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Ética de la empresa Claves para una nueva cultura empresarial

Adela Cortina (resumen)


Estudiante: Alejandra María Horta Franco
Facultad de Química y Farmacia; Programa de Farmacia; U. del Atlántico
Capítulo 1
¿QUE ES LA ETICA?
l. LA ETICA ES UN TIPO DE SABER QUE ORIENTA LA ACCION (UN TIPO DE
SABER PRACTICO)
Las palabras, como sabemos, son creaciones humanas que van ganando con el
tiempo tal variedad de connotaciones, que cualquier intento de fijar su significado
resulta inevitablemente empobrecedor. La ética es un tipo de saber de los que
pretende orientar la acción humana en un sentido racional; es decir, pretende que
obremos racionalmente. A diferencia de los saberes preferentemente teóricos,
contemplativos, a los que no importa en principio orientar la acción, la ética es
esencialmente un saber para actuar de un modo racional.
Desde los orígenes de la ética occidental en Grecia, hacia el siglo IV a.C., suele
realizarse una primera distinción en el conjunto de los saberes humanos entre los
teóricos, preocupados por averiguar ante todo qué son las cosas, sin un interés
explícito por la acción, y los saberes prácticos, a los que importa discernir qué
debemos hacer, cómo debemos orientar nuestra conducta. Y una segunda
distinción, dentro de los saberes prácticos, entre aquellos que dirigen la acción para
obtener un objeto o un producto concreto (como es el caso de la técnica o el arte) y
los que, siendo más ambiciosos, quieren enseñarnos a obrar bien, racionalmente,
en el conjunto de nuestra vida entera, como es el caso de la ética.
II. MODOS DEL SABER ETICO
(MODOS DE ORIENTAR RACIONALMENTE LA ACCION)
Estos modos serán fundamentalmente dos: aprender a tomar decisiones prudentes
y aprender a tomar decisiones moralmente justas.
l. La forja del carácter (tomar decisiones prudentes)
Quien no reflexiona antes de actuar sobre los distintos cursos de acción y sus
resultados, quien no calibra cuál de ellos es más conveniente y quien, por último,
actúa en contra de la decisión que él mismo reflexivamente ha tomado, no obra
racional- mente. La ética, en un primer sentido, tiene por tarea mostrarnos cómo de-
liberar bien con objeto de hacer buenas lecciones. Pero, como hemos dicho, no se
trata sólo de elegir bien en un caso concreto, sino a lo largo de nuestra vida. Por
eso la ética invita desde sus orígenes en Grecia a forjarse un buen carácter, para
hacer buenas elecciones, como indica el significado etimológico del término «ética».
En efecto, la palabra «ética» viene del término griego ethos, que significa
fundamentalmente « carácter» o «modo de ser». El carácter que un hombre tiene
es decisivo para su vida porque, aunque los factores externos le condicionen en un
sentido u otro, el carácter desde el que los asume es el centro último de decisión.
Ciertamente, nacemos con una determinada constitución genética y psicológica,
que no elegimos, como tampoco el contexto social. Por eso algunos filósofos hablan
de que a cada hombre desde el nacimiento le toca una determinada « lotería»
natural (genética y psicológica) y social, que no elige.
Fines, valores, hábitos
Desde él podemos ir fijando entonces los modos de actuar que nos permitirán
alcanzarlo, las metas intermedias y los valores que son preciso encarnar para llegar
tanto a los objetivos intermedios como al fin último. Si descubrimos todo esto, lo
inteligente es orientarse en la acción por esos valores e incorporar a nuestra
conducta esos modos de actuar, de forma que no nos veamos obligados a hacer un
esfuerzo cada vez que queramos obrar en ese sentido, sino que «nos salga» sin
apenas esfuerzo y forme ya parte de nuestro carácter.
Un individuo semejante sería incapaz de adaptarse a los cambios sociales y
técnicos y además carecería de creatividad, dos características: capacidad de
adaptación y creatividad indispensables en la vida humana, y muy concretamente
en la vida empresarial. «Habituarse a hacer buenas elecciones» significa más bien.
Ser bien consciente de los fines últimos que se persigue, acostumbrarse a elegir en
relación con ellos y tener la habilidad suficiente como para optar por los medios más
adecuados para alcanzarlos.
A esos modos de actuar ya asumidos, que nos predisponen a obrar en el sentido
deseado y que hemos ido incorporando a nuestro carácter por repetición de actos,
es a lo que tradicionalmente se llama hábitos. Cuando están bien orientados reciben
el nombre de virtudes, cuando no nos predisponen a alcanzar la meta, el de vicios.
Podemos decir, pues, que la ética, en un primer sentido, es un tipo de saber práctico,
preocupado por averiguar cuál debe ser el fin de nuestra acción, para que podamos
decidir qué hábitos hemos de asumir, cómo ordenar las metas intermedias, cuáles
son los valores por los que hemos de orientarnos, qué modo de ser o carácter
hemos de incorporar, con objeto de obrar con prudencia, es decir, tomar decisiones
acertadas.
Obviamente, el hecho mismo de que exista el saber ético, indicándonos cómo
debemos actuar, es buena muestra de que los hombres somos libres para actuar
en un sentido u otro, por muy condicionada que esté nuestra libertad. Es cierto que
la expresión « responsabilidad» parece muy exigente en estos tiempos nuestros
que son tan light, pero sólo quiere decir que quien elige un curso de acción,
pudiendo elegir otro, es el autor de la elección y, sea buena o mala, ha de responder
de ella. Libertad y responsabilidad son, pues, indispensables en el mundo ético,
pero también lo es un elemento menos mencionado habitualmente: el futuro.
IMMANUEL KANT: Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración? (1784)
(Resumen)
Estudiante: Alejandra María Horta Franco
Facultad de Química y Farmacia; Programa de Farmacia; U. del Atlántico
La ilustración es la salida del hombre de su autoculpable minoría de edad. La
minoría de edad significa la incapacidad de servirse de su propio entendimiento, sin
la guía de otro. La pereza y la cobardía con las causas de que una gran parte de los
hombres permanezca, gustosamente, en minoría de edad a lo largo de la vida, a
pesar de que hace ya tiempo la naturaleza los liberó de dirección ajena (naturaliter
majorennes): y por eso es tan fácil para otros erigirse en sus tutores. ¡Es tan cómodo
ser menor de edad! Si tengo un libro que piensa por mí, un director espiritual que
reemplaza mi conciencia moral, un médico que me prescribe la dieta, etc, entonces
no necesito esforzarme.
Después de haber entontecido a sus animales domésticos, y procurar
cuidadosamente que estas pacíficas criaturas no pueda atreverse a dar un paso sin
las andaderas en que han sido encerrados, les muestran el peligro que les amenaza
si intentan caminar solos. Lo cierto es que este peligro no es tan grande, pues ellos
aprendería a caminar solo después de cuantas caídas: sin embargo, un ejemplo de
tal naturaleza les asusta y, por lo general, les hace desistir de todo intento. Por tanto,
es difícil para todo individuo lograr salir de esa minoría de edad, casi convertida ya
en naturaleza suya. Incluso le ha tomado afición y se siente realmente incapaz de
valerse de su propio entendimiento, porque nunca se le ha dejado hacer dicho
ensayo. Principios y formulas, instrumentos mecánicos de uso racional o más bien
abuso de sus dotes naturales, son los grilletes de una permanente minoría de edad.

