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"Transferencia Y ClÍnica"

(*) Argumento Para Mi Intervención En El Panel Sobre «transferencia: Motor Y Obstáculo», Del Que También Formarían
Parte Mariel A. De Weskamp, Alba Flesler Y Daniel Mutchinick, En El Marco De Las Cuartas Jornadas De Carteles,
Encrucijadas De La Clínica, Convocadas Por La Escuela Freudiana De Buenos Aires. Hotel El Conquistador, Buenos Aires,
Los Días 7 Y 8 De Noviembre De 1997.

Ricardo Rodríguez Ponte

Aprovecharé los minutos que me brinda la invitación que me ha hecho el Cartel de Carteles de
la Escuela, para participar en este panel sobre el siempre bienvenido tema de la transferencia,
para desplegar un poco algunas cosas que tuve que condensar extremadamente en una de
las preguntas que formulo en el texto que leeré mañana en estas Jornadas —Des-bordes. De
una escritura que no resultaría de una precipitación del significante, que de paso los invito a
escuchar—, y también para dejar caer algunos indicios de lo que trataré de desarrollar con
algún detenimiento en mi intervención sobre Transferencia y Psicosis, a finales de este mes,
en un Seminario que llevamos adelante en la Escuela con algunos amigos, bajo el título ¿Qué
hacemos cuando analizamos? — al que también los invito.

Para abordar directamente en el ángulo con que quisiera incidir en la discusión, que es el de
la articulación entre Transferencia y Clínica, diré que una fórmula como la siguiente: la clínica
psicoanalítica es la clínica posible en un marco preciso que es el marco de la transferencia —y
según la seriedad de quien la pronuncie o de quien la escuche o lea—, se presta para ser
entendida como nada menos, o nada más, que la formulación de una cuestión de principio.

Ahora bien, es cierto que ningún psicoanalista que se precie de tal rechazaría esa fórmula,
pero no es menos cierto que entre el "nada menos" y el "nada más" se abre una brecha en la
que todos los compromisos en los que puede extraviarse el psicoanálisis son posibles.

Tomemos el caso, para construir con él la paradigmática figura del "nada más", de lo que no
tengo inconvenientes en aceptar que se trata de una caricatura, siempre que se me acepte, a
su vez, que en ella no falseo los rasgos del tipo apuntado, salvo por exageración. A saber, la
que se sostendría en una enunciación como la siguiente:

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"Soy psicoanalista, y por lo tanto mi clínica es una clínica psicoanalítica. Es cierto que, salvo
en el honroso ápax de la neurosis obsesiva, el psicoanálisis ha recibido los cuadros de su
clínica heredándolos de la vieja psiquiatría, pero los ha subvertido para siempre al introducir
en ellos los efectos decisivos del descubrimiento freudiano. Así, en cuanto a la neurosis, no
hablaré ya de psicastenia ni de pusilanimidad moral, sino que en adelante diré que el
neurótico cede en su deseo degradándolo a la dimensión de la demanda, para precisar mi
metapsicología en la histeria rechazando para siempre de mi vocabulario términos como
simulación o gataflorismo, cuando en verdad se trata de que a veces el inconsciente trabaja
duro para mantener un deseo insatisfecho. En cuanto a la perversión, tampoco hablaré ya de
degeneración, moral o psíquica, sino que afirmaré más bien que el perverso, por haber
encontrado una respuesta de goce que le va como anillo al dedo, queda trabado en la
pregunta por su deseo. En cuanto a la psicosis, hasta los psiquiatras con quienes
compartimos veraneos se burlan de aquella ingenua noción de una percepción sin objeto,
cuando hoy cualquiera sabe que la palabra justa para ello es retorno en lo real. Debo agregar
que al polimorfismo y a lo nunca suficientemente consensuado de la descripción psiquiátrica,
lo he sustituido por la neta discriminación aportada por el fundamento de sólidos mecanismos
estructurales y freudianos: represión para la neurosis, renegación para la perversión, rechazo
o forclusión para la psicosis, a los que, más allá de Freud y de Lacan, y en un gesto al que
sólo la maledicencia imputará que confunde el avance doctrinal con el mero paso del tiempo,
he añadido las sofisticadas variaciones que reclaman para su explicación las patologías
post-modernas propias de la subjetividad de nuestra época. En cuanto a la relación de esta
clínica con la transferencia, que es la pregunta de la que hemos partido, está claro desde
Freud que el neurótico es aquél que puede establecer la neurosis de transferencia necesaria
para la cura psicoanalítica, que el perverso también puede pero en general no quiere, que el
post-moderno no se sabe, y que el psicótico, se sabe, no quiere ni puede — lo que Lacan
confirma en un aserto que no por evocar aquel cuento del caldero agujereado es
desestimable: en la psicosis no hay transferencia y además cuidado, que la transferencia
desencadena la psicosis. En cuanto a todas esas clases de su Seminario que Lacan dedica al
cuadro de Las Meninas, de Velázquez, para indicar que el analista, como Velázquez en el
suyo, necesariamente forma parte del cuadro que desprende su clínica, supongo que con ello
se refiere exclusivamente a aquellos casos donde la transferencia le hace sitio, del mismo
modo que sería conveniente inventar nuevos términos para nombrar los elementos
estructurales de referencia cuando los mismos no son constituyentes de la única estructura
indudable: la neurótica."

