Você está na página 1de 8

-H°'"'""-l �.6+, T,i...,(•.s f "s....

+ts

�rtc\o ro.. G'-J l �o... 1


2,oOl_

.,__ Nosotros, los refugiados

Ante todo, no nos gusta que nos llamen «refugiados». Nosotros


mismos nos calificamos de «recién llegados» o «inmigrantes».
Nuestros periódicos son para «americanos de lengua alemana» y
por lo que sé, no hay hasta hoy ningún club cuyo nombre indi­
que que sus miembros fueron perseguidos por Hitler, o sea, que
son refugiados.
Hasta ahora se consideraba refugiado a aquel que se veía obli­
gado a buscar refugio por sus actos o sus ideas políticas. Y, cier­
tamente, nosotros también tuvimos que buscar refugio pero an­
tes no habíamos hecho nada y la mayoría no albergábamos ni
siquiera en sueños ninguna clase de opinión política radical. Con
nosotros el concepto «refugiado» ha cambiado. «Refugiados»
son hoy en día aquellos de nosotros que tuvieron la mala suerte
de encontrarse sin medios en un país nuevo y necesitaron la ayu­
da de los comités de refugiados.
Antes de la guerra éramos aún más susceptibles frente al tér­
mino «refugiados». Hacíamos todo lo que podíamos para de­
mostrar a los demás que éramos inmigrantes totalmente corrien..:
tes. Explicábamos que habíamos tomado voluntariamente el
camino hacia un país de nuestra elección y negábamos que nues­
tra situación tuviera nada que ver con el «llamado problema ju:­
dío». Éramos «inmigrantes» o «recién llegados» que un buen día

·9
habíamos abandonado nuestro país porque ya no nos gustaba o Para olvidar sin dificultades, preferimos evitar cualquier alu­
por factores puramente económicos. Queríamos conse ir un sión a los campos de concentración y de internamien�o _por los que
gu
asiento nuevo para nuestra existencia, eso era todo. Hay que ser hemos pasado en casi toda Europa, ya que eso podna mterp�etar­
muy optimista o muy fuerte para construir una existencia nueva, se como una manifestación de pesimismo o de falta de confianza
así que manifestemos un gran optimismo. en nuestra nueva patria. Además, nos han insinuado a menudo que
De hecho, nuestra confianza es admirable, aunque lo digamos nadie desea oírlo; el infierno ya no es una representación religiosa
nosotros mismos, pues ahora, por fin, se ha reconocido nuestra o una fantasía sino algo tan real como las casas, las piedras y los ár­
lucha. Al perder nuestro hogar perdimos nuestra familiaridad boles. Evidentemente, nadie quiere ver que la historia ha cread?
con la vida cotidiana. Al perder nuestra profesión perdimos un nuevo género de seres humanos: aquellos a los que los enemi­
nuestra confianza en ser de alguna manera útiles en este mundo. gos meten en campos de concentración y los amigos en campos de
Al perder nuestra lengu a perdimos la naturalidad de nuestras re­ internamiento.
acciones, la sencillez de nuestros gestos y la expresión espontá­ No hablamos de este pasado ni siquiera entre nosotros. En lu-
nea de nuestros sentimientos. Dejar a nuestros parientes en los gar de ello, hemos encontrado nuestro propio modo de encarar
