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Alemania: del abismo a la unión

Con una superficie que se extiende desde el mar del Norte y el mar Báltico en su parte
septentrional hasta los Alpes en su parte meridional, Alemania es el país más poblado de
la UE. Limita con Dinamarca al norte, con Polonia y la República Checa al este, con Austria
y Suiza al sur, con Francia y Luxemburgo al sudoeste, y con Bélgica y los Países Bajos al
noroeste.

Los sectores más importantes de la economía alemana en 2014 eran la industria (25,9 %),
la administración pública, la defensa, la educación, la salud y los servicios sociales (18,2
%), y el comercio mayorista y minorista, el transporte y la hostelería (15,5 %).

Sus principales socios de exportación son Francia, Estados Unidos y Reino Unido, mientras
que sus principales socios de importación son los Países Bajos, Francia y China. Este
mismo país puede describirse bajo la consigna que el Presidente Federal Richard von
Weizsäcker realizó tras la histórica reunificación entre la Republica Democrática Alemana
y la República Federal de Alemania el 3 de octubre de 1990: “Ha llegado el día en que por
primera vez en la historia Alemania entera ocupa un lugar permanente en el círculo de las
democracias occidentales”. Esta frase puede denotar un siglo de convulsiones sin
precedentes, donde fue protagonista de tres conflictos mundiales –las dos Guerras
Mundiales, la Guerra Fría– y una serie de virajes revolucionarios que dejaron profundas
huellas en el devenir de los Estados y de los pueblos, tanto más en el caso de Alemania,
por cuanto este país situado en pleno corazón de Europa tuvo una responsabilidad decisiva
en los acontecimientos, como el estallido de las dos guerras mundiales, ora se vio
particularmente afectado por los procesos vividos, como la Guerra Fría o la incipiente
disolución del orden mundial bipolar a finales de la década de los ochenta. Al dar su
consentimiento a la unificación de Alemania, las otrora víctimas y adversarios no solo
pusieron en valor el proceso alemán de depuración desarrollado durante las cuatro décadas
anteriores, sino que unieron a ello la esperanza de que los esfuerzos constructivos e
integradores de los alemanes a lo largo de aquella etapa tenderían un puente sólido hacia
el futuro. Que esa nueva orientación tuviera éxito se debió en buena medida a la política
exterior alemana, tal como se había decantado y consolidado a partir de la fundación de la
República Federal en 1949. La confluencia de posiciones en un amplio consenso en materia
de política exterior y en determinadas líneas de continuidad fue y es uno de los rasgos
distintivos de la cultura política. Desde los tiempos de Konrad Adenauer, el primer Canciller
Federal (1949–1963), esas constantes son la asociación transatlántica y la integración
europea, la promoción de relaciones de buena vecindad –en primer lugar con Francia, cosa
que la política exterior alemana ya propugnó desde comienzos de la década de los
cincuenta– y asimismo el delicado proceso de reconciliación con Israel, iniciado igualmente
en fecha temprana. Suena a sobreentendido, pero ante el telón de fondo de la política
histórica de Alemania y de las guerras de la primera mitad del siglo XX y en vista de las
rígidas coordenadas imperantes en la Guerra Fría se trataba de un reto de considerables
dimensiones.

