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Pontificio Instituto Juan Pablo II

para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia


Secretaría de Madrid

AULA MAGNA

Benedicto XVI, noviazgo y preparación al matrimonio


Reproducimos dos discursos del Santo Padre, Benedicto XVI, referidos al noviazgo y a la preparación al matrimonio.
El primero, dirigido directamente a los novios durante el encuentro que tuvo con ellos en su visita pastoral a Ancona en septiembre de 2011.
El segundo, a un grupo de obispos de EE.UU. durante su visita en marzo de 2012.

11 de septiembre de 2011
Plaza del Plebiscito, Ancona

Encuentro con los novios


Queridos novios:
Me alegra concluir esta intensa jornada, culmen del Congreso eucarístico nacional, encontrándoos a vosotros, ca-
si para querer confiar la herencia de este acontecimiento de gracia a vuestras jóvenes vidas. Además, la Eucarist-
ía, don de Cristo para la salvación del mundo, indica y contiene el horizonte más verdadero de la experiencia que
estáis viviendo: el amor de Cristo como plenitud del amor humano.
Doy las gracias al arzobispo de Ancona-Ósimo, monseñor Edoardo Menichelli, por su cordial y profundo saludo,
y a todos vosotros por esta vivaz participación; gracias también por las preguntas que me habéis dirigido y que
acojo confiando en la presencia, en medio de nosotros, del Señor Jesús: ¡sólo él tiene palabras de vida eterna, pa-
labras de vida para vosotros y vuestro futuro!
Lo que planteáis son interrogantes que, en el actual contexto social, asumen un peso aún mayor. Deseo ofreceros
sólo alguna orientación por respuesta. En ciertos aspectos nuestro tiempo no es fácil, sobre todo para vosotros,
los jóvenes. La mesa está surtida de muchas cosas deliciosas, pero, como en el episodio evangélico de las bodas
de Caná, parece que falta el vino de la fiesta. Sobre todo la dificultad de encontrar un trabajo estable extiende un
velo de incertidumbre sobre el futuro. Esta condición contribuye a posponer la toma de decisiones definitivas, e
incide de modo negativo en el crecimiento de la sociedad, que no consigue valorar plenamente la riqueza de
energías, de competencias y de creatividad de vuestra generación.
Falta el vino de la fiesta también a una cultura que tiende a prescindir de criterios morales claros: en la desorien-
tación, cada uno se ve impulsado a moverse de manera individual y autónoma, frecuentemente en el único perí-
metro del presente. La fragmentación del tejido comunitario se refleja en un relativismo que mella los valores
esenciales; la consonancia de sensaciones, de estados de ánimo y de emociones parece más importante que com-
partir un proyecto de vida. También las elecciones de fondo se vuelven entonces frágiles, expuestas a una peren-
ne revocabilidad, que a menudo se considera como expresión de libertad, mientras que más bien señala su caren-
cia. Asimismo, pertenece a una cultura carente del vino de la fiesta la aparente exaltación del cuerpo, que en rea-
lidad banaliza la sexualidad y tiende a que se viva fuera de un contexto de comunión de vida y de amor.
Queridos jóvenes, ¡no tengáis miedo de afrontar estos desafíos! No perdáis nunca la esperanza. Tened valor, tam-
bién en las dificultades, permaneciendo firmes en la fe. Estad seguros de que, en toda circunstancia, sois amados
y estáis custodiados por el amor de Dios, que es nuestra fuerza. Dios es bueno. Por esto es importante que el en-
cuentro con Dios, sobre todo en la oración personal y comunitaria, sea constante, fiel, precisamente como es el
camino de vuestro amor: amar a Dios y sentir que él me ama. ¡Nada nos puede separar del amor de Dios! Estad
seguros, además, de que también la Iglesia está cerca de vosotros, os sostiene, no cesa de miraros con gran con-
fianza. Ella sabe que tenéis sed de valores, los valores verdaderos, sobre lo que vale la pena construir vuestra ca-
sa. El valor de la fe, de la persona, de la familia, de las relaciones humanas, de la justicia. No os desaniméis ante
las carencias que parecen apagar la alegría en la mesa de la vida. En las bodas de Caná, cuando falta el vino, Mar-
ía invitó a los sirvientes a dirigirse a Jesús y les dio una indicación precisa: «Haced lo que él os diga» (Jn 2, 5).
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Atesorad estas palabras, las últimas de María citadas en los Evangelios, casi su testamento espiritual, y tendréis
siempre la alegría de la fiesta: ¡Jesús es el vino de la fiesta!
Como novios estáis viviendo una época única que abre a la maravilla del encuentro y permite descubrir la belleza
