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Tercer Paso

“Decidimos poner nuestras voluntades y nues-


tras vidas al cuidado de Dios, como nosotros lo
concebimos.”

PRACTICAR el Tercer Paso es como abrir una puerta que


todavía parece estar cerrada y bajo llave. Lo único que nos
hace falta es la llave y la decisión de abrir la puerta de par
en par. Sólo hay una llave, y es la de la buena voluntad. Al
quitar el cerrojo con la buena voluntad, la puerta casi se
abre por sí misma, y al asomarnos, veremos un letrero al
lado de un camino que dice: “Este es el camino hacia una fe
que obra.” En los dos primeros Pasos, nos dedicamos a re-
flexionar. Nos dimos cuenta de que éramos impotentes ante
el alcohol, pero también vimos que algún tipo de fe, aunque
sólo fuera una fe en A.A., es posible para cualquiera. Estas
conclusiones no nos exigían ninguna acción; sólo nos reque-
rían la aceptación.
Como todos los Pasos restantes, el Paso Tres requiere de
nosotros acción positiva, porque sólo poniéndonos en acción
podemos eliminar la obstinación que siempre ha bloqueado
la entrada de Dios—o, si prefieres, de un Poder Superior—en
nuestras vidas. La fe, sin duda, es necesaria, pero la fe por sí
sola de nada sirve. Es posible tener fe y, al mismo tiempo, negar
la entrada de Dios en nuestra vida. Por lo tanto, el problema
que ahora nos ocupa es el de encontrar las medidas específicas
que debemos tomar para poder dejarle entrar. El Tercer Paso
representa nuestra primera tentativa para hacerlo. De hecho, la
eficacia de todo el programa de A.A. dependerá de lo seria y
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diligentemente que hayamos intentado llegar a “una decisión


de poner nuestras voluntades y nuestras vidas al cuidado de
Dios, como nosotros lo concebimos.”
A cada principiante mundano y práctico, este Paso le pa-
rece difícil, e incluso imposible. Por mucho que desee tratar
de hacerlo, ¿cómo puede exactamente poner su voluntad y
su propia vida al cuidado de cualquier Dios que él cree que
existe? Afortunadamente, los que lo hemos intentado, con el
mismo recelo, podemos atestiguar que cualquiera, sea quien
sea, puede empezar a hacerlo. Además, podemos agregar
que un comienzo, incluso el más tímido, es lo único que
hace falta. Una vez que hemos metido la llave de la buena
voluntad en la cerradura, y tenemos la puerta entreabier-
ta, nos damos cuenta de que siempre podemos abrirla un
poco más. Aunque la obstinación puede cerrarla otra vez de
un portazo, como a menudo lo hace, siempre se volverá a
abrir tan pronto como nos valgamos de la llave de la buena
voluntad.
Puede que todo esto te suene misterioso y oculto, algo
parecido a la teoría de la relatividad de Einstein o a una
hipótesis de física nuclear. No lo es en absoluto. Veamos lo
práctico que realmente es. Cada hombre y cada mujer que se
ha unido a A.A. con intención de quedarse con nosotros, ya
ha comenzado a practicar, sin darse cuenta, el Tercer Paso.
¿No es cierto que en todo lo que se refiere al alcohol, cada
uno de ellos ha decidido poner su vida al cuidado, y bajo la
protección y orientación de Alcohólicos Anónimos? Ya ha
logrado una buena disposición para expulsar su propia vo-
luntad y sus propias ideas acerca del problema del alcohol y
adoptar, a cambio, las sugeridas por A.A. Todo principiante
bien dispuesto se siente convencido de que A.A. es el único
refugio seguro para el barco a punto de hundirse en que se
ha convertido su vida. Si esto no es entregar su voluntad y su
vida a una Providencia recién encontrada, entonces, ¿qué es?
Pero supongamos que el instinto todavía nos proteste a
gritos, como sin duda lo hará: “Sí, en cuanto al alcohol,
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parece que tengo que depender de A.A.; pero en todos los


