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de “Mayo 68”
Contestación, anarquismo y revolución
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Octavio Alberola
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La rebelión
de “ Mayo 68 ”
Contestación,
anarquismo
y revolución
Octavio Alberola
Octavio Alberola es anarquista. Nació en España, en Alaior, Islas Baleares, en
1928. Hoy reside en Perpignan, Francia. En 1939 llega a México con sus
padres. A partir de ese momento comienza su militancia anarquista. Actúa en
las Juventudes Libertarias y en la CNT española en México. En 1962 forma
parte de la organización clandestina “Defensa Interior” constituido por el
Movimiento Libertario Español con posterioridad al congreso de la CNT de
1961.En la actualidad participa del “Grupo por la revisión del proceso
Granado‐Delgado” que, desde 1998, está exigiendo la anulación de las
sentencias franquistas. También integra los “Grupos de Apoyo a los
Libertarios y Sindicalistas Independientes en Cuba”, GALSIC. Incansable,
también colabora con otras iniciativas libertarias en Europa. Es un hombre
lleno de historias, escritas en una trayectoria de vida libertaria agitada e
intensa.
Extraído de:
http://mislatacontrainfos.blogspot.com.es/2010/05/ana‐
entrevista‐octavio‐alberola.html
http://starm1919.blogspot.com.es/ http://elsetaproducciones.blogspot.com.es/
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La rebelión de “ Mayo 68 ”
Contestación, anarquismo y revolución
Publicado el 1 de abril de 1974 en RUTA ,
Órgano de las Juventudes Libertarias en el exilio,
Caracas, Venezuela,
Después de los acontecimientos vividos en Francia, en la primera mitad del
año 1968, se imponía hacer un análisis de la situación general a la que nos
vemos enfrentados hoy los anarquistas y particularmente los españoles: tanto
por la continuidad de la dictadura en nuestro país como por la continuidad
del proceso de decadencia del movimiento libertario internacional
organizado. Y ello pese a la actualización de los principios anarquistas en el
mundo de hoy. De ahí la importancia de sacar las consecuencias lógicas del
movimiento de contestación que ha estado agitando al mundo. Contestación
que en Francia ha alcanzado dimensiones revolucionarias insospechadas al
estar las tesis de los "grupúsculos" anarquistas juveniles tan presentes en los
acontecimientos que ella provocó.
Ahora bien, aunque esto haya sido posible ‐en gran parte‐ por la influencia del
proceso de radicalización revolucionaria que progresivamente ha ido
contagiando a las nuevas generaciones de militantes revolucionarios en todo
el mundo como reflejo obligado de las luchas anticolonialistas en Asia, África
y América Latina, lo más sintomático es que esta radicalización se haya
producido en ruptura total con las organizaciones revolucionarias clásicas y
sin obedecer a una estrategia ideológica determinada.
Al contario, ella ha arrancando del rechazo al conformismo e inmovilismo de
los viejos cuadros dirigentes de estas organizaciones, las que, pese a la
diversidad de tendencias, coincidían en una misma renuncia revolucionaria y
en la implantación de estructuras burocráticas paralizantes. De ahí que, a
pesar de la diversidad de corrientes ideológicas, las nuevas generaciones se
hayan encontrado y hayan coincidido en la misma actitud de rechazo, y que la
contestación persiguiera y persiga los mismos objetivos: “revivir la lucha
revolucionaria para hacer posible la marcha hacia la revolución”.
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Lucha revolucionaria que –dejando de lado las organizaciones
descaradamente reformistas‐ se había quedado reducida a un demagógico y
paralizante verbalismo revolucionario en manos de las organizaciones
revolucionarias clásicas. Principalmente en las organizaciones marxistas, con
la exaltación verbal y escrita de las luchas revolucionarias del “Tercer
Mundo”, como cobarde justificación de conciencia y de impotencia, mientras
se aceptaba, en el “Mundo capitalista” desarrollado, una legalidad
hipotecadora de toda acción revolucionaria auténtica. Es así como todas las
organizaciones clásicas dejaban, de hecho, de ser revolucionarias para
entrar ‐reconociéndolo o no‐ en la vía reformista; pese a seguir reclamándose
revolucionarias en el nombre y en la ideología.
Han sido pues los acontecimientos de mayo los que han puesto brutalmente
en evidencia esta dejación revolucionaria y han permitido probar cuál es la
verdadera función de las organizaciones revolucionarias clásicas en el seno
de la actual sociedad neo‐capitalista. Su actitud frente a la espontaneidad
revolucionaria de las masas y a la combatividad juvenil probó definitivamente
su evolución reformista y la función integradora que vienen llenando en el
seno de esta sociedad.
