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Abraham (ca. 1850 a.C.). » MCNBiografias.

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Patriarca espiritual de tres religiones, tradicionalmente señalado como el primer
seguidor y como el instaurador del monoteísmo. La leyenda, el mito y la historia se
mezclan en la biografía del conocido personaje bíblico para hacer imposible
distinguir hasta qué punto fue Abraham un personaje real o, en su defecto, conocer
la razón de que se le escogiese para encarnar la tradición monoteísta. Por ello, en
las siguientes líneas se llevará a cabo la descripción de la forja del mito y su
papel en el judaísmo, el cristianismo y el Islam, las tres grandes religiones que
le veneran como patriarca.

El encuentro de Abraham y Milcíades (Óleo sobre madera, 1625). Galería Nacional de


Arte (Washington, Estados Unidos).
La biografía bíblica de Abraham
La principal fuente para el conocimiento de Abraham se halla en el bíblico libro
del Génesis, lo que, de momento, nos revela la notable antigüedad del personaje y,
por ende, no sólo su importancia en la fundación de los credos religiosos basados
en el Libro sino también la dificultad de contrastar las evidencias
historiográficas con las legendarias. A través de esta fuente se conoce la
genealogía Abraham: Noé, el mítico constructor del Arca que le salvó del diluvio
universal, tuvo un hijo llamado Sem, que daría lugar a la rama familar de los
semitas. Uno de los descendientes de Sem, Téraj, es el padre de Abraham, como se
describe en el Génesis (11, 27-32):

Téraj engendró a Abram, Najor y Aram. Aram engendró a Lot y murió en presencia de
su padre, Téraj, en su país natal, Ur. Abram y Najor se casaron. La mujer de Abram
se llamaba Sarai y la de Najor Melca, hija de Aram, padre de Melca y de Jesca.
Sarai era estéril y no tenía hijos. Y tomó Téraj a su hijo Abram, a su nieto Lot y
a Sarai su nuera, mujer de Abram, y los hizo salir de Ur para dirigirse al país de
Canaán, pero llegados a Jarán se quedaron allí.

Por de pronto, la primera información a tener en cuenta es que Abraham debió de


nacer en la mítica capital de los caldeos, la ciudad de Ur (hoy día perteneciente a
Irak), tal vez el núcleo urbano más importante de los primeros tiempos de la
Humanidad. Situada en una zona portuaria del río Éufrates, en las proximidades del
golfo Pérsico, Ur alcanzó su apogeo hacia el gobierno de la tercera dinastía, en el
tránsito del segundo milenio a.C.

Entre los años 20 y 30 del siglo XX, un arquéologo británico, sir Leonard Woolley,
llevó a cabo las más importantes excavaciones en Mesopotamia, entre ellas el famoso
zigurat de Ur; Wolley no se recató lo más mínimo anunciando a bombo y platillo que
había descubierto en Ur la casa natal de Abraham. Aunque el prospector británico
fue recompensado con el título de sir por estos descubrimientos, lo cierto es que
no existe ninguna prueba concluyente de que el edificio señalado por Woolley sea el
hogar del patriarca. De igual modo, en las miles de tablas de arcilla con escritura
cuneiforme legadas por la próspera civilización mesopotámica tampoco hay mención
alguna a Abraham, que, desde luego, no debió de ocupar un papel preponderante en la
ciudad. Acaso, sí se vio favorecido por la instrucción cultural en casa de algún
sacerdote o de algún potentado, pero todas estas hipótesis no tienen más terreno
que la pura especulación.

Continuando con la narración del Génesis, Abraham acompañó a su padre, Téraj, a su


sobrino, Lot, y a su mujer, Sarai, hacia la tierra de Canaán. Este desplazamiento
carece de sentido religioso, ya que el Génesis no indica, como sí lo hará más
adelante, ninguna instrucción dada a Abraham para abandonar el país de los caldeos.
Sin embargo, la prosperidad de las civilización nacidas al albur del Creciente
Fértil provocaba que muchas veces fuesen atacadas por fuerzas extranjeras.
Casualmente, las tablillas con escritura cuneiforme revelan la existencia de una
brutal campaña de saqueo de los elamitas (procedentes de la actual Irán) en las
tierras gobernadas por Ur hacia el año 2000 a.C. Es probable que fuese este ataque
armado lo que motivase que Abraham, como otros muchos habitantes de la ciudad
caldea, decidiese emigrar hacia el oeste, en busca de mayor paz y tranquilidad.

Viaje hacia Canaán


El tránsito hacia Canaán se realizó a la manera acostumbrada, es decir, remontando
el valle del Éufrates en dirección a Harrán, una pequeña ciudad situada a orillas
del río Balij (hoy día, perteneciente a Turquía), que constituía la puerta de
entrada a la rica ciudad de Urfa (actualmente Sanliurfa, Turquía). Abraham se
estableció durante algún tiempo en la ciudad turca, haciéndose además cargo de la
dirección del clan familiar por la muerte de su padre. La principal ocupación de
Abraham fue la de mantener los rebaños, asegurar el sustento familiar mediante el
trueque de lana por productos alimenticios y la construcción de un lugar donde
vivir. El clan ya debía de ser lo suficientemente amplio y próspero como para que
Abraham mantuviese una buena posición social y económica, que seguramente se vio
incrementada en Harrán por ser esta ciudad un importante nudo de comunicaciones
comerciales. Sin embargo, fue en Harrán donde, según la tradición, Abraham recibió
la revelación divina (Génesis, 12, 1-3):

Yahvé dijo a Abram: "Sal de tu tierra, de tu parentela y de la casa de tu padre, y


vete al país que yo te indicaré. Yo haré de ti un gran pueblo, te bendeciré y
engrandeceré tu nombre, el cual será una bendición. Yo bendeciré a los que te
bendigan y maldeciré a los que te maldigan. Por ti serán bendecidas todas las
naciones de la tierra."

