El documento discute el concepto de "derecho a la ternura" y los obstáculos que dificultan su desarrollo. Argumenta que la ternura se relega injustamente a lo privado y que debería reconocerse como un derecho humano fundamental. También explora cómo la educación y la cultura actuales enfatizan demasiado la competitividad y la agresividad en lugar de la sensibilidad y el afecto.
El documento discute el concepto de "derecho a la ternura" y los obstáculos que dificultan su desarrollo. Argumenta que la ternura se relega injustamente a lo privado y que debería reconocerse como un derecho humano fundamental. También explora cómo la educación y la cultura actuales enfatizan demasiado la competitividad y la agresividad en lugar de la sensibilidad y el afecto.
El documento discute el concepto de "derecho a la ternura" y los obstáculos que dificultan su desarrollo. Argumenta que la ternura se relega injustamente a lo privado y que debería reconocerse como un derecho humano fundamental. También explora cómo la educación y la cultura actuales enfatizan demasiado la competitividad y la agresividad en lugar de la sensibilidad y el afecto.
ESTRUCTURA DEL TEXTO Estamos acostumbrados a reivindicar y opinar sobre los grandes derechos públicos: libertad, trabajo, vivienda, educación, sufragio, sanidad. Pero poco hablamos de los derechos de la vida cotidiana que permanecen confinados a la esfera íntima. A esta categoría de derechos relegados, casi vergonzantes, pertenece el derecho a la ternura. Ahora bien, lo privado, constituido por las rutinas de la vida cotidiana, impregnado en las dinámicas del afecto, es precisamente el espacio donde se desarrolla lo público y donde se manifiesta la ternura. Todo está ordenado para que sólo lo público sea objeto de consideración y de valía. Lo demás son cuestiones menores, sin gran relevancia para la vida. Lo privado está condenado al anonimato cuando no al olvido. Relegada a la esfera de lo privado, la ternura nunca aparecerá en la esfera pública. O lo hará de forma vergonzante. “Perdón por la debilidad”, decimos cuando nos emocionamos en público. Sería sorprendente ver a los señores parlamentarios discutiendo en el Congreso sobre la naturaleza y la necesidad de la ternura, elaborando un sesudo articulado sobre el derecho de todo ser humano a disfrutar de ella y promulgando luego una ley que garantizase ese derecho. Parece más lógico verlos preocupados por la alta política internacional y por las esenciales peculiaridades de la macroeconomía. No creo que el derecho a la ternura sea un don generoso de gobernantes magnánimos, sino una respuesta a una necesidad imperiosa de los individuos. No me refiero sólo a los niños y a las niñas (a quienes por supuesto y en primerísimo lugar me refiero) sino a todos los seres humanos, incluidos los sapientísimos y poderosísimos varones que nos bendicen y gobiernan. Algunos obstáculos dificultan el desarrollo de este derecho. El primero es nuestra concepción del mundo como un campo de batalla. El guerrero piensa en la conquista, en el poder, en la victoria, en la lucha, en la destrucción. La caricia será, en todo caso, una recompensa o un consuelo posterior. Nos hemos acostumbrado a que los personajes que triunfan en el ámbito público sacrifiquen el mundo de los afectos en aras de un triunfo que exige dureza y agresividad. El segundo obstáculo es la separación radical que se ha hecho entre lo cognitivo y lo afectivo. Esa separación radical es muestra clara de nuestro analfabetismo afectivo. Afortunadamente, cada vez estamos viendo de forma más clara que lo típicamente humano, lo verdaderamente humano es la afectividad. Las máquinas pueden llegar a ser más inteligentes, pero nunca tendrán la capacidad de expresar afecto y ternura. El tercero es la estrategia educativa que nos ha alejado a los varones de los valores más ricos de la sensibilidad. “Los niños no lloran”, se nos decía casi con violencia.
