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El enano

Rubem Fonseca

Poco importa que diga cómo fue que un empleado bancario desempleado como yo conoció
a una mujer como Paula, pero voy a contarlo. Me atropello con su carrazo y me llevó al
Miguel Couto y me dijo en el camino, la culpa fue mía, estaba hablando en el teléfono celular
y me distraje, mi marido odia que maneje. Al llegar al hospital le dije a todo el mundo que la
culpa era mía. Ella suspiró aliviada y dijo muy bajo, muchas gracias. Me operaron la pierna,
le pusieron un montón de tornillos y me dejaron en una camilla en el pasillo, pues el hospital
estaba lleno y no había lugar en los cuartos.
Al día siguiente por la mañana ella vino a visitarme. Me preguntó si había pasado la
noche en el pasillo, aquello era un absurdo, dijo que me iba a llevar a un hospital privado. Le
expliqué que estaba bien, no necesitaba preocuparse. Yo quería que se fuera pronto, me
habían puesto una bata que si me daba vuelta en la cama, digo, camilla, mi culo quedaba de
fuera. Me dejó una caja de chocolates que yo le di a la chica que me cuidaba, Sabrina, creo
que era sirvienta pero le gustaba fingir que era enfermera.
Unos días después la mujer volvió con otra caja de chocolates. Ni siquiera pudo decir
nada pues Sabrina apareció y le preguntó, cómo pudo entrar usted hasta aquí y ella dijo que
tenía permiso del director y que se sentía responsable por mí pues me había atropellado, que
yo tendría que usar muletas y que ellas iba a traérmelas. No es necesario, dijo Sabrina, ya
tiene y retírese por favor pues es la hora de la revisión. La mujer me preguntó si yo quería
que se fuera y le dije que sí y se fue y Sabrina me cogió la pierna y siempre que Sabrina me
cogía la pierna se me paraba, ahora que la pierna me dolía menos. La caja de chocolates de
esa frívola ociosa la tiras a la basura, ¿eh?
Ese mismo día por la tarde Sabrina apareció y me dijo que era un tipo con suerte o
bien era amigo del alcalde pues iba a ser trasladado a un cuarto. Cuando Sabrina llegaba mi
corazón latía apresurado y cada día me parecía más atractiva y se me paraba cuando ella me
tocaba, pero todas las noches soñaba con la mujer que me había atropellado, sus cabellos
negros largos finos y el cuerpo blanco como una hoja de papel. Y ese mismo día Sabrina me
dio un recorte del periódico con el retrato de la mujer, mira, aquí está tu ricachona asesina.
Fue ahí donde me enteré que se llamaba Paula. Es seguro, idiota, que no sabías su nombre,
no te lo iba a dar por miedo a que pidieras una indemnización, lo que más les gusta a los ricos
es el dinero, mejor te da chocolatitos que cuestan una miseria para que no hagas nada contra
ella, rompe pronto esa foto.
Escondí la foto y seguí soñando con Paula y quedándome con el palo tieso cada vez
que Sabrina me agarraba la pierna y mirando la foto de Paula cuando Sabrina no estaba cerca.
Cuando me dieron de alta Sabrina me preguntó si quería que me llevara a casa y le dije que
no era necesario, que me iría solo. Insistió y yo fui duro, no es necesario, y ella se quedó
desilusionada y yo me puse triste, Sabrina había cuidado de mí, me había enseñado a andar
con muletas y yo la trataba de aquella manera.
Subir las escaleras de mi casa en Catumbi fue muy difícil, sufrí endemoniadamente.
Por la tarde golpearon en la puerta y una mujer vestida de blanco entró y dijo que era
fisioterapeuta del Miguel Couto y que la habían mandado para que se ocupara de mí. ¿Fue
Sabrina quien la mandó? Sí, sí, y la mujer movió mi pierna para allá y para acá y dijo cómo
eran los ejercicios que yo tenía que hacer y que regresaba mañana.
Después de quince días de fisioterapia Sabrina apareció en mi casa con un casete de
Tim Maia de regalo. Le conté que una fisioterapeuta del hospital venía un día sí y un día no
para darme masaje en la pierna. Permaneció callada un tiempo y luego dijo, ¿fisioterapeuta?,
el hospital no mandó ninguna fisioterapeuta, si no tenemos dinero para comprar gasas, ¿crees
que íbamos a tenerlo para mandar fisioterapeutas a domicilio?, el medio está lleno de
charlatanes, yo misma te haré la fisioterapia y empezó a mover mi pierna y vio cómo se me
paraba y dijo ¿qué es eso?, agárrala y veras le dije, la agarró, siempre te ponías así cuando te
agarraba la pierna, ¿crees que no me daba cuenta?, no te muevas que me voy a subir encima
de ti, quédate quietecito, y se me subió encima y se la metió dentro y estuvimos cogiendo,
fue algo grande.
Sabrina volvió al día siguiente, un poco antes que la fisioterapeuta. Cuando la mujer
apareció Sabrina le preguntó, ¿a usted la envió el hospital? Si señora, el hospital me envió.
Sabrina apretó los dientes y se quedó viendo a la mujer que hacía los ejercicios conmigo
hasta que ya no aguantó y dijo, puedes incluso ser fisioterapeuta, pero no del Miguel Couto,
YO SOY del Miguel Couto y conozco a todos los fisioterapeutas del hospital, ¿quién te
mandó aquí? No puedo decirlo. Vamos, es mejor que lo digas. Un alma caritativa, respondió
la mujer bajando la mirada. Nadie hace caridad a un cajero desempleado, carajo, gritó
Sabrina, fue aquella riquilla apestosa que cree que el dinero lo compra todo, ve y dile que Zé
no acepta limosnas, ¿no es así, mi amor? La mujer vestida de blanco se defendió, me pagaron
por adelantado y tengo que terminar mi trabajo, todavía faltan... Se acabó, se acabó y no
vuelves a entrar aquí, ¿verdad, mi amor?, haz lo que quieras con el dinero que te dio aquella
puta pero aquí no vuelves a entrar, anda Zé, dile que no que aquí no volverá a entrar. Intenté
manipular la situación, dije, mira Sabrina. Que no entra más aquí, carajo, si ella entra yo no
vuelvo a poner un pie en esta casa. La fisioterapeuta cogió su maleta y salió enojada y un
poco asustada y Sabrina se subió encima de mí y cogimos.
No fue porque Sabrina tenía los cabellos oxigenados que empezó a gustarme menos,
quiero decir, me gustaba coger con ella, nosotros los empleados de banco somos muy
calientes, vivimos con la verga dura, debe ser porque agarramos dinero todo el día, por lo
menos eso era lo que ocurría conmigo, me daban ganas de cogerme a cualquier mujer que se
acercara a la caja, quiero decir, a las bonitas, pero no necesitaban ser muy bonitas y a veces
quería cogerme hasta a las feas, me quedaba perturbado y me equivocaba en el cambio y todo
eso me lo descontaban a fin de mes, el banco no perdonaba, y tantas hice que me corrieron y
hasta fue bueno pues creí que al dejar de agarrar tanto dinero aquella calentura loca terminaría
y podría vivir en paz. Pero me atropellaron al día siguiente de que fui despedido y empezaron
a ocurrir todas estas cosas, Sabrina, Paula, el enano.