Al obedecer sin paliativos el mensaje de Dios, la revelación de Harrán supone el


momento culminante de la creación del mito de Abraham. En este contexto, vuelve a
ser importante recordar el origen caldeo de Abraham para la explicación del
tránsito entre el politeísmo y el monoteísmo. En toda Mesopotamia (Harrán incluida)
se alababa a un rico panteón divino, con diversos grados de dioses: en Ur, por
ejemplo, el culto mayoritario era el de Sin, el dios-luna; no obstante, cada
individuo poseía a su vez un dios personal protector. ¿Pudo percibir Abraham que el
dios personal era más importante que el panteón divino? Nunca se sabrá la
respuesta, pero lo cierto es que la solución de una opción monoteísta tomada a
conciencia en contra de la obligatoriedad del panteísmo pudiera explicar que el
paso dado por Abraham, aparentemente sin más importancia, se convirtiese con el
paso de los siglos en el factor que galvanizó su fama como patriarca de tres credos
religiosos.

La comitiva de Abraham en camino hacia Canaán debió de ser amplia, atravesando los
valles de Damasco, en la actual Siria, hasta dejar atrás Harrán. Llegados ya a
dominios cananeos, concretamente al lugar de Siquem (la actual ciudad de Nabulus,
bajo el gobierno de la Autoridad Nacional Palestina), volvió a aparecerse Dios a
Abraham, pronunciado una frase clave: "A tu posteridad daré yo esta tierra" (Gn,
12, 7). Piénsese que la familia del patriarca había conocido un continuo devenir
itinerante, situación de nomadismo que, por otra parte, era la habitual en las
sociedades de la época. Por ello, la revelación de Dios al respecto de una tierra
prometida en la que vivir de forma sedentaria era, desde luego, una propuesta
ilusionante. Después de esta aparición, Abraham edificó un altar en Siquem como
lugar de culto a esa divinidad única que sus creencias monoteístas comenzaban a
hacer famosa entre los cananeos.

El nuevo destino de Abraham, el país de Canaán, tenía una bien merecida fama de
riqueza y prosperidad económica debido a los intercambios comerciales (cananeo
significaba 'mercader' en las antiguas lenguas semíticas). Aunque es probable que
permaneciese algún tiempo en Siquem, Abraham estableció su residencia en Betel
(actual ciudad palestina de Baytin), donde también edificó un altar; según el
itinerario del Génesis, el patriarca continuó descendiendo hacia el desierto del
Néguev; lo que en nuestros tiempos es un rico territorio situado entre Beersheva y
el golfo de Aqaba, en la época de Abraham debía de ser poco más que un terreno
pedregoso y seco. Por si fuera poco, una hambruna acontecida en la región
contribuyó más si cabe a empobrecer los asentamientos humanos, por lo que Abraham
decidió volver a iniciar un nuevo desplazamiento, esta vez hacia el rico país
egipcio.

Abraham en Egipto
A pesar de que el Génesis es claro en cuanto al nuevo destino de Abraham, en las
fuentes escritas y arqueológicas del país del Nilo no existe rastro alguno de la
estancia del patriarca en su seno. En la ciudad de Avaris (al sur de El Cairo), en
el yacimiento arqueológico de Tell el-Daba, existen indicios de contingentes
migratorios de población procedente del nordeste del Néguev, pero la datación de
estas pruebas no se remonta más allá de la dominación de Egipto por los hicsos,
esto es, hacia la segunda mitad del primer milenio a.C. Vuelve a ser ésta otra de
las contradicciones arqueológicas en la historia de Abraham (véase: Historia de
Egipto).

Continuando con el relato del Génesis, Abraham tuvo una actuación en Egipto que
durante siglos se convirtió en la pesadilla de los apologistas bíblicos, incapaces
de interpretar en clave moral qué había impulsado al patriarca a tomar tan
descabellada decisión (Gn, 12, 10-16):

Cuando estaba para entrar en Egipto, dijo a Sarai, su mujer: "Mira, yo sé que tú
eres una mujer hermosa. Apenas te vean los egipcios se dirán: "Es su mujer" y a mí
me matarán y a ti te dejarán la vida. Di, pues, te ruego, que eres mi hermana, para
que me vaya bien gracias a ti y, por amor tuyo, salve yo la vida." Efectivamente,
cuando Abram llegó a Egipto obervaron los egipcios que la mujer era muy hermosa.
Los oficiales del faraón que la vieron le colmaron de elogios ante el faraón, y
llamada la mujer, fue llevada a su palacio. El faraón, en gracia de ella, trató
bien a Abram, que recibió ovejas, bueyes y asnos, siervos y siervas, camellos y
asnas.

La decisión, aunque lógica por ver en peligro su vida, es un tanto sorprendente, ya


que queda declarado de forma explícita que Sarai formó parte del harén del faraón,
es decir, que se vio obligada a mantener relaciones sexuales con el gobernante
egipcio a cambio de que Abraham consiguiese una buena situación social y económica.
Los apologetas, cristianos y judíos, coinciden en observar el plano moral de esta
acción de Abraham como una falta de confianza del patriarca en las promesas
efectuadas por Dios, puesto que tanto la tierra prometida como el ansiado heredero
se hacían esperar en demasía. En este sentido, el gesto divino para poner de
manifiesto que la palabra dada a Abraham no había sido en balde fue el de enviar
grandes plagas a Egipto, en las que perecieron muchísimos súbditos del faraón. De
algún modo (no especificado por el Génesis), el poderoso gobernante egipcio supo la
razón de estas plagas y decidió desterrar a Abraham y a su familia (Gn, 12, 18-20):

El faraón mandó entonces llamar a Abram y le dijo: "¿Qué es lo que me has hecho?
¿Por qué no has dicho que era tu mujer? ¿Cómo es que me has dicho: "es mi hermana",
dando lugar a que yo la tomase por mujer? Ahora, pues, ahí tienes a tu mujer,
tómala y vete." Y el faraón dio órdenes a sus hombres, quienes lo condujeron a la
frontera y con él a su mujer y todo cuanto poseía.