La juventud, en ruptura generacional, ha descubierto la función reformista e
integradora de las viejas formaciones de la Izquierda clásica y ha enarbolado
la bandera de la acción revolucionaria que aquellas habían arriado por la
desmovilización revolucionaria de las masas en la sociedad del “bienestar”
material y del "gran consumo".
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La denuncia de esta actitud reformista y contrarrevolucionaria era, hasta
ayer, la obra de una minoría reducidísima de militantes en rebeldía en cada
organización. Hoy, pese a todos los malabarismos demagógicos de los
revolucionarios‐burócratas, son grupos importantes de la juventud y del
proletariado los que han constatado y rechazado las orientaciones
descaradamente contrarrevolucionarias de todas las organizaciones que
integran la Izquierda clásica. Organizaciones que sólo sirven para encausar la
acción de las masas por los caminos bien controlados de la legalidad
democrático‐capitalista.
La importancia y la profunda significación del proceso revolucionario, que los
acontecimientos de mayo en Francia han puesto al descubierto, estriban en el
hecho de que las minorías revolucionarias y las masas han creído de nuevo
en el valor de la acción directa como único instrumento efectivo de lucha
frente al capitalismo y al Estado opresor, aunque éste haya llegado al Poder
por la vía “democrática” electoral.
De ahí la postergación de las élites burocráticas, de todas las organizaciones y
partidos de la Izquierda clásica, por la espontaneidad estimulada gracias a la
acción de minorías activistas que no habían renunciado ni al ideal
revolucionario ni a la acción directa consecuente con el mismo. Es pues de
esta manera que las “élites” burocráticas se han visto obligadas a poner al
descubierto su verdadera función contrarrevolucionaria. No sólo al no
renunciar a la “dirección" del movimiento que las masas habían iniciado (sin
siquiera consultarles) sino también al movilizar toda la estructura sindical y
política para circunscribirlo al terreno de las reivindicaciones salariales
clásicas, de los planteamientos legalistas y a su reintegración dentro del
marco integrador de la sociedad neo‐capitalista. Y, sobre todo, al oponerse a
la espontaneidad revolucionaria y a combatir juntos al sistema opresor, para
así apartar las masas de la contestación global del sistema, que era la principal
reivindicación del movimiento revolucionario.
No obstante, fue así como los grupos revolucionarios juveniles que animaron
la contestación lograron alcanzar ‐aunque quizás sin proponérselo‐ un doble
objetivo que puede tener consecuencias incalculables en el futuro : tanto para
que las masas ‐no sólo en los países del ”Tercer Mundo” o en los llamados
países subdesarrollados‐ crean en la eficacia de la acción directa y la usen
sino también para que tomen conciencia del papel reformista, integrador y
contrarrevolucionario de esos partidos y esas organizaciones obreristas y
sindicales que han aceptado encuadrar toda su acción dentro de la
“legalidad" democrático‐burguesa.
Por algo será que el capitalismo les ha concedido el estatus legal, que las
defiende y respeta al comprender que eso las sitúa en contradicción con el
ideal revolucionario. Ideal que parte de una constatación objetiva en el curso
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de la historia : la lucha de clases es totalmente incompatible con la
"democracia” instaurada por la burguesía.
LA CONTESTACIÓN Y LA ACCIÓN REVOLUCIONARIA
Por ahora poco importa que los “grupúsculos” revolucionarios no pudieran
llevar más lejos la experiencia impugnadora ni que las "élites" burocráticas
hayan logrado recuperar el control de sus bases, como tampoco que el
capitalismo francés haya podido sortear la crisis gracias a la actitud
contrarrevolucionaria de toda la izquierda legalista exigiendo elecciones.
Poco importa, porque el valor de ejemplo de esta lección histórica tendrá
efectos decisivos para las luchas del porvenir; ya que hasta los más
conformistas han debido admitir que las “condiciones objetivas” de las
sociedades de “gran consumo” no implican, necesariamente, la inexistencia de
condiciones revolucionarias.
