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evangelio y vida
Ciudad de México
e+v inicio mayo~junio 2018_evangelio y vida 13/03/18 13:09 Página 2
evangelio y vida
Cuadernos bimestrales
con reflexiones sobre el evangelio de cada día
v vv
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martes • 2018
San José Obrero
Hch 14, 19-28; Sal 144; Jn 14, 27-31ª (San José Mt 13, 54-58).
“La paz les dejo, mi paz les doy”
Esta promesa de paz que hace Jesús a sus discípulos,
me hace recordar la agradable experiencia que muchos
tuvimos en el pasado al visitar los lugares de provincia,
donde era común encontrar las puertas de las casas
abiertas durante prácticamente todo el día.
Este deseo de paz se acentúa cada vez más,
mayo
pensando en los lugares de conflicto de Medio
Oriente, África o la inseguridad que vivimos
actualmente en nuestro país. La paz que Jesús sabe
dar es la que nace de una auténtica experiencia
de Dios que va transformando, desde nuestro
interior, todo nuestro entorno.
El papa Pio XII instituyo la fiesta de San José Obrero
en 1955, para dar un santo protector a los trabajadores
y resaltar la dignidad del trabajo humano, participando
así en la obra creadora de Dios. Es un buen día para
reflexionar sobre las luchas que
la clase trabajadora ha tenido
a lo largo de la historia para
lograr una justa distribución
de la riqueza generada por el
mismo trabajo, muchas veces
mal remunerado y realizado
en condiciones precarias. Las encíclicas de Juan XXIII,
Paulo VI y Juan Pablo II, nos hacen una continua
invitación a luchar por la construcción de un mundo
donde reinen la paz y la justicia.
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6 • mayo • dom
ingo (6° de Pascua) • 2018
Hch 10, 25-26.34; Sal 97; 1 Jn 4, 7-10; Jn 15, 9-17.
“A ustedes los llamo amigos”
No se trata de cambiar solamente una palabra por
otra, sino de un cambio de relación radical: “Ya no los
llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su
amo, a ustedes los llamo amigos, porque les he dado a
conocer lo que he oído de mi Padre”.
¿Cómo tratamos a la gente que nos rodea –papá,
mamá, esposo, esposa, hermano, compañeros de
trabajo o de escuela, vecinos– como siervos, o como
amigos?
Incluso las relaciones familiares se vuelven funcionales:
“¿Se pagaron los servicios de luz, agua o teléfono?, ¿la
casa está limpia y ordenada?, ¿se
hicieron los encargos que pedí?
Porque yo soy quien lleva el
sustento a la familia, yo soy quien
siempre tiene que poner orden, yo
soy el deño de la casa, yo soy
quien manda...”
No es un cambio de palabras
solamente, implica un cambio de actitud. Cuando
estamos de viaje y pasamos experiencias agradables,
lo primero que pensamos es: “Ojala que “x” persona
estuviera aquí”, porque realmente le consideramos
un amigo (aun siendo familiar) y le tenemos en alta
estima. El amor viene de Dios, y todo el que ama ha
nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no
conoce a Dios (2ª Lectura).
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os caminos de los hombres no son
los caminos de Dios. Dios tiene sus
medios y tiempos para llamarnos,
a través de una situación conflictiva,
o de una enfermedad, o de la
invitación de un amigo a participar de un
retiro o encuentro, o en el servicio a gente
desfavorecida, en asilos, orfanatos, cárceles,
comedores para indigentes, hospitales o
zonas marginadas. Dios nos toca el corazón y el
pensamiento y toda nuestra escala de valores
cambia, no así la de la gente que nos rodea,
la familia, que muchas veces ni participan de
la vida de iglesia, o incluso nos dificultan
participar en ella.
Hay personas que son buenos evangelizadores
en la iglesia y comprometidos con la sociedad,
pero los de su casa son de un corazón duro y
frio, incapaces de dejarse tocar por Dios.
Pero también es cierto que, aunque ellos no
se acerquen a Dios, con el integrante de la
familia que sí lo hace, de alguna manera le llegan
las bendiciones a toda la familia. Y quienes se
muestran reacios a la acción de Dios, en las
dificultades terminan pidiendo: Tú que estas
más cerca de Dios, ruégale por mí.
