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Hugo Perez Navarro1

Regreso a Octubre
De regreso a Octubre
(Desde Octubre)

Solari-Beilison

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Es sabido que octubre es un mes cargado de memoria: memoria de la historia popular; esto es, de la
historia que hacen los pueblos en favor de sus propios intereses sociales y políticos.
Precisamente en octubre de 1974, en una asamblea realizada en la Universidad Nacional de Río
Cuarto, un joven estudiante de Filosofía propuso homenajear al General Perón y al Che Guevara con un
minuto de aplauso. Se cumplían, por esos días, dos aniversarios: el del nacimiento del primero (8 de
octubre de 1895) y el del asesinato del segundo (9 de octubre de 1967). La asamblea estalló en una gran
risotada, movida por la impresión de que un minuto de aplauso era una barbaridad.
En octubre (aunque para nuestro calendario ocurrió en noviembre), se conmemoran los cien
años de la Revolución Rusa, que en 1917 puso en marcha el primer estado socialista del mundo,
cerrando el proceso emancipatorio que se había iniciado en febrero (es decir, en nuestro marzo) con el
derrocamiento de los zares y la instauración de una república democrática liberal.
El inicio del socialismo en Rusia significó para los trabajadores y buena parte de la
intelectualidad y algunos miembros de los sectores medios de todo el mundo, nuevos aires para la
esperanza de terminar con la injusticia social, dando lugar a una vida mejor para más personas, en un
marco de igualdad plena. En alusión a esos anhelados vientos de justicia, el gran poeta español Rafael
Alberti llegó a escribir aquello del fantasma que recorría Europa.
Pero ya las burguesías europeas estaban alertadas, y en tren de generar mecanismos de
protección del sistema, decidieron organizar sus propios cazafantasmas, dando impulso y
financiamiento a diversos aparatos de choque, encargados de limpiar de rojos las calles de Italia,
Alemania y, tardíamente, España. Todo lo cual desembocaría en una brutal guerra civil y en la segunda
guerra mundial, con su secuela de asesinatos y crueldad y crímenes organizados a escala industrial, el
lanzamiento de dos bombas atómicas y la muerte de millones de personas en todo el mundo.
Por fin, tras derrotar al nazismo, los soviéticos se dedicaron a torcerle el cuello a su propio
sentido humanista y justiciero, principalmente en la propia Unión Soviética y sus satélites europeos. A la
larga esto llevó a que los estados de modelo soviético tuvieran su fin mediante una implosión en
cadena, no tan inesperada como repentina. Con lo que lo que queda de aquel sueño de justicia para
todos es el socialismo que sobrevive con la mayor dignidad posible y en condiciones extremadamente
difíciles en Cuba, mientras en China –curiosamente– al mismísimo Partido Comunista se le ocurrió
dialéctica y materialmente ponerse a la cabeza de una revolución capitalista -con todas las letras-, la
cual impacta en todo el mundo y preocupa al occidente recalcitrante, mucho más de lo que jamás
hiciera el gordo Mao en los días de la revolución cultural.

1
Licenciado en Filosofía por la Universidad Nacional de Río Cuarto. Diplomado de la Diplomatura de Historia
Argentina y Latinoamericana (SPU/UNVM/UNSL, 2015). Doctorando del Doctorado de Filosofía de la Universidad
Nacional de Lanús. Ex Profesor de la Universidad Nacional de Villa Mercedes. Profesor Responsable del Instituto de
Formación Docente Continua de Villa Mercedes.

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La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas había nacido cuando Juan Perón tenía sólo 22 años
y no era aún presidente ni tan siquiera general. Para que ello ocurriera se debió producir primero un
golpe militar en 1930 (del que Perón tomó parte como capitán del Ejército) y que hirió de muerte al
Partido Radical, expulsando del gobierno a su líder, Hipólito Yrigoyen. Es verdad que a su perseverante
militancia se debe el voto universal, secreto y obligatorio, aunque también le cabe la responsabilidad
por las masacres de obreros en la Semana Trágica (1919) y en la Patagonia (1922) y -esto no es menor-,
la inteligente neutralidad argentina en la primera guerra mundial, el acceso de los sectores medios al
gobierno y el transitorio desplazamiento de la tradicional oligarquía terrateniente y de sus socios y amos
extranjeros. Desplazamiento que los alejaría de toda oportunidad de regreso al poder por otro medio 2

que no fueran el fraude y los golpes de Estado.