Al igual como en América Latina, el proceso de radicalización revolucionaria
de la juventud parte de una toma de conciencia frente a la abdicación
revolucionaria y el reformismo ideológico de las formaciones de la “izquierda
clásica”, también en los países industrialmente más desarrollados este
proceso, de radicalización de la contestación juvenil, parte de la misma
constatación. Una abdicación revolucionaria que, en la mayoría de los casos,
se ve agravada por una indiscutible complicidad en la explotación neo‐
colonialista existente actualmente en los países subdesarrollados. Y ello pese
a la continua demagogia de estas formaciones en torno a la solidaridad
revolucionaria con el “Tercer Mundo”.
Por ello, pese a las explicaciones ‐más o menos artificiosas‐ que se han
querido dar para explicar este fenómeno de radicalización revolucionaria de
la juventud, en el fondo no se trata más que de una toma de conciencia de la
contradicción fundamental que tiene paralizada a la “izquierda clásica” en el
mundo. Una toma de conciencia y el firme propósito de superar esta
contradicción, tanto en el terreno teórico como en el práctico. Y ello con la
misma voluntad que, en el pasado, otras generaciones se entregaron a la
lucha revolucionaria con auténtico fervor y espíritu de renovación frente a la
decadencia conservadora de las generaciones que les había procedido. Claro
está que, ahora, al ser las condiciones históricas diferentes y al disponer de
una experiencia histórica más vasta ‐que ha puesto repetidamente en
evidencia las contradicciones revolucionarias‐, es lógico que la voluntad de
renovación ensaye nuevos métodos y se fije nuevos objetivos.
Este fenómeno histórico es de singular importancia por cuanto, esta
renovación, intenta operar en el seno de todas las fuerzas sociales y en todos
los campos de la actividad humana, en los que la dinámica propia de la acción
y la información, que caracterizan nuestra época, han puesto en entredicho
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todas las fronteras dogmáticas en las que las doctrinas filosóficas o religiosas
y las ideologías políticas querían encerrarse para construir su mundo y su
historia.
Por supuesto, dentro de esta corriente renovadora no todo es
auténticamente puro ni dejan de haber intenciones oportunistas para
encubrir una falsa renovación : una apariencia de renovación que permita a
las viejas estructuras de seguir en pie. Pero es indudable que, pese a ello, el
proceso no deja de generar también, en el propio seno de esas falsas
renovaciones, inquietudes y energías creadoras que van más allá de la
simulación y se enmarcan dentro del proceso de contestación global. Al punto
de crear ‐en el interior de estos movimientos, particularmente en el marxista
y en el cristiano‐ situaciones conflictivas de extrema gravedad y violencia :
tanto porque en ellos la renovación tiene que enfrentarse al dogmatismo
doctrinal como también a la represión policiaca ‐la represión ejercida por los
Estados que se reclaman oficialmente de dichas ideologías y que la ejercen
en su nombre para preservar la ortodoxia en el Poder.
No es de extrañar pues que esta renovación ideológica haya desembocado en
la contestación global y en la acción revolucionaria frente a una sociedad que,
en el Este como en el Oeste, en nombre de la democracia o el socialismo, bajo
las directrices cristianas o marxistas, continúa explotando y oprimiendo al
hombre con los mismos criterios mercantilistas del capitalismo y de los
Estados fuertes. Lo mismo en Berlín que en Varsovia, en París que en
Belgrado, en los USA que en la URSS, la juventud estudiantil y los sectores
más consecuentes de la juventud obrera se rebelan contra el sistema
autoritario, contra el poder de las “élites” burocráticas que perpetúan e
incrementan todas las formas de alienación del hombre. De ahí que se llegue a
impugnar no sólo el sistema sino también la ideología que lo informa. Y que,
en donde las condiciones lo posibilitan, se pase a la acción revolucionaria,
como consecuencia lógica de esta impugnación. Pues, la contestación es, ante
todo, una denuncia y un rechazo de una civilización a la que las propias
ideologías revolucionarias clásicas han aportado su justificación alienadora al
encerrar la revolución en un conjunto de esquemas dogmáticos.
La contestación parte de una crítica histórica implacable y sin distingos, por
cuanto tiene ante ella todo un cúmulo de experiencias irrefutables que le
permiten poner en duda no sólo las realidades actuales sino inclusive las
profecías : tanto la profecía capitalista con su sociedad de gran consumo, como
la profecía marxista, con su sociedad comunista. Una, la primera, que ha
conducido, entre otros, al genocidio del pueblo del Vietnam, y la otra, la
segunda, que dio el estalinismo : con su universo concentracionario del cual
no logran evadirse ‐pese a la desestalinización‐ ni en Rusia ni en los países
satélites.
