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Patriarca espiritual de tres religiones, tradicionalmente señalado como el primer
seguidor y como el instaurador del monoteísmo. La leyenda, el mito y la historia se
mezclan en la biografía del conocido personaje bíblico para hacer imposible
distinguir hasta qué punto fue Abraham un personaje real o, en su defecto, conocer
la razón de que se le escogiese para encarnar la tradición monoteísta. Por ello, en
las siguientes líneas se llevará a cabo la descripción de la forja del mito y su
papel en el judaísmo, el cristianismo y el Islam, las tres grandes religiones que
le veneran como patriarca.
Téraj engendró a Abram, Najor y Aram. Aram engendró a Lot y murió en presencia de
su padre, Téraj, en su país natal, Ur. Abram y Najor se casaron. La mujer de Abram
se llamaba Sarai y la de Najor Melca, hija de Aram, padre de Melca y de Jesca.
Sarai era estéril y no tenía hijos. Y tomó Téraj a su hijo Abram, a su nieto Lot y
a Sarai su nuera, mujer de Abram, y los hizo salir de Ur para dirigirse al país de
Canaán, pero llegados a Jarán se quedaron allí.
Entre los años 20 y 30 del siglo XX, un arquéologo británico, sir Leonard Woolley,
llevó a cabo las más importantes excavaciones en Mesopotamia, entre ellas el famoso
zigurat de Ur; Wolley no se recató lo más mínimo anunciando a bombo y platillo que
había descubierto en Ur la casa natal de Abraham. Aunque el prospector británico
fue recompensado con el título de sir por estos descubrimientos, lo cierto es que
no existe ninguna prueba concluyente de que el edificio señalado por Woolley sea el
hogar del patriarca. De igual modo, en las miles de tablas de arcilla con escritura
cuneiforme legadas por la próspera civilización mesopotámica tampoco hay mención
alguna a Abraham, que, desde luego, no debió de ocupar un papel preponderante en la
ciudad. Acaso, sí se vio favorecido por la instrucción cultural en casa de algún
sacerdote o de algún potentado, pero todas estas hipótesis no tienen más terreno
que la pura especulación.
La comitiva de Abraham en camino hacia Canaán debió de ser amplia, atravesando los
valles de Damasco, en la actual Siria, hasta dejar atrás Harrán. Llegados ya a
dominios cananeos, concretamente al lugar de Siquem (la actual ciudad de Nabulus,
bajo el gobierno de la Autoridad Nacional Palestina), volvió a aparecerse Dios a
Abraham, pronunciado una frase clave: "A tu posteridad daré yo esta tierra" (Gn,
12, 7). Piénsese que la familia del patriarca había conocido un continuo devenir
itinerante, situación de nomadismo que, por otra parte, era la habitual en las
sociedades de la época. Por ello, la revelación de Dios al respecto de una tierra
prometida en la que vivir de forma sedentaria era, desde luego, una propuesta
ilusionante. Después de esta aparición, Abraham edificó un altar en Siquem como
lugar de culto a esa divinidad única que sus creencias monoteístas comenzaban a
hacer famosa entre los cananeos.
El nuevo destino de Abraham, el país de Canaán, tenía una bien merecida fama de
riqueza y prosperidad económica debido a los intercambios comerciales (cananeo
significaba 'mercader' en las antiguas lenguas semíticas). Aunque es probable que
permaneciese algún tiempo en Siquem, Abraham estableció su residencia en Betel
(actual ciudad palestina de Baytin), donde también edificó un altar; según el
itinerario del Génesis, el patriarca continuó descendiendo hacia el desierto del
Néguev; lo que en nuestros tiempos es un rico territorio situado entre Beersheva y
el golfo de Aqaba, en la época de Abraham debía de ser poco más que un terreno
pedregoso y seco. Por si fuera poco, una hambruna acontecida en la región
contribuyó más si cabe a empobrecer los asentamientos humanos, por lo que Abraham
decidió volver a iniciar un nuevo desplazamiento, esta vez hacia el rico país
egipcio.
Abraham en Egipto
A pesar de que el Génesis es claro en cuanto al nuevo destino de Abraham, en las
fuentes escritas y arqueológicas del país del Nilo no existe rastro alguno de la
estancia del patriarca en su seno. En la ciudad de Avaris (al sur de El Cairo), en
el yacimiento arqueológico de Tell el-Daba, existen indicios de contingentes
migratorios de población procedente del nordeste del Néguev, pero la datación de
estas pruebas no se remonta más allá de la dominación de Egipto por los hicsos,
esto es, hacia la segunda mitad del primer milenio a.C. Vuelve a ser ésta otra de
las contradicciones arqueológicas en la historia de Abraham (véase: Historia de
Egipto).