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C
on la bella imagen de la madre que
en el sufrimiento da a luz al hijo,
Jesús ilustra el cambio radical que
han de vivir sus discípulos: de la gran
tristeza y profundo dolor por el asesinato
del Maestro, a la gran alegría del encuentro con
Jesús al volver a verlo ya resucitado.
El sufrimiento de Jesús no es un sufrir por sufrir,
es un sufrimiento con sentido de entrega y
redención por la salvación de los que amó hasta
el extremo.
Sufrimiento, sacrificio, entrega para dar vida.
En el terremoto del 19 de septiembre de 1985
en la Ciudad de México, entre las muchas historias
que se cuentan, está la de una madre sepultada
entre los escombros, que una vez que recobra el
sentido, en lo primero que piensa es en su bebe
que ha quedado a unos metros de distancia; con
grandes esfuerzos logra acercarse a él, pero les
separa una pesada y enorme trabe de concreto,
solamente alcanza a acariciar la cabecita del bebe
para tranquilizarlo. Pero después llora por hambre,
entonces la madre, con la ayuda de un trozo de
vidrio, va abriendo uno a uno sus dedos y lo
alimenta con su sangre. Después de días, los
rescatistas escuchan el llanto del niño y es así
como logran rescatar a la madre con su bebe.
11 • mayo • viernes • 2018
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13•mayo•domi
ngo (Ascensión del Señor)•2018
Hch 1, 1-11; Sal 46; Ef 4, 1-13; Mc 16, 15-20.
“Estos son los Milagros que acompañarán
a los que hayan creído…”
Después de la resurrección, Jesús se presenta varias
veces a sus discípulos; luego se despide y promete
enviarles al Espíritu Santo, quien les ha de fortalecer
y ayudar a recordar y vivir todo cuanto Jesús les
había enseñado.
Los discípulos no actúan por cuenta propia, sino
por el envió del Señor resucitado y fortalecidos con
el Espíritu Santo. El anuncio del Evangelio y su
predicación era confirmada por los milagros que le
acompañaban: “arrojarán demonios en mi nombre,
hablaran lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus
manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño,
impondrán las manos a los enfermos y éstos quedarán
sanos”. Aunque estos milagros no nos acompañen,
podemos hablar de Dios a los enfermos, a la gente en
depresión, a los desalentados por rupturas laborales
o familiares, a los que están de luto,
a los desorientados y confundidos
en la vida. Y podemos “hablar”
no con discursos, sino con nuestro
buen comportamiento, caridad,
cercanía y escucha.
Tengamos la seguridad de que
no seremos nosotros quienes
hablemos y actuemos; será Él,
que se hace presente a través del
Espíritu Santo.
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os discípulos sentían un profundo
agradecimiento por haber sido los
depositarios del mensaje de Dios
recibido a través de Jesucristo.
Ellos fueron evangelizadores,
portadores y transmisores de la buena nueva:
que Dios se hizo hombre en Jesucristo, quien
murió y resucitó por nuestra salvación.
Mensaje de vida que les fue dado y que
transmitieron con fidelidad tanto de palabra
como con la entrega de la propia vida.
Nosotros que nos decimos seguidores de
Jesucristo, que nos encontramos con ese
Jesús en la eucaristía, en la comunidad de fieles,
en la oración: ¿Cómo damos testimonio de
nuestra fe en Cristo? ¿Lo hacemos con una
vida comprometida y fiel?, ¿La gente nota en
nosotros que somos diferentes a las personas
que no conocen a Dios?, ¿Nuestra manera de
ser, de hablar y de vivir, es un vivo testimonio
de la presencia de Dios en nuestro mundo?,
¿Transmitimos con nuestra manera de vivir
la luz y la vida que hemos recibido de
Jesucristo a través de su Evangelio y a través
de los sacramentos, sobre todo del bautismo
y de la eucaristía?
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20 • mayo • do
mingo (Pentecostés) • 2018
Hch 2,1-11; Sal 103; Gal 5,16-25; Jn 15, 26-27.16.12-15.
“Cada uno los oía hablar en su propia lengua”
Una mujer o un hombre de Dios siempre tendrá
palabras de aliento para quien esté pasando
grandes dificultades, porque no hablará por
cuenta propia, sino bajo la guía del Espíritu Santo.
