La categoría de lo estético, a pesar de la gran diversidad de los ideales de este tipo se
la encuentra en todos los pueblos y se fue desarrollando junto con la conciencia y habilidad manual del hombre. A lo largo de un proceso este fue transformando de a poco la naturaleza con su trabajo, elevando su conciencia de relación entre medios y fines, y en especial la que se establece entre forma y función. Lograr lo bello implica un trabajo adicional, en el ámbito de la cultura, todo persigue un sentido, cumple una función. No hay un ocio que haga posible la gratuidad, lo meramente lúdico. Como no hay nada gratuito, dicho “sin sentido” está en verdad revelando la existencia de una nueva función, ligada a lo mágico y de carácter simbólico. Se considera a la magia como la puerta de entrada a lo estético o el sentido de lo bello. Esto implica por un lado determinar lo que se considera bello, y por el otro asignar un sentido preciso a esa belleza, una finalidad. Todo lo numinoso precisa recubrirse de bellas formas y colores para impresionar los sentidos y aumentar la intensidad del ritual, en la conciencia de que ello se traducirá en una mayor eficacia de este en lo que hace al cumplimiento de su fin mágico. Lo bello es así visto como el adorno necesario, como la forma que potencia en principio la función primaria del objeto pero que puede incluso independizarse de ella. Lo que una cultura considera estético, otra lo despreciara por completo. Dentro de una misma cultura o civilización se suelen registrar a lo largo del tiempo varias estéticas, y no resulta extraño que en una cultura y hasta en una misma practica coexistan diversas estéticas. La función estética conforma un tipo de función simbólica, que al añadir elementos utilitarios busca potenciarlo, para que cumpla mejor con su finalidad. Lo estético es todo aquello capaz de suscitar una percepción desinteresada. El arte no puede prescindir de lo estético, pero no se agota en el: puede contemplar también otros planos de la realidad. La función estética puede manifestarse de dos maneras. La concepción del “arte por arte”, sostiene que una cosa que se torna útil deja de ser hermosa y de pertenecer en consecuencia a la esfera del arte. La segunda corriente admite que un objeto estético pueda cumplir otra función, siempre que la función estética tenga un claro predominio. De lo estético a la estética hay una considerable distancia, pues lo primero se manifiesta como una percepción especial. Una intuición o un sentimiento, y la segunda como una teoría o conjunto armónico y reconocido de reglas, y también como una práctica que se ajusta a dicho sistema de pensamientos y lo hace visible. Si bien lo estético tiene varias puertas de entrada y se organiza sobre ejes disimiles, se presenta como una categoría unitaria, mientras que, de ningún modo se puede hablar de una sola estética. Por más abstracción que se quiera ejercer sobre los detalles, no se puede hablar de una sola estética occidental. La situación estética implica la existencia de un receptor dispuesto a recibir y esforzarse en interpretar los mensajes implícitos en una obra, es decir, poseedor de una mirada estética que aísle al objeto de otros tipos de juicios y una conciencia aguda. Lo estético, como facultad de sentir la belleza y fuerza de las cosas, puede considerarse una cualidad humana esencial, de la que todos los pueblos participan, pero de ningún modo esto autoriza a suponer que dicha facultad sensible pueda ensamblarse en un sistema cultural común, o sea, único. Cada forma de concebir lo estético prefigura la necesidad de una estética particular, la que estará siempre presente de algún modo aun cuando no llegue a ser descrita con suficiente nivel conceptual. La finalidad de esta teoría no es solo alcanzar las raíces universales de las practicas simbólicas, como una ciencia pura, sino también utilizar los conceptos para descolonizar las practicas artistas propias del pueblo al que pertenece el sujeto que piensa. Una teoría del arte que, partiendo de patrones verdaderamente universales, logre conceptualizar sus propias prácticas, contribuirá no solo a modificar la producción simbólica, sino también la percepción que de ella se tiene. Es la teoría lo que hace posible el arte en una sociedad como la occidental, desde el momento en que dejo atrás las practicas del medioevo. Lo que la imitación artística expresa es la ignorancia de la verdadera naturaleza del modelo, la que se disimula tras el conocimiento de su representación aparente. El arte no se dirige a una razón recta sino a una sensibilidad invalida que se maneja con ilusiones perceptivas. Lejos de ser noble, el arte apela a lo más voluble del alma humana. La dimensión ética fue entrevista ya por los presocráticos, asociada al concepto de bien o lo bueno, en oposición al mal o lo malo. En lo relativo a las cosas, lo bueno se confunde con su utilidad, pues estas no pueden ser buenas o malas en sí, sino respecto a un fin. O sea, son buenas o