Continuando con el relato del Génesis, Abraham tuvo una actuación en Egipto que
durante siglos se convirtió en la pesadilla de los apologistas bíblicos, incapaces
de interpretar en clave moral qué había impulsado al patriarca a tomar tan
descabellada decisión (Gn, 12, 10-16):
Cuando estaba para entrar en Egipto, dijo a Sarai, su mujer: "Mira, yo sé que tú
eres una mujer hermosa. Apenas te vean los egipcios se dirán: "Es su mujer" y a mí
me matarán y a ti te dejarán la vida. Di, pues, te ruego, que eres mi hermana, para
que me vaya bien gracias a ti y, por amor tuyo, salve yo la vida." Efectivamente,
cuando Abram llegó a Egipto obervaron los egipcios que la mujer era muy hermosa.
Los oficiales del faraón que la vieron le colmaron de elogios ante el faraón, y
llamada la mujer, fue llevada a su palacio. El faraón, en gracia de ella, trató
bien a Abram, que recibió ovejas, bueyes y asnos, siervos y siervas, camellos y
asnas.
El faraón mandó entonces llamar a Abram y le dijo: "¿Qué es lo que me has hecho?
¿Por qué no has dicho que era tu mujer? ¿Cómo es que me has dicho: "es mi hermana",
dando lugar a que yo la tomase por mujer? Ahora, pues, ahí tienes a tu mujer,
tómala y vete." Y el faraón dio órdenes a sus hombres, quienes lo condujeron a la
frontera y con él a su mujer y todo cuanto poseía.
En el contexto de las sociedades nómadas entre las que desarrolló su vida Abraham,
este gesto no debía de ser inusual ni poco frecuente, dando por supuesto que el
patriarca debía asegurar el sustento de todo el clan y no podía poner en peligro su
liderazgo aun a costa de sacrificar un concepto, la fidelidad matrimonial, cuya
aplicación en esta época es totalmente anacrónico, por no estar todavía el
matrimonio ni las relaciones sexuales mínimamente reglamentadas en cuanto a
mecanismo de articulación social mínimo. De hecho, tras la experiencia egipcia,
Abraham había salvado la vida y, como recuerda la Biblia, "se había hecho muy rico
en ganados, plata y oro" (Gn, 13, 2).
Regreso a Canaán
Acompañado por su familia, Abraham volvió a remontar el Néguev hasta llegar de
nuevo a Betel, al mismo lugar de donde había partido y donde también había
edificado un altar a Dios. En teoría, las plagas enviadas por Dios a Egipto y el
retorno al país que habría de ser de los herederos de Abraham debería ser
suficiente para asegurar que la promesa se cumpliría, pero al patriarca y a su
esposa continuaba faltándole un descendiente. Por esta razón, el primer problema al
que tuvieron que enfrentarse fue a los recelos que el exceso de riqueza en el clan
despertaba entre los sirvientes de los dos jefes del mismo, el propio Abraham y su
sobrino Lot, de quienes dice la Biblia que "tenían haciendas muy grandes para poder
habitar juntos" (Gn, 13, 6). Así pues, Abraham ofreció a Lot la posibilidad de
separarse del clan antes de que los pequeños conatos de enfrentamientos derivasen
en una situación de mayor peligro para ambos familiares: Lot eligió la llanura del
Jordán, los fértiles valles recorridos por el cauce fluvial hasta la costa
meridional del Mar Muerto. Andando el tiempo, Lot tendría que enfrentarse al
paganismo y las costumbres de Sodoma y Gomorra, ciudades situadas precisamente en
el territorio que él eligió.
"Agar, sierva de Sarai, ¿de dónde vienes y a dónde vas?". Ella respondió: "Huyo de
la presencia de Sarai, mi señora". El Ángel de Yahvé le dijo: "Vuélvete a tu señora
y humíllate bajo su mano". Y añadió: "Multiplicaré tanto tu descendencia que a
causa de la muchedumbre no podrá ser contada." Luego añadió todavía: "He aquí que
tú estás encinta y parirás un hijo y le llamarás Ismael, porque Yahvé ha escuchado
tu aflicción. Será un hombre fiero e indómito, su mano será contra todos y la de
todos contra él. Habitará a la faz de todos sus hermanos."
