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Prólogo.

La verdad puede ser la cosa que menos te esperas, el amor te lo puedes encontrar donde
menos te imaginas, la muerte también…
La verdad duele a veces, el amor y la muerte también…
El amor es en sí una pequeña declaración de muerte, ya que puedes llegar a morir por la
otra persona.
También es un sentimiento que te hace revivir, porque la vida siempre tiene que tener
amor.
Solamente una cosa más: la verdad, el amor y la muerte están siempre presentes en los
sueños. Cuidado: los sueños pueden hacerse realidad…
Capítulo 1

La revelación

Verónica se despertó sobresaltada. Miró al reloj de su mesilla; eran solamente las cuatro
de la mañana. Se volvió a tumbar, pero no se podía dormir; no era la primera vez que
tenia ese sueño, aunque no lograba saber lo que quería decir: el chico que aparecía
luchando junto a ella, al que no conocía, pero ansiaba conocer, le inspiraba una
confianza que nadie conocido le había llegado a inspirar… ella sabía que algún día le
llegaría a conocer, o al menos, eso esperaba en lo mas profundo de su corazón. Y esos
animales tan raros, tan extraños que no se podían llamar realmente animales, sino…
¿monstruos?

De repente, un golpe seco, como de algo que cae al suelo, la hizo volver a la realidad.
-¿qué habrá pasado?- Se preguntó, al tiempo que se levantaba con un presentimiento
amargo, de los que se tienen cuando piensas que no te puede ocurrir nada mas…se fue
directa a la habitación de sus padres, temiéndose lo peor… y allí estaban, los dos,
muertos encima de la cama, aunque la habitación estaba intacta. Verónica se quedó
paralizada; no sabía que hacer, si llamar a la policía o no, los ladrones podían estar ahí
todavía. Finalmente decidió salir corriendo: si los asesinos de sus padres seguían en la
casa, a ella no la iban a encontrar. Descalza y en pijama, corrió hasta la comisaría, que
le pillaba a dos calles de su casa. Cuando llegó, tenía los pies ensangrentados de
cristales que se había clavado, pero ella no se había dado cuenta. Solo pensaba en sus
padres, allí, asesinados mientras dormían…

-¿Qué haces aquí, chiquilla? ¿Qué te ha ocurrido para que vengas así? - le preguntó uno
de los policías cuando abrió la puerta de la comisaría, haciendo un ruido estrepitoso. Y
Verónica no pudo más; cayó al suelo de rodillas, llorando. Solo sabía decir: mis padres,
mis padres…

Cuando recuperó la consciencia, estaba el policía que le había preguntado, junto a dos o
tres más. Le habían vendado los pies, aunque se podían apreciar manchas de sangre en
el suelo. El policía que le había preguntado antes volvió a formular las mismas
preguntas, y, ahora sí, la chica acertó a responder:
- me llamo Verónica di Angello, tengo diecisiete años y he venido porque…porque…
¡porque a mis padres los han asesinado!- dijo, entre sollozos, Verónica.
-¿dónde vives?- preguntó el policía, alarmado
- solamente a dos calles de aquí, en el bloque “el cisne”- respondió la chica.
-¡pues vamos para allá!- dijeron todos a la vez.
Montaron a Verónica en el coche patrulla y llegaron a la casa. Abrieron la puerta con
una maniobra que a la chica le pareció de película, y fueron a la habitación de los
padres. Allí los encontraron, tal y como los había dejado Verónica, y montaron un
dispositivo de los que crees que no vas a ver en tu vida, sólo en las series de televisión.
Fue un noche muy larga para todos, especialmente para la chica… no se imaginaba
cuanto le iba a cambiar la vida a partir de ese momento…
A la semana siguiente, los policías acompañaron a Verónica al aeropuerto. Iban a
recoger a su tía Sara, el único familiar al que había conocido la chica, y el único con el
que tenían contacto sus padres. Vivía en Roma, una ciudad que la chica conocía muy
bien, ya que había ido varias veces junto a sus padres por motivos de trabajo… viajes
que no se iban a repetir, con muchas cosas más, porque ellos habían muerto, no
volverían a estar junto a ella…