Pero, en cambio, es posible que el público se ilustre a sí mismo, algo que es casi
inevitable si se le deja en libertad. Ciertamente, siempre se encontrarán algunos
hombres que piensen por sí mismos, incluso entre los establecidos tutores de la
gran masa, los cuales, después de haberse autoliberado del yugo de la minoría de
edad, difundirán a su alrededor el espíritu de una estimación racional del propio
valor y de la vocación de todo hombre a pensar por sí mismo. Pero para esta
Ilustración únicamente se requiere libertad, y, por cierto, la menos perjudicial entre
todas las que llevan ese nombre, a saber, la libertad de hacer siempre y en todo
lugar uso público de la propia razón.

Si nos preguntamos si vivimos ahora en una época ilustrada, la respuesta es no,


pero sí en una época de Ilustración. Todavía falta mucho para que los hombres, tal
como están las cosas, considerados en su conjunto, puedan ser capaces o estén
en situación de servirse bien y con seguridad de su propio entendimiento sin la guía
de otro en materia de religión. Sin embargo, es ahora cuando se les ha abierto el
espacio para trabajar libremente en este empeño, y percibimos inequívocas señales
de que disminuyen continuamente los obstáculos para una Ilustración general, o
para la salida de la autoculpable minoría de edad. Desde este punto de vista,
nuestra época es el tiempo de la Ilustración o el siglo de Federico.

