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Publicado: 20/10/2011
Por Juan Darío Restrepo Figueroa

Fábulas siniestras
La obra de la artista británica Paula Rego es una suma de
perturbadores retratos del mundo femenino. Cada cuadro cuenta una
historia, pero es el espectador el que debe inventarla. Y los finales no
parecen un asunto feliz.

Paula Rego ha hecho de su obra una galería de los fantasmas que caminan por el
universo femenino: sus collages y sus pinturas registran, como si se tratara de
espectros que se pasean por un mundo masculino, el deseo, las relaciones
familiares, los nacimientos, los abortos, las violaciones y la ambivalencia entre
dominar o ser dominada que cargan las mujeres desde el comienzo de sus vidas.

Nacida en Lisboa, en 1935, en una familia de clase media donde descubrió su


talento para dibujar, Rego se mudó a Londres a los diecisiete años para estudiar en
la escuela de arte contemporáneo Slade. Desde aquel 1952, tras ir y venir por
cuenta del trabajo de su padre, tras la batalla para mantener la empresa familiar, se
fue quedando en la capital de Gran Bretaña. Sin embargo, Portugal ha seguido
siendo, desde entonces, fuente permanente de su inspiración. Se ha pasado la vida
con un pie en cada país. Y su obra desinhibida y desafiante vuelve, todo el tiempo,

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a esos primeros años de su vida en losRevistaArcadia.com
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asco la dictadura de
Salazar, sentía aún “algo de culpa católica” y creía seriamente en el demonio. Pero,
si le preguntan, dirá que es una artista inglesa.

Su hoja de vida registra varias exposiciones colectivas y varias individuales desde


1965. Sus collages espeluznantes llenos de excrementos, sangre y vómitos se
pasearon, en los sesenta y los setenta, por las ciudades europeas que vienen
primero a la mente. Aunque el mecenazgo de su padre la tuvo siempre a salvo entre
los artistas de primera línea de sus dos países, el gran reconocimiento como artista
llegó a su vida relativamente tarde. Cuando cumplió los cuarenta años realizó su
primera gran exposición individual; diez años más tarde, fue nominada al premio
Turner; y hace apenas seis, a los setenta, no obstante la distancia entre su
provocadora propuesta artística y el conservador gusto artístico de la Reina Isabel II
(la prensa inglesa se llenó, por esos días, de comentarios irónicos), le fue conferido
el título de Dama por la Corona británica como premio a sus grandes aportes en las
artes.

Para completar su triunfo, el 18 de septiembre de 2009 se inauguró, en Lisboa, la


Casa de las historias Paula Rego. Se trata de una institución cultural que promueve,
divulga y estudia la obra de la artista a partir de su propia colección: 683 grados y
dibujos donados por ella y 63 pinturas cedidas en comodato por un período de diez
años. Cabe aclarar que la propia Paula Rego ha impedido que el espacio se
convierta en un mausoleo egocéntrico dedicado a engrandecer su memoria: a
través de un programa de exposiciones temporales, otros artistas confrontan y
nutren el universo artístico propuesto por Rego.

Cada imagen cuenta una historia

Paula Rego ha explorado inquietantes narrativas desde que la muerte de su padre,


en 1966, la llevó a pasar definitivamente del collage tremebundo a la pintura
paródica que cuenta una historia. Cada una de sus telas de grandes dimensiones, a
menudo inspiradas en cuentos de hadas, a medio camino entre las peores tragedias
políticas y los peores miedos infantiles, es un relato que viene desde el centro de su
naturaleza: desde el fondo de su propia experiencia en el mundo. “Para pintar,
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Paula Rego siempre debe tener una historia y su manera favorita de contar historias
es pintando”, asegura el teórico John McEwen. “Pinto para darle una cara al miedo”,
ha dicho ella. Y, para comprender sus palabras, basta con quedarse un rato frente a
aquella serie, La niña y el perro, que, como se hunde del todo en la narrativa,
representa el punto de giro de su obra: la figura femenina se despliega por todos
sus arquetipos, de la madre a la puta, para describir la tensión entre la seducción y
el dominio que conviven en el alma de la mujer.