El desmoronamiento del orden mundial posbélico confrontó a los alemanes con una
situación interna y externa absolutamente novedosa. En ese caso salieron beneficiados de
la dinámica política que culminaría en la disolución de la Unión Soviética a finales de 1991,
puesto que dicho proceso no solo les depararía, en 1990, la unificación de sus dos Estados
separados sino también, a raíz de la misma, la plena soberanía nacional al cabo de casi
medio siglo. Bajo el liderazgo de su primer canciller Konrad Adenauer, Alemania Occidental
se convirtió en miembro de la Unión Europea Occidental, la Organización del Tratado del
Atlántico Norte (OTAN) y lo que hoy es la Unión Europea, recuperándose, de esta manera,
de las graves consecuencias que había sufrido tanto social, cultural, política y
económicamente debido a la tergiversación que habían sufrido sus instituciones. Esta
unificación que, seguramente fue aplaudida y menester de las soluciones conflictivas, sin
dudas, era una sociedad unificadamente partida: ambas poseían la misma historia, pero
compartían una fase generacional en la que se desarrollaron mentes muy diferentes. Dos
sociedades que no podían convivir muy bien juntas, porque su socialización, sus valores y
sus ideas se diferenciaban de manera muy marcada con el agregado de que durante la
Guerra Fría se habían desarrollado la idea de que al otro lado estaba el enemigo. Y disolver
esas imágenes de enemistad sería un desafío enorme tanto para Alemania, como al Mundo.
El proceso iniciado por seis países en 1951 con la fundación de la Comunidad Europea del
Carbón y del Acero (CECA) desembocó en la actual Unión Europea (UE), constituida por
27 Estados miembros. Pese a todos los reveses y retrocesos, que también forman parte de
esa historia, los Tratados de Maastricht, Ámsterdam, Niza y sobre todo Lisboa, firmados
entre 1992 y 2007, atestiguan la voluntad de los partícipes de adecuar su comunidad a las
vertiginosas transformaciones de la política mundial y presentarse asimismo como un actor
político autónomo.

Este sentimiento de odio que habían entre los dos países, no solo afecto a la esfera social
sino que también supuso graves problemas económicos, como la perdida de trabajos. Por
eso, durante mucho tiempo, quienes integraron Alemania Oriental pensaron que esta
unificación no fue más que una invasión de la otra parte de Alemania y que el orden antiguo
era mejor ya que durante mucho tiempo el Mundo vivió una “bipolaridad armoniosa” donde,
si bien existían amenazas indirectas y países armados, no perseguían una tercera guerra
mundial sino que esperaban que el otro se rinda a esta guerra ideológica disputada por
Estados Unidos y la Unión Soviética.

De esta manera, el Pacto de Varsovia y la alianza militar del Este se disolvían sin ser
reemplazados, y los países miembros del Pacto ingresan a la alianza occidental de la OTAN
(organismo fundado por EE.UU). Fue un proceso extremamente rápido, de manera que sus
consecuencias están todavía marcando nuestra vida diaria y la política interior de todos los
países involucrados, que se volcaron a una economía capitalista. Mientras que la guerra
fría, que durante mucho tiempo acostumbró a la sociedad de someterse a un orden mundial
bipolar, finalizada con la guerra ideológica y la caída del Muro de Berlín, sometía a la visión
de la humanidad del socialismo a una mera anécdota en la cual los ciudadanos ya se
dejaban de interesar en programas o ideologías y surgieron nuevos problemas que no
tenían nada que ver con los de la Guerra Fría. Los nuevos problemas están relacionados
con la nueva situación de bienestar que han alcanzado la mayoría de los países europeos,
mientras que los temas antiguos se circunscriben ahora al Tercer Mundo. Otra
consecuencia importante que se produce en Europa es la pérdida de confianza en la
política. Existe una tendencia fuerte que se inclina a la construcción de un nuevo centro
político, caracterizado por programas políticos y partidarios sin ideologías, que ven al futuro
signado por la economía de mercado.

Para la Alemania unida, los años noventa fueron el punto de arranque de una etapa plagada
de retos de extraordinario alcance. Por una parte tenía que hacerse frente a la nueva
situación interna y por otra los alemanes se vieron simultáneamente confrontados con un
novedoso e inusitado papel en el terreno de la política exterior. Esa es una cara de la
moneda. Pero hay otra: La reunificación alemana contrasta con la tendencia generalizada
hacia la disolución y el desmoronamiento o incluso la destrucción a nivel mundial. El final
de la URSS, de Yugoslavia y de Checoslovaquia o también la desmembración –promovida
en parte desde dentro y en parte desde fuera– de Etiopía, Somalia y Sudán, por solo
mencionar algunos casos, han incrementado enormemente el número de los actores,
aunque no todos ellos sean Estados reconocidos, y conducido a una vertiginosa
multiplicación de problemáticas de gran complejidad.