-¡Vero, cariño, que grande estás!- dijo su tía alegrándose de verla. La chica no pudo
entender como su tía podía estar así, tan entera, sin derramar ni una sola lágrima, y se
dijo a si misma que se lo preguntaría en cuanto los malditos policías las dejasen a solas.
Ya estaba harta de ser la niña mimada de la comisaría, ella, que había sido siempre tan
independiente… estaba durmiendo en casa de una policía que era su primer año en el
cuerpo, por lo que era muy joven, no llegaba a tener más de treinta años. Y todos los
días, en cuanto salía del instituto, había un coche patrulla en la puerta esperándola. La
gente la había empezado a llamar “la fugitiva”. Pero eso a ella ya no la importaba. Se
iba junto a su tía, a vivir a Roma, a comenzar una nueva vida allí… -lo único malo que
tiene Sara es esa obsesión tan grande por la magia- pensó Vero mientras abrazaba a su
tía.
-¿Cuándo cogemos el avión, Sara?- preguntó la chica a su tía.
- Cuando hagamos los papeles que te permitan irte conmigo- le respondió su tía, muy
alegre.
Quedaba un mes para que terminase el curso escolar, por lo que Vero y su tía decidieron
quedarse para terminar el curso aquí en España. Cogieron una habitación en un hotel, el
más caro de la ciudad- mi tía me tendrá que decir dónde trabaja para costearse todo
esto- pensó Vero cuando llegaron a la puerta, y dormían allí.

Un día, cuando llevaban quince días más o menos juntas, Sara le dijo a Vero que tenía
que decirle algo.
-¿qué quieres, tía?- Vero había comenzado a llamar “tía” a Sara. Eso significaba que
estaba empezando a surgir una complicidad muy grande entre las dos.
- Hoy, cuando salgas del instituto, no voy a estar yo esperándote con el coche, ya que
tengo cosas que hacer. Sal a la puerta, y busca una moto negra. Allí estará la persona
que te va a traer al hotel. Confía en esa persona, sabes que yo no confiaría la vida de mi
sobrina a alguien en el que yo no confiase. Te traerá al hotel, y subirá a la habitación
contigo. Esperadme aquí, tengo que hablar con los dos. Espero que te lleves una
agradable sorpresa al descubrir quien es. Y una última cosa: no le mires fijamente a los
ojos…- Sara se quedó pensativa un momento- Y ahora, vayámonos; vas a llegar tarde a
clase.

Quedaba menos de un minuto para que tocase el timbre cuando llegaron a la puerta del
instituto. Vero subió rápidamente las escaleras; hoy tenía un examen a primera hora, y
encima estaba en los finales. La chica hizo su examen más rápidamente que el resto de
sus compañeros, y no muy bien, aunque no la importó; tenía el presentimiento que ese
examen era el último que iba a hacer, y sus presentimientos no solían fallar. Lo había
demostrado el día de la muerte de sus padres, aquel fatídico día…
Nada más terminar su examen, Vero se salió de clase. Fue al baño, medio mareada por
todos los pensamientos que tenía en la cabeza: ¿Qué tendría que hacer su tía para no
poder ir a recogerla? ¿Quién sería la persona que iba a ir? ¿Por qué le había dicho su tía
que se iba a llevar una agradable sorpresa? Y, ¿Por qué le había dicho que no le mirase
a los ojos? ¿Qué peligro tiene mirar a una persona a los ojos?

Pasaron las horas lentamente para Vero y, por fin, cuando quedaban diez minutos para
que tocase el timbre que anunciaba la salida, se quedó mirando a la ventana. Allí
estaba, la dichosa moto negra, con un chico también vestido de negro que se bajó de la
moto. Se quitó el casco y empezaron a hacer los alumnos que no habían ido a clase un
corrillo alrededor de la moto. No todos los días había una moto así en la puerta del
instituto, y no todos los días había un chico tan guapo. Realmente, parecía de otro
mundo. Vero pensó que ese chico no podía ser otro. Era “su” chico, el que había
mandado su tía para que la recogiesen. Y ninguna chica iba a montar en esa moto, solo
ella. Se sintió importante, ya que iba a tener una despedida triunfal de aquel instituto
dónde ella no había sido realmente feliz. Ella lo que había querido siempre era irse con
su tía a Roma, lo había discutido muchas veces con sus padres, y ahora era porque ellos
no estaban y no volverían a estar nunca más. Sus padres…

El timbre le despertó de sus ensoñaciones. Salió corriendo, ansiosa por conocer al chico
que venía a recogerla. Tenía otro presentimiento, ¿otro? No podía ser lo que ella
pensaba, no, los sueños, sueños son, se iba diciendo Vero mientras bajaba las
escaleras… hasta que llegó, y le vio. No podía ser, era de verdad él. Mientras Vero
luchaba por llegar hasta él, debido a que la gente le impedía pasar, iba pensando si él la
reconocería a ella, y sus preguntas fueron respondidas cuando una voz le dijo:
-¿Tú eres Vero, no? Venga, pues monta, que tu tía ya me ha llamado y nos está
esperando.- dijo el chico a la vez que le lanzaba un casco, de color blanco, su favorito.
Las demás chicas miraron a Vero con envidia mientras se montaba en la moto, y se
iban ella y el chico con un acelerón.