Cuando Sabrina se iba yo me acostaba y soñaba con Paula. Para no olvidar cómo era
veía su retrato todo el tiempo. Mi pierna fue sanando y ya podía subirme encima de Sabrina
y podía rodar en la cama y podía salir a la calle y la primera cosa que hice fue enmicar el
retrato de Paula pues el papel del periódico se estaba deshaciendo. Cuando doña Alcira, la
dueña del departamento que vivía en la planta baja, me dijo que ya estaba pagada la renta
pensé que había sido Sabrina, fue entonces cuando me fastidié. Habíamos acabado de coger,
yo aún estaba encima de ella cuando le dije gracias por la renta pero te pagaré todo no me
gusta deberle nada a nadie y menos a la mujer de la que estoy enamorado. Sabrina me empujo
con fuerza, se quitó de abajo de mí, me golpeo en la pierna, la que tenía los clavos de metal
y gritó fue aquella puta, tú estabas con ella el viernes que vine aquí y habías desaparecido,
estabas cogiendo con aquella vaca, si te vuelves a encontrar con ella te voy a cortar la verga
cuando estés dormido, como aquella americana lo hizo con su marido, y voy a meter tu verga
en el molino para carne, no va a haber un médico en el mundo que te haga el reimplante. Juré
que no había visto a Pa... a aquella mujer. Hijo de puta, ibas a decir su nombre, y Sabrina
volvió a golpearme la pierna de los clavos de metal. Intenté bromear, ¿si pasas mi verga por
el molino para carne te lo comerás después como hamburguesa? Más golpes en la pierna con
clavos.
No se puede vivir con una mujer así. Siempre que cogíamos, las veces en que
cogíamos el día entero y me aventaba dos o tres sin sacársela, no estoy presumiendo, fue el
maldito tiempo que me pasé contando dinero en el banco, en esas ocasiones, cuando
acabábamos de coger, Sabrina me preguntaba ¿cómo fue con las otras?, ¿la misma locura? Y
yo, que no soy tonto, decía, no, no, sólo contigo. ¿Me lo juras? Sí, que se muera mi madre si
alguna vez cogí así con otra mujer. Tu madre ya está muerta, hijo de puta. Juro que quiero
ver a mi madre viva si no fuera verdad que sólo cojo así contigo. Esto nos daba risa, nos
carcajeábamos, es bueno reír entre una cogida y otra, pero Sabrina no se reía nunca, sólo le
gustaba coger. Si ella hubiera agarrado tanto dinero nuevo y viejo durante tanto tiempo no sé
qué habría ocurrido con ella. Sabrina era obstinada, seguro recuerdas su nombre completo,
infeliz, anda, confiésalo, uno de estos días voy a buscar a la Paula esa para ajustar cuentas.
Más juramentos míos, más golpes en la pierna con clavos.
A quien Sabrina realmente buscó fue a doña Alzira. Mi casera dijo que el dinero había
llegado por correo, una hoja mecanografiada en la que estaba escrito, para paga la renta. Con
letra de computadora, dijo Sabrina, la desgraciada tiene una computadora.
Sabrina no salía de mi casa. Trajo una maleta con cosas, ropa, discos de Tim Maia.
Empecé a sentir rabia hacia ella, rabia hacia Tim Maia, pero aun así cogíamos, cogíamos,
maldito banco, malditos billetes nuevecitos recién salidos de la Casa de Moneda. Yo sabía a
qué hora llegaba Sabrina y antes de que llegara agarraba el retrato de Paula y me hacía dos
puñetas para que no se me parara en la cama y que ella se decepcionara de mí y me dejara en
paz. Pero Sabrina sabía cómo hacer para que se me parara y allá íbamos, era una locura. Y
tenía que tomar vitaminas que Sabrina me empujaba por el gaznate, y sopas de avena, polvo
de guaraná y un brebaje de yerbas que ella me preparaba en la cocina.
Si Sabrina supiera que algunas veces cuando salía de la casa el carro que me atropelló
estaba parado en la esquina y mi corazón latía tan fuerte que hacía sonar las medallitas que
cargo en un cordón y que me dio mi madre poco antes de morir, hijo mío nunca separes de
tu pecho estas medallitas de Nuestra Señora, y yo veía el carro de vidrios oscuros sabiendo,
porque yo lo sabía, que Paula estaba ahí dentro con aquellas maneras finas de ella, y las
medallitas hacían plimplim y yo no quitaba los ojos del carro plimplimplim y el carro se iba
y yo me sentaba en la orilla de la banqueta con ganas de llorar porque extrañaba a Paula. Si
Sabrina lo supiera mi verga iría directo al molino de carne.
Un día tenía que ocurrir. Tocaron en la puerta. Abrí, era Paula. Nos quedamos
mirando uno al otro, ella estaba aun más blanca, incluso con la peluca rubia, y yo debía estar
de su color, y sus maneras eran finas aunque su voz era firme, ¿hay aquí alguna cosa por la
que sientas un cariño especial?
Puse una silla encima de la mesa y saqué su retrato del agujero que había en el forro
del techo, Sabrina nunca dudaría de aquel escondrijo, menos aún después de que le dije que
había visto un ratón que entraba en aquel agujero. Vámonos, dijo Paula. Cuando abrimos la
puerta para salir Sabrina estaba llegando y al verme con Paula pareció que se desmayaba.
Paula la miró como quien ve a la muchacha que empaca verduras en el supermercado y
caminó en dirección a la escalera llevándome del brazo. Sabrina salió de su estupor y vino
tras nosotros. ¿Te vas? Sí, sé feliz. Ella se tiró al piso y agarró mi pierna, la de los clavos, por
favor, perdóname, no me abandones, te amo. Cada paso que daba arrastraba a Sabrina por el
suelo y ella aullaba como un animal y en medio de los aullidos y gemidos suplicaba, déjelo
conmigo, usted es rica y puede conseguir al hombre que quiera, él es todo lo que tengo en el
mundo, por el amor de Dios, haré lo que usted quiera, seré su esclava por el resto de mi vida,
déjelo conmigo, y cuando llegamos a la parte alta de la escalera sacudí la pierna y me solté y
Sabrina rodó escaleras abajo, quedó tirada junto a la puerta de la calle. Intenté reanimarla
pero ni siquiera respiraba. Paula le tomó el pulso, dijo la pobrecita está muerta y mejor nos
vamos porque no hay nada que podamos hacer.
Subimos al carro y nos fuimos en silencio por las calles, en silencio entramos al túnel,
en algún momento yo había deseado la muerte de Sabrina y de Tim Maia pero no era en serio
y yo me estaba muriendo de pena por ella. Yo también lo lamento, dijo Paula, pero tú no
tuviste la culpa, yo tampoco, no fue culpa de nadie.