guetos polacos y a nuestros mejores amigos morir en los campos el futuro incierto. Puesto que todo el mundo planea y desea y es­
de concentración significó el hundimiento de nuestro mundo pera, nosotros también lo hacemos. Si� embargo, apart_e de estos
privado. comportamientos humanos comunes mtentamos dilucidar el fu­
Pero inmediatamente después de nuestra salvación (y a la ma­ turo de una manera algo más científica. Después de tanta desgra­
yoría hubo que salvarnos varias veces), comenzamos una nueva .cia queremos asegu rarnos un porve� a prueba de bomb_as. P�r
vida e intentamos segu ir lo mejor que pudimos los buenos con­ eso dejamos a nuestras espaldas la nerra con todas sus incerti­
sejos de nuestros salvadores. Nos decían que debíamos olvidar y dumbres y dirigimos los ojos al cielo. Pues �n las estrellas -:-Y no
lo hicimos más rápidamente de lo que nadie pueda imaginar. en los periódicos- está escrito cuándo Hitler será vencido y
Nos daban a entender amablemente que d nuevo país sería nttes­ cuándo nosotros seremos ·ciudadanos americanos. Las estrellas
tra nueva patria y al cabo de cuatro semanas en Francia o seis· en son nuestras consejeras, más dignas de confianza que todos
América pretendíamos ser franceses o americanos. Los más opti­ nuestros amigos. En ellas leemos cuándo es pertinente ir a comer
mistas incluso llegaron a afirmar que habían pasado toda su vida con nuestros benefactores o qué día es el más oportuno para re­
anterior en una especie de exilio inconsciente y que sólo graci� llenar uno de los innumerables cuestionarios que actualmente
a su nueva vida habían aprendido lo que significaba tener un ver­ acompañan nuestra vida. A veces ni siquiera °:os.fiamos de las es­
dadero hogar. Es verdad que a veces hace:mos objeciones al con­ trellas y preferimos que nos lean la mano o mtell?re�en nuest�a
sejo bienintencionado de olvidar nuestra actividad anterior y letra. De esta manera sabemos poco de los acontecimientos polí­
que, cuando lanzamos nuestros antigu o1s ideales por la borda ticos pero mucho de nuestro querido yo, a� nque el psicoanálisis
porque está en juego nuestra posición social, también lo hacemos _
ya no esté de moda. Han pasado aquellos uempos �ehces en que,
con gran pesar. Pero con la lengu a no tenc:mos ningún problema: aburridos, las damas y los caballeros de la alta sociedad conver­
los más optimistas después de un año ya están firmemente con­ tían en tema de conversación las geniales impertinencias de su
vencidos de que hablan inglés tan bien como su propia len a tierna infancia. Ya no tienen el más mínimo interés en cuentos de
gu
materna y, al cabo de dos años, juran solemnemente que domi­ fantasmas, lo que les pone la carne de gallina son las experiencias
nan el inglés mejor que ninguna otra leng;ua (de la alemana, ape- reales. Ya no hay necesidad de encantar el pasado, bastante em-:
nas se acuerd an ya). 1 brujado está el presente. Y así, a pesar de nuestro proclamado