El texto del evangelio resalta cómo se
encontraban los discípulos: encerrados por miedo
a los judíos. Su visión estaba velada, su corazón
lastimado, su esperanza hecha trizas por el
asesinato del Señor. Avergonzaron pública
e injustamente al Maestro condenándolo
a la muerte en cruz, condena reservada
para los perores criminales extranjeros
para infundir miedo a las colonias del
imperio Romano. Los discípulos de
Jesús pensarían para sus adentros: si
eso hicieron con el Maestro, qué nos
espera a nosotros sus discípulos. Pero
el Señor resucitado los transforma con
su presencia, con su deseo de paz y
sobre todo con el don del Espíritu
Santo que infunde sobre cada uno.
Espíritu capaz de transformar el
miedo en fortaleza, la tristeza en alegría,
el desánimo en esperanza. Presencia del Espíritu
que les lleva a vivir y predicar el Evangelio hasta
sus últimas consecuencias, hasta la muerte.
Porque están convencidos de que la muerte no
tiene la última palabra.
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ás que una figura de autoridad, el
sacerdocio debe entenderse como
una figura de servicio, de puente,
de mediación. El sacerdote en el
Antiguo Testamento era quien
elevaba a Dios las peticiones del pueblo y daba la
respuesta de Dios al pueblo. Era quien ofrecía los
sacrificios a Dios, como agradecimiento o petición
por alguna necesidad particular de las personas.
En el sacramento del bautismo, por la unción
con el santo crisma (aceite colocado en la frente
del bautizado en forma de cruz) participamos del
triple ministerio de Cristo como sacerdote, profeta
y rey. Gracias a ello podemos hablar con Dios
nuestro padre, mediante la oración (porque
somos sacerdotes), podemos hablar en nombre de
Dios, porque conocemos su Palabra (porque
somos profetas) y como reyes, podemos gobernar
en nombre de Dios, no como el mundo gobierna,
a través de la opresión, sino a través del servicio y
la entrega generosa, al estilo de Jesús.
El sacerdocio de Cristo se basa en el amor. Esto nos
lo recuerda en la última cena, es decir, la primera
eucaristía, donde nos deja su cuerpo y su sangre
como alimento en forma de pan y de vino.
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27•mayo•domi
ngo (Santísima Trinidad)•2018
Dt 4, 32-34.39-40; Sal 32; Rm 8, 14-17; Mt 28, 16-20.
“Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”
Y como dice el canto: “en el capítulo 4, versículo 8,
Primera de Juan” leemos que Dios es Amor. Es la
gran fiesta que hoy celebramos, este misterio de
Amor que hay en las tres divinas personas, un solo
Dios y tres personas distintas.
Muchas veces nos cuestionamos y reclamamos
cuando se nos pide asistir a pláticas para recibir
algún sacramento. Y decimos:
antes no era así. La verdad es
que antes la gente tenía una
verdadera conciencia de lo que
es el sacramento del matrimonio,
del bautismo, de la penitencia
y de los compromisos que
adquirían al tomar cada uno
de estos sacramentos. Ahora tal parece que lo que
realmente importa es el salón donde será la fiesta,
el conjunto que ha de tocar, la ropa que hemos de
vestir, los invitados que vendrán. Ante la poca
conciencia y compromiso que hay en la actualidad,
la iglesia usa este medio de formación para crear
conciencia de lo que se va a recibir en el
sacramento y éste sea un encuentro que da vida y
no un mero trámite o costumbre religiosa.
El mandato de Jesús de bautizar a todas las
naciones y enseñar todo lo que Él nos mandó
comienza a cumplirse desde la familia, tarea
donde no estamos solos, Jesús está con nosotros.
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J
que sea el servidor de todos”
esús nos pone el ejemplo de autoridad
que debemos ejercer en su nombre,
no una autoridad como la presenta el
mundo: “los jefes de las naciones los
gobiernan como si fueran sus dueños
y los poderosos los oprimen”, sino una autoridad
ganada a través del amor, del servicio, de la
entrega, del ver por los demás.
La autoridad que el mundo nos ofrece se basa
en el miedo y la opresión, la autoridad al estilo de
Jesús, por el contrario, se basa en el amor y la
entrega.
La autoridad en la familia, en la empresa o en
la sociedad se da generalmente por jerarquía: en
la familia, la autoridad son los papas o hermanos
mayores, en la empresa los directivos, y en la
sociedad los gobernantes.
Jesús nos invita a ganar la autoridad como él lo
hacía, a través del amor y del servicio. Una persona
que se preocupa por los demás, que siempre está
dispuesta a ayudar, una persona sencilla, generosa,
humilde, cercana, interesada por nuestro bienestar
más que en el suyo propio, automáticamente se
gana nuestra admiración y respeto, se convierte
en una autoridad moral para nosotros.