Un príncipe que no encuentra indigno de sí mismo declarar que considera como un


deber no prescribir nada a los hombres en materia de religión, sino que les deja en
ello plena libertad y que incluso rechaza el pretencioso nombre de tolerancia, es un
príncipe ilustrado y merece que el mundo y la posteridad lo ensalcen con
agradecimientos. Por lo menos, fue el primero que desde el gobierno sacó al género
humano de la minoría de edad, dejando a cada uno la libertad de servirse de su
propia razón en todas las cuestiones de conciencia moral. Bajo el gobierno del
príncipe, dignísimos clérigos - sin perjuicios de sus deberes ministeriales- pueden
someter al examen del mundo, en su calidad de doctos, libre y públicamente,
aquellos juicios y opiniones que en ciertos puntos se desvían del símbolo aceptado;
con mucha mayor razón esto lo pueden llevar a cabo los que no están limitados por
algún deber profesional. Este espíritu de libertad se expande también exteriormente,
incluso allí donde debe luchar contra obstáculos externos de un gobierno que
equivoca su misión. Este ejemplo nos aclara cómo, en régimen de libertad, no hay
que temer lo más mínimo por la tranquilidad pública y la unidad del Estado. Los
hombres salen gradualmente del estado de rusticidad por su propio trabajo, siempre
que no se intente mantenerlos, adrede y de modo artificial, en esa condición.

Además, la minoría de edad en cuestiones religiosas es, entre todas, la más


perjudicial y humillante. Pero el modo de pensar de un jefe de Estado que favorece
esta libertad va todavía más lejos y comprende que, incluso en lo que se refiere a
su legislación, no es peligroso permitir que sus súbditos hagan uso público de su
propia razón y expongan públicamente al mundo sus pensamientos sobre una mejor
concepción de aquella, aunque contenga una franca crítica de la existente. También
en esto disponemos de un brillante ejemplo, pues ningún monarca se anticipó al
que nosotros honramos.

Pero sólo quien por ilustrado no teme a las sombras y, al mismo tiempo, dispone de
numeroso y disciplinado ejército, que garantiza a los ciudadanos una tranquilidad
pública, puede decir lo que ningún Estado libre se atreve a decir: ¡Razonad todo lo
que queráis y sobre lo que queráis, pero obedeced! Se muestra aquí un extraño e
inesperado curso de las cosas humanas, pues sucede que, si lo consideramos con
detenimiento y en general, entonces caso todo en él es paradójico. Un mayor grado
de libertad ciudadana parece ser ventajosa para la libertad del espíritu del pueblo y,
sin embargo, le fija barreras infranqueables.
DILEMAS ÉTICOS DE LAS EMPRESAS ACTUALES
Alejandro Llano (Universidad de Navarra) Carlos Llano (Universidad Panamericana)
Conferencia inaugural del 33º Congreso de AEDIPE (Asociación Española de
Dirección de Personal) Pamplona, 7 de octubre de 1998. (Resumen)
Estudiante: Alejandra María Horta Franco
Facultad de Química y Farmacia; Programa de Farmacia; U. del Atlántico
El origen profundo de la actual perplejidad moral, que a todo nos afecta de un modo
u otro, se halla en que no tenemos una imagen del hombre que esté a la altura de
la dignidad de la persona humana. Porque las mujeres y los hombres no somos
fragmentos sofisticados de materia, producto de una azarosa evolución biológica;
como tampoco somos algo así como esponjas sedientas de dinero, poder o placer.
Son estas concepciones chatas e insuficientes del ser humano las que nos llevan a
plantearnos dilemas éticos aparentemente irresolubles, los cuales conducen no
pocas veces a dejar de lado el auténtico valor y a elegir el valor sólo aparente, que
casi siempre es más llamativo y accesible. Nos sucede algo así como al bizco del
cuento, quien -paseando tranquilamente por una dehesa- vio dos toros bravos; salió
corriendo y se acercó a dos árboles; y se subió al árbol que no era y le cogió el toro
que si era.
La imagen correcta y profunda del hombre es la que nos lo presenta como un ser
dotado de autodominio y abierto a la trascendencia, es decir, responsablemente
libre y deseoso de desarrollarse continuamente en su valor personal: en su
inteligencia y en sus virtudes.