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Es así como, las "élites" burocráticas de Oriente y de Occidente, con la
complicidad que establece la comunidad de intereses y de crímenes, han
llegado inexorablemente al compromiso y a la solidaridad autoritaria, del
orden establecido, con la llamada "coexistencia pacífica"; que no es más que
la paz y el orden de la matraca policiaca de la represión política en todo el
mundo.
La "juventud en cólera", la juventud que anima el movimiento de contestación
ha comprendido que, como decía Albert Camus, “el revolucionario que no es al
mismo tiempo un rebelde no es un revolucionario, sino un policía, un
funcionario que se vuelve contra la rebelión". De ahí que la contestación sea, al
mismo tiempo, rebelión y acción revolucionaria contra las estructuras
históricas que materializan la opresión.
LA CONTESTACIÓN IDELÓGICA
El hecho histórico más importante y más prometedor de nuestra época es
esta sensibilización revolucionaria de la juventud; aunque, sin duda alguna,
este fenómeno de politización juvenil debe haberse producido ye en otras
etapas de la historia. Pero, en el pasado, siempre ha sido una politización
condicionada y encuadrada por los intereses de las viejas generaciones que,
entrechocando entre sí, necesitaban provocar convulsiones sociales para
poder alcanzar sus ambiciones. Actualmente, el fenómeno es totalmente
distinto. La juventud se rebela contra el paternalismo de la generación vieja
que, al contrario del pasado, es partidaria del estatus quo revolucionario, de la
“coexistencia legal” entre explotados y explotadores, entre oprimidos y
opresores. Una generación que, en el caso de la fracción que aún se reclama
revolucionaria, es partidaria de una demagogia revolucionaria verbalista, que
no ponga en juego su cómoda integración a la presente sociedad de valores e
ideales mediatizados. Por ello la politización' de la juventud se opera contra
todas las ideologías políticas y se orienta hacia una experiencia de
contestación global que, además de poner en causa la alienación capitalista
rechaza todas las formas de alienación autoritaria, inclusive las alienaciones
ideológicas que se pretenden revolucionarias.
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No, no hay una teoría definida que explique y limite esta contestación. Y,
mucho menos que encuadre esta sensibilización revolucionaria. Ella se opera
en todos los frentes, oponiendo una resistencia ejemplar a su
encuadramiento doctrinal. Aunque en lo esencial, al Este como al Oeste, al
nivel cultural o al social, en la forma de resistencia pasiva o de lucha violenta,
la contestación se reconoce en una misma actitud antiautoritaria y se apoya
solidariamente.
“La fuerza de nuestro movimiento decía Daniel Cohn Bendit respondiendo a
una pregunta de Jan‐Paul Sartre– reside precisamente en que se apoya sobre
una espontaneidad incontrolable, que da el impulso sin buscar a canalizar, a
utilizar a su provecho la acción que él ha desencadenado.” En efecto, y en cierto
modo, esta misma espontaneidad y diversidad son, a la vez, el resultado de un
propósito consciente de provocar la acción y de una necesidad vital e
histórica de encontrar nuevas formas de organización que no sean en si
mismas paralizantes.
"En ciertas situaciones objetivas, las acciones de una minoría activista ayudan a
que la espontaneidad reencuentre su lugar dentro del movimiento social. Es
ella la que permite el empuje hacia adelante y no las consignas de un grupo
dirigente. Este es el punto esencial. Esto muestra que se debe abandonar la
teoría de la ‘vanguardia dirigente’ para adoptar la teoría, más simple y más
honesta, de la ‘minoría actuante’ que juega el papel de un fermento
permanente, empujando a la acción, sin pretender dirigir.”
Estas declaraciones, que respondían a una realidad en marcha durante el
movimiento de mayo en Francia, definen una estrategia y unos objetivos
revolucionarios concretos, que van mas allá de las absurdas fronteras
impuestas, a la acción revolucionaria, por las ideologías que se han
demostrado incapaces de trascender sus limitaciones dogmático‐sectarias.
Particularmente aquellas que, tras la conquista del Poder, se han
institucionalizado, convirtiendo lo que era una ideología revolucionaria en
ideología de Estado, en ideología represora y contrarrevolucionaria, como lo
han probado todos los acontecimientos recientes en los países “socialistas”.
Hasta ahora, la renovación intentaba operar una especie de purificación en el
seno de cada ideología, creyendo poder conseguirlo con una simple
renovación de hombres en los puestos claves del movimiento revolucionario.