La autoridad ejercida con amor, es redención.
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• viernes • 2018
1 Pe 4, 7-13; Sal 95; Mc 11, 11-26.
“Mi casa será casa de oración”
junio
L
eyendo este evangelio recordé una
historia, de las que contaba Anthony
de Mello: “Había un viejo sufí que se
ganaba la vida vendiendo toda clase de
baratijas. Parecía como si aquel hombre
no tuviera entendimiento, porque la
gente le pagaba muchas veces con monedas falsas
que él aceptaba sin protestar.
Cuando le llegó la hora de morir, alzó sus ojos al
cielo y dijo: –¡Oh, Señor! He aceptado de la gente
muchas monedas falsas, pero ni una vez he juzgado
a ninguna de esas personas en mi corazón, sino que
daba por supuesto que no sabían lo que hacían. Yo
también soy una falsa moneda. No me juzgues, por
favor.”
Me cuestiona profundamente la frase “yo
también soy una falsa moneda”. Un billete falso
“parece” tener valor, pero no hay un bien que lo
sustente, es un fraude. Y Jesús me pide ser
auténtico y transparente: decir “sí” o “no”, sin
enredos, sin escondrijos, sin máscaras. Me pide
“ser”, no sólo “parecer”. Ser un hombre que
construye el Reino, que acoge su evangelio y se
esfuerza por hacerlo vida con sus acciones y su
compromiso diario.
Que mi vida sea como la de Jesús, un cristal
puro y transparente, que refleja, sin filtros, el
amor.
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...Y
oren por sus perseguidores”, nos sigue
diciendo Jesús, en esta nueva y
revolucionaria lógica que nos
propone vara vivir y transformar el
mundo: la ley del amor.
Hay una historia (por unos defendida y desmentida
por otros) de una mujer negra sudafricana que
perdona al asesino de su esposo y de su único hijo.
Está ante la Comisión de la Verdad y la Reconciliación,
después del Apartheid. Ante la pregunta sobre
qué desea para el asesino (un ex oficial de la policía,
blanco), la anciana responde: Como ya no tengo
familia, quiero que el señor Van der Broek se
convierta en mi hijo. Me gustaría que viniese dos
veces al mes al gueto y pase un día conmigo de
modo que yo pueda derramar sobre él cualquier
amor que aún quede en mí. También deseo, y éste
sería el deseo de mi esposo, que alguien me guíe al
otro lado de la sala para poder tomar en mis brazos
al señor Van der Broek y abrazarlo, y hacerle saber
que está verdaderamente perdonado.
Cuando alguien acudió a guiar a la anciana al otro
lado de la sala, el señor Van der Broek, abrumado
por lo que acababa de oír, cayó desmayado.
¡Qué tremendo poder transformador tiene el
perdón! ¡Cura las heridas e ilumina la vida!
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24•junio•domi
ngo (San Juan Bautista)•2018
Is 49, 1-6; Sal 138; Hech 13, 22-26; Lc 1, 57-66. 80.
“¿Qué va a ser de este niño?”
El evangelio de hoy termina con un resumen
escueto de toda la vida “oculta” de san Juan: “El
niño crecía, se fortalecía espiritualmente y vivió
en el desierto hasta el día en que se presentó a
Israel”. Pocas palabras comparadas con la larga
narración de su concepción
milagrosa y la algarabía de su
nacimiento. Pocas palabras para
resumir la vida de uno de los
personajes centrales en la
historia de la Salvación, a quien
le tocó preparar al pueblo ante
la inminente aparición de Jesús,
quien lo identificó y lo señaló ante sus discípulos,
quien lo bautizó y quien terminaría entregando
su vida por la verdad y radicalidad del evangelio.
Él mismo parece que fue un hombre de pocas
palabras. Pocas pero directas, contundentes.
Profeta enérgico, formado en la rigidez del desierto,
donde fue limpiando la mirada, purificando la
mente, encendiendo el corazón, “fortaleciendo el
espíritu”, para cumplir con su misión de ser el
último profeta de la espera (AT) y el primero del
cumplimiento de las promesas (NT).
Señor, que yo también limpie mi mirada para
poder reconocerte, acogerte y anunciarte con
fuerza y valentía. Como el buen Juan.
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