Plata.
1975 Potencial ecológico y modelos económicos en el N.O. argentino. Relaciones de la Sociedad Argentina de An-
tropología. Nueva Serie, T.IX. Buenos Aires.
TARRAGÓ M. 1980. El proceso de agriculturización en el noroeste argentino, zona valliserrana. Actas del V Congreso
Nacional de Arqueología Argentina (1978). Tomo I. Fac. de Filosofía, Humanidades y Artes. UNSJ, San Juan.
12 // albeck . capítulo uno

ESTUDIOS SOBRE
AGRICULTURA
PREHISPANICA EN
CASABINDO
(1980-1993)

María Ester Albeck


CONICET - Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales-UNJU. mariette@imagine.com.ar

Parte elevada de las quebradas de Potrero y Capinte, al fondo la serranía de Casabindo.


estudios de agricultura prehispánica en casabindo (1980-1993) // 13

INTRODUCCIÓN
Este capítulo corresponde a una reseña de los trabajos de investigación llevados a cabo
en Casabindo (Departamento de Cochinoca, Provincia de Jujuy) en las décadas
de 1980 y 1990. Comprende los estudios desarrollados en el marco de la
Tesis Doctoral que lleva por título “Contribución al estudio de los sis-
temas agrícolas prehispánicos de Casabindo (Puna de Jujuy)” di-
rigida por el Ing. Agr. Augusto Cardich y que contó además
con el asesoramiento y revisión de la Dra. Myriam Tarragó.
El tema desarrollado se sustenta, principalmente, en
el estudio de la agricultura prehispánica de la zona de
Casabindo, ubicada en un ambiente puneño, y las
principales líneas de investigación comprendie-
ron el análisis de la ocupación del espacio y el
estudio de la tecnología agrícola prehispánica.
El abordaje de este tema fue disparado al ex-
perimentar la agricultura tradicional vi-
gente en otros sectores del área andina,
donde el cultivo resulta una actividad
sustancial para las comunidades locales,
y su marcada diferencia con la realidad
vigente en la Puna de Jujuy, un área de
producción casi exclusivamente pastoril
con una baja densidad de población
rural. Esto último, a su vez, contrasta
con la información arqueológica que se-
ñala el alto desarrollo agrícola alcanzado
por los pueblos de la zona de Casabindo,
sumada a la presencia de una importante
densidad poblacional prehispánica.
El estudio de los sistemas agrícolas de
la zona de Casabindo se inició en el año
1980 y los trabajos de campo tuvieron lugar
entre 1980 y 1988. Entre 1989 y 1991 se tra-
bajó exclusivamente en gabinete, la redacción
final de la Tesis se realizó en el año 1992 y fue de-
fendida en la Facultad de Ciencias Naturales y
Museo de la Universidad Nacional de La Plata en
septiembre de 1993.
El texto respeta en gran parte el orden y el planteo desa-
rrollado en el texto original aunque se centra específicamente
en los datos referidos a las estructuras vinculadas con el cultivo
arqueológico, haciendo una sucinta mención a los demás temas abor-
dados en el manuscrito de la Tesis. Al transcurrir más de 20 años desde la
realización de los trabajos de campo y al haber continuado investigando en la zona
14 // albeck . capítulo uno

de Casabindo, resulta natural que algunas de las opiniones vertidas resulten obsoletas a
la luz de nuevos datos o interpretaciones. Estos aspectos serán incorporados y discutidos
en el texto cuando resulte pertinente, a la vez que se incorporarán citas bibliográficas de
trabajos más recientes, principalmente cuando correspondan a trabajos propios que desa-
rrollen temas relacionados con la agricultura o arqueología de la zona de estudio.

PLANTEO DE LA INVESTIGACIÓN
Para el análisis de los sistemas agrícolas prehispánicos de Casabindo, se tomó como
área de estudio el territorio de influencia del poblado actual, considerándolo como el
espacio donde poseían tierras los residentes en dicho poblado y también toda el área
rural que tenía a Casabindo como centro social, cultural y de enlace con poblaciones
mayores. Ubicado en un ambiente típicamente puneño, abarca la sierra homónima de
origen volcánico y parte del bolsón de Guayatayoc, una cubeta sedimentaria. De la se-
rranía mayor, que supera los 5000 msnm, baja una serie de pequeñas quebradas donde
se registra la ocupación humana actual y los vestigios del uso agrícola arqueológico,
entre cotas que van desde los 3450 a 4000 msnm (Figura 1).

FIGURA UNO
Vista esquemática del área de estudio en Casabindo

El área definida a los fines de la investigación es mucho menor que la ocupada por los
Casabindo en la etapa colonial o en épocas prehispánicas, cuando abarcaba el sector
central, sur y oeste de la Puna de Jujuy (Albeck 2001, 2003; Albeck y Ruiz 2003, Albeck
et al. 2007).
Para el estudio detallado de los vestigios de cultivo prehispánico se definió un sec-
tor restringido que abarcaba tres quebradas adyacentes donde se analizaron los terre-
nos de cultivo, los sistemas de riego y demás obras vinculadas con la agricultura. Se
definieron diferentes tipos de terrenos de cultivo, con modalidades constructivas par-
estudios de agricultura prehispánica en casabindo (1980-1993) // 15

ticulares que reflejarían distintos momentos de la ocupación agrícola. Como parámetro


comparativo se consideraron vestigios ubicados en otros espacios de la zona de Casa-
bindo. Las principales líneas de investigación encaradas tuvieron en cuenta el análisis
de la ocupación del espacio, su aprovechamiento con fines agrícolas y el estudio de la
tecnología agrícola prehispánica reflejada en los terrenos de siembra, sistemas de riego,
control de la erosión, instrumental de labranza y estructuras de almacenamiento.
Estos datos se complementaron con información etnoarqueológica sobre la tecno-
logía agrícola vigente entre los pobladores de Casabindo en la década de 1980. Este es-
tudio, que fue encarado a partir de encuestas y observación participante, consideró las
áreas de cultivo, tipos de acequias de riego, vegetales cultivados, ciclo agrario, rituales
relacionados con las prácticas agrícolas y los sistemas de intercambio de productos.
Como marco de referencia se consideraron los diferentes asentamientos prehispá-
nicos reconocidos en la zona de influencia de Casabindo y los datos aportados por los
cronistas referentes a la tecnología agrícola propia del pasado indígena. Para este aná-
lisis se hizo uso de crónicas éditas del Noroeste Argentino, Area Andina Meridional y
en menor medida del Area Andina Central.
Las hipótesis de trabajo que orientaron la investigación consideraron el grado de
desarrollo agrícola alcanzado por los antiguos pobladores de la zona y la perduración,
hasta el presente, de patrones andinos de aprovechamiento y uso del espacio en la zona
de Casabindo. Las hipótesis planteadas fueron las siguientes:

H1) La ocupación del espacio agrícola prehispánico en la zona de Casabindo tuvo una
ocurrencia gradual y progresiva.
Esta hipótesis considera el ritmo según el cual se fueron anexando los diversos sec-
tores del paisaje para su aprovechamiento agrícola en la etapa prehispánica. Así, se
planteó la ocupación como gradual, es decir en diferentes tiempos, y progresiva al ex-
pandirse e ir incorporando al cultivo sectores previamente incultos. Esto último como
resultado de la aplicación de tecnologías cada vez más sofisticadas. Los indicadores
considerados fueron, por una parte la tecnología utilizada por los antiguos agricul-
tores y, por otro, las dificultades intrínsecas ofrecidas por cada sector del paisaje apro-
vechado con fines agrícolas.

H2) La agricultura en la zona de Casabindo alcanzó su máxima expansión en el


Período Tardío.
Aquí se considera el momento en que la agricultura alcanzó su clímax en la zona de
Casabindo, incluyendo en el Período Tardío a los Desarrollos Regionales y la breve1
ocupación incaica. El clímax comprende tanto el dominio tecnológico, el área ocu-
pada y la demografía, inferida a partir del número de sitios correspondientes a este
momento.

H3) La ocupación agrícola del espacio fue continuada desde la época prehispánica.
Esta última hipótesis hace hincapié en la continuidad de las prácticas agrícolas en Ca-
sabindo desde épocas prehispánicas. Esto se reflejaría en las tecnologías agrícolas
utilizadas por los pobladores de Casabindo en la década de 1980.
16 // albeck . capítulo uno

REFERENTES TEÓRICOS2
El estudio de los sistemas agrícolas prehispánicos de Casabindo se orientó bajo una
óptica regional (Binford 1964), entendiendo que una región, además de ser una abs-
tracción (James, 1976), posee un carácter distintivo y permite ser analizada como con-
junto. Así, la región de Casabindo puede delimitarse de manera concreta sobre
referentes ambientales, al comprender las vertientes orientales de la sierra homónima,
con características propias de orientación, nivel altitudinal, clima, basamento geológico
y otras. Hacemos notar, sin embargo, que el área considerada no tiene la amplitud o la
extensión convencional de una región, más correspondería a una microregión (Gon-
záles de Olarte 1984). A pesar de constituir una unidad, se distinguen a su vez, dentro
de dicha microrregión de Casabindo, diversos ambientes locales que han sido explota-
dos de variadas maneras por los pueblos del pasado.
Un aspecto teórico al que se dio énfasis en este trabajo es la relación hombre-am-
biente. Es decir, la interpretación del pasado arqueológico desde una perspectiva eco-
lógica, en la cual hombre y naturaleza se afectan mutuamente, actuando en un complejo
interjuego entre el entorno biofísico y el sociocultural (Watson et al. 1971; Tarragó 1978;
Hardesty 1980). Al tratar los sistemas agrícolas prehispánicos, es imperiosa la necesi-
dad de enfocar el problema desde de este tipo de óptica, más aún en este estudio par-
ticular, habida cuenta las crudas condiciones climáticas imperantes en el área puneña,
que actúan como severos limitantes al accionar de agricultores con un nivel tecnológico
como el de los pueblos prehispánicos.
Tanto el enfoque ecológico del pasado como la óptica región-microregión-
ambiente local constituyen aspectos fundamentales en el entendimiento del proceso
socio-cultural del área. Así, se busca llegar a una interpretación de cómo el hombre en
la antigüedad aprovechó los diferentes ambientes locales de la región, con patrones de
uso del paisaje que no fueron uniformes a lo largo del tiempo. Por otra parte, importa
también de qué manera se lograron resolver los problemas propios del entorno al in-
corporar diferentes sectores para el beneficio económico de la sociedad.
En este contexto tenemos en cuenta, en particular, el estudio del paisaje arqueoló-
gico, un espacio en el cual habitaba el hombre del pasado y en el cual hizo determinada
elección para el emplazamiento de su vivienda, terrenos de siembra y áreas de pasto-
reo (Holgate y Smith 1981). Dicha elección respondió a diversos aspectos, tanto am-
bientales y técnicos como económicos y sociales. Conforme se fueron modificando
algunos de los factores enunciados, fue variando también la ocupación y uso del pai-
saje. Así, al estudiar las sociedades agrarias, es de suma importancia tener en cuenta las
relaciones entre el paisaje, el uso del suelo y los patrones de asentamiento (Holgate y
Smith 1981).
La agricultura desarrollada en el área de estudio se engloba dentro de la esfera de
cultivo andina, no sólo por el área geográfica que ocupa sino también por los vegeta-
les cultivados y la tecnología agrícola empleada (Cardich 1987). Si exceptuamos los res-
tos de mazorcas de maíz que se rescataron de algunos silos o tumbas, no existen
mayormente restos de vegetales cultivados en el registro arqueológico de nuestra área
de estudio3. Las condiciones climáticas imperantes en el área de Casabindo permitie-
ron únicamente el cultivo de vegetales propios del área de domesticación andina (Har-
estudios de agricultura prehispánica en casabindo (1980-1993) // 17

lan 1978) y no las procedentes de las tierras bajas (Harlan 1978). La agricultura prehis-
pánica de la zona se sustentó principalmente en el cultivo de los tubérculos microtér-
micos y probablemente la quinoa, siendo un área marginal para el maíz. Con referencia
a las técnicas agrícolas empleadas, destacamos el cultivo sin el uso de tracción ni la
ayuda de animales, exclusivamente con fuerza humana, la construcción de andenes y te-
rrazas y el uso del riego por acequias.
La agricultura andina estuvo complementada desde sus inicios por la ganadería de
camélidos americanos y, desde muy temprano también, se integró a un complejo sis-
tema de intercambio entre diferentes zonas ecológicas (Dillehay y Núñez 1988; Albeck
1992), un patrón que sigue en vigencia en gran parte del Área Andina (Burchard 1974;
Custred 1974; Lecoq 1987).
En el pasado la práctica agrícola estuvo sujeta a las contingencias climáticas que li-
mitaron su factibilidad en determinados momentos. Esto ha sido planteado para el Área
Andina Central (Cardich 1975, 1980, 1985) pero todavía faltan estudios detallados para
el Área Centro Sur Andina y el NOA. La ocupación extensiva con fines agrícolas de de-
terminados espacios del NOA en el Período Temprano o Formativo (González 1963;
Núñez Regueiro y Tartusi 1988) y su reducido aprovechamiento en épocas posteriores
v. gr. Laguna Blanca (Albeck y Scattolin 1984); Falda del Aconquija (Scattolin y Albeck
1995) y el norte de la Quebrada de Humahuaca (Albeck 1994) apuntarían a la presen-
cia de un fenómeno similar al registrado para el Área Andina Central.
No es el propósito de este estudio, sin embargo, profundizar en las particularidades
paleoclimáticas, cuyo análisis requiere un enfoque interdisciplinario. Dado lo disperso
y escaso de las evidencias disponibles hasta el presente no se dispone de un panorama
claro, razón por la cual es probable que algunas interpretaciones vertidas en este trabajo
deban ser modificadas cuando se acceda a un mayor conocimiento de las variaciones cli-
máticas del pasado, en especial en lo que concierne a temperatura y humedad
En el análisis de las sociedades agrícolas arqueológicas se tuvo en cuenta el vínculo
existente entre determinados aspectos de la tecnología y la complejidad social. Con re-
ferencia a esta relación se consideró fundamental el análisis de las obras de aterrazado
y los sistemas de riego, en tanto ambos aspectos podrían reflejar, en parte, el grado de
organización social de los grupos que las llevaron a cabo (Spooner 1974; Lees 1974;
Hunt y Hunt 1974). La existencia del riego en sí surgiría como una respuesta a las se-
rias limitaciones del aporte de aguas meteóricas para un buen desarrollo de los vegeta-
les cultivados.
El riego en un principio debió ser bastante rudimentario, probablemente utilizando reci-
pientes para irrigar las plantas en forma individual. Aún el riego por acequias, mantenido a
una escala reducida, no implicaría demasiada organización ni complejidad social (Kappel
1974). A medida que el aumento de la presión demográfica inducía una mayor producción,
se debió expandir la extensión cultivada y en forma concomitante se debieron complejizar los
sistemas de irrigación. Para la habilitación de amplios terrenos de siembra aterrazados y la
construcción de extensas redes de riego, la organización debió descansar en una autoridad
centralizada con poder suficiente para movilizar la cantidad de individuos necesaria para su
realización. Esto implicaría una sociedad jerarquizada que, para nuestra área de estudio, po-
dría corresponder a una jefatura o señorío (Albeck 1994 m.s.).
18 // albeck . capítulo uno

METODOLOGÍA
Para el estudio de los sistemas agrícolas arqueológicos de Casabindo se consideraron
diferentes aspectos vinculados con la práctica agrícola prehispánica: el análisis del am-
biente, los sitios de vivienda arqueológicos, las estructuras relacionadas con el cultivo,
los datos etnohistóricos sobre agricultura y observaciones etnoarqueológicas sobre las
prácticas agrícolas vigentes en la década de 1980.
El ambiente: El análisis ambiental se inició con la interpretación fotogramétrica del
área de estudio. Los datos obtenidos fueron completados y corroborados posterior-
mente en el campo con prospecciones“in situ”, en las cuales se reconocieron unidades
geológicas, hidrológicas y vegetales y se efectuaron colecciones botánicas y geológicas
para su identificación en laboratorio. Con referencia a la ocupación humana del paisaje
se consideraron claves la disponibilidad de agua en superficie, el grado de protección
que ofrece la topografía contra los rigores climáticos, la cota altitudinal y el tipo de roca
del sustrato. Estos aspectos se contemplaron tanto para los espacios dedicados al cul-
tivo como para los sitios de vivienda.
Los sitios de vivienda arqueológicos: Para el tratamiento de los sitios de habitación,
contamos fundamentalmente con los datos de campo, aunque gran parte de los sitios
fueron identificados inicialmente a partir de fotografías aéreas. Las características con-
sideradas más relevantes para nuestro estudio fueron: emplazamiento, disponibilidad
de agua, protección, accesibilidad, patrón de asentamiento y modalidad constructiva.
Estos dos últimos aspectos son considerados con mayor detalle, registrándose forma y
disposición de los recintos y densidad de construcción. Con referencia a la modalidad
constructiva se hizo hincapié en el tipo de pircado y en el tamaño y forma de las rocas
empleadas en las paredes. Se realizaron colecciones de materiales de superficie en la
mayoría de los sitios de vivienda y en algunos casos se efectuaron también sondeos ex-
ploratorios en recintos habitacionales. En cuanto a la asignación, fueron referidos ex-
clusivamente a materiales ya conocidos para la zona de estudio (Casanova 1938;
Ottonello 1973; Krapovickas 1958-59, 1968; Deambrosis y De Lorenzi 1973; Alfaro y
Suetta 1967; Krapovickas et al. 1979).
Estructuras relacionadas con el cultivo: Se distinguen como más importantes los te-
rrenos de cultivo y las obras de riego, que son los vestigios que pueden permitir, ade-
más, alguna diferenciación cronológica.
Terrenos de cultivo: La primera aproximación a la identificación de este tipo de es-
tructuras se efectuó mediante el auxilio de fotogramas, ampliados x 4, de la zona de
Casabindo. Las observaciones realizadas fueron verificadas posteriormente mediante
intensas prospecciones en el terreno, completando los datos sobre rasgos difíciles de
identificar en las fotografias (Escala aproximada E=I:12.500). El análisis de los fotogra-
mas resultó sumamente provechoso pues permitió una buena identificación de los an-
tiguos terrenos de siembra. Estos fueron agrupados en sectores según su proximidad y
ubicación topográfica, discriminando entre fondo de valle o falda de cerro. Para cada
uno de los sectores definidos se consideró el emplazamiento, modalidad constructiva
y presencia de estructuras de riego asociadas. En el análisis del emplazamiento se con-
sideró la orientación, pendiente, sustrato y cota altitudinal. Por modalidad constructiva
se tuvo en cuenta el tipo de roca empleado, su angulosidad, forma, tamaño y disposi-
estudios de agricultura prehispánica en casabindo (1980-1993) // 19

ción en la pared de contención y se levantaron perfiles para algunos de los sectores. Las
observaciones se completaron con datos sobre cobertura de líquenes y presencia de se-
dimento entre las rocas que conforman la pared.
Líquenometría: para evaluar la diferencia cronológica entre distintas modalidades
constructivas se utilizó la liquenometría como indicador independiente y de contraste.
Este método consiste en el registro y medición de la cobertura de líquenes que crecen
sobre un sustrato, en este caso las paredes de contención de terrazas y andenes. Los lí-
quenes han sido utilizados como indicadores relativos del transcurso del tiempo para
ubicar cronológicamente antiguas construcciones (Follmann 1961; Laundon 1980; Al-
beck 1995, 1998)
Presencia de sedimento entre rocas: la mayor o menor presencia de sedimento entre
las rocas de una pared levantada con “pirca seca” vale decir, sin mortero de barro, tam-
bién fue tomado como indicador relativo del transcurso del tiempo. Se considera que las
paredes con mayor acumulación de sedimento entre las rocas son más antiguas que las
que tienen escaso o nulo sedimento acumulado (Albeck 2003-05).
Obras de riego: para el tratamiento de este rasgo se tomó en cuenta, principalmente,
la procedencia del agua de riego y luego la complejidad de la red y su extensión.
Datos aportados por las crónicas: en la lectura de las crónicas éditas se hizo una bús-
queda selectiva de datos correspondientes a la descripción de prácticas agrícolas, tec-
nologías de riego y de construcción de los espacios de cultivo, con el fin de contrastar
los datos obtenidos para la zona de Casabindo.
Observaciones etnoarqueológicas: se obtuvo información a partir de encuestas y ob-
servación participante entre agricultores de la zona de Casabindo. Si bien la economía
actual es básicamente pastoril, se puso énfasis en el estudio de las prácticas agrícolas en
uso en la actualidad4. El objetivo era obtener un marco comparativo para conocer dife-
rentes aspectos del sistema agrícola, imposibles de lograr a partir del registro arqueo-
lógico.

MARCO CONCEPTUAL
Respecto al entendimiento y alcance del término “sistema agrícola”, consideramos a la
agricultura como un sistema complejo en el cual tiene incidencia una multiplicidad de
factores que abarcan un espectro que va desde lo ecológico, como el suelo y clima, pa-
sando por aspectos de la economía, hasta detalles que son propios de la esfera cultural
y social. Esta gama de particularidades del sistema agrícola (en nuestro caso: “sistema
agrícola prehispánico” y “sistema agrícola tradicional”) interactúan en diferente grado
una con otra. Sin embargo, no se puede comprender el todo sin conocer cada una de las
partes y éstas tampoco se pueden aislar porque se encuentran íntimamente relacionadas.
Al hacer el análisis de los sistemas agrícolas prehispánicos o arqueológicos forzosa-
mente estamos expuestos a prescindir de muchos aspectos del sistema agrícola otrora
viviente, razón por la cual el panorama que alcanzamos es de por sí incompleto. Nues-
tro intento por comprenderlo a través de la agricultura tradicional que pervive o por los
datos de las crónicas, es tan sólo parte de una búsqueda por llegar algo más allá en la
interpretación de lo que fue la agricultura en el pasado de Casabindo.
Otro aspecto a considerar es la terminología referida a las obras agrícolas prehispá-
20 // albeck . capítulo uno

nicas. Los trabajos de mayor envergadura que consideran los terrenos de cultivo ame-
ricanos precoloniales (Donkin 1979 y Denevan 1980) utilizan terminologías en inglés
o derivados de esta lengua. Al respecto, la palabra“terraza”en la lengua española tiene
un significado muy distinto al “terrace” de la lengua inglesa. En español es bancal el
vocablo correcto para definir un espacio de cultivo que ha sido rellenado con tierra y que
puede presentar, o no, muro de contención. En nuestro país, sin embargo, bancal es un
término muy poco utilizado y se ha popularizado la denominación “terrazas”o “ande-
nes” para nombrar a este tipo de estructuras.
En otras partes del Área Andina, por ejemplo Perú, tampoco se utiliza el término
bancal. Allí es utilizado indistintamente andén o terraza por los estudiosos (Torre y
Burga 1986). El vocablo quechua es pata y los campesinos actuales en Cusco designan
a los bancales como “pata-pata” o “andén-andén” (Vries 1986). Es digno destacar aquí
que los pobladores actuales de Casabindo llaman“patilla”a este tipo de construcciones.
Raffino (1975) elabora una tipología de los terrenos de cultivo según la pendiente
sobre la cual se ubican en: canchón o bancal, terraza y andén. Canchón o bancal de
cultivo (pendiente de 2 a 8 %), terraza de cultivo (pendiente de 10 a 20 %) y andén de
cultivo (pendiente de 20 a 45 %). Esta terminología, basada en una diferencia de grado,
no resultó útil para nuestro análisis. La pendiente, de por sí, condiciona las caracterís-
ticas de los “bancales” porque el ancho y la altura de los mismos están en función de la
pendiente, cuando ésta aumenta, se debe elevar el muro de contención y/o disminuir
la superficie sembrada (Donkin 1979).
Donkin (1979) y Denevan (1980), en cambio, distinguen lo que ellos denominan“te-
rrazas” según su orientación con respecto al drenaje principal del área donde se em-
plazan. Los “lateral terraces”, “contour terraces“ o “terrazas en banca“ poseen un trazado
paralelo al drenaje principal del área, mientras que los“valley floor terraces“, en cambio,
se ubican transversales al mismo. Otro tipo definido por estos investigadores, y que
hemos registrado en nuestra zona de estudio, son los “cross channell terraces“ que se
ubican transversales a pequeñas cuencas en áreas sin drenaje activo. Aplicar la termi-
nología de Donkin o Denevan, para nuestro estudio en particular, también resultaba
confuso pues para denominar a los diferentes tipos identificados se utilizaba el término
“terraza”, con el agregado de“lateral”o“de contorno”y“de fondo de valle”según fuera
el caso. Esto dificultaba la comprensión y en particular la discusión de estas estructu-
ras.
Por esta razón y para este estudio se ha decidido adoptar la siguiente terminología:
1) Grandes líneas transversales. Se ubican en pequeña cuencas con cauces intermi-
tentes, no tienen riego por acequias y forman grandes escalones transversales al dre-
naje principal5. Corresponderían a los “cross channell terraces“ (Donkin, 1979).
2) Cuadros o canchones. Se ubican en áreas de fondo de valle, a menudo son rústi-
cos y se hallan construidos con grandes bloques. Delimitan amplias áreas cuadrangu-
lares o irregulares de 100 m2 o más; pueden encontrarse irrigados o no.
3)Terrazas. Serían los “valley floor terraces“ o terrazas de fondo de valle. Estas cons-
trucciones, ubicadas en terrenos con poca pendiente, forman largas superficies rectan-
gulares, transversales al drenaje principal de un valle o quebrada. El frente de cada
terraza se eleva muy poco por encima de la adyacente y lo normal es que el desnivel
estudios de agricultura prehispánica en casabindo (1980-1993) // 21

entre una y otra no supere los 0,50 m, con un ancho superior a los 5 m y 15 m de largo.
No obstante, la característica definitoria es su ubicación transversal al drenaje del valle o
quebrada. Se trata de terrenos irrigados donde el sistema de riego consta de una acequia
madre cuya traza tiene el mismo sentido que el drenaje principal y a partir de la cual se
desprenden otras menores hacia ambos lados, que son las que irrigan las áreas de cultivo.
4) Andenes. Se emplazan sobre los faldeos serranos, paralelos al drenaje principal de
un valle o quebrada y son las construcciones que alcanzan los niveles más monumen-
tales. Al ubicarse sobre terrenos con mayor pendiente que los otros tipos descriptos, las
paredes de contención se vuelven necesariamente más elevadas y normalmente supe-
ran los 0,50 m. El ancho de los andenes, por otra parte, es estrecho y con frecuencia re-
sulta menor a los 5 m. El largo es muy variable, pero habitualmente tienen decenas de
metros y pueden superar la centena. Estos terrenos se encuentran irrigados y la ace-
quia madre corre por encima del andén más elevado y desde allí, por gravedad, se irri-
gan los andenes inferiores. En los sectores con un gran número de andenes, se observan
acequias secundarias a media falda, desviados de la acequia madre para un mejor riego
de toda el área cultivada. Corresponderían a los“lateral o contour terraces“ (Donkin 1979)
o “terrazas en banca” (Denevan 1980).
Con referencia a las obras hidráulicas o de riego, se diferencian las siguientes obras:
1)Acequia o canal: es el cauce por el cual fluye el agua de riego. Para la zona de Ca-
sabindo se han definido seis tipos diferentes con algunos subtipos (Albeck 1984). Estos
son: 1) Acequia en tierra 2) Acequia pircada sobre ambos lados 3) Acequia pircada sobre
un solo lado 4) Acequia pircada contra pared de roca 5) Acequia pircada, cavada par-
cialmente en roca (Figura 2) 6) Acequia excavada en roca. Los tipos 1 y 2 se han reco-
nocido únicamente en el contexto del riego actual y el tipo 5 tan sólo para el riego
prehispánico, los demás han sido registrados tanto para el cultivo actual como el ar-
queológico. Consideramos que los tipos 1 y 2 también estuvieron en uso en épocas pre-
hispánicas, pero al contar exclusivamente con bordes de tierra, no han logrado perdurar
en la zona de Casabindo (Albeck 1984). Para las acequias o canales se considera la toma
de agua, que es la construcción por la cual se desvía el agua desde los arroyos o ver-
tientes hacia la acequia, las cuales, por encontrarse sobre los cursos de agua, muy ex-
puestos a las aguas torrenciales, han desaparecido. El trazado y rumbo de una acequia
puede indicar, sin embargo, de qué curso fue tomada el agua de riego y aproximada-
mente en qué lugar pudo ubicarse la antigua toma. Denominamos acequia madre al
canal principal que deriva el agua desde la toma hacia una serie de acequias menores
que son las que riegan los terrenos de cultivo.
2)Acueducto: se trata de una especie de puente o terraplén elevado sobre el cual se
conduce el agua. La característica principal es que estas construcciones llevan el agua a
nivel, por encima de cursos o cárcavas cuyos cauces son perpendiculares al del agua de
riego que corre por el acueducto6.
3)Represas: bajo esta denominación consideramos los endicamientos utilizados como
reservorios de agua y que normalmente dan nacimiento a una acequia madre.
Respecto a los vestigios relacionados con el laboreo del suelo debemos considerar a los:
Despedres. Este término se refiere a las acumulaciones de piedras como el producto
de la limpieza de los terrenos de cultivo. En la Quebrada de Humahuaca se los deno-
22 // albeck . capítulo uno

FIGURA DOS
Detalle de una acequia excavada en roca.

mina “ronque”, término utilizado por Madrazo (1969), Suetta (1967) para Coctaca los
llama “caminos de cascajo”, mientras que otros se refieren a estas estructuras como
“despedrados”.
Una dificultad que debimos enfrentar en la investigación fue la falta de una secuencia
arqueológica clara para la zona de estudio. A pesar de la larga historia que tiene la ar-
queología en la zona, iniciada hace más de un siglo, no existe un buen conocimiento
de la zona. Bennett, a quien debemos el primer intento de sistematización de la ar-
queología del NOA (Bennett et al. 1948), englobó a los materiales arqueológicos de la
puna en el “Puna Complex”, sin lograr discriminar diferencias temporales claras. Este
“Complejo de la Puna”se caracterizaba básicamente por la presencia de materiales pe-
recederos como maderas, calabazas, fibras animales, etc.
Krapovickas, posteriormente, diferencia dos momentos: Casabindo I y Casabindo
II, que corresponderían respectivamente a los materiales propios del Tardío-Desarrollos
Regionales y del Incaico de la zona, (Krapovickas 1968). La escasa variabilidad del ma-
terial cerámico en esta zona, que muestra ninguna o poca decoración, dificulta el uso
de este tipo de material como indicador cronológico y sociocultural. A esto se debe
agregar que la gran mayoría de los materiales conocidos provienen de tumbas y que
existen pocas investigaciones que hayan aplicado métodos o técnicas más modernas. Se
carece de prospecciones intensivas, estudios de patrones de asentamiento, análisis de-
tallados de materiales cerámicos (exceptuamos el trabajo de Ottonello 1973) y líticos y
los fechados radiocarbónicos son mínimos, por nombrar tan sólo algunos de los estu-
dios más elementales para elaborar una secuencia de corte regional.
estudios de agricultura prehispánica en casabindo (1980-1993) // 23

Para la asignación cronológica tentativa de los asentamientos arqueológicos, y con el


objeto de obtener un marco de referencia para el análisis de los sitios agrícolas, debi-
mos valernos de criterios sustentados, en parte, en el conocimiento que se tiene de la
arqueología de las áreas aledañas donde los sitios de vivienda de la etapa agroalfarera
son asignados a cuatro momentos: Formativo o Temprano, Período Medio, Desarrollos
Regionales o Tardío e Incaico. La ubicación cronológica de estos momentos para la zona
de estudio es altamente hipotética y se caracterizó de la siguiente manera.
Formativo: Se extendería desde los inicios de la ocupación agrícola hasta el siglo VIII.
Para caracterizar este momento se tomó como criterio básico el patrón de asentamiento
y el tipo de planta de las viviendas. Así incluimos inicialmente en esta etapa las vivien-
das de planta circular y el patrón de asentamiento disperso. Basamos este criterio en el
conocimiento de otras áreas del NOA donde un patrón de viviendas y tipo de asenta-
miento análogo es incluido en el Período Temprano o Formativo (González 1963, Ci-
gliano et al. 1976; Salas 1948; Tarragó 1980; Ottonello y Lorandi 1987).
Período Medio y Desarrollos Regionales: Abarcaría desde el siglo VIII hasta el siglo
XV. Los sitios ubicados tentativamente en este momento presentan viviendas de planta
rectangular o cuadrangular y el patrón es nucleado (Ottonello y Lorandi 1987), en al-
gunos casos semi-conglomerado y con menor frecuencia conglomerado (Madrazo y
Ottonello 1966), mientras que la cerámica característica se encuentra pintada en negro
sobre rojo. En varios poblados arqueológicos aparece además cerámica pintada con lu-
nares blancos, como en Santa Ana de Abralaite (Krapovickas et al. 1979), Rinconada
(Alfaro y Suetta 1970) y Doncellas (Alfaro y Suetta 1976). Los lunares blancos se vin-
culan en la Quebrada de Humahuaca con La Isla que sería, a su vez, contemporánea
en parte con la expansión Tiahuanaco (Tarragó 1978)7, lo que indicaría el uso de los
mismos asentamientos como espacios de residencia.
Incaico: abarca desde mediados del siglo XV hasta la primera entrada de los espa-
ñoles en 1536. El indicador es la presencia de cerámica con filiación incaica (Raffino
1981; Deambrosis y De Lorenzi 1973). Con frecuencia la ocupación incaica se halla so-
breimpuesta a sitios de los Desarrollos Regionales (González 1980), aunque no se haya
identificado este fenómeno en Casabindo (Albeck et al. 2007).

CASABINDO
El área de Casabindo se encuentra en el Departamento de Cochinoca en el centro de
la Provincia de Jujuy, en un ambiente típicamente puneño. Comprende una serie de
quebradas con agua permanente y parte del extenso bolsón de Miraflores-Guayata-
yoc-Salinas Grandes. Para una descripción más detallada de los aspectos geográficos, am-
biente, recursos y población actual remitirse a otras publicaciones (Robles y Albeck 1996).
La zona de Casabindo es muy rica en restos arqueológicos, entre los cuales se des-
tacan los vestigios vinculados con la práctica agrícola prehispánica, actividad que, in-
dudablemente, cumplió un importante rol en la economía de los antiguos pobladores
del lugar como complemento del pastoreo. El cultivo ha desaparecido casi por com-
pleto como actividad económica, siendo dominante la ganadería de pequeños ru-
miantes y camélidos americanos (Albeck 1993). Las áreas agrícolas prehispánicas se
ubican de manera coincidente con la “faja óptima”para el asentamiento humano defi-
24 // albeck . capítulo uno

nida para el sector oriental de la puna (Ottonello y Krapovickas 1973).


Existen en Casabindo tres grandes áreas de cultivo prehispánico (y probablemente tam-
bién colonial) en las cuales se observa una gran abundancia de antiguos terrenos de cul-
tivo y otros vestigios relacionados con las prácticas agrícolas. Dichas áreas se encuentran
separadas por sectores en los cuales aparecen muy pocos vestigios de obras agrícolas
indígenas o donde son inexistentes, coincidentemente se trata de áreas en las cuales no
se observan fuentes de agua en la actualidad, donde ésta es escasa o salobre y en es-
pacios donde el nivel altitudinal, la topografía o el tipo de suelo no permiten desarro-
llar un cultivo exitoso. De norte a sur las tres grandes áreas agrícolas son las
denominadas: Sayate, Potrero-Tarante y Río Negro.
1) Sayate: Incluye las quebradas de Sayate y Tocoite y ocupa el sector más septen-
trional, limitando al norte con el área de Rachaite-Doncellas, también de importancia
agrícola prehispánica. Es una zona amplia en la que se destacan los andenes que re-
montan las laderas de los cerros circundantes. Este sitio fue descripto por Boman (1908)
quien, al no observar acequias de riego, propone la existencia de cultivo de secano para
la puna en épocas prehispánicas. En la prospección realizada, sin embargo, se identi-
ficó claramente la acequia madre o principal que corre sobre la cota máxima del sistema
de andenes.
2) Potrero-Tarante: Comprende tres quebradas adyacentes en la zona central del área
de Casabindo y es el sector agrícola más cercano al poblado moderno. Las quebradas
se denominan, de norte a sur, Potrero, Capinte y Tarante. Se trata del espacio agrícola
más amplio y complejo de la región, gran parte del fondo de valle y la parte baja de las
laderas circundantes se halla cubierta por terrenos de cultivo (Figura 3).
3) Río Negro: Es el área más meridional y abarca varias quebradas de diversa longi-
tud, se trata de la más extensa y la más difícil de recorrer dadas las condiciones topo-
gráficas imperantes, determinadas por la presencia de un paisaje sumamente
accidentado donde los cursos de agua, permanentes o temporarios, se hallan limitados
por elevados farallones rocosos. En esta parte dominan los andenes mientras que las te-
rrazas de fondo de valle son sumamente limitadas dada la estrechez de las quebradas.
Para el análisis de la tecnología agrícola prehispánica nos hemos centrado en el área
Potrero-Tarante, con menciones ocasionales a las particularidades observadas en las
otras dos áreas definidas.

LA TECNOLOGÍA AGRÍCOLA PREHISPÁNICA


En la zona de Casabindo la tecnología agrícola prehispánica se observa en vestigios ar-
queológicos ubicados en diferentes sectores del paisaje, corresponden a terrenos de
cultivo, sistemas de riego, obras de control de la erosión y estructuras relacionadas con prác-
ticas agrícolas y de almacenamiento. A esto se suman los restos de implementos agrícolas
observados en los terrenos de cultivo y espacios habitacionales prehispánicos.
La quebrada de Potrero presenta la mayor superficie de obras agrícolas de toda la
zona de Casabindo. Los antiguos campos de cultivo se extienden en forma casi ininte-
rrumpida desde Peña Larga hasta Puerta de Potrero, ocupando una parte importante del
ancho fondo de valle y también extensas superficies de la falda de los cerros. El tipo de
formación geológica condiciona la extensión de los andenes emplazados sobre los fal-
estudios de agricultura prehispánica en casabindo (1980-1993) // 25

FIGURA TRES
Vista general de la Quebrada de Potrero.

deos, son mucho más importantes las extensiones con andenes en la falda norte que
sobre la falda sur. La ladera que forma el límite septentrional de la quebrada presenta
un elevado y largo talud que permite el emplazamiento de extensas graderías, en cam-
bio, los farallones verticales que forman el lindero sur de Potrero tienen un talud corto
con escaso sedimento y afloran con frecuencia directamente de los sedimentos del fondo
de valle. En esta quebrada las estructuras agrícolas de fondo de valle, las terrazas, su-
peran en extensión a los andenes, lo que no sucede en las demás quebradas del área de
Casabindo, exceptuando los lugares donde aparece exclusivamente este tipo de estruc-
turas.
En Capinte los restos de obras indígenas se extienden a lo largo de la quebrada, ex-
ceptuando su tercio inferior, y predominan las áreas cubiertas con andenes. La margen
derecha se encuentra más densamente poblada de vestigios agrícolas que la opuesta,
tanto el área de fondo de valle como el talud al pie de los farallones.
La quebrada de Tarante, a su vez, se encuentra prácticamente cubierta por antiguas
estructuras agrícolas, las más elevadas aparecen en la confluencia de los arroyos de Li-
viara y Aute, a 3.900 msnm, y se extienden en forma ininterrumpida hasta la desembo-
cadura de la quebrada en Puerta de Tarante. No ocupan, sin embargo, una extensión
uniforme a lo ancho de la quebrada. En ciertos lugares se limitan a los terrenos bajos
próximos al arroyo, en otros, se ubican además sobre las faldas laterales hasta alturas
considerables. En el curso inferior, los andenes ocupan la mayor parte del talud, por en-
cima del cual se yerguen farallones rocosos sobre ambas márgenes. En el trayecto medio,
26 // albeck . capítulo uno

el fondo de valle se halla prácticamente cubierto por terrazas mientras que en el curso
superior las terrazas se restringen a las partes bajas próximas al curso de agua.
Las prospecciones y observaciones de campo nos han llevado a formular la presen-
cia de tres tipos básicos de andenes con una serie de tipos intermedios. Esta clasifica-
ción tuvo como base la descripción detallada de andenes ubicados en diferentes
sectores del área de Potrero-Tarante donde se tuvieron en cuenta la orientación, altura
sobre el nivel del mar, tipo de roca empleado, su angulosidad, forma, tamaño y dispo-
sición en el pircado. A esto se le agregaron datos sobre la altura y el ancho del andén,
sistema de irrigación (no siempre se logró identificar) y tipos y cobertura de líquenes
sobre las paredes. Los terrenos de fondo de valle también comprenden cuatro tipos de-
finidos según su forma y tipos de pared.
Los terrenos de cultivo de Potrero-Tarante pueden agruparse en dos series, una para
las terrazas de fondo de valle y otra para los andenes. Según el tipo y la modalidad
constructiva de las paredes de contención se distinguen cuatro grupos para las terrazas
de cultivo de fondo de valle8:
1) El grupo 1 corresponde a los canchones. Están construidos con piedras irregula-
res de gran tamaño y ubicadas en forma desprolija. Este tipo de construcciones no se
encuentra muy difundido y ha sido ubicado en la parte central y superior de Potrero. En
algunos casos estos canchones se encuentran asociados a viviendas circulares disper-
sas en el fondo de valle.
2) El grupo 2 comprende terrazas bajas cuyo frente está formado por lajas clavadas
de canto. Suelen aparecer intercaladas entre terrazas de otro tipo y lo más común es que
se encuentre en zonas de fondo de valle con terreno arenoso.
3) Dentro del grupo 3 se ubican las terrazas cuya pared de contención se halla pir-
cada, a veces con piedra menuda, en otras oportunidades con rocas más grandes y tam-
bién puede tratarse de simples líneas de piedra.
4) El grupo 4 es un sector reducido identificado únicamente en Tarante que se dis-
tingue por presentar terrazas construidas con pircas dobles rellenas.
Para los andenes identificados en el área de Potrero-Tarante, también se distingue la
presencia de cuatro grupos con diferentes modalidades constructivas.
A) Corresponde a andenes con muros de contención construidos con piedras me-
nudas, ubicados en las partes bajas de Tarante y Capinte. Los andenes de este tipo se
emplazan sobre terrenos con fácil acceso al agua y presentan, además, una gran co-
bertura de líquenes y abundante sedimento entre las piedras9.
B) El segundo grupo comprende andenes construidos con rocas algo redondeadas,
seleccionadas, dispuestas con el eje mayor en sentido longitudinal a la pendiente del fal-
deo. La superficie de las rocas cuenta con una abundante cobertura de líquenes.
C) Este grupo abarca todos los andenes construidos con rocas angulosas que pre-
sentan una cara plana hacia el frente. Las pircas de estos andenes tienen una escasa co-
bertura de líquenes y muy poco sedimento entre las rocas que componen la pared. Se
encuentran, además, emplazados en los sectores más elevados y difíciles de regar (Figu-
ras 4 y 5).
D) El cuarto grupo incluye una gran cantidad de andenes que constituyen categorías
intermedias, poco claras y que no pueden incluirse en ninguno de los grupos anteriores.
estudios de agricultura prehispánica en casabindo (1980-1993) // 27

FIGURA CUATRO
Detalle del sector de andenes Ta-G, con cara plana al frente.

FIGURA CINCO
Perfil esquemático de los andenes del sector Ta-G.

Considerando el sistema de riego montado en el área de Potrero-Tarante se observa


que alcanzó una gran complejidad. Se trataba de un sistema integrado que enlazaba las
quebradas de Tarante, Capinte y Potrero y estaba alimentado por los arroyos de Liviara,
Aute, Tarante, Potrero y Capinte. A éstos se sumaban pequeñas vertientes que sirvieron
sólo a sectores reducidos.
En Potrero la mayoría de los sectores agrícolas que se encuentran sobre la falda norte
28 // albeck . capítulo uno

fueron regados con agua de los arroyos de Potrero. Para algunos de ellos se ha logrado
identificar, nítidamente, el canal principal que parte de un estanque alimentado desde
Peña Larga. Los sectores de fondo de valle pudieron ser regados tanto desde Potrero como
de Tarante, la pendiente del fondo de valle permite cualquiera de las opciones; para los
sectores ubicados en el sector sur de la quebrada, el agua de riego se traía desde Tarante.
En Capinte existen sectores que aparentemente fueron regados con agua del arroyo ho-
mónimo, algo imposible realizar hoy en día debido a la exigua cantidad de agua que aporta
el curso. La parte sur de Capinte, en cambio, estuvo alimentada por una larga acequia que
corría sobre la falda rocosa, pircada contra la parte baja de la pendiente, mientras que el
resto del cauce se halla cavado en la roca volcánica. El agua provenía de Tarante, pasaba por
un abra existente entre ambas quebradas, donde llenaba una represa que daba nacimiento
a la acequia antedicha. La falda norte de Capinte, en cambio, tomaba agua de la acequia
principal de Potrero que a su vez se surtía de Tarante. En esta última quebrada hemos iden-
tificado la acequia madre y la procedencia del agua de riego para gran parte de los secto-
res de cultivo siempre provenía de la propia quebrada.
Las acequias arqueológicas identificadas en Potrero-Tarante pertenecen a los tipos
mencionados anteriormente (Albeck 1984), a veces recorrían grandes distancias (2-4
km) antes de alcanzar el sector agrícola irrigado. En Capinte varias de las acequias an-
tiguas presentan piedras planas clavadas de canto delimitando el cauce. Sobre los fa-
rallones que limitan la quebrada de Tarante identificamos el curso de numerosos
canales, hoy desaparecidos, algunas veces por el simple surco labrado en la roca por el
golpeteo de las partículas arrastradas por el agua. En un caso se registró la presencia de
dos líneas ubicadas a diferentes niveles sobre la misma roca. En Tarante se identifica-
ron también dos tramos de canales cavados en la roca y varios exponentes de las ace-
quias pircadas contra roca (Tipo 4), uno de ellos se conservaba en buen estado a lo largo
de treinta metros. Se excavó una acequia de este tipo para verificar su modo de cons-
trucción. El canal se apoyaba sobre un relleno de grava protegido por la pirca de sos-
tén de la acequia (Figura 6). En el fondo de valle hemos ubicado un canal con el lecho
cubierto de lajas que atravesaba un medanal, donde la infiltración del agua es mucho
más intensa.
Con referencia a las represas arqueológicas se han reconocido cuatro en la zona de
Casabindo, todas en el área de Potrero-Tarante. Las más interesantes son la de Capinte
y una ubicada en la parte superior de Potrero. Esta última es la de mayores dimensio-
nes (19 x 21m) y aprovecha en parte un afloramiento rocoso como contención. El frente
está limitado por una pared construida con pirca doble y pirca doble rellena de tierra
que alcanza hasta 4 m de ancho. En esta construcción se identifica claramente la ace-
quia de desagüe, pircada sobre ambos lados hasta casi un metro de altura. La represa
de Capinte se ubica en la divisoria de aguas entre Tarante y Capinte, en el sector supe-
rior de esta última quebrada, donde los farallones conforman un filo divisorio entre las
dos quebradas nombradas. La parte de la represa que da a los sectores más bajos de la
pendiente se encuentra limitada por una pirca doble. En la parte externa se registra una
gran acumulación de sedimento, debido presumiblemente a la limpieza del reservorio.
El estado de conservación es bueno y se reconoce nítidamente la acequia colectora en
el interior del estanque.
estudios de agricultura prehispánica en casabindo (1980-1993) // 29

FIGURA SEIS
Corte esquemático de una acequia pircada contra roca.

En Casabindo también se han observado diversos tipos de construcciones vincula-


dos con prácticas de conservación del suelo y control de la erosión:
Paredes de sostén en cauces: son un rasgo poco frecuente en Potrero, en cambio, en
la quebrada de Tarante es habitual que aparezcan paredes de protección contra las ba-
rrancas. Esto ocurre en los lugares donde existen cursos de agua permanente o se en-
cauzan las aguas meteóricas y son más frecuentes en los arenales ubicados en el fondo
de valle (Figura 7).
Líneas de piedra en cauces: estas estructuras han sido interpretadas como defensas
para prevenir la erosión retrocedente de los cursos de agua. Se trata de paredes ubicadas
de manera transversal en los cauces y que actúan conservando el sedimento de los terre-
nos de cultivo al mantener estable el nivel de base de los cursos de agua. Se han obser-
vado en diferentes lugares de Potrero mientras que en Tarante es común la presencia de
líneas de piedras o pequeñas pircas en las áreas de escurrimiento en terrenos arenosos.
30 // albeck . capítulo uno

FIGURA SIETE
Paredes de sostén en cauce.

En cuanto a estructuras relacionadas con el laboreo agrícola debemos considerar a los


despedres, identificados en Puerta de Potrero en un sector de terrazas con abundantes rocas
menudas en superficie, donde aparecen algunos despedres de contorno circular y uno
alargado. En Capinte se ubicaron despedres alargados y un pequeño despedre circular
mientras que en Tarante hemos observado únicamente despedres del tipo longitudinal,
siempre en áreas de fondo de valle con terrazas (Figura 8).
Vinculados con el almacenamiento se registran silos construidos de piedra y mortero
de barro, frecuentes en toda el área. En el área de Potrero-Tarante se ubicaron silos en Peña
Agujero una quebradita elevada y seca, emplazada en las formaciones rocosas que sepa-
ran a Tarante de Capinte, y en la falda sur de esta última quebrada. El emplazamiento de
estas estructuras, amuradas a paredones rocosos elevados por encima del fondo de valle
y normalmente con exposición al norte, indicaría la elección de los lugares más secos para
su ubicación. Es probable que hayan servido preferentemente para almacenar maíz, ya que
la papa y otros tubérculos necesitan humedad para no momificarse por deshidratación y
la quinoa, en virtud de lo diminuto del grano, se almacena mejor en vasijas o en sacos te-
jidos. A esto se agrega que no es inusual encontrar restos de marlos en el interior de estas
construcciones. Su presencia, aunque no evidencia la existencia de prácticas agrícolas a
escala local, está relacionada directamente con la producción agrícola ya sea local u obte-
nida por intercambio10. La función de estas estructuras se ha debatido desde los inicios de
la arqueología al discutir las características que las diferencian de las llamadas“chullpas fu-
nerarias” (Ambrosetti 1902; Debenedetti 1930; Vignati 1938, Márquez Miranda 1940).
estudios de agricultura prehispánica en casabindo (1980-1993) // 31

FIGURA OCHO
Despedre circular.

Respecto a los implementos agrícolas prehispánicos son frecuentes los hallazgos de


palas y azadas, estas últimas ligadas a un mango curvo de madera, tal como ilustrara von
Rosen (1924). En las terrazas agrícolas de Casabindo, pero con mayor frecuencia en las ex-
cavaciones de los sitios de vivienda, han aparecido fragmentos de estos instrumentos de la-
branza. Los cuchillones de madera son elementos frecuentes en las tumbas y han sido
interpretados de manera diversa. Latcham (1936) sugiere una funcionalidad agrícola, sin
embargo, nuestras observaciones nos han llevado a plantear que estos instrumentos difí-
cilmente hayan estado vinculadas con el cultivo. La gran mayoría de los cuchillones pre-
senta una pátina de uso lisa y muy brillosa y, teniendo en cuenta la naturaleza pedregosa
y arenosa de los suelos puneños, resulta difícil asimilarlos a la suave superficie que pre-
sentan los cuchillones. Si a esto se agrega la presencia de estrías de uso en los fragmentos
de palas y azadores líticos, no se puede explicar por qué no las poseen también los cuchi-
llones de madera. No sabemos cuál pudo haber sido la función de los cuchillones pero es-
tamos convencidos que no cumplieron funciones vinculadas con las prácticas agrícolas.
Donkin (1979) opina que la taclla, común en el área Andina Central, no fue empleada
por los pueblos más meridionales11, sin embargo, en épocas recientes se ha registrado la
presencia de palos cavadores, muy similares morfológicamente a las tacllas del Area An-
dina Central en la zona del Río Grande de San Juan (Krapovickas y Cigliano 1963) y en las
cabeceras de la Quebrada del Toro (Raffino 1973). No obstante, en las encuestas realizadas
en Casabindo los informantes desconocían totalmente la existencia de una herramienta de
dicha naturaleza.
32 // albeck . capítulo uno

LOS ASENTAMIENTOS
En Casabindo se han ubicado 17 asentamientos arqueológicos, algunos con una larga
ocupación y otros, al parecer, reocupados en diferentes momentos. El mayor número de
sitios corresponde a los Desarrollos Regionales y reflejaría una gran población en esa
época en el pasado. En el área de Tarante-Potrero ubicaríamos a Po-2, Pueblo Viejo de
Potrero, como el más importante y Ta-l. La asignación cronológica de Cap-2, Capinte
Arriba, en cambio, es dudosa, y es probable que haya tenido diferentes ocupaciones a
lo largo del tiempo. Otros sitios asignables a este momento serían Sayate (Alfaro 1983),
OjA-I, Ojo de Agua; Tu-2, Pucará de Tucute12. La mayor parte de los sitios de este mo-
mento se encuentran emplazados en lugares algo elevados por encima del fondo de
valle o sobre terrenos poco aptos para las actividades agrícolas. La excepción la cons-
tituye el sitio Po-2, Pueblo Viejo de Potrero, asentado en la parte baja, en una zona de
terrazas de cultivo.
Muchos sitios de vivienda arqueológicos de Casabindo se ubican en lugares prote-
gidos contra las inclemencias del clima puneño, en particular vientos, heladas y tor-
mentas eléctricas. En algunos casos ha primado la búsqueda de una posición
estratégica, como en el caso de OjA-l, Ojo de Agua; Tu-2, Pucará de Tucute y To-1 , To-
raite. De estos sitios, el más dificil de interpretar resulta ser Toraite, asignado tentativa-
mente a un momento Formativo por la presencia de recintos circulares y cuyo
emplazamiento, sobre una elevada meseta, está reñido con los patrones de asenta-
miento habituales en este momento de desarrollo sociocultural13.
Las formas de vivienda registradas corresponden a recintos de planta circular y rec-
tangular. El sitio que mejor permite observar la complejidad que alcanzó el patrón de
asentamiento en el momento indígena es Po-2 (Pueblo Viejo de Potrero). En este sitio
se registran tres categorías de viviendas distintas funcionalmente. Las más pequeñas
debieron servir como lugares de almacenamiento, las medianas fueron utilizadas como
habitaciones y las de mayores dimensiones como patios. Las diferencias se observan no
sólo en el tamaño sino también en la modalidad de la construcción de las paredes,
donde los recintos habitacionales registran la mayor perfección constructiva.
Los recintos de planta circular, en cambio, serían anteriores y pertenecerían al For-
mativo. Esto se ha planteado en función del conocimiento que se tiene para el resto del
Noroeste Argentino. En Casabindo, sin embargo, esta forma de vivienda parece per-
durar hasta el Período Medio, al menos para el caso de Pueblo Viejo de Tucute. Apre-
ciación basada en la exhumación de materiales de filiación Isla (Casanova 1938) y la
presencia de piezas con cabezas de llamas modeladas, propias de dicho momento en
la Quebrada de Humahuaca. La perduración de esta forma de vivienda hasta el Perí-
odo Medio también es planteada por Krapovickas y otros para Santa Ana de Abralaite,
donde se encuentran asociadas a cerámica con lunares blancos (Krapovickas et al. 1979).
La construcción de estas últimas viviendas, sin embargo, dista mucho de la perfección
alcanzada por las habitaciones de Pueblo Viejo de Tucute14.
La secuencia cronológica tentativa elaborada para Casabindo incluye 10 de los 17 si-
tios registrados y consideró el patrón de asentamiento y el tipo de cerámica asociado.
Se inicia con los sitios de planta circular de patrón disperso y construcción rústica, y cul-
mina con un pequeño sitio, asignado, en función del material cerámico, al momento in-
estudios de agricultura prehispánica en casabindo (1980-1993) // 33

caico. En algunos casos, como por ejemplo en Cap-2, Capinte Arriba y Tu-l, Pueblo Viejo
de Tucute, es probable que el sitio haya sido ocupado en diferentes momentos a juzgar
por la presencia de recintos con ambos tipos de planta: rectangular y circular. Quedan
fuera de la secuencia tentativa varios sitios difíciles de ubicar cronológicamente.

UNA SECUENCIA DE OCUPACIÓN AGRÍCOLA


Para el área de Potrero-Tarante se han caracterizado diversas modalidades constructi-
vas para los andenes, incluidas en tres grupos con diferente valor cronológico, y para los
terrenos de fondo de valle que comprenden los canchones y las terrazas, se postulan
cuatro momentos de construcción. En función de esto se ha elaborado una secuencia
tentativa de la ocupación del espacio con fines agrícolas para Potrero-Tarante. La se-
cuencia integra todas las categorías de terrenos de cultivo, y se basa, además de la mo-
dalidad constructiva y emplazamiento, en la cobertura de líquenes sobre las paredes de
contención, el sedimento acumulado entre las rocas de las mismas y en la complejidad
de las redes de riego que beneficiaron los diferentes sectores (Tabla 1).
El primer momento de esta secuencia se inicia con los canchones y las grandes líneas
transversales que son de construcción rústica y ocupan las áreas de fondo de valle. Los
canchones pudieron estar irrigados por acequias mientras que las grandes líneas trans-
versales no. Es probable que las rústicas líneas de piedra que limitan los canchones
hayan sido cercados protectores contra los camélidos domésticos. Aparentemente, su
función como nivelador para el riego o como moderadores climáticos es mínima dada
la gran superficie que determinan. La existencia de un patrón agropastoril extensivo y
poco desarrollado asociado con una baja demografía, como el que se podría plantear
para el Formativo, probablemente haya llevado a la necesidad de levantar este tipo de
pircados perimetrales para proteger los sembrados. En épocas posteriores este rasgo
desaparece, sugiriendo que los rebaños eran mantenidos alejados de las áreas de cul-
tivo. Esta práctica perduraría hasta la época colonial, al menos si nos atenemos a que

TABLA UNO
Secuencia de terrenos de cultivo de fondo de valle y faldeos serranos.
34 // albeck . capítulo uno

Pablo Bernárdez de Ovando cedió en usufructo tierras de pastoreo a los pobladores de


Casabindo porque sus tierras eran “sólo para sembrar” (Madrazo 1982, Albeck y Palo-
meque 2009). En la actualidad, el cercado de las áreas de cultivo es un rasgo recurrente
y se podría decir que tanto la baja demografia como la agricultura rudimentaria que se
practica, sería comparable, en muchos aspectos, a la que estuvo en vigencia en el For-
mativo.
El segundo momento de construcción correspondería a los andenes construidos con
piedras pequeñas y emplazados en las partes bajas cercanas a los arroyos fácilmente irri-
gables. Este tipo de andenes es el que presenta la mayor cobertura de líquenes y abun-
dante sedimento acumulado entre las piedras que conforman la pared.
Al tercer momento pertenecerían los andenes presentes en Puerta de Potrero, con
las rocas orientadas en sentido longitudinal a la pendiente y buena cobertura de líque-
nes, también se incluyen para este momento ciertos sectores de terrazas de Tarante.
El cuarto momento comprende tanto andenes como terrazas y es el que ocupa mayor
superficie. Abarcaría los andenes de la falda norte de Potrero, irrigados desde Peña
Larga, las terrazas de Potrero y Capinte y los andenes de la falda norte de Capinte, irri-
gadas desde Potrero con agua proveniente de Tarante.
Al quinto momento constructivo asociamos todos los andenes construidos con pie-
dras angulosas, colocadas con una cara plana hacia el frente. Se emplazan en las cotas
más elevadas o en áreas difíciles de regar, como por ejemplo la falda sur de Capinte. Esta
falda se pudo ocupar al construirse la acequia cavada en la roca y la represa sobre el filo
que separa a Capinte de Tarante (Figuras 9 y 10)15.
En función de la secuencia de los momentos constructivos considerada para los si-
tios de cultivo y para los asentamientos, se ha establecido una correlación entre ambas
series. A los sitios con recintos circulares Po-3, Potrero Fondo de valle y Po-4 los rela-
cionamos con la construcción de los canchones y corresponderían a las primeras ocu-
paciones agrícolas de la zona de Casabindo. Las terrazas de la falda norte de Potrero,
asignadas al cuarto momento constructivo, son obras de gran envergadura que impli-
carían mucha mano de obra y trabajo comunal organizado. Esto nos lleva a ubicarlas
temporalmente en los Desarrollos Regionales. En este momento existiría una organi-
zación social más centralizada, una mayor población y jefes con poder suficiente como
para nuclear y organizar la mano de obra necesaria para llevar a cabo las grandes su-
perficies de andenes y obras hidráulicas. Al último momento constructivo de andenes,
la modalidad de pared con roca plana al frente, lo relacionamos con los sitios más tar-
díos como Po-216 que presenta, además, la misma modalidad de construcción para las
paredes de las habitaciones. Este momento coincidiría, en parte, con el incaico de la
zona, también identificado en la presencia de muros ciclópeos y en anfiteatro en Puerta
de Tucute (Figuras 11 y 12).

DISCUSIÓN
Habida cuenta las limitaciones ambientales de la puna jujeña u oriental, consideramos
a Casabindo como un área excepcional para la instalación humana. Esto se manifiesta
en la presencia de condiciones más favorables para el desarrollo de las actividades eco-
nómicas, derivadas principalmente de las peculiaridades del paisaje. Un aspecto de gra-
estudios de agricultura prehispánica en casabindo (1980-1993) // 35

FIGURA NUEVE
Acequia cavada en roca sobre faldeo sur de Capinte.