De repente, Vero notó la voz del chico en su cabeza. Se asustó al principio, y el lo


debió de notar, porque dijo:
-No te asustes, Vero, tenemos conexión telepática.
-¿Y cómo puede ser eso?
-¿No te acuerdas de verme en tus sueños? Tu alma viajaba en viaje astral hasta dónde
yo estaba, o mi alma, y eso es porque tenemos una conexión muy fuerte. ¿Nunca habías
sentido eso con nadie?
-No… y, a todo esto, ¿cómo te llamas?
-Herid-dijo él-aunque por aquí me conocen como Erik.
-¿Y yo cómo te debo de llamar?- dijo Vero, cada vez más convencida de que ese chico
estaba loco.

Llegaron al hotel. Erik aparcó la moto a una manzana de distancia, y se quitó el casco.
-Llévate el casco, es tuyo- dijo el chico a Vero, mientras le sonreía con una sonrisa
pícara.
-Gra…cias- dijo la chica. Acababa de comprender por qué su tía le había dicho que no
le mirase a los ojos. Eran los ojos más increíbles que había visto en su vida. Eran unos
ojos de color azul eléctrico, pero eso no era lo más extraño; esos ojos hacían que te
quedases como hipnotizado.
Vero sacudió la cabeza, para desembarazarse. Cuando se quiso dar cuenta, Erik iba a
unos veinte pasos de ella.
-¡Espérame!- dijo ella.
- ¡Pues date prisa!- dijo Erik, divertido.
Llegaron a la puerta. Entraron los dos juntos, haciéndose bromas. Parecía que se
conociesen de toda la vida, eso de conocerse de los sueños había sido una gran ayuda
para que se llevasen bien. En el ascensor, Vero le preguntó que cuántos años tenía.
-Dieciocho- dijo él- ¿Y tú?
-Diecisiete- dijo Vero.
-¡Pequeñaja!- bromeó él, haciendo que Vero se enfadara. Con el tiempo Erik aprendería
a no gastar bromas a Vero cuando iba en ascensores.