Quiero volver, dije, no voy a dejarla muerta ahí. Paula aceptó, está bien, tal vez así
sea mejor. El carro se detuvo en la esquina, mañana en la tarde vengo a verte, me esperas, y
Paula se fue. Había una multitud en la puerta, curiosos, un policía que informó que ya venía
la ambulancia. Doña Alzira me recibió con una granizada de palabras, ah, llegaste, tu amiga
se cayó de la escalera, yo estaba viendo la televisión cuando oí el barullo y corrí es decir
primero me puse la bata con este calor nadie anda completamente vestido en casa y la puerta
de la calle estaba abierta y la chica tirada en el suelo y en eso me di cuenta que estaba muerta,
yo sé cuándo una persona está muerta, he visto mucha gente muerta en mi vida, no soy una
niña, cuando murió mi hermana se quedó con la cara igual a la de esa chica y el policía quiere
hablar contigo. El policía sólo me dijo tendría que ir a la delegación para declarar. Los
curiosos se fueron, doña Alzira se fue a ver la telenovela y sólo nos quedamos yo, el policía,
la pobre Sabrina cuyo cabello parecía aún más oxigenado, esperando a los peritos y la
ambulancia.
En la delegación dije un montón de mentiras, había salido a comprar el periódico
deportivo y a mitad del camino me di cuenta que no llevaba dinero y regresé y encontré a mi
novia tirada al final de la escalera y doña Alzira me dijo que oyó el barullo y llegó enseguida.
No está bien eso que doña Alzira dijo, dijo el detective, ella dijo que fue a ponerse una ropa
y perdió algún tiempo en eso, y otra cosa, ¿por qué la muerta dejó abierta la puerta de la casa,
la de arriba?, ¿tenía prisa?, ¿salió corriendo?, ¿a dónde iba? Expliqué, probablemente
Sabrina, sabiendo que yo no tenía llaves, bajó para abrir la puerta de la calle y resbaló. ¿Y
quién abrió la puerta de abajo? Quizá ya estaba abierta. ¿Ustedes pelearon? ¿Nosotros?
Nunca, ella era una santa, puede preguntarle a doña Alzira si alguna vez peleamos, me iba a
casar con ella, era una santa, se hizo cargo de mí cuando me rompí esta pierna que está llena
de clavos metálicos, me hizo la fisioterapia todos los días durante no sé cuanto tiempo, era
una santa. Mientras no se casan con nosotros todas son unas santas, dijo el detective, y dijo
que quería oírme de nuevo otro día que ahora podía irme.
Al día siguiente Paula apareció con la peluca rubia y lentes oscuros, dijo vas a hacerte
esos exámenes no confío en el hospital del gobierno y me dio un montón de papeles con
solicitudes de exámenes, había examen de heces, de orina, de sangre, examen eléctrico del
corazón y de la cabeza, y dijo que el laboratorio ya había recibido instrucciones para realizar
los exámenes, que no me preocupara por el dinero y que ella volvería en quince días.
Quince días después volvió todavía con la peluca y los anteojos pero se quitó pronto
la peluca y me dijo que los exámenes habían resultado muy buenos y se quitó los anteojos
oscuros y agarró mi pierna y preguntó si me dolía y se me paró, aquellos billetes todos
nuevecitos de la Casa de Moneda. Le dije que lo que me dolía era el corazón, que soñaba
todas las noches con ella. Nos quitamos la ropa, su cuerpo era aun más blanco de lo que yo
hubiera podido imaginar y sus cabellos más negros y cogimos cogimos cogimos.
Y cogimos cogimos cogimos al día siguiente toda la tarde y todos los días de la
semana, toda la tarde, y el viernes me dijo que sólo me vería el lunes y me preguntó si con
las otras mujeres yo también era así. Yo no era tonto y le di mi palabra de honor de que no
nunca me había ocurrido algo así, era ella quien hacía que aquello ocurriera, ella me gustaba
como a un niño le gusta el helado de chocolate y la amaba como una madre ama a un hijo y
estaba locamente enamorado de ella y por eso cogía con ella como un tigre coge con una
onza. Y nos reíamos en los intervalos y comíamos sandwiches de queso caliente con Coca-
Cola y no estaba mintiendo, con las otras mujeres era un simple rebote de los billetes de la
Casa de Moneda estallando en mis manos, pero con Paula era pasión, dolía me elevaba me
inspiraba sangraba. No podemos contarle esto a nadie, me decía, y esa sería la última cosa
que yo haría en el mundo, sabía que estaba casada con el dueño del banco donde yo había
trabajado y ella sabía que yo lo sabía pues su nombre completo estaba escrito debajo de la
foto del periódico y era más fácil que yo muriera a que lo contara.
Pero yo tenía que desahogarme y se lo conté al enano. Salí un día del fin de semana
pensando en ella, muriendo de añoranza pues sábado y domingo no nos veíamos, entonces
vi al enano husmeando en el bote de basura de una lonchería y me dijo como disculpándose
de zopilotear en la basura, a veces rescato un sandwich casi entero y la vida no está fácil.
Respondí, es cierto y le enseñé el recorte enmicado del periódico con el retrato de Paula. Qué
mujerón, dijo. Más respeto, enano de mierda. Lo agarré por el brazo y lo sacudí y lo arrojé
contra un automóvil que estaba parado y él hizo una cara tan triste que me dio pena y lo invité
a tomar un cafecito. Le enseñé de nuevo el retrato, estoy muy enamorado, pienso en ella
noche y día, es blanca como un lirio, y el enano oyó muy atento dando pequeños gruñidos
como les gusta hacer a los enanos, por lo menos a aquel enano.
Paula inventaba cosas, trajo un enorme hule que coloqué encima del colchón y cada
día traía una cosa, aceite de oliva, puré de tomate del que la gente pone encima de la pasta,
miel, leche y me pedía que lamiéramos nuestros cuerpos desnudos y cogíamos rodando en la
cama completamente untados. Y reíamos en los intervalos y cogíamos un poquito más debajo
de la regadera y encima de la mesa, ella sentada en la orilla con las piernas abiertas y yo de
pie. Un día trajo una máquina pólaroid para tomar fotos de mi verga y yo sacaba fotos de su
coño y de su trasero y de sus pechos y del rostro, que era la parte de su cuerpo que más me
excitaba, y luego rompíamos todas las fotos. Todas menos una, de ella desnuda riendo para
mí, que no tuve el valor de romper.
Todos los sábados me encontraba con el enano y le pagaba el almuerzo con el dinero
de mi indemnización y el enano oía gruñendo que le contaba que estaba muy enamorado, que
Paula era la mujer más bonita del mundo, que un día habíamos cogido nueve veces
viniéndonos los dos en todas, y que se iba a su casa con dolor de piernas. Las mujeres tienen
piernas fuertes, dijo el enano, pero me parece que no creyó lo que le dije. Ese sábado le pagué
todo al enano el día entero y en la noche fuimos a cenar y nos emborrachamos y llevé al
enano hasta donde vivía, no muy lejos de mi casa, en una barraca a la orilla de la ciudad
nueva, cerca del Piranhão, que es la cede del ayuntamiento, así llamada porque había sido
barrio de putas. Cuando desperté las fotos de Paula habían desaparecido, la del periódico y
la de la pólaroid, me puse como loco y fui al lugar donde nos habíamos emborrachado pero
nadie había hallado las fotos y fui a la barraca del enano y no estaba y me pasé el resto del
domingo desesperado y toda la noche despierto dándome de topes contra la pared.