Agar obedeció y regresó a Hebrón, donde a los pocos días parió a Ismael, cuyo
nombre en hebreo significa "Dios te ha escuchado" (de ahí la alusión del Génesis a
la aflicción de Agar oída por Dios). En teoría, y según lo dicho anteriormente con
respecto a la legislación mesopotámica, Ismael se convertía en heredero de Abraham
y era hijo legal de Sarai, no de la esclava Agar. Pero Dios volvió a aparecerse
ante el patriarca para acabar de concretar su alianza con él y con el pueblo
hebreo; en primer lugar, le conminó a cambiarse el nombre de Abram (como aparece
hasta este momento en las fuentes bíblicas) por el de Abraham, que en hebreo
antiguo significa 'padre de multitud'; a cambio, la parte de la alianza que debería
cumplir el patriarca y toda su prole era la de establecer la circuncisión de todos
los varones a los ocho días de su nacimiento. Dios fue más allá de su promesa,
asegurándole que Ismael no era el heredero que tanto tiempo había ansiado, sino que
el elegido sería directamente concebido por su esposa, Sarai (que también por orden
de Dios mutó su nombre al de Sara). La Biblia, una vez más, muestra las dudas de
Abraham al respecto (Gn, 17, 15-17):
Dijo también Dios a Abraham: "A Sarai, tu mujer, no llamarás más Sarai; su nombre
será Sara. Yo la bendeciré y te haré tener de ella un hijo y con mi bendición
llegará a ser madre de naciones, y hasta reyes de pueblos saldrán de ella." Cayó
Abraham rostro en tierra y se puso a reír, diciéndose a sí mismo: "¿A un hombre de
cien años le podrá nacer un hijo, y Sara a los noventa años podrá ser madre?"
El episodio queda interrumpido por la mediación de Abraham ante Dios para tratar la
hipotética salvación de los hombres justos de Sodoma y Gomorra, en la que el
patriarca muestra su habilidad para tratar de reducir poco a poco la cantidad de
individuos honestos que aceptaría la divinidad para no destruir ambas urbes. Otra
de las interrupciones del relato bíblico es una interpolación de origen elohista en
la que Abraham y Sara viven un episodio similar al ya sucedido en Egipto: Abimelec,
rey de Guerar, quiere tomar a Sara pues Abraham le había dicho que no era su esposa
sino su hermana. El relato del Génesis está claramente insertando el mismo episodio
de Egipto pero desde otra fuente tradicional. De hecho, a partir de este momento
las tradiciones se separan por completo, pues llega el momento culminante de la
biografía del patriarca. Antes de la llegada del sacrificio, Abraham residió
durante una temporada en Beersheba, ciudad en la que plantó un tamarisco, símbolo
de la abundacia, y que quedó de inmediato unida a la tradición del personaje,
constituyéndose en centro espiritual tanto de judíos como de musulmanes. No en
vano, en 1979 el presidente egipcio Anwar el-Sadat y su homólogo israelí, Menahem
Beguin, iniciaron en Beersheba las conversaciones para la paz de sus estados,
apelando al espíritu conciliador que suele presentar la figura de Abraham entre
ambos pueblos.
El sacrificio de Moriah
Tal como anunció repetidamente Dios, la fe de Abraham tuvo su recompensa al año
siguiente, cuando Sara quedó preñada y parió a un hijo del patriarca al que, por
orden de Dios, le fue puesto el nombre de Isaac (que en hebreo significa 'el que
ríe'). Abraham, cumpliendo la alianza con Dios, circuncidó al pequeño a los ocho
días y más tarde hizo una solemne fiesta cuando abandonó la lactancia. De nuevo los
celos de Sara entraron en funcionamiento, ya que Ismael, el hijo de Agar y Abraham,
se criaba también en el clan familiar; la Biblia dice que Sara vio un día jugar a
los dos niños juntos y que Ismael, a la sazón algo mayor que su hermano, se burlaba
de él. Montó en cólera y se dirigió hacia Abraham para conminarle a que echara del
clan a ambos, Agar e Ismael. Dios se apareció al patriarca para que aceptase el
consejo de Sara, en la que sería la primera gran prueba de la fe de Abraham:
deshacerse de su hijo. El padre obedeció y expulsó a ambos del entorno familiar,
llevándolos al desierto donde Agar abandonó a su hijo cuando le faltó el agua para
no verle morir. Una nueva aparición divina salvó a la madre y al hijo del peligro;
por lo que respecta a las fuentes judías y hebreas, hasta aquí llega el
protagonismo de Ismael, del que sólo se dice que se casó con una princesa egipcia y
que fue un gran arquero (Gn, 21, 21).