Ahora ya se comienza a pensar y actuar de otra manera, la posición es ya
menos simplista, más objetiva, más lógicamente crítica. La renovación implica
ahora una contestación conceptual global de todo el pensamiento
revolucionario, y, en primer término, del propio concepto de ideología. No
sólo porque éstas han mostrado ‐como lo mostraron en el pasado las
doctrinas morales y religiosas‐ su inocuidad frente a los fenómenos
absolutistas, contrarrevolucionarios, sino también porque pueden ser
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instrumentalizadas por las “élites” dirigentes para satisfacer su ambición de
concentración del poder personal, y con ello el inmovilismo burocrático y la
demagogia. Pues hasta la propia ideología libertaria se ha demostrado
incapaz de evitar todos estos desviacionismos autoritarios, toda la corrupción
institucional que se creía poder evitar con la simple afirmación doctrinal de
una ideología no autoritaria.
CONTESTACIÓN : CRITERIO VIEJO Y CRITERIO NUEVO
Por ello no es de extrañar que los jóvenes anarquistas franceses llevaran –
siguiendo el ejemplo dado por los jóvenes libertarios españoles‐ también la
contestación al seno del propio movimiento anarquista francés, del que
acabaron separándose para conseguir su independencia de acción y el
derecho de propiciar una línea más revolucionaria, tras vanos intentos por
sacarlo de su letárgico vegetar burocrático y de una formal y cruda puesta en
causa del espíritu y los hábitos paternalistas de la vieja militancia. Esa
militancia que, sin quererlo y sin darse cuenta, se había ido integrando
folklóricamente al orden capitalista y al vegetar demagógico, como el resto de
las “fuerzas revolucionarias de la izquierda francesa.
Tal como se ha demostrado después y como lo probó el sentido claramente
antiautoritario de la contestación de mayo, no se trataba de una ruptura con
las ideas anarquistas sino de una saludable ruptura con todo lo que, dentro
del anarquismo, representaba el conservadurismo burocrático y el
inmovilismo revolucionario de grupos de militantes que, consciente o
inconscientemente, se habían reducido el horizonte y la actuación a la simple
rutina y mitos orgánicos, mediatizando el anarquismo tanto en el terreno de
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la acción revolucionaria como en el ideológico, con su inevitable secuela de
exclusivismos y sectarismos.
Los libertarios, deben comprender y admitir que el conflicto planteado por la
juventud revolucionaria, en el campo de la contestación internacional, no va
dirigido sólo contra las estructuras arcaicas de la sociedad moderna ‐
incluidas las organizaciones de la Izquierda clásica– sino que ella proviene de
una rebelión, de una contestación inicial en el seno de sus respectivos
movimientos, frente a la mentalidad y conducta arcaica, paternalista e
inmovilista de los viejos cuadros dirigentes. Lo que si bien puede herir la
susceptibilidad de militantes con un largo y honroso historial de lucha, no por
ello debe silenciarse.
En este sentido, y los anarquistas podemos decirlo con un cierto orgullo y
satisfacción, nuestra puesta en causa del reformismo paralizante y de la
demagogia ideológica, con los que nuestros dirigentes‐burócratas han
querido encubrir su paternalismo conservador, ha sido acertada, necesaria y
dinamizadora. No sólo porque ha sido esta actitud la que ha permitido al
anarquismo volver a ser revolucionario sino también para ser otra vez centro
de interés y de actualidad.
Sin este primer paso, obligadamente necesario, habría sido imposible llegar a
la contestación global del sistema opresivo, a la sensibilización revolucionaria
y a la radicalización de la lucha que acabaría evidenciando el papel
contrarrevolucionario de las organizaciones clásicas integradas a la legalidad
democrático‐capitalista.
Ya sea en los Estados Unidos, en Francia, en la América Latina o en otras
partes, el movimiento de rebelión de la juventud actual se manifiesta primero
por esta rebelión antipaternalista. Por ello el primer paso consiste en la
afirmación de un criterio “nuevo” frente a todo lo “viejo”. Viejo más bien en el
sentido fisiológico que histórico; porque no sólo el hombre, al envejecer, se
vuelve conservador, sino también las organizaciones, las ideologías y la
propia sociedad. El fenómeno de anquilosamiento, de decadencia senil, es
general y ni siquiera las organizaciones, las ideologías y las sociedades que
han respondido, en su origen, a una inquietud y a una voluntad revolucionaria
escapan a esta ley natural del devenir humano. He ahí el por qué esta
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decadencia tenía que acabar engendrando en la juventud ‐como reacción
inevitable‐ un espíritu de renovación difícilmente domesticable por las viejas
generaciones sumidas en un estado de postración revolucionaria sin
precedentes.