Llegaron a la habitación. Allí estaba Sara esperándoles. Cunado entraron, Vero percibió
un extraño brillo en la mirada de su tía, pero con tantas cosas extrañas que le habían
pasado hoy, no le importó.
-Sentaos- dijo Sara-Y escuchad atentamente, sobre todo tú, Vero. Quiero que sepas una
cosa, que tus padres no te contaron, ya que tu padre no quiso. Sabes que soy hermana
de tu madre, ¿no?- dijo, con una voz cada vez más seria.
-Si- dijo Vero con una expresión extraña. No lograba entender a qué quería llegar su tía
con todo eso.
-Bien, pues ni tu madre ni yo somos de este mundo. Pertenecemos a otro planeta,
llamado Aishal. Tu padre era de aquí, y no quería que tú te enterases de todo esto. Pero
tu madre necesitaba ir de vez en cuando a nuestro planeta. ¿Te acuerdas de los viajes
por motivos de trabajo que hacían tus padres a mi casa, bueno, nuestra casa? Allí está la
puerta interdimensional que permite que vayamos de un lugar a otro. Tu padre no
quería que tu supieses nada, aunque sabía que tú ibas a terminar luchando allí con tu
magia, porque la profecía…
-¡Espera un momento!- Dijo Vero tratando de asimilar las nuevas noticias.- ¿Aishal,
puerta interdimensional, magia, profecía…? –
-Si, Vero, sí. Eres una maga, al igual que tu madre, y yo. ¿Ves ese vaso de agua?
Intenta que el agua se congele como hago yo-dijo Sara, a la vez que cerraba los ojos y
abría su mano, con lo que, en el otro lado de la habitación, el agua se congelaba.
Después la descongeló. -Ahora tú- dijo.
-¿Y cómo lo hago?- preguntó Vero, desconcertada.
- Cierra los ojos y concentra toda tu energía en el vaso. Visualízalo como quieras
tenerlo, en este caso, con el agua congelada. Abre tu mano y lo tendrás. Yo cierro los
ojos, pero te recomiendo que tú no lo hagas, ya que para una maga guerrera como tú no
es recomendable cerrar los ojos ni un segundo- dijo Sara, como si no fuese nada.
Vero hizo lo que le había dicho su tía y, como si lo hubiese hecho toda la vida, el agua
se congeló.
-¡Muy bien, Vero!- dijo Erik, pletórico. Se le veía disfrutar con los progresos de
Verónica.-Oye, por cierto, no le hemos dicho cual es su nombre aishaliano, ¿no es
cierto, Nalia?- se dirigió a Sara.
-¡Es verdad, casi se me olvidaba!- dijo Sara- mi nombre aishaliano es Nalia, y el tuyo
es Kainam. Significa “la elegida” ya que la profecía habla de ti.-dijo Sara, muy feliz, a
la vez que abría su mano, de la que salía una especie de burbuja. Esa burbuja empezó a
girar, y de ella salió una voz:
-…La Elegida luchará junto al sayak de la reina Kanae, y juntos derrotarán a la
Destructora, y así Aishal disfrutará de paz, una paz que no ha tenido desde los tiempos
de la reina Meliam, cuando la Destructora llegó a nuestro planeta…- decía la burbuja.
-¿La Elegida soy yo? Y entonces… ¿Quién es el sayak? ¿Qué es un sayak?- Preguntó
Vero al aire.
-Permíteme que te lo conteste yo- dijo Erik, a la vez que su cuerpo cambiaba
rápidamente. Se transformó en un animal perfecto, una especie de unicornio alado, pero
con una diferencia: este animal exhalaba fuego por la boca, al igual que los dragones,
los supuestamente “fantásticos” dragones. Era negro, no podía ser de otra manera, y los
ojos… los tenía igual que Erik, tan azules, y tan extraños…
Vero se quedó mirándole a los ojos. Otra vez se había quedado sin respiración, al igual
que antes. Parecía que esos ojos hacían que se le olvidase respirar… Volvió en si,
cuando su tía dijo:
-Bueno, ya que lo he preparado todo, nos podemos ir. ¡Vayámonos!- Dijo Sara, a la vez
que con un movimiento, dejaba la habitación como si no hubiesen estado allí.-Agarraos
a mi, tenemos que irnos cuanto antes, el conjuro de ocultamiento se ha terminado-
avisó, con lo que Vero y Erik se agarraron cuanto antes a los hombros de Sara, que
pronunció:
-¡Hariamsaliak!- y empezaron a girar rápidamente. Aparecieron en el piso que tenía
Sara en Roma, delante de la puerta que Vero no había logrado atravesar nunca.
-Ábrela-le dijo Sara a Vero.
-¿y cómo?
-Haz lo mismo que con el vaso.
Y Vero lo hizo. Y, por primera vez, consiguió abrir la puerta. Lo que surgió al otro lado
fue espectacular, hizo que Vero se quedase con la boca abierta, mientras que Erik y
Sara la miraban, divertidos. Era un mundo espectacular, con unos árboles que Vero no
había visto en su vida, que realizaban formas extrañas, y unos seres diminutos, que a la
chica no le hizo falta que le dijesen que eran: adivinó que eran hadas. Esas hadas
estaban realizando extraños conjuros que hacían que los árboles creciesen así, y Vero
logró traspasar la puerta, seguida de su tía y Erik. Respiró hondo, y todo su cuerpo se
llenó de la energía que circulaba en el ambiente. Entonces la chica comprendió porque
su madre tenía que volver a su planeta de vez en cuando. Era, simplemente, perfecto.

Al otro lado de este mundo, se oyó un grito que helaba la sangre.


-¿Mi señora, que ocurre?- dijo, jadeante, un soldado.
-¡ha llegado! La señal me ha avisado- dijo, con una expresión de terror, La Destructora.
Sabía que ese color en su colgante no podía significar otra cosa que La Elegida estaba
en Aishal. Y eso significaba que había venido a luchar contra ella, una lucha que, según
la profecía, significaría su muerte. La muerte que, con el exilio de la chica cuando no
era nada más que un bebé, había creído salvada. Según la profecía, la dichosa profecía,
ella moriría en un año a partir de ahora, y tenía que dejarlo todo bien atado, designar a
su sucesora, entrenar a los hechiceros que estaban de su lado…
Sacudió la cabeza. ¿Cómo ella, que tenía a todo Aishal a sus pies, podía sentir ese
terror por una simple chiquilla a la que ella podía aplastar con un simple movimiento
de su mano, si es que alguna vez tenía la ocasión de tenerla cara a cara? Pero la
profecía pesaba mucho, y Yalimai, que así era como se llamaba, tenía esa conexión con
la chica que le hacía sentir en lo más profundo de su corazón que tarde o temprano se
terminarían viendo, lo que significaría su muerte, aunque quedaba la posibilidad de dar
la vuelta a la profecía y ser ella la vencedora. Pero en Aishal, las profecías del Oráculo
siempre se habían cumplido, y nunca se habían dado la vuelta. Pero, ¿Quién no decía
que la que la incumbía a ella no podía ser la primera?

Vero, Erik y Sara entraron a su casa aishaliana. Era una casa dentro de un árbol, pero
por dentro era igual al piso de Roma, con lo que Sara no le tuvo que explicar a su
sobrina como iban las habitaciones de la casa, era como si Vero conociese Aishal de
toda la vida,

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