El lunes Paula llegó y no se quitó la peluca ni los anteojos oscuros ni dejó la bolsa ni
me dio un beso y me dijo un tipo llamado Haroldo me telefoneó hoy por la mañana a mi casa
alegando que era tu amigo y que tenía una foto mía, desnuda, y que quería dinero para
devolverla, ¿guardaste una de aquellas fotos? Me arrodillé a sus pies y le pedí perdón y besé
sus zapatos y le dije fue aquel enano de mierda y le conté todo y le pedí perdón nuevamente
y me acordé de Sabrina arrastrándose agarrada a mi pierna con clavos. ¿Y ahora?, ¿qué vamos
a hacer?, dijo Paula. Déjamelo a mí, le dije, y Paula se fue salió sin haberse quitado la peluca
sin haber dejado la bolsa sin haberse quitado los anteojos oscuros y sin haberme dado un beso
rodé por el suelo como un perro rabioso maldiciendo al enano hijo de puta.
Fui a buscar al enano a su casa y cuando me vio trató de correr y le dije, quédate
quieto, vine para decirte que el negocio está cerrado y la doña te va a dar la lana que quieres,
es más, te va a dar el doble y la mitad será para mí, ¿estamos de acuerdo? ¿Estás encabronado
conmigo? ¿Seguro? Eres mi hermano, cabrón, lleva las fotos hoy por la noche a mi casa y la
doña te dará la lana. Nos apretamos las manos solemnemente como dos comerciantes y me
fui y atravesé la calle Constitución y compre una maleta vieja de cuero y llegué a casa y me
tiré a rodar un poco más en el suelo echando espuma por la boca como un epiléptico.
El enano llegó a las ocho de la noche y al verme sólo en la sala me preguntó ¿y la
mujer? Señalé la puerta cerrada del cuarto y le dije está adentro y no quiere hablar contigo,
dame las fotos para cambiarlas por la lana, y me dio las fotos, la del periódico y la de ella
desnuda y linda riendo para mí. Agarré al enano por el pescuezo y lo levanté en el aire y él
forcejeó y me hizo tropezar por la sala golpeando en los muebles hasta que caímos al suelo
y puse las rodillas en su pecho y apreté mis manos hasta que me dolieron y vi que estaba
muerto. Y después apreté de nuevo su pescuezo y coloqué la oreja en su pecho par ver si su
corazón latía y apreté otra vez y otra vez y otra vez y me pasé el resto de la noche apretando
su pescuezo. Cuando amaneció lo coloqué en la maleta y cerré la maleta y abrí la ventana y
aspiré el aire de la mañana con la voracidad con que aspiraba el aire que salía de la boca de
Paula cuando cogíamos.
Al día siguiente Paula llegó y le di las fotos, la del periódico también, y dije, descubrió
quién eras por la foto del periódico, todo está resuelto, no te preocupes, y ella rompió las dos
fotos en pedacitos pequeños y colocó todo dentro de la bolsa y se quedó con la bolsa en la
mano y los anteojos en la cara y la peluca en la cabeza y no me dio un beso y me dijo estoy
embarazada de mi marido, de mi marido, de mi marido, creo que es mejor que no nos
volvamos a ver y vio la maleta y me miró a mí y salió corriendo.
Me quedé solo, sin la mujer a la que amaba locamente, sin Sabrina que estaba
enterrada en Caju y sin el único amigo que tenía en el mundo que era el enano muerto dentro
de la maleta y la noche cayó y como ya no tenía su retrato para mirarlo me quedé viendo la
maleta hasta el amanecer, entonces agarré la maleta y me puse a andar con ella en la sala de
un lado a otro.
MIS RECUERDOS PRIVADOS DE LA EPIDEMIA ESTIGMÁTICA DE HOFFER

Por Dan Simmons

Mi queridísimo hijo:

No importa que nunca leas esto. Peter, hijo mío, creo que es hora de explicarte los hechos
sucedidos hace treinta años. Siento una gran urgencia por hacerlo, aunque hay mucho que
no comprendo (mucho que nadie comprende) y la época anterior al Cambio hace mucho
que se ha convertido en algo vago y ensoñador para la mayoría de nosotros. Creo todo, creo
que tu madre y yo te debemos una explicación, y haré todo lo posible por proporcionártela.
Estaba viendo la televisión cuando llegó el Cambio. Supongo que la mayoría de los
americanos estaban sentados delante de sus televisores aquella noche. Da la casualidad de
que estaba viendo las noticias nocturnas con Dan Rather en la CBS, y como vivíamos en la
zona este entonces, las noticias eran en directo.
Algunos piensan que como el Cambio se produjo primero en nuestro hemisferio, fue el
resultado de que la Tierra atravesara una especie de cinturón de radiación cósmica. Otros
“expertos” sugieren que fue un microvirus que se filtró a través de la atmósfera ese día y se
extendió como algas en un estanque contaminado. Los religionistas (cuando había
religionistas) solían decir que el juicio de Dios empezó en América porque era la Sodoma y
Gomorra de nuestro tiempo. Pero la verdad es que nadie sabía entonces de dónde demonios
vino el Cambio, ni qué lo causa, ni por qué empezó primero en el hemisferio occidental, y
la verdad es que nadie lo sabe ahora.
Y para ser sinceros, Peter, a nadie le importa un pimiento.
Sucedió; y yo estaba viendo las noticias nocturnas con Dan Rather en la CBS cuando
sucedió. Tu madre estaba preparando la cena. Tú estabas en la cuna que teníamos en el
comedor. Dan Rather estaba hablando de los palestinos cuando de repente puso expresión
de asombro, como cuando unos años antes uno manifestantes se colaron en el estudio y
empezaron a destrozar todo mientras él estaba en el aire, sólo que esta vez se encontraba
solo.
Lo que sucedía es que la cara de Dan se estaba fundiendo. Bueno, no se fundía
exactamente, pero fluía, corría hacia abajo como si se hubiera convertido en cera y la
hubieran metido en un horno caliente.
Durante un momento pensé que era la televisión o la maldita compañía de cable otra vez, e
iba camino al teléfono para darles un rapapolvo cuando vi que Dan Rather había dejado de
hablar y se agarraba la cara mientras fluía y cambiaba y se reformaba como gelatina, así
que colgué el teléfono y volví a sentarme en el sillón y grité:
-¡Myra, ven aquí!
Tuve que gritar otra vez, pero tu madre vino por fin, secándose las manos en un paño y
quejándose de que nunca terminaría la cena si no dejaba de gritarle y… se detuvo a media
frase.
