Ni siquiera “pibas chorras”
Encierro, poder y opresién patriarcal:
la subalternidad de lo subalterno
Florencia Saintout
Este articulo es producto de un trabajo de investigacién desarro-
llado en uno de los centros de reclusién para mujeres menores de
veintitin afios de la provincia de Buenos Aires, la totalidad de ellas
encerradas por robo u homicidio (en una proporcién de uno a diez
con respecto a los varones en la misma situacién).
Con la finalidad de indagar en torno a los modos de construir
sentido sobre la vida de quienes, se dice, no le dan ningtin sentido,
durante un afio participé junto a un grupo de becarias muy jovenes'
en una serie de reuniones donde pudimos ir reconstruyendo las his-
torias de vida de cada una de estas chicas en conflicto con la ley y su
relacién no sélo con la institucién sino con el espacio social en el que
se encuentran.
En este artfculo desarrollaré, entonces, algunas de las cuestiones
que suscité el trabajo, pero focalizando la mirada en una perspectiva
de género que asume como principio —a esta altura elemental~ la
idea de que la mujer se hace histéricamente, y que esta hechura ha
sido y se sigue haciendo atin en condiciones de subalternidad con
respecto al predominio de una sociedad patriarcal y androcéntrica.
Jésica
Es una mas de las chicas internadas en esta institucién cerrada,
como llaman ahora a los viejos institutos de menores. Todas las chi-
cas que estan alli vienen de familias muy pobres, hijas de padres que
1. El trabajo de campo fue realizado en el marco del Proyecto de Investigacién “Juventil/
comunicacién: representaciones de la muerte en un contexto de incertidumbre y vuln
rabilidad”, desarrollado bajo mi direccién, entre 2008 y 2010. Universidad Nacional de
La Plata, Secretaria de Politicas Universitarias, Ministerio de Educacion dela Naciin
[143]144 Florencia Saintout
han atravesado la experiencia carcelaria, desaparecidos o muertos
(la presencia de la muerte asociada al sida, y el sida a la experien-
cia carcelaria), con profundas historias de desamparo tanto familiar
como estatal: sin escuela, sin politica social que las haya contenido
o que las contenga mas alld de las del Estado represivo. Algunas de
ellas, madres de hijos que van creciendo en estos afios de encierro
y que nadie tiene claro si deben o pueden estar alli o si hay que
entregarlos a unos familiares que la mayoria de las veces no estan.
Al vacio. (Nadie lo tiene muy claro porque nadie pensé que las y los
llamados “menores” tienen sexualidad, ni deseos, ni hijos. Por esta
razon tampoco gozan del derecho a las visitas intimas.)
Jésica comparte sus dias con Matias (que es también Anabel pero
tiene cuerpo y cara de Mattias... las chicas nos lo presentan como
Anabel que es Matfas). También esta Julieta: flaquita, de ojos azu-
Jes... alo largo de las semanas Julieta nos contard que ella maté por
amor al padre de su hijo, que tiene un afio y se lo cuida una amiga.
Que es su propio padre el que tendria que haberse hecho cargo de
todo para que ella se quedara cuidando el bebé, pero que no lo hizo.
Que eso no se lo perdona.
Con ellas estén ademas Dalma y Soledad, que nos dicen de en-
trada que allf se han enamorado. Dalma afirma que va a escribir un
cuento sobre amores prohibidos, y a lo largo de las semanas el cuen-
to es sobre su amor por Soledad, que no sabe cémo sera afuera, si se
lo va a bancar (aceptar). Dalma y Soledad son las que afirman tam-
bién que ellas se la “bancan a cuero”, que no necesitan droga para
robar ni para nada. Pero ese aguante no es certeza para este amor.
En las primeras semanas estaba Claudia, que fue sucedida rapi-
damente por otra chica, y por otra, y asi... Claudia es la que para ese
entonces, el afio en que fuimos a Merlo, decfa creer con firmeza que
si estudiaba algo podria salvarse. Volvia recurrentemente sobre la
idea: lo habia conversado con la maestra que le ensefiaba la prima-
ria, con la psicdloga, con nosotras.