10 11
optimismo, nos agarramos a cualquier hechizo que conjure a los Schuschnigg, fueron una gentecita encantadora a la que t«;>dos los
espíritus del futuro. observadores imparciales admiraron. Realmente era admirable lo
No sé qué experiencias y pensamient.os nocturnos pueblan convencidos que estaban de que no les podría pasar nada. Pero
nuestros sueños. No me atrevo a pedir d,etalles porque yo tam­ cuando los alemanes entraron en el país y los vecinos no judíos
bién prefiero ser optimista. Pero me ima1;ino que, al menos por comenzaron a asaltar las casas judías, los judíos austríacos empe­
la noche, pensamos en nuestros muertos o nos acordamos de zaron a suicidarse.
aquellos poemas que un día amamos. Incluso entendería que A diferencia de otros suicidas, nuestros amigos no dejan nin­
nuestros amigos de la costa oeste, durante! las horas de toque de guna explicación de su acto, ningu na acusación, ninguna queja
queda, tuvieran la extraña ocurrencia de que no somos «futuros contra un mundo que obliga a un ser desesperado a mantener
ciudadanos» sino; de momento, «extranjc:ros enemigos». Natu­ con palabras y hechos su buen humor hasta el final. Dejan cartas
ralmente, a pleno día somos extranjeros enemigos sólo «formal­ de despedida muy corrientes, documentos irrelevantes. En con­
mente», y todos los refugiados lo saben. Pero, aunque sólo sean secuencia, nuestros discursos fúnebres también son breves, apu­
niotivos «formales» los que nos disuadan de salir de casa después rados y llenos de esperanza. Nadie se preocupa por los motivos
del anochecer, no es fácil evitar hacer de vez en cuando lúgu bres porque a todos nos parecen obvios.
conjeturas sobre la relación entre las formalidades y la realidad.
Hay algo que no encaja en nuestro optimismo. Entre noso­ Estoy hablando de hechos desagradables y, aún peor, para corro­
tros hay algunos optimistas peculiares quie difunden elocuente­ borar mi visión de las cosas, ni siquiera dispongo del único argu­
mente su confianza y al llegar a casa abren la espita del gas o de mento que hoy en día impresiona a la gente: los datos � umé�icos.
forma inesperada hacen uso de un rascacielos. Parece que dan Incluso aquellos judíos que niegan ferozmente la ex1stenc1a del
prueba de que nuestra manifiesta alegría se: basa en una peligrosa pueblo judío, nos conceden, en cuanto a números, unas buenas
disposición a la muerte. Crecimos con la convicción de que la expectativas de vida. ¿ Cómo podrían probar, si no, que s�lo
vida es el bien más alto y la muerte el horror más grande y hemos unos pocos judíos son criminales y que en la guerra muchos JU­
sido testigos y víctimas de horrores peores que la muerte sin po­ díos mueren como buenos patriotas? Gracias a sus esfuerzos por
der descubrir ideal más elevado que la vida.. Aunque la muerte ya salvar la vida estadística del pueblo judío, sabemos que éste exhi­
no nos asustaba, estuvimos bien lejos de querer o de ser capaces be las cifras de suicidio más baj as de todas las. naciones civiliza­
de jugarnos la vida por una causa. En vez de luchar -o reflexio­ das. Estoy bas tante segura de que estos datos ya no son válidos,
nar sobre cómo arreglárselas para resistir- nosotros, los refugia­ cosa que no puedo documentar con nuevas cifras pero sí con la
dos, nos hemos acostumbrado a desear la muerte a nuestros ami­ experiencia reciente. Suficiente para aquellos esp�itus escépticos
gos y parientes. Si alguien muere, nos imaginamos alegremente que nunca estuvieron completamen�e convencidos de que . las
todos los disgustos que se habrá ahorrado,. Finalmente, muchos medidas de un cráneo ofrecieran una idea exacta de su conterudo
entre nosotros acaban deseando ahorrarse también unos cuantos o de que las estadísticas de criminalidad mostraran el exacto ni­
disgustos y actúan en consecuencia. vel moral de una nación. En cualquier caso, los judíos europeos,
Desde 1938, desde la entrada de Hitler en Austria, hemos vis­ vivan donde vivan, ya no se comportan según los pronósticos de ·
to con qué rapidez el elocuente optimismo puede transformarse la estadística. Actualmente, los suicidios se dan no sólo entre
en callado pesimismo. Con el tiempo nuestra situación ha em­ gente víctima del pánico en Berlín y Viena, en Bucarest o en �a­
peorado, llegamos a ser aún más confiados y nuestra tendencia al rís, sino también en Nueva York y Los Angeles, en Buenos Aires
suicidio ha aumentado. Los judíos austríacos, liderados por y Montevideo. ·