FIGURA DIEZ
Sector de Andenes de clara factura incaica en Capinte.

vitación dentro de las condiciones ambientales de Casabindo es la gran altura que al-
canza la serranía homónima, que le permite actuar como captora y conservadora de
humedad, dando nacimiento a un gran número de corrientes de agua que bajan por sus
36 // albeck . capítulo uno

laderas. El ciclo diario de congelamiento y fusión del agua de las alturas permite un
flujo permanente del agua durante todo el año. Otro aspecto a considerar, es la natu-
raleza geológica del relieve que recrea variados paisajes en un área relativamente res-
tringida.
Las quebradas de Tarante, Capinte y Potrero, ubicadas en la parte central de la zona
de estudio, presentan condiciones únicas dentro de la zona de Casabindo, habida
cuenta la provisión de agua y las características del paisaje. Las tres quebradas, toma-
das como unidad, constituyen tipos intermedios entre el amplio relieve propio de la
parte norte y las estrechas quebradas que dominan las partes más meridionales. Se ubi-
can además al pie de los picos más elevados de la serranía que las proveen de cursos
de agua con un buen caudal.
Las otras dos áreas agrícolas prehispánicas de relevancia son Sayate y Río Negro.
La primera se encuentra en el amplio paisaje que domina las áreas más septentriona-
les de la zona de estudio y permite la instalación de enormes sistemas de andenerías
prehispánicas. El área de Río Negro, en cambio, se caracteriza por un paisaje de origen
volcánico sumamente recortado, donde las pequeñas y angostas quebradas corren entre
elevados farallones y presentan poca superficie apta para la práctica agrícola. Sin em-
bargo, en esa estrechez, el abrigo proporcionado por los paredones rocosos crea am-
bientes locales muy favorables que en la actualidad permiten el crecimiento y
fructificación de árboles frutales.
Con referencia a las limitaciones para la instalación agrícola en Casabindo resultan
definitorias ciertas características del ambiente, en particular, las condiciones climáticas,
la disponibilidad de agua de riego y la existencia de un sustrato o suelo adecuado. Den-
tro de las condiciones climáticas adversas tendríamos básicamente la frecuencia de he-
ladas, fenómeno potenciado por la altura sobre el nivel del mar y las condiciones locales
de protección, atemperado a su vez por fenómenos como la inversión de temperaturas
y turbulencias en las faldas serranas que permiten el cultivo a grandes alturas. El límite
altitudinal para las terrazas agrícolas prehispánicas de Casabindo se encuentra a casi
4000 msnm en Tarante (Sector Ta-P).
El grado de protección contra vientos y bajas temperaturas ha sido un factor rele-
vante en la elección del espacio agrícola. Esto se ve reflejado en la escasez de áreas cul-
tivadas en las partes bajas, algunas con agua en abundancia, por ejemplo Puerta de
Tarante y Puerta de Río Negro. Entre otros fenómenos, la inversión de temperatura e
intensidad de los vientos no permiten el desarrollo de la agricultura en las partes bajas.
La disponibilidad de agua resulta indispensable en un ambiente con insuficiencia
crónica de lluvias, sobre todo para abastecer cultivos con un ciclo agrario extenso. Los
sectores agrícolas arqueológicos de Casabindo se encuentran, casi sin excepción, en lu-
gares donde existe actualmente provisión de agua. No obstante, la falta de agua en el
pasado se pudo subsanar mediante una apropiada tecnología, trayendo agua desde luga-
res vecinos a través de complejas redes de canales y represas, como se observa en Capinte.
La existencia de un sustrato adecuado resulta indispensable para el crecimiento de
los vegetales, de allí que los terrenos con sedimentación natural sean los escogidos para
la ubicación de las terrazas. Sin embargo, la construcción de andenes en el pasado, su-
peró este obstáculo, creando suelos artificiales para cultivar, acumulados detrás de las
estudios de agricultura prehispánica en casabindo (1980-1993) // 37

FIGURA ONCE
Andenes incaicos en Puerta de Tucute.

paredes de contención y cuya máxima expresión es la existencia de un sector de ande-


nes ubicado sobre afloramientos rocosos apoyados sobre la roca desnuda.
Los sedimentos formados a partir de las rocas volcánicas del Cenozoico parecen ser
los más adecuados para formar suelos de utilidad agrícola. Este factor, probablemente,
sea el causante de la poca extensión que presentan las terrazas en la zona de Río Blanco,
al sur de Río negro, con áreas agrícolas prehispánicas muy reducidas. En esta parte de
la serranía afloran rocas volcánicas Paleozoicas que al desintegrarse forman un sustrato
de baja calidad; sucede lo mismo con algunas sedimentarias Paleozoicas, presentes en
algunas partes de la quebrada de Tucute.
La tecnología hidráulica refleja el alto grado de desarrollo que alcanzaron los pue-
blos agrícolas prehispánicos de Casabindo. En la actualidad, todas las quebradas con
agua permanente presentan obras agrícolas arqueológicas, no así las quebradas secas
que sólo en algunos casos exhiben restos de obras agrícolas. Los andenes y terrazas,
además, se encuentran indefectiblemente sobre superficies factibles de regar. La agri-
cultura prehispánica sin riego, es decir el cultivo “a temporal” o “de secano”, encuentra
poco sustento en nuestras observaciones porque prácticamente todos los sectores de
andenes o terrazas reconocidos presentan restos de acequias. Un sistema de cultivo de
secano hubiera requerido lluvias más abundantes y prolongadas, considerando la du-
38 // albeck . capítulo uno

ración del actual ciclo agrario en la puna. De hecho hubiera implicado la existencia de
un clima similar al que rige actualmente en ciertas zonas ubicadas al este como Iruya
y Santa Victoria, ambientes mucho más húmedos que Casabindo.
Del análisis del sistema de riego que enlazaba las quebradas de Tarante, Capinte y
Potrero se desprende que la tecnología hidráulica desarrollada a lo largo del tiempo al-
canzó un gran nivel. Algunas acequias recorrían grandes distancias (3-4 km) antes de
alcanzar el sector agrícola que regaban, en otros casos (Potrero, Capinte), cuando la su-
perficie con potencial agrícola era amplia y el agua de riego insuficiente, se utilizó el
agua proveniente de una quebrada vecina (Tarante) con abundante caudal.
La economía del agua, que en ocasiones pudo tornarse crítica, se refleja además en
la modalidad constructiva de las acequias. Se ha registrado la presencia de lajas para en-
cauzar y tapizar el lecho de las acequias, en particular en las áreas arenosas donde la in-
filtración es intensa. La existencia de represas en diversas partes del área evidencia un
excelente manejo del agua pues se conectaban con extensos sistemas de andenes. La
técnica constructiva de los reservorios muestra, además de un gran conocimiento, una
manifiesta habilidad. Actualmente puede observarse aún en buen estado de conserva-
ción la salida de agua de algunas de ellas.
En cuanto a la construcción de acequias, las que corrían sobre pircas rellenadas con
ripio arrimadas a paredones rocosos permitían llevar el agua a determinado nivel, en
muchos casos han perdurado tan solo los surcos marcados en la roca por el agua que
corría contra los paredones. Otras veces, se excavaba la acequia directamente en la roca
viva y se ha registrado, además, la construcción de acueductos sobre torrenteras para
evitar que el agua de lluvia destruyera los canales de riego. Las obras de control de la
erosión también demuestran el conocimiento y manejo del ambiente para una mejor
producción agrícola.

CONCLUSIONES
Al discutir la validez de las hipótesis planteadas se arribó a determinadas conclusiones,
en función del marco teórico y los datos obtenidos. Algunas de las ideas vertidas en 1993
ya no se encuentran vigentes en el contexto del conocimiento adquirido en más de 15
años de investigaciones continuas sobre el tema. Por dicha razón, para cada hipótesis, a
la conclusión correspondiente al texto final del manuscrito original se le agrega la opinión
vigente en la actualidad.
H1) La ocupación del espacio agrícola prehispánico en la zona de Casabindo tuvo
una ocurrencia gradual y progresiva.
En 1993 se opinaba: La secuencia de terrenos agrícolas se basa en el tipo de emplaza-
miento y la modalidad constructiva de la pared de contención de las terrazas y andenes.
Estas evidencias, contrastadas con indicadores cronológicos relativos como cobertura de
líquenes y presencia de sedimento entre las rocas de la pirca, reflejarían cómo el espacio
físico se fue incorporando en forma gradual y progresiva a los sectores de cultivo de Ca-
sabindo. La ocupación más antigua se asentó en las áreas de fondo de valle, que también
fueron utilizadas como áreas de cultivo. Posteriormente se habrían ido incorporando otras
áreas, hasta abarcar casi todas las quebradas con agua permanente en la zona. Paralela-
mente se evidenciaría el cultivo en lugares cada vez más inaccesibles o difíciles de regar.
estudios de agricultura prehispánica en casabindo (1980-1993) // 39

En 2010: La visión de una ocupación gradual y paulatina del espacio agrícola resulta difícil
de sostener actualmente, en tanto probablemente hubo momentos de retracción del cultivo y
otros con un mayor énfasis en la creación de nuevos espacios agrícolas como por ejemplo el
momento incaico, evidenciado claramente en los grandes sistemas de andenería con complejas
redes de riego y la ocupación de sectores no utilizados previamente como los faldeos serranos
de Sayate, la falda sur de Capinte y Puerta de Tucute. La ocupación habría sido gradual pero
no sostenida, tal vez con saltos cuanti-cualitativos en determinadas épocas.
H2 – La agricultura en la zona de Casabindo alcanzó su máxima expansión en el
Período Tardío.
En 1993 se opinaba: Las terrazas consideradas como las más recientes presentan una
modalidad constructiva particular (orientación preferencial de una cara plana hacia el
frente) observada también en la construcción de las paredes del sitio Po-2 ubicado en
la quebrada de Potrero. Los vestigios culturales rescatados en este asentamiento evi-
denciarían que se trata de una ocupación perteneciente al momento Tardío y que habría
perdurado hasta la etapa incaica. La anexión de las superficies más recientes a las acti-
vidades agrícolas, habría ocurrido en el Tardío. Este momento reflejaría el máximo es-
plendor agrícola en la zona, con la construcción de extensas graderías y complejos
sistemas de riego. El mayor número de sitios correspondiente a este momento indica-
ría una alta demografía para esa época en Casabindo.
En la época posthispánica se abandonaron grandes áreas de cultivo como producto
del impacto de la conquista. La introducción del ganado del Viejo Mundo dio lugar al
surgimiento de una economía orientada hacia la ganadería, especialmente ovina, en
desmedro de la actividad agrícola. La agricultura actual en Casabindo es de escasa im-
portancia productiva, la base económica es la ganadería.
En 2010: Actualmente opinamos que, si bien existió en Casabindo el uso preincaico de an-
denes en gradería, probablemente a raíz de la instalación, en los inicios del segundo milenio des-
pués de Cristo, de una sociedad de raigambre altiplánica como la identificada en Pueblo Viejo
de Tucute, la máxima expansión agrícola coincidiría con el momento de ocupación incaica que
tal vez comprendería tanto el cuarto momento como el quinto momento de nuestra secuencia.
H3 – La ocupación agrícola del espacio fue continuada desde la época prehispánica.
En 1993 se opinaba: La reutilización de ciertos sectores de terrazas agrícolas y la perdu-
ración de algunos tipos de acequias de riego registrados para el momento prehispánico
indicarían alguna continuidad en las prácticas agrícolas. El cultivo de especies autócto-
nas, como la quinua, papas y maíz de altura (“bolita”) reflejarían la perduración de de-
terminados sistemas agrícolas de raigambre prehispánica. El almacenamiento en hoyos
de algunos de los productos agrícolas cosechados, evidenciarían continuidad de cierta
tecnología de raigambre prehispánica. El trueque de productos de la zona puneña por
otros procedentes de áreas más cálidas indicarían la existencia de pautas tradicionales
de intercambio entre diversas zonas ecológicas, patrón económico de raíces andinas.

En 2010: Continuamos sosteniendo la perduración de determinadas tecnologías desde épocas


prehispánicas asociadas a un modo de vida tradicional, vigentes en Casabindo hasta la se-
gunda mitad del siglo XX. I
40 // albeck . capítulo uno

FIGURA DOCE
Secuencia de ocupación agrícola en el área de Potrero-Capinte-Tarante.
estudios de agricultura prehispánica en casabindo (1980-1993) // 41
42 // albeck . capítulo uno

NOTAS: metría ni evaluar la cantidad de sedimento acumulado


1
Hoy se reconoce alrededor de un siglo de ocupación in- como un indicador cronológico relativo.
9
caica en la región. Andenes del mismo tipo y emplazamiento han sido iden-
2
El marco teórico no fue actualizado al 2010, en tanto hu- tificados en el área de Río Negro.
10
biera sido un trabajo en sí, por dicha razón se mantuvo lo Actualmente (2010), nos resulta poco lógico el transporte
planteado en 1993. de productos de intercambio a los lugares poco accesibles
3
En las excavaciones del recinto R-1 de Pueblo Viejo de Tu- donde se encuentran los silos, a menudo distantes de los
cute se recuperaron restos de maíz y chuño carbonizados espacios de residencia, motivo por el cual pensamos que
(Albeck 1999). pudieron servir para guardar la producción local de maíz.
4 11
Década de 1980. Es probable, sin embargo, que las tacllas hayan sido em-
5
Su función sería retener parte de las aguas meteóricas pleadas en la época incaica. La representación en un panel
que fluyen en superficie para riego. de la zona de Doncellas de personajes con chaqui-taclla
6
Estos vestigios observados en Casabindo probablemente vigilados (Alfaro 1988) testimonia su uso en la zona en
sean obras de la época republicana o reciente. algún momento del pasado.
7 12
En el manuscrito original de la tesis se utilizó Formativo En 1993 se consideraba al Pucará de Tucute como una
Inferior como sinónimo de Período Temprano, Formativo Su- instalación independiente del sitio de Pueblo Viejo de Tucute
perior como Período Medio y Desarrollos Regionales como que se encuentra al pie. Actualmente se los considera parte
Período Tardío, tratándolos por separado. Sin embargo el de una misma ocupación (Albeck 2009, e.p.).
13
Formativo Superior fue discriminado a partir de la cerámica Fechados posteriores para Toraite indican su ocupación
con puntos blancos mientras que los Desarrollos Regiona- a fines de los Desarrollos Regionales (Albeck y Zaburlín
les se caracterizaban por el patrón de asentamiento con re- 2008).
14
cintos rectangulares, un claro ejemplo de la falta de Actualmente se sabe que Pueblo Viejo de Tucute, con un
elementos para comprender los procesos locales. Trabajos patrón de asentamiento y construcción único para el NOA,
posteriores establecen la dificultad de separar los asenta- corresponde a los Desarrollos Regionales (Albeck 2007).
15
mientos del Período Medio y Tardío (Ruiz y Albeck 1997; Al- Actualmente se considera a los andenes de la falda sur
beck 2007), además de la persistencia tanto de los recintos de Capinte como de factura netamente incaica (Albeck et
de planta circular como los lunares blancos en la cerámica al. 2007).
16
hasta la época incaica o cercana a ella (Albeck y Zaburlín El único fechado obtenido para Po-2 (Albeck y Zaburlín
2008). 2008) lo ubica en los Desarrollos Regionales en una época
8
Para las terrazas, al ser sus muros pocos elevados por en- preincaica, con lo cual este sitio estaría en realidad rela-
cima del nivel del suelo, no es posible aplicar la liqueno- cionado con el cuarto momento planteado en la secuencia.

// ANEXO 01 //
ESTRUCTURA DEL MANUSCRITO ORIGINAL

INTRODUCCIÓN // págs. 1-7


I. TEORÍA, MÉTODOS Y CONCEPTOS. HIPÓTESIS
Aspectos teóricos // pág. 5
Metodología // pág. 7
Marco conceptual // pág. 9
Hipótesis // pág.13
II. SISTEMAS AGRÍCOLAS PREHISPÁNICOS // pág.15
La agricultura prehispánica en la parte serrana del NOA: Surgimiento de la agricultura // pág. 15
Las especies cultivadas // pág. 18
estudios de agricultura prehispánica en casabindo (1980-1993) // 43

Los grandes sitios de cultivo prehispánico // pág. 21


El riego // pág. 22
La ganadería // pág. 23
El cultivo prehispánico a través de las crónicas // pág. 24
Síntesis // pág. 29
III. CASABINDO, EL ÁREA DE ESTUDIO // pág. 31
Estudios previos en el área // pág. 33
El marco físico // pág. 35
La ocupación humana en el pasado // pág. 42
Síntesis // pág. 45
IV. El asentamiento arqueológico // pág. 46
Los sitios de vivienda // pág. 46
Síntesis // pág. 66
V. La ocupación agrícola prehispánica // pág. 67
Las áreas agrícolas de Casabindo // pág. 68
Los terrenos de cultivo // pág. 72
El riego // pág. 98
Obras de conservación del suelo // pág. 105
Estructuras relacionadas con el laboreo agrícola // pág. 106
Estructuras relacionadas con el almacenamiento // pág. 107
Implementos agrícolas prehispánicos // pág.108
Síntesis // pág. 109
VI. Observaciones etnoarqueológicas sobre agricultura // pág. 111
Asentamiento actual // pág. 111
Sistemas agrícolas actuales // pág. 114
Los terrenos de cultivo // pág. 114
Los vegetales cultivados // pág. 115
El ciclo agrario // pág. 118
Implementos agrícolas // pág. 124
Otros aspectos del sistema agrícola // pág. 125
Rituales y fiestas relacionadas con las tareas agrícolas // pág. 127
El trueque // pág. 128
Aprovechamiento del medio // pág. 132
Síntesis // pág. 135
VII. Comentarios y discusión // pág. 137
Las condiciones ambientales de Casabindo y la instalación humana // pág. 137
El asentamiento prehispánico // pág. 139
Los terrenos agrícolas // pág. 141
El riego // pág. 144
Secuencia de las labores agrícolas en el pasado // pág. 145
La población actual // pág. 146
Reducción de la superficie de cultivo // pág. 147
VIII. Conclusiones // pág. 149
Bibliografía // pág. 151-163.
44 // albeck . capítulo uno

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48 // korstanje . capítulo dos

PRODUCCIÓN Y
CONSUMO AGRÍCOLA
EN EL VALLE
DEL BOLSÓN
(1992-2005)

M. Alejandra Korstanje
Instituto de Arqueología y Museo (FCNeIML-UNT) // Instituto Superior de Estudios Sociales (CONICET-UNT). alek@webmail.unt.edu.ar

Vista general del valle desde el sitio El Alto El Bolsón.


producción y consumo agrícola en el valle del bolsón // 49

INTRODUCCIÓN
En este trabajo, extracto de mi tesis de doctorado en la Universidad Nacional de Tucu-
mán1, sintetizo el aporte realizado al conocimiento de los sistemas agrícolas prehispá-
nicos en el Noroeste argentino. En ella me proponía principalmente indagar acerca de
los sistemas productivos Formativos, tomando como caso de estudio los sitios
a cielo abierto del Valle del Bolsón (Dpto. Belén, Pcia. de Catamarca); pero a su
vez esto era importante en el marco de poder explorar desde allí la desigual-
dad social asociada a una jerarquización política y a fuertes cambios en las
estructuras del poder planteadas para el Período Formativo. Esto en
tanto, en realidad, dicho cambio había sido planteado insistente-
mente para el NOA desde la interpretación de la iconografía
cerámica y la arquitectura, pero nunca desde la perspectiva de
los medios, infraestructura productiva y relaciones de pro-
ducción, tal como era el planteo original de Núñez Re-
gueiro (1975).
Realizar esta tesis sobre agricultura prehis-
pánica bajo la dirección de Mariette Albeck y
con la valiosa co-dirección de Carlos Aschero
fue realmente un placer. Quiero destacar esto
una vez más ya que veo a los más jóvenes
tan desesperados y estresados por cumplir
lo que para ellos pasó a ser un “tramite sine
que non” para poder sobrevivir. Deben ter-
minar sus tesis de doctorado en cuatro años
(o cinco), que son los tiempos que el cada
vez más competitivo y cada vez menos
científico sistema les exige. A mí me tomó
diez años hacer la investigación y la tesis, sin
presiones más que mi propia autoexigencia,
pero a diferencia de ellos yo la disfruté. Lo que
una tesis significa a nivel creativo y personal
como individuos pensantes es una oportunidad
única y maravillosa -que pocos tenemos- de poner
en un lugar a jugar nuestras destrezas e inquietu-
des en diferentes ámbitos2. Quiero destacarlo no sólo
porque trabajar en armonía es un derecho que nuestros
evaluadores deben tener en cuenta, sino porque además
sólo así se puede desarrollar esa capacidad lúdica que nos lleva al ver-
dadero conocimiento -como nos muestra la historia de la ciencia-, tema
que me empezó a inquietar y que empecé a desbrozar en un reciente artí-
culo (Korstanje 2010b).
Aquí retomaré sólo algunos puntos de esa tesis que están relacionados
con los avances que la misma planteó para el conocimiento de la agricultura pre-
hispánica. Por un lado, aquellos que pretendieron ser un aporte teórico (aporte a mi
50 // korstanje . capítulo dos

juicio no completamente concretado en la misma, pero que le dio forma y sigue ade-
lante con mucha fuerza en mis investigaciones) y por otro, aquellos que fueron sin pre-
tenderlo, quizás el mayor aporte de la misma para la arqueología del NOA: el estudio
de microfósiles en suelos a partir del análisis múltiple de los mismos. Ambos temas han
sido ya parcialmente desarrollados y publicados en otros trabajos que iré citando a lo
largo del relato, por lo que aquí retomaré lo que quedó inédito de dicha tesis, desde
una lectura autocrítica pero también insertándolo en una narrativa contextual que ex-
plique lo que hubo detrás de los bastidores de esta producción académica. En otras pa-
labras no presento aquí la síntesis de los resultados de la tesis sino la síntesis de las
preguntas y las metodologías que me permitieron llegar a resultados ya publicados.
Cabe recordar, por otro lado, que esta investigación se desarrolló en una microregión
del noroeste argentino escasamente estudiada en ese entonces: los valles de altura (As-
chero y Korstanje 1996). Nuestras investigaciones integraron allí la concepción de te-
rritorios campesinos y las distintas formas que adquieren el paisaje productivo,
doméstico, de tránsito e interacción y los espacios simbólicos (Korstanje 2007).
Por último, espero que no quede la sensación de que es este un artículo autorefe-
rente. La multitud de citas propias obedecen solamente a la necesidad de orientar al lec-
tor/a sobre qué ha sido ya publicado de la tesis y dónde encontrarlo si fuera de su
interés3.

LOS PROBLEMAS
El objetivo general de la tesis fue analizar los sistemas productivos vinculados al Forma-
tivo Inferior y Medio, en función de distinguir cambios en la infraestructura productiva facti-
bles de ser relacionados con cambios en las relaciones de producción.
Mi formación en Historia me inclinó a posicionar como problema la idea de que el
cambio en las estrategias de producción para la subsistencia puede provocar cambios
en la organización social del trabajo que, a su vez, requieran de una mayor concentra-
ción de la autoridad o del poder efectivo en una sociedad. Este cambio puede provenir
de innovaciones en las técnicas de producción, ampliación de la extensión de las mis-
mas, decisiones de alternancia entre cultígenos y ganado, introducción de nuevas es-
pecies, incorporación de mayor número de trabajadores o la ampliación de las horas de
trabajo, etc., y puede obedecer a cuestiones internas al grupo (tales como un aumento
de población o deficiencias nutricionales) o externas (tales como presión o intercambio
con otros grupos).
Entonces, desde el punto de vista teórico busqué explorar las relaciones entre la or-
ganización del trabajo y su regulación social en función de distintas modalidades en la
producción agrícola. Consideraba entonces que, si bien el cambio social no está deter-
minado por ningún factor estandarizado -como variable de análisis independiente-, sí
puede ser disparado por un cambio en el sistema productivo, tecnológico o de inter-
cambio. Por eso partí desde allí, para explorar el problema del cambio social, enfocando
específicamente en la organización del trabajo en torno a la producción de alimentos.
Para esto, era necesario comprender integralmente los sistemas agrícolas en la larga
duración y desde sus inicios, pero en el noroeste era prácticamente nula nuestra com-
prensión sobre el origen de la agricultura. Se argumentaba la falta de sitios apropiados
producción y consumo agrícola en el valle del bolsón (1992-2005) // 51

para su conocimiento4. Hoy hay más investigaciones al respecto (ver síntesis en Yaco-
baccio y Korstanje 2007). Comencé entonces por estudiar los procesos de complejiza-
ción de la organización del trabajo agrícola y productivo de subsistencia en general, ya
que a pesar de que en ese aspecto sí contábamos con los sitios “apropiados”, eran es-
casos los trabajos sistemáticos sobre los mismos (Albeck 1993 y en este volumen).
Desde allí partí, entonces, en aquella ocasión, empezado por el medio y no por el prin-
cipio del proceso productivo (pero esto no fue en vano ni equivocado, ya que ahora sa-
bría cómo estudiar ese inicio de la agricultura, sin esperar los sitios “adecuados”).
Otro punto que problematicé fue la necesidad de explorar lo productivo desde un
punto de vista mixto, esto es la agricultura andina y la ganadería de camélidos como co-
participes de un mismo proceso productivo, conectando las relaciones entre ambos de
un modo integrado.
Por último, si bien el foco sería sobre la producción, mi idea era tomar las tres esfe-
ras de la economía: producción, consumo e intercambio, dado que, si bien el consumo
suele ser el componente más“visible”en muchos sitios arqueológicos y a partir del cual

FIGURA UNO

Ubicación del Valle del Bolsón en Sudamérica y el NOA.


52 // korstanje . capítulo dos

se extrapolan ideas sobre la producción, es desde esta última donde se dan las mejores
condiciones para entender la organización del trabajo y el cambio social.

EL ÁREA DE ESTUDIO
La elección de la región de trabajo -todo arqueólogo/a lo sabe- responde a muchos
motivos. Muchos de ellos tan íntimos que no sólo definen nuestra elección de ese valle
o ese sitio sino que nos definen como personas, aunque aquí interesen sólo los de ín-
dole arqueológica, como claves para entender por qué y cómo formulamos el problema.
En tanto este incluía el explorar lo productivo –agricultura y ganadería- desde un punto
de vista mixto, un ambiente de tipo ecotonal era ideal para su estudio. Entonces, para
explorar este tema nos situamos en una microrregión localizada entre dos zonas pro-
ductivas clásicas desde el punto de vista arqueológico: los valles altos localizados entre
la puna mayormente especializada en ganadería y los valles bajos agrícolas. Intersec-
tando el acceso a estos ambientes diferenciados se encuentra el Valle del Bolsón (De-
partamento Belén, Provincia de Catamarca, Argentina. Figura 1) entre los 26º52’ y 27º00’
de Lat. Sud y los 66º41’ a 66º49’ de Long. Oeste.

LOS ASPECTOS TEÓRICOS: TRABAJO Y CAMPESINADO


Debo aclarar que pretender hacer un aporte teórico en arqueología del trabajo y el cam-
pesinado fue ya toda una osadía de mi parte, si pensamos que en Historia estas discu-
siones son más comunes, pero no se trabaja desde la materialidad. Inicié dicha
investigación reconociendo la importancia y a su vez el escaso conocimiento que tene-
mos acerca del desarrollo de los sistemas agrícolas andinos -en combinación o no con
los sistemas ganaderos. Pensaba que si la agricultura y la ganadería son producciones
sociales, entonces su percepción no puede estar disociada del análisis de las estructu-
ras económicas y políticas que las han generado, reproducido y objetado. Pero princi-
pio tienen las cosas y, en tanto abarcar en su complejidad todos los aspectos
involucrados en la historia de la agricultura andina será una obra conjunta de varias
generaciones de arqueólogos, me parecía necesario empezar a explorar el problema de
la organización del trabajo prehispánico como una dimensión social directa y específi-
camente vinculada a la producción que abriría a una posterior articulación con los as-
pectos políticos.
El concepto de trabajo tiene, al menos, dos dimensiones semánticas: por un lado es
un medio de producción, ya que la energía humana es un recurso al igual que el agua,
la tierra, etc.; y por otro lado puede ser tomado en su dimensión organizativa, en tanto
es un factor que forma parte de las relaciones de producción. La elección de la organi-
zación social del trabajo como variable indicadora del cambio, se fundamenta teórica-
mente, por un lado, en que es el trabajo humano el artífice del cambio tecnológico y, por
otro, en que ambiente, tecnología y organización del trabajo son los factores que mo-
delan los alcances y límites de la producción de alimentos. Respecto a la organización
social del trabajo en el mundo andino, se han planteado interesantes análisis alrededor
de los conceptos de reciprocidad y redistribución, tanto a nivel familiar, comunal como
estatal (Alberti y Mayer 1974). Consideré que esta es una vía de análisis muy rica para
generar hipótesis referidas al problema del trabajo desde la arqueología. El énfasis o la
producción y consumo agrícola en el valle del bolsón (1992-2005) // 53

vía de acceso al reconocimiento del problema se pone en el sistema productivo de sub-


sistencia por dos supuestos básicos de los sistemas de asentamiento formativos: el se-
dentarismo y la producción de alimentos. Considerando que este último factor puede
ser tomado como un indicador sensible al estudio del cambio social y económico, opté
por partir de allí para observar -desde lo productivo- el resto de los componentes del
sistema y sus posibles relaciones.

¿Qué entendemos por campesino andino?


El campesinado es una categoría clásica de la Historia, la Sociología, la Antropología,
la Economía Política y, sobre todo, de las líneas materialistas de las mismas. Han sido
definidos en numerosos trabajos y estas definiciones han sido discutidas en diversos ni-
veles (Posada 1996). Uno de los pioneros en estudios campesinos ha sido A. Chayanov,
a partir de su ampliamente utilizada definición de la familia campesina:“(...) una fami-
lia que no contrata fuerza de trabajo exterior, que tiene una cierta extensión de tierra dis-
ponible, sus propios medios de producción y que a veces se ve obligada a emplear parte
de su fuerza de trabajo en oficios rurales no agrícolas” (1985:44). El autor consideraba
que el modo de producción campesino se asentaba en su carácter de subsistencia y fa-
miliar. Esto implica que la familia campesina no requiere mano de obra externa a la
misma y que tiene al menos una parcela de tierra bajo su dominio y sus propios medios
de producción. Es importante observar, a partir de estas premisas, que la familia cam-
pesina se reserva no sólo la producción sino por lo menos una parte importante de la
reproducción social del grupo. De ese modo, la economía campesina es una forma es-
pecial de organización familiar de la producción sobre la base de la producción agro-
pecuaria, donde el objeto no es la acumulación de bienes sino la reproducción de las
familias vinculadas a sus unidades al nivel de bienestar más alto posible.
Es interesante para nosotros notar que la postura de Chayanov, aún dentro del marco
pre-capitalista que contiene este contexto de investigación, delinea los aspectos que
más nos interesan para nuestro enfoque arqueológico y que hemos visto representados
en los casos etnográficos e históricos arriba citados: la familia como unidad de produc-
ción/ reproducción, la tierra como unidad productiva, el agro y la ganadería como me-
dios de producción, y el beneficio de la explotación logrado mediante el balance
trabajo-consumo. En cambio, para los estudios sobre el “campesinado” en la economía
de mercado actual, la representación de Chayanov dio lugar a muchas ambigüedades
por lo que muchos prefieren optar por la categoría de“pequeños productores”. Una de
las críticas que hacen es que esta racionalidad campesina así entendida no permite su-
perar el umbral de la acumulación y lleva forzosamente a establecer una relación directa
entre campesinos y pobreza rural (Posada 1996). Pero, como hemos visto antes, esta
condición no se da cuando los campesinos amplían sus redes de intercambio y distri-
bución. En el mismo sentido, para Wolf (1970), el campesino también produce para sos-
tener sus relaciones de parentesco, religiosas, etc. El mínimo denominador común de
las sociedades campesinas estaría en tres factores fundamentales: la explotación agra-
ria familiar, la aldea marco donde operan las explotaciones domésticas y donde se des-
arrollan las relaciones sociales, y los vínculos con el mundo exterior. En este último
ámbito son importantes las plazas del mercado, mediante las cuales los agricultores ob-
54 // korstanje . capítulo dos

tienen artículos y servicios no producidos por ellos, y las redes de dominación por parte
de otros sectores sociales.
Ahora debemos afinar un poco el concepto en tanto estamos hablando de un cam-
pesino particular. Un campesino pre-sociedad de mercado, pre-dinero, pre-plus valía
(en otras palabras, no son los campesinos clásicos del marxismo). Además es un cam-
pesino en los Andes Meridionales, y eso establece otro factor de diferenciación. Las co-
munidades que hemos interceptado en nuestra investigación son claramente
comunidades campesinas, pero ¿hasta qué punto podremos diferenciarlas socialmente
de pastores, artesanos, caravaneros o troperos? ¿Son categorías realmente distintas más
allá de las actividades puntuales que realicen? ¿O son las actividades en la tierra las
que definen a un campesino? ¿Realizan realmente distintas actividades cual especiali-
zaciones laborales en esta época que abarca aproximadadmente el primer milenio a.C.
y el primer milenio d.C. ? Seguramente sí. Seguramente tomando un período de ob-
servación tan largo veremos muchas diferencias. Seguramente en algún momento hay
agricultores, diferenciados de pastores, diferenciados de caravaneros, de ceramistas, de
metalúrgicos, de jefes, de sacerdotes. Y sin embargo me sigue pareciendo que el con-
cepto que mejor los define es “campesinos”... Veamos por qué.
Las investigaciones sobre la población originaria en las zonas aledañas hacen hin-
capié en la tierra como centro de la identidad. Explica por ejemplo Isla, para el caso de
los amaicheños: “Más allá de la inexorable penetración del mercado, ayudada por co-
muneros, el imaginario se asienta en entender y sentir la tierra, como territorio o te-
rruño. Es la explicación reiterada para el retorno de los emigrados, cuando han cumplido
su ciclo laboral en lugares distantes del país” (Isla 2002:125, las itálicas son mías). Para
los aymaras del Titicaca plantea claramente cómo la base de la identidad étnica y social
– o sea, convertirse en“persona”- la da la pertenencia a la tierra, pero no a cualquier tipo
de tierra sino a aquella más ligada a sus ancestros, la sayana o parcela familiar (Isla
1992). Así, los campesinos que dependen de la tierra para la producción y reproducción
social, se vinculan con ella no sólo de un modo formal, sino fuertemente simbólico.
Algo similar observa Haber en Antofalla. Al interrogar a una persona de una pe-
queña comunidad campesina recientemente declarada comunidad indígena sobre qué
significaba ser indígena, este le responde:“vivir en esta tierra”. El autor se pregunta en-
tonces qué es lo que estamos diciendo los arqueólogos a los campesinos indígenas
acerca de otros campesinos indígenas, desde la línea evolucionista que predominó en
el discurso arqueológico y que ha negado la agencia campesina:“No estamos hablando
de los campesinos del pasado como agentes, sino que los mostramos como controla-
dos por agencias más poderosas que ellos”5 (2004: 4). Este planteo nos interpela acerca
de cómo nos ligamos a modelos que se han ido armando, no a partir de la evidencia de
la vida cotidiana campesina, sino de esquemas teóricos casi universales (ver al respecto
también el Cáp. 3 de Quesada en este volumen).
De ningún modo el replantearnos la investigación partiendo de la tierra misma –
esa que los define como “indígenas” y como “personas”- implica negar que otras redes
sociales hayan ido contribuyendo a modelar etapas y procesos sus vidas, y que pueden
haber existido jefes o jerarquías sacerdotales que de algún modo los dominaran. Por el
contrario, implica investigar y narrar la historia tomando como centro la vida de estos
producción y consumo agrícola en el valle del bolsón (1992-2005) // 55

campesinos. Es, en definitiva, el objetivo que ha venido persiguiendo la Historia Social


como tendencia disciplinar. Siguiendo esta línea argumentativa, yo no creo que alguna
vez pueda hablar de los campesinos andinos desde el centro, desde “su centro”. Sería
lógicamente una falacia. Tengo claro que hablamos siempre desde nuestro lugar. En mi
caso, lo que cambia al dar el rol central de la historia que quiero contar a los campesi-
nos andinos -y no a categorías abstractas arqueológicas- es que siento que puedo ima-
ginarme a la gente, a los actores protagonistas de esta Historia que quiero contar, por
más que siempre sea mi historia sobre ellos. Algo más hemos ido avanzando ya en otras
publicaciones (Korstanje 2007, 2010) y es también parte del tema que sigo explorando6.

LOS ASPECTOS TEÓRICO-METODOLÓGICOS: AGRICULTURA Y TIEMPO


La agricultura como proceso social
El término agricultura puede tomar en cuenta las tareas de laboreo del suelo, siembra
y cosecha estrictamente, o incorporar ideas más amplias como molienda, cocina y al-
macenamiento (Guilaine 1991). En este caso tomé el concepto en su extensión máxima
por considerar que de ese modo podía abarcar el fenómeno del trabajo en toda su com-
plejidad, y porque desde el punto de vista estrictamente arqueológico resulta intere-
sante no excluirlos del registro (por ejemplo, en el caso de los molinos). Para ello tuve
en cuenta el uso de estos espacios en relación a las áreas productivas; las áreas de vi-
vienda; las zonas de aprovechamiento de recursos naturales y/o actividades de otra ín-
dole, asumiendo que las construcciones arquitectónicas crean límites -en lo que de otro
modo constituiría un espacio ilimitado- de tal modo que el uso de los mismos está di-
rigido a organizar dicho espacio ilimitado de un modo particular y no de otro (Kent
1990). Dicha organización del espacio también puede ser tomada como un indicador de
complejidad y cambio social (Quiroga y Korstanje 2007).
La agricultura andina es considerada, más que un conjunto de técnicas agrícolas efi-
cientes, un modo de vida que por sus propios principios salvaguarda el equilibrio inte-
gral del mundo y del universo, en forma de crianza más que de habilidad (Calderón
2003). Así, el desarrollo de la agricultura andina no puede ser comprendido sin incluir
los distintos ambientes, pueblos, y“modos de hacer y de sentir”, por eso hablamos aquí
de“agriculturas andinas”en tanto entendemos que ha tomado muchas formas a lo largo
del tiempo y de distintas regiones. Por ejemplo, los antropólogos han tomado concien-
cia sólo recientemente que la agricultura tradicional andina es una agricultura de cul-
tivos asociados (Camino 1983). Estas diversidades han sido manejadas de una manera
eficiente porque el problema no es sólo un problema técnico -desde el punto de vista
de como manejar las plantas en cada nicho ecológico- sino también el problema téc-
nico de la organización de la fuerza de trabajo en un ecosistema altamente diversificado
en términos temporales y espaciales. Señala al respecto Zimmerer que no existe en las
lenguas Quechua y Aymara un término equivalente a“cultivar”o“plantar”, y esto no es
obviamente porque no exista dicha tarea, sino porque cada tipo de cultivo y cada forma
de plantar (entre los cientos que hay) tiene una denominación particular, lo cual hace
innecesario y banal un sólo término para denominar agricultura. Y agrega un punto in-
teresante para la comprensión del tema en que nos introducimos:“Denominando a sus
plantas alimenticias de un modo tan exhaustivo, los campesinos logran verbalizar un ro-
56 // korstanje . capítulo dos

sario de especificidades multifacéticas –agroecológicas, culinarias y nutricionales y sim-


bólico culturales”(Zimmerer 1996: 26). Lo cierto es que la complejidad del sistema pro-
ductivo andino no es sino fruto de un largo recorrido -en avances y retrocesos- de
muchos pueblos que, finalmente, los incas supieron aprovechar para sí a través de un
estado centralizado. La importancia de la agricultura fue tal en los Andes que Murra
ha llegado a decir que“el logro del hombre andino consistió básicamente de cosas agrí-
colas. Una vez que se habría logrado la escala grande de la producción agrícola, se pudo
construir el qhapaj-ñan (camino real), los depósitos, etc. del Tawantinsuyo” (Murra
1983:7). Implicó un gran esfuerzo humano en movimientos de tierra para aplanar la-
deras inclinadas, levantar camellones (o“campos elevados”), realizar la mínima labranza
mediante la chaqui tajlla (arado de pie) y uso de surcos cortos intercalados para no pro-
ducir erosión en ambientes de equilibrios tan frágiles, realizar complejos sistemas de
riego con tomas de agua en fuentes hídricas a veces muy distantes de las parcelas que
irrigaban, etc.“Toda esta tecnología fue posible solamente gracias a una organización
de trabajo, actualmente aún persistente, para el aprovechamiento máximo del recurso humano”
(Blanco 1983:23).
Para introducirnos en el tema de los cambios tecnológicos y la organización social de
la producción agrícola, Vessuri (1980) plantea que es crucial entender que la agricul-
tura, a diferencia de otros sistemas productivos, está sujeta a heterogeneidades y regu-
laridades debido a las características biológicas del proceso involucrado. Las
regularidades están marcadas por la dependencia de las plantas que producirán los
bienes deseados, de áreas extensas de tierra, de las condiciones climáticas adecuadas
(agua, sol, temperatura), de un suelo adecuado en nutrientes y en posibilidades de que
el proceso de transformación de los mismos sea posible. Pero estas mismas condicio-
nes de por sí ya crean la heterogeneidad: la variedad de condiciones ecológicas, tipos
de cultivos apropiados, extensiones diversas de tierras disponibles, son las que con-
juntamente con la tecnología utilizada dan la enorme gama de sistemas de producción
agrícola. Este condicionamiento y a su vez desafío ecológico, sin embargo, tiene una
arista que Vessuri no ha contemplado en su momento, y es que estas condiciones eco-
lógicas dejan de ser “condiciones” de la mano del ingenio, voluntad y trabajo humano.
La apropiación de la naturaleza, su modificación positiva -y en algunos casos también
perjudicial- , la relación cultural y tecnológica de la gente con la tierra, hacen que tie-
rra, humanos y dioses estén integrados en la vida andina, por ejemplo, más allá de la
producción.
No me detuve a describir cada una de las formas de agricultura –que son muchas y
variadas-, sino sólo a diferenciar tipos de cultivos y prácticas con riego artificial y sin
riego que son las que me interesan particularmente para el caso arqueológico presen-
tado. Teniendo en cuenta esta particular relación del campesino con la tierra, que puede
ser generalizada a los Andes y a la cual ya me he referido, hice un enfoque desde las
prácticas agrícolas como experiencias (Quesada y Korstanje 2010) más que desde la vi-
sión cosmogónico-simbólica de la misma, para la cual existe una abundante literatura.
Por último, sigo pensando que la investigación debe integrar la evolución dinámica
del ambiente y tener en cuenta todos los factores que hayan influido en la“fabricación”
de estos mismos paisajes. Para ver las diferencias ambientales a lo largo de los Andes,
producción y consumo agrícola en el valle del bolsón (1992-2005) // 57

son numerosos los trabajos de ecólogos, geógrafos y antropólogos que se pueden citar.
Baste aquí referirnos a los trabajos de Troll y Brush (1987) como antecedente del marco
conceptual que aún hoy se sigue en muchos trabajos ecológico-culturales. Entender la
naturaleza de los cambios climáticos es también una parte importante de la descripción
ambiental que contextualiza y participa en el modelado de la actividad humana en ge-
neral. Para comenzar a situarnos en la problemática agraria, en tanto arqueólogos/as que
estudiamos los largos procesos de innovación, cambio, intensificación y abandono agrí-
cola, es necesario tener un panorama de la situación paleoclimática de los Andes Cen-
tro-Sur y Meridionales. En la tesis hago una síntesis del conocimiento que había hasta
entonces del tema, pero también es una problemática que seguimos investigando, tra-
tando de afinar la escala de análisis de modo que sea realmente útil para contextuali-
zar la agricultura. Esto, se debe a que en la actividad agrícola en especial no sólo cuentan
los largos períodos de sequías o bonanzas climáticas (Korstanje 2010), sino los sutiles
cambios meteorológicos de año a año. Estos cambios pueden ser tan cruciales y son
tan comunes que, campesinos y agricultores en general están entrenados en la obser-
vación aguda y el registro de las “señales de cambio” según una gran variedad de mé-
todos que a los citadinos nos sorprenden por su precisión: los ciclos de la luna y su
apariencia; los vientos; el color de las nubes cuando amanece y atardece; la mayor o
menor actividad de los insectos y arañas, la forma en que crecen ciertas plantas como
la tola y el cardón, el momento en que florece una hierba en particular, entre varios
otros indicadores.

El Formativo en los Andes Centro Sur y Meridionales


No es fácil, desde el punto de vista arqueológico limitar los problemas campesinos y al-
deanos al noroeste argentino, ya que los procesos socioculturales prehispánicos se ex-
tendieron más allá de nuestras fronteras actuales. El Noroeste argentino es la región
de la que hablaremos en general y en particular nos referiremos a la subárea valliserrana.
El NOA, ubicado dentro de los Andes Centro Sud y Meridionales (Lumbreras 1981), si
bien comparte algunas características importantes con los Andes Centrales, presenta
identidades y procesos marcadamente distintos. Es importante aclarar también, que si
bien incluyo al NOA dentro del espacio prehispánico “andino”, en realidad soy cons-
ciente que estoy forzando un oscurecimiento reduccionista de la complejidad. Quiero
decir que es más por desconocimiento que por propósito tipologista que todo el aporte
cultural e inventivo de la vertiente de tierras bajas y costeras queda prácticamente au-
sente en este proceso, o bien reducido al intercambio de productos, que es hasta donde
nuestro conocimiento ha podido llegar. En algún punto del camino llegará el día en
que arqueólogas y arqueólogos hagamos una crítica teórico-metodológica a nuestra vi-
sión andinocéntrica del“mundo andino”al que hace referencia Murra en la cita de más
arriba. Pero además, ahora nos toca ubicarnos en el tiempo, que al igual que el espacio,
genera diversidades y homogeneidades.
Las periodificaciones arqueológicas han ido perfilándose de acuerdo a las tenden-
cias teóricas y contenidos que los diversos autores le han dado en el tiempo historio-
gráfico. Nos interesa aquí dar un vistazo a las principales periodificaciones por cuanto
son las que han ido modelando las ideas de un momento aldeano con producción de
58 // korstanje . capítulo dos

alimentos que es el que da el marco cronológico a esta investigación.


El concepto de Formativo tiene originalmente para los Andes el contenido de estadío
o momento dentro de una secuencia cultural “preparatoria” para lo que serán las altas
culturas americanas, tal como lo formularan Willey y Phillips (1958). Estos autores lo
enunciaron así para diferenciarlo del neolítico europeo, que era el paso de una tradición
de la edad de piedra a otra nueva.“Formativo” será entonces un período que en Amé-
rica denota la formación de las primeras manifestaciones culturales aldeanas, pero
también un concepto que hace referencia a particularidades históricas de cada zona de
los Andes y por lo tanto tiene distintas cronologías y características. En Argentina ha
sido definido además según modos de producción (Núñez Regueiro 1975), o estrate-
gias adaptativas (Olivera 2001). Es este punto el que tiene un anclaje con el problema
teórico que hemos planteado y es por ello que revisaremos brevemente el Formativo el
NOA para poder comprender los procesos locales desde la perspectiva de la producción
de alimentos.
Según Yacobaccio en el Noroeste argentino la incidencia del paradigma histórico-cul-
tural (en el sentido norteamericano del término) ha impactado con más fuerza aún que
en el resto del país.“Producto del mismo (…) el escenario se cubrió de culturas, fases,
tradiciones, períodos y horizontes. Durante muchos años el objetivo de los arqueólo-
gos era ordenar sus materiales dentro de culturas preexistentes o generar nuevas” (Ya-
cobaccio 1994:3). Si bien así se entiende que no haya habido profundización en aspectos
económicos o sociales que trascendieran lo clasificatorio, considero que aquí Yacobac-
cio subestima los trabajos que fueron planteados desde otra perspectiva teórica más
afín con el marxismo. Pero ésto se puede entender en parte debido a que estos aportes
quedaron truncados a fines de los ’70 (la mayoría nunca publicados) y posteriormente
fueron totalmente desvirtuados por sus mismos gestores, rompiendo la línea del mar-
xismo en los estudios arqueológicos del NOA.
Decíamos que los estudios arqueológicos en el NO argentino se han realizado bus-
cando definir “culturas” (principalmente entre los años 50 y en algunos casos hasta los
´80) en base a la asociación de estilos cerámicos con otros elementos artefactuales (en
hueso, piedra, etc) y tecnofacturas en general (funebria, arquitectura, arte rupestre, etc).
El concepto de“cultura”resultó abstracto y difícil de anclar a la realidad social (aunque
no a la material). Por ejemplo, González decía:“En los cementerios de algunas culturas
existen tumbas que poseen un rico ajuar”(1980:101), o bien:“Los restos de la cultura que
hemos denominado Tafí, se excavaron por primera vez (...)” (Ibíd.: 105). Pero en tanto
no se supone que sean las culturas las que tengan cementerios o tumbas, ni ajuar; y en
tanto no es posible imaginar ni entender cómo se excava una cultura, esto llevó a que
en los textos y discursos se lo terminara asimilando a etnias, pueblos, sociedades, o si-
tios. Se hablaba y se escribía de “los Aguada” o “los santamarianos”, “sitios Condor-
huasi”,“contactos culturales Ciénaga-Aguada”y hasta“invasiones de los Aguada sobre
los Ciénaga”.
La amplia variabilidad de los estilos cerámicos y la rigidez del concepto de Cultura
hicieron que arqueólogos y arqueólogas comenzaran a buscar en los ’80 otras formas
de organizar el conocimiento sobre el pasado. Sin embargo, el gran avance que esta ca-
tegorización significó en su momento fue el de establecer una diacronía para la histo-
producción y consumo agrícola en el valle del bolsón (1992-2005) // 59

ria del NOA, dándole mayor profundidad en el tiempo, y comenzando a diferenciar es-
tilos de hacer las cosas, formas de vida y patrones de asentamiento. Se definieron así,
entre otras para la Subárea Valliserrana, las culturas tempranas de Condorhuasi, Ciénaga
y Aguada (González 1980). De este modo se armó lo que fue por mucho tiempo la se-
cuencia madre para comprender el NOA, conocida como la “secuencia del Hualfín”.
Esta se basó principalmente en las asociaciones de estilos cerámicos hallados en las
tumbas excavadas a principios de siglo por Weiser y Wolters -de las expediciones Muñiz
Barreto- y a posteriores sondeos estratigráficos realizados por González en distintos
tipos de sitios del Valle del Hualfín (Dpto. Belén - Pcia. de Catamarca), dados a cono-
cer en sucesivas publicaciones dentro y fuera del país (González y Pérez 1971, Gonzá-
lez y Cowgill 1975, entre otras).
Esta periodificación inicial mostraba la siguiente secuencia: un Período Precerámico
y otros que se entiende que entran dentro del Período Agro-alfarero7 . Tanto el período
Precerámico como los Períodos Inka y Colonial son definidos con límites y contenidos
claros, pero son llamativamente homogéneos en cuanto a contenidos culturales según
las subáreas, como si no hubiera variabilidad cultural dentro de esos momentos. Du-
rante el Período Agro-alfarero, en cambio, habría tres períodos bien diferenciados con
culturas distintas entre cada subárea. El problema está en las subdivisiones del Período
Agro-alfarero: no está claro en función de qué categorías han sido definidas. Al res-
pecto sólo nos dicen: “Para una comprensión más clara de las culturas agroalfareras,
que abarcan un período de algo más de 1700 años, las hemos agrupado en tres etapas
principales: Período Temprano, Medio y Tardío. El Temprano corresponde desde la apari-
ción de las primeras culturas hasta el año 650 después de Cristo. El Período Medio desde
el año 650 d.C. hasta el 850 d.C. y el Tardío desde el año 850 d.C. hasta el 1480 d.C.
aproximadamente, en que comenzaría el período que hemos denominado Incaico”
(González y Pérez 1971:38). Aparentemente, entonces, es una mera segmentación del
tiempo para que no sea tan largo el período agro-alfarero pre-incaico.
Hacia 1975 Núñez Regueiro, desde una perspectiva materialista, llena ese vacío te-
órico de la periodización agro-alfarera con una de las periodificaciones que tuvo más
aceptación en la arqueología del NOA, ya que es la primera en explicitar las bases teó-
ricas de su construcción y primera en tomar el concepto de Formativo que había usado
ya Lumbreras para otras zonas de los Andes. Efectuaba separaciones en Formativo In-
ferior, Medio y Superior, teniendo en cuenta en primer lugar, los elementos que se re-
lacionan con el modo de producción y en segundo lugar, la forma en que se refleja la
superestructura para formular dichos cambios. “Proceder a la inversa, y tomar como
elementos primarios para lograr una periodificación, los estilos decorativos que apare-
cen en la cerámica, el desarrollo del arte escultórico, las prácticas inhumatorias, etc. es
invertir la gravitación que en el proceso han tenido la base socio-económica y la super-
estructura de las entidades socio-culturales, a pesar de que en ambas se haya dado un
permanente interjuego dialéctico” (Núñez Regueiro 1975: 174). De este modo se mo-
dificaba el esquema original de González no sólo con un contenido teórico para la de-
finición de los distintos períodos, sino que se agregaba un período intermedio entre el
Medio y Tardío del citado autor, que se denominó Formativo Superior. Es llamativo, sin
embargo que mientras el Formativo Inferior y el Superior son definidos en base al modo
60 // korstanje . capítulo dos

de producción en primera instancia, tal como se propone desde el párrafo anterior-


mente citado, el Formativo Medio es definido a partir de la superestructura del culto
al felino, sin hacer siquiera mención al modo de producción (o sea, aquí no hay “inter-
juego dialéctico” alguno). Esta discordancia nos llamó desde el principio la atención y
es en parte motor de nuestra postura teórica actual respecto a la periodificación del
Formativo en los valles del NOA.
También es interesante notar que en esa época, Núñez Regueiro cuestiona el uso
que se estaba dando al concepto de contexto cultural y su corolario cultura:“A esta de-
ficiencia debe sumársele el hecho de que frecuentemente, en la práctica se termina pen-
sando en cada “cultura” como si constituyese un sistema unitario que pudiese ser
tomado como una válida unidad de análisis en la investigación arqueológica” (Núñez
Regueiro 1975:171). En ese sentido, cómo veremos, no es muy distinta esta crítica a la
que posteriormente hacen los arqueólogos y arqueólogas procesuales en los ’80 o los
conductivistas en los años ’90.
En los años ’80 Olivera propone desde la perspectiva adaptativa, que “un sistema
formativo se caracteriza por organizarse en función de cierta opción productiva (agrícola
y/o pastoril), complementada por caza y recolección, que obliga a determinado grado
de sedentarismo y a incorporar cierta tecnología adecuada (de la cual la cerámica es
sólo una de las opciones)” (Olivera 1988:88, las itálicas son mías) y agrega posterior-
mente “Pero debe ser definido y explicado por la red de relaciones internas y externas
que el sistema establece” (Olivera 2001:92). Esta perspectiva tiene a su favor el despo-
jar al concepto de Formativo de su dimensión original de búsqueda de “contextos cul-
turales” y remitirse a una forma de apropiación económica; pero a la vez, el basar su
definición sólo en lo adaptativo, le permite decir que puede haber sociedades Forma-
tivas hasta el día de hoy, lo que finalmente le quita la historicidad a los procesos, ico-
nizándolos en una caracterización universal que a mi entender disminuye la utilidad al
concepto como herramienta para comprender los cambios en las sociedades prehispá-
nicas. Si bien incluye una caracterización socio-política: “A nivel político y de relacio-
nes de poder se piensa que la organización del Formativo debió ser bastante igualitaria
con bajos mecanismos de estratificación social y jerarquización política poco acentuada”
(Olivera 2001:92), ésta no está relacionada al núcleo de la definición de formativo en sí,
sino que es un argumento que se adhiere al anterior predominante (el económico) y que
por lo tanto dificulta la posibilidad de percibir el camino inverso: el de las relaciones so-
ciales como eje o centro posible de los cambios económicos.
Para el Formativo Medio, a partir de la intensificación de las investigaciones sobre si-
tios con contextos cerámicos Aguada, se han ampliado algunos criterios para considerar
su importancia como un“fenómeno”en sí mismo que merece una denominación de más
jerarquía que el viejo “Formativo Medio” o “Período Medio”. Algunos hablan incluso de
un estadio“Cultista”instalado poco antes de comienzos de nuestra era“caracterizado por
la existencia de sociedades organizadas sobre la base de los centros ceremoniales no uni-
ficados, que existieron, primero en el valle de Tafí, y más tarde en el sector nororiental del
Campo del Pucará”(Tartusi y Núñez Regueiro 2001:132). También se habla de un período
de Integración Regional que comenzaría hacia el 450 d.C. definido a partir del desarrollo
de jefaturas (ver Pérez 1992, Tartusi y Núñez Regueiro 2001, y nueva postura en Núñez
producción y consumo agrícola en el valle del bolsón (1992-2005) // 61

Regueiro y Tartusi 2002). Si bien Pérez es más cuidadoso y sólo extiende esta jefatura o se-
ñorío al valle de Ambato (Pérez 2000), hemos optado por no seguir ni desarrollar estas lí-
neas en la periodificación debido a sus debilidades teóricas (ver Nielsen 1995, entre otros,
para las limitaciones de las categorías evolucionistas) y por sobre todas las cosas, a im-
portantes debilidades empíricas. Al menos en el estado actual de las investigaciones no
hay información suficiente para pensar ni que el culto estuviera definitivamente sepa-
rado de lo doméstico (como para hablar de un estadio cultista en el NOA), ni como co-
rolario la existencia de una integración regional en torno a lo que se denomina“fenómeno”
Aguada, si por región entendemos al NOA o incluso a la subárea valliserrana.
Opté entonces por utilizar en la tesis la periodización de Núñez Regueiro (1975) ya que
consideraba que era la más sólida desde el punto de vista teórico y adecuada para este
planteo. Sin embargo, preferí tomar al Formativo como un pan de larga duración8 por
dos motivos: por un lado, el concepto de larga duración permite ver los procesos como
un juego dialéctico entre la continuidad y discontinuidad histórica; y por otro nos libera
de la tradición“cultural”que ha seguido esta periodización, ya que no asumimos a priori
ni culturas, ni cambios políticos, ni jerarquización social ante una acumulación deter-
minada de rasgos culturales, sino que pretendemos partir desde una perspectiva agrí-
cola como vía de acceso al problema social y para ello es más adecuado tomar el período
aldeano completo. De este modo pasan al centro de la escena, como protagonistas, los
actores sociales que denominamos campesinos formativos, y será su accionar -sus elec-
ciones, su vida cotidiana, su forma de producir, consumir e intercambiar- la expresión
histórica de la materialidad (en este caso, el territorio) que hemos elegido como hilo
conductor de este relato. Ese núcleo “campesino y su territorio” es el que esperamos
que nos de la idea de los cambios económicos, sociales y políticos en el segmento tem-
poral elegido.
En otras palabras, los campesinos formativos que presenté en la tesis comparten el
sistema económico y las estrategias adaptativas definidas por Olivera; la cultura mate-
rial definida por González y Pérez; y la organización económica definida por Núñez
Regueiro; pero no son universales ni pueden llegar hasta la actualidad sino que tienen
su historia en los valles altos del NOA antes de que surjan sistemas sociopolíticos que
anulen o disminuyan su autonomía como campesinos; no se definen por su cerámica
ni por la forma de hacer sus casas; y pueden o no haber formado parte de procesos de
religiosidad e integración en torno al“culto al felino”. Mi planteo no buscó entonces ni
contrastar desde el ámbito productivo la secuencia cultural propuesta por González, ni
proveer un modo de producción al Formativo Medio de Núñez Regueiro, sino conocer
el sistema productivo de las sociedades formativas en un período de larga duración,
tema que considero que ha sido bastante descuidado hasta hace poco tiempo, a pesar
de su importancia.
Analizado el concepto de Formativo y sus implicancias revisé después la producción
arqueológica sobre agricultura en general, tema que está prácticamente publicado com-
pleto en un trabajo anterior (Korstanje 1997) por lo que no volveré a desarrollar aquí, pero
que es importante mencionar para comprender la trama de toda la tesis. Solamente in-
sistiré en que si en la Arqueología del NOA hay inmensas lagunas en el conocimiento de
lo que es básico para entender los mecanismos de una sociedad productora de alimen-
62 // korstanje . capítulo dos

tos (qué, cómo y cuánto y por qué se producía) debemos ser conscientes que será más di-
fícil aún intentar saber qué incidencia tiene esa producción en temas como el intercam-
bio, en la estructura de la población, en la formación de redes de solidaridad, en la
jerarquización de ciertos segmentos de la sociedad, en las bases del poder de los mismos,
en el proceso de urbanización, en los componentes simbólicos y rituales, y en todo lo
concerniente a los caminos que conducen a la complejidad social y a la variabilidad cultu-
ral. Paradójicamente, el Formativo es el momento menos conocido desde esta pers-
pectiva. Digo paradójicamente porque la producción de alimentos está, como ya vimos,
en el núcleo de la definición misma de Formativo. En realidad, si lo pensamos desde
este punto de vista, la mayor parte de la secuencia cultural agroalfarera del NOA se ha
construido en el más absoluto desconocimiento de su base económica. Es por ello que
es necesario mencionar que la deuda más grande está en el abordaje del problema más
básico: la estructura de los sistemas agrícolas y agropecuarios. Se asumen actividades
agrícolas y pastoriles complementadas con caza y recolección de especies vegetales loca-
les, pero comparativamente son pocos los estudios sobre tales actividades con respecto a
los estudios sobre cerámica, arquitectura y temas simbólico-cúlticos en dicho período. En
general, como ya hemos dicho, los hallazgos se limitaron al reconocimiento de especies
cultivadas o semillas de alguna especie recolectada, generalmente incluidas en contextos
domésticos. Esta falta de información no es atribuible, sin embargo, a dificultades parti-
culares en el abordaje de los sistemas productivos, sino a la orientación tradicional de la
investigación al estudio de los sitios de vivienda, funebria y ergología de los grupos for-
mativos.

LOS ASPECTOS METODOLÓGICOS: EL APORTE DESDE LOS SUELOS Y MICROFÓSILES


La tesis se centró en los campos agrícolas y corrales propiamente dichos, pero recono-
ciendo la importancia y correspondencia de los enfoques macrobotánicos en sitios re-
sidenciales y funerarios y micro desde los sitios de producción. Para enfrentar la
problemática expuesta uno de los desafíos consistía en desarrollar metodologías apro-
piadas para el abordaje de las modalidades de producción mixta de alimentos agríco-
las y/o pastoriles y sus distintas dimensiones en la escala de análisis presentada. Varias
de las líneas inicialmente propuestas para tal fin no habían sido aún utilizadas en Ar-
gentina, por lo que su uso no sólo debía adecuarse a la problemática, escala y condi-
ciones particulares de los sitios en estudio, sino que además debían ser desarrolladas
desde el inicio, o bien ampliadas y puestas a prueba según los casos. En líneas genera-
les la orientación partió de las metodologías desarrolladas por Albeck (1993) y Olivera
(1991) para el estudio de sistemas productivos, pero el desafío de este trabajo era com-
binar y/o de-sarrollar nuevas estrategias de análisis, en tanto estamos haciendo énfa-
sis en el aspecto mixto de estas economías. Para ello nos propusimos delimitar en
principio las áreas de ocupación con producción agrícolo-ganadera y producción de
manufacturas, concentrando nuestra atención en sitios de instalación humana refe-
rentes a la producción de recursos en la región y a su inserción en la vida cotidiana. El
trabajo se centró en los campos agrícolas y corrales propiamente dichos, y se inscribe
dentro de lo que se conoce como“Arqueología de la Agricultura”o“Arqueología de cam-
pos y jardines” (Miller y Gleason 1994). El estudio de las áreas de producción mismas
producción y consumo agrícola en el valle del bolsón (1992-2005) // 63

puede hacerse de diversas y combinadas formas: estudios de suelos, sistemas de rega-


dío, macro y micro restos vegetales, condiciones ambientales, etnoarqueología, etc. Pu-
simos el énfasis en el estudio de microfósiles provenientes de los suelos y sedimentos.
No existían trabajos anteriores a esta tesis sobre las especies efectivamente cultivadas
en los contextos arqueológicos de la producción misma (o sea, en los campos de cul-
tivo, canchones, andenes, etc.), por lo cual consideramos que este fue un aporte útil y
original, que sigue siendo utilizado para responder nuevas preguntas (Korstanje y
Cuenya 2008b).
Una vez planteado el panorama ecológico-ambiental general para el área de estu-
dio y delimitadas las áreas productivas y domésticas relacionadas con las mismas, con-
centramos la investigación en su caracterización, descripción y análisis específico. Las
áreas de ocupación domésticas -en el sentido de unidades donde se desarrollan activi-
dades cotidianas relativas a la vivienda, preparación y consumo de alimentos y otras
actividades técnicas- fueron estudiadas solo como “ventanas” que nos permitieran vi-
sualizar la conexión entre esas actividades, la cronología específica de la zona, la rela-
ción con los estilos cerámicos conocidos para valles y puna, la organización laboral y las
actividades de producción de alimentos que específicamente nos interesan. Es por ello
que estos espacios son estudiados en un nivel básico de análisis y sin innovaciones me-
todológicas (Korstanje 2007).
En las áreas específicamente productivas las estructuras fueron relevadas planialti-
métricamente (Korstanje 2007, Quesada y Korstanje 2010) y se desarrolló un muestreo
estratificado al azar para la delimitación de las unidades de muestreo intensivo. La es-
tratificación se diseñó según la morfología arquitectónica de las estructuras en super-
ficie: aterrazamientos de línea simple, de línea compuesta, círculos dobles y simples;
corrales en núcleos de vivienda, y habitaciones (Korstanje y Cuenya 2008). Así se deli-
mitó de cuáles estructuras se tomarían muestras de sedimentos. Estos incluyeron la re-
alización de sondeos exploratorios y calicatas para la obtención de muestras de suelo
para análisis físico-químico, micromorfología, obtención de microfósiles y realización de
test de infiltrometría. Además se exploraron y calibraron -en una escala preliminar en
tanto no existían trabajos específicos para la zona- las variables ambientales que pue-
den afectar la producción, comparativamente, en los distintos sitios y microambientes,
tanto a través de herbarios como instalando pluviómetros caseros controlados.
Para abordar el problema de la producción mixta de alimentos, nuestra propuesta ori-
ginal fue explorar el estudio de micro vestigios vegetales (Korstanje 1996). Dentro de
estos, específicamente los silicofitolitos ocupaban un lugar importante por cuanto las ex-
pectativas de conservación son más altas, sobre todo en casos de sitios a cielo abierto
como son los corrales y los campos de cultivo. Así es que pensamos que los silicofitoli-
tos, según los estudios realizados para otras áreas agrícolas del mundo, nos permiti-
rían abordar temas como identificación de especies, índices de productividad, sistemas
de regadío y riego a secano, rotación de cultivos, etc. También sería posible abordar el
tema del abonado de los campos, y desde allí, la interacción planta/animal y la pro-
ducción mixta de alimentos. Las promesas de los silicofitolitos nos encandilaron y es-
timularon a la vez, sin embargo, las dificultades eran numerosas (tales como:
limitaciones de la metodología, diversidad en las clasificaciones, obstáculos logísticos
64 // korstanje . capítulo dos

como la precariedad de nuestros laboratorios, la falta de colecciones de referencia y el


difícil acceso a la bibliografía especializada) y fueron opacando muchas de estas pro-
mesas preliminares (Korstanje 2009). Sin embargo, con el avance de las investigaciones
fuimos percibiendo que las limitaciones del estudio de silicofitolitos se constituían en
ventajas comparativas al considerar todo el conjunto de microfósiles para analizar el
problema que intentábamos comprender en toda su complejidad.
La primera de las alternativas que comenzamos a explorar cuando iniciamos este
proyecto es el análisis de silicofitolitos en un sitio doméstico caracterizado como “co-
cina”, con un trabajo que fue pionero en la arqueología del NOA por ser el primero en
el que se aplicaba esta metodología (Würschmidt y Korstanje 1998-99). Posteriormente,
durante una pasantía realizada en el Laboratorio de Estudios del Cuaternario del UN-
CIEP (Fac. de Ciencias, Universidad de la República, Uruguay), bajo la dirección de
Laura del Puerto y Hugo Inda, se procesaron el resto de las muestras de sedimentos ar-
queológicos provenientes de los sitios El Alto El Bolsón y Morro Relincho, siguiendo la
metodología en uso en dicha unidad de investigación (Del Puerto 1998). Finalmente,
en el marco de una beca de investigación Fulbright obtenida para trabajar en el Labo-
ratorio de Estudios Paleoetnobotánicos de la Universidad de California, Berkeley, bajo
la dirección de Christine Hastorf, concluí con la investigación y desarrollo de las estra-
tegias de laboratorio necesarias para afinar la metodología de investigación de micro-
fósiles en agricultura prehispánica (Coil et al. 2003).