Poco tiempo más tarde llegó la segunda gran prueba: una nueva aparición divina dijo
a Abraham que honrase a Dios mediante el holocausto, es decir, el sacrificio de
Isaac en un altar de la región de Moriah. Después de todos los preparativos y
acompañado de dos criados, padre e hijo se dirigieron al lugar señalado donde
Abraham, deshaciéndose de más compañía, tuvo que enfrentarse a las tiernas
sospechas infantiles (Gn, 22, 7-8):
"¡Padre mío! [...] Llevamos el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el
holocausto?" Abraham respondió: "Dios se proveerá de cordero para el holocausto,
hijo mío".
A pesar de que el Corán guarda silencio con respecto al nombre del hijo a quien se
iba a sacrificar en Moriah, la mención final a la consideración de Isaac como
profeta, así como a la iniquidad de su descendencia, deja entrever que el elegido,
al menos para la tradición mahometana, no era Isaac sino Ismael. He aquí la
explicación religiosa y tradicional a las diferencias entre árabes (ismaelitas,
descendientes de Ismael) y hebreos (israelitas, descendientes de Jacob / Israel,
hijo de Isaac), diferencias que tienen su primer punto de desencuentro en esta
interpretación de quién fue el que había de ser sacrificado en el monte Moriah.
Después expiró Abraham. Murió en buena vejez, anciano, lleno de días, y fue a
reunirse con sus antepasados. Sus hijos, Isaac e Ismael, lo enterraron en la
caverna de Macpela, en el campo de Efrón, hijo de Seor el jeteo, enfrente de
Mambré.
Parece terriblemente contradictorio que Ismael, que había sido expulsado de Canaán
por Abraham en consideración a los celos de Sara, estuviese presente en el entierro
de su padre, salvo que después de la muerte de Sara el patriarca hubiera
reconsiderado la postura anterior y hubiese hecho llamar a su hijo. Todas las
contradicciones inherentes a las fuentes, bíblicas o no, que se poseen para este
período alimentan la sospechas de unos y de otros acerca del verdadero significado
del sacrificio de Moriah. En cualquier caso, no debe quedar duda de que Abraham
figura en la historia como prototipo del buen creyente, con una fe inquebrantable y
con detalles caritativos de los que se harían amplio eco las épocas posteriores a
él.
Abraham en el judaísmo
La explicación de la religión hebrea es clara y meridiana: los judíos habían
conocido la revelación de Yahvé a través de Jacob, hijo de Isaac y, por lo tanto,
nieto de Abraham y Sara, por lo que la promesa de Yahvé efectuada a Abraham se
había cumplido y, en efecto, los judíos se convertían en el pueblo elegido por
Dios, factor fundamental en la cohesión espiritual y sociológica del judaísmo como
religión. De igual modo, el ritual de la circuncisión religiosa quedó configurado
como la primera muestra de profesión de fe judía que todo miembro varón de la
comunidad debería realizar.
Abraham en el cristianismo
Como en tantas otras cuestiones, el cristianismo es deudor del judaísmo en buena
parte de su devenir patrístico. Así, ya desde los más tempranos tiempos de la
formación del entramado de creencias, el apóstol San Pablo, en su Epístola a los
Romanos (4, 1-25) trató de acomodar la figura de Abraham de acuerdo al credo de
Jesús. Para ello, eligió la glorificación del patriarca no por sus signos judíos,
sino por haber creído la promesa de Dios: darle un hijo de Sara, de cuya genealogía
nacería el Mesías redentor. De esta forma, es común en el cristianismo identificar
a los cristianos como seguidores de la fe del patriarca Abraham, ya que San Pablo,
hábilmente, dejó asentado con seguridad que el acto de fe realizado por Abraham
tuvo lugar antes de su circuncisión y antes de que entrasen en vigor las leyes
mosaicas, es decir, los dos componentes principales que identificaban a Abraham
como judío: el patriarca había creído en Dios y esa era su esencia espiritual. El
llamado Libro de los Jubileos, un texto de reciente descubrimiento dentro del
corpus conocido popularmente como Manuscritos del Mar Muerto, incide en que Abraham
fue el único miembro de su familia que nunca adoró el panteón pagano, confirmando
el impacto popular del patriarca como primer seguidor del monoteísmo.
