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Universidad del valle

Diciembre 5 2017

Jackeline Zúñiga Castaño cod: 138272

Literatura Colombiana V

La representación de la realidad sin evidencia mediática en la novela Los ejércitos de

José Evelio Rosero

El objetivo de esta propuesta, es hacer una búsqueda en la novela Los ejércitos de Evelio

Rosero de la representación de una realidad no evidenciada mediáticamente del conflicto

armado. Mi hipótesis es que, la novela se suscribe a la Metanarración de la violencia en

Colombia, privilegiando la voz de aquellos que no son protagonistas de la guerra. Se busca

mostrar algunos signos de la historicidad sincrónica que puedan aportar a la transformación

de la perspectiva social del sujeto.

El tema del conflicto armado ya es parte del imaginario colombiano, la información que

no se obtiene de manera vivencial, se puede recibir de dos fuentes: Los medios de

comunicación, quienes filtran sus noticias a partir de ítems como magnitud, notoriedad,

influencia, impacto entre otras. Y, en retrospección desde la literatura, que ha asumido su

papel histórico, narrando desde actores del conflicto normalmente no tenidos en cuenta por

los medios. Y que a su vez, permite ver la literatura en relación con su contacto con la

historia y su analogía con los cambios sociales. (Jauss, 1987)

La periodista se preguntaba seguramente si era yo, un solo viejo sentado a la vera de mi

casa, un buen motivo para una foto. Decidió que no y continuó su camino. La reconocí:

ya la había visto en la tele, donde Chepe. Aquí, en este pueblo, quemada por el sol, no

parece encontrarse a gusto. (Rosero, 2007, p.126).


La novela permite ver lo que a los ojos mediáticos no tiene mayor importancia, pero que

ante la mirada histórica del momento, aporta como parte del gran rompecabezas de la

época por lo que ha sido objeto de diversos análisis por su riqueza histórica y por tocar

temas como el erotismo, la risa y la representación de la guerra.

Desde la recepción se encuentran varias tesis, entre ellas una que expone la narrativa de la

novela como estrategia de catarsis, porque le permite al lector relacionarse de manera

emocional con el tema central: La guerra. Cuestas, M (2014). Otra en la que se muestran

diferentes apartes donde Colombia se configura en situación de conflicto armado interno

según la comunidad internacional. Calvache. M. (2016). Finalmente el tema de la historia

en la literatura que es planteado desde la premisa: “La historia y la literatura están

interrelacionados y ambos contribuyen en la comprensión de una sociedad y un momento

histórico particular”. Bernal y Alfonso. (2010).

El tema de la guerra y la violencia, han sido temas importantes que han abordado tanto la

perspectiva de las fuerzas poderosas que mueven los hilos del conflicto, como la visión de

aquellos sin voz y sin poder. Los ejércitos, de Evelio Rosero se adscribe al tema de la

guerra desde el reconocimiento del vulnerado, la lectura no solo de contextos y épocas si

no del carácter humano y su fragilidad social, como una representación de una parte de la

realidad, que no es tan visible desde las panorámicas de los medios de comunicación.

La «ubicación estratégica» de nuestro pueblo, como nos definen los entendidos en el

periódico, han hecho de este territorio lo que también los protagonistas del conflicto

llaman «el corredor», dominio por el que batallan con uñas y dientes, y que hace que

aquí aflore la guerra hasta por los propios poros de todos. (Rosero, 2007, p. 124).

Esta investigación afirma su fundamento teórico sobre la representación de la realidad con

Ricoeur. La relación entre historia y literatura en la construcción de pasado histórico, con


el aporte de Roger Chartier. La función social de la literatura como instrumento de

formación y transformación del individuo, desde la contribución de Robert Jauss. Para

hacer una lectura de revisión en la novela buscando representaciones, personajes y escenas

claves que, permitan analizar cómo estos representan esa realidad no visible desde el

sistema mediático.

Los Ejércitos

Desde que inicia la novela el título lleva a una pregunta ¿Quiénes son los ejércitos? Esta

interrogante circunda todo la novela y es una representación de la incógnita que ronda al

país entero. ¿Quiénes son los que matan a los campesinos? los medios informativos acusan

a las Farc, la guerrilla y en algunas ocasiones a las tropas del gobierno, pero la

incertidumbre prevalece sobre la culpabilidad de uno u otro grupo armado. Esta tensión

vacilante, repica en cada escena de asolamiento y manifiesta una rebelión subyacente

presente del autor ante la situación del país.