-¿Qué le está pasando a Dan?- dijo entonces.
-No lo sé. Una especie de broma, tal vez.
No parecía una broma. Era horrible. El rostro maduro pero todavía atractivo de Dan había
dejado de moverse como cera derretida pero se retorcía y reformaba en otra cosa. Los
músculos y los huesos bajo la piel del rostro se movían como ratas bajo una lona. El ojo
izquierdo parecía estar… bueno, emigrando, moviéndose por la cara como un pedazo de
pollo blanco flotando en un cuenco de sopa color carne.
Hubo gritos fuera de cámara, la imagen se nubló y rebotó, luego pasaron al logotipo, pero
unos segundos después volvieron a ofrecer la imagen de Dan ante la mesa, como si alguien
en la sala de control o como quiera que se llame el sitio donde trabaja el director hubiera
decidido que esto era noticia y al demonio con todo.
Dan se había puesto de pie y se tambaleaba, con las manos en la cara, obviamente
mirándose en los monitores como si fueran espejos. Pasara lo que pasase, pude ver que la
parte gelatinosa había acabado. Nada se movía bajo aquellos dedos extendidos. Dan emitía
sonidos entrecortados, aunque el micrófono se había soltado y los sonidos eran distantes.
Entonces Dan bajó las manos.
-Jesucristo- dijo tu madre. Nunca maldecía, nunca tomaba el nombre de Dios en vano-.
Jesucristo- dijo una segunda vez.
La cara de Dan Rather se había convertido en algo salido de uno de esos episodios de
Historias de Ultratumba que solíamos editar en HBO. Pero no era así en realidad, porque
por muy bueno que sea el maquillaje, siempre sabes que es maquillaje. Pero aquí se notaba
que esto era real.
La cara de Dan Rather había Cambiado. Su frente se había desplomado, de forma que su
flequillo gris (advertimos entonces que acababa de cortarse el pelo esa semana) se
encontraba donde se hallaba el puente de la nariz dos minutos antes. Ya no tenía nariz, sólo
un agujero abierto en el morro, una especie de probóscide de oso hormiguero que se
extendía por debajo de la barbilla y terminaba en una latiente membrana rosa que parecía lo
que tú imaginas que es tu oído si estuviera infectado. Y cada vez que latía podías ver en la
cara de Dan (no me refiero a sus ojos ni nada, me refiero al interior de su cara) todas las
cosas verdes y mucosas que allí había, y huesos y carne interior y otras cosas brillantes.
El ojo izquierdo de Dan había dejado de emigrar hacia el lugar donde solía estar su pómulo
izquierdo. Ese ojo parecía mucho más grande ahora y era amarillo brillante. Su otro ojo
estaba bien y parecía familiar, pero por encima y por debajo empezaban a crecer verrugas
rojas. Las verrugas colgaban de donde estaba la mejilla y lo que antes era su entrecejo y
parecían congregarse a lo largo de aquel promontorio huesudo y escamoso que había
crecido en la mejilla derecha como las escamas de la espalda de un estegosaurio.
Y los dientes de Dan. Bueno, pronto supimos lo que significaba todo, la probóscide
hipócrita, las escalas de abuso de poder en la mejilla, los diente de Ambición retorciéndose
en la piel alrededor de la boca saturada de carne… pero tienes que comprender que era la
primera vez que veíamos el Cambio y no teníamos ni idea de que los estigmas tenían que
ver con el IQ de una persona, su temperamento o su carácter.
Dan Rather trató de gritar entonces, los dientes de Ambición atravesaron el músculo de la
mejilla, y tu madre y yo gritamos por él. Entonces el director sí cortó (para pasar a
publicidad), y tu madre dijo:
-¿Y en los otros canales?
-No –conseguí decir-. Estoy seguro de que sólo es Dan.
Pero cambie a la ABC y allí estaba Peter Jennings tirando de lo que parecía un pulpo rosa
medio destripado que se había agarrado a la cara. Tardamos casi un minuto, boquiabiertos,
en advertir que aquélla era su cara.
Tom Brokaw era el menos afectado, pero se colocó las manos sobre las escamas de abuso
de poder que brotaban en su mejilla, mandíbula y cuello y salió corriendo del plató. Lo
vimos más tarde grabado. Pero en ese momento todo lo que vimos fue el plató vacío de
NBC y oímos un sonido como un coyote haciendo gárgaras. Descubrimos después que era
John Chancellor gritando cuando las mucosidades empezaron a brotar de sus poros.
Finalmente apagué la tele, demasiado aturdido para seguir mirando. Además, entonces ya
había anuncios en todas partes. Me volví hacia tu madre para decir algo, pero el Cambio
había empezado ya en ella.
Señalé y traté de decir algo, pero tenía la boca seca, como si la tuviera llena de patatas fritas
o algo así. Tu madre me señaló y gritó. El sonido parecía filtrado al atravesar las filas de
dientes de ballena que habían sustituido sus dientes y hacían que su cara pareciera la
parrilla de un Buick del 48. El resto de su cara estaba todavía fluyendo y goteando y
desmoronándose.
Sentí mi propia cara retorcerse. Me llevé las manos a las mejillas. Había otra cosa: algo que
parecía un puñado de uvas carnosas y latientes. Algo me había crecido en la frente y
bloqueaba la visión del ojo izquierdo.
Tu madre y yo nos miramos mutuamente, volvimos a señalar, gritamos al unísono, y
corrimos hacia el espejo del cuarto de baño.
Tengo que decirte, Peter, que tú estabas bien. Cuando finalmente pudimos volver a pensar,
fuimos al comedor y nos asomamos a la cuna con cierto nerviosismo, pero tú eras el mismo
bebé de diez meses sano y guapo que media hora antes.
Cuando nos miraste, empezaste a llorar.
No buscaré ninguna excusa, querido hijo. Tenía los carnosos cuernos sangrientos que sólo
desarrollaban los adúlteros. No supimos lo que significaba durante unas cuantas semanas.
Tardamos algún tiempo en averiguar las cosas. Pero tuvimos tiempo de sobra. El cambio
era permanente. No necesariamente completo, aprendimos pronto, pero permanente. No
había vuelta atrás.
Las masas pulposas de uvas de carne que crecían en mis mejillas y mi cuello fueron
llamadas después papilomas Barrabás por quien quiera que pusiera nombre a todas esas
cosas. El Cirujano General, tal vez. En todo caso, los papilomas Barrabás sólo aparecían si
jugabas un poco rápido con el dinero de los demás y lo perdías. Conmigo fue sólo por unos
cuantos miles de pavos pasados por alto en algún impreso de Hacienda. Pero Cristo,
tendrías que haber visto las fotos de Donald Trump en The National Enquirer el mes
siguiente al Cambio. Tenía papilomas tan gruesos que parecía una parra ambulante, sólo
que no era tan bonita, ya que podías ver a través de la piel las venas y el líquido amarillo y
todo eso.