Por el momento, la renovación está en la fase de la contestación crítica, en la
fase de la demolición de dogmas y tabúes, y, aunque en su etapa actual ya
pueden descubrirse las líneas generales de una renovación ideológica y
revolucionaria de gran trascendencia para el porvenir de la revolución, su
formulación teórica sólo será posible en la medida que la acción impugnadora
pueda continuar.
Lo importante ahora es pues que la contestación continúe y que la juventud,
que la haga suya, sepa preparar el relevo a las nuevas generaciones. No sólo
por ser consciente de que el proceso revolucionario no puede ser agotado por
una sola generación sino también para atribuirle límites. Límites que
fatalmente acabarían engendrando nuevos dogmatismos.
Así, prosiguiendo la contestación crítica, la acción revolucionaria se consolida
ideológicamente con todos los aportes positivos del pensamiento
antiautoritario no dogmático que, hasta ahora, el sectarismo ideológico había
discriminado. Pues inclusive en los medios anarquistas, en los que por
definición ello no debería ser posible, se había producido tal discriminación a
causa de los desviacionismos burocráticos y autoritarios.
CONTESTACIÓN Y REVOLUCIÓN
De ahí la significativa coincidencia entre la contestación y los movimientos
revolucionarios que, en diferentes puntos del mundo, han entablado el
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combate al imperialismo made in USA o made in URSS. Tanto para afirmar su
independencia, frente a toda clase de tutelaje ideológico, como para
reactualizar la autenticidad revolucionaria. Y es así aunque en su seno haya
jóvenes de todas las procedencias ideológicas y aunque la unidad doctrinal
sea aún quimérica. De ahí la importancia de que, pese a las divergencias
doctrinales, la juventud revolucionaria haya descubierto la existencia una
comunidad de objetivos y de una línea práctica de trabajo y de encuentro
para todos los que sinceramente quieren luchar por la revolución.
“Alrededor de las barricadas se ha realizado la unidad obrera y revolucionaria,
contribuyendo así los estudiantes a la defensa de los intereses de los
trabajadores. Esta unidad se ha fraguado en la democracia obrera y en el
respeto de todas las tendencias revolucionarias.” (De la Declaración “En pie
pueblo obrero”, del Movimiento 1° de Mayo).
“Por lo pronto, y más allá de las oposiciones grupusculares, hemos podido
realizar un trabajo en común. No es cuestión, pues, de decretar la inexistencia
de tales oposiciones manera voluntarista; pero está en curso un proceso en el
que las divergencias nacerán de la confrontación teórica y práctica en la
realidad más que de las querellas de palabras entre capillas. Los
particularismos terminológicos son ya puesto en causa en tanto que
percepciones rígidas e inmutables de la realidad que funciona como medio de
diferenciación con los otros grupúsculos y no como instrumento de análisis
científico. Por otro lado, nosotros estamos dispuestos a evitar la recuperación
por un grupo político particular, como por la administración y los profesores
liberales adeptos al “diálogo” y a la “contestación” en sala cerrada.” (Extraído
del Boletín del Movimiento 22 de Marzo, Nanterre, abril 1968)
La afirmación, teórica y práctica, enunciada por la juventud revolucionaria en
América Latina, “la revolución es la obra de todos los revolucionarios”, ha
tenido una indiscutible repercusión y prolongación en el movimiento de
contestación social del mes de Mayo en Francia. Y, en su sentido más
profundo, ha puesto espectacularmente a todas las organizaciones
revolucionarias clásicas delante de un dilema decisivo : volver a la
autenticidad revolucionaria o traicionar la revolución al consolidar, con su
actitud reformista, al bando defensor de la legalidad democrático‐capitalista.
Además, esa afirmación revolucionaria antisectaria ha devuelto a la
revolución su independencia y autenticidad doctrinal que todas las ideologías
querían secuestrar en beneficio exclusivo.
Así, al afirmar la acción directa se rompe con toda la práctica reformista y se
vuelve a los orígenes prometedores de las ideologías revolucionarias. Se
descubre la autenticidad de las diversas posiciones y que las divergencias no
tenían el carácter fundamental e irreconciliable que posteriormente han
llegado a tener. Y así se comprende que el problema de la revolución es algo
que compete a todos los revolucionarios y no sólo a tal o cual fracción de
ellos, y que es absurdo e inadmisible pretender apropiarse de la revolución
en nombre de tal o cual ideología.