de existir y de ser valiosos para alguien, de poderos decir recíprocamente: tú eres importante para mí. Vivid con
intensidad, gradualidad y verdad este camino. No renunciéis a perseguir un ideal alto de amor, reflejo y testimo-
nio del amor de Dios. ¿Pero cómo vivir esta etapa de vuestra vida, testimoniar el amor en la comunidad? Deseo
deciros ante todo que evitéis cerraros en relaciones intimistas, falsamente tranquilizadoras; haced más bien que
vuestra relación se convierta en levadura de una presencia activa y responsable en la comunidad. No olvidéis,
además, que, para ser auténtico, también el amor requiere un camino de maduración: a partir de la atracción ini-
cial y de «sentirse bien» con el otro, educaos a «querer bien» al otro, a «querer el bien» del otro. El amor vive de
gratuidad, de sacrificio de uno mismo, de perdón y de respeto del otro.
Queridos amigos, todo amor humano es signo del Amor eterno que nos ha creado y cuya gracia santifica la elec-
ción de un hombre y de una mujer de entregarse recíprocamente la vida en el matrimonio. Vivid este tiempo del
noviazgo en la espera confiada de tal don, que hay que acoger recorriendo un camino de conocimiento, de respe-
to, de atenciones que jamás debéis perder: sólo con esta condición el lenguaje del amor seguirá siendo significati-
vo también con el paso de los años. Educaos, también, desde ahora en la libertad de la fidelidad, que lleva a cus-
todiarse recíprocamente, hasta vivir el uno para el otro. Preparaos a elegir con convicción el «para siempre» que
connota el amor: la indisolubilidad, antes que una condición, es un don que hay que desear, pedir y vivir, más allá
de cualquier situación humana mutable. Y no penséis, según una mentalidad extendida, que la convivencia sea
garantía para el futuro. Quemar etapas acaba por «quemar» el amor, que en cambio necesita respetar los tiempos
y la gradualidad en las expresiones; necesita dar espacio a Cristo, que es capaz de hacer un amor humano fiel,
feliz e indisoluble. La fidelidad y la continuidad de que os queráis bien os harán capaces también de estar abiertos
a la vida, de ser padres: la estabilidad de vuestra unión en el sacramento del matrimonio permitirá a los hijos que
Dios quiera daros crecer con confianza en la bondad de la vida. Fidelidad, indisolubilidad y transmisión de la vi-
da son los pilares de toda familia, verdadero bien común, valioso patrimonio para toda la sociedad. Desde ahora,
fundad en ellos vuestro camino hacia el matrimonio y testimoniadlo también a vuestros coetáneos: ¡es un valioso
servicio! Sed agradecidos con cuantos, con empeño, competencia y disponibilidad os acompañan en la forma-
ción: son signo de la atención y de la solicitud que la comunidad cristiana os reserva. No estáis solos: sed los pri-
meros en buscar y acoger la compañía de la Iglesia.
Deseo volver de nuevo sobre un punto esencial: la experiencia del amor tiene en su interior la tensión hacia Dios.
El verdadero amor promete el infinito. Haced, por lo tanto, de este tiempo vuestro de preparación al matrimonio
un itinerario de fe: redescubrid para vuestra vida de pareja la centralidad de Jesucristo y de caminar en la Iglesia.
María nos enseña que el bien de cada uno depende de la escucha dócil de la palabra del Hijo. En quien se fía de
él, el agua de la vida cotidiana se transforma en el vino de un amor que hace buena, bella y fecunda la vida. Caná,
de hecho, es anuncio y anticipación del don del vino nuevo de la Eucaristía, sacrificio y banquete en el cual el
Señor nos alcanza, nos renueva y transforma. Y no perdáis la importancia vital de este encuentro: que la asam-
blea litúrgica dominical os encuentre plenamente partícipes: de la Eucaristía brota el sentido cristiano de la exis-
tencia y un nuevo modo de vivir (cf. Exhort. ap. postsin. Sacramentum caritatis, 72-73). No tendréis, entonces,
miedo al asumir la esforzada responsabilidad de la opción conyugal; no temeréis entrar en este «gran misterio» en
el que dos personas llegan a ser una sola carne (cf. Ef 5, 31-32).
Queridísimos jóvenes, os encomiendo a la protección de san José y de María santísima; siguiendo la invitación de
la Virgen Madre —«Haced lo que él os diga»— no os faltará el sabor de la verdadera fiesta y sabréis llevar el
«vino» mejor, el que Cristo dona para la Iglesia y para el mundo. Deseo deciros que también yo estoy cerca de
vosotros y de cuantos, como vosotros, viven este maravilloso camino de amor. ¡Os bendigo con todo el corazón!