La palabra ejército amplía su representación no solo a las tropas militares de la nación, sino

que recoge todos los grupos armados legales o ilegales que pelean una batalla de poder en

el país. En repetidas ocasiones, los personajes expresan el no saber quiénes los están

matando, y muestran un miedo generalizado que expresa una voz de denuncia ante el

lector. “sus padres habían muerto cuando ocurrió el último ataque a nuestro pueblo de no se

sabe todavía qué ejército” (Rosero, 2007, p.12). En otra escena se evidencia el terror como

la constante de las personas que permanecen en el pueblo y no saben quiénes son los que

los atacan, y en ultimas tampoco importa porque la muerte es la semblanza de todos.

“después, cuando ya esté muriendo, vengan a verme y preguntar quién soy —si todavía

vivo—. Pero también pueden ser los soldados, entrenando en la noche, me digo, para

tranquilizarme. «Igual», me grito, «me disparan igual»” (Rosero, 2007, p. 44).


El autor, en una entrevista concedida al programa “Leer por gusto” el 5 de enero de 2016,

expresa lo importante que es para él como autor la contemplación de la vida y su realidad

inmediata, y reconoce que, para escribir una novela no basta con la imaginación, que es

necesario la investigación profunda y concienzuda para lograr la causa que le permitirá

desarrollar su argumento. Esa importancia de la realidad es de la que habla Ricoeur cuando

se refiere a la mimesis 1, el reconocimiento de las acciones y agentes dentro del contexto

inmediato, para tener esa materia prima de la que se tejen todas las historias literarias.

(Ricoeur, 1995). En este caso la guerra y el contexto de la violencia rural que circunda la

vida del autor.

El tratamiento de esta representación requiere una preconcepción del mundo que le rodea,

el entendimiento de cada acción existente que lleva consigo un fin, que debe entender

para poder construir la trama. Pero es también el manejo que le da el autor que predispone

al lector para una recepción específica a través de evocaciones de textos reconocidos, de

lugares y elementos que configuran una determinada lectura. (Jauss, 1987)

Nadie las habita, hoy, o son muy pocas las habitadas; no hace más de dos años había

cerca de noventa familias, y con la presencia de la guerra —el narcotráfico y ejército,

guerrilla y paramilitares— sólo permanecen unas dieciséis. Muchos murieron, los más

debieron marcharse por fuerza: de aquí en adelante quién sabe cuántas familias irán a

quedar, ¿quedaremos nosotros? (Rosero, 2007, p.61)

Esta realidad histórica se manifiesta desde el título de la novela hasta la degradación del

personaje principal, y los escenarios que permiten simbolizar la decadencia causada por la

guerra en Colombia. El autor logra configurar un mundo ficticio mediante la historia del

profesor Ismael Pasos, que expone la afectación de la guerra al desarmado, y el


asolamiento de los ejércitos a los pueblos, hasta convertirlos en escenarios de desolación y

muerte.

Roger Chartier En su texto “El mundo como representación” expresa que se puede

evidenciar en la literatura una representación colectiva o identidad social específica. Esto

podría acabar con la división entre el texto histórico aparentemente estructurado, por su

carácter seriado y cuantificable y el texto literario cargado de subjetividad y representación,

ya que en definitiva, la historia que busca estudiar las culturas en diferentes épocas al

escribirla, acepta su “representación colectiva” Por lo que se requiere observar el juego

simbólico que dichos colectivos proponen. (Chartier, 1992)

Sabemos de otra escaramuza, a algunos kilómetros de aquí, por los lados de la cabaña

del maestro Claudino. Hubo doce muertos. Fueron doce. Y de los doce un niño. No

demoran en volver, eso lo sabemos, ¿y quiénes volverán?, no importa, volverán lo

leemos en los periódicos atrasados; el presidente afirma que aquí no pasa nada, ni aquí

ni en el país hay guerra: según él Otilia no ha desaparecido, y Mauricio Rey, el médico

Orduz, Sultana y Fanny la portera y tantos otros de este pueblo murieron de viejos, y

vuelvo a reír. (Rosero, 2007, p. 160)

Con el desenvolvimiento de la guerra en el país, la representación literaria es evidente

capaz de recoger grandes símbolos sociales, que no solo son legibles por un sector de la

población sino que, acogen a todo un país, con un imaginario ya establecido donde la

muerte, el secuestro, el terror y el desplazamiento son ya entendidos desde diferentes

perspectivas . Se muestra la percepción de todo un país frente a la postura del gobierno, el

autor, a través de su personaje principal impone la queja genérica de la desatención por


parte del estado, a aquellos que sin voz se empiezan a desaparecer en medio del conflicto

histórico más grande del país.

Entra, y sale casi de inmediato, el rostro desencajado. Lo entendemos sin necesidad de

escucharlo: no hay un solo policía en el puesto, (…) ¿adónde se fueron Me acuerdo que

Gloria Dorado se iba en un camión con soldados, ¿acaso era el último camión?, no nos

dijeron nada, ningún aviso, y lo mismo que pienso yo parecen pensarlo todos, ¿a merced

de quién hemos quedado? (Rosero, 2007, p.179).