Tierra a la vista... ( o el análisis múltiple de microfósiles como metodología)


La búsqueda de métodos analíticos que nos permitieran superar los límites que los si-
licofitolitos oponían a nuestras preguntas, nos llevaron a explorar las posibilidades de
analizar los otros microfósiles que se encontraban en nuestras muestras. Así, comen-
zamos a desarrollar lo que hoy llamamos “análisis múltiple de microfósiles”, metodo-
logía ligada al seguimiento de un protocolo de extracción de bajo impacto químico (Del
Puerto 1998, Coil et al 2003). Descubrimos que el conteo de cada tipo de microfósil nos
permitía visualizar un panorama más claro de los procesos biológicos y antrópicos que
habían tenido lugar en los suelos y sedimentos analizados, dándonos la doble ventaja
de comprenderlos y a su vez diferenciar niveles culturales no observables a simple vista
en los sedimentos de los sitios. Este conteo, conjuntamente con un análisis más por-
menorizado de fitolitos y almidones que incluyera la identificación taxonómica en los
casos posibles, es lo que finalmente nos permitió elaborar un panorama del uso agrí-
cola de los sitios en cuestión (Korstanje y Cuenya 2008, 2010).
A continuación definiremos y describiremos a cada uno de ellos, con sus corres-
pondientes alcances y limitaciones de acuerdo al problema planteado9.
1) SILICOFITOLITOS: Los silicofitolitos son partículas microscópicas de sílice amorfo
(ópalo) que se encuentran en determinadas células o intersticios celulares, dentro de al-
gunos grupos o especies vegetales. Al desintegrarse la planta que los contiene, por ac-
ción natural o provocada, los fitolitos persisten quedando como micro vestigios en
distintos medios como sedimentos, cenizas, instrumentos de piedra o metal, contene-
dores de cerámica, dentaduras y coprolitos de humanos y de animales herbívoros. Su
presencia constituye una característica útil para la determinación taxonómica en los
producción y consumo agrícola en el valle del bolsón (1992-2005) // 65

casos en que presentan elementos diagnósticos. En algunos casos no sólo puede iden-
tificarse la planta que los originó, sino también a qué parte de la misma pertenecen, ya
que pueden encontrarse en distintos órganos de la planta, inclusive en el leño. Algunas
formas son únicas y sirven como diagnóstico sobre todo a nivel Familia, pero dentro de
las debilidades que tienen los silicofitolitos para la identificación taxonómica podemos
nombrar su multiplicidad (producción de muchas formas diferentes en un mismo taxón)
y redundancia (presencia de una misma forma en muchos taxa). A su favor, está el tema
de su excelente conservación, aún en condiciones adversas donde, por ejemplo, no se
preserva el polen.
2) GRÁNULOS DE ALMIDÓN: Los gránulos de almidón constituyen cuerpos de origen or-
gánico (polisacáridos: amylosa y amilopectina), de estuctura semi-cristalina, que se for-
man en los plástidos de las plantas. Constituyen el principal mecanismo de
almacenamiento de nutrientes de las plantas y se depositan especialmente en semillas
y frutos, tallos y raíces, tubérculos, rizomas y bulbos. Estos gránulos difieren según el
tipo de plástido en el que crecen, lo cual tiene implicancias en la formación de los con-
juntos arqueológicos. En este caso nos ocupamos principalmente del almidón que se
forma en los amyloplastos de las plantas superiores como reservorios alimenticios de las
mismas, en tanto son los únicos que hasta el momento pueden identificarse taxonó-
micamente por tener una estructura genéticamente controlada y morfológicamente de-
finida. Las propiedades físico-químicas difieren entre especies y varían según las partes
de la planta donde los gránulos crecen. Sin embargo, conviene aclarar que la forma y
tamaño de los gránulos depende no sólo de la localización de éstos en la planta y la
edad de la misma, sino de las condiciones ambientales en que dicha planta se desarro-
lla.
Para la identificación taxonómica se toman principalmente en cuenta algunos de los
atributos de los gránulos tales como tamaño, forma general y de las lamelas, posición
del hilium y posición de la cruz. En nuestro caso, por las características ambientales de
la zona, los probables cultígenos adaptados a la misma y la escala de nuestro análisis,
tomamos en consideración solamente tres grupos diagnósticos principales para la iden-
tificación: Tubérculos andinos: Oxalis tuberosa (“oca”), Tropaeolum tuberosum (“mas-
hua”), Ullucus tuberosus (“ulluco”), Solanum tuberosum (“papa”) y Canna edulis
(“achira”); Cereales: Zea mays (“maíz”); Pseudocereales o Chenopodiáceas: Amaranthus
spp. (“amaranto”) y Chenopodium quinoa W. (“quínoa”).
3) ESFERULITAS: Las esferulitas constituyen el único micro vestigio de origen animal es-
tricto que observamos en nuestros conjuntos. Las esferulitas se producen en los estóma-
gos de los grandes mamíferos, tanto herbívoros (en grandes cantidades) como en los
no-herbívoros (bajas cantidades) y se observan principalmente en el estiércol o heces de
los mismos. Fueron originalmente descriptos a partir de los especímenes fósiles de espe-
cies de herbívoros y carnívoros europeos, a partir de excavaciones arqueológicas.
El estudio del estiércol en contextos arqueológicos sigue dos tradiciones principales:
los macro vestigios (principalmente a partir de las semillas que sobreviven en los mis-
mos) y micro vestigios (hasta ahora, principalmente polen). En ambos casos estos es-
tudios se realizan a los efectos de responder inquietudes sobre el uso del estiércol como
combustible, o distinguir el uso de pasturas para los animales, fertilizantes, y en algu-
66 // korstanje . capítulo dos

nos casos incluso las áreas de aprovisionamiento de alimentos de los animales. Si el


estiércol está bien conservado es un vestigio muy importante para responder también
otras preguntas relacionadas con la nutrición, enfermedades y muerte del animal. En
tanto nuestro foco de interés es el uso de la tierra para la producción agrícola y gana-
dera en el pasado arqueológico, y dado que las expectativas son que no encontremos
el estiércol de camélidos (o guano) bien conservado, nos centramos en el estudio de los
microfósiles como perspectiva. Hasta el momento no se sabía si los camélidos produ-
cían esferulitas como otros grandes herbívoros del viejo continente. Nuestros estudios
demostraron que sí, que efectivamente, hay presencia de esferulitas en el estiércol de
los cuatro camélidos americanos: Lama pacos, Lama glama, Lama vicuña y Lama guani-
coe (Korstanje 2004). Una vez más, la escasa diversidad biológica nos brindó una ven-
taja comparativa, puesto que para la zona de estudio no es esperable encontrar otros
grandes herbívoros (las tarucas -Hippocamelus anticencis- no están registradas para la
zona) y entonces, si hay esferulitas, lo más probable es que sean de camélidos.
4) POLEN Y ESPORAS (PALINOMORFOS): Los pólenes son granos minúsculos producidos por
el aparato reproductor masculino de las flores en las plantas productoras de semillas (An-
giospermas y Gimnospermas) y transportan las células espermáticas al aparato repro-
ductor femenino para fecundarlas. Las esporas son granos microscópicos que constituyen
el aparato reproductivo de las plantas sin flor o Criptógamas (como los helechos, mus-
gos y algas por ejemplo).
La pared del grano de polen está construido por dos capas: la exterior es resistente y
se denomina exina, y la interior está formada por celulosa y se denomina intina. La que
sobrevive en el registro fósil es la exina, que es un compuesto orgánico muy resistente (en
su mayor parte una sustancia conocida como esporopolenina y cantidades menores de
polisacáridos conocidos como glycocalux), pero que puede ser atacado por bacterias y
por lo tanto no sobrevive en todos los medios. La oxidación de los suelos es el proceso na-
tural más destructivo para el polen y por ello se eligen principalmente ambientes reduc-
tores o saturados de humedad (lagunas, pantanos, turberas) para los muestreos.
La esporopolenina y materiales similares se encuentran en grupos tan diversos como
las algas, hongos, pteriodophytas y angiospermas. Debido a sus morfologías y superficies
distintivas (estructura y escultura de la exina) los granos de polen y las esporas pueden
distinguirse a nivel familia, y a menudo hasta especie. Sin embargo, la identificación ta-
xonómica y de las investigaciones que integren estos microfósiles ha tenido un desarro-
llo mucho mayor en el caso del polen que de las esporas.
Para este estudio y de acuerdo al problema que nos ocupa, sólo tomamos tres tipos de
granos de polen taxonómicamente fáciles de identificar: Poáceas en general, Zea mays en
particular, y Chenopodiáceas en general. El polen no es tomado aquí como indicador am-
biental sino de actividad antrópica y por ello no es necesario en este caso realizar las com-
paraciones actualísticas. En el caso del polen de maíz, este es el que tiene menos
probabilidades de dispersarse a grandes distancias, debido a su gran tamaño.
5) DIATOMEAS Y CRISOFÍCEAS (SILICOALGAS): Las diatomeas son algas unicelulares que po-
seen una envoltura de sílice que permanece tras la muerte del organismo. Se acumulan
en el fondo de cualquier masa de agua, como sedimentos lacustres y costeros y también
en la turba. Sus formas y diseños bien definidos permiten identificarlas con gran preci-
producción y consumo agrícola en el valle del bolsón (1992-2005) // 67

sión y sus conjuntos reflejan directamente la composición de la flora y la productividad


de las comunidades de diatomeas acuáticas e, indirectamente, la salinidad, alcalinidad y
nivel nutriente del agua. Según las exigencias medioambientales de las distintas especies
en cuanto al hábitat, salinidad y nutrientes, se puede determinar cuál era su entono in-
mediato en épocas diferentes. En este caso y debido a que los estudios regionales espe-
cíficos para las mismas aún están desarrollándose, sólo las tomamos cuantitativamente
como indicadoras de humedad.
Las crisofíceas son también algas, del orden de las Chrysophyta, denominadas co-
múnmente “algas marrón dorado”. Están recubiertas también por cápsulas de sílice que
se preservan una vez muerto el organismo. Son buenas indicadoras de ambientes con
amplia disposición de nitrógeno en condiciones de ser absorbido por las plantas (al igual
que las“algas verdes”o Chloropytes).
6) OXALATOS DE CALCIO (CALCIFITOLITOS): Los fitolitos de calcio, se producen y depo-
sitan en los tejidos y células de las plantas vivas generalmente como subproductos de
procesos biológicos. El calcio es así otro de los elementos minerales que las plantas ab-
sorben del suelo y que retorna a él una vez que las mismas mueren en forma de car-
bonato de calcio, fosfato cálcico o, mayormente, oxalatos de calcio. Su preservación en
la forma típica cristalizada es menor, ya que requieren condiciones ambientales alcali-
nas y además son frágiles y se rompen fácilmente. Por otro lado, dado que crecen en for-
mas cristalinas (prismas, drusas, rafidios, estiloides) su rango de identificación
taxonómica es menor. Sin embargo se han encontrado oxalatos de calcio asociados a
otros microfósiles de los excrementos de herbívoros, como un patrón de asociación (ej.
anillos de celulosa), y es de esa manera que se los tomó en esta tesis.
7) CELULOSA: La celulosa es un material que es común en la morfología de las plantas,
e incluso forma parte de la constitución del polen. Aquí nos referiremos solamente a los
anillos de celulosa que forman parte de las células parenquimáticas del xilema dando
rigidez y resistencia a maderas, hojas y tallos, y que en ciertas condiciones se preservan
con su forma celular en los suelos antiguos. Están formados por hidratos de carbono.
La presencia de celulosa en los casos aquí analizados constituye un indicador de pro-
bable ingesta animal de tallos que no han sido completamente digeridos, ya que es fre-
cuente encontrarlos en las heces de los camélidos.
8) MICRO CARBONES: El estudio de micro carbones tiene ya una tradición entre los pa-
linólogos que comenzaron a contarlos dentro de sus muestras de polen. Es el resultado
de la combustión de las plantas y se observa en micro pedazos de las mismas. Siguiendo
las líneas de investigación de la antracología se podría llegar a un acercamiento taxo-
nómico de los mismos, pero la complejidad de tal análisis no sería adecuada a un es-
tudio de análisis múltiple, donde la variabilidad de taxones esperados no es muy amplia
y se pueden distinguir con mayor facilidad a partir de los otros microfósiles. En nues-
tro caso es tomado más bien como indicador de episodios de quema antiguos en base
a un criterio cuantitativo.

¿En qué consiste el análisis múltiple de microfósiles?


Definimos análisis múltiple de microfósiles a aquel procedimiento que busca maximi-
zar la extracción combinada, observación e integración de la mayor variabilidad posi-
68 // korstanje . capítulo dos

ble de tipos de microfósiles por sobre el enfoque especializado sobre uno solo de ellos.
La combinación de múltiples líneas de evidencia se empezó a vislumbrar como ne-
cesaria aún en el campo más fuerte de los silicofitolitos: la caracterización paleoam-
biental a partir del análisis de Poáceas, pero haciendo hincapié en la multidisciplina y
no en los múltiples microfósiles. A partir de los obstáculos ya mencionados con que
nos encontramos al encarar el estudio de silicofitolitos, comenzamos a explorar otras
posibilidades en esa dirección aprovechando la circunstancia de que las extracciones
iniciales de fitolitos las habíamos realizado siguiendo una técnica de bajo impacto de
productos químicos. Uno de los indicadores importantes para tal cambio surgió del
análisis específico de los distintos tubérculos y raíces andinas: estas plantas pueden no
producir silicofitolitos distinguibles, pero producen almidones; si se preservaran en los
suelos valdría la pena explorarlos (Korstanje y Babot 2007). Entonces, sin pretender
desconocer los problemas que el manejo de la tecnología de almidones y los procesos
postdepositacionales implican para estudios de suelos arqueológicos, nos pareció im-
portante tenerlos en cuenta en nuestros conjuntos, ya que los almidones se conserva-
ban en nuestras muestras. Al respecto, se hicieron también ensayos de laboratorio para
ver en qué medida el protocolo de extracción podía afectarlos y para evaluar las condi-
ciones de preservación diferencial que observábamos en los mismos. Una vez abiertas
las perspectivas al constatar la presencia de almidones en las muestras arqueológicas,
y a partir del cambio epistémico que ello significó en nuestra forma de razonar, un mi-
crofósil vendría detrás del otro: celulosa, micro carbones, diatomeas, eventuales granos
de polen, todo podría colaborar para una mejor respuesta a los problemas en cuestión.
La intuición de que era necesario explorar sus posibilidades se hizo certeza, y fue me-
tafóricamente como la apertura de un telón. Por supuesto, sabíamos que todo micro-
fósil tenía su utilidad pero en tanto cada uno constituye una especialidad en sí mismo,
era imposible ser especialista en todos ellos. Esto nos limitaba poniendo severas res-
tricciones a nuestra audacia cognitiva, inquietud e interés. Casi como un mandato pa-
terno de parcelamiento cognoscente. Recalco esto porque no es un tema menor en el
desarrollo de una investigación el de las barreras mentales que nos auto-oponemos y
que tantas veces la parte conservadora de la academia se deleita en reproducir y adies-
trar (Korstanje 2010b). Sin embargo, si nuestras preguntas exigen una adecuación me-
todológica es necesario incorporar y desarrollar dicha metodología para responderlas
apropiadamente. En nuestro caso, una solución de compromiso, pero a su vez ade-
cuada al problema, era no tomar cada microfósil posible en todo su detalle, caracteri-
zación taxonómica específica, composición química, etc. sino solo tomarlos
instrumentalmente como conjuntos cuya variación permitiera establecer patrones de
cambio, intensificación o estabilidad. Como ejemplo podríamos decir que no es sólo la
identificación de silicofitolitos en forma de cruz, variedad 1, tamaño extra grande lo que
nos llevaría a plantear que en tal lugar se cultivó maíz (o sea, la identificación precisa
de un tipo de microfósil), sino un conjunto de formas correspondientes a maíz (entre
las cuales puede estar la variedad 1 o no), conjuntamente con la posibilidad de polen
de maíz si hubiere (claramente diferente a los granos de polen de los otros pastos), y
junto a un conjunto de diatomeas que sugieran que la zona estuvo inundada más que
la de al lado, y quizás la presencia de algunos almidones circulares, etc.
producción y consumo agrícola en el valle del bolsón (1992-2005) // 69

Respecto a las evidencias de fertilizantes naturales incorporados para enriquecer los


suelos, si bien las asociaciones de fitolitos podrían haber sido indicativas, no son evi-
dencia por sí mismas tal como ya mencionamos. Sin embargo, las esferulitas -microfó-
sil de origen animal- podrían ser indicadores directos de presencia de guano o
excremento de grandes herbívoros. En este punto, nuevamente no sabíamos si las es-
ferulitas sobrevivirían el protocolo de extracción general usado, y por lo tanto se reali-
zaron distintos experimentos para control del mismo, sobre todo en los puntos en que
existía mayor peligro de daño. Pero además, como ya dijimos, no se sabía si los camé-
lidos producían esferulitas, por lo que se hizo un estudio de tipo exploratorio y clasifi-
catorio de las formas de las mismas, en las cuatro variedades de camélidos
sudamericanos. Como ejemplo de la importancia del análisis múltiple de microfósiles
podemos decir que sin bien, la presencia de esferulitas implica la presencia de excre-
mentos y por lo tanto de animales, su estudio debe ser realizado en relación al resto del
conjunto microfósil para determinar si se trata de guano incorporado como fertilizante
o si se trata de una estructura de corral específica.
Los procedimientos de laboratorio son muy extensos para explicar en un volumen
como este, por lo que remito a los lectores a la bibliografía sobre el tema, que es am-
plia, al igual que aquella que da cuenta de los procesos tafonómicos y las pruebas en la-
boratorio.
En síntesis, podemos decir que para abordar el problema de la producción mixta de
alimentos hemos comprobado que el estudio de silicofitolitos es insuficiente, por lo que
desarrollamos el método de extracción múltiple de microfósiles, incluyendo toda la
gama de micro especimenes fósiles posibles. De este modo, si un microfósil no fuera
adecuado para responder una pregunta determinada, a una determinación taxonómica
más específica o simplemente estuviera ausente por procesos tafonómicos, podemos re-
currir al análisis de otro que nos proporcione datos complementarios.

PALABRAS FINALES
Para terminar nos vamos a apartar de los Andes, la Historia, la Etnohistoria y la Antro-
pología, para volver nuestra mirada al interior de lo que queremos contar. Un poco,
como tomar aire, respirar profundo y, como nos enseñó Bourdieu, pensar también en
las prácticas de la investigación (la ciencia haciéndose) al volver la mirada una y otra vez
sobre la consistencia, los límites, los supuestos que yacen detrás de nuestro relato (Bour-
dieu et al 1996). En parte es una re-introducción, pero considero que sobre todo, y más
importante aún, es una introducción a las investigaciones por venir, o bien una nueva
definición de los problemas. No pretender lograr respuestas en sentido estricto, pero
sí mejores preguntas sigue siendo parte del desafío apasionante de nuestro quehacer...
Desde que comencé este trabajo de investigación, me resultaba difícil depurar del li-
breto general -lleno de imágenes sueltas-, cuál sería el hilo conductor que llevaría a la
escena principal, al nudo de la investigación y mi relato sobre ella. No pensaba ni en una
obra hiperrealista (o neopositivista, si lo traducimos a la jerga científica), ni en una obra
vanguardista (de las llamadas postmodernas). Sabía que estaba pensando en una obra
más bien clásica: la economía, la agricultura y el trabajo, pero que paradójicamente no
se había puesto antes en escena.
70 // korstanje . capítulo dos

También tenía elegido un teatro: el Valle del Bolsón, como una muestra de lo que
llamaríamos Valles Altos. Tenía un tema: la agricultura antigua y las prácticas tecnoló-
gicas y de organización laboral que se asociaban a ella. Sabía que para ese tema podría
presentar una probable escenografía, con un paisaje actual de fondo, pero con recursos
didácticos que toman imágenes del presente para modelarlas como ventanas al pasado,
aunque pequeñas e incompletas. Tenía en mente escenas introductorias, desarrollos
para el tema, escenas claves y hasta me había imaginado los posibles finales. Sabía
quiénes seríamos los productores, maquilladores, directores y regisseurs, y conocíamos
parte de nuestra rutina de trabajo y nos entusiasmamos buscando nuevas alternativas...
Después de mucho pensarlo, elegí al “territorio” como hilo conductor de todas esas
escenas construidas con mis colegas y mis amigos (todos los que figuran en los agra-
decimientos de la tesis). Pero lo único que no podía terminar de definir es quiénes eran
los actores más apropiados para esta obra. No entraba ya en mis proyectos darle el
papel a las“culturas”y los“contextos culturales”-no eran apropiados y venían con mu-
chas mañas. Tampoco podía contar con los“tafíes”, ni los“pulares”, ni los“inkas”.., y en
parte me alegré, porque eso me liberaba de los juicios encasilladores previos. Por su-
puesto que tampoco era tanta mi improvisación y había elegido en realidad ya a“las so-
ciedades formativas”, pero no como actores y actrices sino como historia a contar, quería
contar su historia.
Mucho pensé. Mucho me contradije, fui y volví. Mucho me desesperé de no poder
comprender quiénes eran los actores y actrices de esta historia. Y a veces buscaba con
más ahínco sus tumbas para poder “verlos” de algún modo. Me preguntaba si debería
excavar más casas (“viviendas”o“unidades domésticas”). Lo cierto es que sólo me podía
imaginar la continuación de mi relato cuando elegía para los ensayos de algunas esce-
nas a la gente del lugar, los “lugareños”, los “vallistos”. Ahí sí que, viéndolos actuar en
ese paisaje imaginario, me venían en mente más ideas.
Lo conversé con muchos colegas en el camino. Todos esos diálogos me ayudaron. Me
preguntaba, cuando veía la pobreza material de los sitios que excavaba, si había dife-
renciaciones de riqueza en el pasado, como ahora, una suerte de“arqueología de la po-
breza” que pudiera distinguir a los descastados, a los marginales dentro de las mismas
sociedades formativas. Me preguntaba por la imagen del “agricultor feliz”, aquella que
me surgió mirando una vivienda perfecta, en el lugar perfecto, con la visión hacia el valle
más bella, pero aislada de otras viviendas y metida entre campos de cultivo. Me pregun-
taba por sus colores, sus olores, su jornada de trabajo cotidiano, sus alegrías y tristezas.
Sólo podía imaginármelos un poco pensando en todos los atuendos que se conservaron
en Chile y costa peruana, y pensando en la vida cotidiana de los lugareños.
Finalmente, definí los actores y actrices de este relato, como campesinos andinos, a
partir de las conversaciones con Alejandro Haber para el simposio“Los campesinos en
la Arqueología”que organizamos en el WAC del 2003 (Haber y Korstanje 2003). Soy ho-
nesta y por lo tanto quiero que sepan que no comencé pensando en ellos, sino en ca-
tegorías mucho más abstractas. Y por eso no tenía actores para las escenas. Ahora estoy
más conforme con los resultados de mi búsqueda, sin embargo siempre nos quedará el
sabor amargo de saber que esta obra, que es nuestra actual visión de su propia historia
contada muchísimos años después, ha sido contada seguramente de un modo muy dis-
tinto del que ellos la hubieran querido contar I
producción y consumo agrícola en el valle del bolsón (1992-2005) // 71

// ANEXO 01 //
ESTRUCTURA DEL MANUSCRITO ORIGINAL

LA ORGANIZACIÓN DEL TRABAJO EN TORNO A LA PRODUCCIÓN DE ALIMENTOS EN SOCIEDADES AGROPASTORILES


FORMATIVAS (PROVINCIA DE CATAMARCA, REPÚBLICA ARGENTINA)

ÍNDICE
INTRODUCCIÓN // págs. 1-7

PARTE I: DESDE LA EPISTEMOLOGÍA, LA TEORÍA ARQUEOLÓGICA, LA HISTORIA, LA ETNOHISTORIA Y LA ANTROPOLOGÍA: LA PROBLEMÁTICA DEL
TRABAJO Y LA PRODUCCIÓN DE ALIMENTOS EN LOS ANDES CENTRO SUR.
CAPÍTULO UNO // págs. 8-31
DESDE LA EPISTEMOLOGÍA Y LA TEORÍA ARQUEOLÓGICA:
TRABAJO Y ORGANIZACIÓN SOCIAL
Introducción. El Trabajo en Karl Marx. El Trabajo en Emile Durkheim. Otros Aportes del Pensamiento Contempo-
ráneo a esta Construcción. Algunos Problemas en Relación a la Confrontación Neopositivismo Neomarxismo
en Ciencias Sociales. Una Breve Revisión del Pensamiento Marxista en Arqueología.

CAPÍTULO DOS // págs. 32-53


DESDE LA HISTORIA Y LA ANTROPOLOGÍA:
ORGANIZACIÓN SOCIAL DEL TRABAJO EN TORNO A LA TIERRA EN LOS ANDES
Dos Formas Clave de Organización del Trabajo: Reciprocidad Y Redistribución.
El Trabajo en el Ámbito del Grupo de Parentesco. Las Relaciones Laborales en el Ámbito Comunal. La Tierra y
las Formas de Tenencia. Algunos Aspectos de las Relaciones Laborales Estatales Prehispánicas: los Inkas. Al-
gunos Aspectos de las Relaciones Laborales Estatales Coloniales. Volviendo a las Preguntas Iniciales.

CAPÍTULO TRES // págs. 54-81


DESDE LA HISTORIA Y LA ANTROPOLOGÍA:
AGRICULTURAS ANDINAS
Introducción. Situación Paleoambiental Regional. El Problema de la Domesticación y de las Especies Domesti-
cadas. El Problema de la Producción. Agricultura con Riego. De la Relación entre lo Agrícola y lo Ganadero.

CAPÍTULO CUATRO // págs. 82-107


DESDE LA ARQUEOLOGÍA:
LOS PRIMEROS CAMPESINOS EN LA REGIÓN
El Formativo en los Andes Centro Sur y Meridionales. El Formativo en el Noroeste Argentino. De los Primeros
Asentamientos Campesinos. De la Producción y los Productos Agrícolas.

PARTE II: DESDE EL VALLE DEL BOLSÓN: LA PRODUCCIÓN DE ALIMENTOS PREHISPÁNICA Y EL TERRITORIO CAMPESINO.
CAPÍTULO CINCO // págs. 108-127
METODOLOGÍA GENERAL PARA
EL ESTUDIO DE LA PRODUCCIÓN DE ALIMENTOS EN EL PASADO
Consideraciones Teóricas Herramientas Metodológicas para esta Intervención Arqueológica. Fase Inicial:
Prospección. Segunda Fase: Caracterización Ambiental. Tercera Fase: Excavación. Cuarta Fase: Análisis de Es-
tructuras, Artefactos y Ecofactos.

CAPÍTULO SEIS // págs. 128-163


EL ANÁLISIS MÚLTIPLE DE MICROFÓSILES COMO
NUEVA METODOLOGÍA PARA EL ESTUDIO DE LA AGRICULTURA ANTIGUA
Los Inicios de la Investigación: Explorando los Silicofitolitos. Tierra a la Vista... ( o el Análisis Múltiple de Mi-
crofósiles como Metodología). ¿Que son los Microfósiles? ¿En qué Consiste el Análisis Múltiple de Microfósi-
les? Procedimientos de Laboratorio. Poniendo a Prueba el Laboratorio y la Teoría: Consideraciones sobre
Preservación e Identificación de Múltiples Microfósiles. Material Comparativo de Referencia. Síntesis.
72 // m. alejandra korstanje . capítulo dos

CAPÍTULO SIETE // págs. 164-194


LA TRAMA ACTUAL GENTE-PAISAJE
Consideraciones Teórico-Metodológicas. El Valle del Bolsón: la Gente y Sus Recursos.
El Ambiente en el Valle (con los Ojos Puestos en la Agricultura). Sectorización del Valle. Vida Cotidiana, Eco-
nomía y Poder en el Valle. Actitudes de la Población ante las Labores Científicas Desarrolladas (y un ¿Para
Qué? de la Arqueología).

CAPÍTULO OCHO // págs. 195-256


EL MORRO Y EL ALTO: DOS CASOS ELEGIDOS
PARA ESTUDIAR LA PRODUCCIÓN DE ALIMENTOS
Consideraciones Metodológicas. Morro Relincho (SCatBe 2(6)). El Alto El Bolsón (SCatBe 3(3)).

CAPÍTULO NUEVE // págs. 256-294


EL MORRO Y EL ALTO: LA AGRICULTURA PREHISPÁNICA
EN MICRO-DOCUMENTOS INÉDITOS
Expectativas de Correlación entre Asociaciones de Microfósiles, Características Físico-Químicas de los Suelos y
Actividades. Morro Relincho: Resultados. El Alto El Bolsón: Resultados. Síntesis Parcial sobre las Evidencias.
CAPÍTULO DIEZ // págs. 295-362
INTEGRANDO EL TERRITORIO CAMPESINO
Consideraciones Teóricas y Herramientas Metodológicas. Distribución Espacial de los Sitios: Implicancias en
la Elección del Asentamiento. Los Espacios Edificados y Utilizados como Ocupaciones Duraderas: Domestici-
dad Producción. Los Espacios Utilizados y Modificados para Ocupaciones Discontinuas: Abrigos, Puestos y
Dormideros. Los Espacios Simbólicos: Jerarquización del Paisaje y de la Sociedad. Los Espacios Utilizados:
Circulación, Tránsito e Interacción.
Los Fechados. La Cerámica en la Periferia del Problema. Algo Sobre la Población Prehispánica del Área desde
el Punto de Vista Biológico.

DISCUSIÓN // págs. 363-373


CONCLUSIONES // págs. 374-375
EPÍLOGO // págs. 376
BIBLIOGRAFÍA // págs. 377-405

NOTAS: sacerdotales, hasta las tendencias climáticas y las imposiciones de


1
“La organización del trabajo en torno a la producción de alimen- la tecnología.
6
tos, en sociedades agropastoriles formativas (Pcia. de Catamarca, Beca Fulbright-CONICET 2010: Ancient, Native and Post colonial
Rep. Argentina)”. Dirección: María Ester Albeck. Co-dirección: Car- Traditional Agriculture Practices: A comparison between Mexico and
los A. Aschero. Facultad de Ciencias Naturales e IML, Universidad Argentina in the intersection of continuities, changes and chal-
Nacional de Tucumán, Mayo de 2005. lenges.
2 7
Creo que ya lo dije en otra ocasión (quizás en el cuerpo de la tesis González y Pérez dicen al respecto: “En la Argentina las más an-
misma), pero estas sabias consideraciones no son originales mías. tiguas culturas agroalfareras –vale decir, técnicamente poseedo-
Son palabras de la entonces colega y hoy también amiga, Virginia ras de alfarería y económicamente basadas en el cultivo de
Abdala, dirigidas a mí en un momento de pánico con mi tesis. plantas- aparecen plenamente formadas” (1971: 36).
3 8
Si alguien está interesado en la tesis completa, puede solicitár- En el sentido braudeliano, con el cual también L. Quiroga (2002)
mela vía email. ha desarrollado las investigaciones en el Valle del Bolsón para el pe-
4
Por “apropiados” se entiende aquí sitios con evidencias de cultí- ríodo post-Formativo.
9
genos tempranos, en zonas aptas para el cultivo, y con buena pre- No citaré aquí toda la bibliografía de referencia ya que excede las
servación orgánica. posibilidades de este trabajo, pero la misma puede consultarse en
5
Por “agencias poderosas” se refiere desde las jefaturas y elites el cuerpo de la tesis (ver nota 3).
producción y consumo agrícola en el valle del bolsón (1992-2005) // 73

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76 // quesada . capítulo tres

AGRICULTURA CAMPESINA
EN EL ÁREA DE ANTOFALLA
(1997-2007)

Marcos N. Quesada
CONICET. Escuela de Arqueología, UNCa. Instituto de Arqueología y Museo/ISES, UNT/CONICET. mkesada@yahoo.com.ar.

El pequeño oasis de Encima de la Cuesta en la quebrada de Antofalla.


agricultura campesina en el área de antofalla // 77

INTRODUCCIÓN
En este capítulo intentaré presentar una versión resumida de algunos de los tópicos
que he abordado en mi Tesis Doctoral1 que fue leída en el Museo de Ciencias Natura-
les de La Plata en Agosto de 2007. He preferido seleccionar aquellos elementos que me
permitieron en aquella ocasión argumentar que la agricultura de riego en el área de
Antofalla fue gestionada principalmente a escala doméstica a lo largo de los dos úl-
timos milenios. Sin embargo, en otro trabajo en este mismo volumen buscaré ex-
plorar algunos límites de esta interpretación.
En general, la producción campesina en la Puna de Atacama fue abor-
dada desde la perspectiva de “arriba hacia abajo” particularmente desde
dos modelos teóricos en algunos puntos muy cercanos que llamaré
neoevolucionista y de los enclaves y que voy resumir. En el modelo
neoevolucionista intervienen dos variables principales: la presión
demográfica y la centralización política. La idea es que el aumento
del nivel de población fue tanto el estímulo como la condición de
posibilidad para el desarrollo de la tecnología agrícola: más
bocas que alimentar y más fuerza de trabajo disponible para
lograr áreas agrícolas más extensas y complejas. A su vez, esta
tecnología requirió de un control político centralizado capaz
de movilizar la fuerza de trabajo y administrar su empleo.
Esto último está claramente inspirado en la hipótesis hi-
dráulica de Wittfogel y Steward, la cual ejerció un poderoso
atractivo para la arqueología pues es capaz de establecer
una relación entre un objeto material, la infraestructura de
cultivo, y una forma de organización social. Pero se debe
destacar que esta relación está planteada como una relación
“necesaria” que se da entre estados de variables. Es decir a
cada nivel de desarrollo de la tecnología de irrigación le co-
rresponde una forma de organización política que puede
estar tipificada (señorío, estado), o no (más centralizada,
menos centralizada). De allí que para conocer las relaciones so-
ciales que tomaban forma en torno a la práctica de la agricultura
desde esta perspectiva resulta metodológicamente suficiente ob-
servar la magnitud de los espacios de cultivo y posicionar sus com-
ponentes en una escala de complejidad tecnológica.
El otro modelo teórico propone que la ocupación humana de la
Puna de Atacama en el segundo milenio d. C. puede ser caracterizada
por medio de la lógica de los enclaves. Estos consistirían básicamente en
asentamientos gestionados desde áreas linderas a la Puna y orientados a la ex-
tracción de recursos específicos de una zona donde primaría una economía ex-
tractiva, pasando a cumplir un rol secundario la producción agrícola para el
autoabastecimiento. El principal supuesto de este enfoque es que los enclaves poseían
la capacidad de organizar la producción campesina en función de generar excedente y
apropiarse de este. El modelo de los enclaves, al menos en su aplicación en el noroeste
argentino, no ha desarrollado aún una metodología específica de trabajo para el estu-
78 // quesada . capítulo tres

dio de los enclaves agrícolas. En general, la sola presencia de objetos diagnósticos de


una sociedad jerarquizada fuera de su“hábitat originario“ hace suponer la existencia de
un enclave e inmediatamente se interpreta la organización del espacio en términos de
estrategias de dominación. De tal modo, la estrategia metodológica de los enclaves es,
en buena medida, compatible con la del modelo neo-evolucionista. Pero la mayoría de
las veces se presta realmente poca atención a las características de la tecnología agrí-
cola y su eventual modificación en el marco de nuevas relaciones de poder.
La historia agraria de la Puna de Atacama producida desde estos modelos puede re-
sumirse de la siguiente manera: durante los primeros tiempos del formativo existía una
agricultura muy rudimentaria en el marco de una economía predominantemente pas-
toril. Si bien se reconoce que la importancia de la práctica del cultivo pudo haber au-
mentado a comienzos del primer milenio d.C., es recién a partir de comienzos del
segundo que la agricultura alcanza un verdadero desarrollo. Sin embargo, esto sólo
pudo suceder bajo la gestión de una elite dirigente local o una estructura política jerár-
quica extrapuneña según sea el modelo desde donde se observa el proceso. Pero en
todos los casos se asume que las unidades de producción campesinas habrían perdido
en ese momento la autonomía sobre las decisiones vinculadas al trabajo agrícola de la
que habían gozado durante siglos, ya porque la resignaron en manos de un señor ad-
ministrador, ya porque sus tierras y sus cuerpos fueron capturados por un señorío belén,
el imperio Inca, o luego el imperio español o haciendas con cabeceras en los valles, su-
cesivamente (Olivera y Vigliani 2000-2002; Quiroga 2005; Raffino y Cigliano 1973).
El principal problema que encuentro en este tipo de enfoques es que no pueden, de
hecho no intentan, explicar por qué las familias campesinas que hasta cierto punto
mantuvieron un relativo grado de autonomía en las decisiones vinculadas a la produc-
ción agrícola, comienzan en algún momento de la historia a producir más de lo que
necesitan y además se desprenden de ese excedente. El incremento de la producción y
la separación del excedente de quienes lo producen se asume como un hecho natural,
que no requiere de mayores explicaciones.
Pero no partí en mi investigación de esta discusión, sino que Tebenquiche Chico y
Antofalla me trajeron a ella o me hicieron llevarla hasta allí. Cuando digo Tebenquiche
Chico y Antofalla no me estoy refiriendo sólo a los lugares y los restos arqueológicos allí
presentes, sino también a los múltiples discursos y prácticas que a lo largo del siglo an-
terior y lo que va de este los constituyeron como objetos de investigación arqueológica.
No hace mucho indicamos con Alejandro Haber y Miguel Ramos (Haber et al. 2005),
mientras analizábamos una serie de cartografías de Tebenquiche Chico producidas por
Vladimiro Weiser (Libreta de Campo, Colección Museo de La Plata), Pedro Krapovic-
kas (1955), Omar Barrionuevo (Menecier y Barrionuevo 1978) y nuestro equipo, la ma-
nera en que diferentes miradas, interesadas por diversos tópicos, agregaron una
variedad de capas de sentido a ese mismo objeto.
Las primeras representaciones de Tebenquiche Chico no le prestaron mucha aten-
ción a la infraestructura de cultivo, más bien estaban fuertemente interesadas en el re-
gistro de la cámaras funerarias que proporcionaban objetos para proveer a la colección
de su patrocinador, en el caso de Weiser, o datos de utilidad para la elaboración de su
tesis de grado, en el caso de Krapovickas. Sin embargo, a diferencia de Weiser que en
su libreta de campo no hace mención al paisaje agrícola2, Krapovickas le dedicó en
agricultura campesina en el área de antofalla // 79

cambio algunas líneas:“Las construcciones se dividen en dos tipos: ruinas de casa circulares
y andenes de cultivo [...] Entre los andenes los hay longitudinales que se escalonan sobre los
cerros que limitan por el SSW, donde se elevan hasta considerable altura, y en los bordes del
zanjón por donde corren las aguas. Los andenes eran alimentados por acequias que, siguiendo
el curso del arroyo se continúan hasta arriba. Se destaca otra categoría de construcciones que
está formada por recintos cuadrangulares que cubren toda la superficie en ruinas. Son cua-
drados de una decena de metros por lado, limitados por pircas muy bajas que apenas sobre-
salen de la superficie del suelo y que se van escalonando hacia la desembocadura del arroyo a
medida que va descendiendo el nivel del terreno” (1955: 11-12). Con todo, estos datos fue-
ron muy poco aprovechados por el autor en la interpretación del sitio que presentó
como tesis de grado en 19533. En cambio, fueron de gran importancia varios años des-
pués cuando buscó elementos para argumentar a favor de su hipótesis de que la agri-
cultura no sólo era una práctica ampliamente difundida en la región puneña en tiempos
prehispánicos sino que además su desarrollo tenía una antigüedad considerable. Sos-
tenía incluso que en algunos sectores la agricultura pudo tener un grado de impor-
tancia igual o mayor que el pastoreo como actividad económica (Krapovickas 1984;
Krapovickas et al. 1980). Esta importante propuesta de Krapovickas no fue de todos
modos muy tenida en cuenta en las posteriores investigaciones. La agricultura siguió
siendo vista como un problema secundario, ya que esa era la importancia que se le
otorgaba en la economía prehistórica de la región, y la arqueología de la Puna de Ata-
cama continuó como una arqueología del pastoralismo (Haber 2006).
Yo comencé a involucrarme con el estudio de las prácticas agrícolas de una forma
más bien casual. Desde el inicio mismo de mi carrera de grado me incorporé al equipo
de trabajo de Alejandro Haber quien realizaba investigaciones arqueológicas en Te-
benquiche Chico desde la Universidad Nacional de Catamarca. Durante una campaña
en noviembre de 1997 me ocupé de la corrección de una cartografía del sector de mayor
densidad de estructuras que unos meses antes habían relevado unas estudiantes de
agrimensura pero que había resultado afectada por ciertos errores de poligonación y,
principalmente, la frecuente falta de correspondencia de las formas arquitectónicas re-
ales con su representación cartográfica. A poco de haber comenzado, comprendimos
que era más conveniente iniciar un nuevo relevamiento antes que proseguir con la co-
rrección. A partir de allí, en sucesivos trabajos de campo, la cartografía de Tebenquiche
Chico, y luego la de Antofalla, fueron ganando en extensión y grado de detalle siendo
el paisaje agrícola uno de los principales elementos registrados en nuestras versiones
cartográficas del sitio. No es que antes hubiera pasado desapercibido, por el contrario,
las estructuras de cultivo son los rasgos arqueológicos más visibles, y de hecho, como
ya he indicado, habían sido mencionadas por Krapovickas varios años antes. Lo que sí
resultaba novedoso de este paisaje era una comprensión más acabada de su magnitud
en términos de extensión y cantidad de estructuras involucradas y, sobre todo, de su di-
seño espacial.
Para entonces Haber se encontraba elaborando una propuesta sobre la importancia de
la escala doméstica para comprender el desarrollo de los oasis, formas de organización al-
deana que parecen caracterizar el paisaje puneño durante el primer milenio d.C. (Haber
2006). El “descubrimiento” de un espacio de cultivo bajo riego de gran extensión en el
marco de una organización que parecía articularse principalmente en torno a la escala
80 // quesada . capítulo tres

doméstica parecía señalar una contradicción que el avance de la investigación mostraría


que era sólo aparente. Sin embargo, en este punto sí la investigación debió vincularse a
las discusiones ya reseñadas. Por un lado, con la de Krapovickas ya que la magnitud del
espacio de cultivo parecía apoyar su propuesta sobre la importancia de la agricultura en
tiempos prehispánicos, y por otro lado con los modelos neoevolucionistas y de los en-
claves, ya que si este paisaje agrícola era gestionado a escala doméstica parecía contradecir
el supuesto de la necesidad de un control centralizado.
No obstante, estaba claro que el involucramiento en esos temas requería de cambios
en la aproximación teórico-metodológica y que la discusión debía ser planteada en
otros términos si queríamos comprender el fenómeno de la agricultura de riego en la
puna. Por un lado, porque Krapovickas formulaba su discusión de la importancia de la
agricultura en la economía puneña en términos de su aporte a la subsistencia, en cam-
bio aquí debía ser replanteada como un problema no de economía, sino de economía
política, es decir sobre las relaciones sociales que se generan en torno a la práctica de
la agricultura y su importancia en la conformación de las unidades sociales. Por otro
lado, debía buscar estrategias metodológicas alternativas a las de los modelos neoevo-
lucionistas y de los enclaves pues la idea de un control centralizado para la adminis-
tración del riego no resultaba apropiada para los casos de Tebenquiche Chico y
Antofalla, como tampoco lo eran las nociones de extensión y complejidad de los siste-
mas de irrigación para comprender las escalas sociales involucradas en su gestión. Pro-
puse, entonces, que si lo que nos interesaba era comprender las relaciones que los
agricultores de Tebenquiche Chico y Antofalla establecían entre ellos a propósito de la
gestión de la tecnología agrícola, la atención debía estar menos puesta en las caracte-
rísticas de los objetos (extensión y complejidad) que en las prácticas de los sujetos, es
decir, debía intentar reconstruir aquellos contextos de interacción social dónde estas
relaciones se establecían, negociaban y transformaban. Sin embargo, esta opción me-
todológica implicó la articulación de una estructura conceptual capaz de habilitar un
abordaje del problema desde la arqueología dónde la noción de paisaje agrario tenía un
lugar de importancia.
Los paisajes agrarios corresponden a formas concretas de apropiación y de puesta en
producción del suelo. Su construcción es parte de la definición de los territorios de los gru-
pos sociales. De tal modo, el estudio de los paisajes agrarios involucra tanto la caracteri-
zación de las tecnologías de producción como de las relaciones de producción que se
generan en torno a estas. Apropiación y producción no son actividades separadas y se-
cuenciales, sino que las prácticas del trabajo productivo suponen siempre formas de apro-
piación4. “Paisaje agrario” es entonces una categoría sintética, por cuanto se refiere tanto
al aspecto técnico como al político de la producción campesina. Justamente por ese ca-
rácter sintético resultaba de utilidad en el análisis ya que daba lugar a la interpretación de
los procesos históricos en el marco de la lógica de la apropiación campesina (ver mi otro
artículo en este volumen para una discusión más desarrollada de esta noción)
Los paisajes agrarios fueron considerados tanto estructurados por, como estructu-
rantes de, las prácticas campesinas. Imponen condiciones para los procesos de trabajo
agrícola, pero son estos los que los producen y modifican. No los consideré aquí, del
modo en que lo hacen las aproximaciones estructuralistas al paisaje, como imágenes
mentales que resultan luego materializadas. Tampoco como formas espaciales deter-
minadas por el ambiente natural o social, como suponen la arqueología distribucional,
agricultura campesina en el área de antofalla // 81

la geoarqueología y otras aproximaciones funcionalistas al paisaje. En cambio, resultaba


más útil imaginar el paisaje como condición y resultado de instancias dialógicas, las
prácticas del trabajo agrícola, donde los campesinos y el paisaje se constituyen mutua-
mente y negocian sus relaciones (Bender 2002; Ingold 1993).
Los espacios agrícolas son constitutivos de los paisajes agrarios y su estructura es-
pacial informa acerca de la segmentación técnica del espacio. Para el caso de la agri-
cultura en la Puna, donde sólo puede practicarse agricultura bajo riego, la definición
del diseño de las redes de riego equivalía a la definición de la estructura del paisaje
agrícola. Con la noción de red de riego hago referencia a un conjunto de canales, tomas,
estanques, y cualquier otro dispositivo hidráulico, relacionado funcionalmente y desti-
nado a la irrigación. Se trata de una definición sencilla que, sin embargo, resulta del
todo adecuado para el análisis de las condiciones sociales de producción bajo las cua-
les fue puesta en uso. La red de riego, tal como fue definida, se trata una categoría sin-
tética pues refiere simultáneamente a una unidad tecnológica, o funcional si se quiere,
y a una unidad de gestión. Es unidad tecnológica en dos sentidos. Por un lado, porque
es funcionalmente independiente de otras redes de riego y por otro lado, porque todos
sus componentes se hallan relacionados funcionalmente. Esta independencia funcio-
nal la convierte también en la mínima unidad de gestión, por cuanto su administración
y/o control puede ser independiente del de otras unidades similares. En virtud de estas
características la red de riego resulta una unidad de análisis relevante y útil para estu-
dios comparativos, pues la irrigación por gravedad siempre da lugar a la conformación
de redes de riego.
La red de riego es, entonces, una categoría universal pero sus diseños son de carác-
ter particular. Con“diseño de la red de riego”me refiero a la configuración espacial que
estas adoptan. La lógica social del agua (Barceló 1996) expresada en diseños particula-
res de redes de riego objetiva las condiciones sociales bajo las cuales tomó forma el tra-
bajo campesino y por ello resulta una vía de entrada relevante para su estudio. A través
del diseño de las redes de riego es que podemos aproximarnos a la organización de la
fuerza de trabajo, la estructura espacial y temporal de las prácticas agrícolas, la forma
en que se representan espacialmente las relaciones de propiedad y continuidades y
cambios en los objetivos de producción.
Antes de continuar con los avances de la investigación de campo será conveniente
que introduzca al lector en los ámbitos dónde esta tuvo lugar

EL ÁREA DE INVESTIGACIÓN
El salar de Antofalla es uno de los rasgos paisajísticos más destacados del sector cata-
marqueño de la Puna de Atacama (Figura 1). Se encuentra cubriendo el fondo de una
alargada depresión tectónica que, con dirección SSE-NNO, se extiende por aproxima-
damente 120 km. La sierra de Calalaste (con alturas de hasta 5564 m snm, C° Cala-
laste) constituye el límite oriental de la cuenca de Antofalla y la separa de la extensa
cuenca de Antofagasta de la Sierra. Hacia el oeste se extiende la Sierra de Antofalla que
alcanza alturas mayores (Volcán de Antofalla: 6409 m snm C° Tebenquiche Grande 5837
m snm). La vertiente occidental de la cuenca de Antofalla está cortada por numerosas
quebradas por las que descienden cursos de agua que no alcanzan el salar en superfi-
cie. Estas quebradas (Las Quinoas, Botijuela, Las Minas, Las Cuevas, Antofalla, Teben-
82 // quesada . capítulo tres

Cartografía de la cuenca del Salar de Antofalla. Se indican las quebradas que descienden del las sierras de Antofalla, a la izquierda, y Callaste, a
la derecha, para desaguar en el Salar de Antofalla, al centro.
FIGURA UNO

quiche Grande, Tebenquiche Chico y Antofallita) han sido en mayor o menor medida
ocupadas a lo largo de la historia (Escola et al. 1993; Haber 1999, 2006; Menecier y Ba-
rrionuevo 1978). Los vestigios arqueológicos de Tebenquiche Chico y Antofalla, que son
las quebradas donde se desarrolló mi investigación, son particularmente extensos, y se
destaca a primera vista la gran inversión de fuerza de trabajo en la construcción de in-
fraestructura de cultivo.
Se pueden postular para la Puna de Atacama en general las siguientes condiciones:
extrema aridez con precipitaciones de régimen estival (diciembre a marzo), siendo las
agricultura campesina en el área de antofalla // 83

lluvias más habituales en enero y febrero, con valores medios anuales inferiores a los
100 mm o 150 mm (Olivera 1991), con una evaporación potencial de aproximadamente
570 mm, de modo que existe un acusado déficit hídrico durante todo el año (Morlans
1995). La frecuencia de las lluvias es, por otra parte, sumamente irregular y por lo tanto
impredecible y variable a lo largo del año y entre años consecutivos (Yacobaccio 1990).
Prácticamente no existe período libre de heladas (Morlans 1995) aunque son menos
probables y severas en verano (Argerich 1976).
La extensión a todo el ámbito de la región de la anterior descripción general del am-
biente puneño provocó, en gran medida, que la Puna de Atacama fuera percibida como
un ambiente homogéneo, terriblemente agresivo para el hombre y más aún para los
cultivos. Tal visión ha influido en gran medida las interpretaciones de los arqueólogos
sobre la economía local. Algunos investigadores se han hecho diversas propuestas de
modelos de variación microclimática a nivel local (Ottonello de García Reynoso y Kra-
povickas 1973; Raffino 1975; Olivera 1991; Albeck 1993; Haber 2006). La importancia
de estos modelos radica en que señalan un panorama ambiental heterogéneo que per-
mite una aproximación más realista a las condiciones bajo las cuales se desarrolló la
agricultura en esta región.
Los dos principales factores de variación microclimática en los Andes son las preci-
pitaciones y las temperaturas. A su vez, los más importantes determinantes de estos
factores son el relieve y la altura, que por ser estos mismos sumamente variables, es de
esperar una importante heterogeneidad ambiental. A escala local, las condiciones que
presenta la vertiente occidental del salar de Antofalla son coherentes con estos princi-
pios. Existe una variación altitudinal importante desde aproximadamente 3.300 m snm
(superficie del salar) hasta los 6.409 m snm (cumbre del Volcán Antofalla), en tan sólo
23 kilómetros de distancia horizontal. En el caso particular de la quebrada de Teben-
quiche Chico esta variación va desde los 3.300 m snm hasta los 5.837 m snm (Cerro Te-
benquiche) en 16 km de distancia horizontal. Dentro de este rango altitudinal se
pudieron definir cuatro microambientes ordenados altitudinalmente de abajo hacia
arriba: Salar de Antofalla, Suni, Puna y Janca (Figura 2).
Se ha propuesto en varias oportunidades que los límites para la agricultura en la
Puna de Atacama estaban fijados por su marcada aridez, el frío o por su gran eleva-
ción. Esto no es del todo correcto. Para el desarrollo exitoso de los cultivos es necesa-

FIGURA DOS
Perfil de la Sierra de Antofalla desde el salar de Antofalla, a la derecha, hasta el Cº Tebenquiche Chico, a la izquierda.
Obsérvese en la escala altitudinal el pronunciado desnivel entre los dos extremos. Se indica la situación altitudinal de las
cuatro zonas ambientales definidas. Cada barra en la escala horizontal equivale a 1000 m. Escala vertical exagerada x2.
84 // quesada . capítulo tres

ria la conjunción de al menos tres factores: suelos apropiados en cantidad y tipos de nu-
trientes y libres de químicos nocivos para el metabolismo de las plantas, humedad en
cantidad suficiente y en momentos oportunos, y temperaturas apropiadas. Estos reque-
rimientos, por supuesto, varían de acuerdo al tipo de cultivo. Pero lo importante aquí
es que el hombre, si bien puede controlar en algún grado los dos primeros, tiene mu-
chas menos posibilidades de manipular el tercero.
Ahora bien, ninguno de los cuatro ámbitos reúne simultáneamente las tres condi-
ciones señaladas arriba. Así, el fondo de cuenca, ocupado por el salar de Antofalla pa-
rece ser el ámbito menos propicio para la agricultura ya que no posee ninguno de ellos.
La suni, si bien cuenta con temperaturas y suelos aptos para el cultivo, reciben precipi-
taciones insuficientes y en un ritmo sumamente irregular. En la puna los suelos son
apropiados y las precipitaciones más abundantes y quizá más regulares. Sin embargo,
las temperaturas (principalmente las nocturnas) son extremadamente bajas. Por último,
la janca, recibe las más abundantes y regulares precipitaciones. Pero los suelos y las
temperaturas distan de ser las apropiadas. Esta situación muestra que el cultivo a secano
en Tebenquiche Chico y Antofalla no habría sido posible y además da cuenta del por-
qué de la irrigación. Dado que la temperatura puede ser modificada en un grado muy
reducido, las únicas alternativas viables son la irrigación y la preparación de los suelos.
En consecuencia, son las laderas bajas de suni los ámbitos más apropiados para el cul-
tivo. La irrigación fue la solución al problema de la discordancia espacial entre las tem-
peraturas apropiadas y la humedad necesaria en tanto que la preparación de los campos
de cultivo resolvió la discordancia entre estas dos y los suelos aptos para la agricultura.
Pero la misma dependencia de la irrigación es la causa de que no toda la faja de suni
posea el mismo potencial para la práctica de la agricultura. La ubicación de los acuífe-
ros es sumamente discontinua y en la suni se encuentran confinados al fondo de las
quebradas derivando agua desde la puna y janca. De modo que es al interior de las que-
bradas en donde se construyeron las estructuras de riego. Las distintas topografías de
las quebradas implicaron distintas posibilidades de diseños de redes de riego como
mostraré más adelante.

TEBENQUICHE CHICO
La orientación general de la quebrada de Tebenquiche Chico (Figura 3) se desvía ape-
nas unos grados del norte magnético. El arroyo que la recorre se origina en una serie
de manantiales u ojos de agua entre los 4220 y 3970 m snm, que se ubican en el inte-
rior de una gran cuenca imbrífera en los faldeos del cerro Tebenquiche. Los arroyos así
formados se van uniendo sucesivamente. Los dos últimos tributarios, uno procedente
del oeste y otro del este, se unen en el lugar llamado Las Juntas conformando un cauce
único que en adelante recorrerá el fondo de la quebrada hasta que se insume poco más
al sur del Puesto de Ceferino.
Teniendo en cuenta el relieve general de la quebrada se pueden distinguir dos sec-
tores bien diferenciados. Aguas arriba del cerro Bola los numerosos arroyos tributarios
han dado lugar a un relieve complejo surcado por pequeñas quebradas de fondo es-
trecho y laderas abruptas. Aguas abajo (hacia el sur) del cerro Bola, en cambio, la que-
brada se ensancha notablemente. Hacia el este se desarrolla una amplia terraza aluvial
de relieve muy uniforme. El arroyo circula casi toda la extensión de la quebrada por el
agricultura campesina en el área de antofalla // 85

FIGURA TRES

Vista en perspectiva hacia el norte de la quebrada de Tebenquiche Chico. Se indican las localidades mencionadas en
el texto. (La imagen de base fue tomada de Google Earth™).
86 // quesada . capítulo tres

fondo de un profundo cañadón delimitado por empinadas barrancas. Este permanece


adosado a la ladera oeste excepto por un corto tramo en el sector medio de la quebrada
donde se aleja de ella dando lugar a la formación de una estrecha franja de terraza alu-
vial hacia el oeste. En el interior del cañadón se desarrolla un nivel inferior de terraza
aluvial, que si bien no alcanza gran desarrollo, impone condiciones a la conducción del
agua.
Aunque el relieve es, en general, relativamente uniforme, a menor escala las ba-
rrancas del arroyo, los diferentes niveles de terrazas aluviales y una serie de pequeños
cañadones o huaicos matizan tal uniformidad. He seleccionado para esta investigación
un tramo de quebrada de Tebenquiche Chico de 3,62 km de longitud que se inicia en
el Ojo Chico (3970 m snm) hasta su insumisión en la boca de la quebrada (3556 m
snm). La superficie relevada equivale a 265,85 ha.

ANTOFALLA
La quebrada de Antofalla (Figura 4), recorrida por el arroyo homónimo, tiene una lon-
gitud de aproximadamente unos 18 km desde el manantial llamado Ojo Grande (4136
m snm), hasta su desembocadura en la orilla del salar de Antofalla, en el lugar llamado
“Baja l’agua” (3331 m snm). Se extiende por una zona deprimida entre los imponen-
tes complejos estratovolcánicos de Antofalla, al sur y Tebenquiche, al norte. En tal ubi-
cación recoge agua de las dos vertientes, sumándose al cauce principal el agua
procedente de los manantiales “Ojo Chico” (4084 m snm) y “Ojito de Encima de la
Cuesta” (3688 m snm), en la margen izquierda y “Aguas calientes” (3931 m snm) en la
margen derecha. El eje principal de la quebrada se orienta en dirección NO-SE, pero al
describir una marcada curva al sur en su tramo medio adopta un recorrido sinuoso.
Desde su nacimiento en Ojo Grande, hasta su desembocadura en Baja l’Agua, a una
distancia de unos 21,22 km, el arroyo desciende unos 805 m. Esto significa una pen-
diente promedio de 3,79%, aunque la pendiente es variable, alcanzando, en sectores
como La Cuesta, valores del 15%.
La quebrada es estrecha a lo largo de su recorrido, aunque se ensancha levemente
en el vallecito de Encima de la Cuesta y aguas abajo en la desembocadura donde se
ubica el poblado de Antofalla. Encima de la Cuesta es un pequeño valle atravesado por
el arroyo que ingresa a él por un angosto demarcado por abruptos riscos rocosos. Las
laderas, si bien de pendiente más moderada que el resto de la quebrada, son de super-
ficie irregular conformada por depósitos aluviales y eólicos intercalados con aflora-
mientos de rocas volcánicas y plutónicas.
El arroyo abandona el vallecito ingresando en otro angosto, no tan estrecho como el
anterior. En ese punto comienza el sector denominado La Cuesta. Allí, el fondo de la
quebrada cambia bruscamente la pendiente para descender 130 m en un recorrido de
poco más de 800 m. La pendiente se suaviza marcadamente en Pie de la Cuesta, un sec-
tor comprendido entre La Cuesta y la desembocadura de la Quebrada Seca, un tribu-
tario de caudal ocasional. El tramo de la quebrada de Antofalla comprendido entre la
desembocadura de la Quebrada Seca y el angosto aguas arriba de Encima de la Cuesta
es uno de los sectores en los cuales concentré la atención en esta investigación.
Poco antes de llegar al poblado de Antofalla, la quebrada, que hasta allí poseía un
perfil estrecho y de laderas empinadas, comienza a ensancharse dando lugar a la for-
agricultura campesina en el área de antofalla // 87

FIGURA CUATRO

Perspectiva de la quebrada de Antofalla vista hacia el noroeste. Se indican las localidades mencionadas en el texto. (La imagen de
base fue tomada de Google Earth™).
88 // quesada . capítulo tres

mación de un fondo relativamente plano formado por depósitos aluviales; en la des-


embocadura al salar de Antofalla alcanza ya los 620 m de ancho. Luego de la desem-
bocadura de la quebrada, los sedimentos transportados por el arroyo formaron un gran
cono aluvial denominado Campo de Antofalla. En general, la granulometría de los se-
dimentos superficiales del Campo de Antofalla es fina, aunque en pocos lugares hay de-
pósitos de clastos algo más grandes. El relieve del cono aluvial es también muy
uniforme, ambas características fueron aprovechadas por los campesinos locales para
desarrollar sus espacios de cultivo. La quebrada de Antofalla, desde poco más arriba
del poblado, y el Campo de Antofalla conforman otro sector donde focalizamos nues-
tra atención. El espacio intermedio entre ambos sectores de registro posee también evi-
dencias de redes de riego antiguas pero resultan menos claras y continuas. La sumatoria
de las superficies relevadas en ambos sectores de interés equivale a 327,07 ha.

