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distintos matices que plantean relaciones y diferencias entre ambas. Este recorrido es
solidario a sus diferentes conceptualizaciones del falo: como significado imaginario, como
significante del deseo y luego del goce, y finalmente la introducción de la función fálica y de la
teoría de los goces. Analizaremos este binomio siguiendo sus vaivenes.
Por otra parte, las mujeres son tomadas como objetos de valor fálico, de acuerdo a la
metonimia fálica, en las estructuras de intercambio por la ecuación Girl=Phallus planteada por
Fenichel y retomada luego por Lacan, formulación que anticipa el lugar de objeto de deseo
que ocupan las mujeres para los hombres.
En esta misma época, Lacan introduce la dialéctica fálica del ser y el tener el falo en el
tratamiento de la relación entre los sexos. Hombres y mujeres se confrontan con la falta en ser
el falo deseado por la madre en su atravesamiento por los tres tiempos del Edipo. En el pasaje
del ser al tener, el hombre se sitúa del lado del que tiene y debe encontrar qué hacer con eso.
Pero lo que lo traumatiza es que su madre no lo tenga, de allí que su deseo de falo produce
una divergencia entre el objeto de amor y el objeto de deseo que cobra para él valor: busca el
falo que le falta a la madre en la mujer falicizada.
En las mujeres el amor y el deseo convergen sobre el mismo objeto. Predomina "hacerse
amar y desear" por lo que "no es" para obtener el falo añorado puesto que a través de la
metáfora del amor reciben el falo que les falta. Esta demanda de ser el falo las vuelve más
dependientes de los signos de amor del partenaire, y hace emerger un matiz erotómano en el
que se enfatiza el hacerse amar, diferente al amor fetichista del hombre.
La convergencia femenina comporta cierta duplicidad: su deseo se dirige al pene
del partenaire que cobra valor de fetiche, mientras que su demanda de amor se dirige a la falta
del Otro. No obstante, nada impide encontrar en las mujeres el mismo estilo de amor
masculino. Lacan indica que el "íncubo ideal", su partenaire, es el "amante castrado" (que
puede entregar su falta y amar) o el "hombre muerto" (prototipo del padre idealizado).
Podemos indicar una diferencia entre la histeira y la feminidad en su relación con el hombre.
En "Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina" (1960) Lacan dice: "El
hombre sirve de relevo para que la mujer se convierta en ese Otro para sí misma como lo es
para él" (p. 710). El relevo del hombre, su mediación, le permite a la mujer alcanzar la
alteridad radical que representa su feminidad.
En Posiciones femeninas del ser Eric Laurent señala que el obstáculo histérico es que cuando
el sujeto se hace idéntico al hombre, no hay manera de alcanzar al Otro o a la remisión al
padre muerto puesto que el sujeto ya es el Uno fálico. La variante del sujeto histérico es que
sólo logra efectuar la estructura normal del relevo a condición de introducir a la otra mujer en
lugar de volverse Otro para sí misma. En lugar de interrogar el misterio de la posición
femenina, su propia alteridad, con la ayuda del hombre en posición fálica, la histérica lo
interroga con la mujer que es convocada. No usa al hombre como relevo para abordar el Otro
goce sino que interroga con el Uno fálico a la Otra mujer.
En la feminidad la elección del hombre recae sobre la imagen paterna o el hombre que pueda
amarla (que entrega su castración), y al hacerlo guarda siempre su dirección al Otro. En la
histeria, su posición frente al deseo hace que la castración del amante o la del padre
idealizado sea una expresión de su lugar de excepción con el que enaltece su identificación
fálica. Ser única para un hombre (feminidad) no es equivalente a ser la única (que remite a la
excepcionalidad buscada en la histeria). "Ser la única para" guarda una dirección, fija al objeto
y se incluye en la demanda de amor. "Ser excepcional", la única, deslocaliza al objeto y
reenvía al sujeto al motor que pone en marcha la construcción de la mascarada
3. La mascarada femenina
Las tres vías planteadas del tratamiento de la falta en tener en las mujeres son la relación con
el hombre (su pene), la maternidad (el niño), y la mascarada femenina que apunta a
construirse un ser a partir del parecer-ser. Pene, niño y el propio cuerpo pueden cobrar así
valor de fetiche sin implicar una perversión fetichista.
En "La significación del falo" define la mascarada en los siguientes términos: "Por muy
paradójica que pueda parecer esta formulación, decimos que es para ser el falo, es decir el
significante del deseo del Otro, para lo que la mujer va a rechazar una parte esencial de la
feminidad, concretamente todos sus atributos en la mascarada. Es por lo que no es por lo que
pretende ser deseada al mismo tiempo que amada" (p. 674). ¿Cuál es la parte esencial de la
feminidad que queda rechazada en la mascarada? ¿Esta identificación fálica toma como
modelo de la feminidad a la histeria y la confunde con ella?
