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Una Fe excepcional

Ed. Ramírez Suaza, P.Th

La vida nos ha sido dotada por Dios de excepcionalidades. Por ejemplo: una familia
excepcional. Una novia excepcional. Juguetes excepcionales (recuerdos de la infancia:
carro de rodillos). Amigos excepcionales. Canciones y poemas excepcionales.
Recuerdos e ilusiones excepcionales. Pero lo que pocos hemos llegado a tener, que hoy
podemos tener es una fe excepcional.
En la Biblia encontramos un hombre con la fe excepcional, y de esa fe hablaremos hoy.
Así que están cordialmente invitados a abrir las Escrituras en Mateo 8.5-13

Este es el relato de un hombre que intercede por otro con grande fe, que se hace
evidente en la actitud correcta para pedir a Jesús, expresando con ruegos su necesidad,
reconociendo que no es digno de él; pero que Jesús tiene toda autoridad para con una
sola palabra sanar su empleado. Jesús, al ver su fe tan grande lo elogia, lo ingresa a la
comunidad de Dios y le da lo que pide.

Una Fe Excepcional
rogando a Dios en favor de otros

El evangelio de Mateo es como un manantial inagotable de las noticias de Dios. Es


como una sinfonía de movimientos sublimes que nos llevan en brazos melódicos a la
imaginación, a la fe, al asombro, a la vida, a la autoridad divina, al reino de Dios, a la
esperanza, entre otras. El capítulo 8 es un texto que se teje con pequeños testimonios
de grandes hechos de Jesús en Galilea.

La semana pasada abordamos la sanidad de un invidente que viene a Jesús rogando


por su propia salud. Hoy, abordamos a un personaje de alto rango militar romano del
siglo I que viene a Jesús rogando por otro.

Eso de rogar por otros es una virtud cristiana hermosa. Nosotros entendemos ese
ejercicio como la disciplina espiritual de interceder. Sería bueno, antes de sumergirnos
en el texto, recordar juntos lo que es intercesión.
La intercesión es una disciplina espiritual que se incluye en el ejercicio de la oración.
Por lo regular, por lo menos desde algunos salmos, la oración es muy personal, muy
íntima, muy “Dios y yo”. Cuando Jesús nos enseña a orar abre un poco el abanico. Note
Ud. que el Padre Nuestro no dice, “Padre mío que estás en los cielos… venga a mí tu
reino… dame hoy el pan de cada día…”. Cuando Jesús nos enseña a orar, pues la
oración ya tiene muchas implicaciones comunitarias: “Padre nuestro que estás en los
cielos… venga a nosotros tu reino… el pan nuestro de cada día…”

Alcanzo a comprender que ambas posibilidades son legítimas: orar con exclusividad
personal, como orar con sentido de comunidad. Es más, no sólo que ambas son
legítimas, ambas son indispensables.

En la oración deben reflejarse dos virtudes hermosas: el amor y la fe. El amor, para
incluir en nuestras plegarias a otros. La fe, para creer que Dios escucha mi oración y

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responderá a ella conforme a su poder, su gloria, su majestad, su voluntad, sus


riquezas, en fin.

La intercesión refleja la cristianización de nuestras oraciones, porque rompemos del


caparazón los egoísmos y buscamos de rodillas el bienestar de los demás. Encontré
esta joya en un libro acerca de la oración: 1 Quien intercede “Ha de sentirse solidario de
sus semejantes, particularmente de quienes, como él, forman parte del pueblo de Dios.
Los problemas, los sufrimientos y las necesidades de ellos, debe asumirlos como
propios y presentarlos en oración ante el Padre de misericordia. La intercesión, en
frase de Fosdick, «es el amor sobre las rodillas».
Con este abrebocas arrojémonos a las Escrituras llenos de gozo y recojamos juntos
valores de la espiritualidad cristiana a la hora de interceder.

La fe excepcional está en personas humildemente dispuestas


Cuando leemos con atención los evangelios, lo cierto es que la fe de las personas que se
acercan a Jesús es muy sencilla. Al parecer, somos nosotros quienes complicamos las
cosas.

Jesús entra a una ciudad conocida como Cafarnaún. Un pueblo en la playa noroeste del
mar de Galilea donde Jesús tuvo su centro de operaciones durante su ministerio en
Galilea. Allí se le acercó un centurión, es decir, Un comandante de 100 soldados en el
ejército romano. Éste hombre tenía un empleado enfermo, al parecer, quien gozaba de
sus afectos sinceros. Preocupado por la salud de su muchacho viene en busca de Jesús
con una disposición humilde. Nótelo bien por favor: el centurión se acerca para rogar
por su empleado. Dos palabras bellísimas para tener en cuenta a la hora de orar por
otros: acercarse y rogar.

Acercarse a Dios es muy sencillo. Recuerda en primer lugar que, cuando nos
acercamos a Dios nos despojamos de todo tipo de incertidumbre, temores a rechazos o
no ser escuchados. Cuando nos acercamos a Dios lo hacemos con una confianza
humilde. Dios está siempre presto a atendernos. Acérquese invocando con fe el
nombre precioso de Jesús. Y luego haga ruegos. La oración de intercesión exige que
uno sea insistente. Que uno ruegue. Rogar exige humildad y humillación ante Cristo.
Nos obliga a despojarnos de toda presunción, de todo orgullo. Rogar no sólo doblega
las rodillas, doblega las altitudes del corazón. Doblega la existencia completa para
conducirnos a la absoluta dependencia de Dios.