Todas las chicas de Merlo (incluso Matias, que para el Estado
sigue siendo Anabel) son mujeres. Las investigadoras son mujeres:
nos dijeron especialmente que no podia haber varones en el equipo.
Pero el director de la institucién es varén. También el director del
Ministerio de Desarrollo Humano es varén. También lo es el minis-
tro. También el gobernador.
{ Jésica tiene ahora veinte afos y ya hace cuatro que esta encerra-
da. Se escapé del instituto para tener a Brian, su bebé, a los cinco
meses de embarazo. Se fue a la casa de una amiga, porque no tiene
familia: la mama no esta desde que era tan chica que ni si acuerda.
El papa estuvo preso casi desde que nacié, y cuando salié —ella tenia
seis— se murié por el Hv que se contagié en la carcel. El papa del papaNi siquiera “pibas chorras” 145
(su abuelo) se hizo cargo de ella un tiempo, pero después empezé a
transitar por institutos de la provincia con sus dos hermanos. Uno
var6n, mas grande, que se ahogé un 24 de diciembre que hacia mucho
calor, en el rio: estaba tan empastillado (drogado) que ni siquiera se
dio cuenta de que se estaba ahogando. Jésica lo vio, pero no pudo ha-
cer nada. La hermana menor esta “perdida”, cuenta Jésica.
Cuando eran chicos se veian, se cruzaban en los institutos con
el hermano var6n (con la mujer era mas facil, porque podian estar
en el mismo lugar). Cuenta que se iba siempre de los institutos, que
empezaba a preguntar dénde esta Solano, dénde es, cémo se llega.
Y asi llegaba.
A los doce robé por primera vez. Y conocié al chico del que quedé
| embarazada. Al principio no queria estar embarazada. Pero después
< sf, cuando ya estaba encerrada y sentia que algo se movia. Cuando
se escapo se fue a lo de una piba de esas que conocia cuando estaba
afuera, del barrio, iba de casa en casa, se drogaba y salia a robar. “A
trabajar”, dice. Cuenta que robaba en supermercados, cosas gran-
des, no un quiosco, no a los vecinos, que no hacia eso (todas dicen que
no hacfan eso). Pero un dia arreglé un trabajo con otros dos, unos
pibes. Le habian robado a un transa (dealer de droga) una “tiza de
cocaina” y un arma. De allf entraron a una casa, a robar. Y cuenta
que ella no sabe cémo pasé, que ya habian encontrado lo que habian
ido a buscar, y que no sabe si ella maté a la anciana que estaba en la
casa, 0 fue otro. Que cree que fue el otro, porque ella no tenia sangre
y él estaba todo manchado.
( dJésica dice que quiere un juicio. Que quiere que alguien le diga
cuanto tiempo. Que seria justo un juicio. Que la tranquilizarian re-
glas claras, porque si la jueza dice que no porque no, 0 porque su
humor... si es asf, no es justo. Que también seria justo que Brian
esté con ella. Que una madre debe cuidar a su hija, Que eso lo peled
y lo tuvo un tiempo, pero que se lo sacaron. Dice también que le gus-
tarfa tener una familia. Una como la que no tuvo: con mama, pap,
con los hijos que van a la escuela y comen todos juntos. Le hubiera
gustado ir de compras al Carrefour y Ilenar el changuito con cosas
para la casa.
Vuelve con una idea: si la hubieran adoptado, todo hubiera sido
distinto. Pero no... y entonces pasé lo que pasé.
Mientras, hace souvenirs para el cumpleafos de Brian (aunque
no sabe si lo vera o no para ese dia, si le daran el permiso 0 no) y
transita por la experiencia de hacer la escuela ahi adentro, que de
algo le va a servir, piensa.