Es por ello que Alemania debe enfrentarse a desafíos sin precedentes tanto en la política
exterior y de seguridad como en la política económica y financiera, pero a la par también
en la política de desarrollo y ambiental, habida cuenta de que esas problemáticas traen
causa que los conflictos étnicos y religiosos, los litigios fronterizos, los contenciosos sobre
recursos y los estados de emergencia alimentaria y sanitaria se imbrican hasta conformar
un conglomerado inextricable. A finales de la primera década del siglo XXI se contabilizan
solo en África 16 millones de refugiados y desplazados internos. Los alemanes están
llamados a comprometerse especialmente en la búsqueda de soluciones a los problemas
porque Alemania no solo es un país rico sino que, en comparación con otros Estados de
Europa, tiene una corta tradición como potencia colonial, truncada ya en la Primera Guerra
Mundial, lo cual la convierte en un interlocutor apreciado en el terreno de la cooperación
económica y el desarrollo. Con casi 14.000 millones de dólares al año, Alemania es el
segundo país donante a nivel mundial

El compromiso y empeño de los Cancilleres Federales alemanes fue un factor clave para
sacar adelante la firma de los Tratados de Niza y Lisboa. Gerhard Schröder y Angela Merkel
fueron asimismo quienes intercedieron, con determinación y éxito, porque los nuevos
Estados miembros de Europa oriental, empezando por la vecina Polonia, tuvieran una
representación adecuada en las instituciones y órganos comunitarios. Dicho compromiso
sigue siendo relevante para la política exterior, ya por el mero hecho de que es éste un
ámbito en el cual existen considerables preocupaciones de raíz histórica ante la
cooperación germano-rusa. De hecho, la asociación estratégica germano-rusa no se dirige
contra nadie sino que se guía expresamente por intereses europeos comunes. Lo mismo
es predicable de las relaciones en materia de energía, el núcleo de tal asociación. Como
país pobre en recursos naturales que es, Alemania importa el 41% del gas natural, el 34%
del petróleo y el 21% del carbón de Rusia y a la vez opera como país de tránsito. El hecho
de que las relaciones económicas y energéticas germano-rusas se mantuvieran y
desarrollaran sin interrupciones dignas de mención incluso en la época de la Guerra Fría
muestra su virtualidad como fundamento de una asociación estratégica. Y al no ser una vía
de sentido único, ello entraña asimismo importantes posibilidades de articulación política,
para ambas partes. Algo similar puede afirmarse de la incipiente asociación energética con
Asia central.

La firma, en el año 1957, de los Tratados de Roma, en virtud de los cuales se constituyeron
la Comunidad Económica Europea (CEE) y la Comunidad Europea de la Energía Atómica
(EURATOM), marca el arranque de la historia de éxito que representa la integración
europea, centrada a la sazón en el desarrollo de las economías de Europa occidental a
través de la profundización de la cooperación y el fomento del comercio entre los países
fundadores. Sin pretender subestimar la significación de la convergencia política de Europa,
seguramente los principales motivos de otros países europeos para adherirse a la Unión
sean la dinámica económica de la integración y la atracción del gran mercado común. Ese
fue el caso de Gran Bretaña, Dinamarca e Irlanda en los años setenta, de Grecia, España
y Portugal en los ochenta y de Austria, Suecia y Finlandia en los noventa. Y estos factores
explican asimismo el magnetismo que la UE ejerció sobre las nuevas democracias de
mercado de Europa centro oriental y sudoriental en 2004 y 2007. Paralelamente a la
experiencia de la flamante República Federal, para las jóvenes democracias instauradas
en el Sur y el Este de Europa la adhesión a la UE se reveló a la par como reconocimiento
y reaseguro de los logros políticos alcanzados al hilo de la superación de la dictadura y el
totalitarismo.