LOS PAISAJES AGRARIOS DE TEBENQUICHE CHICO Y ANTOFALLA


Para satisfacer la propuesta metodológica que resumí unos párrafos atrás, gran parte del
trabajo debía orientarse a la comprensión de la estructura espacial de las áreas de pro-
ducción agrícola existentes en Tebenquiche Chico y Antofalla. Es decir, la definición de
las redes de riego. Esta tarea tiene, sin embargo, cierto nivel de complejidad ya que la
definición de los diseños de las redes de riego no es posible sólo mediante el registro
de sus componentes, sino que también debe establecerse la vinculación funcional entre
estos (Kirchner y Navarro 1996). Esta es una consideración metodológica fundamental
que guió el trabajo de campo y gabinete.
La reconstrucción teórica de las redes de riego requirió un cuidadoso y detallado re-
levamiento planialtimétrico de las estructuras arqueológicas. Sin embargo, dado el des-
igual estado de conservación y visibilidad de las estructuras de riego a lo largo del área
bajo estudio, el relevamiento topográfico de aquellos sectores en los cuales los canales
no eran visibles debió proceder con la misma calidad de observación que la aplicada en
los sectores en los cuales los canales sí lo eran; atendiendo especialmente a las pen-
dientes del terreno puesto que son la más importante vía para vincular aquellos seg-
mentos de la red que aparecen desvinculados.
Entonces, en términos de la práctica concreta tanto en el campo como en el gabinete,
los distintos componentes de las redes de riego se presentan como un gigantesco rom-
pecabezas cuyas piezas no coinciden exactamente. Debemos entonces arriesgar un di-
seño posible a modo de hipótesis y observar si este resulta confirmado por las
evidencias materiales. En este juego de interpretación mediada por el cuerpo, los obje-
tos y los instrumentos de relevamiento intervinieron activamente algunos jóvenes de la
comunidad de Antofalla que escrutaron el terreno con sus conocimientos campesinos
de manejo del agua y la tierra y beneficiaron enormemente la comprensión de los pai-
sajes agrarios.
Mediante esta metodología de campo y gabinete alcanzamos a relevar y definir 61
redes de riego en la quebrada de Antofalla, a las que se suman un gran número de redes
de riego destinadas al cultivo de la vega, y otras 53 redes de riego en la quebrada de Te-
benquiche Chico.
La variedad de topografías sobre las cuales estas redes de riego fueron construidas
tuvo como consecuencia que cada red de riego tenga una forma en planta particular. En
agricultura campesina en el área de antofalla // 89

Representación esquemática de redes de riego con diseño centrífugo, a


la derecha; y centrípeto, a la izquierda.
FIGURA CINCO
mi tesis doctoral describí con detalle cada una de ellas. Aquí, introduciendo un grado
de abstracción de las variaciones particulares puedo decir que las redes de riego del
área de Antofalla adoptaron los dos diseños básicos representados en la (Figura 5) que,
de acuerdo a la dirección hacia donde canalizan el agua en relación al acuífero, pueden
ser caracterizados como centrífugos y centrípetos (Quesada 2006).
Así, en las redes de riego de diseño centrípeto el agua tiende a regresar al acuífero
en tanto que en las de diseños centrífugos tiende a alejarse de él. Uno y otro diseño se
relacionan, en primera instancia, a topografías particulares. De tal modo, las redes de
riego de diseño centrípeto suelen ser más comunes en el interior de las quebradas, y
particularmente en sectores de pendientes fuertes en sentido transversal al arroyo. En
Tebenquiche Chico las redes de riego centrípetas son las que irrigaban el sector alto, al
norte del Cerro Bola y en la ladera occidental de la quebrada. En Antofalla, las redes de
riego de Encima de la Cuesta, La Cuesta y Pie de la Cuesta son exclusivamente de este
tipo. Pero en la desembocadura de la quebrada, en los alrededores del pueblo actual
también existen redes de riego centrífugas estando las centrípetas construidas sobre
ambas laderas. Las redes de riego de diseño centrífugo se asocian a relieves de pen-
dientes más suaves en sentido paralelo al arroyo. De tal suerte, este tipo de red de riego
fue la empleada para irrigar, en Tebenquiche Chico, la terraza aluvial superior al este del
arroyo. Los sectores de escasa pendiente en la desembocadura de la quebrada de An-
tofalla y el Campo de Antofalla también fueron irrigados por redes de riego centrífu-
gas. No es que las redes de riego centrípetas y centrífugas consistan en elecciones
técnicas alternativas. Por el contrario, en muchos casos se trata de recursos técnicos
complementarios en una misma red de riego. No es raro que distintas secciones de una
misma red de riego alternen entre centrífugas y centrípetas de acuerdo a la topografía
que atraviesan.
90 // quesada . capítulo tres

TRANSFORMACIONES
Estas redes de riego no corresponden al mismo momento histórico. Pero algunas de
ellas sí pudieron ser contemporáneas conformando diversos paisajes agrarios a través
del tiempo. Para caracterizar estos paisajes agrarios debí asignar cronología a las redes
de riego. Los métodos de datación absoluta, que son las principales herramientas de
asignación cronológica empleada por la arqueología, encuentran numerosas limitacio-
nes en su aplicación a los espacios de cultivo. La principal de ellas es la dificultad de ha-
llar muestras suficientemente confiables como para realizar el fechado. En esta
investigación, la cronología de construcción y uso de las redes de riego fue establecida
de acuerdo a la asociación de las estructuras agrícolas a otro tipo de artefactos que pu-
dieran proveernos una asignación temporal. El principal de ellos es la cerámica. De tal
modo, durante el relevamiento de las redes de riego recolecté fragmentos asociados a
las estructuras de riego o de cultivo. En otros casos fue posible vincular las redes de
riego a estructuras no agrícolas con cronología conocida ya por datación radiocarbónica,
ya por categorías cerámicas presentes. Este método de cronología relativa consiste en
asignar a la red de riego (o sección de la red de riego) la edad indicada por la categoría
cerámica más temprana hallada en asociación. Sin embargo, puesto que las redes de
riego pueden tener un período de vida útil muy prolongado, categorías cerámicas más
tardías podrían indicar hasta cuándo fueron empleadas o si fueron reutilizadas.
Para el período posterior a las guerras de independencia disponía de información
documental y procedente de nuestros trabajos arqueológicos en el Trapiche de Antofa-
lla y la instalación minera de Volcancito (Haber 1999, Haber et al. 2002 y Haber y Que-
sada 2004), activos a mediados del s. XIX. Para el siglo XX contaba con fotografías de
Antofalla y Tebenquiche Chico tomadas por V. Weiser en 1923 y de Antofalla tomadas
por L. Catalano poco tiempo después (Catalano 1930). Disponía también de las foto-
grafías aéreas tomadas en el marco del Plan Cordillera Norte, que fue ejecutado por la
Secretaría de Minería de la Nación entre 1966 y 1970. Esta secuencia fotográfica per-
mitió elaborar una secuencia de construcción de espacios agrícolas a lo largo del siglo
pasado, la cual fue confrontada y complementada con la historia oral de los comune-
ros de Antofalla.
Resumiré la secuencia resultante de la siguiente manera: conocemos que, a partir de
mediados del siglo III d.C., o quizá antes, y hasta los siglos VII u VIII, se construyó en
Tebenquiche Chico un importante número de viviendas agrupadas en tres conjuntos,
o aldeas, en los sectores alto, medio y bajo de la quebrada. Junto con las casas, se co-
menzó a confeccionar una larga serie de redes de irrigación que en conjunto alcanza-
ron a regar prácticamente todo el fondo de la quebrada y buena parte de las laderas, lo
cual comprendió una superficie de aproximadamente 186 ha (Quesada et al. 2006). Es
posible que aproximadamente a partir del siglo VIII d.C. los sectores alto y bajo de la
quebrada de Tebenquiche Chico hayan quedado en desuso tanto para producción como
para vivienda. Sin embargo, el sector medio permanece claramente ocupado hasta mo-
mentos próximos al siglo XII d.C., cuando son abandonados y no serán reocupados
sino hasta el período colonial temprano o hispano-indígena de los siglos XVI y XVII. En
este momento se reocupan casi todas las viviendas abandonadas desde comienzos del
segundo milenio d.C. en los sectores medio y bajo de Tebenquiche Chico y se ponen en
producción las secciones iniciales de las redes de riego vinculadas a estas. Tras ello, la
agricultura campesina en el área de antofalla // 91

quebrada sufre una nueva desocupación hasta mediados del siglo XX cuando se cons-
truyen una serie de pequeñas redes de riego que aún permanecen activas.
En la quebrada de Antofalla también se verifica un momento de máxima expansión del
espacio irrigado durante el primer milenio d.C. Tanto en Encima de la Cuesta, La Cuesta y
Pie de la Cuesta, como en Antofalla se construyeron un importante número de redes de
riego. También corresponde a este momento el amplio sector agrícola de Campo de Anto-
falla.
Luego del siglo VIII se produjo en Encima de la Cuesta un incremento en la cons-
trucción de viviendas en sectores elevados en las laderas. En Pie de la Cuesta es posi-
ble notar la ampliación del número de viviendas, pero no hay evidencias claras de un
proceso similar en cuanto al espacio agrícola. Por su parte, el registro de Antofalla no
proporcionó indicios de cambios marcados en los espacios de vivienda, ni en los espa-
cios de cultivo en relación a momentos anteriores al siglo VIII.
Durante el período Tardío o de Desarrollos Regionales (siglos X a XV) se nota una
marcada reducción del paisaje agrario. En Encima de la Cuesta sólo un pequeño sector
permanece bajo cultivo al tiempo que La Cuesta y Pie de la Cuesta son desocupados.
En Antofalla quedan en desuso las extensas redes de riego de Campo de Antofalla y las
ubicadas en el fondo de la quebrada, permaneciendo ocupados algunos núcleos resi-
denciales y redes de riego en las laderas este y oeste.
Durante el período Inca se nota el comienzo de un leve proceso expansivo. Todas las
viviendas que registran ocupación durante el Tardío/Desarrollos Regionales continúan
ocupadas. Pero además, en Antofalla, se reocupan algunas viviendas del sector de la
ladera este que habían permanecido abandonados desde alrededor el siglo XII, que a
su vez permanecen ocupadas durante el colonial temprano, momento en que se agrega
una pequeña red de riego en la ladera este.
Durante el siglo XVIII y quizá la primera mitad del XIX se verifica un nuevo proceso
de retracción del paisaje agrario. El pequeño valle de Encima de la Cuesta, que había es-
tado poblado y bajo cultivo desde comienzos del primer milenio, es por primera vez
abandonado. La población se concentra en Antofalla, más precisamente en la desem-
bocadura de la quebrada.
Finalmente, desde mediados del siglo XIX comienza un nuevo proceso de expan-
sión agrícola a partir de la instalación del trapiche de Antofalla y un potrero poco más
al sur. Este proceso continúa hasta la actualidad con la reocupación de Encima de la
Cuesta y Pie de la Cuesta.
Para resumir la secuencia podemos decir que el paisaje agrícola en el área de Anto-
falla alcanzó su máxima expansión en algún momento del primer milenio d.C., proba-
blemente antes del siglo VIII. Los períodos Tardío e Inka corresponden a un momento
de fuerte retracción del espacio irrigado. Durante el colonial temprano se verifica una
marcada recuperación agrícola y demográfica. En el siglo XVIII y posiblemente los co-
mienzos del XIX el espacio agrícola sufre un nuevo proceso de retracción alcanzando
sus niveles más bajos. Finalmente, desde mediados del siglo XIX se nota un progresivo
aumento de la superficie de cultivo que indica un periodo de expansión que dura hasta
el día de hoy.
92 // quesada . capítulo tres

CONTINUIDADES
Ahora bien, la secuencia de ocupación-desocupación que acabo de presentar, si bien in-
forma acerca de tendencias de largo plazo de los paisajes agrarios, nos deja aún lejos de
los contextos de la práctica del trabajo agrícola, que es donde creo que debemos bus-
car aquellos elementos que nos informen de las relaciones sociales de producción. Pero
podemos de todos modos aproximarnos a estos procesos de trabajo desde el análisis del
diseño de las redes de riego. Presenté algunos aspectos de lo que sigue en un trabajo
anterior (Quesada 2006), pero el avance de la investigación me permitirá aquí retomar
esta discusión con más detalle, incluir la quebrada de Antofalla y considerar períodos
históricos distintos al Formativo.
En primer lugar, explorando las posibles formas de expansión del espacio agrícola,
debemos notar que la gran cantidad de redes de riego informan de un espacio agrícola
altamente segmentado en redes de riego independientes. En su momento de máxima
expansión, en algún momento quizá a mediados del primer milenio pudieron estar en
uso al menos 79. Esto indica que el paisaje agrario se amplió mediante la agregación de

FIGURA SEIS
Esquema hipotético de crecimiento modular mediante la agregación de redes de riego.

redes de riego. En tal caso tendríamos identificado un primer proceso de ampliación que
es la agregación de redes de riego (Figura 6).
La extensión de las redes de riego es verdaderamente variable con superficies que
fluctúan entre unos pocos metros cuadrados hasta algo más de 60 has. Establecer co-
rrelaciones entre el tamaño de la red de riego y la unidad social que se ocupaba de ella,
como suele hacerse desde el modelo neoevolucionista nos pondría, sin embargo, en
una perspectiva engañosa pues es posible identificar un segundo proceso de creci-
miento modular. Independientemente de la extensión total de cada red de riego, en
ningún caso el canal principal recorre una gran longitud sin que de él se desprenda una
derivación secundaria para irrigar un conjunto de parcelas. De este modo, cada red
pudo haber incrementado secuencialmente su perímetro de riego por medio de una
corta prolongación del canal principal y una derivación secundaria (Figura 7). Se trata
de un proceso de crecimiento mediante la agregación de módulos funcionales míni-
mos. Cada uno de estos módulos agregados pudo estar disponible para su cultivo en un
plazo de tiempo corto, quizá una temporada anual de cultivo. He medido el tamaño de
agricultura campesina en el área de antofalla // 93

FIGURA SIETE

Esquema hipotético de crecimiento modular


mediante la agregación de unidades funcio-
nales mínimas.

estos módulos, tanto de la longitud de los canales como de la superficie agregada en cada
evento constructivo y he encontrado que esos tamaños son por lo general menores que
las que realizan las unidades domésticas actuales5 y por lo tanto que pudo no haber ex-
cedido las posibilidades de organización y movilización de fuerza de trabajo familiar. Aún
cuando es posible que existieran formas de trabajo corporativo que hayan involucrado a
grandes grupos de trabajadores coordinados a nivel supradoméstico, no es necesario pos-
tular su existencia para explicar el paisaje agrícola de Tebenquiche Chico y Antofalla.
Sin embargo, queda por demostrar que las redes de riego con diseño modular efec-
tivamente fueron construidas de forma paulatina y no mediante un único evento cons-
tructivo. Para ello resultó útil intentar reconstruir la secuencia constructiva de algunas
redes de riego según las relaciones de superposición que pueden ser observadas y otras
características de sus diseños. El sector del Campo de Antofalla fue particularmente in-
teresante no sólo por la buena visibilidad de las estructuras agrícolas, sino también por-
que a primera vista se presentaba como un parcelamiento sumamente regular. Ello
invitaba a considerarlo como la realización práctica de un diseño elaborado previa-
mente, más propio de un evento único de construcción con una coordinación centra-
lizada del trabajo que de pequeños eventos constructivos, en muchos casos
desvinculados unos de otros y dispersos en un largo período. Sin embargo, fue posible
notar que la primera red de riego construida fue la 54 que se expandió no sólo me-
94 // quesada . capítulo tres

FIGURA OCHO
Secuencia hipotética de expansión del paisaje agrícola en el Campo de Antofalla
agricultura campesina en el área de antofalla // 95

diante la prolongación del canal principal, sino mediante la prolongación de sus cana-
les secundarios motivo por el cual estos alcanzaron una gran longitud (Figura 8a). Pos-
teriormente se agregaron las redes de riego inferiores, cuyos canales principales
intersectaron los canales secundarios de la 54 incorporándolos y, eventualmente, agre-
gando algún otro en una posición intermedia a los ya existentes (Figura 8b). Al parecer
esto sucedió antes de que la red de riego 54 alcanzara su máxima extensión, ya que los
canales secundarios de esta red ubicados más al este, no suelen coincidir con los de las
redes inferiores. Lo mismo sucede con las demás redes de riego que se ubican más
abajo, lo que sugiere que a partir de ese momento las redes de riego se expandieron
de forma independiente (Figura 8c).
La secuencia presentada es de carácter hipotético. No podría asegurar, por ejemplo,
si las redes de riego construidas más abajo de la 54 fueron agregadas simultáneamente.
Pero algunos indicios podrían indicar que no se expandieron a la misma velocidad. Po-
demos observar esto en el siguiente caso. Al parecer las redes de riego 58 y 59 se ex-
pandieron hasta determinado punto sin que hubiera superposiciones entre ellas (Figura
9a). Sin embargo, el crecimiento de la red de riego 59 se detuvo y a partir de allí se pro-

FIGURA NUEVE
Secuencia hipotética de expansión de las redes de riego 58, 59 y 60 de Antofalla.
96 // quesada . capítulo tres

longaron los canales secundarios de la red 58 para irrigar el sector que hubiera que-
dado en el perímetro de riego de la 59 si esta hubiera continuado expandiéndose (Fi-
gura 9b). Estos canales secundarios muy prolongados fueron luego intersectados por el
canal principal de la red de riego 60, que cambia bruscamente su trazado disminuyendo
la pendiente para avanzar sobre el terreno no aprovechado por la red de riego 59, incor-
porando de esa forma los extremos distales de esos canales secundarios (Figura 9c). Luego
las redes de riego 58 y 60 continuaron ampliándose sin volver a contactarse (Figura 9d).
Esta secuencia constructiva con discontinuidades, cambios de dirección y de pen-
diente de canales principales, intersecciones de canales principales y secundarios y su-
perposiciones de perímetros de riego, no condice con un único proceso constructivo
planificado y coordinado centralmente. Por el contrario, en algunos casos evidencia de-
tenciones del proceso constructivo, diferentes ritmos de crecimiento en otros y segura-
mente numerosas instancias de conflicto y negociación entre los usuarios de las redes
de riego. Estas situaciones son más fácilmente observables en el Campo de Antofalla,
pero también están presentes en las relaciones entre algunas redes de riego de Teben-
quiche Chico. Por otro lado, el diseño modular de las redes de riego se mantuvo a lo
largo del tiempo y conocemos que las redes de riego recientes, aún en uso, se amplia-
ron mediante el proceso de agregación de pequeños módulos indicando que la mecá-
nica del proceso de expansión del paisaje agrícola se mantuvo en el tiempo.
¿Qué implicancias tiene una y otra forma de ampliación del paisaje agrícola en re-
lación a la gestión del riego? Si bien tanto el proceso de crecimiento de las redes de
riego como el de agregación de redes de riego pudo proceder en la práctica a través de
la construcción de uno, o unos pocos pequeños módulos mínimos, las consecuencias
de uno y otro proceso son diferentes. En tanto que cada módulo mínimo agregado a una
red de riego es necesariamente dependiente de eventos constructivos anteriores, no
sucede lo mismo con la agregación de las redes de riego que son funcionalmente in-
dependientes de otras redes de riego. Esto significa que los procesos de crecimiento de
las redes de riego favorecen la centralización técnica, en tanto que los procesos de agre-
gación de redes de riego favorecen la descentralización puesto que implican una seg-
mentación del espacio en unidades productivas funcionalmente autónomas. Esto no
es una mera abstracción analítica, sino un principio que los comuneros de Antofalla co-
nocen y tienen en consideración al momento de definir sus estrategias de producción.
En la historia de los paisajes agrarios de Antofalla coexistieron ambos procesos, y aún lo
hacen.
A lo largo del siglo XX y lo que va del presente, se produjo un proceso de expansión
del espacio agrícola que comenzó con la ampliación de la red de riego 42 a partir de
las instalaciones del Trapiche de Antofalla. De tal modo, la red de riego 42 integró fun-
cionalmente mayor cantidad de dispositivos y espacios agrícolas volviéndose progresi-
vamente más centralizada (Figura 10). Hasta la década de 1960 sólo tres familias
usufructuaban la red de riego 42. Cuando los hijos de estas familias formaron sus pro-
pios hogares se incrementó el número de unidades domésticas que requerían de agua
para sus cultivos.
Una consecuencia de este proceso demográfico fue que los turnos de riego rotativos
se hicieron más espaciados. Debido al sistema de reparto del agua, algunas familias
quedaron en posición desventajosa en relación a otras y en general todas se quejan de
agricultura campesina en el área de antofalla // 97

la lenta cadencia de los turnos de riego. Una estra-


tegia empleada por estas familias para mejorar sus
condiciones de acceso al agua fue construir y cul-
tivar una serie de otras redes de riego río arriba por
la quebrada de Antofalla y en Tebenquiche Chico,
y también en otras quebradas del salar, algunas
bastante alejadas. Todas estas redes se encuentran
técnicamente desvinculadas entre sí y, claro está,
de la red de riego 42, conformando un complejo al-
tamente descentralizado. Todos los campesinos
coinciden en que de esa forma ganan autonomía
en cuanto a la frecuencia del riego. En tanto que en
la red de riego 42 el acceso al agua de cada unidad
doméstica se encuentra altamente restringido por
el sistema de turnos, en las otras redes de riego se
practica la“toma libre”donde el campesino accede
a voluntad al agua.
Al parecer, a lo largo de la historia de Antofalla
Áreas agrícolas irrigadas por la red de riego 42 de Antofalla en torno al poblado actual. Fotografía de Enrique Moreno.

y Tebenquiche Chico existió una marcada tenden-


cia a limitar el grado de centralización del paisaje
agrario, manteniendo siempre un alto grado de
segmentación técnica del espacio agrícola.Ya vimos
como durante el primer milenio en el Campo de
Antofalla se produjo un proceso de fragmentación
de la extensa red de riego 54 en varias redes de
riego pasando así de una red centralizada a un
complejo descentralizado. La ocupación agrícola
de los demás sectores de la quebrada de Antofalla
durante el primer milenio aparecen desde el prin-
cipio como complejos descentralizados. También el
paisaje agrario de los períodos Tardío, Inka, Colo-
nial y Republicano hasta mediados del siglo XIX,
parece ser mejor conceptualizado como un com-
plejo descentralizado.
En Tebenquiche Chico ninguna red de riego al-
canzó a integrar funcionalmente superficies tan ex-
tensas como la de la red de riego 54 ni las demás
redes contemporáneas del Campo de Antofalla.
Aunque menos nítidamente, pueden observarse en
Tebenquiche Chico algunos casos en los cuales
parte de la superficie irrigada por una red de riego
fue capturada por otra red de riego mediante la
construcción de un canal principal. Tal es el caso de
FIGURA DIEZ

la red de riego 6 que incorporó a su infraestructura


los extremos inferiores de los canales secundarios
98 // quesada . capítulo tres

de la red de riego 7 y parte de la superficie que esta irrigaba. El mismo proceso es visi-
ble en el caso de las redes de riego 49 y 51. Con todo, el proceso de descentralización
en Tebenquiche Chico parece ser, entonces, menos intenso, probablemente porque el
espacio agrícola se presenta allí como un complejo descentralizado desde el inicio
mismo de la ocupación.
La autonomía en el acceso al agua implicada en la autonomía en el uso de los dis-
positivos de riego es algo deseado por las familias campesinas de Antofalla y si la seg-
mentación técnica del espacio agrícola es expresión de esa apropiación doméstica,
entonces podemos aceptar que la marcada descentralización de los paisajes agrarios
de Antofalla y Tebenquiche Chico podría ser la expresión de la baja escala de las uni-
dades sociales de apropiación de la tierra.
También podría ser posible interpretar la fuerte vinculación espacial de las unidades de
viviendas individuales con las redes de riego como otra forma de expresión de esta
apropiación doméstica. Tanto en Tebenquiche Chico como en Antofalla es posible notar
el predominio de una modalidad de asentamiento donde a cada casa se asocia una red
de riego estando la casa frecuentemente a pocos metros del trazado del canal principal
de la respectiva red. Esta modalidad, que llamé A para distinguirla de otras modalida-
des de vinculación entre casas y redes de riego (B, C y D), es holgadamente preponde-
rante a lo largo de todos los períodos considerados en esta investigación (ver el otro
trabajo de mi autoría publicado en este volumen para un desarrollo más extenso de
este argumento).
Ahora bien, aunque la escala de los agregados modulares es ciertamente modesta,
el resultado final de tales agregados conformó, tanto en Antofalla como en Tebenqui-
che Chico, complejos hidráulicos de dimensiones notables y, en apariencia, despro-
porcionados en relación a la escala doméstica que estamos sosteniendo como principal
escala de gestión. Esta apariencia se agudiza entre los siglos II y XII, cuando el paisaje
agrícola alcanza su máxima expansión. Tal situación podría hacernos pensar que en
algún momento el tamaño alcanzado por el espacio irrigado habría superado las posi-
bilidades de gestión y control de las unidades domésticas. Sin embargo, es posible sos-
tener para este mismo período la existencia de una combinación de regímenes intensivo
y extensivo organizado espacialmente como el cultivo a modo de huerta de las parce-
las con pared de piedra, bien niveladas y despedradas en proximidades de las casas y
el cultivo bajo un sistema de barbecho sectorial de otras parcelas sin pared, estas con
menor inversión de trabajo en su preparación, en sectores más alejados, dentro de la
misma red de riego y en otras redes de riego. La marcadamente mayor cantidad de
fragmentos de hojas líticas de palas en las parcelas próximas a la casas podría indicar
que estar fueron cultivadas más intensamente. De modo que en cada ciclo anual se ac-
tivaban pequeñas secciones de los complejos hidráulicos, permaneciendo inactiva la
mayor parte de los mismos. De ser así, la escala de la superficie irrigada y la porción de
red o redes de riego que cada unidad doméstica puso en uso y debió mantener en un
momento determinado era sólo una fracción de la totalidad de la superficie con posi-
bilidades de riego y de la extensión total de los canales existentes.
Esta forma de estructuración espacio-temporal del ciclo agrícola no tiene correlatos
en períodos posteriores, sino hasta mediados del siglo XIX, pero con diferencias nota-
bles. En los períodos Tardío, Inca y Colonial el paisaje agrario del área de Antofalla sufre
agricultura campesina en el área de antofalla // 99

cambios notables, no sólo por la marcada reducción de la superficie agrícola, sino por-
que desaparece la distinción entre las categorías de parcelamiento que tan claramente
daban forma y temporalidad a la agricultura del primer milenio. Parece desaparecer el
espacio de menor intensidad agrícola, y el cultivo en estos períodos queda confinado a
las áreas adyacentes a las casas. Sólo son puestas en producción las parcelas con pared
de piedra cuando ya predataban del primer milenio d.C., como en algunas redes de
riego de Encima de la Cuesta, que permanecieron en uso durante el período Tardío
hasta el Colonial temprano, o las parcelas próximas a las casas de Tebenquiche Chico,
reutilizadas durante el período Colonial temprano. En las redes de riego que fueron
construidas durante estos períodos no suele emplearse esta técnica constructiva, sin
embargo, las parcelas aparecen bien elaboradas, o al menos cuidadosamente despe-
dradas. El reducido tamaño de las redes de riego o espacios destinados al cultivo, po-
dría indicar que las parcelas eran cultivadas con bastante continuidad, o al menos con
cortos períodos de descanso. Al parecer, entre los siglos XIII y mediados del XIX, el ciclo
agrario de los campesinos de Antofalla y Tebenquiche Chico, sólo involucró el cultivo a
modo de huerta de las parcelas próximas a las casas mediante la reactivación de viejas
parcelas con pared de piedra o la construcción de nuevas, estas sin pared, pero cuida-
dosamente despedradas.
El cultivo extensivo vuelve a ser puesto en práctica recién a partir de mediados del
siglo XIX con la introducción de la Alfalfa en el marco de un breve período de vincula-
ción de la Puna de Atacama a las redes de circulación mercantil, combinado, entonces,
con los regímenes más intensivos de los cultivos chicos (maíz, papas, habas, etc.) y la
hortaliza (huertos próximos a las casas donde se cultiva principalmente verduras de
hoja y flores). Hasta hoy estas categorías agrícolas son gestionadas a nivel familiar.
Esta baja escala de gestión es también posible debido al establecimiento de un ca-
lendario agrícola escalonado y flexible, que distribuye en el tiempo los momentos de
mayor inversión de trabajo, principalmente la siembra y la cosecha, con lo cual se dis-
minuye las probabilidades de que en un momento en particular se concentren las ac-
tividades agrícolas superando la fuerza de trabajo y la capacidad de organización
familiar. Conocemos que el calendario vigente en la actualidad en Antofalla tiene estas
características, pero muy poco sabemos de los empleados en la antigüedad. Sin em-
bargo, se está recuperando cada vez más evidencia que sugiere, en contra de lo que ge-
neralmente se sostiene, que la agricultura puneña pudo, en tiempos prehispánicos,
involucrar una importante variedad de cultígenos (Babot 2004; Oliszewski y Olivera
2009), lo cual es requisito para una programación laboral como la actual. Esto quiere
decir que también en el pasado se pudo haber implementado calendarios agrícolas es-
calonados y flexibles capaces de distribuir el trabajo en el tiempo.

CONCLUSIONES
El análisis del diseño de las redes de riego permitió identificar una serie de elementos cons-
titutivos del paisaje agrario que ponen de manifiesto que las familias, como unidades de
producción, pudieron mantener un elevado grado de autonomía en relación a la gestión
de los espacios de cultivo. La marcada segmentación del paisaje agrícola en unidades téc-
nicamente independientes, la diseminación de los procesos de trabajo en el espacio y en
el tiempo mediante formas de expansión modular del espacio de cultivo, la combinación
100 // quesada . capítulo tres

de regímenes de cultivo intensivos y extensivos, calendarios agrícolas escalonados y flexi-


bles, fueron parte de las estrategias mediante las cuales esa autonomía fue posible.
En el largo término, las familias campesinas de Antofalla, articularon hábilmente sus
economías domésticas con sus propias condiciones comunales y con entidades políti-
cas y económicas extrapuneñas a lo largo de la historia. De ese modo mantuvieron casi
permanentemente la autonomía de gestión y un margen de negociación, al tiempo que
se vinculaban ventajosamente (o menos desventajosamente) a las nuevas estructuras
políticas y económicas que tomaban forma más allá y a través del desierto. La tecnolo-
gía agrícola no fue ajena a este proceso, por el contrario, fue parte importante de las es-
trategias sociales desarrolladas por los campesinos locales para mantener el control
sobre los procesos productivos. A lo largo de la historia de los dos últimos milenios se
produjeron, en ocasiones, marcadas modificaciones en los paisajes agrarios del área de
Antofalla que serían la expresión espacial de correspondientes cambios en los proce-
sos de trabajo agrícolas. Pero lo destacable es que en el marco de procesos de expan-
sión y retracción del paisaje agrícola, de cambios en las intensidades del cultivo, de
introducción de nuevas técnicas, herramientas y cultígenos, la gestión de la tecnología
agrícola se mantuvo siempre a muy baja escala. En ningún momento de la historia
abordada en esta investigación se advierte que la tecnología agrícola y su empleo o ad-
ministración hayan superado las posibilidades de las unidades domésticas o, en algu-
nos aspectos, la comunidad local.
La vinculación de las familias campesinas del área de Antofalla con entidades polí-
ticas poderosas - señoríos extrapuneños, el imperio Inca, la economía mercantil colo-
nial y de épocas republicanas tempranas, las empresas que dieron forma al ciclo minero
de la plata en la Puna de Atacama a mediados del siglo XIX entre otras-, no significó la
resignación de la autonomía sobre la producción agrícola, como predicen, en cambio,
los modelos teóricos neo-evolucionista y de los enclaves. Sin embargo, muy poco de
esto puede ser observado por fuera de las prácticas campesinas y en particular de los
procesos de trabajo agrícola, donde las agencias de las diversas entidades y escalas so-
ciales se cruzan, niegan y reproducen. Por esa senda nos lleva el análisis del diseño de
las redes de riego. Prestando atención a los contextos de la práctica, los campesinos
puneños dejan de ser un mero telón de fondo sobre el cual el poder deja su impronta
para transformarse en protagonistas de la historia. Tal vez así, podamos ver la infinidad
de matices que las estrategias locales de reproducción social superponen al panorama
uniforme de la historia regional que la arqueología, la antropología y la historia han
modelado, imagen en la cual sólo las entidades políticas extrapuneñas (señoríos, esta-
dos, imperios) son representadas.

AGRADECIMIENTOS Muchas personas e instituciones apoyaron de distinta ma-


nera la investigación de los paisajes agrarios del área de Antofalla. Quiero
agradecer especialmente a Alejandro Haber y Gustavo Politis, Director y Co-
director de tesis. Durante los cuatro años que duró la elaboración de la tesis
gocé de una beca doctoral otorgada por el Consejo Nacional de Investiga-
ciones Científicas y Técnicas con lugar de trabajo en la Escuela de Arqueo-
logía de la Universidad Nacional de Catamarca. La investigación se
desarrolló en el marco de los Proyectos de Investigación Estudio Arqueoló-
agricultura campesina en el área de antofalla // 101

gico de los Límites Agrícolas de los Oasis de Antofalla (SECyT - UNCa),


PICT 2002 Arqueología e Historia de la Puna de Atacama (ANPCyT), diri-
gidos por A. Haber; y Paisajes Agrarios en el Área de Antofalla. Procesos de
Trabajo y Escalas Sociales de la Producción Agrícola (SECyT - UNCa) diri-
gido por mi. Pablo Aroca, Luciana Carunchio, Ulises Coria, Leandro
D´Amore, Marcos Gastaldi, Gabriela González, Gabriela Granizo, Carolina
Lema, Mabel Mamani, Soledad Meléndez, Fernanda Minotto, Enrique Mo-
reno, Claudio Revuelta, David Rosetto, Natalia Sentinelli y Ana Vargas par-
ticiparon en los trabajos de campo que produjeron la información
presentada aquí. Agradezco enormemente el esfuerzo y la buena voluntad
que pusieron para llevar adelante el trabajo y los enriquecedores diálogos
que mantuvimos en el campo. También participaron Miguel, Olguita, Zu-
lema e Isidro Ramos y Javier Alancay de la Comunidad de Antofalla. Los
menciono aparte para destacar lo importante que resultó su mirada cam-
pesina para la comprensión de los paisajes agrarios. Agradezco también a
Mariana Maloberti por ocuparse de revisar el borrador final. Este artículo
debe su existencia a la amable insistencia e infinita paciencia de Alejandra
Korstanje. Las interpretaciones vertidas en este trabajo son de mi exclusiva
responsabilidad I

// ANEXO 01 //

ESTRUCTURA DEL MANUSCRITO ORIGINAL DE LA TESIS DOCTORAL: PAISAJES AGRARIOS DEL ÁREA DE ANTOFALLA.
PROCESOS DE TRABAJO Y ESCALAS SOCIALES DE LA PRODUCCIÓN AGRÍCOLA. (PRIMER Y SEGUNDO MILENIOS
D.C.).

CAPÍTULO I // PLANTEO DEL PROBLEMA // págs. 7-24


Modelos teóricos. El modelo evolucionista. El modelo neo-evolucionista. El modelo de los enclaves.
¿Cómo se miden las variables relevantes? Apuntes para una arqueología del campesinado.

CAPÍTULO II // EL DISEÑO DE LAS REDES DE RIEGO // págs. 25-38


Fuerza de trabajo. Relaciones de propiedad. Objetivos de producción. La estructura espacial y temporal
de las prácticas agrícolas.

CAPÍTULO III // METODOS Y TÉCNICAS DE REGISTRO DE CAMPO Y GABINETE // págs. 39-52


El Relevamiento del Sitio, el sitio del relevamiento

CAPÍTULO IV // EL AMBIENTE A ESCALA REGIONAL Y LOCAL // págs. 53-70


El Ambiente a escala regional. El ambiente a escala local. Paleoambiente. ENSO (Oscilación Meridional
El Niño). Geología y geomorfología.

CAPÍTULO V // COMPONENTES DE LAS REDES DE RIEGO // págs. 71-90

CAPÍTULO VI // REDES DE RIEGO DE TEBENQUICHE CHICO // págs. 91-216


Redes de riego de Tebenquiche Chico

CAPÍTULO VII // REDES DE RIEGO DE ANTOFALLA // págs. 217-334


Redes de riego de antofalla. Riego de la vega
102 // quesada . capítulo tres

CAPÍTULO VIII // LOS PAISAJES AGRARIOS DEL ÁREA DE ANTOFALLA // págs. 335-384
Cronología de las redes de rego. Tebenquiche chico. Encima de la cuesta, La cuesta y pie de la
cuesta. Antofalla. Relatos de viajes, fotografías y tradición Oral. Los paisajes agrarios del area de
Antofalla.
CAPÍTULO IX // EL DISEÑO DE LAS REDES DE RIEGO Y LAS ESCALAS SOCIALES DE LA PRODUCCIÓN AGRÍCOLA
// págs. 385-444
Expansión del paisaje agrario. Centralización de la gestión del riego. Casas, aldeas y canales. Prác-
tica y representación. Herramientas y materiales agrícolas. Estructura del ciclo agrícola. Regímenes
de cultivo. Calendario agrícola. Relaciones de producción extrafamiliares.

CAPÍTULO X // EL PAISAJE AGRARIO EN EL LARGO TÉRMINO Y LA ARTICULACIÓN REGIONAL // págs. 445-470


Complejidad. Señoríos e imperios. La frontera. Los potreros y la articulación colonial. La expansión
de las relaciones capitalistas. La minería de la plata en el área de Antofalla. Alfa.

CONCLUSIÓN // págs. 471-474

3
NOTAS: Se trata del trabajo ya citado publicado en 1955.
1 4
Paisajes Agrarios en la Puna de Atacama. Procesos de Tra- “Toda producción es apropiación de la naturaleza por parte
bajo y Escalas Sociales de la Producción agrícola (primer y del individuo en el seno y por intermedio de un forma de so-
segundo milenios d.C.). ciedad determinada” (Marx 1984 [1857]).
2 5
Aunque siempre estuve tentado a creer que cuando Weiser Aunque son datos muy valiosos, sería muy largo detallar aquí
expresaba en su libreta de campo que “Tebenquicho Grande y los resultados de la medición de la productividad del trabajo
Chico valen según mi opinión, de ser estudiados más prolijio” de las unidades domésticas campesinas actuales que sirvió
lo hacía pensando también en las estructuras de cultivo que como valor de referencia para interpretar la escala de equiva-
tenía ante su vista. Pero eso no es más que una conjetura. lentes arqueológicos.

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104 // tchilinguirian y olivera . capítulo cuatro

04AGRICULTURA,
AMBIENTE Y
SUSTENTABILIDAD
AGRÍCOLA EN EL
DESIERTO: EL CASO
ANTOFAGASTA
DE LA SIERRA

(PUNA ARGENTINA, 26ºS)


PABLO TCHILINGUIRIAN1 Y DANIEL E. OLIVERA2
1
CONICET - Instituto Nacional de Antropologia y Pensamiento Latinoamericano
(INAPL). Universidad de Buenos Aires. paulianptchil@yahoo.com.ar
2
CONICET - Instituto Nacional de Antropologia y Pensamiento Latinoamericano
(INAPL). Universidad de Buenos Aires. deolivera@gmail.com
agricultura, ambiente y sutentabilidad agricola en el desierto: el caso antofagasta de la sierra // 105

INTRODUCCIÓN
El presente trabajo tiene como objetivo describir y evaluar los aspectos del medio am-
biente actual y pasado en relación con la ocupación cultural, especialmente referida a
las actividades agrícolas en la cuenca del río Punilla, Departamento de Antofagasta de
la Sierra, Catamarca (26º S, 67.5º O). Los resultados del trabajo indican la existencia de
alrededor de 560 Ha de cultivo irrigados por una compleja red de canales de riego que
fueron construidos en diferentes sectores de la cuenca. Las reservas hídricas actuales
permiten un riego potencial de 630 ha, sin embargo los cultivos actuales cubren 80 ha,
es decir que se utiliza el 14% del terreno ocupado por los sistemas arqueológicos. Nues-
tro interés es analizar el posible funcionamiento de los antiguos sistemas agrícolas, su
filiación cronológico-cultural y si el abandono de los campos arqueológicos estuvo aso-
ciado a un cambio en las reservas
hídricas, relacionado a la evolución
climática, o a eventos del proceso
histórico-social de la región. Final-
mente, realizamos algunas observa-
ciones sobre el posible impacto que
tiene en el ambiente la agricultura
practicada en el desierto.

ÁREA DE ESTUDIO
Los campos de cultivo arqueológi-
cos se ubican en las cercanías de la
localidad de Antofagasta de la Sie-
rra (3800 m), situada en la Puna
Austral Argentina (26ºS, 67.5ºW). Se
identificaron seis conjuntos de cam-
pos de cultivo arqueológicos: Fondo
de Cuenca (Bajo del Coypar),
Campo Cortaderas, Corral Grande,
Punta Calalaste, Miriguaca, Paicuqui
- Curuto, Las Pitas (Figura 1).

FIGURA UNO

ÁREAS DE CULTIVO ARQUEOLÓGICAS, HIS-


TÓRICAS Y ACTUALES.

1) Fondo de Cuenca (Bajo del Coypar)


2) Campo Cortaderas
3) Corral Grande
4) Punta Calalaste
5) Miriguaca
6) Paicuqui-Curuto
7) Las Pitas
106 // tchilinguirian y olivera . capítulo cuatro

MÉTODO DE TRABAJO
El desarrollo del presente estudio consistió en varias etapas. En primer lugar se identificaron
y cartografiaron los campos de cultivo y canales de riego arqueológicos a partir de la inter-
pretación de imágenes satelitales a escala 1: 2000 y 1: 5000. Posteriormente se realizó el re-
conocimiento en el campo con el fin de comprobar el mapeo previamente efectuado.
En los sitios arqueológicos estudiados se registraron: 1) la superficie cubierta con
campos, 2) la longitud total de canales de riego troncal, 3) la distancia máxima entre los
campos y el punto de toma de agua, 5) el tamaño promedio de los campos, 6) los tipos
de muros de los campos 7) el sistema fluvial donde se ubica la toma de agua , 8) la dis-
tancia del sitio considerado hasta el fondo de cuenca, 9) el tipo de paisaje en donde se
ubican los sistemas de cultivo.
Los datos climáticos se obtuvieron de la estación meteorológica Antofagasta de la
Sierra durante el período 1999-2006 que es operada por la Dirección de Ganadería de
la Provincia de Catamarca. Para ese período se obtuvieron registros diarios de tempe-
ratura máxima, mínima y media y de precipitación. Los valores de evapotraspiración se
calcularon a partir del método de Thornwaite (1948).
Con el fin de caracterizar a los recursos hídricos se midió la profundidad de la capa
freática del río Punilla en el período 1999-2006. La medición se efectuó aproximada-
mente cada 15 días por personal de la Dirección de Ganadería en un freatímetro de 3
m de profundidad y de 5 cm de diámetro ubicado a 50 m de las oficinas de la institu-
ción. En el verano del año 2001 se tomaron medidas de los caudales en los ríos a par-
tir de datos de velocidad y secciones transversales medidas con nivel topográfico.
Se realizó un muestreo en ríos con dos alícuotas: una para el análisis químico y otra
para los análisis isotópicos. Los análisis químicos se efectuaron la Facultad de Agrono-
mía de UNC por técnicas convencionales (Tchilinguirian y Olivera 1999). La evalua-
ción de la calidad química del agua de riego se basó en los métodos definidos por el
Handbook Agriculture del U.S. Department of Agriculture (U.S. Salinity Laboratory
Staff 1994) y en los estudios efectuados en zonas áridas de la provincia de Mendoza
(Avellaneda et al. 2004). Se utilizaron como indicadores de calidad de riego al pH, la
conductividad y la relación de absorción de sodio (RAS).
Se analizaron 2H, 18O y 3H en el río Los Colorados (26.031ºS, -67,448ºW, 3421 m) y
Las Pitas (26,028ºS, 67.343ºW, 3581 m) con el objetivo de determinar el origen, altitud
y edad de la recarga. Los análisis de isótopos estables fueron realizados en los labora-
torios del INGEIS siguiendo las técnicas de Coleman et al. 1982 (Tchilinguirian y Oli-
vera 1999) y Panarello y Parica (1984) para 2H y 18O, respectivamente.
El volumen de agua necesario para riego y para el crecimiento de cultivos se controló a par-
tir de parcelas de cultivo de alfalfa efectuadas en el fondo de cuenca por pobladores locales.
La evolución paleohidrológica de la cuenca del río Punilla se determinó a partir de
estudios geológicos efectuados en depósitos de edad holocena tardía de los diferentes
ambientes fluviales de las cuencas de drenaje y lagunas (Tchilinguirian y Olivera 2005a,
2005b, 2009, Tchilinguirian et al. 2008). En los diferentes sondeos se describieron las
capas sedimentarias según color, espesor, granulometría, estructuras sedimentarias y las
características paleopedológicas.
Se describieron los suelos y las tierras según su capacidad de uso para fines agríco-
las en base a criterios establecidos por la FAO (1985) y de los autores (Olivera y Tchi-
agricultura, ambiente y sutentabilidad agricola en el desierto: el caso antofagasta de la sierra // 107

linguirian 2000). Las propiedades del suelo seleccionadas fueron aquellas que ejercen
influencia en los cultivos como la textura, estructura, estabilidad estructural, infiltra-
ción, condiciones de drenaje natural, capacidad de retención del agua disponible, con-
tenido de carbonato de calcio, yeso, sales y pH (Tchilinguirian y Olivera 1999).

EL CONTEXTO AMBIENTAL PARA EL CULTIVO


Clima
El contexto ambiental para el cultivo que tiene una región está determinada por va-
rios factores fundamentales: el clima, el agua (disponibilidad, calidad química) y el suelo.
Estos factores están ligados al tipo de cultígeno y el contexto cultural.
La región tiene precipitaciones medias anuales inferiores a los 130 mm/año. El 97% de
la precipitación ocurre en los meses de verano (diciembre-marzo) y el 3% restante en in-
vierno (Figura 2b). La variabilidad anual (80%), estacional (90-120%) y mensual (80-240%)
de la precipitación es muy acentuada. Asimismo, ésta aumenta en la estación más seca
(variabilidad precipitación invernal: 144-200%) lo que indica que la distribución de llu-
vias es más impredecible cuando aumentan las condiciones de aridez (Tabla 1).
En el período 1999-2006 hubo 132 eventos de precipitación, donde la moda pre-
sentó un valor de 5 mm y una media de 10 mm. Sólo se registró un 7% de lluvias con
valores mayores a 30 mm (Tabla 1).
La temperatura media anual ronda los 10ºC (Figura 2c). El mes más cálido es enero cuando
la temperatura máxima media alcanza los 21º y el mes más frío es agosto con 0ºC. Durante
el inverno y parte de otoño y primavera, las heladas son frecuentes y hay congelamiento de
suelos. El período de crecimiento de las plantas cultivadas está definido térmicamente por la
temperatura media mensual superior a los 5ºC (Kreutzmann 1999) y la temperatura mínima
por debajo de los 0ºC. Según este criterio, los meses aptos para el cultivo y el crecimiento se-
rían desde noviembre hasta abril, es decir cinco meses.
El valor de evapotraspiración anual media alcanza 550 mm/año, y el balance hídrico
es negativo todos los meses del año.

Hidrología
Los ríos Punilla, Miriguaca, Las Pitas, Mojones y Calalaste son los cursos de agua más
importantes y de régimen permanente (Figura 1). Tienen aguas de escasa conductividad
(200 a 400 microohms) y bajos valores de RAS (Relación Absorción de Sodio: 0,75-1,3).
El caudal del río Punilla es de 2000 l/seg., mientras que en los ríos Las Pitas, Los Colo-
rados y Miriguaca rondan entre 500 a 700 l/seg.
Los valores isotópicos de oxígeno (•18O: -6,6±0,2), deuterio (•2H: -50±1) y tritio
(Unidades tritio: 0,0±0,6) de las aguas superficiales del río Las Pitas, Punilla y Los Co-
lorados tienen improntas hidroquímicas e isotópicas semejantes. Estos últimos estarían
indicando que las aguas provienen de lluvias acontecidas a más de 4500 m de altura y
que no corresponden a valores estacionales recientes, sino estimadamente de más de
60 años de antigüedad. De esta manera, los ríos están alimentados y regulados por ver-
tientes de régimen permanente cuyas aguas provienen de las precipitaciones ocurridas
tiempo atrás en los cordones montañosos.
El comportamiento de la capa freática en el curso inferior del colector regional (río
Punilla), indica que para el período enero 1999-enero 2007 fue más somera en invierno
108 // tchilinguirian y olivera . capítulo cuatro

FIGURA DOS
Parámetros climáticos en Antofagasta de la Sierra (período 1999-2006).

TABLA UNO
Valores de precipitación y variabilidad mensual y anual (periodo años 1999-2006, Antofagasta de la Sierra)
agricultura, ambiente y sutentabilidad agricola en el desierto: el caso antofagasta de la sierra // 109

con respecto al verano (Figura 2a). La variación relativa de la profundidad de la capa fre-
ática es del 9% al 11% entre invierno y verano. Esta variación estaría asociada a la menor
evapotranspiración presente durante invierno-otoño, y no a las lluvias, las cuales de-
notan el mínimo valor en esta estación. La zona no presenta nieves permanentes y los
deshielos ocurren en primavera (nevadas invernales) o en verano (nevadas de verano).
Por lo tanto, la ausencia de aumentos significativos del caudal del río Punilla en pri-
mavera o luego de las nevadas veraniegas, permite suponer que la cobertura nival se
evapora o se infiltra, luego de fundirse.
El registro freatimétrico presentó una escasa variación anual de la profundidad de la
capa de agua (9% al 15%) lo que implica que el caudal del río Punilla (Colector troncal
del área) se mantuvo prácticamente constante e independiente del valor de las lluvias
anuales (Tabla 2).
El agua de la cuenca del río Punilla posee una buena calidad para el riego. Los valores
de pH (6,5 a 8,4), conductividad (250 a 750 mhos /cm.) y RAS (Relación Absorción de
Sodio) (0,75-1,3) se encuentran dentro de los límites tolerables para el riego (Olivera y
Tchilinguirian 2000).

TABLA DOS
Valores de precipitación y profundidad de la capa freática media anual (río Punilla, Antofagasta de la Sierra,
período 1999-2006).

Suelos
Los suelos en los campos de cultivo arqueológicos se clasifican como Entisoles (To-
rriortentes Borólicos, Torrifluventes Borólicos, fase pedregosa). El suelo no tiene hori-
zontes diagnósticos, es arenoso, la estructura es masiva, posee 40-70% de fragmentos
gruesos y elevada pedregosidad (10%-20%). A continuación se describe un perfil de
suelo característico de las zonas con antiguos campos de cultivo:
0-5 cm- Horizonte vesicular Av. Textura arenosa, color gris claro en seco, pedrego-
sidad 10-20%, estructura masiva con vesículas que ocupan el 30 a 40%, ligeramente
resistente, no plástico, no adhesivo, no salino. Elevada cantidad de montículos de Cte-
nomys sp. (50%).
5-20 cm- Horizonte de laboreo Ap. Textura arenosa, color gris claro en seco, pe-
dregosidad 10-20%, estructura masiva, ligeramente resistente, no plástico y no adhe-
sivo. Elevada cantidad de cuevas abiertas y desmoronadas de Ctenomys sp. (50%).
+20 cm- Horizonte C. Textura arenosa, color gris claro en seco, pedregosidad 10%-
110 // tchilinguirian y olivera . capítulo cuatro

40%, estructura primaria horizontal, poco resistente, no plástico y no adhesivo.


El contenido de materia orgánica es de 0,2% a 0,6%, el valor de conductividad es de
2 a 20000 (mho/cm2). El material originario es de origen aluvial y poseen estratificación
horizontal o entrecruzada. La infiltración básica es alta (20 a 30 cm/h) con valores ini-
ciales de 70 a 100 cm/h debido a la presencia de cuevas de Ctenomys sp. Son suelos li-
geramente alcalinos (pH:7,8-8,6), poco salinos, saturados en calcio y magnesio (Tabla
3). Todos los campos de cultivo estudiados se ubican en zonas no inundables, con fre-
áticas profundas (más de 3 m), suelos no salinos y sin rocosidad. Son suelos jóvenes, de
muy escaso desarrollo, saturados, sin lixiviación y que presenta temperaturas por debajo
del punto de congelación, al menos durante el invierno y parte del otoño.
El análisis de los datos climáticos y edafológicos permite efectuar las siguientes con-
clusiones:
a) Las condiciones climáticas determinan necesaria la operación de riego debido que
el déficit hídrico ocurre durante todo el año y la medida del déficit es significativa. La
red de drenaje permanente permite disponer de una fuente de agua con escasa varia-
bilidad de caudal y buena aptitud química a lo largo del año.

TABLA TRES

Propiedades de los suelos agrícolas en Bajo del Coypar (Modificado de Olivera y Tchilinguirian 2000).
agricultura, ambiente y sutentabilidad agricola en el desierto: el caso antofagasta de la sierra // 111

b) Los suelos poseen elevados valores de infiltración, escasa a moderada concentra-


ción de sales y buena capacidad de drenaje. Estas propiedades permiten tener un buen
requerimiento hídrico para realizar riego sin grandes riesgos de salinización y degra-
dación de las tierras durante el fin de la primavera y el verano.

Reservas hídricas y uso del agua para cultivo


El volumen de agua disponible del río Punilla, arroyo los Colorados y río Las Pitas en
el fondo de cuenca durante el verano es 4000 m3/h. Este valor implica una reserva men-
sual de casi 3000000 m3/mes durante el periodo estival.
A partir de parcelas experimentales de 1 ha, trabajadas por una pobladora de Anto-
fagastai, se efectuó el seguimiento del crecimiento de cultivos de alfalfa y del uso del
agua. Los resultados obtenidos en el año 2005 indican que el volumen de agua utilizado
en agricultura de alfalfa fue de: 1) Laboreo y siembra: 4500 m3/ha a lo largo de los dos
primeros meses (2250 m3/ha. mes), 2) Crecimiento: 40 m3/ha durante los siguientes 5
meses hasta el inicio del periodo invernal. Estos datos suman un volumen de agua ne-
cesaria de 4700 m3/ha a lo largo de los 7 meses.
Esta información permite calcular que se pueden regar, en forma potencial, 630 ha,
si se tiene en cuenta una reserva de 3.000.000 m3/mes y un uso de 2250 m3/mes para el
crecimiento. Estos datos deben extrapolarse cuidadosamente en forma comparativa
hacia situaciones del pasado debido a que los eventuales cultivos, como el maíz o las
especies forrajeras, requieren necesidades de riego sensiblemente diferentes.

Paleohidrología
El análisis de facies sedimentarias en sondeos y perfiles del Holoceno Tardío permitió
inferir la variabilidad de las condiciones de humedad y del régimen de los ríos a lo largo
de los últimos 2000 años. Esto se logró a partir del reconocimiento de trasgresiones y
regresiones lacustres y de humedales. Las trasgresiones lacustres como las expansiones
de humedales se tomaron como indicadores de un aumento de la disponibilidad de
agua como así también del ascenso de la capa freática. Caso contrario, las regresiones
lacustres como la degradación de humedales fueron indicadores de un decrecimiento
del balance hídrico y por lo tanto de la disponibilidad de agua.
El análisis de las facies sedimentarias indica que desde el Holoceno Tardío hay dos
grandes fases paleohidrológicas: a) fase más húmeda que la actual entre ca. 4500 y 1600
años AP y b) fase más árida entre ca. 1600 años AP hasta el presente.
La fase húmeda 4500-1600 AP se registra en la transgresión lacustre en Laguna Co-
lorada y en la expansión de diversos humedales como las registrados en los ríos Mojo-
nes, Curuto, Miriguaca y Las Pitas (Tchilinguirian y Olivera 2005a, Tchilinguirian et al.
2008).
Luego del 1600 AP, las condiciones son más áridas, la laguna de Los Colorados desa-
parece. Parte de los humedales se degradan o se circunscriben a las partes más eleva-
das de la sierra. En este momento árido, existen dos subfases húmedas de menor
duración: a) 700-600 AP evidenciadas por los fechados de expansiones lacustres en la-
guna Carachipampa (644 ±43 años AP) y de humedales en la cuenca inferior del río
Ilanco (695±30 años AP, Martínez et al. com. per.). Hay testimonios estratigráficos de
que esta expansión pudo haberse registrado también en la laguna Antofagasta, cerca de
112 // tchilinguirian y olivera . capítulo cuatro

los campos de Fondo de Cuenca; b) 300-150 años AP con expansiones de humedales


en Las Pitas (241± 38, 305± 43, 200 ±35 años AP) y en el río Mojones a la altura del sitio
Corral Grande (202 ±38, 115 ±87 años AP).
Los registros sedimentarios indicarían que el escurrimiento siempre estuvo activo en
el sistema de drenaje con cambios en la capacidad de transporte, profundidad de la
capa freática y longitud de los humedales. Por lo tanto, en la cuenca existió una dispo-
nibilidad permanente de la fuente de agua, aunque el comienzo del Período Tardío (ca.
1000-500 AP, ver infra) se desarrolló durante una importante fase árida.
Durante las fases más húmedas el caudal de los ríos fue mayor y los humedales se
ensancharon o se alargaron a lo largo de la cuenca superior e inferior. Por otro lado,
durante las fases más secas el caudal de los ríos descendió y parte de los humedales y
los cauces se secaron. Hay evidencias que los ríos Las Pitas, Calalaste, Mojones, Miri-
guaca y Curuto (en orden creciente de sensibilidad) se secaron y fueron efímeros du-
rante las fases secas. Por otro lado, los ríos Punilla, Los Colorados y Aguada Cortaderas
siempre fueron permanentes.

Sistemas de cultivo y registro arqueológico


En la región de Antofagasta de la Sierra se ha registrado ocupación humana desde ca.
10000 años AP. Hasta ca. 5000 años AP las evidencias se refieren a diferentes tipos de
sociedades con economías cazadoras-recolectoras correspondientes a los denominados
Períodos Arcaico Temprano y Medio. Se ha planteado que a continuación se desarrolla
un posible proceso de domesticación de los camélidos sudamericanos que deriva en la
presencia de economías que paulatinamente incorporan una economía productiva ba-
sada principalmente en el pastoreo de la llama (Lama glama) y que, en algún momento
aún no determinado, incorporan estrategias agrícolas. Hacia ca. 3000 años AP estos
cambios estarían definitivamente establecidos, dando comienzo el denominado Período
Formativo. Durante el Formativo Temprano el pastoreo es la estrategia logística princi-
pal, ocupando aparentemente la agricultura una posición secundaria. Sin embargo, a
partir de ca. 2000 años AP comienza a incrementarse la importancia del cultivo, quizás
en relación con una creciente influencia de los grupos originarios de los valles meso-
termales más bajos. Finalmente, hacia los 1000 años AP se inicia la consolidación de la
agricultura intensiva y extensiva, especialmente en el Fondo de Cuenca, dando inicio al
Período Tardío que culminará en un incremento poblacional importante y verdaderos
centros urbanos asociados a importantes sistemas de producción agrícola. La llegada de
los Incas en el s. XIV parece continuar esta estrategia agrícola pero donde, al igual que
en los períodos anteriores, el pastoreo cumple también un rol fundamental.
A continuación se incluye una descripción de las características de los sistemas de
cultivo en la cuenca de Antofagasta (resumidas en la Tabla 4) y una breve referencia al
registro arqueológico de sitios asociados o en la cercanía inmediata (Tabla 5). Los sitios
que poseen dataciones radiocarbónicas están incluidos en la Tabla 4.

Campos de cultivo en el fondo de cuenca


El Fondo de Cuenca agrupa una región que engloba varios sitios arqueológicos de dis-
tinta edad y tipología como Bajo del Coypar, La Alumbrera y Quebrada de Petra (Tabla
5)2. Como su nombre lo indica, esta zona abarca el curso inferior del río Punilla, curso
agricultura, ambiente y sutentabilidad agricola en el desierto: el caso antofagasta de la sierra // 113

TABLA CUATRO:

Cuadro comparativo de las características principales


de los sistemas de cultivo en la Cuenca de Antofagasta
de la Sierra (Catamarca, RA).
114 // tchilinguirian y olivera . capítulo cuatro

troncal de la cuenca. Comprende la desembocadura del río Punilla en las lagunas de


Antofagasta de la Sierra, el humedal del río Punilla y los terrenos marginales como te-
rrazas, abanicos y coladas volcánicas. Uno de los sitios más importante del fondo de
cuenca es el centro habitacional de La Alumbrera (ver Olivera y Vigliani 2000-2002; Sal-
minci et al. 2009). El asentamiento evidencia fuertes relaciones con los valles mesoter-
males de Hualfín y Abaucán, manifestándose especialmente en las etapas más tardías
del desarrollo Belén y con claras evidencias de la presencia incaica.
Bajo del Coypar (BC), ubicado 1 Km. al noroeste de La Alumbrera, comprende una
extensa área de campos agrícolas que ocupan un espacio de aproximadamente 470 ha,
dentro de un área potencial apta estimada en alrededor de 800 ha. Poseen cuatro tipo-
logías constructivas: 1) parcelas con bordos de suelos y de forma regular de 30x50 m,
2) parcelas de forma rectangulares de 100 x 40 m con bordos de suelos, 3) parcelas re-
gulares de 30x50 m con muros de bloques de basalto y 4) cuadros aterrazados con
muros de basalto. Las dos primeras se engloban con el nombre de Bajo del Coypar I,
sector 1 (Figura 3b) y las dos restantes en el sector II (Figura 3a).
El sector I (BCI, sector 2) abarca 470 ha y se extiende en una terraza aluvial que se
eleva +2 m sobre el río Punilla, la cual inclina 0,8% al sur (Olivera y Tchilinguirian 2000).
Casi el 20% de este sector está cubierto por campos de cultivo actuales, sin embargo se
reconoce la antigua trama de bordos en las imágenes de alta resolución lo que permite
englobar al mapeo este paisaje transformado. El segundo sector (BC I, sector 2), abarca
40 ha y esta más elevado que el sector I. Los terrenos regados abarcan conos aluviales,
pendientes y taludes.
Los sedimentos superficiales de los suelos con parcelas de cultivo (0-20 cm) registran
un leve aumento de la conductividad respecto a los horizontes subsuperficiales (20-40

TABLA CINCO

Dataciones radiocarbónicas de sitios arqueológicos de Antofagasta de la Sierra que guardan relación con
sectores agrícolas.

REFERENCIAS:
UGA: Center for Applied Isotope Studies
(University of Georgia, EEUU)
LP: LATYR Laboratorio de Tritio y Radiocarbono
(La Plata, Argentina)
AA: NSF-Arizona AMS Laboratory. Las correcciones
de las fechas por d C13 fueron realizadas por
los laboratorios correspondientes, AA no
proporciona la fecha C14 original.
S/C: sin corrección porque el laboratorio no efectuó
el cálculo de d C13.

SITIOS:
BCII: Bajo del Coypar II
QP: Quebrada de Petra
LA: La Alumbrera
CCT: Campo Cortaderas
LC2.1: Laguna Colorada 2.1
PP9: Punta de la Peña 9
CC1A: Cueva Cacao 1 A.
agricultura, ambiente y sutentabilidad agricola en el desierto: el caso antofagasta de la sierra // 115

CONTINÚA EN LA PAGINA 116


116 // tchilinguirian y olivera . capítulo cuatro

cm.) y con respecto a los terrenos no regados, los cuales poseen valores de 100 a 500
mho/cm. El aumento de la conductividad habría sido originado por el riego de los cam-
pos durante la ocupación Belén e Inca (Tchilinguirian y Olivera 1999). El impacto en los
suelos habría sido de baja magnitud y de extensión puntual, es decir que no se exten-
dió en todos los campos de cultivo. El hallazgo de razas de maíz en un sitio asociado
a los campos de cultivo del Fondo de Cuenca (sitio Quebrada de Petra) permite argu-
mentar que se cultivó este tipo de plantas, sin embargo no se descartan el cultivo de fo-
rrajeras. Ambas plantas son muy tolerantes a las sales (Avellaneda et al. 2004), en
consecuencia la salinización de los campos de cultivo arqueológicos no habría afectado
los rendimientos de estos cultivos.
El agua de riego se tomaba de los ríos Punilla y Las Pitas y del Arroyo de Los Colo-
rados lo que requirió, para cada caso, del desarrollo de técnicas de canalización artifi-
cial de diferente envergadura. Los registros considerados sugieren que la población
local preincaica habría utilizado los sectores de la planicie aluvial (Sector 1), y que con
la presencia imperial se habría ampliado el área productiva y utilizado los cerros y el
abra sur (Sector 2) (Olivera y Vigliani 2000-2002).
Se distingue un canal troncal con un recorrido total de 4,6 km dispuesto en BC1,
sector 2 que tomaba agua de arroyo Los Colorados y que tuvo una orientación norte-
sur. Este canal se disponía en terrenos altos y marginaba el límite oeste de todo el sis-
tema de cultivos (Figura 3a). Canales secundarios, con escurrimiento al este y
sudsudeste recorrían el sector 1 de BC1. Estos tienen longitudes de 400 a 1800 m y atra-
viesan las parcelas de cultivo. En la desembocadura de estos se encuentran procesos
agricultura, ambiente y sutentabilidad agricola en el desierto: el caso antofagasta de la sierra // 117

erosivos y acumulativos como cárcavas y conos aluviales (Figura 3b).