El Desarmado

Dentro del proceso histórico que se está desarrollando en el país, la novela cumple la

función social de contribuir al proceso de memoria histórica, y una pieza en la

reconstrucción futura de los escenarios y personajes que hacen hoy día parte del conflicto.

El profesor Ismael Pasos, es el hilo conductor en la novela. Cada mirada hace testigo al

lector de la historia del desarmado que, aunque aferrado a su tierra es arrancado de ella por

la muerte o por la huida. Dicha mirada podría entregar al lector imágenes representativas

de una guerra a la que de otra manera no tendría acceso, por ser la escena de actores no

protagonistas según los medios informativos.

Es Ismael, el profesor, quien recorre el pueblo y sus historias con el lector para mostrar la

aparición de la muerte lenta pero constante, súbita e irracional.

La incertidumbre que reina en San José es acaso parecida a la tranquilidad, pero no lo es;

desde temprano la gente se recoge en sus casas; los pocos negocios que insisten abren

sus puertas desde la mañana hasta sólo parte de la tarde; después las puertas se cierran y

San José agoniza en el calor, es un pueblo muerto, o casi, igual que nosotros, sus últimos

habitantes. (Rosero, 2007, p. 122)


El símbolo de la muerte en sincronía con el momento histórico del país, representa la

zozobra del desarmado en todo tiempo, la tensión de la muerte, que en la literatura ha

tenido varias caras, la de esta época es el miedo a la muerte de improvisto, es narrada en la

novela de manera humana, cercana y puede lograr en el lector otra visión de dichos

escenarios que amplíe su horizonte de expectativas, y reconfigure su manera de ver el

tratamiento social que se le ha dado al tema.

Porque de nuevo somos noticia; aumentan los muertos, a días: después del ataque, de

entre las ruinas de la escuela y el hospital, otros cadáveres aparecieron: Fanny, la

portera, con una esquirla de granada que atravesaba su cuello, y Sultana García, la madre

de Cristina, que apareció acribillada debajo de unos ladrillos «todavía con la escoba en

las manos» (Rosero, 2007, p. 123)

El tratamiento ficcional de este tema tan real es pues un intento que sobrepasa el conteo

histórico de las causas y consecuencias de la muerte, para darles carne y hueso a las

emociones que produce. He influye desde otros aspectos al lector que avanza en la lectura

no como investigador, sino como testigo impotente ante las escenas mortuorias que le

presentan.

A Chepe le dejaron un papel debajo de la puerta: «Usté señor tiene una deuda con

nosotros, y por eso nos llevamos a su mujer embarazada. Tenemos a Carmenza y

necesitamos 50 millones por ella y otros 50 por el bebé que está por nacer, no vuelva a

burlarse de nosotros». La noticia de este doble secuestro no demoraría en informarse a

través del periódico, bajo el rótulo: «Angélica, secuestrada antes de nacer». (Rosero,

2007, p. 125)

Chepe representa la víctima que queda libre pero presa de una negociación por la vida, con

una sola salida: dar lo que le piden. La historia no contada de cientos de colombianos con
ingresos promedios que no acaparan las pantallas de los medios de comunicación pero que,

sufren la guerra desde la imposibilidad de no poder cumplir con los requerimientos.

La referencialidad de la que habla Ricoeur en la que el autor toma el mundo para

representarlo en su obra transformándolo, se evidencia en escenas como estas, que

efectivamente hacen parte de la historia de Colombia. Y al hablar de la imitación de la

acción se habla de su significación por medio del símbolo, aquí la puesta en escena de un

caso simboliza por un lado la crueldad y por otro lado la impotencia, en un mismo

momento.

En este aparte se puede ver también un personaje aplasta una cucaracha, el símbolo de

muerte y vulnerabilidad en la que se encuentra el pueblo ante el abatimiento de la guerra es

contundente. “Estamos más indefensos que esta cucaracha —dice, y aplasta de un taconazo

una enorme cucaracha que corría por el piso—. El alcalde tiene razón al pedir más

efectivos” (Rosero, 2007, p.71) permite al lector la percepción de un estado social crítico

del cual parece no hablar el gobierno ni los medios de comunicación, pero que se hace

evidentes y reales en los hechos representados en la novela.

Finalmente la temporalidad a la que se refiere Ricoeur que habla de la comprensión de una

acción que requiere además de la comprensión de su estructura y su simbología, la

temporalidad del relato, en el que presenta una secuencia de ahoras que se definen por

palabras o conectores que, suponen establecimientos de temporalidades en la narración.