Con la entrada en vigor del Tratado de Lisboa en diciembre de 2009 se cierra un ciclo de
intensas negociaciones. La política alemana hacia la UE jugó un papel clave en todas las
etapas del proceso: Alemania fue uno de los países que impulsó la concepción de una
Unión Europea que, junto a la Unión Económica y Monetaria, se marcara como objetivo una
Unión Política basada en una cooperación profundizada y provista de capacidad de
actuación. En el Tratado de Maastricht se dio un gran paso al establecer con carácter
vinculante el primer pilar; en cambio, la Unión Política no dejó de ser, en gran medida, una
visión. Andando el tiempo quedó patente que habría de desarrollarse por etapas,
gradualmente y sobre otras bases. Por eso, en las negociaciones de los Tratados de
Ámsterdam y Niza, así como en la Convención Europea, Alemania abogó por un ajuste
escalonado y un desarrollo progresivo del tejido institucional, una clarificación de las
competencias y la consiguiente ampliación de la calidad democrática de las decisiones de
la UE.

Paralelamente a todo ello, los esfuerzos e iniciativas de Alemania se centraron asimismo


en la configuración de la política exterior, de seguridad y defensa en el marco de los tratados
de la UE y en la intensificación gradual de la cooperación en los ámbitos de la justicia y los
asuntos de interior y la seguridad interna. En ambos planos se lograron avances
considerables, aunque no respondieran a la comunitarización y el “gran envite” como
fórmulas clásicas de la integración. Desde la óptica de la política alemana hacia la UE el
Tratado de Lisboa reúne lo pragmáticamente posible en una UE cuyos 27 miembros
actuales presentan situaciones económicas y políticas mucho más dispares, intereses y
necesidades mucho más diversos y actitudes sobre el futuro de la integración mucho más
abiertas de lo que fue el caso en todas las etapas anteriores del proceso de integración
europea. Las contribuciones financieras de los Estados miembros al presupuesto de la UE
se reparten de forma equitativa conforme a los recursos. Cuanto mayor sea la economía de
un país, más paga, y viceversa. El presupuesto de la UE no pretende redistribuir la riqueza,
sino más bien centrarse en las necesidades de todos los europeos en su conjunto.

Relaciones financieras de Alemania con la UE en 2013:

Gasto total de la UE en Alemania: 13 056 millones EUR

Gasto total de la UE en porcentaje de la RNB de Alemania: 0,47 %

Contribución total de Alemania al presupuesto de la UE: 26 125 millones EUR

Contribución de Alemania al presupuesto de la UE en porcentaje de su RNB: 0,93 %


Tras el estancamiento de 2007, el consenso acerca de la reforma de los tratados
comunitarios se logró situar sobre una nueva base bajo la presidencia alemana de turno.
Los resultados reflejan aspiraciones esenciales para Alemania: La extensión del sistema de
votación por mayoría cualificada en el Consejo y la codecisión del Parlamento Europeo,
la integración de la Carta de los Derechos Fundamentales de la UE y la introducción de la
iniciativa ciudadana son pasos importantes para fortalecer la capacidad de decisión de la
UE y asegurar la participación democrática. Con el Alto Representante de la Unión para
Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, que ostenta la presidencia del Consejo de
Ministros de Asuntos Exteriores, y la creación del Servicio Europeo de Acción Exterior
(SEAE), en el que se agrupan las tareas de política exterior de la Comisión y el Consejo, el
Tratado de Lisboa refuerza notablemente la presencia y el papel internacionales de la UE.
La política alemana hacia la UE ha venido respaldando sin reservas la profundización de la
integración, su ampliación hacia el Norte, el Sur y el Este y su institucionalización. Los
alemanes quieren una Europa que tenga capacidad de actuación y a la vez sea democrática
y transparente, lo cual implica que el Parlamento Europeo se vea fortalecido en sus
funciones y exista una clara delimitación de competencias. Por lo demás los alemanes
cubren, en correlación a su producto interior bruto, alrededor del 20% del presupuesto de
la UE que contribuye a financiar en todos los países miembros programas y proyectos como
“La UE lanza una ofensiva de inversión para fomentar el crecimiento y el empleo”, “Un
nuevo camino hacia el mundo laboral para los jóvenes europeos” o “UPTEC: impulso a la
innovación y la competitividad en el norte de Portugal”, como también la construcción de
carreteras, la inversión en investigación y la protección del medio ambiente. Los gobiernos
nacionales o las autoridades regionales de los países miembros gestionan cerca del 80%
del presupuesto de la UE.