También hace dieta y se cuida las cejas, se las depila. No quie-
re engordar ese cuerpo fuerte, tatuado, dibujado. Se “produce” para
cada visita nuestra.146 Florencia Saintout.
El cuerpo de Jésica es, ha sido, territorio del amor de un hijo que
no se imaginaba que iba a querer asi. Al que quiere cuidar. Tam-
bién, de su historia para enfrentar la adversidad: fuerte, que “se la
banca”, tatuado (otra vez, tantas veces, el cuerpo de los y las jéve-
nes: desde hace tanto tiempo, y sobre todo cuando hablamos de estos
chicos y chicas que casi sin escritura -tal vez haya que explicar mas
esto: sin la cultura escritural hegeménica— tienen el cuerpo para
todo: contra el frio, contra la brutalidad policial, para el trabajo sea
cual sea, para el amor).
El cuerpo de Jésica, y el de Juli, son cuerpos “para todo” pero,
en una aparente paradoja, anhelan ser cuerpos en consonancia con
un modelo hegeménico de belleza femenina: las ufias, las cejas, el
delineado de una cierta feminidad de mercado, Hacer una rutina
de gimnasia para estar bien, para estar en forma, dice. Fuerte pero
flaca. Femenina, afirma. Pienso: un cuerpo fuerte para resistir, que
toma la forma de su dominio. Que ensaya rebelarse en el dibujo
_ del tatuaje pero que afiora un orden al que no llega, al que suena
llegar.
Jésica no puede dejar de sofiar que una madre debe ser, que una
belleza femenina debe ser. Eso que entre muchas otras— la sujeta
aun orden que la condena y que, a la vez, no puede dejar de desear.
Por otro lado, Jésica tiene conciencia de una justicia que no se
cumple pero que deberia estar. De una ciudadanfa por la que hay
que pelear: por el derecho al hijo, por el derecho al juicio. (También
me impacta en su relato la ausencia de otra ley, la del “no mata-
ras”... o la presencia de una ley: “ellos o nosotros”. Estan las dos:
una ley comtin que falta y una ley de grupo que no se cuestiona.)
Poder
Vuelvo sobre el titulo de este apartado: poder en singular. Hemos
pensado tanto en las ultimas décadas sobre la microcapilaridad, so-
bre las tacticas, sobre la deconstruccién y la multiplicidad... hemos
pensado y ya lo sabemos, no somos inocentes, y entonces es nece-
sario tal vez volver a sefialar el poder. Volver a sefialar que no hay
vacfo social, que sigue habiendo estructuras.
Marcadas desde la normatividad hegeménica como lo otro de lo
otro: ni jovenes ni nifias (“menores”, pobres, hijas de presos, chicas
que han matado), ni varones (mujeres), ni mujeres (a excepcién de
Matias, que ahi si es mujer, mas alla de su resistencia a un cuerpo
que lo sujeta a una feminidad que la oprime; porque dos son madres
pero en el marco de una legislacién que no pens6 que podrfan serlo).
No ciudadanas. Pero con todo el poder hegeménico sobre sus espal-Ni siquiera “pibas chorras” 147
das: saturadas de un poder que dice lo que no son. En este sentido,
jovenes saturadas del poder de un Estado que no las protege pero
que las somete sin lugar a duda a la presencia de su fuerza.
Siel Estado es lo que vincula, también es lo que puede des-
vineular. Y si el Estado vincula en nombre de la nacién, enton-
ces también desvincula, suelta, expulsa, destierra. Y esto no
siempre ocurre por medios emancipatorios, es decir, dejando
ir 0 liberando, el Estado expulsa precisamente a través de un
ejercicio del poder que depende de barreras y prisiones, y de
este modo supone cierta forma de reclusién. No estamos fue-
ra de la politica cuando estamos en el estado de desposesién.