La boca de ballena de tu madre, descubrimos más tarde, estaba conectada a chismorreos
maliciosos. Si ella parecía un Buick del 48, tendrías que haber visto a Barbara Walters, Liz
Smith y todas ésas. Cuando aparecieron sus fotos, pensamos que estábamos viendo una
flota de Buicks.
El ojo Quasimodo de tu madre y el maxilar mantis eran los resultados de pequeñas
crueldades, prejuicios raciales ocultos y estupideces autoimpuestas. Yo tenía los mismos
síntomas. Casi todo el mundo los tenía. En cosa de un mes me sentí feliz de tener sólo los
cuernos de sangre adúlteros, un puñado moderado de papilomas Barrabás, maxilar mantis,
un rastro de Rathermorro, algunos huesos apáticos que convertían mi frente en bordes
Neanderthalenses y el caso habitual de lepra de mentiroso que me ocupaba la oreja
izquierda y la mayor parte de lo que quedaba de la aleta izquierda de la nariz antes de que
aprendiera a controlarlo.
Tengo que decir de nuevo que tú estabas intacto. Peter. La mayoría de niños de menos de
doce años lo estaban. Veíamos tu cara cuando nos mirabas desde la cuna y tú estabas
perfecto.
Perfecto.
Aquellas primeras horas y días fueron terribles. Algunas personas se suicidaron, otras se
volvieron locas, pero la mayoría nos quedamos en casa y vimos la televisión.
En realidad, se parecía más a la radio, ya que nadie quería aparecer delate de las cámaras.
Durante algún tiempo intentaron mostrar una fotografía pre-Cambio del periodista o
presentador o de quienquiera que oyeras la voz al fondo, más o menos igual que cuando
daban informe por teléfono desde Bagdad durante la guerra hace algunos años, pero eso
enfurecía a la gente, y después de unos cuantos miles de llamadas telefónicas olvidaron las
fotos y sólo mostraron el logotipo de la cadena mientras alguien leía las noticias.
Anunciaron que el presidente se dirigiría a la nación a las diez de la noche hora del este,
pero pronto lo cancelaron. No explicaron por qué, pero todos lo sabíamos. Dio un discurso
por radio la noche siguiente.
Ninguno de nosotros se sorprendió cuando las fotos del presidente se filtraron por fin,
aunque los cuernos de sangre y los tumores traicioneros fueron un pequeño shock. Fue su
esposa quien sorprendió a todo el mundo. Tenía tan buena prensa que medio esperábamos
ver que no había Cambiado. Durante varios meses no oímos ni supimos de ella, pero
cuando por fin apareció en público pudimos ver a través de su velo de Hombre Elefante que
no sólo tenía múltiples cuernos, sino la cara vuelta dentro afuera del Síndrome de
Arrogancia Definitiva.
Con todo, le fue mejor a Nancy Reagan. Se rumoreaba que la antigua Primera Dama no era
ni siquiera reconociblemente humana durante los primeros minutos del Cambio y que fue
acribillada por sus propios guardias del Servicio Secreto. La noticia oficial fue que la
señora Reagan murió por el shock producido por la visión de su esposo después del
Cambio. Es cierto que el caso de Ron de lepra de Mentiroso, apatía ósea y sarcoma de
estupidez era impresionante, pero el viejo caballero se lo tomó con calma y probablemente
no habría interrumpido siquiera su calendario de apariciones públicas pagadas si no se
hubiera producido la muerte de Nancy.
En cuanto al actual vicepresidente…; bueno, se decía que había que verlo para creerlo. La
prensa y los medios de comunicación habían sido desagradables con él los años anteriores,
pero descubrimos que sus desagradables observaciones sobre la limitada inteligencia el
vicepresidente se habían quedado dramáticamente cortas. El joven que se había quedado a
las puertas de la presidencia se derritió como cartón mojado por la lluvia. Dicen que el
sarcoma de estupidez era tan extendido que no quedó más que un traje, camisa y corbata a
franjas rojas y azules tendidas en medio de un montón de morros retorcidos.
La esposa del vicepresidente se convirtió en un caso de libro de texto de dentitus Ambición.
No es cierto que no quedaran de ella más que los dientes de quince centímetros, pero ésa es
la impresión que tuvimos en el momento.
Antes de que te formes una idea equivocada, Peter, tienes que comprender que no me estoy
cenando a los republicanos. Tampoco lo hicieron los estigmas. Ambos lados de la cámara
sufrieron por igual. Nuestros oficiales electos fueron golpeados con tanta fuerza por el
Cambio que el verbo “senadorear” pronto se usó para describir a alguien que hubiera
perdido casi toda su humanidad bajo los estigmas. Hubo un puñado de resistentes, y
algunos (como Ted Kennedy, según dicen) se pusieron a cazar nuevas conquistas sexuales
antes de que los papilomas, sarcomas, masas fibroides, distorsiones supraorbitales y surcos
longitudinales dejaran de latir y manar.
Durante una temporada la televisión no dejó de pasar reposiciones y viejos anuncios
(obviamente ninguno de los actores o presentadores se salvaron del Cambio), pero con el
tiempo empezaron a filmar cosas nuevas. Tardamos un año antes de poder ir al cine y ver a
los actores del post-Cambio, y para entonces ya estábamos preparados. Entonces no me
molestó ver el rostro vuelto hacia fuera del síndrome de AD de Dustin Hoffman, ni las
marcas de viruela-albina racista de Eddie Murphy o el amasijo de cara con tentáculos de
obseso sexual y el goteo de ego absoluto que la personalidad de Warren le había dado, pero
ya no podía soportar mirar las imágenes de la gente del pre-Cambio. Me parecían tan
extraños como alienígenas. La mayoría de la gente sentía exactamente lo mismo.
Pero me estoy adelantando. Lo siento, Peter.

Esas primeras semanas fueron una locura, por expresarlo con suavidad. Casi nadie fue a
trabajar. Se rompieron espejos. Suicidios y homicidios y ataques sin provocación
alcanzaron un nivel tan alto que todo el país empezó a tener cifras de muertes tan altas
como las de Nueva York. No estoy exagerando.
Hoy, por supuesto, la violencia de Nueva York casi ha desaparecido ahora que las
diferencias raciales pasan casi inadvertidas y las bandas han desaparecido después de que
se demostrara que las lesiones de pus en los labios y cejas eran el resultado inevitable de
pertenecer a una banda (aunque algunos todavía llevan las lesiones con orgullo…, pero esos
idiotas son fáciles de evitar). Además, los papilomas Barrabás desanimaron a un montón de
ladrones y…
Lo siento, me estoy adelantando otra vez.
Aquellos primeros días y semanas fueron una locura. Nos quedamos en casa, escuchamos
la tele, esperamos las conferencias de prensa del Centro de Control de Enfermedades daba
dos veces al día, rompimos nuestros espejos, evitamos a nuestras esposas y luego pasamos
un montón de tiempo buscando nuestros reflejos en cualquier superficie brillante que no
hubiéramos destruido: tostadoras, platos de plata, cuchillos de mantequilla… Fue una
locura, Peter.
