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Por qué los niños

deben aprender
Filosofía
Educación

o IRENE HDEZ. VELASCO
o Madrid

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 3 ABR. 2018 03:06

Dentro de cada crío hay un filósofo en potencia; la


cuestión es cómo sacarlo a la luz
Para ayudar a reflexionar a los más jóvenes llegan libros
como 'El niño filósofo', de Jordi Nomen, un manual para
enseñar a pensar
¿Por qué se acaba la vida? ¿Cómo es posible que existan los
números si no podemos tocarlos? ¿Qué ocurre cuando uno
muere? ¿Es posible demostrar si existe o no existe Dios? ¿Cómo
sabemos que los perros no piensan? ¿Todos estamos al corriente
de lo que está bien y de lo que está mal?
Son preguntas trascendentales, metafísicas, dignas de sesudos
pensadores y de meditabundos intelectuales. Pues bien: ahora
pruebe a leer esas mismas preguntas encabezadas por la
palabra «mamá» o «papá». Sí, son algunas de las típicas
preguntas con las que muchos niños martillean a sus
progenitores. Porque dentro de cada chaval hay un filósofo en
potencia. La cuestión es sacarlo a la luz.
«Educad a los niños y no será necesario castigar a los
hombres», sentenció Pitágoras hace ya unos 2.500 años. Sin
embargo, la Filosofía, la disciplina que precisamente enseña a
pensar, a cuestionar, a sacar conclusiones, a aplicar respuestas
críticas a los problemas cotidianos y, en definitiva, a vivir de
forma reflexiva no sólo se encuentra cada vez más arrinconada
en los planes de estudio. Durante mucho tiempo incluso ha
estado vetada a los más pequeños.
Ese saber que juega un papel fundamental a la hora de formar a
ciudadanos comprometidos, con juicio propio y que no sean
idiotas (los griegos llamaban idiotés a quienes no participaban
en los asuntos públicos y carecían de pensamiento crítico)
tradicionalmente ha sido considerado como una materia
demasiado abstracta y demasiado obtusa para los críos, una
forma de conocimiento apta sólo para las mentes plenamente
desarrolladas de los adultos. El suizo Jean Piaget, famoso por
sus estudios sobre la infancia, consideraba por ejemplo que
hasta los 11 o 12 años los niños no eran capaces de desarrollar
el pensamiento crítico.
Craso error. No es así.
Los más pequeños no sólo pueden filosofar, sino que en opinión
de numerosos expertos deben hacerlo. Tienen que hacerlo.
Ya lo decía Matthew Lipman, un filósofo y educador
estadounidense que hasta su muerte hace siete años fue uno de
los grandes defensores de las ventajas que la Filosofía puede
aportar a los más pequeños y al bien común. Tan fervientemente
creía en los beneficios de la Filosofía que en los años 80 creó un
programa educativo llamado Philosophy for children (Filosofía
para niños).

ES NECES ARIO ENSEÑAR A LOS NIÑOS A


FILOSOFAR. DE ESE MODO APRENDERÁN A
PENS AR Y PODRÁN CONSTRUIR UN MUNDO
MEJOR, SER CIUDADANOS ACTIVOS Y
COMPROMETIDOS
Lipman había sido profesor en la Universidad de Columbia y se
había percatado de que sus estudiantes eran capaces de
recitarle de carrerilla toda la historia de la Filosofía, pero sin
embargo no eran capaces de filosofar. Así que llegó a la
conclusión de que debía ser en el colegio donde se aprendiera a
pensar, a preguntarse sobre cuestiones filosóficas y a formar
juicios razonables. Si no, sería demasiado tarde.
Ese convencimiento le llevó primero a crear unos cuentos
filosóficos para niños de 11 y 12 años cuyo objetivo era
enseñarles a ser críticos, estimularles a hacerse preguntas y
a tratar de respondérselas. Durante un año, Lipman estudió
el efecto de esas lecturas en los alumnos de escuelas públicas
de Montclair, en Nueva Jersey. El resultado mostraba que los
beneficios de filosofar se veían reflejados en todas las áreas del
conocimiento. Porque, en palabras del propio Lipman, «la
Filosofía es por excelencia la disciplina que plantea las
preguntas genéricas que pueden servirnos de
introducción a otras disciplinas y prepararnos para
pensar en las demás disciplinas».
Philosophy for children se fue ampliando poco a poco, con
nuevos libros para enseñar a los críos a filosofar y también con
manuales para los profesores en los que se les explicaba cómo
poner en práctica el proyecto. En vista de sus exitosos
resultados, en 1986 el Departamento de Educación de Estados
Unidos reconoció los beneficios de Philosophy for children, y
desde entonces lo subvenciona. Hoy, el proyecto de Lipman está
presente en 40 países.
La pregunta es: ¿cómo demonios se enseña a filosofar a los
críos?
A esa peliaguda cuestión trata de responder El niño filósofo, un
delicioso libro firmado por Jordi Nomen, profesor de Filosofía y
uno de los cerebros detrás de la escuela Sadako de Barcelona,
uno de los centros educativos más influyentes e innovadores de
España. El libro, publicado por la editorial Arpa, es un manual
práctico para ayudar a padres y educadores a enseñar a
filosofar a críos de entre 9 y 12 años.
«Es necesario enseñar a los niños a filosofar. De ese
modo aprenderán a pensar, podrán construir un mundo
mejor, participar activamente en un proyecto común,
podrán ser ciudadanos activos y comprometidos, capaces
de separar la verdad de la mentira en estos tiempos en los que
resulta difícil, en estos tiempos de falsas promesas. Para
contribuir al bien común, tenemos que poder pensar de manera
lúcida y creativa, filosófica. Y eso es algo que o se aprende en
edad escolar o no se aprende», asegura Jordi Nomen.
Estimular el pensamiento filosófico en los pequeños no resulta
en principio complicado. Al fin y al cabo los niños llegan al
mundo con una curiosidad insaciable y una enorme capacidad
de admirar lo que descubren. «Dos cualidades filosóficas»,
señala Jordi Nomen. Se trata de estimularles, de abrirles una
ventana diferente para contemplar el mundo: la de la mirada
filosófica.