En el contexto de las sociedades nómadas entre las que desarrolló su vida Abraham,
este gesto no debía de ser inusual ni poco frecuente, dando por supuesto que el
patriarca debía asegurar el sustento de todo el clan y no podía poner en peligro su
liderazgo aun a costa de sacrificar un concepto, la fidelidad matrimonial, cuya
aplicación en esta época es totalmente anacrónico, por no estar todavía el
matrimonio ni las relaciones sexuales mínimamente reglamentadas en cuanto a
mecanismo de articulación social mínimo. De hecho, tras la experiencia egipcia,
Abraham había salvado la vida y, como recuerda la Biblia, "se había hecho muy rico
en ganados, plata y oro" (Gn, 13, 2).

Regreso a Canaán
Acompañado por su familia, Abraham volvió a remontar el Néguev hasta llegar de
nuevo a Betel, al mismo lugar de donde había partido y donde también había
edificado un altar a Dios. En teoría, las plagas enviadas por Dios a Egipto y el
retorno al país que habría de ser de los herederos de Abraham debería ser
suficiente para asegurar que la promesa se cumpliría, pero al patriarca y a su
esposa continuaba faltándole un descendiente. Por esta razón, el primer problema al
que tuvieron que enfrentarse fue a los recelos que el exceso de riqueza en el clan
despertaba entre los sirvientes de los dos jefes del mismo, el propio Abraham y su
sobrino Lot, de quienes dice la Biblia que "tenían haciendas muy grandes para poder
habitar juntos" (Gn, 13, 6). Así pues, Abraham ofreció a Lot la posibilidad de
separarse del clan antes de que los pequeños conatos de enfrentamientos derivasen
en una situación de mayor peligro para ambos familiares: Lot eligió la llanura del
Jordán, los fértiles valles recorridos por el cauce fluvial hasta la costa
meridional del Mar Muerto. Andando el tiempo, Lot tendría que enfrentarse al
paganismo y las costumbres de Sodoma y Gomorra, ciudades situadas precisamente en
el territorio que él eligió.

Poco después de haber ocurrido la separación, Dios volvió a aparecerse ante


Abraham, repitiéndole el mensaje acerca de la tierra prometida y de su prolífica
descendencia. En esta ocasión, el mandato divino (Gn, 13, 14-18) instaba a Abraham
a recorrer todo Canaán para, tal como era costumbre en la época, tomar posesión del
territorio. El patriarca obedeció nuevamente y estableció su residencia en el
encinar de Mamré o Mambré, en las cercanías de la actual ciudad de Hebrón (bajo
control de la Autoridad Nacional Palestina). A partir de este momento, las fuentes
para el seguimiento del devenir de Abraham se vuelven confusas: la Biblia abandona
los textos de raíz yahvista para tomar el camino elohísta, con una interpolación en
forma de crónica (el capítulo 14 del Génesis), que se cree fue una adición
posterior con el único fin de aderezar la figura de Abraham como guerrero. En
efecto, el capítulo 14 narra las guerras entre los ejércitos de la Pentápolis
(emporio urbano alrededor del Mar Muerto: Sodoma, Gomorra, Adam, Seboim y Segor) y
los reyes de Elam y Salem. Melquisedec, rey de Salem (posiblemente, la futura
Jerusalén), bendijo en su calidad de sacerdote a Abraham, agradeciéndole que
gracias a su fe los enemigos habían cejado en su empeño conquistador.

Tras esta interpolación, habitualmente no demasiado creída entre los exegetas


bíblicos, la biografía de Abraham vuelve a tener un hito destacado, en forma de
nueva aparición de Dios. Esta nueva presencia es relevante porque el ya veterano
patriarca, ante la renovación de las promesas divinas, volvió a dudar nuevamente de
la palabra revelada (Gn, 15, 1-5):

Después de estos acontecimientos dirigió Yahvé su palabra a Abram y le dijo: "No


temas, Abram, yo soy tu escudo. Tu recompensa será muy grande". Y Abram respondió:
"Señor Yahvé, ¿qué vas a darme? Yo estoy para morir sin hijos y será heredero de mi
casa ese Eleazar de Damasco. No me has dado descendencia y uno de mis criados será
mi heredero". Entonces Yahvé le dirigió la palabra y le dijo: "No, no será él tu
heredero, antes bien uno salido de tus entrañas te heredará". Después le llevó
fuera y le dijo: "Levanta tus ojos al cielo y cuenta, si puedes, las estrellas", y
añadió: "Así será tu descendencia".

En la escena siguiente, Abraham, temerosamente dubitativo ante unas promesas que no


se cumplían, inquirió a Dios una prueba de que, en efecto, la tierra de Canaán
sería de sus descendientes. Dios ordenó que sacrificase a varios animales en su
loor y así lo hizo el patriarca, pero poco después fue presa de un resentimiento,
seguramente por haber dudado de la palabra de Dios, que hizo que éste profetizase
los cuatrocientos años que los judíos estarían sojuzgados por otros pueblos,
amorreos y filisteos entre ellos, antes de llegar a tener completa libertad en su
propio territorio. Después de que una llama de fuego purificase los animales que en
el altar habían sido ofrecidos por Abraham, éste no dudó de la alianza efectuada
con Él, pero los acontecimiento todavía tomarían un rumbo inesperado.

