Colombia había logrado construir una política bipartidista hacia
Estados Unidos que encontraba su equivalente en una política bipartidista de los demócratas y republicamos frente a Colombia. Ahora, aunque logramos obtener el plan Paz Colombia impulsado por Barack Obama, el consenso de la élite colombiana frente a esta potencia se averió, y viceversa.
La muestra más evidente de ello fue la telenovela del encuentro casual
de los expresidentes Andrés Pastrana y Uribe con Donald Trump en su resort Mar-a-Lago en abril de este año en el que quedaron en evidencia
La política de Trump frente al país volvió a narcotizarse
(impulsada por el aumento en las hectáreas de coca) y cada vez hay un mayor interés del gobierno de Estados Unidos en que Colombia sirva de aliado contra el régimen de Nicolás Maduro en Venezuela, otro tema sobre el que tampoco hay consenso en la élite colombiana.
Esta fractura del poder se reflejó también en la política y en el
Congreso.
En la política, lo más notorio fue el paso del expresidente Germán
Vargas Lleras al No. Así entró a competir con Uribe por los votos del país que votó en contra del Acuerdo de paz en 2016 y por el apoyo de la élite que teme al castrochavismo, erigiéndose como el antídoto a sus miedos.
Su salida de la coalición del gobierno Santos, que representa al
sector de la élite que desprecia el castrochavismo, agudizó la división del Congreso.
Éste, en menos de un año, pasó de ser el ‘Congreso de la Paz’
como lo denominó Santos cuando inauguró el cuarto año de la legislatura, al Congreso del No, que no presentó o hundió proyectos clave del Acuerdo de Paz como el de las circunscripciones de paz. ¿Con qué argumento? Con que las circunscripciones en realidad eran una estrategia de la Farc para avanzar soterradamente en su proyecto marxista.
Esta falta de consenso en la élite nacional y entre esta y las regionales
no solo llevó a que el Congreso no pudiera sacar adelante ni una fracción de los proyectos legislativos programados para ser aprobados vía fast-track sino, en parte (la otra parte es pura incapacidad de este gobierno), también a que el Ejecutivo no pudiera hacer cumplir ni una fracción del Acuerdo de Paz en cosas que eran previsibles.
No pudo garantizar la seguridad en las regiones que dejó las Farc, ni
sacar adelante la reforma rural, ni siquiera terminar de construir las zonas veredales.
Este desequilibrio, que fue la mayor transformación del poder en 2017,
seguramente se mantendrá hasta las próximas elecciones. Dependiendo de quién gane, y cómo gane, se impondrá un nuevo balance, o no