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9 de marzo de 2012

Discurso del Santo Padre Benedicto XVI


a un grupo de obispos de la Conferencia Episcopal
de Estados Unidos en visita “Ad limina”
Queridos hermanos en el episcopado:
Os saludo a todos con afecto fraterno con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum. Como sabéis,
este año deseo reflexionar con vosotros sobre algunos aspectos de la evangelización de la cultura esta-
dounidense a la luz de los desafíos intelectuales y éticos del momento presente.
En los encuentros anteriores reconocí nuestra preocupación por las amenazas contra la libertad de con-
ciencia, de religión y de culto que es preciso afrontar con urgencia para que todos los hombres y mujeres
de fe, y las instituciones que animan, puedan actuar de acuerdo con sus convicciones morales más pro-
fundas. En esta ocasión quiero hablar de otra cuestión grave que me expusisteis durante mi visita pasto-
ral a Estados Unidos, es decir, la crisis actual del matrimonio y de la familia, y más en general de la vi-
sión cristiana de la sexualidad humana. De hecho, resulta cada vez más evidente que un menor aprecio
de la indisolubilidad del pacto matrimonial y el rechazo generalizado de una ética sexual responsable y
madura, fundada en la práctica de la castidad, han llevado a graves problemas sociales que conllevan un
coste humano y económico inmenso.
Sin embargo, como afirmó el beato Juan Pablo II, el futuro de la humanidad se fragua en la familia (cf.
Familiaris consortio, 86). De hecho, «el bien que la Iglesia y toda la sociedad esperan del matrimonio y
de la familia fundada en él es demasiado grande como para no ocuparse a fondo de este ámbito pastoral
específico. Matrimonio y familia son instituciones que deben ser promovidas y protegidas de cualquier
equívoco posible sobre su auténtica verdad, porque el daño que se les hace provoca de hecho una herida
a la convivencia humana como tal» (Sacramentum caritatis, 29).
A este propósito, conviene mencionar en particular las poderosas corrientes políticas y culturales que tra-
tan de alterar la definición legal del matrimonio. El esmerado esfuerzo de la Iglesia por resistir a estas
presiones exige una defensa razonada del matrimonio como institución natural constituida por una co-
munión específica de personas, fundamentalmente arraigada en la complementariedad de los sexos y
orientada a la procreación. Las diferencias sexuales no pueden considerarse irrelevantes para la defini-
ción del matrimonio. Defender la institución del matrimonio como realidad social es, en resumidas cuen-
tas, una cuestión de justicia, pues implica la defensa del bien de toda la comunidad humana, así como de
los derechos de los padres y de los hijos.
En nuestras conversaciones, algunos habéis señalado con preocupación las crecientes dificultades que se
encuentran para transmitir la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia en su integridad, y la
disminución del número de jóvenes que se acercan al sacramento del matrimonio. Ciertamente, debemos
reconocer algunas deficiencias en la catequesis de los últimos decenios, que a veces no ha logrado comu-
nicar la rica herencia de la doctrina católica sobre el matrimonio como institución natural elevada por
Cristo a la dignidad de sacramento, la vocación de los esposos cristianos en la sociedad y en la Iglesia, y
la práctica de la castidad conyugal. A esta doctrina, reafirmada con creciente claridad por el magisterio
posconciliar y presentada de modo completo tanto en el Catecismo de la Iglesia católica como en el
Compendio de la doctrina social de la Iglesia, se le debe restituir su lugar en la predicación y en la ense-
ñanza catequística.
En la práctica, es necesario revisar atentamente los programas de preparación para el matrimonio a fin de
garantizar que se concentren más en su componente catequístico y en la presentación de las responsabili-
dades sociales y eclesiales que implica el matrimonio cristiano. En este contexto no podemos ignorar el
grave problema pastoral constituido por la generalizada práctica de la cohabitación, a menudo por parte

