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EL PERFECCIONISTA ES AQUEL QUE INTERPRETA EL FALLAR COMO FRACASAR

“Fallar en aprender de tus errores es aprender a cometer errores”

Enrique es un perfeccionista. Es perseverante, ambicioso, tenaz y meticuloso. Trabaja arduamente


para que todo lo que hace le salga extraordinariamente. Estas son sus cualidades positivas. El
problema es que le tiene mucho miedo a fallar y vive obsesionado, cuidando hasta el más mínimo
detalle para que nada salga mal. Tiene en su mente el paradigma del todo o nada, del éxito o
fracaso. No hay zonas grises o intermedias. Para el, el error no es una oportunidad de aprender,
sino la prueba de que uno no es lo suficientemente bueno. Enrique esta totalmente concentrado
en sus metas, no disfruta del viaje, no es feliz y vive atormentado hasta que logre su objetivo. Una
vez que lo logra, disfruta brevemente de su éxito, pero luego siente que no es suficiente, y se
impone un nuevo reto en que volverá a sufrir. ¿Conoce a algún Enrique?

Algo que nos quita felicidad es el perfeccionismo. El profesor Tal Ben-Shahar, un perfeccionista
reformado, escribió sus aprendizajes sobre este tema en su libro The Pursuit of Perfect. Para el, el
perfeccionismo es el temor al fracaso, el miedo paralizante a fallar que nos inunda en todos los
aspectos de nuestra vida.

El perfeccionista vive todo el tiempo a la defensiva, se siente atacado por la imperfecta realidad.
Tiene un enfoque mas pesimista y negativo. Como todo el tiempo esta prestando atención a lo
que puede fallar para evitarlo, termina impregnado de pensamientos negativos. Su obsesión por la
perfección termina convirtiéndolo en imperfecto e infeliz. Es posible que logre sus resultados, pero
haciéndole la vida imposible a mucha gente y sobre todo a si mismo.

¿Cómo se crean perfeccionistas? Sin darnos cuenta, muchas veces, como padres, profesores,
entrenadores, los creamos nosotros. Carol Dweck, autora del libro Mindset, realizo un estudio con
una muestra de alumnos de 10 años y los dividió en dos grupos. A todos los alumnos se les tomo
un test relativamente fácil para su edad. A los alumnos del primer grupo se les retroalimento
diciéndoles: “¡Que inteligente que eres, que creativo!”.

Al segundo grupo se le retroalimento diciéndole: “¡Buen trabajo, se ve que te esforzaste, que


trabajaste duro!”. En la segunda parte del experimento se les dio la opción a los alumnos de
seleccionar una de las siguientes dos alternativas: tomar un examen fácil o uno más difícil. Solo el
50 por ciento del primer grupo decidió tomar el examen más difícil contra el 90 por ciento del
segundo grupo que decidió también por el difícil. ¿Qué hizo la diferencia entre el primer grupo y
el segundo?.

En el primer grupo, al reconocer el logro, al elogiar las cualidades, se instalo el temor al fracaso, el
miedo a fallar. Los alumnos consideran: “Si tomo el segundo examen y fallo, significará que no soy
inteligente, que no soy creativo”. En cambio, en el segundo grupo se centro en el esfuerzo del
alumno. Se le dio el mensaje sutil al participante de que ellos controlan la variable del éxito, que
es el esfuerzo, y que lo pueden repetir. Que las personas nos llamen inteligentes no lo podemos
controlar, pero si sentir que nos hemos esforzado.
Según Shahar, no es malo felicitar por el éxito, pero cuando es lo único que celebramos a nuestros
hijos, nuestros alumnos, los estamos convirtiendo en adictos del resultado y en camino al
perfeccionismo. Empiece hoy a reconocer el esfuerzo de sus hijos, alumnos, discípulos. Deje de
concentrarse en las notas exclusivamente y celebre su empeño. Su alegría, sus abrazos, sus
sonrisas y el cariño que viene con la celebración deben asociarse con el camino, el viaje y no solo
con la meta.

El problema la origina también la sociedad. Vivimos en un mundo que premia el éxito o divulga
cruelmente el fracaso. Solo vemos en los medios a los atletas exitosos, los modelos perfectos, los
héroes de las películas o, por otro lado, a los estafadores, los ladrones y los fracasados. El mensaje
subliminal es que, si somos imperfectos, seremos unos perdedores.

Para vencer el perfeccionismo, tenemos que dejar de centrarnos tanto en las metas y empezar a
disfrutar el camino. Debemos cambiar nuestra percepción de fallar y entender que
equivocándonos aprenderemos a ser mejores. A nadie le gusta errar, nadie se siente bien cuando
falla, pero si caemos debemos sacarle el jugo al error.

Un error es un resultado no deseado en que tuvimos que invertir nuestros recursos. En lugar de
lamentarnos por la inversión, debemos rentabilizarla al máximo. La rentabilidad de un error se
deriva de lo que podamos ganar aprendiendo de él, interpretándolo como una oportunidad de
crecer.

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