(Butler y Spivak, 2009: 47)
La desposesién como un poder que dice lo que no son y sobre el
cual se construyen nuevos bordes y nuevas practicas. Pero un poder
del cual es tan dificil liberarse. Un poder que dia a dfa, en esos lar-
gos dias de una vida desesperadamente répida,? no puede dejar de
reproducirse.
Afiorar la familia heterosexual. Afiorar una feminidad de merca-
do. Afiorar una clasificacion: 0 se es Anabel, 0 se es Matias. Desear
ser consumidor o consumidora. Afiorar aquello que oprime.
Esto no es nuevo, claro que no: diferentes estructuralismos han
hablado de ello. La idea misma de la dominacién y la hegemonia en
la tradicién marxista ha aportado complejos e innumerables andlisis
de la cuestién. Sabemos ya que es en la naturalizaci6n muda de la
asimetria (y en el punto en que focalizamos, aunque por supuesto
no restringimos, en la naturalizacién de la desigualdad de género)
donde se sostiene un orden hegeménico. Que es en cada una de las
verdades asumidas; en la conciencia de lo posible y lo imposible, de
lo deseable; en los modos del cuerpo donde se inscribe la dominacién,
mucho mas que en un conjunto de ideas sistematicamente ordena-
das en torno a la dependencia.
Me interesa detenerme sobre esta reproduccién de las condicio-
nes de dominacién, especialmente en este articulo, en lo que hace a
los poderes de una sociedad patriarcal. Sobre todo porque venimos
de unos afios en los que desde la microsociologia de la vida cotidiana,
al quedarnos atrapados en la idea de que la historia se habia termi-
nado, que no habia mas ni dialéctica ni luchas, que ya no se ibaa
2, Me he pasado los tiltimos aftos hablando del tiempo del presente para las culturas
contempordneas, exacerbado en los y las jévenes, y veo cémo el tiempo en Merlo no
existe “por fuera” del espacio social, que es el mismo, pero con la absoluta referencia
al manana de toda la institucién, con la espera forzada de las chicas, es decir, con un
matiana por decreto que opera como horizonte de cada una de las précticas.148 Florencia Saintout
ningtin lugar, hemos hablado de las tacticas o resistencias al orden
social slo con el gesto que niega y tnicamente con eso. Como estilo.
Como si con ese gesto alcanzara para transformar las condiciones de
Ja vida. O peor atin: para domesticar la posibilidad de imaginar lo
nuevo que tienen las sociedades humanas incluso en los momentos
de mayor obturacién.
Es muy conocida la critica (Grignon y Passeren, 1991; Garcia
Canclini, 1990; Martin-Barbero, 1987) que se hace a Pierre Bour-
dieu (1971) por reproductivista (critica que, si bien se habia rea-
lizado antes, adquiere tonalidad de moda académica en los 90 en
nuestra regi6n), sefialandole la “monstruosidad” de ver en el gusto
de los sectores populares sélo la degradacién del gusto de los domi-
nantes. Estas criticas, hechas desde una nueva lectura gramsciana,
desde los lamados estudios culturales y poscoloniales, mas alla de
la moda, fueron inmensamente productivas de un tipo de investi-
gaci6n que permitié ver cémo los sectores populares reinventaban
su vida cotidiana resistiendo la opresién. Sin embargo, como decia
en parrafos anteriores, tuvo como gran dificultad una tendencia al
olvido de la problematizaci6n del poder como dominacién.
Luego del trabajo de investigacién con estas jévenes lo primero a
sefialar es que, mas alld de la construccién de lo que algunos podrian
lamar subcultura o contracultura (donde no nos detendremos aca
porque ha sido trabajado ampliamente en el campo de los estudios
sobre juventud, y especialmente en jévenes en conflicto con la ley),
més alla de la creacién por parte de estas chicas de unos modos de
ver el mundo, de unas leyes y verdades que funcionan entre/para
ellas y en contraposicién a las verdades hegemdnicas, éstas no sélo
existen en condiciones de clara subalternidad sino que ademas, por
esta raz6n, conviven con los anhelos propios de una vida sostenida
en los valores hegeménicos que las niegan. Las construcciones de
unos sentidos 0 leyes propios no les impiden anhelar aquello que el
resto de la sociedad considera valioso.