demás asuntos, insisto en mantener mi independencia. No
hay nada que me vaya a transformar en una nulidad. Si sigo
poniendo mi vida y mi voluntad al cuidado de Alguien o de
Algo, ¿qué será de mí? Me convertiré en un cero a la izquier-
da.” Este, por supuesto, es el proceso por el que el instin-
to y la lógica intentan reforzar el egotismo y así frustran el
desarrollo espiritual. Lo que esta forma de pensar tiene de
malo es el no tener en cuenta los hechos reales. Y los hechos
parecen ser los siguientes: Cuanto más dispuestos estamos
a depender de un Poder Superior, más independientes so-
mos en realidad. Por lo tanto, la dependencia, tal y como
se practica en A.A., es realmente una manera de lograr la
verdadera independencia del espíritu. Examinemos, por un
momento, esta idea de la dependencia al nivel de la vida co-
tidiana. Es asombroso descubrir lo dependientes que somos
en esta esfera, y lo poco conscientes que somos de esa de-
pendencia. Todas las casas modernas tienen cables eléctricos
que conducen la energía y la luz a su interior. Nos encanta
esta dependencia; no queremos por nada en el mundo que
se nos corte el suministro eléctrico. Al aceptar así nuestra
dependencia de esta maravilla de la ciencia, disfrutamos de
una mayor independencia personal. No sólo disfrutamos
de más independencia, sino también de más comodidad y
seguridad. La corriente fluye hasta llegar donde se necesi-
te. La electricidad, esa extraña energía que muy poca gente
comprende, satisface silenciosa y eficazmente nuestras nece-
sidades diarias más sencillas, y también las más apremian-
tes. Pregúntale si no al enfermo de polio, encerrado en un
pulmón de acero, que depende ciegamente de un motor eléc-
trico para poder seguir respirando.
Pero, ¡cómo cambia nuestra actitud cuando se trata de
nuestra independencia mental o emocional! Con cuánta in-
sistencia reclamamos el derecho de decidir por nosotros mis-
mos precisamente lo que vamos a pensar y exactamente lo
que vamos a hacer. Sí, vamos a sopesar el pro y el contra de
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todo problema. Escucharemos cortésmente a los que quie-


ran aconsejarnos, pero solamente nosotros tomaremos todas
las decisiones. En tales asuntos, nadie va a limitar nuestra
independencia personal. Ademas, creemos que no hay nadie
que merezca toda nuestra confianza. Estamos convencidos
de que nuestra inteligencia, respaldada por nuestra fuerza
de voluntad, puede controlar debidamente nuestra vida in-
terior y asegurar nuestro éxito en el mundo en que vivimos.
Esta brava filosofía, según la cual cada hombre hace el papel
de Dios, suena muy bien, pero todavía tiene que someterse a
la prueba decisiva: ¿cómo va a funcionar en la práctica? Una
detenida mirada al espejo debe ser suficiente respuesta para
cualquier alcohólico.
Si su imagen en el espejo le resulta demasiado horroro-
sa de contemplar (y suele ser así), no estaría de más que el
alcohólico echara una mirada a los resultados que la gente
normal obtiene con la autosuficiencia. En todas partes ve a
gente colmada de ira y de miedo. Ve a sociedades desinte-
grándose en facciones que luchan entre sí. Cada facción les
dice a las otras, “Nosotros tenemos razón y ustedes están
equivocados.” Cada grupo de presión de esta índole, si tiene
fuerza suficiente, impone su voluntad en los demás, conven-
cido de la rectitud de su causa. Y en todas partes se hace lo
mismo en plan individual. El resultado de tanta lucha es una
paz cada vez más frágil y una hermandad cada vez menor.
La filosofía de la autosuficiencia no es rentable. Se puede
ver claramente que es un monstruo devastador que acabará
llevándonos a la ruina total.
Por lo tanto, nosotros los alcohólicos nos podemos consi-
derar muy afortunados.
Cada uno de nosotros ya ha tenido su propio y casi mor-
tal encuentro con el monstruo de la obstinación, y ha su-
frido tanto su pesada opresión que está dispuesto a buscar
algo mejor. Así que, por las circunstancias y no por ninguna
virtud que pudiéramos tener, nos hemos visto impulsados
a unirnos a A.A., hemos admitido nuestra derrota, hemos
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adquirido los rudimentos de la fe y ahora queremos tomar


la decisión de poner nuestra voluntad y nuestra vida al cui-
dado de un Poder Superior.
Nos damos cuenta de que la palabra “dependencia” es
tan desagradable para muchos siquiatras y sicólogos como
lo es para los alcohólicos. Al igual que nuestros amigos pro-
fesionales, nosotros también somos conscientes de que hay
formas impropias de dependencia. Las hemos padecido en
carne propia. Por ejemplo, ningún adulto debe tener una ex-
cesiva dependencia emocional de sus padres. Hace años que
debían haber cortado el cordón umbilical, y si no lo han
cortado ya, deberían darse cuenta del hecho. Esta forma de
dependencia impropia ha causado que muchos alcohólicos
rebeldes lleguen a la conclusión de que cualquier tipo de de-
pendencia tiene que ser insoportablemente dañina. Pero el
depender de un grupo de A.A. o de un Poder Superior no ha
producido ningún resultado funesto para nadie.
Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, se puso a
prueba por primera vez este principio espiritual. Los A.A.
se alistaron en las fuerzas armadas y se encontraban esta-
cionados en todas partes del mundo. ¿Podrían aguantar la
disciplina, comportarse con valor en el fragor de las bata-
llas, y soportar la monotonía y las angustias de la guerra?
¿Les serviría de ayuda el tipo de dependencia que habían
aprendido en A.A.? Pues, sí les sirvió. Tuvieron incluso me-
nos recaídas y borracheras emocionales que los A.A. que se
quedaban en la seguridad de sus hogares. Tenían tanta capa-
cidad de resistencia y tanto valor como los demás soldados.
Tanto en Alaska como en las cabezas de playa de Salerno,
su dependencia de un Poder Superior les ayudó. Y lejos de
ser una debilidad, esta dependencia fue su principal fuente
de fortaleza.
¿Cómo puede entonces una persona bien dispuesta seguir
poniendo su voluntad y su vida al cuidado de un Poder Su-
perior? Ya le hemos visto dar un comienzo al empezar a con-
fiar en A.A. para solucionar su problema con el alcohol.
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A estas alturas es probable que se haya convencido de que