Sobre la capa de la tierra, únicamente las mujeres y los hombres es decir, cada uno
de nosotros posemos un carácter moral. Y, al mismo tiempo, sólo podemos
desarrollar esas cualidades morales en el seno de una comunidad interpersonal que
nos facilite el despliegue de toda nuestra envergadura ética. La empresa ha de ser
un tipo de comunidad que se base en los valores personales de sus miembros, al
tiempo que facilita su desarrollo personal precisamente en el ejercicio de su
profesión. Los valores en la empresa son catalizadores que tienden a personalizar
el trabajo, la dirección, la motivación, el capital y las relaciones con el entorno,
dándoles una proyección social y solidaria.
Teniendo en cuenta estas reflexiones previas, vamos a afrontar algunos de los
dilemas éticos más notorios que se les plantean a las empresas actuales:

1. El primero de estos dilemas es el que contrapone la vigencia de unos


principios al relativismo moral y cultural.
El relativismo es la enfermedad mortal de las sociedades satisfechas. Consiste en
negar que haya unos valores o principios universalmente válidos, es decir, que
tengan vigencia en sí mismos, con independencia de nuestras pautas culturales o
de nuestras preferencias individuales. Pues bien, lo primero que hay que decir del
relativismo es que resulta contradictorio y, por lo tanto, inviable. El relativista
consumado ha de admitir que hay, al menos, una verdad incontrovertible y siempre
válida, precisamente aquélla que enuncia su tesis de fondo, a saber: "todo es
relativo". Si todo es relativo, hay -al menos- una verdad que no es relativa, ya que
paradójicamente el enunciado "todo es relativo" tiene para el propio relativista un
valor absoluto. El núcleo ético de una cultura corporativa es su código de conducta.

Los principios particulares presuponen la existencia y el seguimiento de principios


éticos generales, entre los que a título de ejemplos relevantes podemos señalar los
siguientes:
El bien debe seguirse y evitarse el mal; No deben emplearse medios moralmente
malos aunque los fines sean buenos; No deben perseguirse fines buenos que
tengan efectos resultantes desproporcionadamente malos. Este principio es como
la contratuerca del anterior; Ha de considerarse valioso todo aquello que contribuya
al desarrollo del hombre; Hay valores que son objetivos, válidos para toda persona
y cultura. Es el principio anti-relativista; El hombre debe adquirir las capacidades (o
virtudes) necesarias para alcanzar una vida lograda, plena y completa; El bien
común es preferible al bien privado si ambos son del mismo orden; La persona no
debe considerarse nunca sólo como medio sino siempre también como fin; El bien
no es menor porque beneficie a otro ni el mal es mayor porque me perjudique a mí.

2. Pasamos al segundo ámbito en el que se plantean los presuntos dilemas


éticos de la empresa. Es el territorio de los criterios.
Además de los principios, la estructura ética de la persona requiere criterios. Los
criterios son capacidades de discernimiento, de separación entre lo bueno y lo malo,
entre lo conveniente y lo perjudicial para la persona misma. Los criterios son las
habilidades vitales para aplicar los principios a las situaciones concretas de las
organizaciones en las que trabajamos. Para mayor claridad, voy a distinguir entre
criterios propiamente éticos y criterios que presentan, más bien, un carácter
operativo.

Las virtudes son hábitos operativos incorporados vitalmente a una persona, que
incrementa así su capacidad de decidir con acierto y de actuar con energía. Vamos
a fijarnos, primeramente en las virtudes del trabajo directivo. La dirección incluye
tres funciones primordiales:

a. El punto de partida de la acción directiva es el diagnóstico de la situación en


que la organización se encuentra aquí y ahora.

b. La acción directiva debe asumir la decisión sobre los objetivos o finalidades,


a las que, una vez aclarada la situación por el diagnóstico, debería aspirar.

c. La acción directiva debe determinar lo que ha de hacerse, para llegar a los


objetivos fijados, gracias a la actividad de las personas que componen la
organización: es la función de mando.

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