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De modo que tomó en sus manos el teléfono de prepago que le había prestado
uno de sus colegas, marcó cuidadosamente su propio número telefónico y espero
a que el aparato pusiera el tono de marcar. Su smartphone no tardó en sonar en
su bolsillo. Shinji lo sacó para contestar y mencionó las palabras de rigor para el
ritual:
Shinji nunca pensó que se vería involucrado en un juego como aquel, fuera real o
no. Últimamente las cosas no habían ido bien en su vida. Sus padres acababan de
separarse y no le pasarían más dinero para terminar de costear su último año en
la facultad de leyes, una carrera que de cualquier modo, nunca le había gustado.
La había elegido por ser la opción más segura, pero como futuro abogado, era
mediocre y odiaba todo lo que tuviese que ver con los juzgados.
—¿Voy a morir?
—Sí.
Shinji miró con horror por encima de su hombro y un rostro fantasmal le devolvió
una insana sonrisa. Gritó, con todas sus fuerzas, inundado de un terror que tomó
por sorpresa a los vecinos de su edificio. Pero cuando acudieron a su
apartamento, no quedaba rastro de él.