Por un lado, estas chicas han construido una serie de valores,
de sentidos, que funcionan como recursos para enfrentar la adyer-
sidad, incluso transformando el estigma en embterinde identidad.
A modo de ejemplo, podriamos decir que la maternidad?a tempra-
fis edad y en condiciones de precariedad y vulviérabilidad, que
generalmente es construida de manera estigmatizadora por los rela-
tos hegeménicos, es resignificada por ellas como una identidad que
les confiere fuerza, poder sobre el resto. Una fuerza y un poder que
son 1 plus de la feminidad: como en el cristianismo del siglo rx,
dre significa una ganancia con respecto al ser mujer. Estos
funcionan especialmente dentro del grupo, reasegurando un
He superioridad de las que son madres con respecto a las queNi siquiera “pibas chorras” 149
no lo son. Es asi como la maternidad se transforma en un recurso de
prestigio que se utiliza en la cotidianidad.
c Sin embargo, mas alla de estas tacticas o resignificaciones que
parecieran hacer un uso en clave de resistencia de un orden patriar-
{ cal, lo que aparece con insoslayable presencia es mas bien el suefio
| de pertenecer a ese orden desde los lugares que mas clasicamente se
\_han denunciado como opresivos por los feminismos varios. Uno de
“ellos, como enunciabamos, es el de la familia heterosexual con roles
ligados a la produccién/accién de los varones y a la reproduccién/pa-
sividad de las mujeres. Para ellas los hombres deben proteger, deben
marcar rumbos, deben ser fuertes. Deben “hacerse cargo”. Modelos
societales anclados en las familias heterosexuales y que solidifican
relaciones de género claramente desiguales, que mas alla de todas
Jas transformaciones siguen operando a la manera de anhelos y ho-
rizontes, como lugares desde los cuales valorar sus propios lugares
y posicionarse en ellos.
q
Lo subalterno de lo subalterno: tad pibas 7
Ee
Una tarde les pregunté a las chicas por qué siempre que salen a
robar salen en compaiifa de varones... por qué nunca salen grupos
de chicas solas... y entonces me dijeron que no existen las pibas
| chorras, que es un inventa.de los medios. Que las chicas no salen a
{ Tobar. Sin embargo, todas allf habian rot robado, lo cual no quiere decir
i de ninguna manera que cuando afirman la no existencia de pibas
| chorras estén mintiendo.
En los estudios sobre juventud en la region, en consonancia con
los estudios clasicos sobre el tema, se ha trabajado la construccién
de una subcultura juvenil del delito (Miguez, 2004, 2008; Kessler,
2004) con sistemas de clasificaciones, visiones y divisiones del mun-
do, protagonizada fundamentalmente por varones. Una cultura que
es paralela, e incluso muchas veces alternativa, al orden social do-
minante. Desde ella, se dice, los jovenes construyen reglas de legiti-
midad en las que reproducen elementos de las culturas dominantes,
pero en las que también encuentran espacios de negociacién y re-
creacién de la misma para sus propios beneficios y que no siempre
son funcionales a los poderes hegeménicos. Se ha visto cé6mo desde
estas llamadas subculturas los jévenes construyen unas identidades
que les permiten sobrevivir a la adversidad e incluso no sélo impug-
nar la cultura oficial sino también crear nuevos sentidos.
Es decir, cémo ciertos jévenes subalternos, sometidos a condicio-
nes de desempleo estructural y precariedad, que recorren un circuito
mas o menos fijo entre el barrio, la calle, la villa y los centros de150 Florencia Saintout
reclusién, van recreando e inventando otras legalidades que, si bien
no pueden ser entendidas sélo como una opcién de resistencia al
orden que los oprime (porque en ocasiones termina siendo aun mas
opresiva 0 mas “dura”), también pueden ser entendidas como tales.