El nacimiento de Ismael y la profecía sobre Isaac


En este punto de la biografía, surge con firmeza la figura de Sarai, esposa de
Abraham, que decidió aplicar una normativa bien especificada en el Derecho caldeo,
mediante el que todavía se regía el clan del futuro patriarca. Según el Derecho
mesopotámico, si una esposa era estéril, era lícito que el padre de familia
concibiese un hijo con una esclava, pero el fruto de esta unión carnal era
considerado a todos los efectos como hijo legítimo de la pareja. De esta forma,
Sarai, que se consideraba estéril, instó a Abraham a que yaciese con Agar, una
bella esclava árabe del séquito del clan, con el fin de tener el ansiado heredero.
Sin embargo, una vez efectuada la cópula, Sarai tuvo celos de Agar, que paseaba su
estado de gravidez por Hebrón, según relata la Biblia, "mirando con desprecio a su
señora" (Gn, 16, 4). En las sociedades de la época, la matriarca del clan tenía un
buen número de derechos ante él, por lo que Sarai decidió hacerlos valer y, tras el
consentimiento de Abraham, hizo ofender públicamente a la altiva Agar, que tomó la
decisión de huir. Sin embargo, fue interceptada por Dios cuando se paró a beber
agua en una fuente, que le habló de la siguiente forma (Gn, 16, 8-12):

"Agar, sierva de Sarai, ¿de dónde vienes y a dónde vas?". Ella respondió: "Huyo de
la presencia de Sarai, mi señora". El Ángel de Yahvé le dijo: "Vuélvete a tu señora
y humíllate bajo su mano". Y añadió: "Multiplicaré tanto tu descendencia que a
causa de la muchedumbre no podrá ser contada." Luego añadió todavía: "He aquí que
tú estás encinta y parirás un hijo y le llamarás Ismael, porque Yahvé ha escuchado
tu aflicción. Será un hombre fiero e indómito, su mano será contra todos y la de
todos contra él. Habitará a la faz de todos sus hermanos."

Agar obedeció y regresó a Hebrón, donde a los pocos días parió a Ismael, cuyo
nombre en hebreo significa "Dios te ha escuchado" (de ahí la alusión del Génesis a
la aflicción de Agar oída por Dios). En teoría, y según lo dicho anteriormente con
respecto a la legislación mesopotámica, Ismael se convertía en heredero de Abraham
y era hijo legal de Sarai, no de la esclava Agar. Pero Dios volvió a aparecerse
ante el patriarca para acabar de concretar su alianza con él y con el pueblo
hebreo; en primer lugar, le conminó a cambiarse el nombre de Abram (como aparece
hasta este momento en las fuentes bíblicas) por el de Abraham, que en hebreo
antiguo significa 'padre de multitud'; a cambio, la parte de la alianza que debería
cumplir el patriarca y toda su prole era la de establecer la circuncisión de todos
los varones a los ocho días de su nacimiento. Dios fue más allá de su promesa,
asegurándole que Ismael no era el heredero que tanto tiempo había ansiado, sino que
el elegido sería directamente concebido por su esposa, Sarai (que también por orden
de Dios mutó su nombre al de Sara). La Biblia, una vez más, muestra las dudas de
Abraham al respecto (Gn, 17, 15-17):

Dijo también Dios a Abraham: "A Sarai, tu mujer, no llamarás más Sarai; su nombre
será Sara. Yo la bendeciré y te haré tener de ella un hijo y con mi bendición
llegará a ser madre de naciones, y hasta reyes de pueblos saldrán de ella." Cayó
Abraham rostro en tierra y se puso a reír, diciéndose a sí mismo: "¿A un hombre de
cien años le podrá nacer un hijo, y Sara a los noventa años podrá ser madre?"

Abraham volvió a creer en la palabra de Dios y a los pocos días, a pesar de su


avanzada edad, no sólo se circuncidó sino que obligó a hacerlo a todos los miembros
de su clan, sellando de esta forma la alianza divina. Sara aún albergó muchas dudas
acerca de este nuevo anuncio de la divinidad e incluso necesitó una nueva aparición
de Él, camuflado entre tres viajantes a quienes Abraham agasajó con la hospitalidad
típica de la zona; la escena fue representada pictóricamente en un memorable lienzo
de Rembrandt, Abraham atendiendo a los ángeles. Uno de los huéspedes, bajo la
advocación directa de Dios, anunció que volvería dentro de un año y que para
entonces Sara habría concebido a un hijo. La esposa de Abraham, que escuchaba la
conversación a hurtadillas detrás de la tienda, rió diciendo "¿Después de haber
envejecido he de conocer el placer, siendo también mi marido viejo?", a lo que Dios
respondió "¿Hay algo difícil para Yahvé?" (Gn, 18, 12-13).

El episodio queda interrumpido por la mediación de Abraham ante Dios para tratar la
hipotética salvación de los hombres justos de Sodoma y Gomorra, en la que el
patriarca muestra su habilidad para tratar de reducir poco a poco la cantidad de
individuos honestos que aceptaría la divinidad para no destruir ambas urbes. Otra
de las interrupciones del relato bíblico es una interpolación de origen elohista en
la que Abraham y Sara viven un episodio similar al ya sucedido en Egipto: Abimelec,
rey de Guerar, quiere tomar a Sara pues Abraham le había dicho que no era su esposa
sino su hermana. El relato del Génesis está claramente insertando el mismo episodio
de Egipto pero desde otra fuente tradicional. De hecho, a partir de este momento
las tradiciones se separan por completo, pues llega el momento culminante de la
biografía del patriarca. Antes de la llegada del sacrificio, Abraham residió
durante una temporada en Beersheba, ciudad en la que plantó un tamarisco, símbolo
de la abundacia, y que quedó de inmediato unida a la tradición del personaje,
constituyéndose en centro espiritual tanto de judíos como de musulmanes. No en
vano, en 1979 el presidente egipcio Anwar el-Sadat y su homólogo israelí, Menahem
Beguin, iniciaron en Beersheba las conversaciones para la paz de sus estados,
apelando al espíritu conciliador que suele presentar la figura de Abraham entre
ambos pueblos.