La contestación, en el campo de la revolución, implica, pues, la denuncia de
todos los viejos dogmas revolucionarios que condujeron a la clase
trabajadora a constituirse en bandos antagónicos y, en consecuencia, a su
progresiva desmovilización revolucionaria. De ahí que esta denuncia
implique también concebir la revolución como la rebelión permanente de
todos los oprimidos frente a todas las formas, presentes o futuras, de la
opresión. Una rebelión que debe ser antidogmática en lo fundamental, pues
es a partir de ella que todos los humanos podrán alcanzar su auténtica
liberación y practicar, al mismo tiempo, una efectiva solidaridad
revolucionaria, sin la cual la revolución no sería posible ni siquiera deseable.
CONCLUSIÓN
De todo lo anteriormente expuesto se puede sacar una serie de conclusiones
que, pese a que pueden parecer heréticas para los detentadores del dogma y
dar lugar a nuevas excomuniones, hay que tener la honradez y la decisión de
expresar con toda claridad, tanto para ser consecuente con las mismas como
con la ética libertaria que decimos sustentar.
La primera es que, después de más de medio siglo de enfrentamientos y de
exclusivismos revolucionarios, todas las corrientes socialistas –“libertarias” y
“autoritarias”‐ tienen que reconocer lo negativo del dogmatismo
revolucionario y la necesidad histórica de crear una unidad de acción
revolucionaria frente al principal enemigo de la revolución : el sistema
capitalista en todas sus variantes, sea el capitalismo privado o el capitalismo
de Estado.
La segunda es que no se encontrará uno solo, entre todos los grupos
revolucionarios que intentan replantear la lucha global contra el capitalismo,
que no sienta y defienda esta necesidad histórica de unidad revolucionaria
para marchar hacia la revolución. Una comunidad de miras y de enfoque que
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tiene, además, como elemento estimulador y como garantía para el porvenir,
la experiencia acumulada e inobjetable de los fracasos sucesivos de todos los
dogmatismos revolucionarios. Y entre ellos, por si esta experiencia no fuera
aún suficiente, la brutal agresión imperialista soviética contra el propio
partido comunista checoslovaco, que ni en descaro ni en brutalidad tienen
nada que envidiar a las peores agresiones del imperialismo yanqui. Una
agresión que ha demostrado, sin lugar a equívocos, a donde conduce
fatalmente el dogmatismo ideológico, el autoritarismo y la exclusividad
revolucionaria.
Unos y otros descubren que el problema libertad/autoridad es más complejo
que lo habían imaginado. Que ni el Estado se destruye a si mismo, para dar
paso a una sociedad libre, ni los libertarios escapan a las prácticas
autoritarias cuando establecen formas de organización paternalista y
burocrática. En uno y otro caso la realidad no concuerda con la teoría y el
ideal es, consciente o inconscientemente, traicionado.
“El problema esencial está en situarnos dentro de una perspectiva crítica con
respecto a la sociedad dentro de la cual vivimos. Todas las posiciones que
tienden a justificar esta sociedad no nos interesan. Nosotros nos situamos del
punto de vista de la contestación de la sociedad y del Poder. No es transformar
las relaciones de producción, sino transformar la noción misma del trabajo
económico lo que nos interesa. Se trata pues de una revolución. En los países del
Este, a la burocracia del Poder burgués se ha sustituido una burocracia del
partido comunista puesto como líder de la clase obrera; el problema del Poder
no ha sido resuelto, sólo se ha desplazado. Ahora bien, dentro del Movimiento
del 22 de Marzo, nosotros queremos (otra tendencia no está de acuerdo) meter
en causa no sólo aquellos que ejercen el Poder sino la idea misma de un Poder,
de una Jerarquía, de una Dirección.” (De la declaración de O. Castro, militante
del Movimiento del 22 de Marzo, en la Mesa Redonda organizada por Radio‐
Luxemburgo el 17 de mayo de 1968).