12 13
Por el contrario, muy raramente tenemos noticia de suicidios Pero nuestros suicidas ni son unos locos rebeldes que arrojan
en los guetos y cainpos de concentración. Es verdad que recibi­ su desprecio a la vida y al mundo ni intentan al matarse matar al
mos escasos informes de Polonia, pero al menos estamos bastan­ universo entero. Su modo de desaparecer es callado y modesto;
te bien informados sobre los campos de c:oncentración alemanes parece que quieran disculparse por la solución violenta que han
y franceses. encontrado a sus problemas personales. Por lo general, siempre
En el campo de Gurs, por ejemplo, donde tuve la oportunidad habían opinado que los acontecimientos políticos no tenían nada
de pasar una temporada, sólo oí hablar de suicidio una vez y se que ver con su destino individual y, hasta el momento, tanto en los
trataba de una propuesta de acción colectiva, de una especie de buenos tiempos como en los malos, habían confiado en su perso­
acto de protesta al parecer para poner a lo:s franceses en una situa­ nalidad. Pero de pronto descubren en sí mismos algunos defectos
ción incómoda. Cuando algunos de nosotros observamos que de misteriosos que les impiden salir adelante. Como desde su más
todos modos nos habían metido allí «pour crever», el humor ge-· tierna infancia creían tener derecho a un determinado nivel social,
neral cambió bruscamente, y se convirtió en un afán apasionado al no poder seguir manteniendo este estándar se consideran unos
cte vivir. Generalmente, se consideraba ,que quien interpretaba fracasados. Su optimismo es el vano intento de mantenerse a flote.
aquel infortunio como una adversidad personal y, por consi­ Exteriormente serenos, tras esa fachada luchan contra su desespe­
guiente, ponía fin a su vida personal e individualmente tenía que ración de sí mismos. Al fin mueren de una especie de egomanía.
ser un asocial anómalo que se desinteresaba del desenlace general Cuando nos salvan nos sentimos humillados y, si nos ayudan,
d� l� co�as.. Por
_ eso, tan pronto esta misma gente volvía a su pro­ nos sentimos rebajados. Luchamos como locos por una existencia
pia vida mdividual y tenía que enfrentarse: a problemas aparente­ privada con un destino individual, ya que tememos pertenecer en
mente individuales, sacaba otra vez a la lu:z ese insano optimismo el futuro a ese montón lamentable de gorrones [Schnorrer] que aún
colindante con la desesperación. recordamos y los muchos antiguos filántropos entre nosotros.
Nosotros somos los primeros judíos no religiosos que han Precisamente porque entonces no entendimos que el gorrón era
sido perseguidos y los primeros que reaccionamos no sólo in parte del destino judío y no·simplemente un pobre infeliz [Schle­
extremis con el suicidio. Quizá tengan razón los filósofos mih[J, hoy no creemos tener derecho a reclamar la solidaridad ju­
cuando dicen que el suicidio es la última, la extrema garantía día. No somos capaces de comprender que no se trata de nosotros
de la libertad humana: no tenemos la libertad de crear nuestra como individuos sino del pueblo judío en su totalidad. Más de una
vida o el mundo en que vivimos pero sí somos libres para des­ vez nuestros protectores han contribuido sustanciosamente a esta
deñar la vida y abandonar el mundo. Seguramente los judíos dificultad de comprensión, Me acuerdo del director de una insti­
piadosos no pueden admitir esta libertad negativa. Ven en el tución benéfica de París que siempre que veía la tarjeta de visita de
darse muerte un asesinato, la destrucción de lo que el hombre un intelectual judeoalemán con el inevitable «Dr. » impreso, acos­
nunca puede crear, una intromisión, por lo tanto, en los dere­ tumbraba a soltar a voz en grito: «Señor doctor, señor doctor, se­
chos del creador. Adonai nathan v'adonai lakach ( «El señor lo ñor gorrón, señor gorrón».
da, el señor lo toma»); y habitualmente añaden: baruch schem La conclusión que sacamos de tales experiencias desagradables
adonai ( «alabemos el nombre del señori• ). Para ellos, el suici­ es muy simple: ser doctor en filosofía ya no nos basta. Aprendi-
dio, como el asesinato, significa un ataq¡ue blasfemo a toda la mos que para construir una nueva vida, primero hay que poner en
creación. Un ser humano que se mata a s:í mismo está afirman­ claro la antigua. Se inventó una pequeña anécdota muy bonita que
do que la vida no merece vivirse y que el mundo no es digno de ilustra nuestro comportamiento. Un solitario perro salchicha emi-
albergarle. grante dice afligido: «entonces, cuando era un San Bernardo... ».