El sacrificio de Moriah
Tal como anunció repetidamente Dios, la fe de Abraham tuvo su recompensa al año
siguiente, cuando Sara quedó preñada y parió a un hijo del patriarca al que, por
orden de Dios, le fue puesto el nombre de Isaac (que en hebreo significa 'el que
ríe'). Abraham, cumpliendo la alianza con Dios, circuncidó al pequeño a los ocho
días y más tarde hizo una solemne fiesta cuando abandonó la lactancia. De nuevo los
celos de Sara entraron en funcionamiento, ya que Ismael, el hijo de Agar y Abraham,
se criaba también en el clan familiar; la Biblia dice que Sara vio un día jugar a
los dos niños juntos y que Ismael, a la sazón algo mayor que su hermano, se burlaba
de él. Montó en cólera y se dirigió hacia Abraham para conminarle a que echara del
clan a ambos, Agar e Ismael. Dios se apareció al patriarca para que aceptase el
consejo de Sara, en la que sería la primera gran prueba de la fe de Abraham:
deshacerse de su hijo. El padre obedeció y expulsó a ambos del entorno familiar,
llevándolos al desierto donde Agar abandonó a su hijo cuando le faltó el agua para
no verle morir. Una nueva aparición divina salvó a la madre y al hijo del peligro;
por lo que respecta a las fuentes judías y hebreas, hasta aquí llega el
protagonismo de Ismael, del que sólo se dice que se casó con una princesa egipcia y
que fue un gran arquero (Gn, 21, 21).

Poco tiempo más tarde llegó la segunda gran prueba: una nueva aparición divina dijo
a Abraham que honrase a Dios mediante el holocausto, es decir, el sacrificio de
Isaac en un altar de la región de Moriah. Después de todos los preparativos y
acompañado de dos criados, padre e hijo se dirigieron al lugar señalado donde
Abraham, deshaciéndose de más compañía, tuvo que enfrentarse a las tiernas
sospechas infantiles (Gn, 22, 7-8):

"¡Padre mío! [...] Llevamos el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el
holocausto?" Abraham respondió: "Dios se proveerá de cordero para el holocausto,
hijo mío".

Sacrificio de Isaac. Capitel de San Pedro de la Nave de Campillo. Zamora.


Cuando la inmolación se iba a producir, Dios debió de considerar que la probanza de
la fe de Abraham había llegado a su fin y le detuvo, apiadado de la obediencia del
patriarca que ni siquiera había dudado en inmolar a su hijo. Así, Dios proveyó un
carnero que fue sacrificado en vez de Isaac, perpetuando después la alianza. Hasta
aquí, con respecto al sacrificio, lo que puede observarse en las fuentes cristianas
y judías, pero ¿fue ciertamente Isaac el hijo al que Abraham iba a sacrificar en
Moriah?

Las fuentes mahometanas discrepan radicalmente de esta visión y tienden a


interpretar que no era Isaac el que habría de ser inmolado en el altar de Moriah,
sino precisamente Ismael. En principio, el Corán establece una diferencia capital
con la tradición cristiana, ya que hace a Abraham el personaje de quien nace la
petición de un hijo justo, que librase a su clan y a su descendencia del pecado de
la idolatría (zorah 37, 98). Mahoma interpretó el episodio de forma onírica, ya que
Abraham no tuvo una orden directa de Alá sino que el sacrificio le llegó en forma
de sueño y fue el propio Ismael quien acató su destino (zorah 37, 101-113):

Su padre le dijo: "Hijo mío, he soñado que te ofrecía en sacrificio a Alá.


Reflexiona un poco, ¿qué piensas de esto?" "¡Ó, padre mío!, Haz lo que se te
ordena: si place a Alá, me verás soportar mi suerte con firmeza". Y cuando ambos se
hubieron resignado a la voluntad de Alá e Ibrahim lo hubo acostado ya de cara al
suelo, nosotros le gritamos: "¡Ó, Ibrahim!, tú has creído en tu visión, y he aquí
cómo recompensamos a los virtuosos. En verdad era una prueba decisiva. Rescatamos a
su hijo como una gran víctima y le conservamos en la posteridad esta salutación:
¡que la paz sea con Ibrahim! Así es como recompensamos a los virtuosos: él es de
nuestros servidores fieles, le anunciamos un profeta en Isaac el Justo. Echamos
nuestra bendición sobre Ibrahim y sobre Isaac. Entre sus descendientes, uno obra el
bien, el otro es de una iniquidad manifiesta respecto de sí mismo."

A pesar de que el Corán guarda silencio con respecto al nombre del hijo a quien se
iba a sacrificar en Moriah, la mención final a la consideración de Isaac como
profeta, así como a la iniquidad de su descendencia, deja entrever que el elegido,
al menos para la tradición mahometana, no era Isaac sino Ismael. He aquí la
explicación religiosa y tradicional a las diferencias entre árabes (ismaelitas,
descendientes de Ismael) y hebreos (israelitas, descendientes de Jacob / Israel,
hijo de Isaac), diferencias que tienen su primer punto de desencuentro en esta
interpretación de quién fue el que había de ser sacrificado en el monte Moriah.