(Cuando las chicas dicen que no hay pibas chorras, que las mu-
| jeres no son chorras, creo que estan diciendo, entre muchas otras
| cosas, que “ni siquiera pueden ser chorras”. Que esa historia de si-
glos de discursos que subordinan a las mujeres (Anderson y Zinsser,
2007) esta presente, tan arraigada como ideologia que no se ve por-
que es el lugar desde el cual se ve. No es que ellas valoran positiva-
mente que no haya pibas chorras: no puede haber porque mujeres
son inferiores, no llegan, no aleanzan a ser pibas chorras. Es decir,
que la calle, el espacio ptblico, donde se han sedimentado duran-
te siglos las reglas de la masculinidad y del cual lo no masculino
( fue expulsado, o subalternizado, sigue cerrandoles la entrada. Por
| lo tanto, ni TENS TROIS 1G SUSE SE
; que hablabamos antes, ya que | de hacerlo tienen que 10
| apéndice, como mala copia de los varones, como-no-mujeres. a
| que ser varones.
Durante el mismo afio que hicimos el trabajo en Merlo, también
mis alumnos y alumnas del seminario de estudios culturales que
dicto en la Universidad Nacional de Quilmes realizaron un trabajo
de campo en bailantas y en fiestas de jévenes de sectores populares
en la zona. Una cuesti6n que les llamé la atencién es cémo las chi-
cas que van a esos lugares a bailar se visten, se “producen”, como
varones y especificamente como pibes chorros: visera, el pantalén
deportivo, las medias sobre el pantalén. Modelan el cuerpo y sus
practicas para ser varones. “Las chicas tratan de parecer varones”,
decia uno de los alumnos. Podrfa decir: actttan de varones, ponen en.
acto (acto no como mentira, no como copia o falsedad, como imitacién.
o simulaci6n con respecto a un original, sino como puesta en accién).
No quiero decir que son “en esencia mujeres” que se disfrazan de
varones. Simplemente describo cémo para ser parte de esa fiesta
con otros tienen que “jugar” en torno a una referencialidad protago-
nizada por los varones. En torno a una normatividad hegeménica a
la que aspiran pertenecer como varones, es decir, en condiciones de
igualdad con ellos.
Daniel Miguez, en su trabajo Delito y cultura. Los cédigos de la
ilegalidad en la juventud marginal urbana (2008), describe cémo
en las subculturas delictivas actuales se crea una serie de clasifica-
ciones que jerarquizan practicas y sujetos dentro de ella, otorgando
prestigio a unos y desprestigio o subordinacién a otros en un sistema
escalonado de poder que los posiciona en diferentes lugares para la
accién social. En uno de los capitulos, el autor se detiene a analizarjer
Ni siquiera “pibas chorras” 151
el género musical de la llamada cumbia villera para ver alli homolo-
gias con la vida de estos sectores. Revisando las letras de la cumbia
villera producida por mujeres (que es minoritaria con respecto a la
de los varones, ya que es un género musical protagonizado por és-
tos), Miguez escribe:
Lo que reclama es la pertenencia identitaria a la delin-
cuencia juvenil [...] Si ya sabemos que existen gatos, mulos,
chorros, etc., lo que se pone en juego en estas letras es la
ie posibilidad de que existan pibas chorras. Una alternativa
que si bien de acuerdo a las entrevistas que realizamos no
esta totalmente definida, parece estar marcando una ultima
variacién en la estructura estamental de la subcultura delic-
tiva. (219)
Entonces, si la subcultura delictiva es una cultura que puede
permitir la resistencia a la autoridad, pero bdsicamente es una
cultura de la subordinacién, ésta es todavia patrimonio de los va-
rones. Las j6venes mujeres cuyas vidas transitan entre la villa y
los centros de reclusién, atravesadas por los conflictos con la ley,
ven en la incorporacién a esta cultura una posibilidad de jerarqui-
zacién de sus lugares dentro del espacio social. Hay un anhelo de
pertenecer, aunque este lugar sea el de la “subordinacién luego de
la subordinacién”.