El mundo globalizado seguirá suponiendo un reto para Europa. La UE limita con regiones
de escasa estabilidad. Las coaliciones y constelaciones políticas predominantes irán
cambiando, la capacidad de compromiso se verá puesta a prueba a la hora de lograr un
nuevo equilibrio de intereses y demandas. Ello exige una política de desarrollo confiable y
un enfoque asociativo que abarque a los Estados ribereños del Mediterráneo. La actuación
conjunta en el ámbito de una Política Energética y Climática Europea o ante la crisis
financiera es una condición previa para salvaguardar los intereses y aspiraciones tanto de
Alemania como de los demás Estados miembros. Hoy en día el bienestar y la seguridad,
clásicos y fundamentales ámbitos de actuación del Estado, ya no pueden garantizarse sin
el concurso de la UE. Y es este mismo organismo, que hoy en día, empieza a revelar graves
problemas respecto al objetivo que se había planteado desde el primer momento: la unión
entre diversos países es más que una cuestión económica y administrativa. Sostiene
pugnas entre ámbitos religiosos, étnicos y éticos que provocan una serie de mecanismos
raciales y xenófobos lo que impediría la plena convivencia social entre los países miembros
tanto por las libre circulación de bienes como la de personas, además del estado deudor
que tendrían aquellos países que no son potencias como lo son Alemana o Francia. Esta
división de deudor/acreedor comete el pecado de que aquellos que no mandan, pagan
primas de riesgo cuantiosas para financiar su deuda estatal, lo que se refleja en el costo de
su financiación en general y los lleva a la depresión y los coloca en una gran desventaja
competitiva que amenaza con volverse permanente.

No quedan dudas, que para que la consolidación de la UE sea eficiente es necesario,


primero, que Alemania, siendo cabeza de las políticas que se lleven a cabo en esta
organización, considere la división acreedor/ deudor para que ambos puedan refinanciar su
deuda estatal en condiciones más o menos iguales y que fijar un objetivo de un crecimiento
nominal de hasta el cinco por ciento para que “Europa pueda deshacerse de su excesiva carga
de deuda, lo que requerirá un nivel mayor de inflación que el que probablemente respaldaría el
Bundesbank”. En igualdades de condiciones, los Estados deberían someterse a la plena
participación sobre soluciones para los conflictos que sean de índoles económicas o sociales
(religiosos-étnicos) para construir colectivamente una Unión que se una unión y no una unión
que colecciones individualidades, para el beneficio de pocos y la dependencia de muchos.
Fuentes y bibliografía

El fin de la Guerra Fría. Su significado para Europa y el Tercer Mundo:


http://www.scielo.org.bo/scielo.php?pid=S2077-33232005000200011&script=sci_arttext

Unión Europea: Alemania: http://europa.eu/about-eu/countries/member-


countries/germany/index_es.htm

La actualidad de Alemania: http://www.tatsachen-ueber-deutschland.de/es/politica-


exterior/main-content-05/alemania-en-el-mundo.html

La tragedia de la Unión Europea:


http://elpais.com/elpais/2012/09/06/opinion/1346961403_177822.html

Nahuel Ignacio Acevedo

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