14 15
Nuestros nuevos amigos, bastante abrumados por tantas cele­ Hitler, aceptaríamos ese nombre. Durante siete años hic�os el
bridades, apenas entienden que detrás di� nuestras descripciones papel ridículo de intentar ser franceses o al menos futuros cmda­
de pasados tiempos de esplendor se esconde una verdad humana: danos pero, a pesar de ello, cuando estalló la guerra nos interna­
que una vez fuimos personas por las que alguien se preocupa­ ron por «boches». Pero entre tanto, la mayoría nos habíamos
ba, que nuestros amigos nos querían y que hasta entre nuestros convertido en unos franceses tan leales que ni siquiera pudimos
caseros fuimos notorios porque pagábamos puntualmente el al­ criticar un decreto del gobierno y, en consecuencia, declaramos
quiler. Hubo un tiempo en que podíamos ir de compras y coger que algu na justificación habría para nuestro internamiento. Fui­
el metro sin que nadie nos dijera que éramos indeseables. Nos mos los primeros «prisonniers volontaires» que haya visto la his­
hemos puesto un poco histéricos desde que la gente de los perió­ toria. Después de la entrada de los alemanes el gobierno francés
dicos ha empezado a descubrirnos y a decir públicamente que te­ sólo tuvo que hacer un cambio de nombres: nos habían encerra­
níamos que dejar de llamar desagradablemente la atención cuan­ do porque éramos alemanes y ahora no nos liberaban porque
do compráramos la leche y el pan. Nos pregu ntamos cómo éramos judíos.
lhgrarlo. Ya somos bastante cuidadosos en cada paso de nuestra Es la misma historia que se repite en todo el mundo. En Eu­
vida cotidiana para evitar que nadie adivine quiénes somos, qué ropa los nazis embargaron nuestras propiedades pero en Brasil
tipo de pasaporte tenemos, dónde expidieron nuestras partidas tenemos que entregar, igu al que los más leales miembros de la
de nacimiento y que Hitler no nos soporta. Hacemos todo lo «unión de alemanes en el extranjero», el 30 por ciento de nues­
que podemos para adaptarnos a un mundo en que hasta para tros bienes. En París no podíamos salir de casa a partir de las
comprar comida se necesita una concienc:ia política. . ocho porque éramos judíos, pero en Los Angeles nos ponen res­
En tales circunstancias el San Bernardo cada vez es más gran­ tricciones porque somos «extranjeros enemigos». Nuestra iden­
de. Nunca olvidaré a aquel joven delque se esperaba que acepta­ tidad cambia con tanta frecuencia que nadie puede averiguar
ra un determinado trabajo y que respondía suspirando: «no sa­ quiénes somos en realidad. .
ben con quien hablan, yo era jefe de s,ección de Karstadt, en Por desgracia, el asunto no mejora cuando nos encontramos
Berlín». Pero también existe la profunda desesperación de un con judíos. Los judíos franceses estaban convencidos d·e que to­
hombre de mediana edad que, para intentar que lo salvaran, tuvo dos los judíos de más allá del Rin eran «polacos» [ «Polacken»],
que soportar las intemiinables vacilaciones de diferentes comi­ o sea, lo que los judíos alemanes llamaban «judíos orientales».
tés, y al final exclamó: «¡Y nadie sabe quién soy! ,. . Puesto que Pero los judíos que efectivamente venían de Europa oriental no
no lo trataban como a un ser humano empezó a enviar telegra­ opinaban igu al que sus hermanos franceses y nos llamaban «jec­
mas a grandes personalidades y a parient,es importantes. Apren­ kes» [ «]ecken»]. Los hijos de estos «jeckes» -odiadores-, la se­
dió rápidamente que en este mundo loco es mucho más fácil ser gu nda generación, ya nacida en Francia y bastante asimilada,
aceptado como «gran hombre» que como ser humano. compartía la opinión de la clase alta judeofrancesa. De manera
que a algu ien le podía pasar que en una misma familia el padre lo
Cuanta menos libertad tenemos para de:cidir quiénes somos o calificara de «jecke» y el hijo, de «polaco».
cómo queremos vivir más intentos hacemos de ocultar los he­ Desde el estallido de la gu erra y de la catástrofe que se abate
chos tras fachadas y de adoptar roles. Nos expulsaron de Alema­ sobre el judaísmo europeo, el mero hecho de ser refugiados ha
nia porque somos judíos. Pero apenas habíamos cruzado las impedido que nos mezcláramos con la sociedad judía autóctona;
fronteras de Francia nos convertían en «boches». Incluso nos las pocas excepciones sólo confirman la regla. Tras estas leyes no
decían que si de verdad estuviéramos contra las teorías raciales de escritas está, aunque no se confiese abiertamente, el gran poder de