Hemos visto en diferentes oportunidades lo legítimo que es pedir a Dios por uno
mismo, pero seamos sinceros: hay tantas personas necesitadas de nuestras oraciones.
Nuestras familias necesitan de nuestras plegarias. Nuestros amigos necesitan de
nuestras oraciones. Nuestros pueblos urgen que oremos por ellos. Nuestra Iglesia
apremia de nuestros ruegos ante el Señor. Nuestros hijos, nuestros padres, nuestros
cónyuges. Esta es la hora de rogar por muchas personas. San Pablo exhorta a Timoteo
y le dijo: “Ante todo, exhorto a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones
1
José & Pablo Martínez (1990) p.105
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de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los que ocupan altos
puestos, para que vivamos con tranquilidad y reposo, y en toda piedad y honestidad.
Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que
todos los hombres sean salvos y lleguen a conocer la verdad” (1 Tim. 2.1- 3).

Me gustaría que Ud. fuera pensando en una persona por la cual interceder esta
semana.
¿Por quién vas a orar?

Una fe excepcional también es sinceramente compasiva


Luego de una disposición humilde, el centurión evidencia una compasión sincera. Note
Ud. la preocupación de este militar por su empleado. Eso no es muy común; por el
contrario, a la mayoría de los jefes les importa un carajo la salud de sus empleados.
Hablo de jefes sin Cristo. A mí me parece hermoso que un hombre con poder se
compadezca de uno que no tiene mucha importancia para la sociedad, pero encuentra
en Cristo esa persona que se preocupa, se compadece y ama a todos aquellos que la
sociedad desecha.

Cuando Ud. haga oraciones de intercesión, recuerda que Dios se fija en su corazón.
Dios ve si en él hay o no compasión por quien sufre, por quien necesita de sus
intercesiones. De nada sirve orar sin amor. Cuando intercedemos lo hacemos con las
dos mejores estrategias cristianas: el amor y la fe. ¿Cómo orar por otros sin amor?
¡Imposible!

Una fe excepcional es asombrosamente convincente


El centurión es romano, para un judío los romanos son despreciables. Que un judío
visite la casa de un romano no es bien visto, es algo escandaloso. Es más, si así fuese,
los demás judíos se ofenderían profundamente.

Por favor, sostenga esto en su mente mientras avanzamos. El centurión viene a Jesús y
le cuenta cómo sufre su empleado con la enfermedad. Jesús se compadece y se ofrece
para ir hasta la casa del centurión romano. Imagina por favor la cara que hicieron los
demás judíos presentes al escuchar a Jesús queriendo ir a la casa de un romano. Jesús
y el centurión conocen las implicaciones de esa visita. Seamos francos, no es
conveniente que Jesús visite la casa del centurión. No sé si el centurión desea evitarle a
Jesús los líos en que se puede meter por ir a su casa, o el centurión reconoce la
grandeza de Jesús que no se siente digno de ser visitado por Jesús o ambas.

Quiero yo pensar en ambas, y aquí es donde sobresale la fe de este hombre. Recuerda


que es un centurión, es decir, uno que tiene bajo su mando a 100 soldados romanos.
Como autoridad de esa centena, pues a cualquiera de ellos da una orden e
inmediatamente el soldado la obedece; sin cuestionamientos, sin vacilaciones, sin
refunfuñar, sin “pereques”. Todo soldado es entrenado para obedecer a sus superiores.
Así es el régimen militar. El centurión ve a Jesús como autoridad, inclusive con una
que supera los poderes romanos. El centurión ha discernido en Jesús la autoridad

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mayor sobre toda autoridad en este mundo: una sola palabra de Jesús basta para que
un milagro acontezca.
Así convenció a Jesús este tipo. Cuando Jesús lo escucha, sabe que este hombre ha
comprendido un rostro extraordinario de Cristo: su autoridad.
Esto es clave en la fe reconocer quién es Dios, quién es Jesús y todo su poder. Si hay
algo que rechaza Dios es la falta de reconocimiento de su poder y autoridad. La duda
nos venda los ojos o nos empaña la mirada para no dejarnos ver con claridad la
maravillosa persona que es Jesús. Quizá por eso a algunos les cuesta creer que él tiene
la autoridad para hacer tu milagro.

Cuando Jesús escucha hablar así de autoridad a este hombre; se maravilla, se asombra
y dice: “ni aun en Israel he hallado tanta fe”.

De este centurión dijo Jesús que era grande su fe, pero a muchos de nosotros nos dice:
si tuvieras fe como el grano de mostaza. Es decir, ojalá tuvieras una fe pequeñita. Pero
ni a pequeñita llegamos algunos. ¿Por qué? Alguien dijo: “La mitad de nuestras dudas
y temores surgen de una débil percepción de la verdadera naturaleza del evangelio de
Cristo… La raíz de una fe feliz es un conocimiento claro, preciso, bien definido de
Jesucristo.”2

Cuando depositamos nuestras confianzas en otra cosa o persona que no sea Jesucristo,
eso no es fe; eso es idolatría. Pero si podemos ver en Jesús la máxima autoridad, que
con una sola palabra él sana, provee, liberta, ayuda, en fin; entonces grande es esa fe.

Conclusión
Damas y caballeros, la biblia dice que sin fe es imposible agradar a Dios. No podemos
acercarnos a él con incredulidad, él rechaza los corazones incrédulos. La falta de fe es
un insulto a su santidad, a su persona, a su carácter santo. Su voz no deja de
recordarnos: ¿no te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?

Iglesia, creamos a Dios, en Dios y veremos su gloria.

2
obispo Ryle. en J. Stott. creer es también pensar, p.46
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