Como estamos casi al final de la jornada, ustedes me disculparán, si pueden, lo extenso de


esta prosopopeya, y quisiera que no otorguen a mi exageración otro sentido que el de
procurar un efecto de microscopio. Como me he anticipado declarándola una caricatura, no
me siento obligado a defenderla, y en todo caso decidirán ustedes, frente a los textos que
circulan en nuestro medio, el exponente de la extensión donde se demostraría legítima. Por lo

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mismo, tampoco me demoraré en discutir enunciados que ya he tomado en broma, sino que
me limitaré, por lo que pueda restar en ellos para ser tomado en serio, a contrastarlos con
unas pocas cosas que recojo de un Seminario cuyo título es evocado por el de estas
Jornadas: Problemas cruciales para el psicoanálisis.

En la clase del 5 de Mayo de l965, de dicho Seminario, Lacan propone darle al síntoma su
estatuto, como "definiendo el campo de lo analizable", y esto con un sentido muy preciso: que
al darle tal estatuto se lo diferencia del síntoma aislado como tal en el campo de la psiquiatría,
el cual le da al síntoma un estatuto ontológico. A continuación advierte lo siguiente: que darle
su estatuto al síntoma como "definiendo el campo de lo analizable" no quiere decir otra cosa
que en el síntoma, como lo define el psicoanálisis, hay —cito— "la indicación de que ahí es
cuestión de saber", de lo que se desprende que el analista, en tanto acepta esta indicación de
saber de la que es portador el síntoma, completa el síntoma. ¿Cómo, sin todavía ilustrarlo con
Las Meninas de Velázquez, como lo hará en el Seminario siguiente, podría decirse mejor que
el analista forma parte de su cuadro?

"Pero" —insistirá tal vez el sujeto de mi prosopopeya— "no hay en eso novedad alguna, salvo
quizá de índole verbal, pues ya Freud, en la última de sus Conferencias de introducción al
psicoanálisis del año 17, decía que el analista debe «apoderarse de los síntomas», sin que
esto le impidiera apartar a las que denominaba neurosis narcisistas del campo de la
transferencia."

Esto, que es cierto en relación a Freud, ya no lo es en relación a Lacan, quien supo desplazar
el fundamento de la transferencia, el cual ya no será concebido en los términos de una libido
flotante de la que no dispondría la regresión autoerótica, ni en los de una sustitución de
persona, sino en los del sujeto supuesto saber. Pero sin entrar a pormenorizar esto, pues no
es efectuar un desarrollo doctrinal lo que pretendo con esta intervención mía, sino, como dije,
desplegar una pregunta evocando al pasar los elementos de una discusión posible, diré que
en la clase antes mencionada, Lacan, luego de caracterizar al síntoma como portador de una
indicación de saber, pasa a referirse, precisamente, a los tres tipos clínicos mayores.

Así, en cuanto a la paranoia, afirma que lo que recibe el paranoico es el signo de que en
alguna parte se sabe lo que quieren decir esos signos, que él no conoce; de lo que se
desprende que la psicosis sabe que existe un significado, pero esto en la medida en que no
está segura de él en nada. En cuanto a la neurosis, en ella está implicado, en el síntoma
original, que el sujeto no llega a saber: "no se tiene la llave (o la clave) —dice Lacan— sino la
cifra". En cuanto a la perversión, su estatuto está estrechamente ligado a algo allí que se
sabe, pero no se puede hacer saber, lo que equivale a decir que el deseo se situaría para el
perverso en la dimensión de "un secreto poseído".

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En fin, no es éste el lugar ni el momento para desarrollar tan precisas y preciosas
indicaciones, pero me pregunto al final si de todos modos he logrado transmitirles, con estas
escuetas evocaciones, y como de verdad pretendía, lo que a mí me resulta evidente: que
tomar como punto de partida la transferencia, con su fundamento en el sujeto supuesto saber,
traza una frontera muy neta, y de un valor heurístico indudable, entre una clínica psicoanalítica
y otra que no lo es. ¿Se ve que abordar el caso por las diferentes posiciones del sujeto en
relación al saber, una vez arrancado el síntoma del estatuto ontológico en que lo amordaza el
campo psiquiátrico, para ser devuelto a su estatuto psicoanalítico como "definiendo el campo
de lo analizable", es de un muy otro registro que hablar de "mecanismos", por más
freudianamente que se los nombre? Ustedes dirán.

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