malas para algo, no por su naturaleza intrínseca. Hay una ética que compromete solo al cuerpo interno del individuo, pero cuando emite juicios sobre las relaciones sociales empieza a confundirse con un valor que no puede ser dejado fuera de la teoría del arte, y que es la justicia. El ethos social, regula las relaciones sociales, de modo que los individuos serán valorados según la forma en que practican este ethos, y con él los argumentos de la cultura. El arte cumple siempre una función social, que compromete al ethos del grupo y a la dinámica de la identidad, por lo que la dimensión ética no puede faltar en la teoría del arte. El plano ético no implica una aceptación mecánica de los valores de la cultura, porque la función del arte no es solo reflejar los valores de una sociedad, sino también criticarlos, critica que será su contribución al cambio de paradigmas, cuando estos dejan de ser justos, o cuando surgen otros cuyo nivel de verdad y justicia se considera superior. La idea de utilidad presupone un medio y un fin, o sea, dos elementos. La belleza, en cambio, no tiene dos componentes relacionados, sino tan solo uno, pues se trata de una entidad única. Se dice por eso que lo útil es mediato, mientras que lo bello es inmediato. La tendencia universal en esta materia es buscar el sentido del arte no en sí mismo, como plantea la teoría del arte por el arte, sino en el fortalecimiento de las distintas funciones sociales, entre las que predominan las esferas de lo mítico-religioso y el poder político. O sea, la función del arte es asegurar la eficacia del ritual, contribuir a hacer creíble las instituciones y los principales argumentos de la cultura. Un arte centrado en sí mismo seria incomprensible, absurdo, del mismo modo en que se lo hubiera valorado en el medioevo europeo. Durante el medioevo, rigió en Europa la concepción clásica, que dividía a las artes en liberarles; que incluían a la música y la poesía, a las que se relacionaba con la matemática, la geometría y la astronomía; y a las artes mecánicas; la pintura, la escultura y la arquitectura. Esta concepción, que hoy llamamos artes plásticas, no se trataban de un verdadero arte, sino de oficios mecanizados. Ninguno de estos artesanos hubiera aceptado la idea del arte por el arte. Las pinturas y esculturas cumplían una función religiosa. Las obras ya no estaban al servicio de lo humano, sino de lo divino. Se solía apreciar el buen trabajo manual, pero se menospreciaba al artesano que lo hacía, por el mismo hecho de trabajar con las manos, indicio de baja condición social. Las innovaciones estaban prohibidas o sumamente restringidas, lo que coartaba la creatividad. En la esfera religiosa, las figuras cumplían una función puramente simbólica, sin prestar demasiada atención a esa forma excedente que en el ámbito de la magia potencia a la misma, pues el cerrado teocentrismo del sistema impedía relacionar la mayor belleza con una eficacia mayor. La forma excedente estaba destinada a ser gratuita, inútil. La concesión de favores no pasaba por esta instancia formal, sino por las virtudes del peticionante y la justicia del pedido. La función de lo que hoy llamamos arte era tributaria de otras funciones sociales y no se subordinaba a la belleza. La identificación del arte con la belleza se produce recién hace unos seis siglos y solo en Europa. El llamado renacimiento, a partir de ahí una nueva mirada recorre el pasado de las formas simbólicas, reinterpretándolas. La concepción renacentista del arte se desarrolló a partir de su secularización, lo implicaba transferir lo sagrado de la imagen religiosa representada por los pintores del medioevo a la obra en sí, la que se cargó de este modo de energía simbólica. Apuntando a destacar la belleza de lo humano, donde se espera encontrar una fuerza nueva. En vez de negar la vida por su fugacidad y sus miserias, el arte se solidariza con ella, levantado la poesía de lo efímero contra la frialdad de lo absoluto, y asumiendo una concepción más modesta de la verdad. El arte critica a la sociedad casi por definición, pues no nació como una expresión de beatitud y agradecimiento, sino de disconformidad. Lo estilísticamente puro, la perfección de las formas, pone de manifiesto la imperfección de la sociedad, e incluso de la vida. Pero este arte cayo más tarde en la trampa del idealismo. La forma fue privilegiada sobre la función social, y se llegó a exigir que para otorgar a una obra el carácter de artística no debía cumplir otra función que la puramente estética. Lo que servía para otra cosa no podía ser arte. Esta requería una voluntad estilística expresa, así como alcanzar el atributo de la originalidad. Este concepto de originalidad, al igual que el de bellas artes, tienen el mérito de haber sacado a la pintura, la escultura y la arquitectura de la estrecha y conservadora categoría de artes mecánicas, para abrirlas a la creatividad u consagrarlas a la búsqueda de la belleza Esta nueva concepción proclama asimismo