El monte Moriah, en última instancia, es buena muestra de estas diferencias entre


judíos y musulmanes que, si fueran puramente conceptuales y religiosas, no estaría
mal, pero como siempre son llevadas por unos y por otros hacia el extremo más
radical, las consecuencias son funestas. En el mismo monte Moriah, en Jerusalén, el
monarca Salomón construyó su famoso Templo siguiendo, según la tradición, las
medidas que le dictaba el propio Dios. El fabuloso templo salomónico, del cual hoy
día sólo queda el lienzo de muralla conocido mundialmente como "Muro de las
Lamentaciones", fue construido en el mismo lugar donde Dios salvó a Isaac de la
inmolación a la que iba a someterle Abraham como prueba de su fe, lo que, a priori,
también avala la tradición judeo-cristiana sobre cuál hijo era el sacrificado, ya
que el lugar, sagrado para los judíos, fue honrado con la construcción del Templo.
Sin embargo, el mismo monte Moriah también fue el escogido por los musulmanes para
la construcción del Qubat al-Aqsa (mal denominada habitualmente como Mezquita de
Omar), la famosa Cúpula de la Roca desde donde, según la tradición sunní, Mahoma se
elevó a los cielos. En efecto, el lugar elegido lo fue por haber albergado el altar
donde Abraham ofreció a su hijo Ismael en sacrifició a Alá. La problemática de la
Ciudad Santa para las tres religiones del Libro, Jerusalén, tiene en el monte
Moriah uno de los puntos culminantes de un enfrentamiento que no tendría por qué
serlo, pero es extrapolable también a otros lugares igualmente devotos y, por
extensión, a cualquier elemento cotidiano de la vida de sus habitantes.

Últimos años del patriarca


Poco después del intento de sacrificio de Isaac falleció su madre, Sara, esposa de
Abraham, que fue enterrada por éste en una cueva cananea situada cerca de Mamré,
que fue comprada por el patriarca a los descendiente de Jet. El relato bíblico de
los tiempos finales de Abraham muestra, por una parte, su plena conciencia de que
se aprestaba a vivir sus últimas jornadas, y también, en segundo lugar, un altísimo
sentido de su responsabilidad como dirigente del clan. Por esta razón, quiso que su
administrador, su siervo más antiguo, le jurase que por nada del mundo casaría a
Isaac con una mujer cananea, sino que este siervo iría hacia la tierra de sus
ancestros, hacia Ur, para conseguir una mujer babilónica con la que casar a su
descendiente. La elegida fue Rebeca, hija de Batuel, que fue traída desde la tierra
de los caldeos hacia Canaán. Para entonces, Abraham había tomado otra esposa,
Quetura, y a pesar de la avanzada edad del patriarca había concebido en su nueva
mujer otra nueva prole: Zamrán, Jocsán, Medán, Madián, Jesboc y Sué. Poco después
de celebradas las bodas de Rebeca e Isaac, Abraham falleció y fue enterrado junto a
Sara, su primera esposa, madre de Isaac. No obstante, la narración del Génesis
vuelve a alimentar la sospecha sobre el sacrificio de Moriah (Gn, 25, 8-9):

Después expiró Abraham. Murió en buena vejez, anciano, lleno de días, y fue a
reunirse con sus antepasados. Sus hijos, Isaac e Ismael, lo enterraron en la
caverna de Macpela, en el campo de Efrón, hijo de Seor el jeteo, enfrente de
Mambré.

Parece terriblemente contradictorio que Ismael, que había sido expulsado de Canaán
por Abraham en consideración a los celos de Sara, estuviese presente en el entierro
de su padre, salvo que después de la muerte de Sara el patriarca hubiera
reconsiderado la postura anterior y hubiese hecho llamar a su hijo. Todas las
contradicciones inherentes a las fuentes, bíblicas o no, que se poseen para este
período alimentan la sospechas de unos y de otros acerca del verdadero significado
del sacrificio de Moriah. En cualquier caso, no debe quedar duda de que Abraham
figura en la historia como prototipo del buen creyente, con una fe inquebrantable y
con detalles caritativos de los que se harían amplio eco las épocas posteriores a
él.

Abraham en el judaísmo
La explicación de la religión hebrea es clara y meridiana: los judíos habían
conocido la revelación de Yahvé a través de Jacob, hijo de Isaac y, por lo tanto,
nieto de Abraham y Sara, por lo que la promesa de Yahvé efectuada a Abraham se
había cumplido y, en efecto, los judíos se convertían en el pueblo elegido por
Dios, factor fundamental en la cohesión espiritual y sociológica del judaísmo como
religión. De igual modo, el ritual de la circuncisión religiosa quedó configurado
como la primera muestra de profesión de fe judía que todo miembro varón de la
comunidad debería realizar.

Además de su presencia en la Torah, Abraham tiene otras connotaciones para el


pueblo hebreo en la rica literatura de Aggadah, donde, a pesar de mantener intacto
su imagen de escrupuloso creyente, la leyenda se incrementa con otros relatos, como
el enfrentamiento mantenido contra el rey Nimrod, el mítico constructor de la torre
de Babel, o la vocación sacerdotal del patriarca después de la entrevista mantenida
con Melquisedec. La ceremonia de la circuncisión, como no podía ser de otra forma,
es el punto culminante de la biografía de Abraham legada por la literatura Midrash,
que también recoge como verdadera la imagen de un Abraham guerrero, enfrentado a
los pueblos de la Pentápolis, aunque bien es cierto que muchos de los rabíes
concuerdan en interpretar este episodio en clave alegórica, es decir, como una más
de las pruebas que el patriarca tuvo que sufrir por parte de Yahvé antes de acceder
a la preciada descendencia.

Durante siglos, la figura de Abraham inspiró toda una tradición de piedad y


veneración en la estructura filosófica judía, desde Judá Halevi hasta Moseh
Maimónides, que le encaramaron al primer lugar de la perfección humana en su
calidad de creyente. Por otra parte, las representaciones iconográficas y
literarias de Abraham en el mundo hebreo (y también en el cristiano) son
innumerables y hacer un somero repaso de ellas haría interminables estas líneas.
Por este motivo, baste con afirmar que es posible reconocer al gran patriarca de la
religión hebrea a través de cualquiera de las manifestaciones cotidianas de los
creyentes judíos.