(Ricoeur, 1995). Puede verse en la novela con los diálogos y monólogos del profesor

Ismael Pasos que evidencian un tiempo en años transcurridos y asumen una suerte de

tiempo en años que faltan por llegar aún en guerra. “Agradezco mi edad, a medio paso de la

tumba, y compadezco a los niños, que les aguarda un duro trecho por recorrer, con toda esta

muerte que les heredan, y sin que tengan la culpa” (Rosero, 2007, p.59)
Los silencios

Otro rasgo referido por Ricoeur es el de es la relación entre lo simbólico y lo práctico.

Entendiendo que los símbolos son construcciones culturales, asumidos por una

colectividad de significación pública. Es el símbolo el que configura toda la experiencia y

se convierte en la capacidad primaria de legibilidad narrativa. (Ricoeur, 1995). Durante

toda la novela el silencio fluye entre las gentes, entre las escenas se retracta como

protagonista, que expresa. “El silencio también se ve, como el suspiro. Es amarillo, se

desliza por los poros de la piel igual que niebla, sube por la ventana” (Rosero, 2007, p.25).

Como símbolo configurador de lo que acontece, el silencio se manifiesta a manera de

instrumento para representar la incertidumbre, cada escena impregnada de mutismo le

permite al lector crear la atmosfera real del acontecimiento ubicándolo no solo en el lugar,

sino en la emoción.

“no hacía calor; un viento que no era natural respondía al ronco quejido de Chepe, y el

polvo se arremolinaba alrededor de sus zapatos. El corrillo de hombres y mujeres seguía

pendiente: era un silencio como despedazado, porque volvieron las preguntas, los

tímidos comentarios” (Rosero, 2007, p. 177)

Es también el silencio símbolo que aporta a la lectura de una época y de una sociedad, solo

la literatura permite subrayar esas escenas en las que un no decir nada, representa algo que

de otra manera se pierde en el tiempo, y es que la hace parte de la historia, que aporta a los

procesos históricos de una época y un espacio definido, y contribuye mediante su lectura a

transformar el horizonte de expectativas de un sujeto y a su vez repercute en su

comportamiento social. (Jauss, 1987)

—Entonces, eso quiere decir que la matarán —me dice Chepe. Se me queda mirando

fijamente, demasiado, ¿borracho?, y me enseña una nota, que yo no acepto, pero cuyo
contenido doy a entender que ya conozco—. ¿De dónde voy a sacar ese dinero? —me

pregunta. —. Carajo, profesor, de dónde. ¿Qué puedo responder? Seguimos en silencio.

(Rosero, 2007, p. 127)

Quién le contaría al lector sobre ese momento de mimesis tan idéntico a la realidad, quién

sino la literatura le muestra cual espectador presente ese silencio que dice que hay

desesperanza, soledad, desamparo y tristeza con solo una escena.

Es también la obra dispuesta a ser escrutada por el lector, lo cual permite una

comunicabilidad entre el yo ficticio y el yo real en el que la trama es mediadora. Es

entonces entre la precomprensión y la poscomprensión de la acción la que media como

herramienta de configuración. (Ricoeur, 1995). En la novela el silencio es el que

reconfigura la visión del lector sobre lo que ha conocido de la guerra, desde su recepción el

silencio se carga de significado, y la interpretación dada permite el entendimiento de su

mundo a través del mundo del texto, “por primera vez percibimos que este silencio es

demasiado en San José, una nube de alarma nos recorre a todos, por igual, en todas las

caras, en las voces descoloridas. (Rosero, 2007, p. 179) en esta como en las escenas

anteriores el silencio se convierte en personaje de la escena, el lector puede entender su

discurso y darle significado en relación con los horizontes de expectativas que ya carga por

su experiencia y ampliarlos con su lectura.

Finalmente se puede decir que la novela Los ejércitos aquí tratada es, desde la recepción

una carta abierta, una denuncia, una evidencia mimética no representada en los medios de

la realidad que hoy todavía sacude a Colombia. Que, contribuye con la lectura de los

procesos históricos y permitirá la reconstrucción de una época en la que de no ser por la

literatura se contaría solo desde la conveniencia de los altos poderes nacionales. Es


también un lienzo que se abre a los ojos del lector para ampliar lo que conoce y creía saber

de la realidad de un país, permitiendo que desde otras voces y otros focos se expanda su

horizonte y pueda transformar su visión de la guerra y los protagonistas de la misma.

Además es una grandiosa mimesis, cargada de lugares conocidos, símbolos contundentes y

reconfiguraciones de una realidad que pide ser contada.

Bibliografía

Rosero, E. (2007) los ejércitos. México, D.F: Tusquets Editores.

Ricoeur, P. (1985) Tiempo y narración I. México: Siglo XXI editores.

Chartier, R. (1992) El mundo como representación. Barcelona, España: Gedisa Editorial

Jauss, R. (1970) La historia de la literatura como provocación. España: Gredos

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