En una saliente del faldeo e inmediatamente relacionado al Sector 2 se encuentra un
conjunto de estructuras (Bajo del Coypar II), cuya disposición espacial y la presencia
de un Rectángulo Perimetral Compuesto permitieron adscribirlo a la etapa más tardía
del proceso regional y específicamente relacionado a la ampliación del sistema durante
la época incaica (Figura 3a)(Olivera y Vigliani 2000-2002).
Las investigaciones en BC II determinaron que entre ca. 1090 y 670 AP, antes de la
época incaica, actuó como área habitacional de pequeños grupos familiares dedicados,
entre otras cosas, a las tareas agrícolas. Posteriormente, el sector se abandonaría como
área de habitación permanente, destinándoselo a actividades más directamente rela-
cionadas a la producción agrícola como el procesamiento y el almacenaje de productos
cultivados (Olivera y Vigliani 2000-2002; Olivera y Tchilinguirian 2000).
En una pequeña quebrada lateral, la Quebrada de Petra, se detectaron construccio-
nes de aparente funcionalidad de almacenaje. Algunas corresponden a construcciones
sobre nivel de lajas con argamasa y cierre cónico y otras son a bajo nivel de piedra y
planta rectangular que parecen estar cavadas en la roca de base. En una de estas últi-
mas construcciones se obtuvo una muestra con abundante cantidad de marlos de maíz
que arrojaron un fechado de 710 ± 30 AP años C14 (940 ± 30 años AP corregidos por
13
C, ver Tabla 5). Fue posible identificar siete razas: Pisincho, Morocho, Morocho ama-
rillo, Marrón, Harinoso amarillo, Capia y Chullpi (Oliszewski y Olivera 2009). Aún no
podemos asegurar en forma absoluta si estas variedades fueron cultivadas en los cam-
pos de BC, aunque dado que en la actualidad existen pequeñas parcelas de cultivo de
maíz en la zona resulta probable que haya existido el cultivo de esas variedades de maíz
en su totalidad o en parte.
Asociados a este sistema agrícola se ubican numerosas evidencias arqueológicas,
entre ellas arte rupestre tardío con evidencias de llamas cargueras (sitio Derrumbes).
Entre los sitios habitacionales se destacan La Alumbrera y Coyparcito. El primero es un
gran asentamiento conglomerado localizado a orillas de la Laguna Antofagasta, mien-
tras Coyparcito corresponde a una fortificación ubicada en una de las elevaciones de los
Cerros de Coypar y asociada a la ocupación Inca de la región.
El material de superficie en todos los casos mencionados se encuentra dominado
absolutamente por la cerámica tipo Belén, con evidencias de material Santamariano e
Inca provincial en proporciones mucho menores, y conjuntos líticos correspondientes
a épocas tardías del proceso agropastoril. (Olivera et al. 2004, 2008)

Campos de cultivo de Campo Cortaderas


Campo Cortaderas se ubica en el sector intermedio de la cuenca, a unos 15 km al nor-
oeste de la actual villa de Antofagasta de la Sierra, con una altura promedio de 3550 m
(25°57’50”S 67°28’50”O). Consta de cuatro sitios tardíos e históricos (CCT1, CCT2,
CCT3, CCT4 y Virgen Cortaderas 1) con estructuras de diversa índole (Figura 4).
Los campos de cultivo ocupan 2 ha y son de dos tipos: aterrazamientos y parcelas
delimitadas por bloques. Los campos aterrazados se ubican en suelos formados por la-
pilli volcánicos depositados a barlovento de las laderas de pequeñas quebradas; las par-
celas de cultivo se encuentran en abanicos aluviales a la salida de pequeñas quebradas.
Los sitios están unidos por un canal de riego arqueológico cuyo punto de toma se
118 // tchilinguirian olivera . capítulo cuatro

FIGURA TRES
CAMPOS DE CULTIVO DE FONDO DE CUENCA. 1) Canal de riego arqueológico, 2) Terrazas de cultivo, 3) Erosión por drenaje de riego
en pendientes, 4) sedimentación por drenaje de riego, 5) zonas sin cultivo en la terraza aluvial inferior, 6) vega y llanura
de inundación del río Punilla.

encuentra en la vega del Arroyo Cortaderas. El canal tiene una longitud total de 1,5 km, 1,5 m
de ancho y una pendiente regular de 1 m de desnivel cada 100 m lineales (1%) al sur. Tanto el
canal como el punto de toma de agua, hacia las cabeceras de la vega, siempre se ubican a mayor
agricultura, ambiente y sutentabilidad agricola en el desierto: el caso antofagasta de la sierra // 119

cota que los campos de cultivo. El canal en parte coincide con el actual sistema de riego,
atraviesa un puesto actual y llega a la primera abra con construcciones prehispánicas a la
que denominamos Campo Cortaderas 1 (CCT 1).
Respecto del registro arqueológico de superficie y excavación se destaca que los tres
grupos cerámicos principales definidos en Bajo del Coypar II (Vigliani 1999) están tam-
bién presentes en Campo Cortaderas y en La Alumbrera (Olivera et al. 2004). En su
trabajo Vigliani (1999) determina una serie de grupos (G1A, G1B, G2A, G2B) de acuerdo
a sus características tecnológicas que los asocian potencialmente a diferentes funciones.
El G1A, asociado potencialmente a funciones de almacenaje y procesamiento repre-
senta más de la mitad de las muestras de los tres sitios. En cambio, el asociado a acti-
vidades culinarias (G1B) tiene mayor representación en el centro habitacional de La
Alumbrera que en los sectores de producción agrícola de Bajo del Coypar II y Campo
Cortaderas. El G2B, que al igual que el G1B está asociado a contextos domésticos, apa-

FIGURA CUATRO
Sistema de riego Aguada Cortaderas.
120 // tchilinguirian olivera . capítulo cuatro

rece bien representado en La Alumbrera pero también en Campo Cortaderas.


Dataciones radiocarbónicas en fogones de CCT indicaron edades de 620± 49, 670±
38 y 853±39 años AP (Tabla 5, Elias com. pers.) lo que consolida la contemporaneidad
entre ambos sitios. Finalmente, el G2A, que representa los tipos decorativos Belén y
Belén Inca, aparece representado en todos los sectores de recolección de los sitios, aun-
que es mayor su presencia en la superficie de Bajo del Coypar II.

Campos de cultivo de Corral Grande


Los campos de cultivo de Corral Grande (CG) se encuentran a 22 km al norte de la lo-
calidad de Antofagasta de la Sierra, repartidos en dos sitios: CG1 (25°51’30”S
67°25’45”O) y CG5 (25°52’39”S, 67°26’6”O).
Los campos de CG1 ocupan 0,4 ha, están a 100 m del sitio arqueológico residencial
y se extienden en un pequeño cauce efímero con suelos arenosos. El canal de riego
tiene el punto de toma en el arroyo Mojones-Beltràn, también llamado ¨El Otro Río¨, y
tiene una longitud de 500 m.
En CG 5 hay parcelas grandes que ocupan 7 ha y se extienden en antiguas vegas ac-
tualmente secas. El predio habría sido regado por un canal de 600 m de largo que ten-
dría la toma en la cuenca inferior del río Mojones.
Se han identificado, por lo menos, tres sitios arqueológicos residenciales (CG1, CG2 y
CG6) de características similares, sobre las terrazas del río Mojones-Beltrán (Figura 5). Los
principales trabajos se realizaron en el sitio CG1, el más septentrional de los registrados hasta
el momento (Olivera et al. 2008). Se trata de un sitio multicomponente de gran relevancia,
con evidencias asignables tanto al Formativo como al Tardío y a momentos históricos. Incluso
algunos hallazgos de puntas de proyectil en superficie relacionan el sector a las poblaciones
cazadoras recolectoras del Arcaico. Las recolecciones de superficie se concentraron en el sec-
tor sudeste de un recinto circular (Recinto 4), ubicado en lo que posiblemente sería el sector
de más intensa ocupación en el Formativo. En el mismo, se relevaron once posibles manos
de moler y fragmentos de otras, así como gran cantidad de material lítico correspondiente a
artefactos realizados sobre vulcanitas oscuras. Otras materias primas (obsidianas, vidrios vol-
cánicos, calcedonia, sílice y minerales cúpricos) también están representadas en menor pro-
porción.
Asimismo, se ha recolectado gran cantidad de cerámica (gris incisa y gris-gris negro pu-
lidas como dominantes, acompañadas de gran variedad de tipos). Todo el contexto se co-
rresponde muy bien con los de Casa Chávez Montículos y el resto de los sitios con
ocupaciones del Formativo en la región, especialmente para momentos posteriores a ca. 2000
años AP con importantes componentes valliserranos y especialmente del Valle de Abaucán.
Por otro lado, se realizaron recolecciones en distintos sectores del sitio registrando
una cantidad considerable de manos de moler, morteros y molinos, asociados a una
enorme cantidad de artefactos líticos, cerámica formativa, cerámica tardía, histórica y or-
dinaria. Llama la atención un fragmento de interior negro similar a los denominados
Pucos Interior Negro habituales en contextos de la Puna norte y la Quebrada de Hu-
mahuaca, donde se asocian a contextos tardíos y que en la región podría estar relacio-
nado con la presencia incaica.
Campos de cultivo en Punta Calalaste
Los campos de cultivo de Punta Calalaste (25°52’32”S 67°27’40”O) se ubican a 21,6 km de la
agricultura, ambiente y sutentabilidad agricola en el desierto: el caso antofagasta de la sierra // 121

localidad de Antofagasta de la Sierra. Se construyeron en terrazas aluviales de edad Pleistocena


que se elevan a 7 m y 14 m del cauce del río Calalaste. Ocupan 2,3 ha y son cuadros con muros
de rocas adosados a un promontorio rocoso de brechas volcánicas.
En el extremo sur de los cuadros ubicados en terraza aluvial superior, se ubicaron tres
estructuras, posiblemente habitacionales, en cuyo interior se registró la presencia de
cerámica Belén y ordinaria tardía. Con respecto al material lítico se observó la presen-
cia de artefactos sobre una vulcanita de buena calidad y color negro, probablemente
procedente de fuentes secundarias muy próximas al sitio (Olivera et al. 2008).
Campos de Miriguaca
Los campos arqueológicos de Miriguaca (Figura 6) se ubican entre 2,5 a 3 kmal norte del

FIGURA CINCO
Sistema de drenaje en Corral Grande.

Fondo de Cuenca y está integrado por 6 sectores de campos arqueológicos: 1) Desem-


bocadura Miriguaca (8 ha), 2) Miriguaca Sur 1 (MS1: 7 ha), 3) MS2 (5 ha), 4) MS3 y
MS4 (3 ha), 5) MS5 (8 ha), 6) Miriguaca Norte (4 ha).
Los campos que se ubican en la desembocadura del río Miriguaca con el río Punilla
(DM) se extienden en un nivel de terraza aluvial de edad Holocena que se eleva a 5 m
sobre el cauce. El abastecimiento de agua se efectuaba desde la cuenca inferior del río
Miriguaca por medio de un canal de riego de 950 m.
Los campos de MS1, MS2, MS3, MS4 y MS5 se ubican al sur de la cuenca inferior.
Son agrupaciones de parcelas de 30 x 50 m atravesadas por un canal de riego arqueo-
lógico cuya toma está ubicada en la cuenca media del río Miriguaca. El canal de riego
122 // tchilinguirian olivera . capítulo cuatro

se divide en dos trazas: una que alimentaba a los campos de cultivo MS1, y la restante
que abastecía a los campos MS2, MS3, MS4 y MS5.
Los campos MS1 se ubican a 3,4 km del punto de toma y constituyen 90 parcelas
que se agrupan en una franja de 1,6 km de largo y 40 m de ancho. Los campos MS2,
MS3, MS4 y MS5 se ubican entre 2,5 km a 4,2 km del punto de toma y forman 4 agru-
paciones de 20 a 30 parcelas de cultivo.
Respecto del registro arqueológico, en prospecciones anteriores se habían detectado
evidencias del Formativo (sitios Río Miriguaca 1 y 2, curso inferior) y del Tardío (cam-
pos agrícolas y recintos con cerámica en superficie, curso inferior y medio). En el caso
de los campos de Miriguaca Norte se recogieron fragmentos de cerámica ordinaria y
Belén Negro sobre Rojo.
Recientemente, el equipo dirigido por P. Escola inició investigaciones más sistemá-
ticas que agregaron numerosas evidencias nuevas (Escola et al. 2007)
En el curso inferior del río, se ubicó el sitio Las Escondidas que comprende un con-
junto de estructuras, en líneas generales, de forma circular. El material cerámico mues-
tra la presencia de tipos negros y rojos pulidos, similares a cerámicas del norte de Chile,
asociados a marrones-rojizos pulidos, de recurrente aparición en contextos formativos
puneños. Ambas están presentes en el Componente Inferior de Casa Chavez Montí-
culos (Fondo de Cuenca), con una cronología de ca. 2400 a 2000 años AP. Por su parte,
el material lítico está representado por fragmentos de artefactos de molienda, frag-
mentos de palas y distintos tipos de artefactos unifaciales y bifaciales en variedades de
vulcanita, obsidiana y cuarcita. Se destacan puntas de proyectil pedunculadas y limbo
lanceolado o triangular de bordes convexos, que se adscribirían a una cronología de
3200-2500 años AP, lo que podría indicar una cronología más temprana para Las Es-
condidas.
Otras evidencias del Formativo son el sitio Los Morteros (material lítico y cerámico
en superficie), en el curso inferior, y el sitio Alero Sin Cabeza (arte rupestre, material en
superficie y capa), curso medio, con evidencias que podrían ir desde el Arcaico Final
hasta el Tardío. A estos se agregan los sitios Alero La Pirca y El Aprendiz, con estruc-
turas y material en superficie asociado al Formativo Temprano y Aguada.
Por su parte, el sitio Corral Alto se ubica sobre una terraza sobreelevada, caracterís-
tica de emplazamiento que permite un amplio control visual de la quebrada del río
desde el sitio. Es posible diferenciar dos grandes sectores o espacios arquitectónicos
discontinuos, compuestos por un número escaso de recintos (alrededor de 7) y dife-
renciados por una marcada pendiente entre ellos. Entre los artefactos líticos de diver-
sas materias primas, se destacan puntas de proyectil de obsidiana, muy pequeñas,
pedunculadas con aletas entrantes y limbo triangular, habituales en los contextos Tar-
díos. En cuanto al material cerámico se registraron fragmentos Formativos rojos alisa-
dos pulidos, fragmentos pintados tipo Aguada Negro sobre Rojo, y fragmentos pintados
tipo Belén Negro sobre Rojo y Negro sobre Rojo o Ante. También, en el sitio El Suri se
recogieron fragmentos pintados tipo Belén Negro sobre Rojo y, finalmente, Los Anti-
guos aporta un interesante arte rupestre que estilísticamente se ubica entre el Forma-
tivo y el Tardío, lo que concuerda con la cerámica que muestra tipos adscribibles al
Formativo y fragmentos tipo Belén Negro sobre Rojo.
En resumen, parecería que el curso inferior del río estuvo ocupado especialmente en
agricultura, ambiente y sutentabilidad agricola en el desierto: el caso antofagasta de la sierra // 123

momentos Formativos mientras que el curso medio muestra evidencias de ocupación


desde el Arcaico Tardío, pasando por el Formativo, hasta los momentos Tardíos o de
Desarrollos Regionales (Escola et al. 2007).

Campos de cultivo en Paicuqui-Curuto


Se encuentran a ambas márgenes del río Punilla a 16 Km. al NNE de Antofagasta de la
Sierra (25°55’13”S 67°21’48”O) y en la cuenca inferior del río Curuto (Figura 1). Son
campos que actualmente están cultivados por medio de terrazas. Las parcelas actuales
fueron construidas a partir de campos arqueológicos y las antiguas parcelas todavía
pueden ser percibidas. También se pueden encontrar fragmentos de palas/azadas líti-
cas arqueológicas. Ocupan 8 ha y se extienden en abanicos aluviales y terrazas de edad
Holocena a ambos laterales del río Punilla. El agua para riego es tomada del río Puni-
lla por medio de una red de tres canales que tienen una longitud total de 1,7 km.
En las cercanías e interior de los sectores de cultivo se registraron evidencias de mate-
rial arqueológico, la mayoría asociado a ocupaciones del Formativo posteriores a ca.
2000 años AP (cerámica gris incisa, palas/azadas líticas, puntas de proyectil peduncu-
ladas de limbo triangular) pero también fragmentos de cerámica tipo Belén.
En la quebrada lateral de Curuto existen numerosas evidencias de ocupación ar-
queológica (aleros y cuevas con arte rupestre y material en sedimento, áreas agrícolas). Si
bien aún no se han iniciado trabajos sistemáticos, los sectores de campos se ubican sobre las

FIGURA SEIS
Campos de Cultivo arqueológico en Miriguaca.
124 // tchilinguirian olivera . capítulo cuatro

márgenes del arroyo y al pie de los farallones que encierran la quebrada. Tienen muros de hi-
lada simple pero no puede ser tomado como definitivo debido a las reutilizaciones históri-
cas y actuales. En superficie se ubicó material cerámico Formativo y Tardío.
El sitio más investigado es Cueva Cacao 1A (Olivera et al. 2003) que posee un des-
tacado Arte Rupestre, parte del cual corresponde a épocas Tardías. La mayoría de los fe-
chados del sitio le otorgan una cronología de ca. 1000 años AP3, que es coincidente con
fragmentos de cerámica y asociada a la presencia de evidencias importantes de macro-
restos vegetales entre los que deben destacarse, por los intereses de este trabajo, maíz
(Zea mays) y quínoa (Chenopodium quinoa Wild.). Respecto del maíz se pudo identificar
la presencia de cuatro variedades: Zea mays var. indurata: morocho, Z. m. var. oryzaea:
Pisingallo y Z. m. var. amilacea: capia y culli (Oliszewski y Olivera 2009).

DISCUSIÓN Y CONCLUSIONES
Lo reseñado en las páginas precedentes permite concluir la importancia de las eviden-
cias de sistemas de cultivo prehispánicos en la cuenca de Antofagasta de la Sierra y,
asimismo, la llamativa disminución de las superficies cultivadas desde épocas históri-
cas hasta la actualidad. Es interesante evaluar, entonces, si el abandono de los sistemas
se debió a una causa o una suma de varias, como ser, a cambios en la disponibilidad
de agua a causa de factores climáticos de escala mayor o a otro tipo de causas de tipo
históricas y culturales.
Desde el punto de vista del registro arqueológico, la gran mayoría de los campos
(BC, CCT, PC) parecen claramente asociados al período Tardío (ca. 1000 a 500 años AP).
Los materiales en superficie y las excavaciones realizadas indican una presencia casi
excluyente de contextos Belén e Inca, confirmados por los abundantes fechados radio-
carbónicos disponibles (Tabla 5). En los casos de Corral Grande (CG) y Miriguaca la
importante presencia de materiales del Formativo (cerámica y lítico) en sitios cercanos,
implica considerar la posibilidad de que, por lo menos en parte, algunos de estos sec-
tores ya fueran explotados durante esa época. Sin embargo, dado que estructuralmente
los campos y sistemas de riego no difieren de los casos anteriores, la presencia de ce-
rámica del Tardío y la casi ausencia de material arqueológico Formativo en superficie
(especialmente palas/azadas líticas), nos lleva a considerar la hipótesis de que en su
mayoría también estos sistemas corresponderían a momentos tardíos.
Es importante tener en cuenta que en otro sector de la región, Tebenquiche Chico
(Antofalla), existe un interesante ejemplo de campos con irrigación asociados a una cro-
nología (ca. 1500-1100 años AP) del Formativo regional. Los importantes trabajos de
Quesada (2006) en Tebequiche Chico pueden ser un ejemplo, como otros en el mundo
andino, de sistemas de cultivo con irrigación cuyo desarrollo y manejo se efectivizara a
nivel de unidades domésticas. Si bien en Casa Chavez Montículos (ca. 2400-1400 años
AP), ubicado en el Fondo de Cuenca en la otra margen del río Punilla y frente a BC, no
ubicamos evidencias estructurales de campos de cultivo, siempre consideramos posi-
ble el uso de la planicie aluvial del río Punilla para fines agrícolas (Olivera 2006), sea de
manera similar a Tebenquiche Chico o con estructuras de riego por inundación aún más
simples. Lamentablemente, la fuerte alteración antrópica actual en la vega impidió ha-
llar registros claros de actividad agrícola, pero la existencia de numerosas evidencias de
azadas/palas líticas en el sitio y en la superficie aledaña sumada a escasa evidencias de
agricultura, ambiente y sutentabilidad agricola en el desierto: el caso antofagasta de la sierra // 125

cultígenos dejan abierta esa posibilidad.


Como sostiene Quesada (op. cit. 2006), es solo un supuesto que la existencia de sis-
temas de irrigación y grandes extensiones de cultivo deban asociarse necesariamente
a estructuras jerarquizadas de poder. Sin embargo, también consideramos que sería un
error el opuesto de pensar que no exista relación entre procesos de complejización so-
cial y política y consecuencias económicas, por ejemplo expansión de la producción
agrícola. No se trata solo de considerar la tecnología involucrada, sino de manejar un
contexto arqueológico global de cada sociedad para definir su situación socio-política.
Citando a Quesada“…no es mediante la observación del resultado final de un largo proceso
histórico que podemos evaluar las escalas de las unidades sociales involucradas, sino por medio
de la reconstrucción de los procesos de trabajo, que son los ámbitos de interacción social donde
en buena medida se establecen y legitiman las relaciones de producción” (Quesada 2006: 44).
En los casos que venimos mencionando, además de la tecnología y expansión de
los sistemas agrícolas, parece tratarse de un proceso que se iniciaría con bases residen-
ciales pequeñas y estructuras de producción muy probablemente domésticas (BCII)
pero paulatinamente parecería existir un crecimiento de la población, mayor estanda-
rización en la producción artesanal y la aparición de centros habitacionales semiurba-
nos con un interesante grado de planificación. Estos elementos permitieron considerar
la hipótesis de un creciente proceso de complejización social, sin que ello implicase ne-
cesariamente estructuras jerarquizadas de poder aunque tampoco lo descartase. Las
complejas asociaciones contextuales requeridas implican que solo profundizar las in-
vestigaciones permitirá avanzar en uno u otro sentido.
Así, por el momento, deberíamos concluir que a partir de comienzos del segundo
milenio de la Era comenzó un decidido aumento de la explotación agrícola, como re-
curso alimenticio y/o forrajero, por parte de las sociedades de la Puna Sur. Podríamos
asociar esto con la llegada de nuevos grupos provenientes de los valles mesotermales
o con cambios producidos en las poblaciones precedentes del Formativo regional. Cual-
quiera sea el caso, tenemos la hipótesis que los cambios climáticos producidos alrede-
dor de ca. 1000 años AP debieron jugar un rol importante en este proceso.
Entre ca. 4500 a 1600 años AP, los registros sedimentarios de freáticas estables, formación
de turbas y arcillas lacustres, constituyen evidencias que permiten argumentar que el caudal
de los arroyos no presentó variaciones muy importantes a escala centenial y siempre fueron
de régimen permanente. Ello puede atribuirse al aporte de agua constante de vertientes, que
actúan como reguladores subterráneos de los deshielos de alta montaña.
Alrededor de los 1600 años AP, comienza un proceso de aridización con dos subfa-
ses más húmedas de menor duración: a) 700-600 AP y b) 300-200 AP (Pequeña Edad
de Hielo, Liu et al. 2005; Valero Garces et al. 2003, Valero Garces y Ratto 2005). Ambas
subfases húmedas podrían haber atenuado el stress hídrico en la cuenca. Es interesante
anotar que el sistema de Tebenquiche Chico parece abandonarse hacia el s. XI (Haber
1999, Quesada 2006), fecha coincidente con el aparente abandono de otro sistema de
campos fuera de la Puna en El Infiernillo (Tafí del Valle) (Caria et al. en este volumen),
considerando que la Anomalía Climática Medieval fue un fenómeno climático global es
imposible no considerar que estos sucesos pueden guardar alguna relación. Podríamos
agregar dos elementos más para evaluar esta situación de alteración climática-am-
biental hacia comienzos del segundo Milenio: 1- una datación a techo de estrato de
126 // tchilinguirian olivera . capítulo cuatro

turba en el perfil del río Chaschuil (3050 msnm) que arrojó una fecha de 1.828±38 AP
marcando la transición de una dinámica fluvial de acumulación a la actual dominada
por el encajamiento fluvial y la erosión (Valero Garcés y Ratto 2005; Ratto 2007); 2- en
el caso del bolsón de Fiambalá la etapa tardía está documentada con presencia arte-
factual incaica (ca 1300-1400), relacionando la ausencia de asentamientos tardíos (ca
1000 AP) con procesos de inestabilidad ambiental posiblemente relacionados con el
evento volcánico y piroclástico de la caldera del Cerro Blanco (Montero et al 2009, Ratto
com. per.). Adicionalmente, es interesante anotar que a la falta de registro arqueoló-
gico para el Tardío regional de Fiambalá se agrega una situación similar para el sector
de Laguna Blanca ubicado en la Puna al sur-este de Antofagasta de la Sierra (Delfino
1999)
Los campos de cultivo de Antofagasta de la Sierra se comenzaron a construir y se
habrían expandido durante la fase paleohidrológica árida, es decir entre 1600-700 AP
y 600-300 AP. Estos datos podrían proponer que la sociedad decidió, en lugar de tras-
ladarse a zonas con paisajes más aptos o disminuir su número de integrantes, incor-
porar tecnología y esfuerzo de trabajo (construcción de terrazas, canales de riego y
diques) para contrarrestar la disminución de recursos. Esto quedaría evidenciado en la
construcción de largos canales de riego en Campo Cortaderas (2,7 km), Miriguaca (12,5
km) y Bajo del Coypar 1, sector II (4,6 km) o en el Fondo de Cuenca (11 km).
Las evidencias indican que el sistema agrícola de Bajo del Coypar funcionó aparen-
temente en forma ininterrumpida durante alrededor de 500 años (entre ca. 1000 años
AP y comienzos del siglo XVI), incluido un posible proceso de expansión durante la
ocupación Inca. Posteriormente se lo habría abandonado, abrupta o paulatinamente, en
épocas hispano-indígenas.
Se puede argumentar que el caudal extraído para mantener todo el sistema de cul-
tivo era muy semejante al incorporado por escorrentía superficial al humedal. Ante esta
situación pequeños cambios en el clima pudieron afectar parte de los sistemas de cul-
tivo en el máximo de extensión del sistema y si se intentara, lo que no es probable, cul-
tivar al mismo tiempo la totalidad del espacio.
El factor limitante para el cultivo habría sido el caudal de los primeros meses de la
cosecha, es decir durante los meses de noviembre y diciembre. En estos meses el cau-
dal de los ríos es suficiente para bastecer el riego y, según el registro 1997-2005, puede
tener el 30% de variación anual. Estas variaciones de escala anual podrían ser el reflejo
de diferentes fenómenos del ciclo hidrológico como ser la duración e intensidad de las
nevadas invernales y estivales y la duración e intensidad de la época de deshielo.
De acuerdo a la cronología del sitio BC II, el sistema agrícola de Bajo del Coypar habría
comenzado a construirse casi coincidentemente con la Anomalía Climática Medieval, qui-
zás el evento de mayor aridez del Holoceno Tardío. Por lo tanto, las condiciones de susten-
tabilidad no pudieron ser peores ni aún en la actualidad lo que lleva a pensar que las reservas
hídricas de la cuenca, adecuadamente manejadas y asociadas a criterios óptimos de cultivo
(rotación de especies, descanso alternado de suelos, abono), habrían asegurado la explota-
ción de la mayoría de los sectores total o parcialmente.
Como mencionáramos, se reconocen dos subfases húmedas dentro del último milenio.
La primera de ellas, alrededor de 700-600 años AP, podría haber contribuido a ampliar los sec-
tores de cultivo y a sostener el aparente aumento demográfico asociado a la complejización
agricultura, ambiente y sutentabilidad agricola en el desierto: el caso antofagasta de la sierra // 127

social y del que una evidencia sería el sitio semiurbano de La Alumbrera.


En la etapa colonial, aparece una segunda pequeña subfase húmeda (300-150 AP)
y con ella una mayor abundancia de recursos de forraje asociados a los cursos de los ríos.
Sin embargo, durante esta fase de expansión de las pasturas y humedales no se regis-
traría un aprovechamiento de recursos similar a épocas anteriores debido a que la so-
ciedad indígena habría sido muy desestructurada por la conquista hispana.
A diferencia de otras sociedades agrarias en zonas áridas y semiáridas, la ocupación
humana no originó procesos de salinización de campos de cultivo y abandono por de-
crecimiento del rendimiento (Olivera y Tchilinguirian 2000). La buena calidad de los sue-
los (alta infiltración, bajo contenido de sodio, baja a moderada conductividad), del tipo de
agua (baja salinidad y sodio) y el bajo valor de la evapotraspiración (menor que en los va-
lles mesotermales) permitió que las tierras no se degraden en forma generalizada.
Finalmente, la utilización actual de algunas hectáreas de Bajo del Coypar para el cul-
tivo de alfalfa produjeron un excelente rendimiento (ca. 4.000/5000 Kg./ha) a lo largo de
cinco años los cuales, paradójicamente, muestran los peores registros de lluvias desde
1999 (ver Tabla 2). Esto apoya la hipótesis de que el abandono generalizado de los sis-
temas agrícolas arqueológicos debe asociarse principalmente a circunstancias históri-
cas y culturales producidas a la llegada de los españoles. Es posible que el
reasentamiento de las poblaciones en dirección a explotar las importantes riquezas mi-
nerales de la región (oro, plata, ónix, etc.) tenga que ver con la desestructuración de los
sistemas económicos de las sociedades indígenas prehispánicas.
Los sistemas agrícolas arqueológicos de la cuenca de Antofagasta de la Sierra cons-
tituyen una evidencia destacada del aprovechamiento de las tierras y aguas en zonas
áridas y demuestran que la racionalidad tecnológica puede asegurar importantes cuo-
tas de sustentabilidad a largo plazo.
Los cálculos de disponibilidad hídrica apuntan a que se podría regar en forma potencial
alrededor de 630 ha, mientras que la extensión aproximada de la totalidad de los sistemas
agrícolas prehispánicos descubiertos hasta el momento fue estimada en algo más de 550 ha.
Sin embargo, se debe tomar en cuenta que actualmente se utiliza mucha mayor cantidad de
agua que en la antigüedad en las redes de agua potable y cloacales del pueblo de Antofagasta.
Actualmente, solo se cultivan alrededor de 80 ha (solo un 14,3 % de las arqueológicas) y se
desperdicia mucho caudal en el riego de vegas. Esto último no solo se estima como excesivo,
sino como una de las causas de la degradación de las mismas por procesos de erosión y sa-
linización. Por lo tanto, es posible estimar que un uso racional del recurso hídrico podría in-
crementar sensiblemente las posibilidades agrícolas destinadas para alimentos y/o forraje
para el ganado.
Sería importante que estas lecciones de la historia y las poblaciones originarias de la Puna
se utilizaran para apoyar y mejorar las deterioradas economías agropastoriles regionales, hoy
seriamente amenazadas y en un proceso de abandono alarmante lo que repercute en con-
diciones de pobreza para la población local.

AGRADECIMIENTOS Al equipo del Proyecto Arqueológico Antofagasta de la Sierra por su


apoyo y colaboración en las tareas de campo y gabinete, especialmente a Pedro Salminci
por sus siempre útiles observaciones sobre manejo del espacio. A los pobladores de An-
tofagasta de la Sierra por su hospitalidad y valiosa información, muy especialmente a la
128 // tchilinguirian olivera . capítulo cuatro

Sra. Santos Claudia. A los editores por su invitación a participar en esta obra y su pacien-
cia para esperar el manuscrito final. A los evaluadores del manuscrito cuyas importantes
consideraciones contribuyeron a mejorar el resultado final. Al INAPL (SCN) por brindar
la infraestructura para las investigaciones.
El Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, la Universidad de Buenos
Aires y la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica otorgaron el apoyo fi-
nanciero para las investigaciones. A todos ellos nuestro mayor agradecimiento. Los con-
tenidos son de exclusiva responsabilidad de los autores I

NOTAS: yecto de investigación, con excepción de UGA 9066, UGA 8627 y


1
La Sra. Santos Claudia preparó el terreno y trabajó las parcelas LP 1632 de CC1A y los de PP9 realizados por el equipo del Lic. Car-
desde el año 2004. Su inestimable colaboración permitió contro- los Aschero con quienes trabajamos estrechamente.
3
lar las variables principales, actuando siempre como una infor- También se ubicaron ocupaciones del Formativo y el Arcaico,
mante generosa, confiable y desinteresada. pero están muy alteradas por las ocupaciones del Tardío.
2
Todos los fechados contemplados fueron realizados por el pro-

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130 // quesada . capítulo cinco

05LOS LÍMITES DE LA
AUTONOMÍA
DOMÉSTICA EN LA
AGRICULTURA
DE REGADÍO

ANTOFALLA Y TEBENQUICHE CHICO


(S. III A XII D.C.)

Marcos N. Quesada

CONICET - Escuela de Arqueología, UNCa. Instituto de Arqueología y Museo, UNT.


mkesada@yahoo.com.ar
los límites de la autonomía doméstica en la agricultura de regadío. antofalla y tebenquiche chico // 131

INTRODUCCIÓN: LA APROPIACIÓN CAMPESINA.


Cardozo y Pérez Brignoli (1987), señalaron que la mayoría de las veces las investiga-
ciones sobre la producción campesina optan por uno de dos enfoques: (1) hacen hin-
capié en el grado de dependencia de las unidades de producción campesinas de
estructuras económicas más poderosas o (2) hacen énfasis en su autonomía estructu-
ral. Esta es la principal diferencia entre las llamadas perspectivas “desde arriba hacia
abajo” y “desde abajo hacia arriba”. Las interpretaciones históricas que surgen de cada
una de estas perspectivas resultan frecuentemente muy diferentes.
Si bien, de acuerdo a los intereses de investigación, se han empleado una variedad
de factores a la hora de conceptualizar la racionalidad de la producción campesina -por
ejemplo, la vinculación a sistemas económicos mayores, el acceso al crédito, el estatus
de posesión de las tierras, etc.-, es posible encontrar tres características básicas para de-
finir esta lógica de producción económica y reproducción social: (1) acceso estable a la
tierra, ya sea en forma de propiedad, ya sea mediante algún tipo de usufructo, (2) fuerza
de trabajo predominantemente familiar, sin excluir el empleo ocasional de fuerza de
trabajo extrafamiliar y (3) producción orientada a la reproducción doméstica, sin excluir
la posibilidad de producir excedente. El primer punto implica que el campesino ha in-
vertido fuerza de trabajo en la construcción de los medios de producción y depende de
ellos para su reproducción. El segundo, que la familia campesina reúne en sus miem-
bros y capacidad de organización los recursos necesarios para efectuar todo el ciclo pro-
ductivo. Por último, el tercer punto hace referencia a que los objetivos de la producción
campesina son finitos y no existe en esta una tendencia (pero sí la posibilidad) de in-
crementar la producción más allá de la satisfacción de aquello que es percibido como
“necesario”.
De lo dicho se destaca, en primer lugar, que la familia campesina1 como unidad de
producción aparece con un elevado grado de autonomía. Capaz de completar con éxito
todas las tareas productivas, no parece haber motivos inmediatos por los cuales debe-
ría establecer relaciones de dependencia con otras unidades y conformar así esferas so-
ciales supradomésticas. Esto es, sin embargo, sólo parcialmente cierto puesto que tal
autonomía se verifica a corto y quizá a mediano plazo. A largo plazo, no obstante, la do-
méstica es una unidad social muy inestable, en principio, por la siguiente razón: no
reúne en sus miembros el número suficiente para garantizar la formación de parejas
que asegure su reproducción biológica (Meillassoux 1984). Ello implica que las unida-
des domésticas necesitan relacionarse con otras para efectuar intercambios matrimo-
niales y establecen de esa manera vínculos entre ellas. Pero además vamos a considerar
otra circunstancia que Vicent (1991) ha señalado con precisión. El rendimiento diferido
que involucra la práctica agrícola implica una concentración de riesgos. Un agricultor
concentra todo un año de riesgos en el momento de la cosecha. Esto es además agra-
vado por la simplificación ecológica que significa la agricultura (Cohen 1984) y la dis-
minución en la adaptabilidad, es decir el aumento de la vulnerabilidad a las
fluctuaciones imprevistas, que conlleva su práctica (Rindos 1988). El establecimiento de
vínculos de ayuda mutua y redes de alianzas son estrategias bien documentadas entre
grupos campesinos para afrontar estas situaciones de riesgo (Browman 1987; Halstead
y O’Shea 1989; Rindos 1988; Vicent 1991). Ahora bien, en la medida en que el campe-
sino depende de los resultados de la cosecha para la reproducción de su familia debe
132 // quesada . capítulo cinco

asegurar, por un lado, el éxito técnico del proceso productivo y, por otro lado, el acceso
a sus resultados, es decir a lo producido, y a los medios de producción que le permiti-
rán reproducir el ciclo agrícola. El modo de vida campesino exige, como decía Vicent“la
institucionalización de la apropiación”. Esto normalmente implica la definición del
grupo de producción y consumo, aquellos que tienen derecho de acceso al producto so-
cial. Es decir la definición del grupo familiar (Vicent 1991). Pero la definición del grupo
familiar, implica la exclusión de otros grupos, aquellos con los cuales, sin embargo, se
deben mantener lazos de reciprocidad y de intercambio de miembros. El dilema susci-
tado en el hecho de que se deba excluir a quienes se debe integrar, abre todo un campo
para el análisis de la negociación que implica el mantenimiento de estas relaciones con-
tradictorias que son estructurales, constitutivas del modo de vida campesino. Las for-
mas concretas que adoptan estas relaciones tensas de cooperación y conflicto son, sin
embargo, propias de cada contexto específico. En adelante, tomando como caso las al-
deas agrícolas de las quebradas de Tebenquiche Chico y Antofalla (Figura 1) durante
los siglos III a XII d.C.2, vamos a explorar aspectos de estas tensiones entre escalas so-
ciales. Ello nos dará, además, la oportunidad de revisitar algunas interpretaciones sobre
la relación de los campesinos con la tierra que se han hecho en los últimos años (Que-
sada 2001, 2006, 2007) con el fin de ampliarlas, matizarlas y enfatizar algunos aspectos
a la luz de los avances de la investigación.

FIGURA UNO
Ubicación de las quebradas de Tebenquiche Chico y Antofalla.
los límites de la autonomía doméstica en la agricultura de regadío. antofalla y tebenquiche chico // 133

LA APROPIACIÓN MATERIAL DEL AGUA


El asentamiento en las quebradas de Tebenquiche Chico y Antofalla se dispone en con-
juntos de viviendas más o menos cercanas entre sí, e igualmente más o menos alejadas
de otros conjuntos, conformando de ese modo pequeños caseríos o aldeas. Entre los si-
glos III y XII se construyeron en Tebenquiche Chico los agrupamientos de viviendas
que denominamos como sector alto (6 casas), medio (13 casas) y bajo (2 casas). En An-
tofalla otro conjunto de viviendas tomó forma en la mitad norte del pequeño valle de
Encima de la Cuesta (7 casas), al tiempo que un pequeño caserío ocupaba el sector de
Pie de la Cuesta (3 casas). Por último, un conjunto más importante se conformó en la
desembocadura de la quebrada de Antofalla3 (21 casas en los sectores no afectados por
la construcción del trapiche y el pueblo actual) (Figura 2). Esta forma de agrupación de
las casas nos informa acerca de una marcada importancia de alguna esfera social su-
pradoméstica alrededor de la cual se articulaba la vida aldeana. Sin embargo, tan clara
como la expresión espacial de la integración aldeana resulta la de la escala doméstica.

FIGURA DOS
Fotografías aéreas de las quebradas de Tebenquiche Chico y Antofalla con indicación de la ubicación de los
distintos conjuntos de viviendas referidos en el texto.

Haber llamó la atención acerca de la alta definición de la escala doméstica en Teben-


quiche Chico en relación a la estructura espacial del asentamiento:“en lo referente a los
núcleos de viviendas, podemos identificar 6 unidades domésticas. Estas unidades do-
mésticas son agrupaciones de estructuras perfectamente separables de otras simila-
res…” (Haber 1996:77). El avance de las investigaciones en Tebenquiche Chico dio lugar
134 // quesada . capítulo cinco

a la identificación de un número mayor de unidades de vivienda (21) manteniéndose


sin embargo, la misma lógica de emplazamiento. La separación espacial de las vivien-
das, tan clara en Tebenquiche Chico, puede ser advertida también en las distintas aldeas
de la quebrada de Antofalla. Aún en Af21, un conjunto de viviendas cuya proximidad
le otorga un aspecto abigarrado, discontinuidades arquitectónicas permiten advertir
que el conjunto está conformado por al menos 9 compuestos domésticos diferentes.
Ahora bien, lo interesante de esto no es haber constatado la coexistencia de las es-
feras sociales aldeana y doméstica, sino, haber encontrado que ambas esferas tienen
expresiones espaciales claramente identificables. Pero nuestra búsqueda no está orien-
tada a la determinación de una y otra escala, sino a la indagación acerca de la forma en
que ambas se relacionaron con respecto al manejo del agua y la apropiación de los es-
pacios de cultivo. ¿Podemos identificar formas de ordenamiento espacial de casas, al-
deas y redes de riego que puedan expresar relaciones de propiedad?
Existe una expresión espacial que podría ayudarnos a interpretar las relaciones que
se generan entre los grupos sociales en relación a los medios de producción. Algunos
investigadores encontraron vínculos espaciales que consideraron no azarosos entre las
casas o conjuntos de casas y redes de riego o conjuntos de parcelas (Berberián y Niel-
sen 1988; Cruz 2004; Scattolin 2001, 2007). Generalmente estos patrones son interpre-
tados de dos formas no excluyentes: como expresión de una relación funcional (en las
casas vive la gente que trabaja en los campos) y/o de una relación de propiedad (en las
casas vive la gente dueña de los campos). Ninguno de los dos tipos de relación resulta
descabellado y es factible esperar que las casas y los campos, extremos del circuito co-
tidiano del trabajo campesino (Gastaldi 2007; Quesada y Korstanje 2010), se relacionen
espacialmente de forma definida.
Si bien la distribución de las viviendas es relativamente discontinua, la de los cam-
pos de cultivo es, en cambio, espacialmente continua pero tecnológicamente disconti-
nua pues se trata de un espacio altamente segmentado en una gran cantidad de redes
de riego (Quesada 2006, 2007). Hemos alcanzado a relevar en ambas quebradas 114
redes de las cuales al menos 79 pudieron estar activas entre los siglos III y XII4
Hemos identificado 4 formas posibles de vinculación entre las casas y las redes de
riego, a las que llamamos modalidades A, B, C y D (Figura 3). La modalidad A expresa
una relación espacial de proximidad y correspondencia entre una casa y una red de
riego. Es decir, a cada casa le corresponde una red de riego y viceversa. Una segunda
modalidad, que hemos llamado B, muestra la relación espacial entre una red de riego
cuyo canal principal se divide en dos trazados secundarios y dos viviendas que se aso-
cian a cada uno de ellos. La modalidad C consiste en un conjunto de viviendas que se
disponen agrupadas sin que se pueda establecer una relación espacial clara entre una
de ellas y una red de riego (como en la modalidad A) o parte de una red de riego (como
en la modalidad B). Por último, en la modalidad D las casas aparecen agrupadas y re-
lacionadas a una red de riego cuyo canal principal se divide en dos canales secundarios.
Un conjunto de casas se ubica en el perímetro irrigado por el canal secundario superior
y otro conjunto en el perímetro irrigado por el canal secundario inferior.
En Tebenquiche Chico las casas y redes de riego sólo se vinculan mediante las mo-
dalidades A y B, siendo claramente mayoritaria la A. En Antofalla fueron detectadas
además las modalidades C y D pero también allí la modalidad más clara y recurrente
los límites de la autonomía doméstica en la agricultura de regadío. antofalla y tebenquiche chico // 135

por cierto es la A. En el lapso comprendido entre los siglos III y XII, 20 casas y por lo
tanto 20 redes de riego se relacionaron espacialmente según esa fórmula en ambas
quebradas. Esta alta recurrencia de casos impide pensar que estemos ante efectos del
azar, más aún cuando se presentan otras formas posibles de articulación espacial entre
unidades de vivienda y redes de riego.
En Tebenquiche Chico, donde la modalidad A fue identificada inicialmente, fue in-
terpretada como una expresión de la apropiación doméstica de los espacios agrícolas
(Haber 2001, 2006; Quesada 2001, 2006): en la casa residía el grupo social que traba-
jaba y controlaba la red de riego asociada, estableciéndose una relación tanto funcio-
nal como de propiedad.
La modalidad B no parece mostrar una relación enteramente diferente. En todo caso
podríamos decir que en esta forma de vinculación espacial, las unidades domésticas
expresaban la apropiación de una parte de una red de riego antes que de toda una red.
Sin embargo, ninguna de las familias involucradas tendría ya la posibilidad de gestio-
nar autónomamente su sección de la red toda vez que el funcionamiento de la parte de
la red de riego bajo su control dependía técnicamente de dispositivos hidráulicos com-
partidos con otra familia.
En la modalidad C, en cambio, no es visible ninguna forma de apropiación de las
redes de riego por parte de las familias individuales. En cambio, son los conjuntos de
casas los que se disponen cerca de una red de riego, o lejos de todas. En este último caso
debemos suponer sin embargo que las familias accedían de todos modos a tierras irri-
gadas, aunque tal acceso no fue expresado en la disposición de las casas. Es sugerente
que en los casos donde las casas y las redes de riego se disponen de acuerdo a la mo-
dalidad C, también otras estructuras que probablemente fueron corrales se asocian a los
conjuntos de casas, en tanto que en Tebenquiche Chico (exclusivamente modalidades
A y B), los probables corrales se vinculan a viviendas individuales. Pareciera que es po-
sible interpretar que la modalidad C enfatiza la relación entre las familias en lo que res-
pecta a la apropiación de los recursos (tierras agrícolas y, a juzgar por la disposición de
los corrales, también la hacienda) antes que su autonomía.
La modalidad D se trata de un esquema muy similar a la modalidad B, con la dife-
rencia de que en esta forma de articulación de los ámbitos de vivienda con los espacios
de producción son los conjuntos de casas, y no las casas individuales los que se vincu-
lan a sectores claramente identificables de una red de riego.
Es posible que las modalidades A, B y D representen diferentes momentos de pro-
cesos históricos de desarrollo de algunas redes de riego. De hecho, podemos fácilmente
imaginar la forma en la cual se puede pasar de la modalidad A (Figura 2a) a la modali-
dad B mediante la agregación de una derivación secundaria en posición inferior y la
construcción de una casa vinculada a esta nueva sección (Figura 2b). Del mismo modo,
de la modalidad B se puede pasar a la D por medio de la agregación de casas vincula-
das a cada uno de los canales secundarios de la red de riego (Figura 2c). La modalidad
C, en cambio, no puede ser de ningún modo incluido como parte o resultado de un
proceso como el señalado. De todos modos, si realmente estas modalidades represen-
tan procesos de transformación del paisaje agrario como el que acabamos de señalar,
estos parecen haber sido excepcionales ya que durante los siglos III a XII sólo dos casos
adoptaron la modalidad B y apenas uno la D.
136 // quesada . capítulo cinco

LOS ANCESTROS
La voluntad de las familias campesinas de Tebenquiche Chico y Antofalla -quizá vin-
culadas entre sí por lazos de parentesco-, de conformar núcleos aldeanos nos reubica
en el plano de tensión conformado por dos formas de apropiación: por un lado la apro-
piación doméstica del agua mediante la técnica de la irrigación y por otro la apropia-
ción común del agua mediante la pertenencia de las distintas unidades de producción
a un grupo de descendencia o linaje. Esto último supone, como bien anota Haber
(2006:239), “la construcción cultural de la ascendencia” (cf. Meillassoux 1984; Vicent
1991). La arqueología y etnohistoria andinas han abordado con frecuencia este tema
buscando explorar las prácticas de construcción de los ancestros y pusieron en evi-
dencia dos aspectos del problema: por un lado la variabilidad regional y temporal del
culto a los antepasados y, por otro lado, la importancia que estos tuvieron en la nego-
ciación de los derechos sobre los recursos, en tanto poseedores últimos de los mismos
(Duviols 1979; Isbell 1997; Lau 2008; Nielsen y Boschi 2007; Pérez Gollán 2000, entre
otros).
De acuerdo con Haber, en Tebenquiche Chico la construcción cultural de los ances-
tros implicó al ritual funerario. Este tuvo una espacialidad particular ya que, a diferen-
cia de las redes de riego, que con el predominio de la modalidad A aparecen bien
relacionadas a las viviendas, los enterratorios aparecen agrupados entre sí y separados
de estas. De tal modo que el autor consideró que “su disposición espacial no es com-
prensible ni explicable mediante el desarrollo de la lógica agrícola a través de la cual se
describió el asentamiento y crecimiento de las células domésticas” (Haber 2006:239), y
propuso que“el proceso de creación de los ancestros y la delimitación del grupo de des-
cendencia común, ya fuera esta real o ficticia, debieron realizarse a través de la partici-
pación colectiva en el ritual de los muertos ancestrales” (Haber 2006:254).
En Antofalla no se ha avanzado en el estudio del patrón funerario, tarea que además
podría ser allí más compleja ya que las ocupaciones posteriores al siglo XII -más in-
tensas y extensas que en Tebenquiche Chico-, pudieron haber afectado áreas de tum-
bas. No vamos a profundizar en ese aspecto, pues no es la finalidad de este trabajo sino
señalar algunos aspectos que resultan relevantes para esta discusión. Aquí será sufi-
ciente indicar que las prospecciones y relevamientos permitieron detectar 49 enterra-
torios5. Los que, de acuerdo a la cerámicas diagnósticas asociadas a estos, podrían
corresponder a los periodos Tardío, Inca y Colonial temprano se ubican en sectores ele-
vados, sobre las laderas de la quebrada y alejados de las casas y áreas agrícolas. Los que
podrían ser asignados al primer milenio d.C. se presentan de dos formas a) agrupados
y alejados de las viviendas, de un modo similar a lo encontrado por Haber en Teben-
quiche Chico o b) adosados a estas. Este último modo de relación es del todo intere-
sante. Se trata de 9 enterratorios asociados 1 al núcleo residencial Af1646 (Figura 4)
mientras que los 8 restantes lo hacen a distintas unidades de viviendas que conforman
el conjunto Af21 (Figura 5). Lo llamativo es que estas viviendas corresponden, respec-
tivamente, a los únicos casos identificados de modalidades C y D entre los siglos III y
XII, es decir, aquellas que son menos enfáticas en la relación espacial entre las redes de
riego y las casas individuales. Se trata de un interesante juego de espejos: cuando los
canales se vinculan a las casas individuales, los enterratorios se hallan lejos de ellas,
cuando los canales se vinculan a grupos de casas o se hallan lejos de estas, las tumbas
los límites de la autonomía doméstica en la agricultura de regadío. antofalla y tebenquiche chico // 137

FIGURA TRES
Modalidades de relación espacial entre las casas y las redes de riego en Tebenquiche
Chico y Antofalla.
138 // quesada . capítulo cinco

FIGURA CUATRO

Núcleo residencial Af1646 en la quebrada de Antofalla. La flecha indica la posición de la cámara


funeraria subterránea junto al muro que delimita una suerte de patio.

aparecen junto a las casas individuales.


A MODO DE CONCLUSIÓN: PRÁCTICA Y REPRESENTACIÓN
Las interpretaciones anteriores sobre las relaciones que establecían las familias campe-
sinas con respecto al acceso al agua (Quesada 2001, 2006) estaban basadas en unos
pocos casos de redes de riego y núcleos residenciales de Tebenquiche Chico donde la
modalidad A constituía la única forma de vinculación entre estos elementos, salvo por
un caso de modalidad B que aparecía entonces como anomalía. En tal situación resulta
fácil explicar porqué se hizo mayor énfasis en la autonomía doméstica que en sus lími-
tes. El avance de las investigaciones permitió reconocer otras formas de relaciones es-
paciales donde la apropiación es menos representada. Aún así, con un marcado
predominio de la modalidad A6, el paisaje agrario de Tebenquiche Chico y Antofalla es
enfático en la representación de la apropiación doméstica de las redes de riego. Esto su-
giere a su vez que las familias podrían haber mantenido un elevado grado de autono-
los límites de la autonomía doméstica en la agricultura de regadío. antofalla y tebenquiche chico // 139

mía en las decisiones relacionadas a la producción agrícola. En alguna medida pudo


haber sido así, pero hay algunas razones para matizar esta observación y explorar los lí-
mites de tal autonomía. Una de ellas ya fue señalada y es la existencia de otras formas
de relación entre las áreas residenciales y las redes de riego donde las familias indivi-
duales no podían ya gestionar autónomamente la totalidad de la red de riego. Estos
casos, no obstante, son pocos.
La otra razón es la siguiente: las mediciones del caudal del arroyo que realizamos en
el sector medio de la quebrada de Tebenquiche Chico dieron un resultado de sólo 26,3
litros por segundo. Esto significa que difícilmente podría haber abastecido a más de
unas pocas bocatomas abiertas simultáneamente. El volumen de agua transportado por
el arroyo de Antofalla, aunque no ha sido medido, no es muy diferente. Aún suponiendo
que los caudales de los arroyos pudieron haber disminuido en el último milenio7, la
cantidad de redes de riego en funcionamiento entre los siglos III y XII superaba am-
pliamente las posibilidades de emplearlas simultáneamente. Esto significa que de algún
modo debió convenirse entre las familias un sistema de reparto del agua. La principal
consecuencia de este hecho para nuestro análisis es que la apropiación doméstica de las
redes de riego no implica un acceso irrestricto al agua y la apertura de las bocatomas
debió ser motivo de permanentes conflictos y numerosos sucesos de crisis. El acceso al
agua debió ser, por lo tanto, constantemente negociada.
Es posible que los sistemas de reparto hayan sido dejados de lado, o en todo caso,
flexibilizados durante los períodos de retracción agrícola, al menos entre redes de riego
alejadas. Por ejemplo, durante los períodos agroalfareros Tardío e Inca y el Colonial Tar-
dío, siendo nuevamente establecidos durante el Colonial Temprano, en particular en
Tebenquiche Chico, donde un gran número de redes de riego muy próximas pudieron
haber sido reactivadas. Pero cualquiera haya sido el sistema de reparto, volvemos a la
idea de que la apropiación de las redes de riego por sí sola no asegura a las unidades
domésticas individuales el acceso irrestricto al agua, aunque sí garantiza que ese ac-
ceso no esté mediado por dispositivos técnicos no controlados por ellas, una situación
muy deseable en contextos de conflictos por el uso del recurso. Entonces, bajo la mo-
dalidad A, las familias campesinas debían, por un lado, negociar su acceso al agua pero,
por otro lado, mejoraban sus condiciones de negociación mediante la apropiación do-
méstica de los dispositivos técnicos de manejo del agua y la auto-apropiación de la
fuerza de trabajo invertida en ellos.
Por otro lado, así como no debe entenderse que la independencia de las redes de
riego aseguraba a las familias la apropiación doméstica del agua, tampoco debe enten-
derse que la vinculación de los enterratorios a las viviendas debe significar necesaria-
mente que no existía en tales casos una participación colectiva en los rituales funerarios.
De hecho, nada dice que aún en esta condición el ritual funerario no involucraba a las
demás familias. Quizá sea significativo en relación a esto que si bien los enterratorios
en Af1646 y Af21 aparecen junto a las casas, lo hacen adosados a los muros exteriores.
No se trata precisamente del espacio más íntimo o restringido de las viviendas. Sin em-
bargo, lo que sí marca una diferencia en relación a lo hallado por Haber (2006) en Te-
benquiche Chico es que en estos contextos las casas aparecen claramente vinculadas al
proceso de construcción de los ancestros. Al parecer esta relación fue materialmente
enfatizada ya que, y también contrastando con las formas funerarias de Tebenquiche
140 // quesada . capítulo cinco

FIGURA CINCO:

Af21. Se indica la posición de las cámaras funerarias junto a las viviendas.


los límites de la autonomía doméstica en la agricultura de regadío. antofalla y tebenquiche chico // 141

Chico, al menos en Af21 la posición de las tumbas fue demarcada por medio de hile-
ras de piedras paralelas a los muros de las casas o ubicándolas en el espacio entre dos
hileras de muros que luego sería rellenado de sedimentos. Tal vez sea posible pensar en-
tonces, siempre ubicándonos en el plano conflictivo de la apropiación campesina, que
la apropiación doméstica del agua cuando no existía una relación clara y visible de las
casas con la tecnología que la facilitaba pudo requerir de una mayor representación de
estas en otra esfera de sentido, en este caso la construcción de los ancestros, para legi-
timar los derechos de la familia sobre los recursos comunes.
Parece entonces que los patrones espaciales no deben entenderse como reflejo de las
reales condiciones de producción o relaciones sociales de producción concretas. Antes
bien, deben ser interpretadas en aquella superficie de fricción entre escalas sociales que
señalamos al comienzo de este trabajo, sobre la cual buscamos permanentemente po-
sicionar nuestro análisis. En ella se descubre que sólo hasta cierto punto lo represen-
tado fue realmente practicado. Allí podemos notar la voluntad de las familias, quizá
vinculadas entre sí por lazos de parentesco, de conformar vínculos sociales comunita-
rios, pero al mismo tiempo, resulta claro el interés que estas mismas familias tenían de
mantener algún grado de autonomía sobre la gestión de sus medios de producción I
142 // quesada . capítulo cinco

NOTAS: la Cuesta dista 0,9 km del de Pie de la Cuesta en tanto que este
1
No se debe interpretar que con la noción de familia o unidad último queda a 2,27 km del conjunto de la desembocadura. Es
doméstica pretendemos caracterizar un tipo particular de familia posible que el término aldea no sea del todo apropiado para hacer
o unidad doméstica. Es sabido que la configuración específica de referencia a grupos de tres unidades de viviendas, pero lo que
estos colectivos sociales en aspectos tales como tamaño, com- nos interesa destacar con esa denominación antes que un nú-
posición y formas concretas en que se reproducen y negocian sus mero concreto de casas, es la posibilidad de que hubieran exis-
relaciones, es sumamente variable según los contextos cultur- tido contextos cotidianos de interacción y relaciones de vecindad
ales. Sin ignorar la densidad teórica que suponen los conceptos con la inmediatez que podrían caracterizar la vida aldeana.
4
de unidad doméstica y familia y las discusiones sobre su relación La asignación cronológica de las redes de riego se realizó com-
(ver por ejemplo Mayer 2004) en este trabajo emplearemos tales parando las cerámicas asociadas a los canales, recolectada du-
términos en forma laxa para referir a una escala social de bajo rante el relevamiento, con la secuencia cerámica elaborada a
nivel de inclusión que creemos haber identificado en la arqui- partir de los depósitos de la vivienda TC1 en Tebenquiche Chico
tectura residencial y agrícola de los casos que estudiamos. Esti- cuya estratigrafía fue datada mediante una serie de 14 fechados
mamos que también resulta relevante para comparar con una radiocarbónicos (Granizo 2001; Haber 2006). En Quesada (2006)
segunda escala de integración social más inclusiva a la que puede hallarse una descripción más detallada del procedimiento.
5
preferimos referirnos como suprafamiliar, supradoméstica o La prospección, que abarcó toda la extensión de la quebrada
aldeana. de Antofalla, fue de cobertura total organizada en transectas se-
2
En adelante todas las referencias cronológicas corresponden a paradas por 45 m. El relevamiento fue realizado en los sectores
siglos después de Cristo. de Encima de la Cuesta, Antofalla y Campo de Antofalla. Proce-
En otro artículo en este mismo volumen (capítulo 3) he repasado dió mediante taquimetría con teodolito. En ambos procedimien-
con más detalle las problemáticas particulares de carácter his- tos se logró un registro espacial de alta resolución.
6
tórico en el marco de las cuales se han desarrollado las investi- Al parecer, la modalidad A es mayoritaria también durante los
gaciones en Tebenquiche Chico y Antofalla. Remito al lector a períodos Tardío e Inca. Durante el período Colonial, y probable-
aquel trabajo para profundizar en esos aspectos. También allí mente a comienzos del Republicano, siglos XVI a primera mitad
encontrará descripciones más detalladas de los aspectos geo- del XIX, la modalidad A es definitivamente la más común. La re-
gráficos y ambientales de estas localidades. ocupación en los siglos XVI y XVII de los sectores medio y bajo de
3
La separación de los conjuntos de viviendas no es uniforme. Por Tebenquiche Chico tras su abandono en el siglo XII no parece
ejemplo, en Tebenquiche Chico el conjunto del sector alto se halla haber afectado la estructuración de los espacios domésticos y de
mucho más distante del conjunto del sector medio (1,4 km), que producción del primer milenio basado en la modalidad A, excepto
este último del conjunto del sector bajo (0,49 km). Es probable un caso de modalidad B.
7
que los dos últimos conjuntos hayan conformado un mismo grupo Se trata sólo de una suposición que expresa simplemente la po-
aldeano. En la quebrada de Antofalla la separación de los con- sibilidad de que tal fenómeno pudo haber sucedido, pues no dis-
juntos de viviendas es más marcada. El conjunto de Encima de ponemos de ningún indicio de fluctuación del caudal del arroyo.

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144 // caria et al . capítulo seis

06 FORMAS Y ESPACIOS
DE LAS ESTRUCTURAS
AGRÍCOLAS
PREHISPÁNICAS
EN LA QUEBRADA DEL RÍO
DE LOS CORRALES

(EL INFIERNILLO -TUCUMÁN)

Mario Caria¹; Nurit Oliszewski2; Julián Gómez Augier3; Martín Pantorrilla4 y Matías Gramajo Bühler5
¹
Instituto de Geociencias y Medio Ambiente (INGEMA). CONICET. mcaria1@yahoo.com.ar
2
Instituto Superior de Estudios Sociales (ISES). CONICET. Universidad Nacional de Tucumán. nuritoli@yahoo.com.ar
3
Instituto de Geociencias y Medio Ambiente (INGEMA). CONICET. julianpgaugier@hotmail.com
4
Instituto Superior de Estudios Sociales (ISES). CONICET. Universidad Nacional de Tucumán. yutopanto@yahoo.com.ar
5
Instituto de Arqueología y Museo (IAM). Universidad Nacional de Tucumán cmatiasgb@gmail.com
formas y espacios de las estructuras agrícolas prehispánicas en la quebrada del rio de los corrales // 145

INTRODUCCIÓN
En los últimos años, el estudio arqueológico de la agricultura se orientó a generar nue-
vos medios de obtención de evidencias sobre las formas de la práctica agrícola y espe-
cíficamente sobre qué especies se cultivaban. Al respecto han sido pioneros los trabajos
de Babot (2004) y Korstanje (2005), quienes han desarrollado técnicas analíticas a nivel
de microfósiles aplicados en sitios prehispánicos del NOA. De igual modo, se ha in-
tentado avanzar en la problemática de la asignación cronológica mediante la aplica-
ción de dataciones absolutas de muestras obtenidas directamente de estructuras de
cultivo (Korstanje et al. 2010 y capítulo 8 en este volumen) y que permitirían com-
prender mejor las relaciones productivas de los grupos prehispánicos a lo largo del
tiempo.
Los estudios sobre los sistemas agrícolas en sitios arqueológicos de Tucumán no han
tenido una dedicación importante por parte de los investigadores, solo pueden citarse
algunos ejemplos como es el caso del valle de Tafí, donde Sampietro (2002) realizó una
serie de caracterizaciones en cuanto a los paleosuelos de los andenes de cultivo y a la
distribución espacial de las diferentes estructuras agrícolas en el cono del río Blanco
según su red hidrográfica, distinguiendo canales de riego y líneas de despedre para el
control de la erosión. En cuanto al extremo meridional del sistema Sierras del Aconquija
y Cumbres Calchaquíes recién se está comenzando a generar información sobre los es-
pacios productivos (Caria et al. 2006 y 2007; Franco Salvi 2008).
En consecuencia, podemos decir que las investigaciones arqueológicas sistemáticas
sobre sistemas agrícolas en la provincia de Tucumán son relativamente escasas y no
han explotado aún el alto potencial que tiene en toda su extensión geográfica. La ma-
yoría de las investigaciones han sido enfocadas al ámbito del valle de Tafí, dejando otras
áreas sin ser estudiadas, a pesar de la gran importancia que puede llegar a tener en el
proceso explicativo del desarrollo sociocultural prehispánico de toda la región. Esto ge-
neró una visión parcial del pasado prehispánico en la provincia que debería cambiar.
Por ello, el objetivo principal del presente trabajo es realizar una caracterización de
las estructuras agrícolas arqueológicas ubicadas en un sector de la quebrada del río de
Los Corrales (El Infiernillo-Tucumán). Al mismo tiempo se intenta establecer posibles
vinculaciones de las mismas con otros tipos de estructuras arqueológicas presentes en
la quebrada. Cabe destacar que la agricultura, en este sector ubicado a ca. 3100 msnm,
habría funcionado por siembra“a temporal”o “de secano”, ya que no se han registrado
sistemas de riego artificial. Asimismo, según los resultados de dataciones asociadas al
área y de los materiales cerámicos y de la arquitectura presente en este sector, podemos
inferir que las estructuras agrícolas serían anteriores al 1000 AP.
146 // caria et al . capítulo seis

ANTECEDENTES A NIVEL REGIONAL1


Las investigaciones relacionadas a los espacios agrícolas tienen una larga data en la ar-
queología del NOA. Trabajos sustanciales realizados para diferentes áreas han provisto
de herramientas clasificatorias y analíticas para abordar esta temática. La mayoría de
estos estudios están referidos a sitios agrícolas de altura con sistemas de riego y son es-
pecialmente conocidos para el Período Tardío (ca. 1000-1500 años AP). Muchos de ellos
se encuentran ubicados en ambientes de Puna y Prepuna.

La agricultura del 1° milenio d. C.


Uno de los sectores del NOA que mayor información aportó al estudio de la arqueolo-
gía agrícola para este momento es Laguna Blanca, ubicada a más de 3400 msnm en la
Puna catamarqueña (Delfino 1999). Allí existen numerosos vestigios de trabajos agrí-
colas prehispánicos que pueden asociarse a momentos del 1° milenio d. C. Las estruc-
turas agrícolas se encuentran emplazadas en lugares cercanos a las fuentes de agua y
con un diseño de irrigación muy denso en algunos sectores bien definidos. Por ejem-
plo, Albeck y Scattolin (1984) constataron, en base al análisis de fotografías aéreas, la
incidencia que tuvo el diseño de la red hídrica en la selección del lugar de asentamiento
agrícola, constituyéndose ésta en factor primordial.
Asimismo, Scattolin (1990) relevó varias estructuras agrícolas asociadas a unidades do-
mésticas en un sector de la falda Occidental del Aconquija, también anteriores al 1000 AP.
En investigaciones mas recientes, Quesada (2006) estudió el sistema de redes de re-
gadío en un espacio agrícola ubicado en la quebrada de Tebenquiche Chico en la Puna
de Atacama, estableciendo diferentes escalas temporales y espaciales en el trabajo agrí-
cola durante el 1° milenio d. C. Especialmente destaca que el “paisaje agrícola alcanzó
una notable extensión sin necesariamente implicar escalas sociales supradomésticas”
(Quesada op cit.: 31).