Si para los llamados -simplificadoramente— feminismos de la
igualdad ésta era una condici6n ligada a la ciudadanfa, a una pers-
pectiva de derechos ante una terceridad comin, para estas chicas lo
més parecido a una cierta igualacién tiene que ver con las posibilida-
des de incluirse en una cultura que, lejos de ser niveladora, es abso-
lutamente jerarquizada y donde ocuparén, en el mejor de los casos,
el ultimo escalén de una cadena de sucesivas subordinaciones.
¢ — Por otro lado, la maternidad también significa para ellas, dentro
\ de la red de relaciones sociales e institucionales en la que estan in-
\ sertas, una posibilidad distinta de prestigio y obtencién de recursos
extras ante las demas chicas, representaciones de las que cabe decir
| que no siempre son absolutamente homologables a lo que efectiva-
| mente sucede en la dinamica social extramuros.
~~ Para finalizar, quiero sefialar que en los tiltimos afios —con closet
y sin closet (Kosofsky Sedgwick, 1998) se ha hablado (y no solamen-
te hablado) de las posibilidades de liberacién del género, e incluso se
ha ido mas alla del género. Planteos como los de Judith Butler, pero
no solamente los de ella, han problematizado las multiples dimen-
siones de las luchas por la impugnacién del control y la clasificacién
patriarcal del deseo en pos de la posibilidad de creacién de nuevas
relaciones sociales.152 Florencia Saintout q
Pero hay momentos en que ante la riquisima y enorme produc-
cién de pensamiento y de movimiento, tanto desde la academia como
desde los diferentes colectivos militantes que van mas alla del géne-
ro (y que incluyen en la problematica no solamente otras identida-
des que no se reducen a la feminidad/masculinidad sino que incluso
reproblematizan criticamente la idea misma de identidad), parecie-
ra que hablar de ciudadanfa y mujer es un tema viejo del cual sdélo
deberfan ocuparse las “atrasadas politicas ptiblicas” ante casos de
violencia fisica de varones contra mujeres. Como si ya no fuera ne-
cesario seguir situando en la agenda la problematica de la opresién
patriarcal sobre las mujeres.
Volver con lo aprendido sobre esta agenda parece seguir. siendo
fundamental. No tnicamente por los datos coneretos de coercién fi-
sica sobre ellas, sino también por la densidad de la violencia a las
que son sometidas cotidianamente y que la mayoria de las veces se
nos hace imperceptible ya que se vive como cultura, como sentido
comun, como verdad muda reproducida al infinito.
Y si bien es cierto que las practicas no son meras ejecuciones de
un orden, que actualizan, y transforman, las estructuras objetivas
que les han dado lugar —cuestién que desde el campo de los estudios
de juventud hemos trabajado particularmente-,’ es necesario poner
en relaci6n para el andlisis la invencién junto con el trabajo silen-
cioso del poder para su reproduccién, justamente para encontrar alli
articulaciones pero también las contradicciones desde donde se pro-
duce lo que esta en continuo movimiento.
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oy
7(3)En relacién con el trabajo de campo desplegado cn Merlo, la afirmacién de que las
practicas no son meras ejecuciones de un orden podria retomarse aqui para indagar,
por ejemplo, la clara conciencia de estas chicas con respecto a la necesidad de una
NY justicia comtin, O el lugar de la maternidad con respecto a su derecho de ejercicio, aun
en condiciones de reclusién: estar con las y los hijos, algo por lo que hay que pelear.
‘También pareciera haber précticas novedosas en Matias, en su conciencia de derecho
(remareo esta idea de la conciencia del derecho) de llamarse Matias, a pesar de una
institucién que lo llama Anabel.Ni siquiera “pibas chorras” 153
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