FILOSOFAR AHORA ES MÁS DIFÍCIL QUE


NUNCA. EXIGE PRESTAR ATENCIÓN AL
OTRO, TIEMPO PARA REFLEXIONAR Y
PROFUNDIZAR. EN ESTA SOCIEDAD DE L A
INMEDIATEZ RESULTA COMPLICADO

Uno de los modos de enseñarles a filosofar es devolverles


algunas de esas preguntas con las que con frecuencia acribillan
a los mayores. Por ejemplo, ante un «papá, ¿qué sentido tiene
vivir sabiendo que al final todos vamos a morir?» se puede
responder con «¿tú por qué crees?» y, a partir de ahí, establecer
un diálogo. Pero Nomen apuesta, sobre todo, por tres
herramientas para enseñar a los niños a reflexionar: los
cuentos, los juegos y el arte.
Evidentemente, los adultos deben simplificar su lenguaje al
enseñar a los niños a filosofar. «Pero eso no significa obviar el
rigor y la precisión», señala Nomen, subrayando que también es
necesario que sean los propios niños los que descubran los
presupuestos de las ideas y lo que implican. Y, para ello, es
imprescindible que los adultos adopten una posición neutral y
dejen a los críos expresarse libremente. Pero vigilando siempre
que los pequeños sean respetuosos con las ideas de los demás.
El problema es que no basta con que los padres y educadores
tengan espíritu crítico para poder enseñar a filosofar a los niños:
deben ellos mismos ejercitarse en esa práctica, saber hacer las
preguntas adecuadas.
El niño filósofo es, en ese sentido, un libro enormemente útil y
práctico. Nomen pone a disposición de padres y educadores un
total de 12 grandes preguntas que a lo largo de la historia
12 grandes filósofos occidentales se han planteado,
incluyendo la respuesta que daban a las mismas. Platón nos
adentra por ejemplo en la duda trascendental de si debemos
actuar con la cabeza o con el corazón. A través de Séneca,
podemos explorar si hay que tener miedo a la muerte. Qué es el
mal encuentra respuesta en Hannah Arendt. Y de la mano
de Nietzsche se puede comprender el valor de la creatividad.
Pero Nomen no sólo ofrece esas 12 preguntas trascendentales y
la respuesta que a cada una de ellas da un importante filósofo.
También brinda un cuento con el que poder explorar junto a los
niños todas esas cuestiones y las pautas para, a partir de ahí,
poder establecer un diálogo con ellos, chivándoles algunas de
las preguntas que pueden dirigir a los pequeños para hacerles
pensar.
Para adentrarse, por ejemplo, en el pensamiento de Erich
Fromm, Jordi Nomen da la vuelta al cuento de Caperucita roja y
lo transforma en un relato maravilloso: La historia de Caperucita
contada por el lobo, en la que el animal denostado durante
generaciones y generaciones por fin cuenta su versión de los
hechos y se presenta a sí mismo como víctima en lugar de como
agresor. Ese cuento al revés sirve para plantear a los críos
cuestiones como «¿por qué crees que la versión del lobo no ha
llegado hasta ahora y la de Caperucita sí?» o «¿cómo se
construye la verdad?».
Nomen también ofrece un juego y una actividad artística para
proponer a los niños, relacionados los dos con el tema que se
está tratando. Y así con cada una de las 12 cuestiones, con cada
uno de los 12 filósofos que propone.
El caso es que filosofar en tiempos de internet y de redes
sociales, cuando todo son distracciones, se ha convertido en
algo muy complicado. «Filosofar ahora es más difícil que
nunca. La actitud filosófica, el diálogo filosófico, exige
prestar atención al otro, tiempo para reflexionar, para
pensar, para profundizar. Y en esta sociedad de la
inmediatez, de lo rápido, eso cada vez resulta más y más
difícil», asegura Nomen, quien, como jefe del departamento de
Humanidades de la escuela Sadako, tampoco oculta su
indignación ante el relego cada vez mayor de la Filosofía en los
planes de estudio.
«Me da la sensación de que algunos no quieren que
pensemos por nosotros mismos, no quieren que seamos
capaces de descubrir las mentiras y las falacias. Y la mejor
manera de lograrlo es arrinconando las asignaturas de tipo
humanístico, la Filosofía, pero también la Historia, la Literatura...
Esas son materias que deben estar en el currículo porque nos
hacen mejores ciudadanos», sentencia.

http://www.elmundo.es/papel/historias/2018/04/03/5ac23f5ce2704e336d8b4585.html

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