La agricultura del 2° milenio d. C.


Al respecto es importante destacar que según Albeck (1984), en la Puna Húmeda o
Normal es posible el cultivo“a temporal”o“de secano”, al menos de los tubérculos an-
dinos y otros vegetales microtérmicos, aunque no se han registrado hasta el momento
sitios con estas características. En la Puna Seca o Espinosa, la agricultura se efectúa ex-
clusivamente bajo riego y los sectores cultivables se emplazan de acuerdo a la disponi-
bilidad de agua; aun así se encuentran relativamente cercanos unos a otros, ocupando
fajas que bordean los bolsones puneños. En la Puna Salada o Desértica, el ambiente ad-
quiere las características de un verdadero desierto. Allí el cultivo, de regadío, se en-
cuentra solamente en lugares con condiciones de humedad y temperatura
excepcionales y por tanto se presenta muy espaciadamente.
Se considera que para el Período Tardío la agricultura estaba plenamente desarrollada
y la utilización de los terrenos cultivables fue posible gracias al desarrollo tecnológico
que había incorporado el regadío en forma sistemática. Tarragó (2000) sostiene que tres
grandes sistemas agrícolas se practicaron al mismo tiempo durante el Período Tardío: el
cultivo de fondo de valle, el cultivo de ladera en andenes y la explotación de cuencas de
alto rendimiento. Entre estos sistemas sobresalen los de Coctaca, Rodero y Alfarcito en
la Quebrada de Humahuaca (Jujuy) con unas 5000 hectáreas bajo riego. Coctaca puede
formas y espacios de las estructuras agrícolas prehispánicas en la quebrada del rio de los corrales // 147

vincularse a momentos incaicos y las superficies de cultivo se encuentran entre los 3100
y 3500 msnm, destacándose los recintos de cultivo que ocupan una importante área. En
cuanto a Rodero, este se encuentra entre los 3200 y 3700 msnm. Para ambos sitios se ha
calculado unas 6000 hectáreas de campos de cultivo (Albeck y Scattolin 1991). Otra
zona agrícola importante es Casabindo (Cochinoca-Jujuy), a unos 3500 msnm. Esta
zona está caracterizada por una serie de quebradas y es en estas donde aparecen las an-
tiguas obras agrícolas indígenas. Albeck (1984, 1993) sostiene que en la actualidad todas
las quebradas con agua permanente presentan restos de antiguas obras agrícolas en
Casabindo. Dentro de ellas distingue dos categorías, las que se vinculan con la super-
ficie de siembra y las que están conectadas con las obras de irrigación, en estas últimas
ha determinado varios tipos de acequias para riego.
Siguiendo con el Período Tardío, Tarragó (2000) menciona diferentes ámbitos agrí-
colas como la quebrada del Toro (Salta), donde se encuentran alrededor de 1000 hectá-
reas con regadío; Las Pailas, en el valle Calchaquí, con un espacio agrario constituido por
intrincados canchones y terrazas de cultivo al igual que canales de irrigación y de dre-
naje. También menciona los presentes en el valle de Santa María donde se destacan
Caspinchango (al oriente) y Quilmes en la parte occidental con un sofisticado sistema
de riego que incluye una represa y los campos agrícolas de Huasamayo (El Cajón). Por
último destaca en el valle de Hualfín, la andenería de Azampay caracterizada por 6 km²
con sistemas de terrazas regadas por canales que se alimentaban mediante estanques
y bocatomas.

EL ÁREA DE ESTUDIO
La zona de la quebrada del río de los Corrales se ubica sobre el Abra de El Infiernillo
(Departamento Tafí del Valle, Provincia de Tucumán), con una cota altimétrica prome-
dio de 3100 msnm, la cual es una zona de hundimiento dentro del sector norte del sis-
tema del Aconquija (Figura 1). Para una descripción más detallada consultar Caria et al.
(2006, 2007) y Oliszewski et al. (2008).
El área de estudio está atravesada por el río de Los Corrales que corre en sentido S-
N y constituye el cauce principal que da formación a la quebrada del mismo nombre.
Al mismo confluyen los sistemas de escorrentía derivados de la ladera oeste. Actual-
mente, este río es de cauce permanente mientras que los sistemas de escorrentía son
temporales, dependiendo de los aportes pluviales estivales.
Las investigaciones arqueológicas realizadas hasta el momento en la quebrada del
río de Los Corrales, abarcaron la cuenca media/inferior de dicho río y sus márgenes
entre las cotas de ca. 2900 y 3200 msnm. De este modo se recorrieron 5,5 km lineales,
es decir desde la confluencia de la ruta provincial 307 y el río de Los Corrales (que des-
pués da origen al río de Amaicha), hasta un sector donde la quebrada del río homónimo
se reduce en su ancho a sólo 5 m. La prospección cubrió también los sectores marginales
y quebradas laterales, superando en algunos casos 1 km en sentido transversal al río.
A partir de los trabajos de prospección realizados podemos distinguir al menos cinco
tipos de evidencias inmuebles (Caria et al. 2006): 1) cueva2; 2) corrales; 3) andenes de
cultivo; 4) recintos habitacionales; y 5) estructuras de piedra de funcionalidad no defi-
nida3. En este trabajo nos interesa abordar específicamente la problemática de las es-
tructuras agrícolas [andenes de cultivo sensu Treacy (1994)].
148 // caria et al . capítulo seis

FIGURA UNO
Mapa de ubicación del área de estudio.

Las evidencias arriba mencionadas se relacionan directamente con tres espacios ocu-
pacionales bien definidos que habrían funcionado de manera articulada y contempo-
ránea en la quebrada del río de Los Corrales en momentos prehispánicos (Figura 2): 1)
Septentrional: con la ocupación de una cueva (Cueva de Los Corrales 1); 2) Medio: do-
minado por un sistema agrícola-pastoril (andenes y corrales) que habría constituido
un sector espacial dedicado a la producción de alimentos, objeto de estudio del presente
trabajo y las estructuras de piedra de funcionalidad no definida; y 3) Meridional: donde
se ubica una concentración de recintos habitacionales.
formas y espacios de las estructuras agrícolas prehispánicas en la quebrada del rio de los corrales // 149

FIGURA DOS
Mapa geomorfológico y arqueológico del área de estudio (Caria et al. 2006, 2007).
150 // caria et al . capítulo sies

ASPECTOS CRONOLÓGICOS
El lapso temporal de ocupación prehispánica de la quebrada del río de Los Corrales
habría estado acotado a un rango de ca. 2300-600 años AP. Este rango está determinado,
en primer término, por dos fechados radiocarbónicos realizados sobre muestras de po-
áceas que formaban parte de camadas de paja dispuestas en forma intencional prove-
nientes de Cueva de Los Corrales 1 (CC1). El primer fechado correspondiente a la Capa
2 (3º extracción, microsector C3A) arrojó una edad de 2060 ± 200 AP y el segundo fe-
chado procedente de la Capa 1 (2º extracción, microsector B2D) una edad de 630±140
AP (Oliszewski et al. 2008).
Por otra parte, si tenemos en cuenta la presencia de recintos habitacionales (men-
cionados más adelante en el punto 4) de planta circular/subcircular, la ocupación pre-
hispánica puede ubicarse tentativamente, siguiendo a Berberián y Nielsen (1988) entre
ca. 2100-1200 años AP. Además, el material cerámico de recolección puede ser asigna-
ble a los estilos conocidos en la literatura especializada como Tafí, Candelaria, Ciénaga
y Vaquerías, correspondiente al rango temporal ca. 2100-1200 años AP. Por lo tanto,
consideramos, hasta tanto se realicen dataciones absolutas asociadas directamente a
las estructuras agrícolas, que los inicios de ocupación del área se dieron hacia ca. 2300-
2100 años AP. No sabemos, en el estado actual de conocimiento cuándo fueron aban-
donados los recintos habitacionales. Si nos guiamos por las características
arquitectónicas y el material cerámico registrado en superficie, podemos decir que su
ocupación llegó hasta ca. 1200 años AP.

METODOLOGÍA
Para realizar la caracterización de las estructuras agrícolas se tuvieron en cuenta los si-
guientes criterios: 1) unidades de paisaje sobre las que se encuentran dichas estructu-
ras; 2) características constructivas y propiedades pedológicas de las mismas; 3)
relaciones entre estas estructuras y otras previamente identificadas con funcionalidades
diferentes (e.g. corrales, estructuras de funcionalidad no definida, estructuras habita-
cionales); 4) manejo del agua para riego.
Se trabajó con fotografías aéreas a escala 1:50000. Estas fueron utilizadas para la re-
alización de un mapa geomorfológico y para la ubicación de los diferentes tipos de es-
tructuras arqueológicas. Operativamente la quebrada del río de Los Corrales ha sido
dividida en tres partes como mencionáramos antes: Septentrional, donde se localiza
CC1; Media, donde se ubican las estructuras agrícolas, los corrales y las estructuras de
piedra de funcionalidad no definida y Meridional, donde se encuentran los recintos ha-
bitacionales. Particularmente, la parte Media fue subdividida en tres sectores: I (estruc-
turas de piedra de funcionalidad no definida), II (estructuras de funcionalidad no
definida y agrícolas) y III (estructuras agrícolas y corrales).
A su vez el sector II (objeto de estudio del presente trabajo y que fuera relevado pla-
nialtimétricamente con teodolito digital) se encuentra subdivido en dos Subsectores:
II.A (conformado por estructuras de piedra de funcionalidad no definida) y II.B (con-
formado por 21 andenes de cultivo) (Figura 3).
Asimismo, se realizaron excavaciones en diferentes estructuras de los Subectores
II.A y II.B con la finalidad de determinar las características y funcionalidad de las mis-
mas. De igual manera se realizaron calicatas para obtener muestras de sedimentos y ca-
formas y espacios de las estructuras agrícolas prehispánicas en la quebrada del rio de los corrales // 151

FIGURA TRES
Plano planialtimétrico de los Subsectores II.A y II.B donde se visualizan las diferentes estructuras analizadas.

racterizar el sistema de construcción de los andenes. De dichos sondeos se tomaron


muestras para diversos análisis pedológicos y de microfósiles. Los análisis pedológicos4
estuvieron orientados a determinar: a) tipo de sedimentos (el análisis textural fue rea-
152 // caria et al . capítulo seis

lizado con el método de Bouyoucos y tamizado en seco y húmedo), b) fósforo (método


Bray-Kurtz), c) pH (método potenciométrico – en agua relación 1:2,5), d) carbonatos
(método del calcímetro de Bernard), e) carbono y materia orgánica (método de Walkley-Black), f)
color (en seco con tabla Munsell) y g) nitrógeno (método de Kjeldah). El estudio de los
microfósiles está en proceso de análisis y consiste en la detección e identificación de os-
trácodos y silicofitolitos, lo que permitiría inferir condiciones paleoambientales, las ca-
racterísticas paleohidrológicas de los andenes y posibles géneros y/o especies cultivadas.

CARACTERIZACIÓN DE LAS ESTRUCTURAS AGRÍCOLAS


1) Unidades de paisaje sobre las que se encuentran las estructuras agrícolas
A partir del análisis de las fotografías aéreas y de los controles de campo se pudo esta-
blecer que la geomorfología del área de estudio (Figura 2) se caracteriza por la presen-
cia de laderas y depósitos de remoción en masa. Las laderas constituyen cerca del 95%
de las geoformas. Estas presentan pendientes de entre 5º y 35º. Se pueden definir dos
tipos de laderas según su sustrato litológico superficial: laderas denudativas con sustrato
granítico (LDSG) y laderas con sustrato loesico (LSL). Esta distinción es importante
porque las LSL permiten su utilización para la práctica agrícola. Los depósitos de re-
moción en masa (DRM) son producto de procesos de deslizamientos de algunos sec-
tores de laderas con sustrato basal, las que conformaron un espacio tipo aterrazado
sobre un sector de las márgenes del río de Los Corrales (Caria et al. 2006).
Se determinó, también, que el área asociada a los diferentes tipos de estructuras ar-
queológicas detectadas en la fotointerpretación y en los controles de campo se corres-
ponde con un total de 600 hectáreas aproximadamente. De dicha área 160 hectáreas
corresponde a la superficie cubierta por las estructuras agrícolas-ganaderas (26,6%) en
tanto 33 hectáreas (5,5%) corresponden al sector de estructuras habitacionales. Por otra
parte, el 95% de los sitios detectados se ubican sobre las laderas y margen oeste del río
de Los Corrales. Asimismo, las estructuras agrícolas y los corrales se encuentran ocu-
pando las laderas con depósitos de loess, mientras que los recintos habitacionales se en-
cuentran concentrados sobre los depósitos de remoción en masa y en las laderas con
sustrato de basamento granitoide (Caria et al. 2006).
El sector agrícola-ganadero (espacio definido por laderas cubiertas por un sustrato
de loess y asociadas a un sistema de escorrentía natural) estuvo ocupado por activida-
des de producción doméstica como la cría de ganado (probablemente llama) y cultivo
de vegetales (¿maíz, quinoa, tubérculos microtérmicos?)5. Este espacio estuvo aprove-
chado al máximo, ya que la modificación de la superficie de las laderas por el sistema
de andenes y corrales es muy alto (26,6%).

2) Características constructivas y propiedades pedológicas de los andenes


La estructuración de los andenes indica un sistema de construcción pensado y adap-
tado a las geoformas específicas y particulares de cada una de ellas. Los andenes tienen
cuatro funciones básicas: profundización del suelo, control de la erosión, control mi-
croclimático y control de la humedad. Estas funciones no son mutuamente excluyen-
tes y es probable que algunas de ellas reflejen la intención consciente y dominante de
quienes construyeron los andenes, pero algunas de las funciones son epifenoménicas
o imprevistas (Treacy 1994).
formas y espacios de las estructuras agrícolas prehispánicas en la quebrada del rio de los corrales // 153

Los andenes ubicados en el área de estudio se caracterizan por presentar diferentes di-
mensiones, según el sector del terreno en el que se encuentran, es decir, de acuerdo al
grado de pendiente de las laderas. Las estructuras agrícolas se detectaron en sectores
de laderas de entre 5º y 35º de pendiente, lo cual generó terrazas escalonadas de anchos
y alturas variables (Figura 4). La construcción de estos sistemas de cultivo implicó una
gran inversión de trabajo y diseño, involucrando un muy buen manejo de técnicas cons-
tructivas con rocas, material empleado para los muros de contención. En sectores con
mayor pendiente se detectaron andenes de no más de 0,40 m de ancho en sus plata-
formas, mientras que en los sectores de menor pendiente, las plataformas de los ande-
nes varían entre 1 a 7 m. Asimismo, el desnivel vertical varía entre 0,25 m y hasta 1,50
m en sectores de mucha pendiente. Cabe aclarar que este sistema de andenes de cul-
tivo no presenta conexión topográfica alguna con el curso fluvial del río de Los Corra-
les, lo cual permite inferir que este sistema agrícola tuvo como única fuente de riego el
manejo del agua de lluvia.

FIGURA CUATRO
Vista de un sector de laderas con andenes.

El sistema de drenaje que abarca gran parte del área estudiada constituye un sistema
natural integrado a las diferentes unidades arqueológicas mapeadas. Existe una relación
directa entre este sistema y el sistema de andenería. Es visible el aprovechamiento de
varias de las escorrentías, que surcan o atraviesan las áreas de cultivos prehispánicos,
mediante el encauzamiento y desvío del agua hacia las estructuras de los andenes. Este
sistema fue aprovechado siguiendo las estructuras naturales de escorrentía las cuales
fueron modificadas antrópicamente para controlar la velocidad y drenaje del agua.
Por otra parte, la retención y concentración de sedimentos formadores del suelo de
los andenes está definido por el tipo de construcción de los mismos. Es de esperar que
los distintos tipos de andenes (según su forma y tamaño) presenten un comportamiento
diferencial en cuanto a sus componentes pedológicos. Al respecto, existen algunos tra-
154 // caria et al . capítulo seis

bajos que caracterizan la pedología de sitios agrícolas tempranos en el valle de Tafí (Tu-
cumán). Por ejemplo, Sampietro (2002) y Roldán et al. (2005) determinaron los indica-
dores geoquímicos producidos por el uso agrario sostenido de los suelos en el sitio El
Tolar (Tafí del Valle).
En nuestra área de estudio realizamos cinco sondeos estratigráficos en cuatro de las
estructuras agrícolas del Subsector II.B (andenes Nº 4, 8, 14 y 17) (Figura 3), el quinto
sondeo se realizó en un área externa a los andenes con la finalidad de utilizarlo como
muestra patrón en la constitución de las características pedológicas. El material sedi-
mentológico recuperado del andén 14 y del sondeo muestra fueron sometidos a análi-
sis de laboratorio. Las descripciones sedimentológicas que se presentan de los andenes
4, 8 y 17 fueron realizadas en campo. Estos sondeos permitieron avanzar en la caracte-
rización funcional específica y establecer la técnica de construcción de los andenes.
Andén 4: el mismo se ubica en la zona del “ápice” del Subsector II.B. Su plataforma
tiene un ancho de 7 metros y el largo de su pared es de 12 metros. Se realizó un son-
deo contiguo a la pared de la plataforma. Se determinaron 4 capas naturales que arro-
jaron el siguiente resultado: capa 1 (0-5 cm) con abundantes raíces, matriz arenosa con
un 90% de clastos. Capa 2 (5-17 cm) con abundantes guijarros de 2 a 7 cm de diáme-
tro, con una matriz franco limo arenosa de consistencia húmeda (30%) y clastos en un
70%. La capa 3 (17-31 cm) presenta un 40% de matriz limosa de color ceniciento y un
60% de clastos de 2 a 6 cm de diámetro. La matriz es más húmeda que la de la capa 2.
La capa 4 (31-50 cm) presenta 90% de matriz franco limo arenosa de consistencia muy
húmeda y pocas raíces. En todas las capas el límite es claro y uniforme. En cuanto a la
estructura de la pared del andén se constató una altura de 40 cm. La base de la misma
contenía rocas dispuestas con rumbo E-O, semejando un pequeño talud a modo de ta-
bique de contención sobre la que se depositaban las rocas superficiales. Es importante
destacar que los primeros 20 cm del sondeo presentaban una gran acumulación de clas-
tos de variados tamaños (2-15 cm) producto de la erosión.
Andén 8: parte de este andén se ubica en lo que actualmente es una línea de esco-
rrentía. Mide 8 metros de largo con una plataforma de 10 metros en su parte más ancha.
En el sondeo realizado se identificaron tres capas naturales. La capa 1 (0-3 cm) consti-
tuida por arena fina con grava mediana a gruesa y clastos redondeados. La capa 2 (3-
15 cm) presentaba una estructura migajosa, con grava mediana a fina (1-5 cm) en un
30% con 70% de matriz de arena media. Presentaba abundantes raíces y una consis-
tencia húmeda, su límite es transicional con la capa 3. La capa 3 (15-40 cm) presentaba
una estructura más compacta de su sedimento, con menor porcentaje de raíces. Matriz
de arena media a fina más húmeda que la capa anterior y clastos de 1 cm de diámetro.
El muro de este andén tenía una altura de 25 cm promedio. Por debajo de la pared su-
perficial presentaba rocas más pequeñas formando una especie de tabique.
Andén 14: este andén mide 12 metros de largo en sentido N-S con una plataforma
de 6 metros de ancho en sentido E-O. Las paredes del andén, que sobresalen sobre el
terreno, tienen un promedio de 30 cm de altura (Figura 5). Este andén se diferencia del
resto de los andenes analizados en este trabajo por la técnica de construcción observada.
Se trata de una pared de contención de la humedad subsuperficial que presenta tres sec-
tores bien diferenciados: a) en superficie y hasta los 5 cm. de profundidad se observa un
tamaño de rocas grandes (20-30 cm. de diámetro) que evitan la escorrentía superficial;
formas y espacios de las estructuras agrícolas prehispánicas en la quebrada del rio de los corrales // 155

FIGURA CINCO
Croquis del Anden 14.

FIGURA SEIS
Croquis del corte estratigráfico del Anden 14.
156 // caria et al . capítulo seis

b) entre 5 y 20 cm. de profundidad se observan rodados homogéneos y de tamaño re-


gular (5-7 cm. de diámetro) conformando un entramado de alta densidad cuya función
habría sido la de retener la humedad subsuperficial, actuando como un “bolsón de re-
lleno” sensu Treacy (1994); c) entre 20 y 60 cm. de profundidad se observan los mismos
rodados homogéneos y de tamaño regular (5-7 cm. de diámetro) presentes en b) pero
con una densidad notablemente menor, lo cual habría permitido el drenaje subsuper-
ficial pendiente abajo del agua infiltrada en cada andén (Figuras 6, 7 y 8). Según Treacy
(op cit: 147) existirían tres posibles razones –no excluyentes entre sí- que explicarían la
presencia de “bolsones de relleno” en los andenes: 1- servirían como depósito para las
piedras sobrantes; 2- sería una forma de economizar tierra de relleno necesaria para ni-
velar el andén; y 3- era una forma de posibilitar un drenaje rápido cuando el andén es-
taba saturado de agua. En nuestro caso, y en base a que no se observan estos bolsones
en los otros andenes analizados y que la plataforma del mismo coincide con un desvió

FIGURA SIETE
Perfil estratigráfico del Andén 14.

de la escorrentía que desemboca en éste, consideramos que esta última alternativa sería
la que justificaría su presencia en el andén 14.
Es importante destacar una característica que es propia de la mayoría de los sistemas
agrícolas andinos y que es la existencia de los despedres en forma constante. Estos son
el producto de la acumulación paulatina de piedras despejadas de los terrenos en las ta-
reas previas a la siembra, cuando se efectúa la limpieza de la superficie destinada al
cultivo o al practicar el laboreo posterior. Estas adquieren diferentes formas: alargadas,
formas y espacios de las estructuras agrícolas prehispánicas en la quebrada del rio de los corrales // 157

elípticas y circulares. Los despedres pue-


den alcanzar hasta dos metros de altura
y a veces varios kilómetros de largo (Al-
beck y Scattolin 1991; Treacy 1994). En
nuestro caso, no se han localizado estos
despedres, esto es importante de remar-
car puesto que introduce una modalidad
que hasta ahora había sido una cons-
tante en los sitios agrícolas del NOA.
Queda como interrogante analizar el o
los mecanismos de limpieza durante la
construcción y laboreo de los andenes y
si efectivamente, como plantea Treacy
(op. cit.) sirvieron en todos los casos para
la construcción de los “bolsones de re-
lleno”. Aunque esta última alternativa no
se habría dado en la construcción de
todos los andenes, como queda demos-
trado en la edificación de los andenes 4, 8
y 17 del Subsector II.B.
Andén 17: este andén ubicado en el
FIGURA OCHO sector “distal” del Subsector II.B presenta
características similares a las descriptas
Guijarros de tamaño regular que formaban parte del para el andén 8.
muro interno del Andén 14. Análisis pedológicos: se realizaron sobre
muestras de sedimentos provenientes de
dos calicatas -locus-: 1) andén 14 (ubicado en una ladera de pendiente moderada: 7-15
%) y 2) sondeo muestra (ubicado en una zona deprimida sin presencia de estructuras
agrícolas, concentradora natural de la humedad ambiente: lluvias estivales torrenciales
y nubosidad). Los contenidos de carbono (C), materia orgánica (MO) y fósforo (P) son
muy pobres a pobres en ambos loci (C: 0,004-0,4 %; MO: 0,07-0,69 %; P: 2,7-18,8 ppm)
a excepción de la capa superficial del locus 2 que presenta valores moderados (C: 1,38
%; MO: 2,37 %; P: 31,3 ppm). En cuanto a los valores de nitrógeno, varían en valores
casi imperceptibles (0,060 a 0,177 %) para ambos loci. Esto podría estar dado por los pro-
cesos erosivos que afectaron a las estructuras luego de su abandono. Asimismo, los re-
sultados texturales de los sedimentos de ambos loci arrojaron valores definidos como
franco arcillo arenoso. Estos valores corroboran, por una parte, que el locus 2 funciona
actualmente como receptor natural de la humedad ambiente y abre el interrogante
acerca de si habría funcionado de la misma manera en momentos prehispánicos pu-
diendo ser utilizado como campo de cultivo. Por otra parte, denotan una erosión eólica
y pluvial post-depositacional muy intensa en el locus 1 (inferida de la diferencia de va-
lores registrados entre uno y otro locus), el cual forma parte de las 21 estructuras de an-
denería mapeadas, que probablemente alteraron los valores originales propios de los
suelos utilizados para cultivo.
3) Relaciones entre las estructuras agrícolas y otras identificadas con funcionalidades di-
158 // caria et al . capítulo seis

ferentes (e.g. corrales, estructuras de piedra de funcionalidad no definida y recintos ha-


bitacionales)
a) Los corrales son estructuras subcirculares de 15 m promedio de diámetro que
están adosadas de a pares y tienen un pequeño recinto en un sector de unión de las
mismas. Los muros de estas estructuras son simples, con un promedio de 0,70 m de es-
pesor y 0,80 m de altura conservada. Se registra en superficie material cerámico sin de-
coración y material lítico sin formatización (dominantemente en cuarzo y andesita). En
algunos casos se observa en el interior de estos corrales, algunas hileras de piedra a
modo de andenes de cultivo, lo cual podría implicar la combinación en cuanto a su uso
como corral y estructura agrícola6. Se ubican en diferentes situaciones altitudinales y de
emplazamiento, aunque siempre en sectores de laderas y taludes de remoción en masa
asociados a las estructuras agrícolas.
b) Las estructuras de piedra de funcionalidad no definida están compuestas por dos
grandes rocas alargadas en posición vertical, situadas a modo de puerta que se orien-
tan en dirección N-S, es decir abriendo hacia el E y O respectivamente. Dos de estas es-
tructuras fueron detectadas en distintos sectores pero, presentando en ambos casos
una clara asociación con una estructura monticular artificial, destacándose su excelente
grado de preservación. Una de estas estructuras se halla situada en el Subsector II.A y
se asocia por su ubicación al subsector II.B (andenes de cultivo presentado en este tra-
bajo). Dicha estructura presenta una planta subcuadrangular donde, como ya se men-
cionó, se destacan dos rocas alargadas en posición vertical situadas a modo de puerta,
asociadas a una estructura monticular conformada por piedras (Figura 3). Un sondeo es-
tratigráfico en la misma determinó que se trata de una acumulación intencional, no
caótica, de rocas de tamaño uniforme (40x30x20 cm aproximadamente). El interior de
la estructura presenta alineaciones de piedra a modo de escalones con un desnivel de
20 cm entre ellos. Un sondeo estratigráfico nos permitió observar que estos escalones
estarían conformados por un relleno intencional de piedras de diferentes tamaños. Es
importante hacer notar que el tipo de construcción permitió descartar de plano que
estos escalones hayan funcionado como estructuras agrícolas. Por otra parte, no se re-
gistró ningún hallazgo arqueológico en estratigrafía. Las evidencias que anteceden nos
llevan a plantear la posibilidad de que se trate de una estructura de posible función ce-
remonial. La presencia de este tipo de estructuras asociadas a las estructuras agrícolas
indicaría, además de su significado socio-simbólico, un referente espacial en la toma de
decisiones respecto a las oportunidades de siembra en relación directa con la disponi-
bilidad del agua de lluvia (al respecto consideramos la posible relación de estas estructuras
ceremoniales con los equinoccios y solsticios, quedando pendiente un estudio al respecto).
c) Las estructuras habitacionales se encuentran ubicadas en el sector meridional de
la quebrada, en ambas márgenes del río de Los Corrales sobre depósitos de remoción
en masa y en laderas con sustrato de basamento granitoide, a diferencia de las estruc-
turas agrícolas que se localizan sobre depósitos loéssicos (Caria et al. 2006). Los recin-
tos habitacionales se presentan como unidades subcirculares compuestas, ubicadas a ca.
3115 msnm y ocupan un área aproximada de 0,33 km2. Entre los materiales recupera-
dos en superficie podemos mencionar, material lítico: núcleos y lascas en andesita y
cuarzo; material cerámico: fragmentos de diversas facturas, algunos sin decoración y
otros con decoración incisa (éstos últimos son asignables al estilo cerámico Ciénaga, co-
formas y espacios de las estructuras agrícolas prehispánicas en la quebrada del rio de los corrales // 159

rrespondiente al rango temporal ca. 1800-1200 AP). El único sondeo estratigráfico rea-
lizado hasta el momento apoya la hipótesis de la función doméstica de estas estructu-
ras7. La existencia en la quebrada del río de Los Corrales de dos sectores con
características propias: uno conformado exclusivamente por estructuras agrícolas y co-
rrales, el otro compuesto en exclusividad por recintos de planta circular/subcircular de
posible función doméstica, nos permite proponer como hipótesis una posible vincula-
ción entre ambos. Es decir que los grupos prehispánicos que ocuparon los recintos ha-
bitacionales del sector meridional de la quebrada, habrían sido los mismos que
estuvieron dedicados a la producción agropastoril en el sector intermedio de la misma.
Somos conscientes del estatus de hipótesis de nuestra propuesta lo cual plantea nu-
merosos interrogantes, entre ellos: ¿las ocupaciones en ambos sectores fueron simul-
táneas y continuas a lo largo de todo el lapso de ocupación (ca. 2100-1200 años AP)?
¿La producción agropastoril habría sido para consumo interno únicamente o se ha-
brían producido intercambios con otros valles y quebradas situados a mayor, igual o
menor altitud?

4) Manejo del agua para riego


En los inicios de las primeras investigaciones realizadas sobre sitios agrícolas por ejemplo, en
la Puna, había surgido la idea de la existencia de cultivos“a temporal”o de“secano”en épo-
cas prehispánicas. Entre ellos podemos mencionar a Boman (1908), sin embargo trabajos
posteriores identificaron los canales de riego, desechando dichas premisas. Ottonello (1973)
planteaba el cultivo por secano para un sector cercano a Casabindo, sostenía su idea en la
existencia de un cerro totalmente aislado cubierto de terrazas, sin la posibilidad de llevar
riego. Investigaciones posteriores ubicaron acequias en algunos andenes de dicho cerro (Al-
faro y Suetta 1976). Teniendo en cuenta estos antecedentes Albeck (1984) sostiene que para
muchos de los sitios agrícolas del NOA, especialmente los ubicados en los sectores de Puna,
el cultivo“a temporal”estaría ligado a una oscilación climática, ya que en la actualidad es to-
talmente imposible cultivar sin riego, e implicaría, además, una variación significativa: no
solo tendría que haber llovido más, sino también regularmente y durante un lapso más pro-
longado del año. Por ejemplo, al iniciarse las lluvias en octubre con la siembra y prolongarse
durante todo el período de crecimiento de las plantas. Teniendo en cuenta esta característica,
sostiene por ejemplo para Casabindo, que la agricultura prehispánica durante el PeríodoTar-
dío fue fundamentalmente una agricultura de regadío. Esta idea se apoya en: a)-la gran can-
tidad de acequias antiguas ubicadas en el área, b)-el emplazamiento de los antiguos terrenos
de siembra: en las quebradas con agua permanente y sobre superficies factibles de regar y c)-
en la gran complejidad que llegó a tener el sistema de irrigación en la zona.
Por otra parte, Silva-Santisteban (1990) menciona, aunque no especifica los sitios, que en
Perú se aprovechaba el agua de lluvia a través de“esponjas hídricas”. Estas consistían en de-
licados mecanismos de infiltración del agua de lluvia en las laderas de los cerros, mediante
zanjas y huecos que no dejaban correr el agua sino que permitían más bien que percolase de-
bajo de la cobertura vegetal, formando en cada cerro una verdadera esponja llena de hume-
dad. Según este autor esta sería la respuesta al interrogante de muchos sitios de altura con
andenería y sin la posibilidad de que se hubiera podido conducir el agua hasta ellas.
Dada las características geográficas actuales de la Quebrada del río de Los Corrales:
pronunciada aridez, pendientes entre 5% y 35% de las LSL, una altitud promedio de
160 // caria et al . capítulo seis

3100 msnm, podría esperarse la ausencia de sistemas agrícolas prehispánicos en el área.


Berberián y Giani (2001), consideran que la zona de El Infiernillo es un área impro-
ductiva desde el punto de vista agrícola.
Nosotros proponemos mirar al paisaje no como un conjunto de elementos natura-
les estáticos en el tiempo y el espacio, sino con una dinámica sujeta a los cambios am-
bientales del pasado y asumiendo en esa mirada una aproximación al mundo andino
(Caria 2006). En este sentido, concordamos con Treacy (1994) al sostener que muchos
de los elementos del paisaje que podríamos considerar como limitantes constituyen
características beneficiosas para las formas agrícolas prehispánicas. Una forma de apro-
ximarnos a esa comprensión es infiriendo las condiciones paleoambientales que ac-
tuaron al momento de la elección y decisión de los grupos prehispánicos de instalarse
en la quebrada. La modificación con estructuras agrícolas de un porcentaje importante
de las LSL debió implicar una fuerza de trabajo que justificara la antropización de ese
paisaje. Y no nos referimos especialmente a un “método agrícola diseñado para rendir
excedentes considerables” (Treacy 1994:32) sino más bien, a la importancia social que
debió significar para esos grupos instalarse en esta área.
El encauzamiento artificial (entendida aquí como la desviación del agua a través de
surcos que salen de las escorrentías principales) de las escorrentías naturales hacia los
diferentes pisos o niveles de los andenes permite inferir un manejo estacional del agua,
aunque es importante señalar que esta característica no se observa en todos los ande-
nes analizados. Por las características estructurales de estos encauzamientos y por la
ubicación altitudinal de los andenes sin conexión con el río, éstos dependían, exclusi-
vamente, de las precipitaciones estacionales.
Se han localizado, en algunos sectores deprimidos entre laderas, espacios que po-
drían haber servido como pequeños reservorios de agua a través de los cuales se la dis-
tribuiría hacia los andenes (aunque esto queda por ser analizado). En este sentido es útil
considerar lo señalado por Treacy (1994) sobre la recolección de agua de escorrentía el
cual es un método que consiste en captar el agua de lluvia y de escorrentía en una presa
que dirige el lavado del suelo a una superficie cultivada. La humedad acumulada y al-
macenada dentro del suelo sostiene el cultivo entre episodios de tormentas. A su vez,
una variante de la técnica de recolección de agua de escorrentías consiste en controlar
las escorrentías de presas “naturales” (laderas laterales naturales o de cima de cerro),
quizás dirigidas mediante muros de desviación de piedra (Denevan 1980).
Es importante mencionar que la mayoría de los andenes se encuentran ubicados
sobre las laderas que miran al Este de la quebrada, ubicación que coincide con la en-
trada de los vientos húmedos que proceden del valle de Tafí, facilitando la concentra-
ción de humedad en las tierras cultivables. Sin embargo, queda por realizar un estudio
específico sobre la relación entre disponibilidad hídrica por agua de lluvia y la altitud,
particularmente en cuanto a la nubosidad casi permanente característica del área. Esto
permitiría entender con mayor precisión el comportamiento pluviométrico (y por ende
de las escorrentías temporales y su posible uso como elemento principal de riego) en
el área de estudio, especialmente considerando su altitud sobre el nivel del mar. Para ello
tendremos en cuenta, en investigaciones futuras, aspectos metodológicos desarrollados
por García (1987) y aplicados en algunos sectores de los Andes Septentrionales, el cual
toma el modelo de regresión lineal comparando entre las funciones lineal, exponencial,
formas y espacios de las estructuras agrícolas prehispánicas en la quebrada del rio de los corrales // 161

logarítmica, potencial y cuadrática del Statical Package for the Social Sciences. Este
examen estadístico intenta aportar elementos que sirvan para entender el comporta-
miento pluviométrico asociado al problema agrícola del área en estudio.

CONCLUSIONES.
Del análisis de los resultados se desprenden las siguientes conclusiones:
1) Se determinó la presencia de tres geoformas recurrentes: laderas denudativas con
sustrato granítico (LDSG), laderas con sustrato loesico (LSL) y depósitos de remoción
en masa (DRM).
2) Los fechados absolutos de CC1 y los aspectos arquitectónicos de los recintos habi-
tacionales permiten proponer un rango temporal de ocupación del área de ca. 2100 a
1200 años AP quedando por definir el momento de abandono de las estructuras a cielo
abierto tanto residenciales como agrícolas.
3) La presencia de un sistema agrícola con andenes de cultivo y encauzamiento de las es-
correntías indica un aprovechamiento de los recursos del suelo y del agua en su máximo
nivel. El gasto energético puesto en la elaboración de este sistema agrícola sólo se justifica
si las condiciones de humedad ambiental fueron favorables para que pudiera utilizarse el
agua de lluvia estacional. El control de las escorrentías en muchos de los sectores de los an-
denes junto con la “monumentalidad” constructiva de alguno de estos últimos derivó, se-
guramente, en un alto control u organización social del trabajo agrícola.
4) Se ha podido establecer, por lo menos para el Subsector II.B, que las técnicas de
construcción de los andenes son diferentes según las circunstancias de la microtopo-
grafía y estarían sujetas por ejemplo al quiebre de pendiente, control de humedad
(andén 14) y de erosión.
5) Por otra parte, la baja concentración de MO, P y C, registrados en los sedimentos
constitutivos de los locis 1 y 2, evidencian procesos erosivos sobre dichas estructuras
agrícolas, que al ser abandonadas sufrieron los procesos de erosión laminar y por in-
filtración, producto de las escorrentías. Estas últimas, evidentemente, al no contar ya
con el mantenimiento y control antrópico provocaron el lavado de los materiales.
6) Existe una relación directa entre el tipo de andenes y la pendiente de las laderas
sobre las que se encuentran. La relación entre pendiente y formas de las estructuras
agrícolas permite dimensionar, preliminarmente, la magnitud de los espacios ocupa-
dos. Así mismo, permite también, inferir un manejo racional y sistematizado de las ge-
oformas asociadas a dicho sistema.
7) Berberian y Giani (2001), consideran que la zona de El Infiernillo (Tafí del Valle) es
un área improductiva desde el punto de vista agrícola, los datos aportados en este tra-
bajo modifican esta afirmación, presentando al área de El Infiernillo como un sector
donde la producción agrícola prehispánica, a través de andenerías, fue una práctica
común entre ca. 2100 y 1200 años AP.
8) En cuanto al análisis textural, es importante aclarar que, por ejemplo, para el cultivo
de tubérculos (como la papa) es ideal un suelo con textura franco a franco-limoso, en
tanto que una textura arenosa no es buena pues no retiene la humedad necesaria y fi-
nalmente una textura arcillosa no es apropiada pues termina pudriendo el tubérculo
(Huerta 1987). A pesar de que los suelos de estas estructuras presentan evidencias de
intensos procesos erosivos, que facilitaron la eliminación de las fracciones más finas,
162 // caria et al . capítulo seis

el perfil del andén Nº 14, muestra una textura franco arcillo arenoso, que estaría refle-
jando las condiciones texturales del suelo al momento de su utilización. Aunque po-
dríamos pensar, en función del análisis textural, que en los andenes se habrían cultivado
tubérculos esto no excluye su utilización para el cultivo de otros vegetales, tales como
la quínoa, que necesita de una textura con buen contenido arcilloso (para la retención
de mucha humedad) para la germinación de sus semillas o el maíz (si bien su creci-
miento óptimo se produce en valles mesotermales hasta 2000 msnm, algunas varieda-
des de maduración temprana como Pisingallo -que está presente en el registro
arqueológico de CC1- podrían haberse cultivado en este valle alto de Prepuna a 3200
msnm) (Oliszewski 2009).
9) Que la agricultura dependiera de las lluvias estacionales, según se desprende de la
ausencia de canalización del agua del río hacia los andenes, se explicaría desde el punto
de vista paleoambiental. En base a los datos paleoambientales que existen a nivel re-
gional para el 1º milenio d. C., éste habría sido un período de humedad generalizado y
que habría favorecido el desarrollo cultural de muchos de los grupos prehispánicos del
NOA (Caria et al. 2001). Específicamente, para la zona de El Infiernillo, Garralla (1999)
determinó en base a un perfil polínico, que antes del 2000±50 AP se evidencia el pre-
domino de vegetación herbácea con una asociación polínica característica de la estepa
graminosa. Desde este momento hasta el 875±20 AP, se registra un incremento en el
porcentaje de polen arbóreo y arbustivo con especies típicas del bosque montano sub-
tropical conjuntamente con vegetación herbácea, sugiriendo un cambio en las condi-
ciones frías y secas de la base del perfil a más húmedas. A partir de 875±20 AP hasta la
actualidad, el porcentaje de polen arbóreo y arbustivo volvió a disminuir con domi-
nancia de las especies herbáceas sugiriendo una disminución de humedad respecto al
período anterior. Para el valle de Tafí, sector asociado también a nuestra área de estu-
dio, se determinaron para el lapso 2000-1200 años AP condiciones de mayor humedad
que en la actualidad (Sampietro 2002).
A nivel regional, en un sector del piedemonte tucumano, específicamente el valle
de Trancas, se determinaron condiciones de mayor humedad que las actuales en sitios
tempranos y condiciones más secas para sitios tardíos (Caria 2004; Caria y Garralla
2003, 2006). Por otra parte, la localización de tres niveles de turba (en proceso de data-
ción) en un sector de la quebrada del río de Los Corrales indicaría condiciones de hu-
medad local, corroborando los datos paleoambientales regionales (Caria et al. 2009). Si
tenemos en cuenta estos datos, podría entenderse que el sistema de andenería que
analizamos dependiera en exclusividad de los aportes pluviales estacionales.
En base a las conclusiones arribadas, podemos decir que el área de estudio posee un
alto potencial para llevar a cabo diferentes líneas de investigación relacionadas con los es-
tudios agrícolas prehispánicos. Asimismo, la obtención de datos que se desprenden de la
transformación del paisaje natural en un paisaje social (de producción en este caso) de la
quebrada permite generar un corpus de información tendiente a interpretar estos espa-
cios construidos y la forma en que se dieron las diferentes relaciones entre el sistema de
producción agrícola y las redes sociales que actuaron en dicho sistema. Al mismo tiempo,
pretendemos involucrar este sistema con otros que se encuentran ubicados en áreas pró-
ximas como los Valles de Tafí y de Amaicha, para poder integrarlos en una explicación ho-
lística referida a la ocupación prehispánica de esta porción de la provincia de Tucumán.
formas y espacios de las estructuras agrícolas prehispánicas en la quebrada del rio de los corrales // 163

AGRADECIMIENTOS. Deseamos expresar nuestro agradecimiento a la Dra. Miriam Co-


llantes y al Dr. Jorge Martínez por sus sugerencias tanto en el campo como hacia
el manuscrito. El presente trabajo fue financiado mediante los proyectos CIUNT
G318 (Consejo de investigaciones de la Universidad Nacional de Tucumán) y PICT
01245 (Agencia Nacional de promoción Científica y Tecnológica) I

NOTAS: tema está pendiente.


1 4
Se presentan sólo algunos de los antecedentes existentes sobre Estos análisis fueron realizados por la Cátedra de Suelos de la
la agricultura prehispánica para el NOA, especialmente aquellos Facultad de Ciencias Naturales e IML-UNT.
5
que consideramos pueden relacionarse o plantear semejanzas o En CC1 se registró la presencia de granos y marlos de maíz
diferencias con nuestra área de trabajo. Uno de los autores del tanto en estratigrafía como formando parte del relleno de mor-
presente trabajo está realizando un análisis más detallado sobre teros excavados en la roca de base (Oliszewski 2008, 2009); grá-
la problemática agrícola-ganadera donde pormenoriza los an- nulos de almidón de quinoa, tubérculos microtérmicos y maíz
tecedentes regionales sobre dicha temática (Caria 2009 ms). fueron detectados en artefactos de molienda móviles de CC1
2
Cueva de Los Corrales 1 se caracteriza por el excelente grado (Babot 2007). Todas estas especies podrían haberse cultivado en
de preservación de los restos orgánicos. Se trata de una cueva las estructuras agrícolas bajo estudio ubicadas a ca. 500 m de
de probable uso estacional donde se habrían desarrollado dife- CC1.
6
rentes actividades: procesamiento, consumo y descarte de re- Korstanje (2005) reporta para el Valle de El Bolsón (Catamarca)
cursos vegetales alimenticios; consumo y descarte de recursos este tipo de prácticas. También podría plantearse la posibilidad
animales alimenticios; producción y aplicación de mezclas pig- de la existencia y utilización previa de estos andenes y una pos-
mentarias empleadas como coberturas cerámicas; y producción terior reutilización del espacio mediante la construcción de un
y mantenimiento de artefactos líticos (Oliszewski et al. 2008). corral sobre los mismos.
3 7
En un trabajo anterior (Caria et al. 2009) asignamos a estas Las evidencias que apoyan la función doméstica del recinto
estructuras a priori como posiblemente ceremoniales, pues cons- son las siguientes: material lítico (lascas y desechos de talla en
tituyen un patrón arquitectónico muy diferente al resto y que por cuarzo y andesita), material cerámico (fragmentos pequeños de
su orientación cardinal y monumentalidad hacen pensar en ac- 4 x 4 cm aproximadamente sin decoración, algunos de factura
tividades relacionadas con eventos astronómicos asociados a muy fina), material óseo (fragmentos óseos de camélido) y es-
la siembra y la cosecha, aunque un estudio particular sobre el pículas de carbón.

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166 // lupo et al . capítulo siete

07PRIMERAS EVIDENCIAS
PALINOLÓGICAS DE
CULTIVOS EN PUEBLO
VIEJO DE TUCUTE.
PERÍODO TARDÍO
DE LA PUNA DE JUJUY

NOROESTE ARGENTINO

Liliana Lupo1, Carina Sánchez 2, Nora Rivera3 y María Ester Albeck 4


1
CONICET - Facultad de Ciencias Agrarias- UNJU lupoli@imagine.com.ar
2
Facultad de Ciencias Agrarias- UNJU. - A
3
Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales-UNJU.
4
CONICET - Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales-UNJU. mariette@imagine.com.ar
primeras evidencias palinológicas de cultivos en pueblo viejo de tucute. período tardío de la puna de jujuy // 167

INTRODUCCIÓN
La arqueopalinología ha comenzado a ser un componente de interés en las investiga-
ciones arqueológicas en Sudamérica y, si bien la mayoría de los trabajos hasta el mo-
mento se han orientado a la reconstrucción de la historia de la vegetación y el clima,
mayormente en sitios de cazadores recolectores de zonas áridas y semiáridas, interesa
desde una perspectiva interdisciplinaria la posibilidad de estudiar palinológicamente el
pasado reciente y la complejidad de los cambios culturales. Además de la reconstruc-
ción de la vegetación, en situaciones particulares este análisis puede ser utilizado para
determinar un amplio rango de otros fenómenos que incluyen dietas prehistóricas, pa-
trones de subsistencia, uso de plantas nativas y cultivadas o de ciertos artefactos, entre
otros (Bryant 1989).
Esta investigación interdisciplinaria tiene el propósito de integrar la metodología de
trabajo arqueopalinológica al estudio de sitios arqueológicos de la puna y explorar la po-
sibilidad de obtener información sobre la vegetación vinculada especialmente con di-
ferentes pautas culturales (cultivo, pastoreo, sobrepastoreo, abandono y reocupación
de diferentes espacios) para el Período Tardío (1000 a 1430/80 d.C.).
Se presentan aquí los avances obtenidos para la quebrada de Tucute, los cuales cons-
tituyen los primeros antecedentes en sitios agrícolas de la Puna y reflejan un intere-
sante potencial de estudio.

ANTECEDENTES
A diversas escalas de trabajo, adquieren relevancia los análisis polínicos integrados a la
interpretación arqueológica. El principal interés de la palinología en sitios prehispáni-
cos ha radicado en problemáticas de carácter“local”o“extralocal”, que delimitan el tipo
e intensidad de las actividades antrópicas. Muy particularmente, la palinología arqueo-
lógica aporta elementos de discusión a la problemática propia de cada yacimiento, in-
forma sobre el entorno, su antropización, el establecimiento de cultivos
(fundamentalmente cereales y leguminosas), la utilización selectiva de alguna especie,
la introducción de especies exóticas, la presencia de pastoreo e incluso el nivel de an-
tropización de un yacimiento, en el sentido de poder cuantificar el grado de ocupación y
las fases de abandono del mismo (D’Antoni 1973, 1979; Faegri e Iversen 1989; Renault-
Miskovsky et al 1985, Renault-Miskovsky y Lebreton 2006; Prieto 1994; entre otros).
Debe destacarse que en el Noroeste Argentino hay escasas experiencias arqueopa-
linológicas en sitios con ocupación sedentaria y con actividad agrícola. En contextos ar-
queológicos con detallada cronología radiocarbónica de la Puna húmeda, como la
quebrada del río Yavi, los estudios polínicos evidencian variaciones en la composición
de las asociaciones vegetales con presencia de indicadores de agricultura y ganadería in-
cipiente para el Holoceno Medio, con un mejoramiento climático que ya se observa
desde 4500 años AP. Se reconoce, a su vez, la influencia prehispánica sobre el paisaje
natural, con indicadores de desertificación que se intensifican en la época de dominio
hispánico y que actualmente se observan generalizados a escala regional (Ruthsatz
1983; Kulemeyer y Lupo 1998; Lupo 1998; Lupo y Echenique 2001).
Para la quebrada de Humahuaca existe información, en procesamiento, de los sitios
168 // lupo et al . capítulo siete

arqueológicos de Muyuna y Los Amarillos, que cubren aproximadamente los lapsos


temporales de 900 a 1200 y de 1200 a 1500 d.C. respectivamente (Nielsen y Lupo 2002),
con datos sobre los cambios en la vegetación, momentos de ocupación y correlaciones
con modelos generales de cambio climático en este período.
En la Puna de Jujuy, la zona de Casabindo se destaca por las importantes áreas agrí-
colas arqueológicas que contiene, a pesar de tratarse actualmente de una zona margi-
nal para la agricultura. La quebrada de Tucute, ubicada al suroeste del poblado de
Casabindo, no escapa a esta generalidad (Albeck 1993 y capítulo 1 en este volumen).
Dicha quebrada, con una topografía muy escarpada, aloja extensos sistemas de ande-
nes, algunos de los cuales corresponderían al momento incaico.
La vegetación de la zona pertenece a la provincia puneña (Cabrera 1976), donde se
destaca la presencia de la estepa arbustiva de Baccharis boliviensis y Fabiana densa, los
pastizales puneños, la vegetación propia del cauce de los ríos y arroyos y la presencia
de bosques de queñoas (Polylepis tomentella) y cardones.
Los datos polínicos para sitios arqueológicos de esta región y para los Andes Centrales re-
sultan normalmente difíciles de documentar por problemas de preservació, vinculados con
las condiciones propias de estos contextos. El polen es removido o lavado en superficies ex-
puestas a la erosión eólica e hídrica y a la manipulación humana y muchas veces las condi-
ciones de oxidación de los sitios favorecen la destrucción del polen.

EL ESPACIO ARQUEOLÓGICO
Pueblo Viejo de Tucute es un poblado arqueológico de gran tamaño ubicado en las pro-
ximidades de Casabindo en la Puna de Jujuy (Figura 1) y conocido en la literatura ar-
queológica desde fines del siglo XIX (Albeck 1999). El patrón arquitectónico que lo
caracteriza es único para el Noroeste Argentino y se define por la presencia de espacios
nivelados por muros de contención sobre los cuales se ubican las viviendas construidas
con piedras canteadas de forma prismática (Albeck et al. 1998).
El área habitacional arqueológica ocupa diferentes sectores contiguos (Albeck 2009),
algunos con una marcada pendiente, en los cuales se han identificado alrededor de 600
unidades habitacionales, donde la abrumadora mayoría es de planta circular y los de
planta rectangular no alcanzan el 5%. Las dos principales áreas de asentamiento (Figura
2) han sido denominadas Loma Alta y Loma Baja (Albeck 2007, 2009) y existe un mar-
cado desnivel entre ambas, separadas además por el curso del arroyo que constituye el
único sector con humedad en la actualidad. En el centro del gran complejo habitacio-
nal se yergue un afloramiento rocoso de paredes verticales que funcionó como un re-
ducto defensivo o pucará, aún sin investigar.
Dos casas circulares han sido excavadas de manera completa (R-1 y R-3) y se han re-
alizado sondeos exploratorios en 7 viviendas circulares y en 4 rectangulares, además
de algunos sondeos en sectores no residenciales. En la excavación de una de las vi-
viendas (R-1) se recuperaron macrorestos vegetales, entre los cuales se destaca la pre-
sencia de semillas de maíz y chuño carbonizados, además de restos de una semilla no
identificada. También se han recuperado fragmentos de palas líticas en estratigrafía ar-
queológica y en superficie en diversos sectores del antiguo asentamiento.
Se han obtenido 11 fechados radiocarbónicos para el antiguo poblado que lo ubican
primeras evidencias palinológicas de cultivos en pueblo viejo de tucute. período tardío de la puna de jujuy // 169

Ubicación del Sitio Pueblo Viejo de Tucute. Jujuy-Argentina.


FIGURA UNO

FIGURA DOS
Ubicación de los recintos muestreados en la Loma Alta y en la Loma Baja de Pueblo Viejo de Tucute.
170 // lupo et al . capítulo siete

cronológicamente entre los siglos XI y XV d.C. (Albeck 2007). El fechado más antiguo
corresponde al recinto circular R-3 (LP-1798 1000±70) y el más reciente al recinto rec-
tangular R-9 (LP-1798 1000±70) (Albeck y Zaburlín 2008).
Aguas abajo del poblado, los faldeos en pendiente sobre ambas márgenes de la es-
trecha quebrada de Tucute se hallan cubiertos por sistemas de andenería prehispánica,
algunos de los cuales corresponden al momento incaico (Albeck et al. 2007). Se trata de
andenes longitudinales, que corren paralelos al curso de agua (Albeck 1993) y cuyo
frente presenta una pared de piedra que retiene el suelo agrícola.
Se considera que los habitantes de este antiguo poblado pertenecían a una sociedad
– de probable origen altiplánico - diferente de los demás grupos propios de la Puna de
Jujuy durante el Período de Desarrollos Regionales y, hasta el momento, no se han re-
gistrado restos arqueológicos que corroboren la continuidad de la ocupación del po-
blado hasta la llegada de los incas y españoles (Albeck 2007; Albeck et al. 1999); a pesar
de que los fechados radiocarbónicos del recinto R-9 coincidirían con el momento de la
conquista incaica de la región.

MATERIALES Y MÉTODOS
Las muestras obtenidas para el análisis polínico corresponden a controles de superfi-
cie, áreas de vivienda, andenes de cultivo y una barranca con restos arqueológicos en
estratigrafía. Los controles de superficie pertenecen a diferentes sectores de ocupación
prehispánica y a los andenes de cultivo ubicados en las áreas agrícolas prehispánicas
más cercanas al poblado arqueológico. Se tomaron en total 7 muestras en la Loma Alta
(S: LA), Loma Baja (S: LB) y Andenes (S: A 1, 2, 3) para contrastar con los datos ar-
queopalinológicos.
Las viviendas arqueológicas muestreadas se ubican tanto en la Loma Alta como en la
Loma Baja y corresponden tanto a recintos circulares como rectangulares. En la Loma Alta
se tomaron muestras para análisis polínico en los recintos circulares R-6 y R-7 y en el recinto
rectangular R-9, en todos los casos las muestras fueron extraídas de pozos de sondeo ar-
queológicos. Los tres recintos se encuentran en el área cuspidal de dicho sector, a 100 m por
encima del arroyo. El recinto rectangular R-9 es uno de los únicos 3 recintos con ese tipo de
planta en la Loma Alta y el que ha proporcionado el fechado radiocarbónico más reciente del
sitio. Los recintos circulares R-6 y R-7 corresponden a recintos que fueron desmantelados du-
rante la ocupación del poblado arqueológico, probablemente en un evento de remodelación
del espacio habitado.
En la Loma Baja se efectuaron muestreos en un recinto circular y en uno rectangular. El
recinto rectangular R-12 se encuentra en la parte más baja de este sector, próximo al arroyo,
y la muestra procede de un sondeo arqueológico. El recinto circular R-3, en cambio, perte-
nece a una de las viviendas excavadas en su totalidad y la muestra fue tomada de los nive-
les más profundos. Esta vivienda se ubica en la parte más elevada de la Loma Baja,
aproximadamente a 50 m por encima del curso del arroyo y a 100 m de distancia del mismo.
Se colectaron muestras de 3 andenes de cultivo, ubicados sobre la margen derecha
del arroyo de Tucute a diferentes niveles por encima del mismo, en un sector con ex-
posición norte. Las estructuras muestreadas son relictos de sistemas de andenería, fuerte-
mente erosionados en razón de su abandono y la marcada pendiente del faldeo sobre el cual
primeras evidencias palinológicas de cultivos en pueblo viejo de tucute. período tardío de la puna de jujuy // 171

se encuentran emplazados. Por último, el perfil muestreado corresponde a una barranca ubi-
cada sobre la margen izquierda del curso de agua, en el área intermedia entre la Loma Alta
y la Loma Baja. Dicha barranca fue labrada por el arroyo de Tucute en los sedimentos de un
cono de deyección, correspondientes a un cauce temporario adyacente.
Las muestras fueron procesadas en el laboratorio mediante técnicas estándar para
sedimentos superficiales y cuaternarios (Faegri e Iversen, 1989), con algunos ajustes
según las particularidades del sedimento arqueológico (a veces muy arenoso). Aunque
con diferencias en cuanto a la concentración y preservación de polen, las muestras re-
sultaron, en su mayoría, palinológicamente fértiles. El conteo incluyó un mínimo de
300 granos por preparado, lográndose en algunos casos valores inferiores (bajas con-
centraciones) y en otros mayores (altas concentraciones). La identificación de los tipos
polínicos se realizó con la ayuda de la palinoteca de referencia para la zona (Lupo 1998)
y la literatura clásica (Heusser 1971; Markgraf y D’Antoni 1978; Moore y Webb 1983).
El cálculo de porcentajes, de concentración polínica por volumen de muestra y gráficas
se efectuaron con el programa Tilia (Grimm 2004).

RESULTADOS Y DISCUSIÓN
En los sistemas agropastoriles de los Andes, el espectro polínico varía temporalemente,
diferenciándose netamente los elementos hispánicos de los prehispánicos. Entre las tí-
picas plantas culturales del altiplano pueden destacarse el maíz (Zea mays), la quinoa
(Chenopodium quinoa), la papa (Solanum tuberosum) y la oca (Oxalis tuberosa). Después
de la llegada de los españoles aparecen en los espectros polínicos elementos introdu-
cidos como manzanos, naranjos, arvejas, trigo, cebada, entre otros. De la misma forma
la asociación polínica de plantas indicadora de actividad antrópica (poáceas, umbelífe-
ras, Eryngium spp, Urtica spp, Plantago spp, Erodium spp, Rumex sp) varía cronológica-
mente marcando el límite entre hispánico-prehispánico en los diferentes pisos
altitudinales (Graf 1992).
Los tipos polínicos encontrados en Pueblo Viejo de Tucute se agruparon con un cri-
terio ecológico en árboles, arbustos puneños, pastizales y las asociaciones indicadoras
de actividad humana en diverso grado de disturbio (pastoreo, cultivos, malezas, entre
otros). Entre éstos, los tipos polínicos como Amaranthaceae (incluye Amarantus spp.),
Gomphrena spp, Asteraceae, Chenopodiaceae (incluye Chenopodium spp., cultivados y
malezas), Poaceae (con granos de gramíneas de más de 40 micras o tipo cereales), Zea
mays, Fabaceae Papilionoideae (leguminosas entre las que se ubican Astragalus spp., Lu-
pinus spp) y otras indicadoras de sobrepastoreo como Malvaceae, que reflejan diferen-
tes actividades humanas.

Controles de Superficie
Se tomó como base para la interpretación de los resultados el modelo regional de dis-
persión-sedimentación polínica en relación con la vegetación actual (Lupo 1998). A
estos se agregaron los controles de superficie locales en los sitos, donde se observa la
asociación polínica de estepa arbustiva con predominio de Asteracae y estepa pastizal
con Poaceae. Se encontraron bajos porcentajes de Chenopodiaceae-Amaranthaceae y
ausencia de Zea mays en las muestras actuales como se observa en la Figura 3 (Zona A)
172 // lupo et al . capítulo siete

Andenes de cultivo
Los tres andenes de cultivo ubicados sobre la Quebrada del Arroyo Tucute (Figura 3,
Zona B, Andén 1, 2, 3), fueron muestreados entre 5 y 15 cm de profundidad. En los an-
denes 1 y 2 se destaca la diversidad polínica y el predominio de Poaceae sobre Astera-
ceae, que condice más bien con un ambiente húmedo de pastizal. En el Andén 2 están
presentes tipos polínicos del borde del arroyo como Polylepis sp., destacándose el polen
de Zea mays, esta última vinculada con los cultivos nativos del área.

Los recintos
El estudio de las muestras provenientes de cinco recintos, tomadas en perfiles de hasta
20 cm de profundidad (Figura 3, Zona C), brindaron datos sobre la vegetación natural
y de origen antrópico en el antiguo poblado. En la vivienda circular ubicada en la Loma
Baja, se destacan los resultados polínicos con alta representación de Poaceae tipo ce-
reales, con diámetros promedio de 75 um ( Zea mays) en el Recinto 3-Nivel V (Figura 3,
Zona C, R3-V). Estos indicarían una fase vinculada con cultivos de maíz a escala local.
Entre los recintos de planta circular emplazados en la Loma Alta se presentan los re-
sultados del Recinto 6 (Figura 3, Zona C, R6) donde se destaca la diversidad de tipos po-
línicos, especialmente con altos porcentajes de Ephedra sp y Poaceae, típicas de los
sectores más húmedos de las quebradas. A otras condiciones corresponden las mues-
tras del Recinto 7, donde son mayores los valores de Asteraceae, representativas de las
estepas arbustivas.
En las casas de planta rectangular, Recinto 12-1 de la Loma Baja (Figura 3, Zona C,
R12-1) y Recinto 9 de la Loma Alta (Figura 3, Zona C, R9), se observan altos porcenta-
jes de Chenopodiaceae-Amaranthaceae, probablemente vinculadas con un evento de
abandono y expansión de estas plantas como ruderales (malezas invasoras).

Perfil Paleoecológico “Arroyo Tucute”


En las muestras de una secuencia sedimentaria en las márgenes del arroyo Tucute, en
estratigrafía y con restos arqueológicos, pudo observarse material cerámico removido
en el sitio con muy buen estado de preservación (vasija completa). La secuencia prin-
cipal se ubica en un pequeño cono de deyección y pudo tratarse de un antiguo borde
de cauce donde se realizaban diversas actividades y donde además hubo aporte de ma-
terial de los sectores más altos (Loma Alta).
Se destacan entre los tipos polínicos (Figura 3, Zona D), las Poaceae, indicadoras de
un pastizal puneño más húmedo que el entorno y la presencia de Zea mays en uno de
los niveles con cerámica (Figura 3, Zona D, P-A).
Estos resultados muestran una metodología diferente, que aporta información a los
estudios de los asentamientos arqueológicos de la región, si bien se trata aún de datos
preliminares en una etapa de integración con la información arqueológica. Para Pue-
blo Viejo de Tucute es posible comprobar, con la evidencia que aportan las asociaciones
polínicas (Figura 4), la presencia de actividad antrópica con cultivos y cultígenos (Zea
mays, Amaranthaceae-Chenopodiaceae) tanto en recintos habitacionales como en an-
denes de cultivos, vinculados con materiales arqueológicos y en secuencias sedimen-
tarias del Holoceno Superior. Respecto a este intento exploratorio de integrar
primeras evidencias palinológicas de cultivos en pueblo viejo de tucute. período tardío de la puna de jujuy // 173

información polínica con la obtenida de los estudios arqueológicos en contextos tar-


díos de la Puna de Jujuy, cabe destacar diferentes aportes.
En primer lugar, si se toman en cuenta los datos brindados por las muestras proce-
dentes de las antiguas viviendas, la presencia de polen de maíz en el interior de los re-
cintos domésticos coincide con los datos previos correspondientes a macro-restos
carbonizados recuperados en otra vivienda, pero permitirían asumir el cultivo local de
este grano durante la ocupación del poblado arqueológico, ya que la presencia de las se-
millas podría, en cambio, atribuirse a prácticas de intercambio con otras sociedades agri-
cultoras.
Resulta también de gran interés el registro de especies vinculadas con eventos de
abandono en los dos recintos de planta rectangular, uno de los cuales (R-9) ha brindado
el fechado más tardío para el asentamiento. Esto permitiría asociar la forma arquitec-
tónica del recinto (la planta rectangular) con un momento tardío en la historia del sitio.
El reemplazo paulatino de las casas circulares por las de planta rectangular a partir del
siglo XV en el área altiplánica, se inicia con la incorporación de dicha región al estado
incaico. Esto daría mayor fuerza a la idea de un despoblamiento generalizado de Pue-
blo Viejo de Tucute a instancias de la administración inca planteada en otras oportuni-
dades (Albeck 2009).
Estos estudios constituyen avances que demuestran que los datos palinológicos en
espacios de cultivos arqueológicos de la Puna pueden aportan información relevante a
la interpretación interdisciplinaria del sitio. En este contexto merecen especial atención
las variaciones en la preservación de los tipos polínicos en Pueblo Viejo de Tucute, donde
la conservación del polen se vincula probablemente con el uso diferencial del espacio
(andenes, recintos habitacionales y otros). Los recintos, andenes y el perfil paleoam-
biental reflejan presencia de vegetación y una cobertura diferente a la actual, asociada
a distintas actividades culturales. Se observa especialmente baja conservación polínica
en los andenes de cultivo, relacionada con la degradación o lixiviado que sufrieron estos
suelos, provocando así la degradación del polen. No obstante resulta sorprendente que,
a pesar del avanzado estado de deterioro de las estructuras agrícolas, se haya logrado
recuperar datos polínicos de utilidad para el conocimiento de las sociedades prehispá-
nicas agrícolas de la Puna de Jujuy.

