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Asmodeo y la lujuria
Asmodeo aparece en el libro de Tobías. La Biblia muestra su historia.
El demonio Asmodeo se enamora de Sarra, hija de Raguel, y cada vez
que aquella contrae matrimonio, mata al marido durante la noche de
bodas.
© Daniel Lobo
Mammon y la avaricia
Mammon es hijo de Lucifer y príncipe de los Infiernos. Aparece en el
Nuevo Testamento y será Mateo quien hable de él:
© Orin Zebest
Belcebú y la Gula
Belcebú etimológicamente significa “El Señor de las Moscas” y también
era usado por los hebreos para burlarse de los adoradores de Baal.
Aparece lleno de moscas, con rostro hinchado, con una cita de fuego,
cornudo negro y amenazante, peludo y con alas de murciélago.
© Public Domain
Belfegor y la Pereza
El nombre de Belfegor también está relacionado con una divinidad del
tiempo bíblico. Se trata de un dios asirio Baal-Peor que los moabitas
adoraban en el monte Fegor. Le llamaban el Baal del Monte Fegor y de
ahí su nombre.
Public Domain
Amon y la Ira
Amon es un marqués del infierno el cual comanda cuarenta legiones de
demonios. Se le describe como un lobo con cola de serpiente que arroja
fuego, un hombre con cabeza de cuervo y dientes de perro o
simplemente un hombre con cabeza de cuervo.
Godong
Leviatán y la envidia
Leviatán es una bestia marina del Antiguo Testamento. Aparecerá,
entre otros lugares en el libro de Job: “Y a Leviatán, ¿lo pescas tú con
anzuelo, y con una cuerda lo sujetas de la lengua?”.
Está relacionado con los monstruos marinos y fue creado por Dios el
quinto día de la creación. En la literatura ha sido utilizado como
nombre para numerosos monstruos y se el ha asimilado a la envida: un
deseo insaciable, como esta bestia.
Lucifer y la soberbia
Lucifer es el más conocido de los demonios porque comete el primer y
original pecado: quiere ser igual que Dios. La tradición lo muestra
como un ángel muy hermoso que por soberbia se rebeló contra Dios,
queriendo ser como Él, por lo que fue confinado al ámbito terrestre
“¡Cómo has caído del cielo, Lucero (Lucifer), hijo de la Aurora! Has
sido abatido a la tierra dominador de naciones! Tú decías en tu
corazón: “escalaré los cielos; elevaré mi trono por encima de las
estrellas de Dios; me sentaré en el monte de la divina asamblea, en el
confín del septentrión escalaré las cimas de las nubes, seré semejante
al Altísimo” (Is 14.12-14).
Es el encargado de la vanidad, de la prepotencia, de la soberbia y de
creerse superior a todo y a todos. En la literatura ha sido un tema muy
tratado, el de querer ser Dios. Por poner un sólo ejemplo: John Milton
en Paradise Lost (El paraíso perdido) lo usa como protagonista de su
poema, en lo que se convirtió en un clásico de la literatura inglesa.