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NOTAS SOBRE “EL PRINCIPITO”.

Algunos dicen que el personaje tuvo su origen en el pequeño Francois, el hermano menor de Saint-
Ex, mismo que murió siendo un niño, y de quien se sabe tenía un enorme vínculo con Antoine. Alguna
persona afirmó… “Cuando Francois murió, Antoine perdió un gran amigo; obviamente después, ya
mayor, tuvo otros amigos, pero ninguno tan íntimo como lo fué su pequeño hermano”. Por otra parte,
existen algunas referencias que parecen indicar que la simbología inherente a la rosa, tuvo su
personificación en el mundo real en el ser de Consuelo, su esposa.
Son meras especulaciones, nada concreto, pero la obra sí que lo es, y ante ella es necesario abrir
corazón, mente y alma, si es que deseamos refrescar cuando menos un poco nuestro mallugado y
acalambrado corazón; tal como el agua que le proporcionó el beduino, refrescó el cuerpo del autor en
el desierto, y tal como la presencia y recuerdo de Consuelo hicieron la misma labor balsámica en el
alma de él.
Me reencontré con una obra a la cual ya me había acercado con anterioridad, misma que ya había
leído y leído y vuelto a releer; no soy un “especialista” (que feo y bizarro se escucho eso) en Saint-Ex,
de hecho, de los escritos suyos que han caído en mis manos, los únicos que ahora viene a mi mente,
son los de “Vuelo Nocturno” (o ¿es “Vuelo de Noche”?) y “Tierra de Hombres”. Creo que aquella
persona que lo haya leído también, podrá recordar el titulo correcto, la obra y su concepto.
Me parece -y aquí trato de especificar que personalmente nunca manejo aseveraciones apodícticas o
categóricas, pues para nada me encuentro en capacidad de hacerlo-, tan solo puedo aportar
referencias, testimonios y “sentires” presentados como creencias, como puras creencias, no como
aquella primaria concepción de conocimiento, presentada como creencia verdadera justificada, no, se
trata de un mero sentir. Me parece, que nos encontramos ante un escrito en el cual se hace patente el
deseo de romper los paradigmas consensuales actuales (recordemos que es una obra modernísima),
los cuales provocan en el humano -debido a la brusquedad como se nos manifiestan, a su
incongruencia y en ocasiones a su decidida maldad-, un gran número de heridas que generalmente
nunca sanarán completamente, y que por tanto se alcanzan a convertir en costras, llagas, tan duras
que asemejan una armadura, que impedirán que el ser logre desenvolverse plenamente en este
pedazo de galaxia llamado mundo.
Nos hemos dejado dominar en nuestra conducta por los arquetipos socio-económicos anglocéntricos,
y en nuestras perspectivas reflexivas se nos ha impuesto una metodología cientificista fetichista -en el
sentido marxista- occidental, ajena a nuestras muy particulares circunstancias, a nuestras particulares
necesidades, y a las visiones que de ellas emanan.
La obra nos invita a utilizar nuestra intuición enfocada con una buena voluntad, en esta sociedad
puntiaguda, desértica, seca y solitaria, en donde sólo con ayuda lograremos evitar hundirnos en el
abismo del olvido y de la inconciencia.

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Solamente contando con el sentido que otorga el proceso recíproco de la vinculación humana
-domesticación diría un peludo y orejudo amigo-, lograremos lidiar con la tristeza que produce el
reconocimiento de nuestras debilidades, de nuestras incapacidades, de nuestra condición de
efímeros.
Al lograr superar las barreras de la apariencia y de los malentendidos producto de nuestras
confusiones internas que todavía embrollamos más al convertirlos en referentes semánticos y
sintácticos, estaremos en capacidad de acceder a la comprensión conceptual y tal vez, tal vez, a la
esencial. Desde la cognición, a lo inefable; de la observación, al conocimiento silencioso.
Los ojos son débiles, la palabra insuficiente, y el corazón, como cualquier músculo, debe ser
ejercitado y entrenado para sentir -preferente y principalmente desde que somos niños- y para dar.
Es muy fácil y sobre todo muy cómodo recibir, pero el ver realizar, o el que hasta uno mismo realice
una buena acción que tenga como origen una buena intención, producto de una buena voluntad,
lograda con un buen corazón, producto a su vez de ciertas condiciones requeridas de formación ética,
no es algo que se vea todos los días. Creo que alcanzar ese grado de comprensión y actuación no
es algo que se consiga muy fácilmente, sobre todo en éste, nuestro mundo salvaje, o más bien en
ésta nuestra sociedad aun primitiva, predatoria y cruel.
Si tenemos la voluntad de ver mas allá de los vestidos o del contexto, será necesaria una creciente y
continua labor reflexiva que posterior y paulatinamente, nos permitirá ver con el corazón, pues… “Lo
esencial es invisible para los ojos.” 1
Quisiera expresar, para ir cerrando este pequeño ensayo, un comentario bastante personal y por ende
reducido y limitado por su subjetividad, al estar enormemente empotrado en un espacio y en un
tiempo bastantes específicos.
Por ahí he escuchado que originalmente esta obra no fue conceptualizada como una obra infantil.
Algunos de sus compatriotas opinan que siempre se trató de una obra filosófica.
Claro está, que resultará un poco difícil averiguar la intencionalidad primera del autor, pero de
cualquier manera, concuerdo con que no se debe adscribir el texto a una clasificación simplemente
infantil.
Éste no es, o no debería verse como un libro para niños.
Es un texto filosófico que se auxilia de elementos literarios, de metáforas y fábulas, para expresar una
reflexión sobre el Ser, sus relaciones y su entorno.
Dentro de la simbología de la fábula, creo yo, se manejan conceptos de un tipo, que probablemente
será un poco difícil que puedan ser plenamente comprendidos y por ende valorados por los niños;
quizás sí por algunos, pero al resto les dejaría una impresión simplista y meramente recreativa, lo que
dificultaría que se interesaran nuevamente en ella, para posteriores relecturas. Y de esa manera me
parece que ocurriría un desperdicio y una falta de respeto por la obra y el autor.
Las temáticas esgrimidas -por su profundidad-, me parecen muy graves como para ser manejadas a
través de una postura frívola y simplista (“me gusta, no me gusta”), además, y sobre todo
encontramos que la historia es triste, muy triste.