Abraham en el cristianismo
Como en tantas otras cuestiones, el cristianismo es deudor del judaísmo en buena
parte de su devenir patrístico. Así, ya desde los más tempranos tiempos de la
formación del entramado de creencias, el apóstol San Pablo, en su Epístola a los
Romanos (4, 1-25) trató de acomodar la figura de Abraham de acuerdo al credo de
Jesús. Para ello, eligió la glorificación del patriarca no por sus signos judíos,
sino por haber creído la promesa de Dios: darle un hijo de Sara, de cuya genealogía
nacería el Mesías redentor. De esta forma, es común en el cristianismo identificar
a los cristianos como seguidores de la fe del patriarca Abraham, ya que San Pablo,
hábilmente, dejó asentado con seguridad que el acto de fe realizado por Abraham
tuvo lugar antes de su circuncisión y antes de que entrasen en vigor las leyes
mosaicas, es decir, los dos componentes principales que identificaban a Abraham
como judío: el patriarca había creído en Dios y esa era su esencia espiritual. El
llamado Libro de los Jubileos, un texto de reciente descubrimiento dentro del
corpus conocido popularmente como Manuscritos del Mar Muerto, incide en que Abraham
fue el único miembro de su familia que nunca adoró el panteón pagano, confirmando
el impacto popular del patriarca como primer seguidor del monoteísmo.

Posteriormente, la exégesis cristiana hizo de Abraham, concretamente del sacrificio


de Isaac, uno de los antecedente de la pasión de Jesucristo. Ambos habrían llegado
al extremo de sacrificar su vida (Abraham la de su hijo) merced a la fe en Dios. El
episodio del sacrificio de Moriah fue interpretado, paso a paso, como el
antecedente del Vía Crucis de Jesús, contribuyendo con ello a fomentar la imagen de
Abraham como gran patriarca de los cristianos. Si en muchas ocasiones, sobre todo
en lo referente a las similitudes entre el Pentateuco y el Antiguo Testamento, es
imposible distinguir entre las tradiciones cristianas y judías, Abraham es uno de
los puntos donde la herencia hebrea del cristianismo resulta más evidente.

Abraham en el Islam
A lo largo de la lectura del libro sagrado de los musulmanes, el Corán, los
preceptos de Mahoma destacan a Abraham (Ibrahim) como uno de los más importantes
profetas del credo mahometano, considerándole como uno de los receptores de las
revelaciones de Alá. En términos religiosos islámicos, Ibrahim es venerado como
hanif ('monoteísta'), a quien Alá tomó como su khalil ('amigo', 'protegido') para
confiarle el sentido de la verdadera palabra. Naturalmente, el punto de
desencuentro entre islamismo y judaísmo estriba en el papel preponderante que para
los musulmanes tiene Ismael (Isma'il), el hijo de Abraham y su esclava Agar, aunque
esta última no aparece nunca en las fuentes islámicas. La imagen que transmite el
Corán de Abraham apenas dista de la ofrecida por la Biblia y la Torah, salvo,
evidentemente, el episodio del sacrificio y, en cierto sentido, un carácter mucho
más comprometido con la salvaguarda del monoteísmo, que es la perspectiva vital más
acusada en el perfil del Ibrahim de los musulmanes (zorah 37, 81-97):

De su secta era Ibrahim. Aportó a su Señor un corazón intacto. Le dijo un día a su


padre y a su pueblo: "¿Qué adoráis? ¿Preferís las falsas divinidades a Dios? ¿Qué
pensáis del dueño del universo?" Dirigió una mirada a las estrellas: "Yo estoy
enfermo, no asistiré hoy a vuestras ceremonias". Ellos se fueron y lo dejaron. Se
escondió para ir a ver a su ídolos y exclamó: "¿Coméis? ¿Por qué no habláis?" Y
acto seguido les dio un golpe con su diestra. Su pueblo acudió precipitadamente:
"¿Adoraréis lo que vosotros mismos talláis en la roca?", les dijo Ibrahim. "¡Alá es
quien os ha creado, a vosotros y a las obras de vuestras manos!" Se decían unos a
otros: "¡Haced una pira y arrojadle al fuego ardiente!" Quisieron tenderle un lazo
pero los humillamos: "Me retiro", dijo Ibrahim, "al lado de mi Dios; Él me mostrará
el sendero recto".
Mahoma se consideraba descendiente de Ismael, y, por lo tanto, al haber recibido la
revelación de Alá, se cumplía la profecía efectuada por Alá a Ibrahim, consistente
en que la descendencia de Abraham sería bendecida. De hecho, Mahoma sería el último
gran profeta de la Palabra Revelada, tras Adán, Abraham, Moisés y Jesús, personajes
todos ellos con un papel preponderante en el Islam.

Mito y realidad
La irresoluble contradicción entre estos dos aspectos no ha de verse nunca como una
destrucción del mito por la realidad, sino que, al contrario, es la realidad en el
plano historiográfico lo que contribuye todavía más a reforzar el mito, aunque
situándolo en diferente perspectiva.

El primer asunto de importancia a tratar en cuanto a la realidad de Abraham queda


establecido en su origen. Se ha visto anteriormente cómo la Biblia, y en general
todas las fuentes escritas relacionadas con el patriarca, daban el nombre de Téraj
a su padre. En las ya citadas tablillas de escritura cuneiforme mesopotámica, el
nombre de Téraj aparece con relativa frecuencia, pero no como nombre propio sino
como un sustantivo que tiende más a interpretarse como el nombre de un linaje, una
familia, un clan o, incluso, una ciudad o región. Debido a este motivo, los
investigadores concuerdan en que Téraj era el nombre de la filiación tribal o
parentelar de Abraham, que bien pudo ser descendiente de tribus nómadas semíticas
de Siria o del sur de Mesopotamia.