tiene otros problemas además del alcohol y que, a pesar de
todo el empeño y el valor con que los afronte, algunos de
estos problemas no se pueden solucionar. Ni siquiera puede
hacer el menor progreso. Le hacen sentirse desesperadamen-
te infeliz y amenazan su recién lograda sobriedad. Al pensar
en el ayer, nuestro amigo sigue siendo víctima de los remor-
dimientos y del sentido de la culpabilidad. Todavía se siente
abrumado por la amargura cuando piensa en quienes aún
odia o envidia Su inseguridad económica le preocupa enor-
memente, y le entra pánico al pensar en las naves quemadas
por el alcohol, que le pudieran haber llevado a un puerto
seguro. Y, ¿cómo va a arreglar ese lío que le costó el afecto
de su familia y le separó de ella? No podrá hacerlo contando
únicamente con su valor y su voluntad. Ahora tendrá que
depender de Alguien o de Algo.
Al principio, es probable que ese “alguien” sea su más ín-
timo amigo de A.A. Cuenta con lo que le ha asegurado esa
persona, de que sus numerosas dificultades, aun más agudas
ahora porque no puede utilizar el alcohol para matar las pe-
nas, también se pueden resolver. Naturalmente, el padrino le
indica a nuestro amigo que su vida todavía es ingobernable a
pesar de que está sobrio, que no ha hecho sino un mero co-
mienzo en el programa de A.A. Es sin duda una buena cosa
lograr una sobriedad más segura por medio de la admisión
del alcoholismo y de la asistencia a algunas reuniones de
A.A., pero esto dista mucho de ser una sobriedad perma-
nente y una vida útil y feliz. Allí entran en juego los demás
Pasos del programa de A.A. Nada que no sea una práctica
constante de estos Pasos como una manera de vida puede
producir el resultado tan deseado.
Luego el padrino le explica que los demás Pasos del pro-
grama de A.A. sólo podrán practicarse con éxito cuando
se haya intentado practicar el Tercer Paso con determina-
ción y persistencia. Puede que estas palabras les sorpren-
dan a los recién llegados que no han experimentado sino
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un desinflamiento constante, y que se encuentran cada vez


más convencidos de que la voluntad humana no vale para
nada en absoluto. Han llegado a creer, y con razón, que
otros muchos problemas además del alcohol, no cederán
ante un ataque frontal emprendido por el individuo solo y
sin ayuda. Pero ahora parece que hay ciertas cosas que sólo
el individuo puede hacer. El solito, y conforme a sus propias
circunstancias, tiene que cultivar la buena voluntad. Cuan-
do haya adquirido la buena voluntad, sólo él puede tomar
la decisión de esforzarse. El intentar hacer esto es un acto
de su propia voluntad. Todos los Doce Pasos requieren un
constante esfuerzo personal para someternos a sus princi-
pios y así, creemos, a la voluntad de Dios. Empezamos a
hacer el debido uso de nuestra voluntad cuando tratamos de
someterla a la voluntad de Dios. Para todos nosotros, ésta
fue una maravillosa revelación. Todas nuestras dificultades
se habían originado en el mal uso de la fuerza de voluntad.
Habíamos tratado de bombardear nuestros problemas con
ella, en lugar de intentar hacerla coincidir con los designios
que Dios tenía para nosotros. El objetivo de los Doce Pasos
de A.A. es hacer esto posible cada vez más, y el Tercer Paso
nos abre la puerta.
Una vez que estemos de acuerdo con estas ideas, es muy
fácil empezar a practicar el Tercer Paso. En todo momento
de trastornos emocionales o indecisiones, podemos hacer
una pausa, pedir tranquilidad, y en la quietud decir simple-
mente: “Dios, concédeme la serenidad para aceptar las cosas
que no puedo cambiar, el valor para cambiar las cosas que
puedo, y la sabiduría para reconocer la diferencia. Hágase
Tu voluntad, no la mía.”

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