2
Produce sentimientos no muy aptos para niños.
Aunque... de hecho, no creo que la tristeza sea buena para alguien, ¿o acaso existirá alguien que
goce al derramar lágrimas por un sentimiento doloroso? Parece que no, ¿o sí?
¿O realmente ocurrirá ese fenómeno, en éste nuestro cada vez mas extraño y destrozado mundo, ya
que como dijo nuestro zorro, en el mundo se ven muchas cosas extrañas?
¿Será cierto?
La obra de Saint-Ex es sublime. El texto es perfecto. El Principito es una obra magistral.

Uno de los momentos del texto que nos parecen más importantes -amén del proceso relacional que
aparece entre el niño y la rosa, con todos los factores de mentira, falta de comunicación e
incongruencia, mismos que dificultan un acompañamiento humanista, comprensivo, afectuoso y
ecuánime-, es cuando el personaje se encuentra en las vías; recordemos…

“—¡Buenos días! —dijo el Principito.


—¡Buenos días! —respondió el guardavía.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó el Principito.
—Clasifico a los viajeros en paquetes de mil, y despacho los trenes que los
llevan, ya a la derecha, ya a la izquierda.
De pronto, un tren rápido, iluminado, rugiendo como el trueno, hizo temblar
la caseta del guardavía.
—Tienen mucha prisa —dijo el Principito—. ¿Qué es lo que buscan?
—Ni siquiera el conductor de la locomotora lo sabe —dijo el guardavía.
Un segundo rápido iluminado rugió, pero en sentido inverso.
—¿Ya vuelven? —preguntó el Principito.
—No son los mismos —contestó el guardavía—. Es un cambio.
—¿No se sentían contentos donde estaban?
—Nunca nadie está contento en donde está —respondió el guardavía.
Y rugió el trueno de un tercer rápido iluminado.
—¿Van persiguiendo a los primeros viajeros? —preguntó el Principito.
—No persiguen nada en absoluto —le dijo el guardavía—; Ahí dentro duermen o
bostezan.
Únicamente los niños aplastan su nariz contra los vidrios.
—Únicamente los niños saben lo que buscan —dijo el Principito. Pierden su
tiempo por una muñeca de trapo y la muñeca llega a ser algo muy importante
para ellos, y si les quitan la muñeca, lloran...
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—Tienen suerte —dijo el guardavía.”

Con base a lo anterior podemos reconocer el fenómeno de la alienación, donde la persona se ha


perdido, donde le fue robada su alma, se dejó arrebatar su esencia por un plato de lentejas. Cuando
no hay sentido ni significados ni propósitos reales, sustanciales. Donde no hay conciencia social,

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cuando no hay cuidado por el Otro. Cuando ya no se busca construir, ya no se busca trascender y
mejorar, crear e innovar. Ya sólo hay copias, retomar, acoplar, aceptar. Cuando nuestras elecciones no
son nuestras y nos programan qué sentir, oír, pensar y hacer. No dirigimos nuestra vida, sólo
redireccionamos nuestros pasos y latidos a las indicaciones de los poderosos. Viene el tren, se va, y
con él nuestra autonomía. Vidas sin dirección, sin rumbo ni corazón.

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Respecto a la película que recientemente retomó el texto…


Algunos comentarios han sido en contra, otros a favor, personalmente nos gustó, lo disfrutamos. Fue
un poco extraño ver al pequeño hombrecito crecer. La parte hasta donde termina la retomación del
libro nos parece extremadamente bien hecha. Lo subsecuente tiene su valor: la búsqueda, la soledad,
la decadencia, la victoria de la iniquidad, la muerte de la Rosa, y finalmente la anamnesis y el
encuentro trascendente de Saint-Ex con Consuelo, en la eternidad, ambos en devenir, vida y muerte
igual, el cese terrenal como el camino para la verdadera libertad.
Vale la pena ser domesticados y sufrir, porque ese, es de los pocos dolores que no son tóxicos ni
estériles en esta realidad, nos mueve, nos desdobla, nos convierte, crecemos.
El misterio del Otro, la maravilla del vínculo. Temporal, finito, pero al mismo tiempo trascendental y
eterno. Gracias por el afecto, gracias por el Principito, odas a Saint-Ex.

Erick Daniel Granados Monroy.

BIBLIOGRAFÍA.

Saint-Exupéry, A. (2003). El Principito. México, Editorial Época.

4
1
Saint-Exupéry, El Principito, p 74.
2
Saint-Exupéry, El Principito, p 74.

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