AGRADECIMIENTOS
A los Proyectos: PIP-CONICET 6364, Secter-UNJu, que financian estas investi-
gaciones. A Natalia Batallanos por sus tareas técnicas de laboratorio y colabo-
ración en las actividades de campo. A los evaluadores por sus importantes
comentarios I
174 // lupo et al . capítulo siete

FIGURA TRES
Diagrama Polínico de Pueblo
Viejo de Tucute. Se observan
los tipos polínicos hallados
en las muestras de controles
de superficie (Zona A), ande-
nes de cultivo (Zona B), re-
cintos habitacionales (Zona
C) y el Perfil del Arroyo Tu-
cute (Zona D).
primeras evidencias palinológicas de cultivos en pueblo viejo de tucute. período tardío de la puna de jujuy // 175

FIGURA CUATRO
Diagrama Polínico Sinteti-
zado mostrando los principa-
les indicadores polínicos
(árboles, pastizales, arbus-
tos puneños, helechos, hu-
medad local). Se destacan
los tipos polínicos indicado-
res de actividad antrópica en
contextos arqueológicos del
Período Tardío.
176 // lupo et al . capítulo siete

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178 // williams et al . capítulo ocho

08LA DIMENSIÓN SOCIAL


DE LA PRODUCCIÓN
AGRÍCOLA EN UN
SECTOR DEL
VALLE CALCHAQUÍ MEDIO

Verónica Williams 1, M. Alejandra Korstanje2, Patricia Cuenya3 y María Paula Villegas4


1
Instituto de Arqueología, F F y L (UBA) / CONICET. veronicaw33@yahoo.com
2
Instituto de Arqueología y Museo (FCNeIML-UNT) / Instituto Superior de Estudios Sociales (CONICET-UNT.).
alek@webmail.unt.edu.ar
3
Instituto de Arqueología y Museo (FCNeIML-UNT) / Cátedra de Pedología (FCNeIML-UNT.) patycuenya53@hotmail.com
4
Instituto de Arqueología, F F y L (UBA) / CONICET. paulavil78@yahoo.com.ar
la dimensión social de la produción agrícola en un sector del valle calchaquí medio // 179

INTRODUCCIÓN
En este trabajo intentaremos observar las diferentes marcas que el paisaje social-
mente construido ha ido dejando en el espacio agrícola. Para ello, no sólo debimos
observar ese paisaje desde una perspectiva integral que reuniera política, econo-
mía y sociedad, sino que a su vez fue necesaria una perspectiva temporal amplia
que nos permitiera contraponer, o al menos distinguir, las modificaciones en el pai-
saje a partir de los cambios producidos históricamente en los ejes ya citados. En tal
sentido, discutiremos aquí algunos aspectos que ayudarán a comprender ese paisaje
agrícola formado en más de cinco siglos de historia, en el valle Calchaquí Medio,
hoy provincia de Salta.
Dentro de los lineamientos de la Arqueología del Paisaje consideramos que el
espacio es ante todo una construcción social, creado por la objetivación de la acción
humana tanto material como imaginaria. De esta manera, el paisaje pasa a ser un
sistema político e histórico que no debe ser entendido solamente como una entidad
física, siendo inseparable del sistema de saber de una sociedad particular en un
tiempo dado, producto de la interacción dinámica entre naturaleza y cultura (Ans-
chuetz et al. 2001; Criado Boado 1995).
Se ha propuesto que la conquista y dominación del actual territorio del Noroeste
argentino (NOA) por parte del estado Inca fue realizada a partir de la aplicación de
una serie de políticas coordinadas que integraron el control militar, el reclamo ideo-
lógico, la hospitalidad ceremonial, la reubicación demográfica, el tratamiento pre-
ferencial de algunos grupos étnicos y la intensificación minera y agro-pastoril
(Williams y D´Altroy 1998). Aunque estas políticas se aplicaron simultáneamente,
en algunos casos los Incas tomaron en cuenta las variaciones locales en la organi-
zación social, los recursos y la historia de las relaciones políticas de las poblaciones
preexistentes. Para los Andes del sur las políticas empleadas por el estado inca fue-
ron: 1) la instalación de fortalezas a lo largo de sus fronteras y de la red vial para
mantener la seguridad; 2) la instalación de centros estatales a lo largo del camino
principal y vías secundarias (Hyslop 1984, 1990; Raffino 1983; Vitry 2000); 3) la in-
tensificación de la producción minera y artesanal (Raffino 1983); 4) el reclamo del
paisaje sagrado a través de la construcción de santuarios en más de 50 elevaciones
que superan los 5000 m snm (Ceruti 1997; D´Altroy et al. 2000; Reinhard 1985; Scho-
binger 1966) y 5) la intensificación de la producción agro-pastoril a partir del desa-
rrollo de recursos separados de aquellos de las sociedades nativas.
La información etnohistórica señala la existencia de tierras del estado destinadas
a la agricultura. La descripción del Padre Cobo (1979 [1653]: 211, 215) de la división
tripartita de las tierras y los animales es la visión clásica de una economía inca or-
denada, aunque menos idealizada que la de Garcilaso, quien señala que las comu-
nidades practicaban una antigua forma de asistencia mutua (Garcilaso 1960 [1609]:
Cap. XIV, Libro 11). En general, en las tierras altas andinas los enclaves de produc-
ción fueron establecidos en valles fértiles aptos para el cultivo de alimentos, en es-
pecial maíz, como en Abancay y Cochabamba (aunque el término maíz pudo ser la
mínima expresión de una variedad amplia de granos) (Polo 1916 [1571]; Gyarmati
y Vargas 1999; Wachtel 1982). Arqueológicamente se ha podido constatar en los
180 // williams et al . capítulo ocho

FIGURA UNO
Mapa del NOA con sitios agrícolas y área de estudio.
la dimensión social de la produción agrícola en un sector del valle calchaquí medio // 181

Andes Centrales la existencia de tierras agrícolas estatales en Cusco, Huánuco


Pampa, Arequipa, Abancay e Islas del Sol y de la Luna en el lago Titicaca (Bande-
lier 1910; Espinoza Soriano 1973; La Lone y La Lone 1987; Niles 1987).
En el NOA también se encuentran evidencias de la producción agrícola a gran es-
cala como las de la quebrada de Humahuaca, valle de Santa María y Calchaquí (Fi-
gura 1)1. En el primero de los casos, las más grandes se ubican en Coctaca (Albeck
1992-93; Casanova 1936; Nielsen 1995), en donde hay un amplio sistema de campos
aterrazados que cubren cerca de 3900 ha sobre los abanicos aluviales y el piede-
monte (3700 m snm) y en Rodero, ubicado al norte de Coctaca, que cubre una su-
perficie de 2280 ha (Albeck y Scattolin 1991). Por su parte en el valle de Santa María,
se han identificado áreas de agricultura intensiva en la región de Rincón Chico (Ta-
rragó 1987), en Quilmes, donde se estima que la zona de producción agrícola ubi-
cada al sur del asentamiento habría cubierto aproximadamente 500 ha (Raffino et al.
1983-85), y en El Pichao, donde se han registrado andenes de cultivo (Bengtsson et
al. 2001).
En el sector norte del valle Calchaquí, especialmente en el río Potrero y entre Po-
trero de Payogasta y Corral Blanco, la producción agrícola estatal se evidencia en di-
versas áreas asociadas con asentamientos incas y en la construcción de canales a
ambos lados del río. Esta misma situación se da en La Poma y Palermo en el Cal-
chaquí norte, donde las tierras irrigadas están asociadas a las instalaciones arqueo-
lógicas imperiales. Un canal de varios kilómetros de largo que irriga las tierras
ubicadas en frente del complejo La Paya-Guitián fue construido a unos 40 km al sur
de Payogasta. Aquí la producción agrícola debió localizarse en las terrazas bajas del
río Calchaquí donde existen grandes posibilidades de cultivo hasta la actualidad.
El sector medio del valle Calchaquí, en las cuencas de Angastaco y Molinos (apro-
ximadamente 180.000 ha), el paisaje arqueológico está dominado por las extensas
áreas de cultivo con estructuras para el manejo del agua superando las 350 ha y
“custodiadas” por sitios denominados pukara (sensu Ruiz y Albeck 1997), natural-
mente defendidos y estratégicamente ubicados. El potencial agrícola del área se evi-
dencia en grandes sectores, superficies aterrazadas (andenes, terrazas) y cuadros o
canchones, despedres y sistemas de irrigación (acequias, canales, etc.) (Albeck 2003-
2005). Algunos de ellos son los complejos de andenerías de Mayuco (aproximada-
mente 30 ha), La Campana-Roselpa-La Despensa (aproximadamente 125 ha),
Corralito (aproximadamente 101 ha), Pucarilla (5 ha), Gualfín (36 ha), Gualfín LC (20
ha) y Tacuil (30 ha), entre otros, ubicados en las quebradas tributarias del río Cal-
chaquí (como las de Colomé o Gualfín).
Los valles subsidiarios o laterales del Calchaquí presentan ciertas características
ambientales propicias para la agricultura, especialmente sobre los contrafuertes de
los cerros occidentales donde se producen neblinas diarias en las cabeceras de las
quebradas transversales creando condiciones especialmente favorables para la agri-
cultura e incrementando notablemente la productividad del área (Baldini y De Feo
2000). También son vías de comunicación enclavadas dentro de las serranías occi-
dentales del valle Calchaquí que conectan con los salares de Ratones, Diabillos y
Hombre Muerto en el altiplano puneño.
182 // williams et al . capítulo ocho

En el valle Calchaquí Medio la presencia Inca en la zona está reflejada en seis sitios
con clara arquitectura imperial que fueron ubicados en lugares relativamente ale-
jados de los asentamientos locales y áreas productivas. Sin embargo, se observa una
desproporción entre la población preinca y el área cultivada, por lo que la amplia
infraestructura desplegada para la producción agrícola puede corresponder a la
misma intervención inca, quienes al igual que en otros lugares de los Andes, ha-
brían intensificado la producción a partir del acondicionamiento de grandes ex-
tensiones para cultivo, la construcción de canales, represas, estructuras de
almacenamiento y asentamientos estatales, trabajados por mano de obra local como
una forma de tributación agrícola organizada como prestación rotativa de trabajo
o por mano de obra especializada (mitmaq).
En el marco de las relaciones sociales y políticas planteadas para la zona y el mo-
mento histórico mencionado, nos proponemos aquí integrar paisaje, tierra, trabajo
en infraestructura y producción. Nuestra perspectiva va desde el paisaje histórica-
mente construido como una unidad general, al sitio agrícola mismo, para entender
su rol específico en la problemática citada y evaluar cómo fueron incluidos estos
espacios productivos pertenecientes a las poblaciones locales, dentro de la órbita
imperial. Realizamos entonces una aproximación interdisciplinaria que incluye el
estudio del paisaje arqueológico en las dimensiones tanto física como ideológica, a
partir de las marcas en andenes, caminos, el arte representado en los campos de
grabados dispersos entre las tierras agrícolas y asociados a los pukara, poblados
preincas y asentamientos estatales. Para esto, integramos arqueología, arqueobotá-
nica de microvestigios y suelos. Un tema de especial interés que aquí también in-
corporamos, es la cronología absoluta de los espacios agrícolas aterrazados, cuya
discusión metodológica presentamos en otro trabajo (Korstanje et al. 2008 y 2010).

EL CONTEXTO SOCIAL QUE ENMARCA LA PRODUCCIÓN


Durante el Período Intermedio Tardío (PIT) o Período de Desarrollos Regionales
(PDR), las sociedades andinas se caracterizaron por un incremento demográfico, la
elevada producción de bienes de subsistencia, la ampliación de las redes de inter-
cambio y tráfico caravanero, la producción de “bienes de prestigio” y la aparición
de pukaras como ya mencionamos. Estos últimos asentamientos se localizan en te-
rrenos naturalmente defendidos, de difícil acceso y con elevada visibilidad de su en-
torno. Son interpretados generalmente como reflejo de una situación de conflicto
entre las poblaciones (Cieza de León 1947 [1553]). La extensa presencia en el área
Circumtiticaca de este tipo de asentamientos defensivos – pukara- (Stanish et al.
1997) apoyarían este supuesto aunque hay otra postura que pone “[...] en duda la
gravedad, duración o hasta la realidad de aquellos enfrentamientos[...]” (Nielsen 2003:75).
Esta postura se basa en el registro arqueológico obtenido de excavaciones de sitios
defensivos en donde no se han recuperado claras evidencias de conflicto, sino más
bien actividades domésticas, de grupos corporativos y de festividades patrocinadas
por grupos de elite (Frye y de la Vega 2005; Stanish et al. 1997).
Sin embargo, la guerra en los Andes era concebida con mayor frecuencia como
una serie de batallas separadas por relaciones normales, antes que como un estado
la dimensión social de la produción agrícola en un sector del valle calchaquí medio // 183

constante de beligerancia. Su objetivo pudo ser la expansión territorial, así como la


venganza de muertes o la captura de prisioneros y/o mujeres. El concepto etnohis-
tórico y etnográfico de tinku (o batallas rituales), tendría como función la predic-
ción de la cosecha (Alencastre y Dumézil 1953; Gorbak et al. 1962; Hartmann 1972,
1978).
Muchos autores coinciden en que los asentamientos defensivos deben contar con
una serie de rasgos como parapetos, bastiones, muros perimetrales múltiples, pues-
tos de control, localización alta y/o inaccesible y entradas diseñadas para la defensa
del sitio, entre otros. Sin embargo, el tipo de defensa que una población requiere
dependerá en gran medida de la capacidad de organización y tecnología, tanto pro-
pia como de sus potenciales atacantes. Es por ello que la ausencia de algunos indi-
cadores no debe ser tomada como una evidencia de ausencia de conflicto o asociada
directamente a una violencia puramente ritual, sino que deben ser evaluadas en
conjunto la mayor cantidad de líneas de evidencia posible (Arkush y Stanish 2005;
Arkush 2006).
La etnografía señala que la superioridad numérica es uno de los principios que
determinan la victoria en enfrentamientos entre pueblos premodernos (Hayden
1995:74; Keeley 1996) y es probable que las comunidades más pequeñas hayan sido
las que necesitaran protección. Este podría haber sido el caso en el área de investi-
gación ya que no se han detectado grandes conglomerados residenciales del PDR,
mostrando los datos una relación inversa entre el tamaño de los asentamientos y
las ventajas defensivas que ofrece su localización. En la cuenca de Angastaco (valle
Calchaquí Medio), los mayores asentamientos habitacionales son aquellos que ofre-
cen mejor visibilidad y menor accesibilidad, como si buscasen “compensar su vulne-
rabilidad numérica maximizando las características defensivas del terreno y reduciendo el
riesgo de ser atrapados (Nielsen 2003: 88)2.
Uno de nuestros interrogantes más puntuales es saber cómo funcionaron la eco-
nomía y la vida cotidiana en el área en una situación de conflicto permanente entre
vecinos. Bajo la vigilancia de los enemigos, ¿cómo accedería cada comunidad a sus
campos de cultivos, algunos de ellos situados a más de una hora de marcha de su
asiento permanente? (Nielsen 2003:94). ¿Cómo se desarrolló la producción agrícola
en tiempos de conflicto?
Esta última pregunta es la que exploramos en este trabajo a través de herra-
mientas arqueológicas, pero no consideramos que pueda ser logrado desde pers-
pectivas estrechas. Por el contrario, deberá ser estudiada tendiendo puentes
constantemente entre las perspectivas sociales y ambientales.

EL CONTEXTO ARQUEOLÓGICO
A partir del relevamiento fotogramétrico y prospecciones en el terreno en el área citada
se han ubicado unos 25 asentamientos arqueológicos con diferente cronología y fun-
cionalidad (Villegas 2007) (Figura 2). Es notable la agregación de asentamientos prein-
cas en locaciones de elevada altitud que ocupan entre 1,5 a 4 ha (como Fuerte de Tacuil,
Peña Alta de Mayuco, Peña Punta, Fuerte Gualfín, Pukará Cerro La Cruz, Pueblo Viejo,
El Alto, La Angostura y Ellencot) (Figura 3). Es interesante además marcar la distribu-
184 // williams et al . capítulo ocho

FIGURA DOS
Área de estudio con sectores con sitios de diferente tipo.
la dimensión social de la produción agrícola en un sector del valle calchaquí medio // 185

FIGURA TRES
Fotografías de algunos de los fuertes o pukara cita-
dos y panel de arte rupestre y maqueta en Quebrada
Grande.

ción de estos pukara ya que en una distancia lineal de 75 km N-S entre la quebrada de
Luracatao y la de Gualfín, se han localizado 10 de ellos (uno de época Inca y nueve del
PDR).
Estos sitios están rodeados por extensas áreas de cultivo que incluyen aterraza-
dos y campos agrícolas (“canchones”), asociados a grandes bloques rocosos con
grabados de motivos abstractos de líneas serpenteantes unidas a horadaciones o
depresiones circulares u ovoidales llamadas cochas en los Andes Centrales y pie-
186 // williams et al . capítulo ocho

dras esculpidas (Briones et al. 1999). Por ejemplo, en Quebrada Grande y en Tacuil
se localizaron grabados en bloques pétreos, con motivos de líneas paralelas con-
céntricas, tipo andenes (chacras o miniaturas de campos de cultivo) o en forma de
tumi o cuchillo y ancoriformes (Figura 3).
Es característico de este sector del valle Calchaquí que los grabados estén in-
mersos en sitios que corresponderían al momento previo a la llegada de los incas,
como los pukara. Ahora bien, ¿por qué el Inca se adueña de estos espacios o territo-
rios? Para responder esta pregunta se debe retomar el concepto de pukara que va
más allá de la idea de “fortaleza”, e incluye dos dimensiones simbólicas que aluden
a la Pachamama y a los antepasados.
Estos parajes con características especiales por su aislamiento y por la presencia
de bloques rocosos aptos para recibir inscripciones y dibujos, o los campos de pie-
dras grabadas o petroglifos, también debieron ser lugares de peregrinaje y de reu-
nión en relación con las creencias y la concepción del mundo de los pueblos de los
valles calchaquíes (Tarragó 2000: 291). Para Van de Guchte (1990), las piedras talla-
das, por su ubicación en las cercanías de canales, ríos o vertientes, serían marcado-
res de la organización del espacio con relación a cuerpos de agua y de la
organización del tiempo en relación con el calendario agrícola. Sherbondy (1986:46)
sostiene que para el imperio inca los canales de irrigación no tenían solo un valor
económico, sino que también servían a funciones cosmológicas debido a que las
fuentes de los canales eran consideradas huacas. A su vez, Meddens (2002) sugiere
que la estructura de distribución de los grabados asociados al sistema de riego en
el valle de Chicha (sur oeste de Perú) puede corresponder a una variante del con-
cepto de ceque y constituiría un sistema que semeja quipus en el paisaje, en el que las
piedras grabadas con cúpulas corresponderían a los nudos, mientras que los cana-
les y los ríos aludirían a los hilos. Desde esta perspectiva, la presencia de determi-
nados motivos rupestres y sitios que pueden estar vinculados con la dinámica ritual
y ofrendas, reforzaría la idea de que se trata de actividades integradas, dirigidas a
reafirmar la apropiación simbólica del paisaje (Hernández Llosas 2006). Sin em-
bargo, algunas de estas rocas grabadas podrían ser muy antiguas en el diseño del
paisaje andino como se observa en ejemplos de Antofagasta de la Sierra, Catamarca
(Aschero et al. 2009).
Muchas veces, los incas usaron la intervención artística, sin imponerla visual-
mente, para revelar la naturaleza de un importante rasgo natural. Por ejemplo, el
Pucará de Angastaco, uno de los más conspicuos sitios incas en el área, en la con-
fluencia de los ríos Calchaquí y Angastaco, no se localiza sobre una geoforma tan
imponente como los pukara preincaicos dado que las construcciones en su cima pue-
den ser vistas desde el fondo del valle. Este asentamiento parece haber sido cons-
truido con la intención de ser visible desde todos los ángulos, representando un
cambio radical en la estructura del paisaje local. Los otros sitios incas del área, tales
como los tambos de Gualfín, Las Cuevas y Compuel -todos localizados en sectores
separados de los asentamientos locales-, pueden ser vistos como una forma de “se-
gregar” el espacio estatal del de las poblaciones del área.
Finalmente, para las cuencas de Angastaco y Gualfín no podemos dejar de men-
la dimensión social de la produción agrícola en un sector del valle calchaquí medio // 187

cionar la red de caminos incas que comunican instalaciones estatales, asentamien-


tos defensivos preincaicos y áreas agrícolas. Esta aparente paradoja entre disconti-
nuidad espacial e inclusión plantea la pregunta de por qué el Inca conquistó estos
espacios y territorios. La desproporción entre población y tierra cultivada en el área
de estudio ha llevado a algunos investigadores a concluir que estas tierras recibían
la contribución de trabajadores estacionales de otros sectores (Salas 1945). En ese
sentido, es interesante contemplar la propuesta de Berenguer de que el camino inca
pudo haber funcionado como un geoglifo, como un marcador espacial primordial
en la territorialidad simbólica de los incas (Berenguer 2005). Desde esta perspec-
tiva, la presencia de determinados motivos rupestres y sitios que pueden estar vin-
culados con actividad ritual y ofrendas reforzaría la idea de que se trata de
actividades integradas dirigidas a reafirmar la apropiación simbólica del paisaje
(Debenedetti 1918; Frye 2006: 204; Hernández Llosas 2006; Meddens 2002; Tarragó
2000; Williams 2002-2005, 2008).
Volviendo al tema de la producción de alimentos, en esta parte del valle los si-
tios residenciales inca no están directamente asociados a áreas agrícolas, pero estas
últimas sí están directamente relacionadas al camino inca, como La Campana, Ma-
yuco, Tacuil y Gualfin.
Considerando que una de las consecuencias de la guerra podría haber sido la in-
tensificación de la explotación económica, ocasionando la agregación poblacional en
un área y la construcción de nuevos sistemas de irrigación, es importante destacar
que en el NOA los incas se apropiaron de recursos naturales por medio de la in-
tensificación3 de la producción agrícola (Williams 2007a). En varios casos, como que-
brada de Humahuaca (Jujuy), Calchaquí Norte (Salta) y bolsón de Andalgalá
(Catamarca) los incas parecen haberse apropiado de gran parte de las áreas pro-
ductivas poco utilizadas en el período previo. Esta estrategia pudo haber amino-
rado el impacto en la productividad agrícola de la población local y disminución de
la presión de ser explotados en trabajo y recursos.
Como se menciona en las crónicas, una vez que los incas tomaban el control de
nuevos territorios, el personal estatal se asentaba asegurándose que hubiera comida
suficiente y reservando tierras para el estado que eran cultivadas por los trabaja-
dores locales como parte de su servicio en trabajo. Esta parece haber sido una prác-
tica habitual para garantizar los derechos de usufructo de la tierra de los mitmaqkuna
para su propio sostén. Las chacras estatales estaban ubicadas a menudo cerca de
los centros provinciales, pero algunas más grandes se localizaban en sectores espe-
cialmente favorables para la agricultura.

EL ESPACIO GEOGRÁFICO PARA EL PAISAJE AGRÍCOLA


Para entender estas relaciones deberemos contextualizarlas en un espacio geográ-
fico claramente definido en los aspectos relacionados con la agricultura: suelos, agua
y vegetación. Así, podemos comenzar por observar que, en su sector medio, el río
Calchaquí recibe afluentes que bajan de las cumbres del bloque Calchaquí, situado a
occidente. Las cuencas de Molinos y Angastaco y sus correspondientes tributarios, son
las que constituyen los principales aportes de agua permanente al río, sirviendo asi-
188 // williams et al . capítulo ocho

mismo como vía de comunicación entre los valles bajos y el ambiente puneño.
La zona presenta un paisaje de montañas y valles por los que discurren los prin-
cipales ríos de la región, convergiendo así dos ambientes morfológicos: la puna y las
quebradas y valles intermedios que forman el borde montañoso de Puna (Daus
1959:104). Este último, presenta un clima árido (aproximadamente unos 250 mm de
precipitaciones anuales), con escasas precipitaciones invernales y una gran ampli-
tud térmica. El basamento geológico está formado mayoritariamente por afloramientos
graníticos, ignimbritas del neógeno, sedimentos cuaternarios (arenas finas, pelitas y tobas
volcánicas intercaladas en conglomerados) y depósitos fluviales (Hongn y Seggiaro
2001). Estas características y la escasez de vegetación resultante no favorecen el desarrollo
edáfico, por lo que los suelos presentes pertenecen al orden de los Aridisoles y Entiso-
les, con perfiles del tipo A/C o A/Cr/R (USDA 2006).
La vegetación general corresponde a la provincia de Prepuna, caracterizada por
la presencia de cactáceas columnares y variedad de poáceas, asteráceas achaparra-
das y xerófilas. Entre ellas se observa la “pichana” (Psila spartoides) y “pichanilla”
(Cassia aphylla), “molle” (Schinus molle), “molle castilla o aguaribay” (Schinus areira),
“churqui” (Acacia caven), algarrobo (Prosopis sp.), “paja o pasto iro” (Stipa ichu), “vis-
col”, cardón (Trichocereus pasacana), y variedades de cactáceas como “quiepo” y “ai-
rampo” (Opuntia spp.). No existe una gran diversidad vegetal y aunque el análisis
del herbario local esta en curso, es bastante homogéneo en todos los sectores estu-
diados. La zona, en cambio, constituye un paisaje heterogéneo en lo que respecta a
las áreas productivas próximas entre sí:
a) el fondo de valle del río Calchaquí y sus tributarios (entre los 2200 y 1900 m
snm), zona apta para los cultivos mesotérmicos con irrigación como el maíz,
poroto, ají y calabaza;
b) las porciones medias y altas de las quebradas tributarias, la cabecera del valle
troncal y los piedemontes (entre 3000 y 2500 m snm) donde hay cursos de agua
permanente que ofrecen oportunidades para el riego y donde prosperan culti-
vos mesotérmicos y microtérmicos como papa, oca y quinua; y
c) las cotas por encima de las áreas agrícolas donde se encuentran los recursos
de pastoreo y caza como Compuel y la cabecera de Mayuco, Río Blanco (Tacuil)
y Gualfín (entre 4000 y 3500 m snm).
Debido a la amplitud del área de estudio (aproximadamente 180.000 ha) y dada la
imposibilidad de recorrerla en toda su extensión en el terreno, se realizaron en un
primer momento tareas de teledetección por medio de fotografías aéreas (Villegas
2006, 2007). Gracias a esto y previo al inicio de los estudios intensivos sobre agri-
cultura, pudieron relevarse la mayor parte de los sectores agrícolas de la zona y la
relación espacial entre ellos y con respecto a otros sitios arqueológicos, ayudando a
comprender la dinámica entre ambiente y paisaje domesticado.

METODOLOGÍA PARA EL ESTUDIO DE LA AGRICULTURA PREHISPÁNICA


Desde el punto de vista de las estructuras agrícolas mismas, se trabajó en tres lí-
neas articuladas. Una incluye el análisis arquitectural y espacial, considerando a la
producción agrícola como uno de los temas centrales de la vida cotidiana y de las
la dimensión social de la produción agrícola en un sector del valle calchaquí medio // 189

relaciones entre sociedad y estado. La otra es más específica para cada sitio e in-
cluye las propiedades de los suelos y los microvestigios vegetales y animales que
han quedado como remanentes de la actividad agrícola misma(ver capítulo 2 en
este volumen). Finalmente, y teniendo en cuenta la importancia que tiene para nues-
tro problema la incidencia de la ocupación inca en la región como un factor dife-
rencial en las relaciones de producción, hicimos un esfuerzo para lograr dataciones
absolutas y confiables de los espacios de cultivo construidos. Este trabajo se ins-
cribe dentro de la primera línea, pero se presentan algunos resultados preliminares
de las otras dos, por lo que las incluiremos en la descripción metodológica.
Siguiendo experiencias anteriores (Albeck 1992-1993), la metodología imple-
mentada en este estudio comienza por localizar las estructuras en el espacio y en el
ambiente, su descripción detallada con diferentes medidas y todo su contexto ma-
terial incluyendo cerámica de superficie. Sobre esta base se eligen las estructuras a
ser muestreadas, para lo cual requerimos una planialtimetría de las mismas tan efi-
ciente como las realizadas para estructuras residenciales, pero con mayor énfasis
en el buen trazado de las curvas de nivel (Korstanje 2005). En esta ocasión los pla-
nos se habían realizado con Estación Total Leica4, sin embargo, en una segunda cam-
paña hemos debido corregir estos planos y realizar nuevos croquis que son los que
usaremos en este trabajo, por lo cual no están representadas aquí las curvas de nivel
que usamos en la interpretación. La descripción de las laderas no está dada por su
posición respecto al sol, sino por su posición geográfica sensu stricto. Así, por ejem-
plo, la ladera ubicada geográficamente al Sur, tendrá su exposición solar hacia el
Norte.
Para la descripción de las estructuras en base a las formas que toman en el pai-
saje, hemos consultado varios autores (Albeck 1993; Raffino 1975; Schulte 1996; Tre-
acy 1994, entre otros), pero si bien seguimos en especial los lineamientos de Albeck
(1993 y capítulo 1 en este volumen), hemos diferenciado los siguientes grupos,
donde los tipos son simplificados para dar más espacio a la descripción de sus ca-
racterísticas particulares5:
Andenes: construcciones rectangulares en piedra que modifican sustancialmente la
pendiente, suavizándola generalmente en varios grados menos respecto a la pendiente
natural. El largo mayor de los rectángulos que forman es paralelo al drenaje natural o
curso de agua principal. Las paredes de contención son elevadas y su construcción im-
plica importantes movimientos de tierra del tipo “corte y relleno”. En la terminología
local de esta zona se denomina patillas a los andenes, y cimientos a los muros.
Paños: cada sector de andenería separado por un muro o despedre transversal al mismo.
Terrazas: Construcciones en piedra que modifican la pendiente, suavizándola en
superficies rectangulares o irregulares de diferentes dimensiones. Siguen el mismo
principio general de a los andenes, pero de menor complejidad constructiva y no im-
plican movimiento de suelo en su construcción. Como resultado de esto, el frente de
una terraza se eleva muy poco por encima de la terraza adyacente. Pueden ser per-
pendiculares o paralelas al drenaje principal.
Canchones: espacios delimitados por muros someros de piedra, a veces sin su-
perposición de bloques alguna. Pueden ocupar espacios con pendiente o sin ella,
190 // williams et al . capítulo ocho

pero en el primer caso la pendiente es modificada más por la práctica del uso del
suelo que por grandes movimientos de tierra previos. Toman diversas formas, va-
riando entre cuadrangulares, circulares e irregulares.
Despedres: Acumulaciones de piedras pequeñas y medianas, que son el producto
de limpieza de los terrenos, y que en algunos casos forman parte de los tabiques de
contención laterales de los andenes.
Acequias: cualquier tipo de cauce artificial, por el cual fluye el agua de riego.
Una vez correctamente mapeadas y descriptas las estructuras en el sentido ar-
quitectónico y localizadas en su emplazamiento topográfico, procedemos a reali-
zar los sondeos/calicatas para la descripción y caracterización de los suelos
(Korstanje y Cuenya 2008a). En base a las preguntas y problemas que se estén bus-
cando resolver, las calicatas se hacen aguas arriba o aguas abajo de la superficie ate-
rrazada, pero manteniendo en todo el muestreo la misma definición. Los distintos
horizontes pedológicos son definidos en el campo, tomando las siguientes caracte-
rísticas: color, estructura, límites y espesores de los horizontes.
En cada horizonte definido de esta manera, procedemos a tomar muestras para
realizar tres tipos de análisis: sedimentos, microfósiles en general y polen en parti-
cular. Cabe remarcar entonces que el muestreo no es sistemático, sino cualitativo: no
se toman muestras estandarizadas de un perfil cada tantos centímetros, sino que se
toman muestras idénticas de sedimentos de cada horizonte pedológico.
A su vez, se toman muestras de control en espacios cercanos, pero que no mues-
tren signos de haber sido utilizados para la producción agrícola (“campo abierto”).
Estas responden, a los fines comparativos, como muestras de suelo no usado.
Para la descripción de los suelos se siguen las normas de reconocimiento estándares
(Echevehere 1976). En laboratorio se hacen las siguientes determinaciones: textura (mé-
todos de Bouyoucos); pH (relación suelo-agua 1:2,5); porcentaje de Carbono y materia
orgánica (método de Walkley y Black) y, en algunos, Fósforo Total (método de Bray –
Kurtz6). En la medida en que estos resultados disparan nuevas preguntas, se toma otra
porción de muestra para realizar estudios más específicos, por ejemplo: Nitrógeno, Peso
Específico Real (PER), Peso Específico Aparente (PEA), etc.
Las muestras de microfósiles (entre los cuales se puede incluir el polen, pero
según las circunstancias y debido a su alto valor diagnóstico conviene separar en
muestras especiales) son analizadas siguiendo la metodología de análisis múltiple
(Coil et al. 2003; Korstanje 2003, 2004 y 2009). Las muestras son contabilizadas y ca-
racterizadas en microscopio petrográfico, con método de alícuota y test ciego (Kors-
tanje y Cuenya 2008b).
Los resultados de ambos análisis (y del polen en caso de que se haya estudiado
separadamente) se revisan conjuntamente. Para la interpretación se toman en
cuenta y se discuten no sólo los resultados de los análisis de sub-superficie, sino
también los perfiles, la ubicación de los sitios, la pendiente, la orientación al sol y
el resto de los vestigios materiales culturales (Korstanje y Cuenya 2008a y 2008b).

LA INFRAESTRUCTURA AGRÍCOLA EN LOS SECTORES MUESTREADOS


A partir de la teledetección y prospecciones citadas arriba, se eligieron para traba-
la dimensión social de la produción agrícola en un sector del valle calchaquí medio // 191

jar en profundidad dos sectores -Río del Remate/Gualfin y Río Pucarilla/Corralito-


, que presentaban las variables necesarias para avanzar en la fase analítica (accesi-
bilidad, visibilidad, extensión, localización, estado de conservación). En todos los
casos se trata de aterrazamientos en pendientes pronunciadas, del tipo andenería,
acompañados por importantes líneas de despedre con o sin riego por acequias. Sin
embargo, dentro de estos dos sectores, se seleccionaron a su vez dos sitios porque
los rasgos arquitectónicos de las estructuras de producción sugerían la idea inicial
de que su construcción y/o uso podría haber sucedido en distintos momentos del

FIGURA CUATRO
Foto aérea de la zona del Río del Remate/Gual-
fin y los sitios mecionados en el texto.
192 // williams et al . capítulo ocho

lapso cronológico que va desde el Tardío hasta el Inca.


A continuación caracterizamos los dos sectores con andenería y los cuatro sitios
analizados para este trabajo:
1) El primer grupo, al que aquí denominaremos Grupo del Remate/Gualfin, está con-
formado por los sitios Gualfin 2 y Quebrada Grande 1, sobre la margen derecha del
Río del Remate (Figura 4). En el sector del Río del Remate, hay dos laderas con an-
denería (Oeste y Sur) y en ambas se distingue una tecnología constructiva diferente
en lo que a los muros de andén respecta. Esto puede estar denotando distintas épo-
cas en su construcción –no hay señales de reciclaje por uso. No es claro si estos an-
denes estuvieron regados: hasta el momento no hemos detectado ninguna acequia
antigua. Habría una acequia muy grande siguiendo el probable camino prehispá-
nico (hoy usado como camino y en parte como senda de bicicletas), pero no se ob-
serva actualmente la conexión para el riego de estos sectores. La vegetación presente
está compuesta sobre todo por Asteráceas de porte mediano, tolar mixto (Parastre-
phia spp.), arbustivas xerófilas (ej. Schinus Molle sp.) y cactáceas bajas (ej. Airampo
spp.), escasas cactáceas columnares (Trichocereuns Pasacana sp.) y muy baja repre-
sentativad de Poáceas (tanto en variedad como en abundancia).
Además de las estructuras netamente agrícolas, hay otro tipo de estructuras de
piedra de forma subcircular -que pueden constituir residencias o corrales-, en la ex-
planada inferior, sobre el nivel de terraza del río.
Hemos denominado Gualfín 2 a la ladera oeste, donde las estructuras están lo-
calizadas sobre una pendiente de 18-20%. Sobre esta ladera es que se han realizado
los muestreos y dataciones. Consiste en un grupo de terrazas bastante rústicas que
cubren un total de 0,26 ha. Los diferentes paños están separados entre sí por líneas
de despedre compactas y muestran una litología diferente en las rocas que los cons-
tituyen. En el sector Norte de los mismos, los muros parecen más prolijos, porque
la roca es metamorfita angulosa y está acomodada en paños uniformes, pero no hay
canteado ni técnica constructiva especial. La distancia entre un muro de contención
del andén y otro puede llegar a los 10 m. Cada paño tiene como mínimo 7 líneas de
andenes hasta llegar al curso de agua.
En Gualfin 2, paño 1 (Figura 5) el despedre -donde tomamos muestras para da-
taciones-, tiene una litología de grandes rocas tipo vulcanitas-granitos rosados. Este
despedre mide 8 m de ancho y un máximo de 0,70 de alto. El paño estudiado y
muestreado para suelos y microfósiles tiene 10 líneas de andenes. Mientras la pen-
diente natural es del 23%, en los andenes disminuye a un 5%. El muro de los ande-
nes tiene una altura máxima de 1,10 m, altura que se repite en la mayoría de los
bien conservados. Todos los muros son de pirca simple y el ancho es el ancho de la
roca (máximo 0,55 m). En los extremos, la mayoría de ellos tiene un sector sin muro
para permitir el paso del agua. Los andenes inferiores son los más dañados y de-
rrumbados. En superficie se encuentra cerámica de estilos tardíos y material lítico
expeditivo en basalto y cuarcita.
En el sector Sur, en cambio, la pendiente es mucho mayor (un 45 %) y el pircado
es más alto. Los muros llegan medir entre 0,50 y 1 m en algunos sectores. Sólo hay
un paño de andenería en este sector, que finaliza en canchones amplios por la baja
la dimensión social de la produción agrícola en un sector del valle calchaquí medio // 193

FIGURA CINCO

Plano del anden muestreado en Gualfin 2.

pendiente. Un dato interesante como rasgo de no-utilización reciente, es el creci-


miento de grandes cardones añosos.
Siguiendo el curso del río del Remate hacia arriba, poco después de una curva
que cambia el recorrido del mismo hacia el Oeste, se encuentra la “Quebrada
Grande”. Entre Quebrada Grande 1 y el pukara conocido como Fuerte de Gualfín,
median unos 1,3 km de distancia, con visual directa entre ambos. Las laderas de la
vertiente sur, están prácticamente todas cubiertas con andenería. En algunos paños
se ha llegado a contar 18 líneas de andenes. A diferencia del caso anterior, la apa-
riencia de los mismos es más homogénea en litología y en técnicas constructivas, y
se observan las acequias con claridad. La manufactura de los andenes es bastante
rústica. La piedra es la más cercana (ignimbrita o metamórfica) y de acuerdo a eso
es su angulosidad. En algunos sectores, sobre todo los más cercanos al fuerte o pu-
kara, la ausencia de abundante suelo y la fuerte pendiente no sugieren un lugar na-
turalmente apto para el cultivo y que, de haber sido elegido para tal fin, sería porque
194 // williams et al . capítulo ocho

FIGURA SEIS

Plano del anden muestreado en Quebrada Grande 1.


la dimensión social de la produción agrícola en un sector del valle calchaquí medio // 195

Foto aérea de la zona del Río Pucarilla/Corralito con los sitios indicados en el texto.
FIGURA SIETE

mediaron condiciones sociales de presión sobre el territorio.


Quebrada Grande 1 es el paño que hemos estudiado en detalle (Figura 6). El sitio
muestra una pendiente promedio de 40% (considerablemente mayor que el sitio
anterior). A diferencia de lo observado para Gualfin 2, aquí se registraron tres lí-
neas de acequias para riego, dos de ellas abandonadas7 y ubicadas en el sector más
alto de la loma, mientras que la que aun está en uso, es la más cercana al curso de
agua actual. En la parte superior de la ladera y muy cercana a una de las acequias,
existe un gran panel con grabados rupestres, que hemos denominado “Panel de los
Suris” (Figura 3).
En cuanto a los andenes -que como decíamos, están bastante deteriorados-, la al-
tura máxima de los muros es de 0,95 m. El despedre es similar a los antes descritos,
con un tamaño promedio de las rocas de 10-20 cm (son rodados aplanados). El resto
de las características son semejantes al sitio arriba detallado.
2) El segundo grupo estudiado, que denominaremos Grupo Pucarilla/Corralito,
(Figura 7) se encuentra a una distancia de 13,5 km respecto al grupo anterior. Está
196 // williams et al . capítulo ocho

FIGURA OCHO

Plano del paño de andenes muestreado en Corralito 4.


la dimensión social de la produción agrícola en un sector del valle calchaquí medio // 197

cercano al caserío de Pucarilla y al paraje de Corralito, camino hacia Compuel


(borde de puna), sobre la margen izquierda del Río Pucarilla y de uno de sus tribu-
tarios. La vegetación es similar a la del sector anterior, pero con algunas diferencias
interesantes, como la mayor presencia de cardonal y monte xerófilo y la ausencia
cuasi absoluta del tolar y de cobertura de gramíneas.
Los dos sitios muestreados -Corralito 4 y 5-, están muy cercanos uno del otro,
pero sobre sustratos litológicos diferentes. Sin embargo, no es esta circunstancia lo
que los diferencia a nivel de apariencia constructiva, sino propiamente la forma en
que han sido construidos.
Corralito 4 está ubicado sobre una ladera con el afloramiento rocoso muy super-
ficial y un promedio de pendiente del 30%. Rodeando el conjunto de las estructu-
ras se observa un muro en forma de anillo grande y otro más pequeño, de pirca
doble línea. El sitio está formado además por una serie de aterrazamientos, despe-
dres perpendiculares a los mismos y estructuras subcirculares -aparentemente de
tipo residencial- encerradas entre ambos o recostadas sobre los mismos (Figura 8).
A diferencia de los otros sitios con arquitectura agrícola estudiados, hay gran can-
tidad de cerámica en superficie (Santamariana bicolor, tricolor y con modelado,
entre otras menos frecuentes). La contemporaneidad y/o el reuso con adaptación de
estas estructuras es un factor que aún está en estudio.
Desde el punto de vista de las estructuras agrícolas en sí, el sitio presenta gran-
des despedres de rocas de distintos tamaño, que no constituyen un conjunto aco-
modado –como en el caso siguiente-, sino que por el contrario llaman la atención por
su falta de prolijidad. En algunos casos estos despedres se presentan paralelos, y en
otros perpendiculares a la pendiente. Lo más llamativo es que, además de los des-
pedres, hay muros dobles en los lados de los andenes pero estos muros a veces se
abren para incluir las citadas “unidades residenciales”. Hay muchos de estos cír-
culos de pirca simple y baja en el medio o a los costados de los campos, pero no es
claro por qué los límites de los paños son muros dobles y sobre ellos se realiza una
tarea de despedre tan poco sistematizada.
No se observan acequias ni existen posibilidades de riego ya que la topografía
impediría llevar agua de los cursos de agua cercanos.
El último sitio en estudio, Corralito 5, está ubicado enfrente del anterior, en la la-
dera occidental de un pequeño río tributario del Pucarilla, con una pendiente media
de 45%. La regular distribución de los muros y los aterrazamientos, así como la pro-
lijidad de sus despedres es una de las características que lo diferencia claramente del
resto de los sitios agrícolas de estos sectores en estudio. Contrastando con esta gran
diversidad y heterogeneidad, el sitio Corralito 5 es el de manufactura más estan-
darizada que hemos observado hasta aquí. El pircado es muy parejo y bien hecho,
simil aparejo, aunque sobresalen rocas. La altura máxima de muro conservado es
de 1,50 m, siendo los muros de andén más altos de los conjuntos estudiados. Los
despedres son bastante homogéneos en tamaño de piedra despejada y hay paredes
laterales (o sea, perpendiculares a la pendiente) hechas también como muro.
En el paño muestreado (Figura 9) contamos 9 andenes de muy buena construc-
ción, pero con varios niveles de derrumbe. Es muy interesante ver que el paño está
198 // williams et al . capítulo ocho

FIGURA NUEVE

Plano del paño de andenes muestreado en Corralito 5.

delimitado por dos líneas de despedres que se van abriendo hacia abajo (NW) y
que están contenidos por un lado con muro y del otro lado no.
Una sola acequia estaría regando este sitio, pero es llamativo que la misma es cor-
tada en uno de los grandes despedres, y luego sigue hacia otros campos, como si
este despedre fuera posterior e impidiera la continuación de la misma.

SUELOS, MICROFÓSILES, DATACIONES Y PRIMEROS RESULTADOS DEL USO AGRÍCOLA DE LOS ANDENES:
SORPRESAS Y PRECAUCIONES
En tanto el análisis específico de los suelos y microfósiles ha presentado nuevos
desafíos que están en estudio, presentaremos aquí sólo los primeros resultados que
nos llevan a plantearnos nuevos interrogantes.
Se hicieron los estudios pedológicos citados arriba (campo y laboratorio) y el análisis
múltiple de microfósiles a un total de ochenta y seis muestras de suelo (N= 86).
En primer lugar, es importante destacar que, con muy pocas excepciones, los va-
la dimensión social de la produción agrícola en un sector del valle calchaquí medio // 199

lores de pH varían entre 5,27 a 8,14, como valores extremos, presentando por lo
tanto condiciones normales para la preservación de los microfósiles silíceos. Las
texturas varían entre franco arenoso, a franco arcillo arenoso; mientras que la ma-
teria orgánica oscila entre porcentajes de 0,20 a 2,89. Los más altos valores de ma-
terial orgánica son aquellos de los depósitos más profundos de los despedres y
aquellos de las muestras a “campo abierto” (o extra sitio). En ambos casos, y de
acuerdo a la dinámica de uso de los suelos, esto implica que no fueron utilizados
para propósitos agrícolas, como ya hemos mostrado en casos anteriores (Korstanje
y Cuenya 2008a).
Lo que es sorprendente, respecto a lo originalmente asumido, es que hasta el mo-
mento no hemos encontrado silicofitolitos ni almidones de maíz. Por el contrario,
aun los fitolitos de Poáceas en general son muy escasos y en muchas muestras no
hay fitolitos en absoluto (Korstanje y Cuenya 2008c). Esto sin embargo, cobra sen-
tido al analizar con más detenimiento la flora local.
Lo mismo sucede con las diatomeas. Hemos encontrado muy pocas diatomeas en
las muestras escaneadas. El análisis independiente de diatomeas para la región reali-
zado por Kligmann también muestra ausencia de diatomeas en las muestras de suelo,
a pesar de que las fuentes de agua muestran el desarrollo normal de ellas (Débora Klig-
mann comunicación personal 2008)8. Por otra parte, los valores de pH no permiten
tampoco esgrimir tal razón tafonómica para explicar su no-preservación.
El resto de los microfósiles presentes también es escaso (polen, microcarbones),
excepto por los gránulos de almidón de tubérculos (afines a Solanum tuberosum sp.
y otros aun no identificados), que son muy frecuentes en ciertas muestras. También
hay un número interesante de esferulitas de carbonatos cálcicos (residuos de ori-
gen animal, asociados a estiércol generalmente frágiles para su conservación).
A pesar de estos tentadores indicios de cultivo de papas (denotado por los almi-
dones) en los andenes, con uso de fertilizantes (esferulitas) y sin regadío aparente
(ausencia de diatomeas y crisoficeas)9, por ahora no podemos arriesgar un resul-
tado seguro en ese sentido, ya que las consecuencias teóricas que implicarían esta
inesperada ausencia de maíz y abrumadora frecuencia de papa -pero también de
otros almidones, excepto de maíz-, nos obliga a tomar precauciones de control ta-
fonómico, ampliación de muestreos, etc.
En cuanto al problema cronológico, dado que hemos desarrollado metodológi-
camente las posibilidades y limitaciones para la datación absoluta de estructuras
agrícolas en otro trabajo (Korstanje et al. 2010), reproduciremos aquí solo los resul-
tados de tales dataciones, a los efectos de poder después integrar todos estos datos
en una interpretación preliminar del uso agrícola y estrategias de producción en la
zona estudiada del valle Calchaquí Central.
Cuatro muestras de sedimentos -tomados de las bases de un despedre de cada uno
de los sitios aquí presentados- fueron datadas con el método de carbono 14 (Tabla 1).
Estas dataciones indican, entonces, el momento en que se comenzó a despedrar
el terreno y construir la infraestructura para la producción agrícola organizada. Los
fechados no sólo son confiables en sí mismos por la metodología utilizada sino que,
como decíamos antes, los valores de materia orgánica también son coherentes con
200 // williams et al . capítulo ocho

TABLA UNO

Cronología post quem (inicio de las construcciones agrícolas) en cada uno de los sitios.

esta fase de pre-uso agrícola intensivo.


Estos resultados nos indican al menos tres momentos de inicio en la construcción
de la infraestructura de andenes: uno pre-Tardío (Formativo Medio), uno clara-
mente de Desarrollos Regionales, y otro claramente Incaico.
El más temprano es el fechado de Quebrada Grande, que muestra una andene-
ría más tosca y casi destruida, por cuya ladera pasan tres acequias a diferentes ni-
veles y que presenta en la cima de la ladera un panel con arte rupestre de diferentes
estilos y momentos prehispánicos. Este fechado calibrado entra dentro del rango
del Perío-do Medio, lo cual lo hace interesante no sólo porque se puede relacionar
con los diferentes niveles de acequia (que pueden indicar variaciones en el nivel de
base de río y su correlación con las posibilidades de tomar el agua para riego a di-
ferentes altitudes), sino porque el despedre fechado es uno de los pocos que tiene
también escasos gránulos de almidón de tubérculos, que podríamos interpretar
como un uso del suelo para agricultura relacionado con las prácticas de los perío-
dos anteriores (Korstanje y Cuenya 2008c). En ese sentido, tanto las citadas acequias
como la forma de la arquitectura agrícola, indican un reuso permanente en este sec-
tor, cuyo abandono no podemos precisar aún. Por otro lado, en otras áreas pros-
pectadas en el valle, también hay arte rupestre y hallazgos correspondientes al
Periodo Medio, como por ejemplo en Tacuil, a 22,7 km al norte de este sitio.
El segundo momento, es el que corresponde a los sitios Gualfín 2 y Corralito 4,
cuyos inicios de construcción y uso están claramente comprendidos en el Período
de Desarrollos Regionales. La datación inicial es coherente con el registro cerámico,
la arquitectura productiva y la presencia de los fuertes o pukaras situados en el área
(Williams et al. 2005, Cremonte y Williams 2007). No obstante ello, al igual que en
el caso anterior, Corralito 4 muestra signos de reuso y resignificación del espacio,
cuya duración y carácter no podemos calibrar ni explicar aún.
Por último, el sitio Corralito 5, por su datación es contemporáneo a la ocupación
la dimensión social de la produción agrícola en un sector del valle calchaquí medio // 201

incaica; pero su infraestructura y arquitectura muestran diferencias tan notables res-


pecto a los otros sitios, que no sólo es interpretada como correspondiente a este pe-
ríodo, sino también como un diseño verdaderamente incaico.

DISCUSIÓN Y CONCLUSIONES
En el NOA y para el PDR se ha planteado un fuerte crecimiento demográfico y la
aparición de sociedades con territorios bien controlados y defendidos en todos los
oasis de Puna y valles mesotermales que entraron en competencia con otras por la
apropiación de los recursos. Las técnicas más avanzadas de regadío sistemático y
control de la erosión por medio de andenería posibilitaron el cultivo de tierras fér-
tiles en quebradas altas y de pendientes pronunciadas con lo que el uso de terrenos
cultivables se amplió hasta límites que superan los actualmente explotados.
A pesar que el patrón de asentamiento pueda estar representando situaciones de
conflicto, la amplia distribución espacial de ciertos rasgos arquitectónicos y estilís-
ticos hace pensar en redes de intercambio que mantendrían una comunicación entre
las poblaciones. Es por esto que consideramos que el estudio de la relación entre
una serie de rasgos arqueológicos presentes en el paisaje y producto de un cons-
tructo social que son los pukara, las tierras agrícolas, campos de grabados o de pe-
troglifos y centros estatales, nos ayudará a comprender los procesos sociales que se
dieron entre el 900 y 1536 DC al interior de las poblaciones locales y en relación con
la dominación Inca (Williams 2007b).
En ese sentido, el sector medio del valle Calchaquí presenta una serie de asenta-
mientos prehispánicos tardíos del tipo conglomerado, grandes extensiones de tie-
rras destinadas a la agricultura, sitios fortificados o pukaras y sitios con clara
arquitectura inca. Si bien la idea de una época de conflicto endémico en los Andes
-como se ha propuesto sustentado por datos históricos-, no está tan claramente plas-
mada en el registro arqueológico, hemos tomado esta hipótesis como vía de análi-
sis a la producción agrícola.
De ese modo, el paisaje arqueológico observado en el área nos genera nuevas
preguntas: ¿cómo se relaciona la producción con los tiempos de guerra y de con-
flicto? Más allá de las estrategias de almacenamiento, treguas políticas, alianzas cir-
cunstanciales u otros, ¿hay una adaptación de la agricultura en sí misma a estos
momentos? Especialmente, cuando la guerra ocurre durante el tiempo que va de la
siembra a la cosecha... ¿hay planes alternativos para la producción? Seguramente sí,
¿pero cuáles? ¿Cultivos más seguros y sencillos? ¿Con menos necesidad de cuida-
dos intensivos y riego?
Dedenbach Salazar (1985) ha recopilado el vocabulario inca agrícola y deduce
que existen programas agrícolas definidos según especie en sincronía con el clima
y la estación del año, pero no hay referencias a los momentos de zozobra o conflicto
social. Todo el vocabulario hace referencia a una agricultura cíclica, pautada, que re-
quiere de estabilidad o paz social.
Es probable que los poblados en las alturas o zonas inaccesibles hayan sido edi-
ficados como refugios temporales para momentos de peligro por poblaciones que
habitaban mayormente en la zona baja con una ubicación más favorable y próxima
202 // williams et al . capítulo ocho

a recursos de subsistencia. La extensión y calidad de la infraestructura agrícola


muestra que el área era un importante sector de producción de alimentos antes de
la llegada del inca. La inversión de trabajo en infraestructura de riego es igualmente
muy importante (Figura 10). Sin embargo toda esta amplia red agrícola no tiene con-
trapunto con una gran instalación humana en áreas residenciales en los alrededo-
res (Williams 2007b). Queda por verificar, con un mayor muestreo, si la siembra
realizada en los andenes era principalmente de tubérculos, ya que ello cambiaría las
perspectivas teóricas que se están manejando en torno a la producción de cultivos
con otra capacidad alimentaria y simbólica, como el caso del maíz.
Se ha sostenido que el Estado inca habría incorporado grandes extensiones para
cultivo a cotas más elevadas y con mayor pendiente que en momentos anteriores

FIGURA DIEZ

Vista general de andenería y acequias, camino a Compuel.

(Albeck 1992-1993, 2001), construyendo canales, represas, estructuras de almace-


namiento y asentamientos estatales, trabajados por mano de obra local como una
forma de tributación agrícola organizada (prestación rotativa de trabajo) o por mano
de obra especializada recibiendo el aporte estacional de trabajadores de otros lados
debido a la desproporción entre población y área cultivada. En relación a esto, para
el valle Calchaquí Medio, la producción agrícola ha sido también de fundamental
importancia a la llegada del inca, no sólo por el manejo de lo ya existente, sino tam-
bién con la ampliación de áreas y mejoras tecnológicas. Pero los asentamientos incas
-diferenciados por su calidad constructiva, forma de las estructuras y fechados ra-
diocarbónicos-, no se encuentran directamente asociados a las áreas agrícolas. Esto,
sumado a que los asentamientos preincaicos no parecen haber mantenido una gran
cantidad de población local, podría estar indicando que el estado invirtió energía en
ampliar las áreas agrícolas como una estrategia de producción y administración de
bienes y servicios a través del dominio del espacio productivo.
la dimensión social de la produción agrícola en un sector del valle calchaquí medio // 203

La red de caminos incas, eje a partir del cual se estructuró la administración esta-
tal, incluyó en este sector tanto a los pukara como a las áreas agrícolas (más de 300
ha en total), constituyendo un recordatorio constante de su dominio. Por lo arriba
señalado, el Inca habría materializado su poder apoderándose de estos lugares con
un significado ritual para las poblaciones locales, convirtiéndolos en huacas o man-
teniéndolas como tales (Hernández Llosas 2006). Sin embargo, hay casos que han
llamado particularmente nuestra atención, como la construcción de inmensas obras
de andenería en laderas que desde el punto de vista pedológico no son aptas para
tal fin. Este constreñimiento en espacios reducidos y cerrados (pero muy cercanos
al Fuerte de Gualfín) nos puede estar indicando algo más que un desarrollo tecno-
lógico. Nos preguntamos si no se trata de una agricultura en tiempos de conflicto,
y en ese caso conflicto entre quienes (¿contra los incas?, ¿contra los españoles?, ¿los
locales entre sí?) pero para evaluarlo debemos afinar algunas metodologías, tarea
que está actualmente en curso.

AGRADECIMIENTOS: Las autoras desean agradecer especialmente la colaboración y


amistad brindadas por María, Juan y Santos, en diferentes parajes de Gualfin, a la
familia Bonner, propietarios de la Finca Gualfin y a Mike Follet por su hospitali-
dad.
Esta investigación fue financiada por Wenner Gren Foundation; FONCyT y CO-
NICET, y contó con la autorización del Museo de Antropología de Salta I

NOTAS: tos que la previamente obtenida en un área de terreno dada (Bo-


1
Aunque debemos considerar que existe consenso sobre la difi- serup 1965: 43).
4
cultad de relacionar áreas agrícolas del momento inca especial- Los planos originales de los sitios Corralito 4 y Gualfín 2 fueron re-
mente en el NOA, donde existe una larga tradición de agricultura alizados por Mariano Mariani sobre el relevamiento de Williams y
prehispánica. Albeck ha planteado una serie de líneas de eviden- equipo con Estación Total (2005) y posteriormente modificados
cia interesantes de analizar como es la ubicación de las áreas de según observaciones de campo, al igual que la realización de los
cultivo, especialmente la expansión hacia los espacios más mar- croquis de los sitios Corralito 5 y Quebrada Grande, por Villegas y
ginales de producción agrícola durante el Período de Desarrollos Korstanje en 2006. Todas las figuras presentadas aquí fueron re-
Regionales (PDR), áreas que fueron de cultivo en épocas anterio- alizadas por Villegas.
5
res pero que probablemente se encontraban abandonadas a la lle- En el simposio que dio lugar a este libro, se discutió el uso flexi-
gada del Inca (Albeck 2003-2005). ble de las diferentes categorías de estructuras agrícolas, en tanto
2
En cuanto a las causas que pudieron haber desencadenado el ninguna de ellas da cuenta de toda la variabilidad existente.
6
conflicto, existe cierto consenso para el Área Andina sobre los cam- Si bien seria ideal realizar análisis de Fósforo Total en todas las
bios climáticos como una de las más importantes, especialmente muestras, es necesario elegir solo algunas por cuestiones de costo.
7
una prolongada sequía que se dio en las tierras altas andinas a Una de estas acequias fue vista ya en ruinas en 1910 por el abuelo
partir del siglo XI siendo severas entre ca. 1250-1310 D.C, además de nuestro informante (Esteban Alancay) y pasaba por arriba como
del crecimiento demográfico o la disputa por el control del tráfico canal, sin regar este sector, sino sólo como conector hacia otros
interregional. Esto, que posiblemente causó el colapso Tiwanaku, paños, incluido el de Gualfin 2 antes descrito.
8
pudo afectar a poblaciones que debieron migrar a localidades más Es importante notar que Kligmann no está siguiendo un proto-
benignas enfrentándose a comunidades ya instaladas (Guamán colo de extracción múltiple de microfósiles - donde cabría la posi-
Poma 1980 [1615] I:52). Sin embargo, las causas últimas deberán bilidad de que estas sean submuestradas- sino un protocolo
ser investigadas para cada región particular. especial para la extracción de este tipo de algas.
3 9
La intensificación es considerada como un cambio en el uso de la Situación extraña, ya que en dos de los sitios las acequias están
tierra que permite una mayor cantidad de producción de alimen- presentes.
204 // williams et al . capítulo ocho

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208 // pastor y lópez . capítulo nueve

09CONSIDERACIONES
SOBRE LA AGRICULTURA
PREHISPÁNICA EN
EL SECTOR CENTRAL
DE LAS SIERRAS
DE CÓRDOBA

(ARGENTINA)

Sebastián Pastor1 y Laura López2


1
CONICET - Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos S. A. Segreti”. pastorvcp@yahoo.com.ar
2
CONICET - Laboratorio de Prehistoria y Arqueología (U.N.Cba.). mllopezdepaoli@yahoo.com.ar
consideraciones sobre la agricultura prehispánica en el sector central de las sierras de córdoba // 209

INTRODUCCIÓN
La existencia de prácticas agrícolas durante el período prehispánico en las Sierras Cen-
trales de Argentina ha sido unánimemente aceptada por los especialistas, quienes con-
cibieron a la región como uno de los límites de la dispersión de la agricultura andina.
Con un fuerte apoyo en la documentación histórica del período colonial temprano -si-
glos XVI y XVII-, los primeros textos académicos afirmaron la imagen de los habitan-
tes de las sierras -los comechingones- como pueblos asentados en aldeas y dedicados al
cultivo del maíz, zapallos, porotos y otras especies (Aparicio 1936; Canals Frau 1953;
Outes 1911; Serrano 1945). Dicha imagen se difundió luego por medio de la literatura
escolar y museográfica.
Años más tarde, con las investigaciones arqueológicas iniciadas en la década de 1950,
se definió una prolongada secuencia para la ocupación prehispánica, que se remon-
taba hasta el Holoceno Temprano. Se reconoció una extensa etapa precerámica, corres-
pondiente a grupos móviles con una economía de caza y recolección, continuada por
una etapa agroalfarera que -como su nombre lo indica- se definía por la producción
agrícola y cerámica, además de un marcado sedentarismo (Berberián 1984; González
1960; Marcellino et al. 1967; Menghin y González 1954). Entre otros aspectos, la pro-
fundización de esta propuesta requería precisar la cronología y el origen -local o ex-
terno- del proceso implicado por la etapa agroalfarera. Así, su antigüedad fue estimada
en 1000 o 1500 años AP -según las primeras dataciones radiocarbónicas e indicadores
indirectos-, mientras que su origen fue ligado al desplazamiento de grupos agriculto-
res provenientes de la mesopotamia santiagueña y el bajo río Dulce (Cocilovo 1984;
González y Pérez 1972; Marcellino 1992; Montes 2008).
En la literatura más reciente el problema de la introducción de la agricultura aparece
ligado al proceso de cambio experimentado a nivel local por los grupos cazadores-re-
colectores, aunque no se produjo una elaboración sistemática en dicho sentido (Ber-
berián 1999; Berberián y Roldán 2001; Bonnín y Laguens 2000; Laguens 1999). El
cálculo de su antigüedad fue extendido hasta unos 2000 años, de acuerdo a datos iso-
tópicos y a la cronología de los contextos más tempranos con restos cerámicos (La-
guens y Bonín 2009).
La diversificación de enfoques y orientaciones teóricas generó variados temas de in-
terés. Se analizó el rol de la agricultura en relación a procesos de diversificación econó-
mica y, en tal sentido, se insinuaron diferencias sobre su definición como una estrategia
económica central o complementaria. Se intentaron estimaciones cuantitativas sobre su
aporte a la subsistencia (Laguens 1999, 2000) y se consideraron posibles estrategias des-
tinadas a enfrentar el riesgo ambiental (Berberián y Roldán 2003). También se evaluó la
distribución de sitios arqueológicos y su articulación con terrenos potencialmente culti-
vables (Berberián y Roldán 2003; Medina y Pastor 2006) y se usó información histórica y
etnográfica como fuentes para la interpretación arqueológica (Medina y Pastor 2006).
Es preciso destacar que el amplio consenso sobre la existencia de una agricultura
prehispánica ha encontrado más apoyo en las lecturas de los documentos del período
colonial, que en lo sugerido por los materiales arqueológicos de momentos anteriores
a la conquista. En general se acepta que el registro arqueológico tardío -ca. 1500/1000
a 300 AP- puede ser atribuido a sociedades agricultoras similares a las descriptas por
210 // pastor y lópez . capítulo nueve

las fuentes históricas, aunque se han tenido en cuenta indicadores indirectos e incluso
ambiguos, entre ellos el empleo generalizado de la tecnología cerámica, la abundancia
de artefactos de molienda y la existencia de probables herramientas asignadas al tra-
bajo en los terrenos cultivados -i.e. azuelas o hachas-, que nunca fueron objeto de estu-
dios funcionales específicos.
La ausencia de evidencias más concretas, como restos de plantas cultivadas o de in-
fraestructura productiva no es un detalle menor, ya que permitiría cuestionar la propia
existencia de prácticas agrícolas prehispánicas, o bien conducir a una reconsideración
de su probable antigüedad, características o importancia económica.
En este artículo se abordan algunos de estos problemas atendiendo a diferentes lí-
neas de evidencia, en su mayoría relacionadas con investigaciones propias recientes.
En primer lugar, se tratan generalidades de los patrones de asentamiento en el sector
central de las sierras de Córdoba, de acuerdo a los datos obtenidos por un programa de
prospecciones intensivas, con referencias puntuales sobre la variabilidad microam-
biental y sobre la ocupación de las tierras potencialmente cultivables. Luego se pre-
senta información preliminar sobre el consumo de plantas cultivadas, en su mayor parte
resultado de los primeros estudios arqueobotánicos efectuados en la región. Por último,
se consideran evidencias directas de cultivo a partir del análisis de un rasgo detectado
en Arroyo Tala Cañada 1, un sitio tardío del valle de Salsacate.
En las últimas dos secciones se considera el problema de la dispersión agrícola en
la región a partir del análisis e integración de estos datos, con apoyo en la información
disponible sobre dos sistemas agrícolas de características similares y cercanos en el
tiempo y/o espacio: la agricultura campesina contemporánea y la agricultura indígena
practicada durante el período colonial temprano.