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Que duda cabe que, mientras marxistas y anarquistas no hayan encontrado
una solución común al problema eficacia‐libertad, el problema del Poder
sigue y seguirá siendo la piedra de toque de todas las divergencias del
movimiento revolucionario. Pero, en ambos campos, e inclusive fuera de ellos
(al menos oficialmente), está en marcha un proceso de replanteamiento, de
análisis, de búsqueda de una síntesis eficaz y lógicamente consecuente con el
ideal de una sociedad auténticamente libre, en la que el hombre se libere
definitivamente de todas las sujeciones físicas y espirituales. No son sólo
pensadores de diversas procedencias los que han sentido y afirmado, con
hechos, esta necesidad y esta voluntad de superar, crítica y prácticamente, el
gran escollo que imposibilita la unidad, la coherencia y el triunfo del
movimiento revolucionario, sino también pensadores de los diferentes
grupos juveniles inmersos en el proceso de contestación que sacude al mundo
.
Para nosotros es, pues, un deber el ayudar a que esta síntesis sea posible,
tanto porque ella es la condición sine qua non de la marcha hacia la revolución
como para que la orientación antidogmática, antiautoritaria, esté sólidamente
garantizada en ella. Sin olvidar que, para que todo esto sea alcanzado –como
lo ha probado el movimiento de contestación‐ se requiere de la continuidad
del proceso de radicalización revolucionaria que afirma, frente al reformismo
integrador, la acción directa y el testimonio permanente de una solidaridad
revolucionaria, la afirmación de la Rebelión del hombre frente a toda forma
de imposición, de esclavitud, de alienación. Además de la denuncia y el
combate contra toda forma de demagogia revolucionaria y de mixtificación
ideológica, del rechazo del dogmatismo del burocratismo, y del
convencimiento de que el socialismo es inseparable de la libertad, y que el
anarquismo no es simplemente sinónimo del rechazo de la autoridad. Pues
también en su nombre algunos dirigentes‐burócratas han impuesto en el seno
del movimiento las peores aberraciones sectarias y autoritarias, al igual como
en el otro campo revolucionario fueron posibles las aberraciones estalinianas
en todas sus variantes : rusa, china, etc.
Y ello porque las afirmaciones deben implicar una gran responsabilidad para
los revolucionarios; particularmente para los anarquistas, por ser quienes
más hemos insistido en la importancia de combatir el dogmatismo y practicar
la solidaridad. Tenemos pues que ser los primeros en demostrar que lo que
decimos lo sentimos y lo practicamos. Junto con el ejemplo de la entrega en la
acción debe venir, inseparable, el ejemplo de la conducta antidogmática y
solidaria. Debemos pensar, sentir y demostrarlo en los hechos que, para
nosotros nada importan las denominaciones, las etiquetas, si detrás de ellas
no hay una actitud humana dispuesta a luchar fraternalmente para acabar
con la explotación y el dominio del hombre por el hombre.
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Participar y ayudar a que esta regeneración del ideal y la acción
revolucionaria fructifiquen debería ser uno de los imperativos de la hora para
todo anarquista que se precie de serlo y que no se resignen a ser simple
espectador de la historia. No olvidemos que de nuestro aporte a la
contestación y a los grupos juveniles que la animan dependerá el grado de
afirmación libertaria y de orientación definitivamente antiautoritaria de la
misma.
Epílogo
40 años después…
Este "epílogo" está escrito 40 años después de haber sido escrito y publicado el
texto que precede. Es decir, hace más de 46 años de aquel mítico mes de Mayo de
1968 que tantas ilusiones despertara en cuantos en el mundo aspiraban y aspiran
a un mundo sin miseria y opresión.
De un tal entusiasmo e ilusión es un testimonio fehaciente mi propio texto, y, no
obstante el tiempo pasado desde entonces y la situación en la que se encuentra
hoy el mundo, sigo considerando que ese movimiento de contestación
antiautoritaria fue decisivo para la renovación del pensamiento revolucionario y
de su práctica en un sentido de mayor autenticidad y coherencia en lo que debe
ser el ideal emancipador liberado de dogmas y sectarismos.
Es posible que la situación actual impida ver esos logros y que algunos
consideren aquello un fracaso más en la larga historia de la emancipación
humana. Yo no lo creo y estoy convencido de que el mundo de hoy es, pese al
aparente triunfo del capitalismo mundializado, más libre y humano que
entonces lo era. La crisis actual, provocada por el irracional funcionamiento del
capitalismo, prueba la incapacidad de este sistema a responder a aquellas
aspiraciones y me incita a pensar no está lejos el día en que las nuevas
generaciones tomarán el relevo de aquel combate para seguir profundizando y
avanzando en el camino de una humanización cada vez más consciente,
responsable, justa y libertaria.
Octavio Alberola – diciembre de 2013.
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