Abraham en el Islam
A lo largo de la lectura del libro sagrado de los musulmanes, el Corán, los
preceptos de Mahoma destacan a Abraham (Ibrahim) como uno de los más importantes
profetas del credo mahometano, considerándole como uno de los receptores de las
revelaciones de Alá. En términos religiosos islámicos, Ibrahim es venerado como
hanif ('monoteísta'), a quien Alá tomó como su khalil ('amigo', 'protegido') para
confiarle el sentido de la verdadera palabra. Naturalmente, el punto de
desencuentro entre islamismo y judaísmo estriba en el papel preponderante que para
los musulmanes tiene Ismael (Isma'il), el hijo de Abraham y su esclava Agar, aunque
esta última no aparece nunca en las fuentes islámicas. La imagen que transmite el
Corán de Abraham apenas dista de la ofrecida por la Biblia y la Torah, salvo,
evidentemente, el episodio del sacrificio y, en cierto sentido, un carácter mucho
más comprometido con la salvaguarda del monoteísmo, que es la perspectiva vital más
acusada en el perfil del Ibrahim de los musulmanes (zorah 37, 81-97):
Mito y realidad
La irresoluble contradicción entre estos dos aspectos no ha de verse nunca como una
destrucción del mito por la realidad, sino que, al contrario, es la realidad en el
plano historiográfico lo que contribuye todavía más a reforzar el mito, aunque
situándolo en diferente perspectiva.
Otro punto importante para acomodar la real existencia de Abraham está formado por
todo el cúmulo de aparentes contradicciones entre lo narrado en la Biblia y lo que
se puede percibir del cotejo con los hallazgos arqueológicos. Los intentos de
periodización bíblica a través de restos del pasado han servido para fechar el
devenir de Abraham en los cinco siglos transcurridos entre los años 2000 y 1500
a.C., es decir, mucho antes de la instauración de un gobierno monárquico en el
pueblo de Israel, hacia el año 1000 a.C. Sin embargo, en el contexto de la
narración bíblica, muchos elementos que acompañan la biografía de Abraham
pertenecen a una época posterior, de hacia el siglo VII a.C., como por ejemplo el
uso de camellos para transportes o el asentamiento de los caldeos en Mesopotamia.
Pese a todo la mayoría de eruditos e investigadores está de acuerdo en que, si bien
la narración del Génesis adolece de numerosas adiciones e interpolaciones
posteriores, este hecho no invalida la posibilidad de que Abraham existiese: no hay
evidencias históricas para afirmar con rotundidad su existencia, pero tampoco se
conoce ningún dato para poder negarla tajantemente.
Finalmente, hay que establecer una comparación con mucho impacto entre el relato
bíblico de la vida Abraham y la evolución de las primeras sociedades del espacio
geográfico que podría denominarse como Creciente Fértil. En cierto sentido, la
promesa efectuada por Dios al respecto de una tierra prometida está en relación
directa con el paso del nomadismo, modo de vida habitual de estas sociedades, a la
condición sedentaria. Aceptando Abraham las órdenes de Dios, estaba también
abriendo camino para que los muchos inconvenientes de la situación nómada de una
sociedad se acomodasen a las nuevas necesidades, que pasaban, evidentemente, por el
proceso de sedentarización.
Sacrificio de Abraham.
El papel de Abraham en la actualidad
Las tres religiones del Libro concuerdan en aceptar a Abraham más como una idea
espiritual, un remedo de filosofía cultural que se destila a través de la figura de
un hombre de quien no existe evidencia concluyente de su existencia. Como en otros
muchos casos, en realidad no es necesaria esta evidencia, ya que su mensaje ha
calado hondo en la multitud de creyentes judíos, cristianos y musulmanes.
Como no podía ser de otra forma, Abraham es el motivo primigenio de una larguísima
tradición de fiestas turísticas en todos aquellos parajes por los que, según la
Biblia, el patriarca desarrolló su itinerario vital. La ciudad de Sanliurfa, ya
citada, organiza una de las más importantes, ya que existe una leyenda que hace
Abraham natal de esta villa turca y no de Ur. Según esta misma leyenda, Abraham,
movido por su creencia monoteísta, destrozó imágenes idólatras de dioses paganos,
lo que motivó que el rey Nimrod decidiese asesinarle ahogándole en una cueva
rodeada de lagos, pero un milagro le permitió seguir con vida. Esta salvación de
Abraham / Ibrahim es la que se representa todos los años en las cuevas situadas en
las afueras de Sanliurfa, que reciben la visita anual de muchísimos peregrinos
sobre todo procedentes de Irán.
Enlaces en Internet
http://www.coexistence.org; Página web oficial del Fondo Abraham (en inglés).
Autor
Federico Lara PeinadoÓscar Perea Rodríguez