Otro punto importante para acomodar la real existencia de Abraham está formado por
todo el cúmulo de aparentes contradicciones entre lo narrado en la Biblia y lo que
se puede percibir del cotejo con los hallazgos arqueológicos. Los intentos de
periodización bíblica a través de restos del pasado han servido para fechar el
devenir de Abraham en los cinco siglos transcurridos entre los años 2000 y 1500
a.C., es decir, mucho antes de la instauración de un gobierno monárquico en el
pueblo de Israel, hacia el año 1000 a.C. Sin embargo, en el contexto de la
narración bíblica, muchos elementos que acompañan la biografía de Abraham
pertenecen a una época posterior, de hacia el siglo VII a.C., como por ejemplo el
uso de camellos para transportes o el asentamiento de los caldeos en Mesopotamia.
Pese a todo la mayoría de eruditos e investigadores está de acuerdo en que, si bien
la narración del Génesis adolece de numerosas adiciones e interpolaciones
posteriores, este hecho no invalida la posibilidad de que Abraham existiese: no hay
evidencias históricas para afirmar con rotundidad su existencia, pero tampoco se
conoce ningún dato para poder negarla tajantemente.

Finalmente, hay que establecer una comparación con mucho impacto entre el relato
bíblico de la vida Abraham y la evolución de las primeras sociedades del espacio
geográfico que podría denominarse como Creciente Fértil. En cierto sentido, la
promesa efectuada por Dios al respecto de una tierra prometida está en relación
directa con el paso del nomadismo, modo de vida habitual de estas sociedades, a la
condición sedentaria. Aceptando Abraham las órdenes de Dios, estaba también
abriendo camino para que los muchos inconvenientes de la situación nómada de una
sociedad se acomodasen a las nuevas necesidades, que pasaban, evidentemente, por el
proceso de sedentarización.

Igualmente, en clave sociológica e historiográfica, si la promisión de una tierra


donde morar significa el paso del nomadismo al sedentarismo, otra extraordinaria
clave del devenir de las sociedades antiguas se halla en el episodio vivido por
Abraham en el monte Moriah, cuando Dios le ordenó detener la inmolación de su hijo.
En este aspecto, la anulación divina de los sacrificios humanos, frecuente en todos
los ritos espirituales de la Antigüedad, deja bien claro que en la época de Abraham
podría haber finalizado ya el mismo proceso de cambio cultural que revela el paso
al sedentarismo, caracterizado también por un estadio religioso más avanzado que el
anterior en el que ya no eran necesarios los holocaustos humanos para contentar a
las divinidades.

Sacrificio de Abraham.
El papel de Abraham en la actualidad
Las tres religiones del Libro concuerdan en aceptar a Abraham más como una idea
espiritual, un remedo de filosofía cultural que se destila a través de la figura de
un hombre de quien no existe evidencia concluyente de su existencia. Como en otros
muchos casos, en realidad no es necesaria esta evidencia, ya que su mensaje ha
calado hondo en la multitud de creyentes judíos, cristianos y musulmanes.

El papa Juan Pablo II celebró el 23 de febrero de 2000 un homenaje a Abraham,


personaje al que era particularmente afecto el Sumo Pontífice. La evocación se
realizó, como no podía ser de otra forma, mediante la quema simbólica de unas ramas
de incienso en un altar que recreaba el mismo lugar, el monte Moriah, donde Abraham
quiso sacrificar a su hijo (Isaac / Ismael). Las repercusiones del personaje en los
universos religiosos musulmán y hebreo son igualmente amplias, pero de forma
lamentable, todavía muchas de las divergencias sonsacadas alrededor de las
diferentes interpretaciones del mito son insalvables.

Como no podía ser de otra forma, Abraham es el motivo primigenio de una larguísima
tradición de fiestas turísticas en todos aquellos parajes por los que, según la
Biblia, el patriarca desarrolló su itinerario vital. La ciudad de Sanliurfa, ya
citada, organiza una de las más importantes, ya que existe una leyenda que hace
Abraham natal de esta villa turca y no de Ur. Según esta misma leyenda, Abraham,
movido por su creencia monoteísta, destrozó imágenes idólatras de dioses paganos,
lo que motivó que el rey Nimrod decidiese asesinarle ahogándole en una cueva
rodeada de lagos, pero un milagro le permitió seguir con vida. Esta salvación de
Abraham / Ibrahim es la que se representa todos los años en las cuevas situadas en
las afueras de Sanliurfa, que reciben la visita anual de muchísimos peregrinos
sobre todo procedentes de Irán.

Mucho menos divertida es la situación de la geografía recorrida por la vida de


Abraham. Por poner sólo un ejemplo, el lugar donde más tiempo permaneció residente
el patriarca, Hebrón, fue entregada por el gobierno hebreo a la Autoridad Nacional
Palestina en 1997, dentro de los términos de los acuerdos de paz. Los descendientes
de Ismael, los árabes, rodean a los descendientes de Isaac, judíos, de tal modo que
la pequeña judería de Hebrón ha de estar vigilada militarmente para prevenir unos
enfrentamientos que, al menos sociológicamente, hunden sus aparente razones en la
lontananza de los tiempos. Por esta razón, es todavía mucho más loable la
iniciativa del Fondo Abraham, una organización que ha recuperado recientemente el
nombre del universal patriarca para una loable causa: fomentar la coexistencia
pacífica entre árabes y judíos en el ámbito de Palestina-Israel. Excelente intento
el de acabar con el enfrentamiento fratricida de los que, quieran o no quieran,
parten de ese tronco común al que se suele denominar con el nombre de Abraham,
persona y mito, creencia y realidad.

Enlaces en Internet
http://www.coexistence.org; Página web oficial del Fondo Abraham (en inglés).
Autor
Federico Lara PeinadoÓscar Perea Rodríguez

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