Lo narrativo, decíamos, ha sido fundamental en su obra: el juego entre lo que se


cuenta y lo que significa. Y todo porque su vida, vista por arriba, podría definirse
como la historia convencional de una niña solitaria, una joven bella a la que le
cuesta acomodarse en la vida adulta, una esposa con ciertos privilegios que ya
querría el resto de la humanidad y una madre que, con el amor de rigor, comparte
con sus hijos sus increíbles aptitudes para el dibujo. Pero, vista desde abajo, resulta
claro que algo extraño ha sucedido a lo largo de su biografía, mientras tanto, dentro
de ella: “el problema más grande de toda mi vida ha sido mi incapacidad para decir
lo que pienso, para hablar con la verdad”, reconoce. “Cuando era una niña, los
adultos siempre estaban en lo cierto y nunca respondían a mis preguntas y yo me
sentía profundamente equivocada de mundo”.

Desde esa infancia silenciosa en la que hablar servía para muy poco y las palabras
se quedan volando, Rego se dio cuenta de que estaba más interesada en “narrar
dibujando”, en perderse en lo concreto: la inmediatez asociada a la técnica del
dibujo es, de hecho, lo que prima en la mayoría de su trabajo. Sus obras más
destacadas han sido calificadas como pinturas, por su escala y ambición, pero son
en realidad enormes pasteles narrativos que conservan la intensidad del trazo:
dibujos precisos que se salen del cuadro. En su proceso de creación, aún hoy, Rego
realiza numerosos dibujos preparatorios en varios medios, y que, por lo general,
derivan en otras obras con autonomía e importancia: el dibujo está, en fin, en el
corazón de su arte.

Y cada historia tiene un protagonista

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Pero cada imagen, decíamos, cuenta una historia. Y cada historia tiene un
protagonista. Y las protagonistas de los relatos de Paula Rego son mujeres con
rasgos andrógenos, por lo general figuras solitarias que parecen oscilar entre la
desesperanza desgarradora y los artilugios de sangrientas venganzas en
escenarios de la vida cotidiana que, si miramos de cerca, están abigarrados de
simbolismos religiosos y políticos. Lo más sencillo sería etiquetar a Rego como “otra
feminista” u otra “trasnochada seguidora del realismo mágico”, pero todas esas
taxonomías son simples pretextos para distraer los contenidos perturbadores de sus
imágenes sonámbulas.

Su adaptación pictórica de Jane Eyre, la novela con cara de autobiografía escrita


por Charlotte Brönte, es un buen ejemplo de su tendencia a convertir a los buenos
personajes en seres monstruosos semejantes a los que aparecen en algunas obras
de Goya. Su creciente interés, de obra madura, por revisar a fondo los arquetipos
femeninos que vienen de los cuentos de hadas a las escenas de la vida cotidiana
de estos años, se ve más clara que nunca en un tríptico de 1999 titulado Marta,
María y Magdalena: en el centro de aquella composición, basada en la pintura
renacentista religiosa, podemos observar una pietà en la que el cuerpo sin vida de
Jesús descansa sobre el regazo materno, pero, como se trata de una obra de Rego,
la alongada figura de Jesús muerto que yace sobre la mujer resulta demasiado
vieja, y la mujer comienza a parecérsenos a su hija.

La serie titulada El jardín del interrogatorio, realizada exprofeso para una fundación
de víctimas de la tortura, no solo nos impide olvidar todos los horrores que trajeron
los conflictos políticos de la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial,
sino que resulta, de paso, un comentario contundente sobre la absurda tragedia que
viven las mujeres torturadas por razones políticas. La imagen más popular de esta
serie muestra a un hombre de bigote uniformado cuyas características botas
militares resaltan más de la cuenta gracias a unos ridículos pantalones cortos que
dejan al desnudo sus piernas.

Entre 1997 y 1998, enmarcada en esta etapa de su obra que la ha obligado a


encarar aquella realidad que los adultos siempre le hicieron inalcanzable, e
indignada por el referendo que condujo a que el gobierno de Portugal continuara
con la criminalización del aborto, Rego llevó a cabo una aclamada serie dedicada a
la interrupción del embarazo:
https://www.revistaarcadia.com/Imprimir/26374 en ella, retratadas al pastel en formatos de gran 4/5
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escala, se encuentran mujeres en posiciones de agonía y extremo dolor. Cada uno
de esos cuadros, como todos de Rego desde 1966, cuenta un drama. Y cada uno
de esos dramas tiene la misma protagonista del comienzo: una niña muerta de
miedo que para sobrevivir debe convertirse en personaje.

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