Eric Laurent –en el texto antes citado- retoma estas problemáticas y señala que en la posición
femenina el sujeto debe soportar también ser falicizado, a través de la mascarada, para
encontrar una inserción en el fantasma del hombre. Pero, a la vez, no debe adherirse a esa
identificación imaginaria y creer en ella. En esto radica la dificultad de la realización de la
posición femenina, el poder "saber operar con nada", volverse el Otro para un hombre,
simbólicamente, sin adherencia a lo imaginario del Uno (p. 92).
Unos pocos años más tarde, en el Seminario "La angustia", a partir de su formulación del falo
como significante del goce, Lacan retoma esta cuestión e indica que el deseo de la mujer está
dirigido por su pregunta acerca de su goce. El devenir mujer, diferenciado de la pregunta
acerca de qué es serlo, toma así su especificidad en relación al goce.
Es más, indica que la mujer está más cerca del goce que el hombre, y que, a la vez, está
"doblemente" orientada por el carácter enigmático, insituable de su goce. Ella es superior al
hombre en el dominio del goce porque posee un lazo más laxo con el nudo del deseo. La
negativización del falo a través del complejo de castración está en el centro del deseo del
hombre, pero no funciona así en la mujer: no es para ella un nudo necesario sin que eso
signifique que no esté en relación con el deseo del Otro.
La mujer se tienta tentando y está particularmente interesada por el deseo del otro. Su
esfuerzo por condescender al fantasma del hombre para provocar su deseo revela el lugar
que ocupa para él: la mujer es "a-izada", elevada al lugar del objeto causa del deseo.
En "El atolondradicho" Lacan indica que las histéricas "hacen de hombre". En oposición a esta
pregnancia de la función fálica se encuentra el no todo femenino (p. 35) que hace que las
mujeres sean "no-toda" en la función fálica. Esto no significa que no tengan relación con la
función fálica sino que desde el régimen fálico entran en la misma categoría de lo posible que
funciona para todos los seres hablantes, pero en su división también acceden a un goce
suplementario.
Por otra parte, Lacan afirma en este texto que llama "heterosexual a quien gusta de las
mujeres cualquiera sea su propio sexo" (p. 37), es decir, aquí también se incluye a las
mujeres.
Al año siguiente retoma estas cuestiones en el Seminario 20 al indicar que la histérica "hace el
hombre" por lo que ella es homosexual (en francés "hommosexuelle, con dos "m" porque
incorpora la palabra homme, hombre, en la de homosexual) (p.103), es decir, interroga al Otro
sexo a partir de su identificación viril. Esto no significa que ame a las mujeres sino que se
interesa por ellas en la medida en que se vuelven un objeto de deseo para el hombre. Su
interés por el Otro sexo la define como heterosexual, lo que no impide que sea Otra para ella
misma como mujer ("no hay necesidad de saberse Otro para serlo", dice Lacan).
De esta manera, la identificación fálica de la histeria la lleva a situarse del lado masculino de
las fórmulas de la sexuación, pero desde su posición femenina, si accede a ella, "algunas"
mujeres lo hacen, establece un nexo posible con el Otro que ella encarna y con un goce más
allá del falo.
Lacan introduce la idea de la mujer como síntoma en la clase del 21 de enero de 1975 del
seminario "R.S.I.", pero unos meses después vuelve sobre esta idea en la conferencia del 16
de junio de ese año sobre Joyce. Allí indica una disimetría. Una mujer es síntoma de otro
cuerpo, en cambio, a la histeria "sólo le interesa otro síntoma", el de la otra mujer. Lacan
formula así en forma diferente el interés de la histérica por la Otra mujer en la medida en que
se vuelve el síntoma de un hombre en tanto objeto de goce. También incluye una pequeña
inflexión en torno a las histéricas e indica que son "no todas así", vale decir, el no todo
femenino también puede concernir a las mujeres histéricas en la medida en que tengan
acceso al Otro goce.
Conclusiones
Las relaciones que hemos examinado entre la feminidad y la histeria
tomaron como ejes sucesivos en un primer momento el valor fálico que
encarna una mujer, los laberintos del amor y del deseo en la relación
entre los sexos, y finalmente, el parecer ser de la mascarada femenina.
En cada una de estas cuestiones se presenta un resto que no logra ser
absorvido en la teorización de Lacan regida por la prevalencia de la
dialéctica fálica.
El volverse mujer diferenciado del preguntarse qué es deja como resto el enigma de esta
metamorfosis singular. En la relación con el hombre interviene la alteridad radical de la mujer.
En la mascarada queda de lado lo que ella esencialmente es. La duplicidad del goce de la
mujer articulado al deseo introduce la particular posición de las mujeres en relación al goce.
Este resto es descifrado por Lacan a partir de la diferenciación del "goce fálico" y el goce
específicamente femenino denominado "goce suplementario".