Aunque esto no fue definitivo ni absoluto, ya que hubo dos casos excepcionales, uno por cada
situación. El más reciente fue el regreso al poder de dichos sectores en 2015, por primera vez mediante
elecciones abiertas y transparentes. La otra excepción –más lejana– fue el golpe de 1943 que no fue
pro-oligárquico ni estuvo sometido internacionalmente, como el proyecto surgido de las recientes
elecciones. Paradojas de la realidad política argentina.
Del movimiento del 43 surgiría con perfiles cartesianamente claros y distintos, la figura del Juan
Perón, entonces Coronel, quien incluiría en su actividad política la redacción de notas “periodísticas” a
favor del proyecto que ya encabezaba y que firmaba con el curioso sobrenombre de Descartes. Así fue
tomando forma la semilla de un movimiento de ciudadanía con un sentir de pueblo incontenible, que el
17 de octubre de 1945, en el momento de mayor tensión política registrado en el período, alumbró un
pacto fenomenal entre los trabajadores y el pueblo todo, con el ese activo Coronel que, todos decían,
estaba para más.
Perón fue el primer presidente argentino en reconocer a la Unión Soviética. Y además fue el
impulsor del hecho político más profundamente transformador de toda nuestra historia, rediseñando el
sentido y la función del Estado, construyendo un modelo de país con un claro sentido de la justicia
social, la creación y expansión de los derechos de las mayorías más postergadas, impulsando lo que él
mismo estimaba tal vez como su mayor logro -la formación de la conciencia política de los trabajadores-,
e inspirando con su obrar la gestación de una cultura y una identidad política que, a pesar del bastardeo,
el contrabando epistémico y las claudicaciones de legiones de miserables que entran y salen como si se
tratara de un shopping, se ha mantenido y se mantiene incólume, fortaleciéndose de modo singular en
la adversidad: el peronismo.
Es también sabido que el surgimiento de aquella gesta histórica que expandiría como nunca
antes los derechos de los trabajadores, los ancianos, los niños y las mujeres, promoviendo además el
desarrollo de la industria y la producción, la salud, la cultura, la ciencia, la tecnología, la educación
general y la gratuidad de la enseñanza universitaria, entre otros logros, exasperó fuertemente a los
sectores medios, muchos de ellos beneficiarios directos de los derechos mencionados, llevándolos a
oponerse, subordinándose a la conducción de los tradicionales sectores oligárquicos.
Entre estos sectores enojados de la pequeña burguesía intelectual, algunos de ellos más o
menos inclinados hacia la izquierda, se encontraba Celia de la Serna, la mamá de Ernesto Guevara.
Pocos días después del golpe de septiembre de 1955, el joven Ernesto –que aún no era el Che, o al
menos no lo era del todo, y que nunca había sido peronista, pero sí un lúcido lector de la realidad
política– le escribió desde México una carta inteligente y preocupada. Allí ironiza sobre la alegría de los
norteamericanos, menciona la lectura que hacía “la gente progresista” de México, que definía al golpe
como “otro triunfo del dólar, la espada y la cruz”. Y agrega: “Te confieso con toda sinceridad que la
caída de Perón me amargó profundamente, no por él, sino por lo que significa para toda América, pues

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mal que te pese y a pesar de la claudicación forzosa de los últimos tiempos, Argentina era un paladín de
todos los que pensamos que el enemigo está en el Norte.”
Pasarían los años y Ernesto sería el Che, llegaría a La Habana como comandante de una de las
columnas de la revolución triunfante y se constituiría en ejemplo, modelo e impulsor de movidas
similares a la cubana en nuestra América. Curiosamente, la primera experiencia guerrillera
latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX había sido pre-cubana y peronista, y aunque
prontamente desbaratada contribuyó a encender la inquietud en cientos de otros jóvenes. Antes de la
liquidación de toda esa etapa de la lucha latinoamericana, tuvo lugar la campaña boliviana en la que el
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Che –hace ya cincuenta años– perdería su vida.
Aquella pérdida, que tendría consecuencias nunca imaginadas, incluso por el propio Guevara,
dio lugar a una carta oportunamente distribuida entre la militancia peronista de la época. Allí se lee:
“Hoy ha caído en esa lucha, como un héroe, la figura joven más extraordinaria que ha dado la
revolución en Latinoamérica: ha muerto el Comandante Ernesto Che Guevara. Su muerte me desgarra el
alma porque era uno de los nuestros, quizá el mejor…” La carta lleva la firma del General Juan Perón.
Octubre, ya se dijo, es un mes impregnado del perfume de la memoria popular. Y seguramente
esa fragancia envolvía a aquellos jóvenes asambleístas a los que un minuto de silencio les parecía
razonable pero un minuto de aplauso les resultaba risible, aun cuando todos sabemos y sabíamos que el
silencio homenajea a los muertos mientras el aplauso apunta a la perseverancia simbólica y moral de
sus vidas. Pero lo cierto es que, risas o no, aquella vez todos aplaudieron y muchos de los que aún están
lo siguen haciendo en el recuerdo que, como sabemos, adquiere pleno sentido cuando se nutre en una
memoria en la que campea el aroma de la justicia, que tiene la fragancia de lo que falta, de lo que crece
en nuestra espera activa, de lo que necesariamente viene.
En memoria del Peco Duarte, Federico y el León Harriague, Alejandro
Massa, fundador de la FUNRC, Guily Ferrer y Graciela Galanzini, que
estuvieron allí y siguen estando con nosotros.

Villa Mercedes (San Luis), 8-9 de octubre de 2017

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