16 17
la opinión pública. Y estas ideas y comportamientos tácitos son Quien desea acabar consigo mismo descubre de hecho que las
mucho más importantes para nuestra vidél cotidiana que todas las . posibilidades de la existencia humana son tan ilimitadas como el
garantías oficiales de hospitalidad y todas las proclamas de bue­ universo. Pero la creación de una nueva personalidad es algo tan
nas intenciones. difícil y desesperanzador como crear el mundo de nuevo. Da
El hombre es un animal sociable y su vida le resulta difícil si igual lo que hagamos o quiénes pretendamos ser: sólo desvela­
se le aísla de sus relaciones sociales. Es mucho más fácil mantener mos nuestro absurdo deseo de ser alguien distinto, de no ser ju­
los valores morales en un contexto social y muy pocos indivi­ díos. Todo lo que hacemos está orientado a esa meta: no quere­
duos tienen fuerzas para conservar su integridad si su posición mos ser refugiados porque no queremos ser judíos; fingimos ser
social, política ·y jurídica es confusa. Como no tenemos el valor angloparlantes porque en los últimos años a los emigrantes que
de luchar por una modificación de nuestra posición social y le­ hablan alemán se les identifica con los judíos; no queremos lla­
gal, hemos intentado -muchos de nosotros, por cierto- cambiar marnos apátridas porque la mayoría de los apátridas del mundo
�e identidad. Un comportamiento curioso que todavía empeora son judíos; estamos dispuestos a ser fieles hotentotes sólo para
las. cosas. La confusión en que vivimos es: en parte culpa nuestra. ocultar que somos judíos. Ni lo consegu imos ni lo podremos
Algún día algu ien escribirá la auténtica historia de la emigra­ conseguir. Bajo la superficie de nuestro «optimismo» es fácil de­
ción judía de Alemania y tendrá que empezar con la descripción tectar la tristeza desesperanzada de los asimilados.
de ese señor Cohn de Berlín que siempr1e era alemán al 150 por En nuestro caso, los que venimos de Alemania, la palabra asi­
ciento, un superpatriota alemán. En 193.3 dicho señor Cohn se milación adquirió un significado filosófico «profundo». Apenas
refugió en Praga e inmediatamente se convirtió en un patriota puede imaginarse hasta qué punto nos lo tomábamos en serio.
checo convencido, un patriota checo tan fiel como antes lo había Asimilación no significaba la necesaria adaptación al país donde
sido a Alemania. Pasó el tiempo y hacia 1937 el gobierno checo, habíamos venido al mundo y al pueblo cuya lengua casualmente
ya bajo la presión de los nazis, comenzó a expulsar a los refugia­ hablábamos. Nos adaptamos a todo y a todos por principio. De
dos judíos sin la menor consideración al hecho de que éstos estu­ eso me di perfecta cuenta gracias a las palabras de un compatrio­
vieran firmemente convencidos de ser futuros ciudadanos checos. ta que sin duda expresaba realmente sus sentimientos. Apenas
Nuestro señor Cohn fue a continuación a Viena y era necesario llegó a Francia fundó una de esas asociaciones en que los judíos
un inequívoco patriotismo austríaco par;a adaptarse al lugar. La alemanes se asegu raban unos a otros que ya eran franceses. En su
entrada de los alemanes obligó al señor Cohn a abandonar tam­ primer discurso dijo: «Hemos sido buenos alemanes en Alema­
bién este país. Llegó a París en un momento desfavorable y no nia y por eso seremos buenos franceses en Francia. » El público
obtuvo el permiso de residencia regular. Dado que ya había ad­ aplaudió entusiasmado, nadie soltó la carcajada. Éramos felices
quirido una gran habilidad en desear cosas irreales, no se tomó en por haber aprendido a probar nuestra lealtad.
serio las medidas administrativas porque estaba seguro de que pa­ Si el patriotismo fuera cuestión de rutina o de práctica sería­
saría el resto de su vida en Francia. De ahí que se dispusiera a in­ mos el pueblo más patriota del mundo. Volvamos a nuestro se­
tegrarse en la nación francesa identificándose con «nuestro» ante­ ñor Cohn, que batió todos los récords. Personifica al inmigrante
pasado Vercingetorix. Mejor no continuar con las posteriores ideal, aquel que enseguida descubre y ama las montañas de cada
aventuras del señor Cohn. Nadie puede predecir la cantidad de país al que le lleva su terrible destino. Pero como el patriotismo
locas conversiones que todavía tendrá que llevar a cabo mientras todavía no se considera una actitud que pueda aprenderse, es di­
no sea capaz de decidirse a ser lo que realmente es: un judío. fícil convencer a la gente de la seriedad de nuestras repetidas con­
versiones. Nuestra propia gente se vuelve intolerante frente a ta-