VARIABILIDAD AMBIENTAL Y USO DEL ESPACIO EN EL SECTOR CENTRAL DE LAS SIERRAS DE CÓRDOBA
En los últimos años, el proyecto PIP CONICET 02433, bajo la dirección de Eduardo
Berberián, desarrolló un programa de prospecciones intensivas en el sector central de
las Sierras de Córdoba. Las mismas se llevaron a cabo en distintas microrregiones y
hasta el momento alcanzaron una amplia cobertura, de más de 500 km2. Estas tareas
permitieron reconocer unos 700 sitios arqueológicos de diferentes períodos prehispá-
nicos, así como registro de baja densidad -pequeñas concentraciones, hallazgos aisla-
dos-. A diferencia de los trabajos sobre sitios puntuales (Berberián 1984; Marcellino et
al. 1967) o de las prospecciones de reducida magnitud (Laguens 1999), la información
obtenida por este programa permite una aproximación inicial aunque firme a la varia-
bilidad del registro arqueológico a escala regional.
El sector central de las sierras de Córdoba (Figura 1) comprende diferentes micro-
ambientes, no todos ellos apropiados para el tipo de producción agrícola al que aluden
las fuentes históricas. Ésta pudo desarrollarse en los piedemontes, valles y quebradas
de altitud baja y media -400 a 1400 msnm-, dada la convergencia de condiciones favo-
rables en cuanto a suelos, precipitaciones -600 a 900 mm anuales-, temperaturas -me-
dias de 16 a 18º C.- y la existencia de una red hídrica permanente, entre otros (Vázquez
et al. 1979). Sin embargo, las superficies cultivables representan un reducido porcentaje
del total, ya que predomina una accidentada topografía serrana. La mayor parte de las
consideraciones sobre la agricultura prehispánica en el sector central de las sierras de córdoba // 211

Sector central de las Sierras de Córdoba.


FIGURA UNO
212 // pastor y lópez . capítulo nueve

tierras agrícolas se localiza en los fondos de valle, donde también se concentran los
bosques de algarrobo (Prosopis spp.) y los principales cursos de agua. Mas allá de los
fondos de valle los terrenos son poco extensos y de distribución discontinua. Se debe
destacar que los mismos ofrecen diferentes condiciones para la producción agrícola, ya
que varían sus altitudes, pendientes, orientaciones, suelos, humedad, exposición a las
heladas, horas de sol, etc.
Por otra parte, los faldeos, altiplanicies y cumbres del cordón serrano central o Sie-
rras Grandes -1100/1400 a 3000 msnm- presentan condiciones adversas, especialmente
por las bajas temperaturas -medias de 10 a 12º C.- y el extenso período de heladas -casi
10 meses-. En estas zonas de altura se originan las cuencas hídricas de régimen per-
manente que favorecieron el desarrollo agrícola en las áreas más bajas, mencionadas en
primer término. Las mismas cuentan con una cobertura de arbustos y extensos pasti-
zales, que sostuvieron especies faunísticas de importancia como los guanacos (Lama
guanicoe) y venados de las pampas (Ozotoceros bezoarticus).
Por último, los encadenamientos del cordón occidental -Sierras de Pocho, Guasa-
pampa y Serrezuela-, así como los valles, bolsones y piedemontes cercanos -300 a 900
msnm- muestran una acentuada aridez, con suelos pobres y disponibilidad hídrica es-
casa y estacional. Las precipitaciones anuales no alcanzan los 400 mm, normalmente
acumulados en unas pocas tormentas torrenciales de verano. Esto último, junto a la
acentuada evapotranspiración provocada por las altas temperaturas, establece condi-
ciones adversas para el desarrollo de una agricultura a secano. El bosque chaqueño pro-
vee variados frutos comestibles -algarrobo, chañar (Geoffroea decorticans), mistol
(Zizyphus mistol)-, mientras que las áreas de vegetación abierta, localizadas en las pla-
nicies aledañas que descienden hacia las Salinas Grandes -200 msnm-, son habitadas
por guanacos y ñandúes (Rhea americana).
El poblamiento de la región se remonta a la transición Pleistoceno-Holoceno, con
episodios de exploración entre 11.000 y 9000 AP y una fase de colonización efectiva
entre 8000 y 7000 AP. En todos los sectores de las sierras se localizan sitios pequeños y
hallazgos aislados atribuidos a este último período, con las características puntas de
proyectil de tipo Ayampitín y la tecnología bifacial asociada. La mayoría de los sitios se
encuentra en las altiplanicies y cumbres de las Sierras Grandes, consistentemente con
un modo de vida estructurado en torno a la cacería del guanaco (Rivero 2007; Rivero y
Berberián 2008).
Se observan cambios significativos durante el período estimativamente compren-
dido entre fines del Holoceno Medio y comienzos del Tardío, entre 4500 y 1500 AP. Se
reconoce una ocupación más intensa de los fondos de valle, con la presencia de exten-
sos sitios residenciales -hasta 1 ha de superficie (Pastor 2007a)-. Entre los diferentes
restos se destacan las puntas de proyectil triangulares, abundantes artefactos de mo-
lienda y enterratorios. A diferencia de los sitios del Holoceno Temprano, que sugieren
la existencia de grupos pequeños y muy móviles, éstos del Holoceno Medio y comien-
zos del Tardío acusarían una cierta disminución de la movilidad residencial y un au-
mento en el tamaño de los grupos co-residentes. En tal sentido, es probable que se
produjera una fase de fusión durante la estación estival, vinculada al aprovechamiento
de recursos chaqueños como la algarroba.
consideraciones sobre la agricultura prehispánica en el sector central de las sierras de córdoba // 213

En los pastizales de altura, paralelamente, se localizan sitios pequeños y hallazgos ais-


lados, así como contextos estratificados en abrigos rocosos. Estos últimos son el resul-
tado de la instalación reiterada de campamentos de corta duración, vinculados a las
actividades de caza. Los conjuntos faunísticos están dominados por los camélidos, aun-
que también se consumieron cérvidos y fauna menor. En este aspecto se perciben di-
ferencias con los materiales del Holoceno Temprano, que muestran el amplio dominio
de los camélidos junto a escasos cérvidos y una limitada representación de la fauna
menor (González 1960; Menghin y González 1954; Rivero 2007; Rivero et al. 2007-
2008). Estos sitios son asociados a una fase de fisión o dispersión estacional.
En cuanto a los microambientes áridos del cordón occidental, hasta el momento sólo
se reconocieron pequeñas concentraciones y hallazgos aislados de material lítico, tal
como se observó para momentos previos. Dichas circunstancias indicarían que, por mi-
lenios, predominó un uso poco intenso e incluso esporádico de estas zonas (Recalde
2009; Pastor 2010).
Los cambios se acentúan con posterioridad a ca. 1500 AP. En primer lugar, se regis-
tra una ocupación residencial más intensa de los fondos de valle. La mayoría de los si-
tios de períodos anteriores fueron reocupados y se instalaron otros nuevos, en ocasiones
considerablemente más extensos, con dispersiones de restos de hasta 4 ha. En los fon-
dos de los valles de Punilla y Salsacate se encuentran numerosos sitios poco distancia-
dos entre sí, con un patrón de distribución ajustado a las descripciones históricas del
siglo XVI, que aluden a poblados o caseríos cercanos, en íntima articulación con los es-
pacios productivos o chacaras (Figura 2; Pastor 2007a; Pastor y Berberián 2007; ver más
abajo). Se observan variados restos en superficie, aunque no se distinguen estructuras
arquitectónicas habitacionales o agrícolas. A diferencia de los sitios más tempranos, se
destaca la presencia de abundante alfarería. En ocasiones, las tareas de excavación o
ciertos procesos postdepositacionales permitieron identificar restos de viviendas semi-
subterráneas de planta rectangular (Berberián 1984) o bien indicios concretos de su
presencia (González 1943; Serrano 1945). Las mismas eran parcialmente excavadas en
el sedimento y completadas con estructuras perecederas de vegetales y posiblemente
cueros. Se registraron paredes verticales, pisos consolidados, fogones excavados en el se-
dimento, agujeros de postes y rampas de acceso. Otros rasgos y estructuras frecuentes
en estos sitios corresponden a tumbas -muchas de ellas ubicadas debajo de los pisos de
las habitaciones- y áreas de descarte o basureros (Berberián 1984; Marcellino et al. 1967;
Pastor y Berberián 2007).
Otro aspecto significativo deriva de la presencia de sitios residenciales emplazados
en una amplia variedad de terrenos cultivables, en general incluidos en las quebradas
laterales o tributarias que descienden desde los faldeos serranos. Aquí, a diferencia de
los fondos de valle, las tierras cultivables son poco extensas -ca. 1 a 50 ha- y presentan
una distribución discontinua. De acuerdo a las características de los terrenos, se en-
cuentran desde sitios grandes como en los fondos de valle -ca. 1 a 3 ha-, hasta sitios pe-
queños con dispersiones de 0,1 a 0,5 ha (Figura 3). Salvo excepciones, ninguno de estos
terrenos parece haber sido ocupado con fines residenciales en momentos previos (Me-
dina 2008; Pastor 2007a).
214 // pastor y lópez . capítulo nueve

FIGURA DOS
Sitios arqueológicos del fondo del valle de Punilla y tramos finales de algunas quebradas tributarias,
arriba, y del fondo del valle de Salsacate y quebrada de Pitoba, abajo.
consideraciones sobre la agricultura prehispánica en el sector central de las sierras de córdoba // 215

FIGURA TRES

Sitios arqueológicos del oriente del valle de Salsacate y faldeos de las cumbres de Gaspar, arriba, y del oriente del valle
de Salsacate, Musi y Cerro La Higuerita, abajo.
216 // pastor y lópez . capítulo nueve

En los restantes microambientes serranos también se reconocen indicadores de una


ocupación más intensa del entorno para momentos posteriores a ca. 1500 AP. Tanto en
las altiplanicies de las Sierras Grandes como en los encadenamientos del cordón occi-
dental se multiplica el número de sitios. Según los sectores, éstos se localizan con pre-
ferencia en abrigos rocosos o a cielo abierto. Se trata de ocupaciones estacionales
relacionadas con la apropiación de los variados recursos silvestres disponibles en los
medios circundantes. Las diferencias de tamaño justifican la distinción entre una escala
doméstica, atribuida a una amplia mayoría de sitios pequeños, y una escala extra-do-
méstica o comunitaria, representada por un conjunto de sitios de mayor tamaño.
En los pastizales de altura sobre las Sierras Grandes predominan los sitios peque-
ños en abrigos rocosos, aunque se conocen algunos de grandes dimensiones, también
localizados en aleros o cuevas (Pastor 2005, 2007a, 2007b). Los primeros tienden a con-
firmar la persistencia de los mecanismos de fusión y dispersión estacional, posible-
mente establecidos a fines del Holoceno Medio, por medio de los cuales era
complementada la ocupación del microambiente de pastizales de altura y la de los en-
tornos chaqueños circundantes. Los sitios de mayor tamaño no cuentan con antece-
dentes claros anteriores a 1500 AP, a partir de lo cual se infiere, con posterioridad a esa
fecha, una intensificación en las prácticas extractivas y de consumo asociadas. Entre
otros vestigios, estos sitios muestran notables huellas producidas por la preparación y
el consumo grupal de alimentos -vg. numerosos útiles de molienda, abundancia de res-
tos faunísticos, etc-. Como en momentos más tempranos, los conjuntos faunísticos ana-
lizados, tanto de sitios grandes como pequeños, muestran la importancia de los
camélidos, aunque también se registran cérvidos y pequeños vertebrados -roedores,
armadillos-.
En cuanto al cordón occidental, en el sur del valle de Guasapampa predominan los
sitios pequeños en abrigos rocosos (Recalde 2007-2008, 2009), y más al norte son fre-
cuentes los sitios a cielo abierto, en ocasiones en puntos de almacenamiento natural del
agua de lluvia, en relación a geoformas conocidas en la zona como pozos o cajones (Pas-
tor 2010). La presencia de sitios arqueológicos numerosos y variados define una situa-
ción claramente opuesta a la identificada para momentos anteriores a 1500 AP,
constituyendo un indicador firme de la intensificación de las prácticas extractivas por
parte de las sociedades tardías, en este caso por medio de la incorporación efectiva y re-
gular a los circuitos estacionales de movilidad de zonas hasta entonces poco frecuen-
tadas. Los datos obtenidos en depósitos estratificados muestran la importancia de los
recursos chaqueños -algarroba, chañar, cabras del monte (Mazama guazoupira), arma-
dillos-, al igual que otros provenientes de los pastizales adyacentes -camélidos, vena-
dos de las pampas, huevos de ñandú (Recalde 2007-2008, 2009)-.
La información disponible indica, en suma, que el proceso de apropiación de los te-
rrenos cultivables, que tuvo lugar en los valles y piedemontes serranos con posteriori-
dad a ca. 1500 AP, no puede ser entendido al margen de lo ocurrido en los
microambientes adyacentes, los cuales contenían una significativa variedad de recursos
silvestres que fueron concomitantemente aprovechados.
consideraciones sobre la agricultura prehispánica en el sector central de las sierras de córdoba // 217

EL CONSUMO DE PLANTAS CULTIVADAS


Sólo contamos con un panorama preliminar del consumo de cultígenos en la región, re-
sultante de datos arqueobotánicos e isotópicos muy recientes. Se debe destacar que la
conservación de macrorrestos vegetales carbonizados es muy baja y que habitualmente
no se emplearon técnicas específicas para su recuperación. En tal contexto resulta pro-
misoria la continuidad de las investigaciones arqueobotánicas, en particular sobre mi-
crofósiles.
Los datos disponibles para momentos anteriores a ca. 1100 AP son escasos y se limitan
a una sola especie: el maíz (Zea mays). En el sitio Cruz Chiquita 3, en el fondo del valle de
Salsacate (Figura 1), se localizó un enterratorio en una fosa sin delimitaciones laterales y con
una tapa de piedras, en la cual se colocó un individuo masculino adulto en posición fle-
xionada (Pastor 2008). Se obtuvo una datación por AMS para una muestra de colágeno
óseo, que dio una antigüedad de 2466 ± 51 14C AP (AA-68146; cal. BC 95% 792-401). Se
observaron los silicofitolitos asociados al tártaro de las piezas dentarias. Éstos pertenecen
a los morfotipos estróbilo de cabeza ondulada (wavy top rondel) y estróbilo de cabeza en-
crespada (ruffle-top rondel; Bozarth 1993), asignados a la fracción comestible de la planta de
maíz. El valor de d13C (-16.1‰), estimado durante el proceso de datación radiocarbónica,
sería consistente con una dieta mixta que incluyó plantas C4 (Novellino et al. 2004). Se
debe destacar que se trata de una fecha temprana para este cultígeno, tanto a nivel local
como en general para el Área Andina Meridional.
Yaco Pampa 1 es un sitio pequeño a cielo abierto localizado en el sur del valle de
Guasapampa (Figura 1). Presenta restos líticos y cerámicos en superficie, 11 instru-
mentos de molienda fijos y un contexto en posición estratigráfica datado en 1360 ± 60
14
C AP (LP-1812; cal. AD 95% 599-777; Recalde 2009). Este último incluye una mano
de molino que cuenta con el análisis de microfósiles adheridos a las caras activas. Se re-
conocieron silicofitolitos estróbilo de cabeza ondulada (wavy top rondel), quebrados
como consecuencia de la actividad de molienda.
Por su parte, Fabra et al. (2006) resumen la información radiocarbónica e isotópica ex-
traída de nueve individuos procedentes de la región, con fechas distribuidas en el rango
4500-300 AP. Los autores plantean una mayor incidencia del consumo de recursos C4,
probablemente maíz, durante el momento tardío de la secuencia, posterior a ca. 2000 AP.
Se dispone de más datos para el período 1100/300 AP, provenientes de tres pobla-
dos respectivamente localizados en el valle de Salsacate -sitio Arroyo Tala Cañada 1
(ATC1)-el norte del valle de Punilla -sitio Las Chacras o C.Pun.39- y la pampa de Olaen
-sitio Puesto La Esquina 1 (PE1)- (Figura 1; Medina 2008; Pastor 2007-2008). Se cons-
tata una baja recuperación del maíz a nivel de macrorrestos. Sólo se identificó un grano
en C.Pun.39 y un fragmento de marlo en PE1 (Figura 4). Siguiendo a Cámara Hernán-
dez y Rossi (1968), este último fue asignado a la raza pisincho. Los restantes macrorres-
tos corresponden a cotiledones carbonizados de Phaseolus spp., presentes en los tres
sitios. De acuerdo a criterios macroscópicos (Esau 1993) se diferenciaron dos especies
domesticadas: P. vulgaris var. vulgaris (poroto común cultivado) y P. lunatus (poroto pa-
llar; Figura 4). En PE1 también se reconoció un taxón silvestre: P. vulgaris var. aborige-
neus (poroto común silvestre), según los caracteres diagnósticos definidos por Babot et
al. (2007). Estos macrorrestos se encontraron dispersos entre los sedimentos en con-
218 // pastor y lópez . capítulo nueve

FIGURA CUATRO

Restos pertenecientes a plantas cultivadas.


consideraciones sobre la agricultura prehispánica en el sector central de las sierras de córdoba // 219

textos de descarte. Un cotiledón de Phaseolus vulgaris var. vulgaris de ATC1 fue datado en 1028
± 40 14C AP (AA-64820; cal. AD 95% 901-1150), mientras que otro cotiledón de la misma
especie, procedente de C.Pun.39, cuenta con una fecha de 525 ± 36 14C AP (AA-64819;
cal. AD 95% 1327-1441).
Los microfósiles aportan un valioso registro ya que proceden de contextos claros de
procesamiento y consumo. El maíz está representado en C.Pun.39 y PE1 por silicofito-
litos estróbilo de cabeza ondulada (wavy top rondel) y de cabeza encrespada (ruffle-top
rondel), hallados enteros entre las sustancias carbonosas adheridas a las paredes inter-
nas de fragmentos cerámicos. En C.Pun. 39 también fueron observados sobre las su-
perficies de molinos, en este caso fragmentados como consecuencia de la actividad de
molienda. En ATC1 se registraron silicofitolitos estróbilo de cabeza ondulada (wavy top
rondel) y de cabeza encrespada (ruffle-top rondel) en sedimentos extraídos de contextos
de descarte. Finalmente, un tercer taxón identificado en fragmentos cerámicos de
C.Pun.39 y entre los sedimentos de ATC1 es una cucurbitácea (Cucurbita sp.), con el
morfotipo esferas facetadas (spherical facetate; Bozarth 1987), indicativo del consumo
del fruto y descarte de la corteza (Figura 4)1.

EL ESPACIO PRODUCTIVO
Como mencionamos, los sitios residenciales del Período Tardío no presentan estructu-
ras arquitectónicas reconocibles en superficie. Se los considera poblados o caseríos de-
bido a que en diferentes ocasiones se detectaron viviendas semi-subterráneas o rasgos
que permiten inferir su presencia. En Potrero de Garay, el sitio mejor conocido corres-
pondiente a fines del período prehispánico, los recintos se agrupaban sobre una suave
lomada del fondo del valle de Los Reartes (Berberián 1984). Se observaron concordan-
cias con las descripciones de las fuentes históricas tempranas, aún en detalles como el
acceso a través de rampas o la inclusión de tumbas debajo de los pisos (Pastor y Ber-
berián 2007). Estas mismas fuentes se refieren a la íntima articulación entre los espa-
cios habitacionales y productivos. Por ejemplo el cronista Diego Fernández (1571), al
destacar el carácter semi-subterráneo de las viviendas de los habitantes de las sierras de
Córdoba, señalaba que los poblados no parecían tales a la distancia a no ser “por los
maizales”, que superaban la altura de las habitaciones (citado por Berberián 1987).
El sitio ATC1 corresponde a un pequeño poblado localizado en el sector oriental del
valle de Salsacate, próximo a los faldeos de las cumbres de Gaspar, a 1325 msnm (Fi-
guras 1, 3 y 5; Pastor 2007-2008). Se emplaza sobre un terreno cultivable de reducida ex-
tensión, recorrido por un curso estacional afluente del arroyo Tala Cañada. La dispersión
de restos superficiales, principalmente fragmentos cerámicos y desechos de talla, al-
canza la media hectárea. En rocas diseminadas se localizaron tres morteros y un mo-
lino fijos. La excavación de un área de 4 m2 permitió detectar un piso consolidado a
0,60 m de profundidad, al que se asociaban restos cerámicos y faunísticos en posición
horizontal, así como dos posibles agujeros de poste. Este contexto, interpretado como
un espacio interior o adyacente a una vivienda, cuenta con una fecha de 900 ± 70 14C
AP (LP-1511; cal. AD 95% 1000-1277), obtenida por C14 convencional a partir de una
muestra de carbón.
A sólo ocho metros de distancia se excavaron otros 6 m2. Entre los 0,25 y 0,40 m de
220 // pastor y lópez . capítulo nueve

FIGURA CINCO
Panorámica desde los faldeos de las cumbres de Gaspar.
Disposición y reconstrucción hipotética a partir de los razgos detectados en las excavaciones.
La forma y dimensiones de la vivienda en base a Berberián (1984).
consideraciones sobre la agricultura prehispánica en el sector central de las sierras de córdoba // 221

FIGURA SEIS
Sitio Arroyo Tala Cañada 1. Parcela Arqueológica.
222 // pastor y lópez . capítulo nueve

profundidad se registró un rasgo consistente en surcos subparalelos de 0,20 m de ancho.


Los mismos parecen extenderse más allá del área intervenida, cobrando una aparien-
cia similar a una parcela de cultivo (Figuras 5 y 6). No observamos indicadores arqueo-
lógicos o geomorfológicos que sugieran que dichos surcos pudieran corresponder a
eventos post-hispánicos o subactuales de ocupación del lugar. Se hallaron abundantes
restos en asociación directa con los surcos, como así también sobre y debajo de los mis-
mos -de-sechos e instrumentos líticos, fragmentos cerámicos, material arqueofaunís-
tico y macrorrestos botánicos carbonizados (poroto común y poroto pallar, restos
antracológicos)-, cuya presencia estaría relacionada con el volcado de residuos desde vi-
viendas cercanas. El cotiledón de Phaseolus vulgaris datado en ca. 1030 AP (ver supra)
fue hallado en asociación directa con los surcos. Este fechado daría cuenta de cierta
concomitancia con el uso habitacional del sector mencionado en primer término, cuya
datación radiocarbónica es estadísticamente contemporánea.
Con el fin de avanzar en la caracterización de este probable espacio productivo se
analizaron los microfósiles presentes en el sedimento. Se destacan dos resultados. En
primer lugar, se registraron silicofitolitos del morfotipo forma de cruz (cross-shaped),
afín a las hojas de Zea mays, con un alto porcentaje de la variedad 1 descripta por Pi-
perno (1984). Además se observó un silicofitolito característico de las hojas de Phaseo-
lus sp. -tricoma unicelular con espacio interior y finalización en gancho (unciform
unicelular hair cell; Bozarth 1990; Figura 5)-. La presencia de ambos morfotipos daría
cuenta del cultivo in situ de maíz y poroto, aunque debemos mantener recaudos en la
interpretación a partir del hallazgo de un único silicofitolito de Phaseolus sp., el cual no
deja de constituir, sin embargo, un indicio de producción. El cultivo de ambas especies
es tenido como una posibilidad firme, dada la morfología diagnóstica de los microfó-
siles y la existencia de datos históricos y etnográficos locales sobre el policultivo de maíz
y poroto en las mismas parcelas.
El segundo resultado deriva de la aplicación de la propuesta presentada por Rosen
y Weiner (1994), quienes exponen un método para identificar antiguos campos de cul-
tivo irrigados en base al incremento en la depositación de sílice en los cereales, y a las
características distintivas de los silicofitolitos producidos por dichos vegetales. El agua
de irrigación, en oposición al agua de lluvia, adiciona un 30% de sílice disponible a las
plantas, mientras que la precipitación de ácido monosilícico sobre las mismas mejora
en ambientes con alta evapotranspiración. La adición de sílice a los cereales cultivados
por irrigación, con un índice de evapotranspiración constante, resultaría en un aumento
en el desarrollo de silicofitolitos. Aunque no puede establecerse la cantidad de silicofi-
tolitos en las plantas arqueológicas, el número de células que integran los silicofitolitos
multicelulares (espodogramas) sí se ve afectado. Los resultados de los experimentos
sugieren dos parámetros significativos para estimar el uso de irrigación en muestras
arqueológicas: 1) el porcentaje de espodogramas con más de 10 células unidas; y 2) la
frecuencia de silicofitolitos con más de 100 células unidas. En este punto es necesario
considerar que un aumento en el régimen de precipitaciones pudo generar una menor
evapotranspiración y una menor producción de espodogramas, situación que debe ser
atendida en el momento de analizar las muestras arqueológicas.
En las muestras sedimentarias del sitio ATC1 se identificaron espodogramas perte-
consideraciones sobre la agricultura prehispánica en el sector central de las sierras de córdoba // 223

necientes a especies silvestres de Poaceae. Tanto la muestra arqueológica como la mues-


tra testigo de sedimento actual contienen abundantes espodogramas de dos y tres cé-
lulas unidas, disminuyendo a medida que aumenta el número de uniones. No se
detectaron esqueletos silicios de 10 o más células unidas. Los espodogramas de tres cé-
lulas están más representados en la muestra arqueológica que en la muestra testigo,
sin que esto altere la tendencia decreciente en cuanto al número de uniones celulares.
Este mayor porcentaje de espodogramas de tres células para la muestra arqueológica
podría ser relacionado con el riego manual esporádico. En cualquier caso, es manifiesta
la referencia a una agricultura a secano, en la que el agua de lluvias habría constituido
el principal aporte para el crecimiento de las plantas2.

LA AGRICULTURA CAMPESINA CONTEMPORÁNEA Y LA AGRICULTURA INDÍGENA DURANTE EL PERÍODO


COLONIAL TEMPRANO
La información que comentamos da cuenta de profundas transformaciones en la orga-
nización de los cazadores-recolectores serranos, ocurridas a lo largo del Holoceno Tar-
dío. Al menos en parte, dichos cambios tuvieron relación con el proceso de dispersión
agrícola. Hemos visto que las evidencias vinculadas a la agricultura prehispánica local
constituyen un conjunto heterogéneo, preliminar y sumamente fragmentario. Aunque
la continuidad de las investigaciones podrá mejorar la calidad de la documentación, re-
sultan no menos evidentes las dificultades que se presentan en el momento de dar sen-
tido a estos restos arqueológicos.
Se acepta que dichos materiales pueden ser significativos para nuestra comprensión
del pasado al ser controladamente relacionados con situaciones conocidas -al menos en
forma parcial- y consideradas semejantes. En esta sección nos detendremos en dos
casos cercanos en el tiempo y/o espacio, por entender que un estudio arqueológico
sobre la agricultura prehispánica en las Sierras de Córdoba (A.Pr.) no los podría dejar
de considerar. Nos referimos a la pequeña agricultura campesina contemporánea
(A.Ca.) y a la agricultura indígena practicada en los primeros años de la conquista es-
pañola, someramente descripta en los documentos coloniales tempranos (A.In.).Ya se-
ñalamos que esta última aportó la base con la cual los arqueólogos atribuyeron el
registro prehispánico tardío a sociedades agricultoras.
Lamentablemente, la investigación sobre ambos sistemas productivos está poco de-sa-
rrollada. Como ocurre con los restos arqueológicos, sólo contamos con datos fragmenta-
rios con los cuales se obtiene una visión esquemática de los mismos, aún cuando -por la
misma naturaleza de la información- se accede a facetas más variadas (Bixio y Berberián
1984; Medina y Pastor 2006; Ochoa de Masramón 1977; Piana de Cuestas 1992; Río y
Achával 1904; Tell 2008). Atendiendo al espacio disponible para este artículo, nos limita-
remos a generalidades que, sin embargo, conllevan importantes consecuencias para el
avance en el estudio del período prehispánico, tal como se intenta demostrar.
Desde tiempos coloniales se ha practicado en las sierras de Córdoba y de San Luis
una agricultura de pequeña escala, integrada a una economía campesina diversificada
de base ganadera (Tell 2008). Se trata de una producción destinada al consumo fami-
liar y para complemento de la alimentación de los animales domésticos. Actualmente, en
el sector central de las Sierras de Córdoba es una actividad desaparecida o en acelerado
224 // pastor y lópez . capítulo nueve

retroceso. En tal sentido, es claro el contraste entre la situación presente y las superficies
cultivadas a principios del siglo XX, según las estimaciones de Río y Achával (1904). Al-
gunas de sus características nos son conocidas por numerosos testimonios que hemos
obtenido, como parte de nuestras investigaciones, entre antiguos pobladores de zonas
donde ya no se cultiva, además de observaciones directas en otras donde estas prácticas
aún persisten, como es el caso del sudoeste del valle de Salsacate (Medina y Pastor 2006).
Para las Sierras de San Luis son valiosos los aportes de Ochoa de Masramón (1977).
Se trata de una agricultura a secano, poco tecnificada, basada en el policultivo y en el
uso simultáneo de parcelas espacialmente discontinuas. En el sudoccidente de Salsacate
las familias cultivan distintas parcelas localizadas en terrenos con diferentes condiciones
para la producción. Atendiendo a numerosas variables, los agricultores evalúan la pro-
ductividad de cada parcela disponible y las ordenan jerárquicamente, lo cual implica con-
siderar para cada una de ellas ventajas y desventajas. Por ejemplo, si se compara la
situación de las quebradas altas y del fondo de valle, en las primeras se presentan redu-
cidas extensiones cultivables y temperaturas más bajas, aunque los suelos retienen la hu-
medad por más tiempo -circunstancia decisiva en los años secos- y en general reciben un
menor impacto directo de las heladas, que tienden a depositarse en los terrenos bajos.
Normalmente se practica una roturación escalonada. Las parcelas comienzan a ser tra-
bajadas con el inicio de la temporada de lluvias -septiembre/octubre-, una tras otra res-
petando la jerarquización relativa a sus condiciones percibidas de productividad. En años
lluviosos se pueden sembrar varias chacras, según la cantidad de tierras y la mano de obra
disponibles, mientras que en años secos puede cultivarse sólo una o incluso ninguna.
El principal cultivo es el maíz. En las últimas décadas se ha registrado la utilización
de pocas variedades (vg. blanco, amarillo, pisingallo, moro, pinchudo y capia; Medina y
Pastor 2006; Ochoa de Masramón 1977), aunque recogimos información oral sobre la
primera mitad del siglo XX, que indican que algunas familias utilizaban más de 10. Más
allá de los aspectos nutricionales, algunas variedades presentan diferencias en los rit-
mos de maduración o una mayor resistencia relativa a la escasez de agua. Estas carac-
terísticas resultan estratégicas, ya que permiten distribuir las tareas a lo largo del tiempo
-evitando la demanda concentrada de fuerza de trabajo- así como enfrentar factores de
riesgo ambiental, entre ellos, las sequías o las heladas tempranas. Otras especies culti-
vadas en las mismas parcelas son las Cucurbita de diferentes especies -angola (Cucur-
bita mixta), anko (C. moschata) y criollo (C. maxima)-, porotos, sandías (Citrullus lanatus),
melones (Cucumis melo), y en San Luis también girasol (Helianthus annuus), en especial
“para entretener a los loros y catas” (Cyanoliseus patagonus, Bolborhynchus sp.; Ochoa de
Masramón 1977).
La exploración y conquista de las Sierras de Córdoba por parte del imperio español
se produjo durante el siglo XVI. Transcurridas algunas décadas tras la instalación del
régimen colonial, las fricciones interétnicas desestructuraron a las comunidades indí-
genas y junto a ellas a la agricultura aborigen. A través de su saqueo sistemático, la pro-
ducción agrícola nativa fue una de las bases aprovechadas por los españoles para
explorar y más tarde someter al territorio y sus habitantes (Berberián 1987; Piana de
Cuestas 1992). La guerra de conquista y los posteriores desmembramientos de pue-
blos y familias, así como la imposición del servicio personal, afectaron profundamente
consideraciones sobre la agricultura prehispánica en el sector central de las sierras de córdoba // 225

a la agricultura que, al igual que toda la cultura local, sufrió un profundo impacto. Se
debe recordar, por ejemplo, que el abandono de las prácticas agrícolas y la dispersión
fueron respuestas frecuentes de la población indígena para evadir la presión impuesta
por los conquistadores (Montes 2008).
A pesar de tratarse de un contexto de rápidas transformaciones, del carácter fragmen-
tario de los datos y de la escasez de estudios sobre el problema, podemos identificar las
principales características de la A.In. a fines del siglo XVI. Se puede sostener, en tal sen-
tido, que el secano, la dispersión de parcelas y el policultivo constituyeron rasgos funda-
mentales de dicho sistema productivo. Las fuentes aluden al cultivo de numerosas
especies como el maíz, zapallos, frijoles (Phaseolus sp.), quinua (Chenopodium sp.), mani (Ara-
chis hypogaea) y camote (Ipomea batatas o quizás Solanum sp.; vg. Bibar 1558; Sotelo de
Narváez 1582; citados por Berberián 1987). No hay menciones acerca de obras de in-
fraestructura productiva -vg. andenes, regadíos-; por el contrario, se encuentran algunas
afirmaciones más o menos explícitas sobre su inexistencia (por ejemplo Sotelo de Narváez
1582, citado por Berberián 1987; Archivo Histórico de Córdoba -AHC-, Escribanía 1 -E1-
Legajo 1 -L1-, Expediente 10 -E10-, año 1586, citado por Piana de Cuestas 1992)3.
La Relación Anónima de 1573 señalaba que los indígenas de las sierras eran “gran-
des labradores, que en ningun cabo hay aguas o tierra bañada que no la siembren por gozar
de las sementeras” (citada por Berberián 1987). Creemos que dicha afirmación no podría
ser vinculada a una estrategia de intensificación agrícola. Por el contrario, daría cuenta
de una producción a secano, con el trabajo simultáneo en numerosas parcelas o chaca-
ras dispersas en el paisaje, aprovechando diferentes tipos de terreno. Ya vimos que las
fuentes describen maizales cercanos a los poblados y viviendas (Fernández 1571, citado
por Berberián 1987), pero también hacen referencia a chacaras ubicadas a cierta distan-
cia, en las cañadas, huaycos y laderas de cerros. En un proceso judicial de 1581, corres-
pondiente a la zona de Los Reartes, un testigo declaraba haber visto “en la dicha cañada
habrá quatro años poco más o menos cinco o seis chacaras de los dichos yndios” (Bixio y Ber-
berián 1984). En el valle de Punilla algunos grupos autorizaban a sus parientes a sem-
brar en sus tierras, debido a que estos últimos buscaban para dicho fin ciertos “parajes
más calidos” localizados a orillas del arroyo Culanpacaya (Piana de Cuestas 1992). En el
marco de las averiguaciones ordenadas en un proceso judicial de 1586, los caciques del
pueblo de Saldán, al oriente de las Sierras Chicas, informaron sobre algunas tierras que
les pertenecían pero no cultivaban. Ellos declararon que, por no contar con regadíos, de-
bían colocar sus chacaras en diferentes lugares, “segun como van los años”, para poder
obtener cosechas (Piana de Cuestas 1992).
El conjunto de datos permitiría sostener, en síntesis, que tanto la A.Ca. como la A.In.
constituyeron pequeños sistemas productivos integrados a economías diversificadas
que, respectivamente, encontraron un fuerte apoyo en la actividad pastoril y en la caza
y recolección. Más allá de sus particularidades, ambos sistemas compartieron rasgos
fundamentales como el policultivo, la escasa tecnificación y el uso simultáneo de par-
celas discontinuas. En ambos casos parece manifiesta la existencia de una lógica cam-
pesina orientada hacia la minimización del riesgo productivo a través de la
diversificación, tanto de las actividades económicas, como en lo relativo al uso de dis-
tintas especies y variedades domesticadas y diferentes tipos de terrenos cultivables.
226 // pastor y lópez . capítulo nueve

DISCUSIÓN Y CONCLUSIONES
Nuestro objetivo para esta etapa de la investigación ha sido avanzar sobre dos proble-
mas: 1) evaluar si efectivamente el registro arqueológico prehispánico puede ser rela-
cionado con la existencia de prácticas agrícolas, desde cuándo y según cuáles
indicadores; y 2) en caso afirmativo, delinear las características y el significado econó-
mico del sistema productivo.
Ya vimos que el registro arqueológico del Holoceno Tardío muestra cambios en la or-
ganización de los cazadores-recolectores, muchos de ellos directa o indirectamente vin-
culados al proceso de dispersión agrícola. Las transformaciones parecen desarrollarse
en forma paulatina y sólo al final de la secuencia se presentan datos más concretos
sobre una producción local (apropiación de tierras agrícolas y un probable rasgo defi-
nido como una parcela de cultivo).
En la mayoría de sus aspectos, los contextos datados entre 2500 y 1500 AP muestran
similitudes con aquellos pertenecientes a momentos más tempranos, con anteceden-
tes que se remontan hasta 4500 AP. Se observan persistencias a nivel de estilos tecno-
lógicos, del tipo de uso de algunas localidades y en cuanto al aprovechamiento de los
recursos silvestres. Sobre esta base fundamentalmente continua se confirman dos in-
novaciones: 1) el consumo de maíz, documentado desde ca. 2500 AP; y 2) la utilización
de recipientes cerámicos en casi todos los sitios con fechas posteriores a 2000 AP, aun-
que evidenciada por muy escasos tiestos (Austral y Rocchietti 1995; Gambier 1998).
Se plantea que estas transformaciones muestran facetas de la inserción de los caza-
dores-recolectores serranos en redes de interacción macrorregionales, activadas o más
posiblemente expandidas a lo largo de este período. A través de las mismas, los habi-
tantes de las sierras habrían accedido a recursos exóticos como el maíz y quizás otras
plantas cultivadas, como así también a recipientes cerámicos y/o los conocimientos téc-
nicos necesarios para su elaboración.
Hacia 2500/2000 AP, el espacio macrorregional -por entonces en formación a través
del sostenimiento de dichas interacciones- habría integrado a: a) sociedades agriculto-
ras asentadas en la porción norte del Centro Oeste Argentino (COA), la subárea valli-
serrana del Noroeste Argentino (NOA) y quizás más tardíamente en el Chaco
santiagueño (Bárcena 2001; Gambier 1977; Olivera 2001; Togo 2007), al oeste, noroeste
y norte de las Sierras de Córdoba; b) grupos cazadores-recolectores en el sur del COA,
quienes obtendrían variados cultígenos por medio de intercambios con sus vecinos agri-
cultores septentrionales (Gil 2006); y c) grupos cazadores-recolectores en las tierras bajas
orientales y sudorientales, que desarrollaban procesos locales de intensificación, con in-
cremento de las interacciones macrorregionales y un amplio dominio de las técnicas al-
fareras (González 2005; Politis y Madrid 2001; Politis et al. 2001; Rodríguez y Ceruti 1999).
Se entiende que el desarrollo agrícola sobre la vertiente oriental andina, al norte de
los 35º S, habría favorecido la circulación y consumo de cultígenos entre grupos caza-
dores-recolectores que habitaban regiones, por entonces no productivas, que se exten-
dían hacia el sur (Gil 2006) y hacia el oriente en las Sierras de Córdoba (Pastor 2008).
Las características de dichas redes de interacción, así como el tipo de relaciones -eco-
nómicas, políticas, rituales, etc.- que las sustentaban, son problemas que exceden los lí-
mites de este artículo y, en general, las posibilidades de la información disponible.
consideraciones sobre la agricultura prehispánica en el sector central de las sierras de córdoba // 227

En cuanto a la adopción de la tecnología cerámica, los materiales de las Sierras de Cór-


doba presentan similitudes técnicas y estilísticas con conjuntos de las tierras bajas orien-
tales, en particular en momentos tempranos, ya que con posterioridad a ca. 1100 AP se
acentúan los rasgos locales. Posiblemente no se accedió a la tecnología cerámica a tra-
vés de las mismas relaciones por medio de las cuales se obtendría el maíz y otros cul-
tígenos. La adopción de los recipientes cerámicos pudo responder a nuevas necesidades
asociadas a la preparación de vegetales cultivados, aunque también pudieron ser útiles para
lograr una mayor extracción de los nutrientes de partes animales a través del hervido. Con
respecto a este último punto, son notables los cambios en los patrones de procesamiento y
fragmentación de los conjuntos arqueofaunísticos tras la introducción de la cerámica.
Los cambios se acentúan durante el período 1500/1100 AP. Los sitios Río Yuspe 11 y
Yaco Pampa 1, con contextos estratificados pertenecientes a esta época, muestran la ge-
neralización del uso de recipientes cerámicos (Pastor 2007b; Recalde 2009). Los estudios
de microfósiles efectuados en algunos tiestos sólo revelaron la presencia de maíz en el
caso de Yaco Pampa 1. Por otra parte, existen claros testimonios de la intensificación de
las prácticas extractivas, denotada por una ocupación más marcada de los diferentes
microambientes serranos, por la aparición de sitios ligados al procesamiento y consumo
grupal de alimentos y por la composición de los conjuntos arqueofaunísticos, que si
bien continúan dominados por los camélidos, muestran la importancia económica de
los pequeños vertebrados -i.e. armadillos, roedores- y de los huevos de ñandú, así como
un mayor procesamiento de las partes esqueletarias de la fauna mayor. Sin embargo, no
se registran evidencias directas de una producción agrícola local. Se debe considerar, en
tal sentido, que es muy poca la información disponible para el período y que ésta no per-
mite precisar la mayoría de los aspectos del proceso. Por el momento, el intento de re-
lacionar el registro arqueológico con la existencia o no de una agricultura local,
constituye un recurso ajustado a las características, escalas y niveles de resolución de los
datos disponibles. Por cierto, esto no implica desconocer la amplia diversidad de situa-
ciones que pudieron existir entre un extremo sin agricultura y otro en el que ésta com-
prendió una estrategia fundamental para la reproducción económica del grupo. Se
acepta, por el contrario, que dicha profundización requiere un significativo aporte de
nuevos y diferentes tipos de evidencia.
Sí se cuenta con mayores indicios de una agricultura local para momentos posterio-
res a ca. 1100/1000 AP. Durante esta época continuó la expansión en el uso de la tec-
nología cerámica, tal como fue reconocido en sitios clásicos como San Roque (Serrano
1945), Los Molinos (Marcellino et al. 1967) o Potrero de Garay (Berberián 1984). Otros
indicadores están más directamente relacionados con las prácticas agrícolas. Existen
datos sobre el procesamiento, consumo y descarte de diferentes especies y variedades
cultivadas, además del maíz. Por otra parte, se registra un importante movimiento de
apropiación residencial y productiva de la mayoría de las tierras agrícolas, tanto en los
fondos de valle como en las quebradas laterales y tributarias. Aunque no se podrían
descartar antecedentes de este último proceso hasta 1500 AP, parece clara su mayor in-
cidencia a lo largo del Período Tardío -ca. 1100/300 AP-. Por último, en el sitio ATC1 -
ca. 1030/900 AP- se detectó una parcela arqueológica y se obtuvieron evidencias directas
del cultivo de maíz y posiblemente poroto.
228 // pastor y lópez . capítulo nueve

Estos datos arqueológicos, relacionados con las distintas consecuencias materiales es-
timadas u observadas para el caso de la A.Ca. y la A.In., permiten atribuir a la A.Pr. al-
gunas características generales como el policultivo, el secano y la dispersión de parcelas.
El hallazgo de restos pertenecientes a diferentes especies y variedades vegetales do-
mesticadas -maíz, zapallo, poroto común y poroto pallar- constituye un indicio del pri-
mero. La continuación de los estudios arqueoboánicos, en particular de microfósiles,
permitirá ampliar esta lista en el futuro e incrementar las evidencias directas de pro-
ducción local. El estudio de la parcela arqueológica de ATC1, por su parte, aportó in-
formación sobre el cultivo de maíz y poroto en un mismo espacio.
Con respecto al secano, no se han detectado hasta el momento elementos que su-
gieran una alta tecnificación del sistema productivo. No se registran, como dijimos,
obras de regadío ni dispositivos destinados a la retención de suelos. Consistentemente
con el contexto general, los espodogramas de gramíneas silvestres hallados en la par-
cela de ATC1 acusan una agricultura basada en el aporte hídrico de las precipitaciones,
a lo sumo complementada con el riego manual esporádico.
Finalmente, la presencia de sitios en una cantidad y variedad de terrenos cultivables
daría cuenta del uso de parcelas diseminadas en el paisaje, bajo un sistema de barbechos
prolongados, posiblemente alternando en el largo plazo el uso residencial y agrícola de
los mismos espacios4. Las descripciones emanadas de la Relación Anónima (1573) en-
cuentran una firme correspondencia con la distribución de sitios prehispánicos tardíos:
“Las poblaciones tienen muy cercanas unas de otras, que por la mayor parte á legua y á
media legua y á cuarto y á tiro de arcabuz y á vista una de otra… Son los pueblos chicos, quel
mayor terná hasta cuarenta casas y hai muchos de á treinta y á veinte y á quince y á diez y á
menos… [los indios] son grandes labradores, que en ningun cabo hay aguas o tierra bañada
que no la siembren por gozar de las sementeras…” (citada por Berberián 1987).
Se trata de la misma situación que resumía Aníbal Montes (1944), cuando afirmaba
haber “explorado centenares de paraderos indígenas de superficie y puedo asegurar, que no
hay chacra cercana al agua en las sierras, que no sea uno de dichos paraderos”.
Aquí también encontraríamos la lógica de minimización del riesgo productivo a tra-
vés de la diversificación económica.Ya vimos que la intensificación de las actividades de
caza y recolección está claramente documentada a una escala regional, con una im-
portante ocupación de los diferentes microambientes serranos y el aprovechamiento
de variados recursos silvestres -vg. camélidos, cérvidos, fauna menor, huevos de Rhea,
frutos chaqueños (Medina 2008; Pastor 2005, 2007a, 2007b, 2007-2008; Recalde 2007-
2008, 2009)-. Claramente, la intensificación de las prácticas extractivas fue un proceso
inseparable e íntimamente articulado con la adopción de la agricultura, lo cual justifica
la definición de una economía prehispánica tardía de tipo mixto (Pastor 2007a).
La información recuperada muestra que la dispersión agrícola en las Sierras de Cór-
doba comprendió un proceso prolongado, complejo, con diferentes etapas, no todas
ellas definidas por una producción local. La A.Pr. se extendió por los piedemontes, va-
lles, quebradas y aún altiplanicies entre los 400 y 1400 msnm, con posterioridad a ca.
1100/1000 AP. Desde hacía siglos, los cazadores-recolectores estaban implicados en pro-
cesos locales de intensificación productiva, con una mayor incidencia de las interacciones
macrorregionales y acceso a vegetales cultivados como el maíz.
consideraciones sobre la agricultura prehispánica en el sector central de las sierras de córdoba // 229

Ningún elemento sugiere que la A.Pr. o la A.In. pudieran ser caracterizadas como produc-
ciones máximas y óptimas, con tecnología de riego y uso simultáneo de la totalidad de te-
rrenos cultivables (Laguens 1999). Por el contrario, se presentan como agriculturas de muy
pequeña escala, integradas a economías domésticas altamente diversificadas.
Como ocurre con la A.Ca. y la A.In., la A.Pr. debió distinguirse por la limitada inver-
sión de trabajo, con una baja productividad y elevados niveles de pérdida. Con respecto
a la A.In., Piana de Cuestas (1992) estimó que, durante el período 1573-1620 AD, ocu-
rrieron crisis agrícolas en uno de cada tres años. Las mismas se desencadenaron por el
accionar aislado o combinado de diferentes factores como plagas, tormentas torrencia-
les, granizo, heladas y sequías. La dispersión en busca de sustento en los montes o en
las vertientes de la sierra de Viarapa -nombre dado en aquella época a las Sierras Gran-
des-, eran las respuestas más comunes ante el fracaso de la producción agrícola (AHC,
E1, L1, E5 -años 1584/85-; AHC, E1, L4, E2 -año 1592-; referencias en Bixio y Berberián
1984; Martín de Zurita 1983; Montes 2008 y Piana de Cuestas 1992).
Otra importante fuente de inseguridad con respecto al aporte agrícola derivaba de
las guerras intergrupales y los subsiguientes saqueos de la producción. Para el caso de
la A.In., ya señalamos que el saqueo de las cosechas fue una de las bases de la empresa
de exploración y conquista europea. Así por ejemplo, el conquistador Hernán Mejía Mi-
rabal señalaba en su informe de servicios haber obtenido sustento para los pobladores
del asiento español, saliendo en muchas ocasiones por orden del gobernador con gente
de guerra y retornando al fuerte con “tres mil fanegas de maiz, frijoles y zapallos” (citado
por Piana de Cuestas 1992). Dicho testimonio muestra que, si bien no sería posible de-
finir a la agricultura como la base de la organización económica, o sostener el desarro-
llo de una estrategia de intensificación agrícola, las prácticas productivas aportaban
significativos recursos a la economía indígena durante el siglo XVI.
En los tiempos coloniales y poscoloniales, las economías campesinas mantuvieron
la pequeña agricultura, aunque el eje de las mismas se desplazó desde la caza y reco-
lección hacia las actividades pastoriles. Dichas economías integraron las prácticas agrí-
colas a su lógica de diversificación, sólo que la ocupación de nuevos territorios o el
aprovechamiento de recursos silvestres hasta entonces poco considerados dejaron de
constituir opciones, y todo intento de diversificación debió desarrollarse en articulación
con el estado y sus sociedades urbanas. Así, en el sudoeste de Salsacate, las actividades
pastoriles y agrícolas se complementan en la actualidad con el trabajo asalariado, la
percepción de planes de asistencia estatal y la venta de leña o artesanías en hojas de
palma (Trithrinax campestris). En síntesis, y aún cuando desconocemos cómo se articu-
laron los cambios y continuidades en torno al proceso que conectó a las A.Pr., A.In. y
A.Ca., creemos detectar rasgos comunes que en ningún caso acusan un centralismo o
intensificación de la estrategia agrícola.
En las últimas décadas, el avance sobre los territorios campesinos y los nuevos tér-
minos de interacción han provocado profundas transformaciones, entre ellas el acele-
rado abandono de la agricultura basada en técnicas tradicionales, que hoy sólo subsiste
en puntos aislados de las sierras. Es posible que en el sudoeste del valle de Salsacate do-
cumentáramos una de las últimas expresiones de la A.Ca. En 2007 algunas familias de-
jaron de trabajar las chacras, luego que una empresa minera interesada en ejecutar un
230 // pastor y lópez . capítulo nueve

estudio detallado del subsuelo negociara desde su posición ventajosa el arriendo de las
tierras. El desafío para estas familias no será otro más que enfrentar un mundo que
hace tiempo dejó de ser como era…

AGRADECIMIENTOS A Eduardo Berberián, director del proyecto, por la supervisión ge-


neral de las tareas y los valiosos comentarios al manuscrito. Matías Medina aportó
materiales e información sobre los sitios del norte del valle de Punilla y la pampa de
Olaen. A Nilda Dottori y Teresa Cosa (Fac. de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales,
U.N.Cba.) quienes brindaron sus conocimientos y permitieron la utilización del la-
boratorio. A Pilar Babot, Aylen Caparelli, Alejandra Korstanje y Alejandro Zucol por
su colaboración. Participaron en los trabajos de campo Mariana Dantas, Matías Me-
dina, Germán Figueroa y Esteban Pillado. El trabajo fue mejorado a partir de las agu-
das observaciones y comentarios de dos evaluadores anónimos. La investigación fue
financiada por el CONICET y el FONCyT con el otorgamiento de un subsidio PIP
al director y sucesivas becas a los autores. I

NOTAS 1. Las medidas de los silicofitolitos asignados a Cucur- existentes en el pueblo de Quilino, con las que sus habitantes
bita sp. son inferiores a las consideradas diagnósticas para habrían regado los cultivos (Montes 2008). En aquella época
las especies domesticadas de dicho género. Sin embargo, se Quilino constituía una importante formación política -en la es-
debe tener en cuenta que los zapallos silvestres, en especial
C. maxima ssp. andreana (maleza), cuya distribución abarca cala regional- y un fértil oasis agrícola, que se auto-asignó en
el centro de Argentina, no son aptos para el consumo humano encomienda el gobernador J. L. de Cabrera, como el más pingüe
por su sabor amargo. Nos inclinamos por suponer que los sili- repartimiento de la jurisdicción. Otras referencias muy aisladas
cofitolitos arqueológicos pertenecieron a vegetales domestica- sobre regadíos (Montes 2008) se vinculan, al igual que Quilino,
dos y consumidos. Es importante destacar, en tal sentido, que con comarcas de las sierras del Norte de Córdoba, sector de la
su presencia fue observada concretamente entre las sustan-
cias adheridas a tiestos, así como su completa ausencia en el provincia al que no extendemos las presentes consideraciones
sedimento testigo. sobre la A.Pr. y la A.In.
4.
2.
Las diferencias entre los espodogramas del sedimento testigo Los resultados de las investigaciones en C.Pun.39, un extenso
y los del sedimento arqueológico podrían ser relacionadas con el sitio emplazado en el norte del valle de Punilla (Figura 1; Medina
riego manual esporádico. En el sedimento arqueológico se ob- 2008), avalan este planteo. Según los fechados radiocarbóni-
tienen espodogramas con tres, cuatro y cinco células en mayor cos el mismo fue utilizado a lo largo de varios siglos, aunque
porcentaje que en el testigo, lo que indicaría una incorporación con eventos de abandono durante los cuales crecían malezas
extra de sílice, posiblemente a través de este medio. Los datos características de los sitios que sufrieron el impacto y pertur-
paleoclimáticos para la región de estudio y para el período en bación antrópica (de acuerdo a información polínica; Medina et
cuestión dan cuenta de un evento subhúmedo y templado, con al. 2008). La escasa inversión arquitectónica, constatada a es-
características similares a las actuales, aunque con inviernos cala regional, apunta en el mismo sentido. La acentuada movi-
más moderados, mayores precipitaciones y un gran excedente lidad residencial de los aborígenes serranos fue recurrentemente
hídrico (Medina 2008). En términos de la interpretación de los destacada por las fuentes coloniales tempranas, por ejemplo
espodogramas, dicha situación ambiental reforzaría la pro- por un testigo español, quien declaraba que se trataba de “gente
puesta de una agricultura a secano ya que, siguiendo a Rosen fazil de moverse de una parte a otra” (citado por Piana de Cues-
y Weiner (1994), la ambigüedad en cuanto a la interpretación tas 1992). Los datos arqueológicos disponibles tienden a debi-
se presentaría ante la aparición de silicofitolitos multicelulares litar la imagen de estabilidad residencial o sedentarismo,
con más de 10 células. tradicionalmente asociada a la utilización de estos sitios (Ber-
3.
Se conoce una referencia temprana (1573) sobre dos cequias berián 1984; Laguens y Bonnín 2009).
consideraciones sobre la agricultura prehispánica en el sector central de las sierras de córdoba // 231

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234 // arqueología de la agricultura: casos de estudio en la región andina argentina . korstanje y quesada (eds)

COMENTARIOS
FINALES
.

M. Alejandra Korstanje
Marcos N. Quesada

// Tucumán - Catamarca, mayo de 2010

Es difícil evaluar cuánto hemos avanzado en el conocimiento de las diferentes facetas que una Arqueo-
logía de la Agricultura implica. Es posible, y así lo vemos en los trabajos aquí publicados, los presenta-
dos en el simposio y en otras publicaciones sobre el tema producidas en los últimos años, que estemos
en un momento de nuevo auge de los estudios sobre agriculturas prehispánicas e indígenas. Lo que sin
duda ha sucedido es que se han multiplicado y complejizado las técnicas de análisis y se han incorpo-
rado nuevas áreas geográficas de investigación. Queda por averiguar hasta que punto estas nuevas téc-
nicas y casuísticas nos permiten abordar el estudio de la organización social de la producción agrícola
y discutir sobre otras formas de articular estos datos y prácticas con ese fin. No se trata de estandari-
zar o unificar categorías, conceptos y metodologías, por el contrario, creemos que la diversidad es el
mejor indicador de una comunidad de investigadores saludable. Lo que buscamos al proponer este es-
pacio es poner en perspectiva las plataformas desde las cuales estamos trabajando al confrontarlas con
otras igualmente posibles y válidas.
Si fuera como pensamos, que en los últimos años se nota un nuevo impulso en las investigaciones
sobre el tema, no sólo desde la arqueología sino desde otras disciplinas, entonces ahora debe preocu-
parnos también que en alguna parte aparezca el efecto social de nuestro discursos históricos acerca de
la agricultura, de las sociedades campesinas y de su relación con la tierra. En este punto nos pregunta-
mos de qué manera podemos articular nuestras investigaciones con las preocupaciones de los campe-
sinos e indígenas, en contextos de proyectos de desarrollo, radicación de proyectos agroindustriales y en
general la presión sobre las tierras campesinas. En tanto este proceso está fuertemente signado por una
marcada recuperación de la capacidad de agencia de cara a las políticas de desarrollo local, las comu-
nidades demandan ya no sólo que los planes de desarrollo tengan en cuenta las trayectorias históricas
locales, sino que reclaman su participación activa en la misma construcción y circulación de esos co-
nocimientos históricos.
Son numerosos los ejemplos de la creciente interacción entre arqueología y comunidades. Por citar
sólo algunos más cercanos a los editores podemos mencionar el Centro de Interpretación de Punta de la
Peña (Antofagasta de la Sierra), el Museo Integral de Laguna Blanca, la Carta Acuerdo entre la Comuni-
dad India de Quilmes y el Instituto de Arqueología y Museo de la UNT. Sin embargo, esta interacción sigue
teniendo algunas dificultades, que están tratando de ser zanjadas en diferentes encuentros entre co-
munidades y arqueólogos (ej. “Primer Encuentro de Gestores Culturales Comunitarios y Universitarios”
comentarios finales // 235

realizado en Quilmes, Tucumán, en julio 2008; el Plenario del “IV TAAS – WAC I-C” en Catamarca, julio de
2007; o el “1º Encuentro sobre práctica arqueológica y comunidades del Noroeste argentino: Reflexiones
acerca del posicionamiento del arqueólogo en el contexto global”, realizado en Tilcara en Septiembre 2009).
Más allá de lo interesante y estimulante que es la emergencia de estos espacios de dialogo y la cre-
ación de estos centros de interacción cultural, falta aun un largo camino para que la Arqueología aporte
desde el conocimiento y la práctica a que estos caminos conduzcan a soluciones de producción prima-
ria, por ejemplo. Si bien hay en los Andes una larga trayectoria de Arqueología Aplicada que ha contri-
buido a recuperar canales de riego y campos de cultivo en Bolivia, Ecuador y Noroeste argentino, todavía
es una fase donde aparentemente el conocimiento lo tenemos los académicos y lo brindamos generosa-
mente a los nativos de cada lugar. Estas instancias de dialogo gnoseológico son difíciles, pero los ca-
minos parecen irse abriendo poco a poco.
Paralelamente, la promoción estatal al desarrollo rural ha tomado en cuenta en algunos casos la
importancia de apoyar este proceso de fortalecimiento identitario. Esto en tanto vemos que, de modo
sugestivo, hay una incipiente preocupación oficial en el tema (reflejada en proyectos especiales para cul-
tivos andinos, tanto desde la investigación como desde la aplicación en la industria del turismo gas-
tronómico). Los cambios profundos ocurridos en los modelos de desarrollo agrícola requirieron de un
enfoque que tenga en cuenta las evoluciones de las sociedades locales, las dinámicas territoriales y re-
gionales, las articulaciones entre dinámicas rurales, urbanas y periurbanas. Surgieron así modelos de
desarrollo agroalimentario basados en la valorización de los recursos locales, más respetuosos del medio
ambiente, más atentos a la diversidad y a la calidad de los productos agrícolas y alimentarios, más pre-
ocupados por las dinámicas de desarrollo local y, por sobre todas las cosas, más adaptados a las con-
diciones sociales particulares y su historia. Así, por ejemplo, la promoción del desarrollo local y valorización
de productos agroalimentarios con identidad territorial que está incentivando el INTA-Belén conjuntamente
con otras instituciones nacionales y provinciales a través de la Red Villa Vil, se inspira en desarrollos den-
tro de un contexto de crisis de las sociedades rurales y agravamiento de los problemas medioambientales
y alimentarios (Proyecto de Apoyo al Desarrollo Territorial para el Distrito de Villa Vil – Belén - Catamarca)
La otra cara de estos procesos son los conocidos avances de las multinacionales sobre los bancos
genéticos locales y sobre el patentamiento del conocimiento ancestral andino de manejo de plantas y re-
cursos en general. Incluso, el avance de la soja y otros monocultivos sobre nuestros bosques y sobre la
diversidad vegetal es parte de la quasi eliminación del campesinado en esta nueva reparticipación de
tareas. Y mucho más fuerte, aunque menos conocida, el reemplazo de una agricultura sustentable y di-
versificada a una que consume más energía (principalmente derivados del petróleo) de la que produce.
Como ejemplo de esto, la expansión incontrolada de los biocombustibles, muestra o mostrará una ecua-
ción claramente desequilibrada en ese aspecto. Hay un punto, entonces, en donde es importante reto-
mar los saberes campesinos andinos. Es un debate al que los arqueólogos/as tenemos mucho que aportar,
pero para eso, tenemos que orientar nuestro estudio también. Las preguntas que nos hagamos de aquí
en más serán claves para encontrar respuestas más adecuadas a brindar un conocimiento más aplica-
ble a los problemas señalados, y salir luego a mostrarlo, a contarlo a un público que se muestra reticente
aún a comprender que en el pasado y el presente de los saberes campesinos hay herramientas alterna-
tivas a estos “paquetes tecnológicos” que nos invaden sin sustento cultural y sin sustentabilidad am-
biental.

Gracias por su atención y su compañía en esta lectura.

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