Un montón de parejas se separaron entonces, Peter, pero tu madre y yo nunca lo pensamos
siquiera. Tardé algún tiempo en explicar los cuernos de sangre, pero pasaban tantas cosas
que entonces no parecían demasiado importantes.
Con el tiempo la gente empezó a regresar al trabajo. Algunos nunca dejaron de hacerlo:
periodistas (los periodistas de prensa escrita permanecieron en sus trabajos con más
frecuencia que los de televisión), bomberos, un montón de personal médico de bajo nivel
(los doctores ricos estaban muy ocupados tratando sus malformaciones glúteas de Usura),
ladrones (que rápidamente se pusieron capuchas para ocultar su peculiar cadena de
papilomas de Barrabás) y policías.
La de la policía fue tal vez la menos afectada de todas las profesiones. Como individuos,
conocían desde hacía años la basura y el pus y las almas malformadas que se ocultaban tras
la blandura de la carne y el hueso pre-Cambio. Ahora tendían a mirar sus propias
distorsiones, se encogían de hombros y continuaban con su trabajo que, si acaso, había sido
facilitado por la gente que llevaba su interior en la cara. Fuimos los demás (las multitudes
que habíamos pretendido que la naturaleza humana era esencialmente benigna) los que
tuvimos problemas para adaptarnos.
Pero finalmente nos adaptamos. Primero nos aventuramos a salir a la calle con capuchas y
pasamontañas y sombreros viejos sacados del armario, encontramos a otras personas en los
supermercados y licorerías encapuchados y ocultos de la misma forma y descubrimos que
la vergüenza no es tan mala cuando todo el mundo está en la misma situación.
Volví al trabajo después de una semana. Llevé la gorra de baseball con el velo de
mosquitera durante los primeros días en la oficina, pero tenía problemas para ver el monitor
y pronto empecé a quitármela cuando estaba trabajando. MacGregor de contabilidad
todavía lleva su máscara de República Bananera hoy día, pero sabemos que los papilomas
de Barrabás están allí…, se pueden oler. Nuestro jefe no apareció durante casi un mes, pero
cuando lo hizo no tenía nada en la cabeza. Hizo falta valor porque su sarcoma de estupidez
era tan acusado que nuevas pústulas fibroides le aparecieron entre el almuerzo y la hora de
marcharnos.
Todo el mundo explotaba y hacía gotear y reventaba y apretaba sus papilomas y pústulas en
los lavabos, y muy pronto la compañía adoptó la política de que lo hiciéramos en la
intimidad de los retretes, donde se instalaron espejos y toallas. El único tipo que conozco
que se hizo rico durante aquellos primeros meses post-Cambio fue Tommy Pechota de
Mezclas y Adquisiciones, que invirtió en acciones de Kleenex.
Pero volvamos a aquellos primeros días.
Los rusos tuvieron unas diez horas para partirse de risa y hablar de la decadente
Enfermedad Occidental antes de que el Cambio los alcanzara. Los golpeó con fuerza. Había
incluso un estigma peculiar para los tipos de la KGB, antiguos y actuales, que convertía sus
rostros en el equivalente de un bicho aplastado en la carretera que no puedes identificar del
todo y al que no quieres acercarte. Gorvachov y Yeltsin recibieron su ración de lo que un
analista moscovita llamó el Acné Comunista, pero Gorbie tenía más problemas que unas
cuantas dificultades cosméticas. El Cambio hizo que la Revolución de Marzo se acelerara y
antes de que empezara el verano los nuevos líderes estaban en el poder. Tampoco tenían
mucho mejor aspecto (algunos tenían dientes de Ambición), pero al menos ninguno
rezumaba viruela comunista.
Los japoneses se lo tomaron muy a pecho y empezaron a ver cómo afectaría el Cambio al
mercado internacional. Los europeos se volvieron un poquito salvajes; los franceses
lanzaron un misil nuclear a la luna por ningún motivo en particular (pero pareció calmarlos
un poco) y el Parlamento Británico aprobó una ley que convertía en ofensa criminal
comentar el aspecto de los demás y luego se disolvió para siempre, y los alemanes
permanecieron tranquilos durante tres meses y luego, casi como acto reflejo porque la
atención mundial estaba distraída, invadieron Polonia.
Nadie había anticipado la malformación Agresora-simple. Verás, pensábamos que el
cambio era más o menos completo. No sabíamos en ese momento que incluso la
participación pasiva en un acto maligno nacional podía añadir nuevas y dramáticas arrugas
a la fisonomía.
Ahora lo sabemos. Sabemos que el rostro humano puede retorcerse, doblarse y plegarse tan
dramáticamente durante los dolores de la dinámica Agresora-simple que un ser humano
puede caminar con la cara que es casi indistinguible de un ano con ojos. Es muy fácil hoy
día distinguir a un alemán que apoyó la incursión polaca, o a un israelí o un palestino, ya
que la mayoría de ellos sufrieron la Agresión-simple durante el Cambio en sí, o a alguien (y
aquí hablamos de varios millones de personas) demasiado activo en el complejo industrial-
militar americano.
Personalmente, Peter, aquello me hizo alegrarme de tener los estigmas que tenía.

Las iglesias se llenaron durante las primeras semanas y meses, aunque una mirada a la
mayoría de los ministros, pastores y sacerdotes hizo bastante para vaciar los bancos. En
justicia, un alto porcentaje de los hombres y las mujeres que vestían hábitos no eran ni
mejor ni peor que el resto de nosotros durante el Cambio. Es que resulta demasiado difícil
concentrarse en un sermón cuando una lepra de Mentiroso se está comiendo los párpados
de alguien mientras escuchas. Eso no demostraba que la religión fuera una mentira, sólo
que la mayoría de aquellos que predicaban la religión pensaban que estaban mintiendo.
Los ministros televisivos fueron los peores, por supuesto. Peor que los senadores, peor que
los vendedores de seguros (todos recordamos esos estigmas) e incluso peores que los
estigmas de tentáculos en lugar de lengua, y pólipos en vez de labios de los vendedores de
coches.
Tu madre y yo lo vimos por cable aquella primera noche, Peter, cuando los ministros
televisivos se autodestruían frente a las cámaras, uno tras otro. Los pailomas de Barrabás
fueron los primeros, desde luego, pero esos papilomas eran infinitamente perores que los
simples tumores que picoteaban mi mejilla y mi cuello. La mayoría de los teleevangelistas
no eran más que papilomas, tentáculos y pólipos. Incluso sus ojos tenían bultos y verrugas.
Luego la lepra de Mentiroso empezó a comerlos, sus papilomas supuraron y explotaron,
los centros de sus caras empezaron a crecer hacia adentro en un estilo similar al modo de
Agresión-simple sólo para pustular de nuevo en algo que parecía mucho a un hemorroide
inflamado… y luego el proceso empezaba otra vez. Vimos a Jimmy Swaggart atravesar este
ciclo tres veces antes de poder cambiar de canal y acudir a vomitar al cuarto de baño.