18 19
les esfuerzos; buscamos una aprobación ¡general fuera de nuestro que, como en nuestro caso, siempre se repiten. Antes de que �a­
propio grupo porque no estamos en condiciones de obtenerla de díe nos tire la primera piedra debería recordar que en cuanto JU­
los nativos. Éstos, enfrentados a seres tan peculiares como noso­ díos no tenemos ningún estatuto legal en este mundo. Si empe­
tros, comienzan a desconfiar. Por regla 1�eneral, ellos sólo com­ zásemos a decir la verdad, es decir, que no somos sino judíos, nos
prenden la lealtad si es al país de procedencia, cosa que nos hace veríamos expuestos al destino de la humanidad sin más, no nos pro­
la vida bastante amarga. Quizá podríamos disipar esta sospecha tegería ninguna ley específica ni ningu na convenc�ón P.olítica, no
si declarásemos que, precisamente por ser judíos, nuestro patrio­ seríamos más que seres humanos. Apenas puedo 1magmarme un
tismo tenía unos aspectos muy particulares ya en nuestros países planteamiento más peligroso, pues el hecho es que, d�sde hace
de procedencia pero que a pesar de ello había sido sincero y pro­ bastante tiempo, vivimos en un mundo en que ya no existen me­
fundamente enraizado. Escribimos gruesos mamotretos para ros seres humanos. La sociedad ha descubierto en la discrimina­
probarlo, pagamos a toda una burocracia para investigar y mani­ ción un instrumento letal con que matar sin derramar sangre.
festar estadísticamente la antigüedad de nuestro patriotismo. Los pasaportes, las partidas de nacimiento, y a veces in� luso la
Nuestros sabios redactaron manuales filosóficos sobre la armo­ declaración de la renta, ya no son documentos formales smo que
nía preestablecida entre judíos y francese:s, judíos y alemanes, ju­ se han convertido en asunto de diferenciación social. Cierto que la
díos y húngaros, judíos y... Nuestra lealtad, hoy tan sospechosa, mayoría de nosotros depende por completo de los valores de la so­
tiene una larga historia. Es la historia de 150 años de un judaísmo ciedad; perdemos la confianza en nosotros mismos cuando ésta
asimilado que ha exhibido un malabarismo sin igual: aunque los no nos protege. Cierto que estamos dispu�stos (y siempre lo he­
judíos prueban constantemente que no son judíos, el único re­ mos estado) a pagar cualquier precio para que la sociedad nos
sultado que obtienen es que continúan si,éndolo. acepte. Pero igual de cierto es que los poquísimos de nosotr�s
El apuro desesperado de estos errantes que, a diferencia de su que han segu ido su propio camino sin todas estas dudos� arti­
magnífico modelo Odiseo, no saben quiénes son, lo puede expli­ mañas de la adaptación y la asimilación han pagado un p.r:ec10 de­
car la obcecación total con que se resisten a conservar su identi­ masiado alto: se han jugado las pocas oportunidades que hasta
dad. Esta manía no ha surgido sólo en los últimos diez años, en un proscrito tiene todavía en este mundo al revés.
que el completo absurdo de nuestra exist1�ncia llegó a ser eviden­ A la luz de los acontecimientos más recientes el planteamiento
te, sino que es mucho más antigua. Nos comportamos como gen­ de estos pocos que, de acuerdo con Bemard Lazare, podrían de­
te que tiene la fijación de ocultar u:n estigµia imaginario. Por eso nominarse «parias conscientes», es tan inexplicable como el in­
nos entusiasma cada nueva oportunidad, porque, al ser nueva, pa­ tento del señor Cohn de ascender por todos los medios. Ambos
rece otro milagro. Cada nueva nacionalidad nos fascina tanto son hijos del siglo XIX, que no conoció la proscripción política ni
como a una mujer regordeta cada nuevo v,estido que le promete el jurídica pero sí a los parias de la sociedad y a su contrapartida, los
talle deseado. Pero sólo le gusta este nuevo vestido mientras cree advenedizos. La historia judía moderna, iniciada con los judíos
en sus propiedades milagrosas, y lo tira a la basura tan pronto cortesanos y continuada con los millonarios y filántropos judíos,
descubre que no cambia de ningún modo su estatura y mucho ha hecho desaparecer otra línea de la tradición judía, la de Heine,
menos su condición. Rahel Varnhagen, Schalom Aleichem, Bernard Lazare, Franz
Alguien podría sorprenderse de que la evidente inutilidad de Kafka e incluso Charles Chaplin. Se trata de la tradición de una
todos nuestros curiosos disfraces aún no haya podido desani­ minoría de judíos que no quisieron ser unos arribistas y prefirie­
marnos. Pero aunque es verdad que la ge:nte raramente aprende ron la condición de «parias conscientes•. Todas las ensalzadas
de la historia, también lo es que puede aprender de experiencias cualidades judías -el «corazón judío•, la humanidad, el humor, la

20 21

Você também pode gostar