Dice Luis Carlos Restrepo en su pequeño y a la vez apasionante libro ‘El
derecho a la ternura’: “Las aulas, tan propicias a la formulación de una verdad abstracta y metafísica, no parecen serlo al tema de la ternura. Los profesores, como se decía del gran Charcot, actúan como auténticos mariscales de campo, sea al momento de enunciar su verdad o cuando se aprestan a calificar el aprendizaje”. La reflexión sobre la ternura nos pone de bruces ante el tremendo problema del maltrato, de la intolerancia, de la violencia y del odio tan extendidos en nuestra sociedad. Hemos sido educados para la competitividad, para la lucha, para la defensa, no para la ternura. La educación para la ternura exige la revalorización del mundo afectivo. Y exige también el desarrollo de estrategias que permitan dar y recibir ternura. Necesitamos ser acariciados para crecer. Los franceses tienen una simpática y significativa expresión para designar a las personas ásperas, hostiles, torpes en la relación social. Los llaman ‘osos mal lamidos’. Necesitamos también acariciar. La caricia no ‘agarra’. El poder. Sí. El poder sujeta, inmoviliza. La caricia libera. Dice Jean Paul Sartre: “La caricia no es un simple roce de epidermis; es, en el mejor de los sentidos, creación compartida, producción, hechura”. Dice Restrepo en la obra anteriormente citada: “La caricia es una mano revestida de paciencia que toca sin herir y suelta para permitir la movilidad del ser con quien estamos en contacto”. Es imposible acariciar a otra persona sin estar, a la vez, acariciándonos. Somos tiernos con los otros cuando lo somos con nosotros mismos. Hemos de ser tiernos con las personas, con los animales, con las cosas, con el mundo. La ternura sólo es posible en el marco del respeto a los otros. No se puede acariciar a la fuerza. El niño quiere tanto al pollito que lo mete con él en la cama hasta asfixiarlo. “Ser tierno es afirmarse como un insurgente civil que ante la violencia cotidiana dice tajante como los gatos: ¡No!”, dice Restrepo, que elige al gato como el mejor símbolo para hablar de la ternura. Cuando le acaricias se queda quieto, pero cuando le atacas saca las uñas y las emplea con fuerza casi salvaje. Hay que abandonar la lógica y la estrategia de la guerra, practicar la ternura familiar, escolar, social, laboral. Porque así podremos ser y hacernos más felices. La imagen del derecho a la ternura muestra una posición dura con la figura de un señor empuñando el puño, pero a su vez la fragilidad cargando un oso de felpa, explica visualmente que la ternura esta encubierta por la dureza de los cuerpos, los esquemas trazados sobre las líneas de su rostro queriendo salir a través de un objeto inanimado, esa lucha constante de ser o no ser. GENERO LITERARIO Esta majestuosa obra de Luis Carlos Restrepo pertenece al género de la didáctica y su subgénero es el ensayo. La didáctica es un género literario cuya finalidad es la enseñanza o la divulgación de ciertas ideas expresadas de forma artística, utilizando un lenguaje elaborado y recursos de la filosofía. En su origen, la didáctica se desarrolló en crónicas y códigos, que buscaban establecer las normas de convivencias entre los pueblos y de registrar los hechos históricos. Con el tiempo, el género fue adquiriendo nuevas formas para la transmisión de conocimientos especializados. Así fue como comenzó a incluir monólogos y diálogos, y se ramificó en distintos subgéneros. Entre los que se encuentra el ensayo subgénero al cual pertenece el derecho a la ternura. El ensayo: subgénero didáctico en el que se plantea un problema y se defiende desde el enfoque personal de su autor. MOVIMIENTO LITERARIO Restrepo se hizo famoso gracias a un libro, El derecho a la ternura, que lanzó en 1994 y se convirtió en un éxito en ventas. Ya desde unos años antes, en su práctica como psiquiatra y su trabajo como pensador, se había dado a conocer y, desde 1991, había participado en la campaña Viva la Ciudadanía, un ejercicio académico y de movimientos sociales que buscaba acompañar la puesta en práctica de la Constitución de 1991 y abogar por una Colombia más cívica y tolerante. En Viva la Ciudadanía compartió espacios con personas como Hernando Gómez Buendía, Antanas Mockus y el padre Francisco de Roux. AUTOR LUIS CARLOS RESTREPO Luis Carlos Restrepo Ramírez nació en Filandia, Quindío, en 1954, en una familia radicalmente conservadora. Es médico de la Universidad Nacional especialista en psiquiatría y tiene una maestría en Filosofía de la Universidad Javeriana. Fue el Alto Comisionado para la Paz del gobierno de Álvaro Uribe Vélez de 2002 a 2009 y lideró el proceso de desmovilización de las Autodefensas Unidas de Colombia año en que renunció para asumir la jefatura del Partido de la U, cargo que más tarde dejaría a Juan Manuel Santos. En la actualidad es investigado por su presunta responsabilidad en la falsa desmovilización del frente Cacica la Gaitana de las FARC y en su contra pesa una orden de captura internacional.1 Hasta el momento se encuentra prófugo de la justicia. Entre sus principales obras se cuentan: Libertad y locura (1983) La trampa de la razón (1986) El derecho a la ternura (1994) La fruta prohibida: la droga como espejo de la cultura (1994) Ecología humana: una estrategia de intervención cultural (1996) Ética del amor y pacto entre género (1998) Memorias de la tierra (1998) El derecho a la paz: proyecto para un arca en medio de un diluvio de plomo (2001) Más allá del terror: abordaje cultural de la violencia en Colombia (2002) El retorno de lo sacro (2004) Justicia y paz: de la negociación a la gracia (2005) Viaje al fondo del mal (2005)
SENTIDO GLOBAL DEL TEXTO
EJES NARRATIVOS LA TERNURA Se trata de un término que es fruto de la suma de dos componentes de dicha lengua: el adjetivo “terno”, que es sinónimo de “tierno” o “delicado”, y el sufijo “- ura”, que se utiliza para indicar un resultado o una actividad. Para efectos del libro el término ternura se acota a lo largo de toda la lectura colocándolo en varios campos de la vida como son social, intima, política y familiar, definiéndola como
La Primera Carta Del Libro La Resistencia de Ernesto Sabato Llamada Lo Pequeño y Lo Grande Hace Una Evocación y Una Súplica A Pensar en Nuestra Vida Que Poco A Poco Se Ha Transformado en Algo Efímero