que la obra de arte ha de ser única, viendo en ello una cuestión de espiritualidad y no de mercado. El renacimiento constituye un regreso a la estética naturalista greco-latina, lo que no podía lograrse sin una recuperación desde el arte de la anatomía y la geometría. La ruptura con el esquema medieval fue lenta. La concepción renacentista, que habría de caracterizar al arte occidental, surge como un paso de lo sagrado a lo profano, de lo colectivo a lo individual, de lo decorativo a lo expresivo, de lo múltiple a lo único, de la producción gremial a la creación libre de artistas no agremiados, de la tradición a un antitradicionalísimo acrítico, de los saberes populares a la formación académica, de la función social a la valoración de la pura forma, que solo busca alcanzar la belleza y lo sublime. Por lo común, las prácticas artísticas definen un espectro temático del cual no se puede salir, pues de lo contrario se estaría fuera de ellas, y lo que no tiene el respaldo de una tradición deja de ser arete, es decir, una producción simbólica reconocida. En las culturas que no han teorizado sobre sus prácticas, es la tradición de cada una de ellas lo que convalida o invalida las obras. Esa tradición contiene materiales, técnicas, aspectos formales y también una serie de temas característicos. El tema que no cae en la tradición de un arte invalidara a la obra como artística, y probablemente anulara también su valor estético, pues este tipo de juicio carecería de un sustrato firme. Salirse de ese tema central era entrar en un terreno de poco significativo, en el que la contribución a la cultura resultaba mucho menor, y donde hasta se corría el riesgo de perder todo Significado. Ósea, los temas menores conducían por fuerza a obras menores, o incluso al terreno del no-arte y lo no estético, esas zonas de la producción social donde el juicio estético está prácticamente ausente. La estética del neoclasicismo imponía los temas mitológicos grecoromanos, por lo que salirse de ellos era abandonar lo artístico, y en buen grado también lo estético, pues implicaba caer en el costumbrismo, considerado un arte menor, propio de gente de oficio, no de vocación. Y junto con el tema, se imponía el estilo, un naturalismo que no partía de un estudio detenido de las formas que el entorno proporcionaba, sino de los modelos clásicos. Fue la ruptura del modelo académico por parte de las vanguardias lo que libero al arte del tema neoclásico, y al tema del estilo. El estilo no será ya algo prefabricado y de aplicación mecánica, sino que se resolverá en función del tema, variando en cada caso para adaptarse a sus exigencias. Para el realismo socialista, en su versión más dogmática, el arte que escamoteaba la dimensión política carecía de valor, y no podía ser arte y ni siquiera tan solo algo bello. El indigenismo, al igual que el regionalismo, son estéticas que se definen por una temática, por una temática, por lo que salirse de esta es quedar fuera de aquellas. Hoy la teoría estética occidental se muestra remisa a separar forma de significado, señalando que la forma artística ha de decir por lo que es. No es el tema lo que define lo esencial del significado, sino la forma en que es tratado. Si falta la forma, falta el arte, y la manipulación de un tema no conduce a ningún lado. La obra bella o buena será aquella en la que el significado muestra un alto grado de integración con la forma, hasta el punto de que surja de esta última, más que del tema. Cada sistema simbólico sira qué importancia tiene el tema en cada tipo de producción, en qué medida es determinante de ella, y si el tema en si constituye una categoría primaria o secundaria de análisis. La fuerte herencia idealista y romántica del arte occidental ha llevado a considerar la cuestión del estilo como algo fundamentalmente personal, como características propias de un artista determinado, y no de una sociedad y una época. El aspecto personal del estilo existe casi siempre, y en ciertos casos puede llegar a contraponerse al estilo social, sin que ello apareje sanciones. Ornamentos que nos parecen puramente decorativos están a menudo asociados a un significado preciso. Así, una forma geométrica puede representar a un animal, aunque carezca de toda similitud. Es necesario, por lo tanto, abordar una cultura, estudiar las asociaciones que existen en ella entre las formas y los significados, así como indagar si estas asociaciones vienen acompañadas por fuertes reacciones emocionales. En una misma cultura puede haber varias formas para representar un mismo objeto. El arte representativo permite más desarrollar rasgos diferenciales en lo que hace a lo personal del estilo que el arte abstracto, en el que cada forma tiene asignada un sentido y las secuencias de hallan también más o menos establecidas. En el campo de la antropología los estilos son sociales. Es común por ello llamas estilos a las distintas comunidades y un mismo tiempo pueden darse estilos fundamentales distintos.