Ahora no quedan en antena muchos de esos telepredicadores.

Supongo que me he salido del tema, Peter. Te prometí una explicación… o lo más cercano
a una que pudiera darte.
Bueno, no es una explicación, pero iré a los hechos y puede que sea suficiente.

Lo más difícil de todo era mirar a los niños. Normalmente empezaban su propio Cambio a
los once o doce años, a veces en la pubertad pero no siempre, aunque algunos niños
Cambiaron mucho más jóvenes y unos cuantos duraron hasta los diecisiete o dieciocho
años.
Todos Cambiaron.
Y pudimos ver el motivo. Éramos nosotros. Los padres. Los adultos. Los que impartíamos
cultura y compartíamos sabiduría.
Sólo que la cultura producía la viruela albina racista en los niños, y la sabiduría compartida
tendía a aumentar su sistema de estupidez y una docena de otros estigmas.
Era doloroso mirarlos, no sólo por los efectos del Cambio, sino por lo que aquéllos decían
de nosotros. Entonces nacieron los primeros bebés post-Cambio y los estigmas eran
menores, innatos, pero ya en su sitio y creciendo. Nuestros genes llevaban ahora la
información de los estigmas y nuestras personalidades se habían marcado en los fetos
durante el Cambio.
Pero tú eras perfecto, Peter. En junio tenías ya un año, y eras sano, feliz y perfecto.
Recuerdo que era una noche agradable en la ciudad cuando tu madre y yo te vestimos con
tus mejores ropitas azules, te pusimos una gorra porque las noches eran todavía frescas y te
llevamos al parque de la ciudad. De hecho, tu madre te llevaba en brazos mientras yo
cargaba una gran caja con todas nuestras fotografías del pre-Cambio, álbumes de fotos,
películas caseras y cintas de video. No había ningún anuncio oficial sobre aquella primera
Reunión de Catarsis en el parque, pero la noticia debía de haber corrido de boca en boca
desde días antes, si no semanas.
Recuerdo que no hubo ningún orador oficial y nadie de entre la multitud habló tampoco.
Simplemente nos reunimos alrededor del montón de madera y muebles rotos impregnados
en keroseno cerca de la piscina municipal. Había silencio a excepción del ladrido nervioso
de unos cuantos perros: silencio a excepción de los ladridos y los llantos y los gritos
rápidamente silenciados de unos cuantos de los cientos de niños que habían sido llevados.
Entonces alguien (no tengo idea de quién) se adelantó y encendió la hoguera. Una mujer
mayor con toda una vida de estigmas avanzó entonces y empezó a vaciar su caja de
fotografías. Durante un momento fue una silueta solitaria contra las llamas y entonces
algunas personas más empezaron a avanzar, normalmente hombres, mientras las mujeres se
quedaban con los niños, y sin diálogo ni sentido de la ceremonia, empezamos a deshacernos
de nuestras cajas de fotos. Recuerdo cómo las cintas de video se fundieron y arrugaron y
restallaron… igual que nuestras caras durante el Cambio.
Entonces todos vaciamos nuestras cajas y mochilas y retrocedimos, una mano alzada para
proteger nuestros rostros del terrible calor de la enorme hoguera. No podíamos ver la
ciudad tras nosotros ahora, sólo las llamas y las chispas elevándose a la noche sin estrellas
sobre nosotros y las caras estigmatizadas y enrojecidas por el calor de nuestros vecinos y
amigos y conciudadanos.
Recuerdo lo excitados que estaban tus ojos azules. Peter. Tus mejillas eran rojas a la luz
reflejada de la hoguera y tus ojos eran luminosos e intentabas sonreír, pero un aroma de
locura en el aire hizo que tu sonrisa de un año se volviera un poco trémula.
Recuerdo lo tranquilo que yo estaba.
Tu madre y yo no lo habíamos discutido y no lo discutimos ahora. La miré con mi ojo
bueno y ella me miró y ya nuestras nuevas caras parecían normales y necesarias.
Entonces te puso en mis brazos.
La mayoría de los que se acercaban ahora a la hoguera eran los padres, aunque había
algunas mujeres (madres solteras posiblemente) e incluso un puñado de abuelos. Algunos
de los niños empezaron a llorar mientras nos acercábamos al círculo de calor.
Tú no lloraste, Peter. Volviste la cara hacia uno de mis hombros y cerraste los ojos y los
puños como si pudieras espantar un mal sueño sólo con no mirar.
No hubo vacilación. El hombre que tenía al lado arrojó en el mismo segundo, con el mismo
movimiento que yo. Su hijo chilló mientras volaba hacia la hoguera. No oí nada por tu parte
mientras te alzabas sobre la periferia exterior de las llamas, pareciste gravitar un segundo
como considerando volar hacia arriba con las chispas y entonces caíste al corazón de la
rugiente hoguera.
Todo duró menos de diez minutos.
Tu madre y yo regresamos a casa y cuando miré atrás, todo el mundo se había marchado
excepto los miembros del departamento de bomberos, que esperaban con un camión para
asegurarse de que la hoguera se consumiera sola. Recuerdo que tu madre y yo no hablamos
durante el camino de regreso a casa. Recuerdo lo frescos y maravillosos que olían aquella
noche los céspedes recién segados y los jardines regados.

No fue aquella noche, sino tal vez una semana más tarde, cuando vi por primera vez la
pintada en una pared cerca de la estación de tren:

Las monstruosidades que caminaban por las calles era las caras de
algunas personas tan inacabadas como sus mentes.
Eric Hoffer
No sabía entonces quién era Eric Hoffer y admito que no he tenido tiempo de averiguarlo.
No sé si estará aún vivo, pero espero que sí. Espero que estuviera presente durante el
Cambio.
Vi ese eslogan escrito en varias partes después, aunque han pasado años desde que lo vi y
tal vez he escrito mal las palabras. Sé que algunas personas del CDC se refieren al cambio
como una epidemia estigmática de Hoffer, pero creo que se refieren al neurólogo alemán
que fue el primero en presentar la teoría de la plasticidad ampliada del ARN-activo o como
se llame ese retrovirus.
Magnífico. Ya no importa nada porque incluso los expertos admiten que el Cambio es
definitivo y no hay vuelta atrás.
No queremos volver atrás. El Cambio fue doloroso; un nuevo Cambio sería horrible de
soportar. Además, sería casi imposible vivir en un mundo donde hubiera que imaginar qué
papilomas y surcos y lesiones acechaban ocultos bajo las sonrientes y rosadas pieles de
nuestras parejas, amigos y colaboradores.

Eso es todo, Peter. Ya es casi la hora de las noticias de la CBS, así que tengo que
marcharme.
Me siento bien después de haberte escrito. Pondré la carta en la caja del desván con las
ropas de bebé que tu madre dobló tan cuidadosamente hace tantos años.
Sólo quería explicar lo que pasó.
Explicar y decir que sigo siendo…

Tu padre, que te quiere

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