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de parejas que parecen inconscientes de que es un pecado grave, por no decir que representa un daño pa-
ra la estabilidad de la sociedad. Animo vuestros esfuerzos para desarrollar normas pastorales y litúrgicas
claras con vistas a una celebración digna del matrimonio, que constituyan un testimonio inequívoco de
las exigencias objetivas de la moralidad cristiana, mostrando al mismo tiempo sensibilidad y solicitud
por los matrimonios jóvenes.
Aquí deseo expresar también mi aprecio por los programas pastorales que estáis impulsando en vuestras
diócesis y, en especial, por la clara y autorizada presentación de la doctrina de la Iglesia en vuestra Carta
de 2009 «Marriage: Love and Life in the Divine Plan» («Matrimonio: amor y vida en el plan divino»).
Aprecio también lo que vuestras parroquias, vuestras escuelas y vuestras instituciones caritativas hacen
cada día para sostener a las familias y para ayudar a quienes se encuentran en situaciones matrimoniales
difíciles, especialmente a las personas divorciadas y separadas, a los padres solos, a las madres adoles-
centes y a las mujeres que piensan en el aborto, así como a los niños que sufren los efectos trágicos de la
desintegración familiar.
En este gran compromiso pastoral es urgentemente necesario que toda la comunidad cristiana vuelva a
apreciar la virtud de la castidad. Es preciso subrayar la función integradora y liberadora de esta virtud
(cf. Catecismo de la Iglesia católica, nn. 2338-2343) con una formación del corazón que presente la
comprensión cristiana de la sexualidad como una fuente de libertad auténtica, de felicidad y de realiza-
ción de nuestra vocación humana fundamental e innata al amor. No se trata sólo de presentar argumen-
tos, sino también de apelar a una visión integral, coherente y edificante de la sexualidad humana. La ri-
queza de esta visión es más sana y atractiva que las ideologías permisivas que algunos ambientes exal-
tan; estas ideologías, de hecho, constituyen una forma poderosa y destructiva de anti-catequesis para los
jóvenes.
Los jóvenes necesitan conocer la doctrina de la Iglesia en su integridad, aunque pueda resultar ardua y
vaya a contracorriente de la cultura. Y, lo que es más importante aún, necesitan verla encarnada en ma-
trimonios fieles que den un testimonio convincente de su verdad. También es necesario sostenerlos
mientras se esfuerzan por tomar decisiones sabias en un tiempo difícil y confuso de su vida. La castidad,
como nos recuerda el Catecismo, implica «un aprendizaje del dominio de sí, que es una pedagogía de la
libertad humana» (n. 2339). En una sociedad que tiende cada vez más a malinterpretar e incluso a ridicu-
lizar esta dimensión esencial de la doctrina cristiana, es necesario asegurar a los jóvenes que «quien deja
entrar a Cristo no pierde nada, nada, absolutamente nada de lo que hace la vida libre, bella y gran-
de» (Homilía en la misa de inauguración del pontificado, 24 de abril de 2005: L’Osservatore Romano,
edición en lengua española, 29 de abril de 2005, p. 7).
Quiero concluir recordando que, en el fondo, todos nuestros esfuerzos en este ámbito están orientados al
bien de los niños, que tienen el derecho fundamental de crecer con una sana comprensión de la sexuali-
dad y del lugar que le corresponde en las relaciones humanas. Los niños son el tesoro más grande y el
futuro de toda sociedad: preocuparse verdaderamente por ellos significa reconocer nuestra responsabili-
dad de enseñar, defender y vivir las virtudes morales que son la clave de la realización humana. Albergo
la esperanza de que la Iglesia en Estados Unidos, aunque se haya visto frenada por los acontecimientos
de la última década, persevere en su misión histórica de educar a los jóvenes y así contribuir a la consoli-
dación de la sana vida familiar que es la garantía más segura de la solidaridad intergeneracional y de la
salud de la sociedad en su conjunto.
Os encomiendo ahora a vosotros y a vuestros hermanos en el episcopado, junto al rebaño que ha sido
confiado a vuestra solicitud pastoral, a la amorosa intercesión de la Sagrada Familia de Jesús, María y
José. A todos os imparto de buen grado mi bendición apostólica como prenda de sabiduría, fortaleza y
paz en el Señor.
© Copyright 2012 - Libreria Editrice Vaticana

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