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JORGE

PROCESO EDUARDO
ARELLANO

DE LA CONQUISTA
DE NICARAGUA

SEPARATA
DE
NICARAGUA INDIGENA
VOL. X , NO. 49
OCTUBRE, 1970
PROCESO DE LA CONQUISTA
DE NICARAGUA
INTRODUCCION

Este trabajo está integrado por un hilo de hechos,


un estudio de los aspectos principales y una interpre-
tación del significado general y particular de la con-
quista de Nicaragua.

Escrito a mediados de 1969, pertenece a un librn


más amplio: Proceso Histórico de Nicaragua; como éste,
el presente ensayo se caracteriza por ser fundamental,
narrativo e interpretativo, objetivo y personal.

Hoy se publica como anticipo gracias al interés de


don Eudoro Sol'ts, Director de Nicaragua Indígena. A
él mi agradecimiento.
Jorge Eduardo Arellano

3
1 . - L A EXPEDICION DESCUBRIDORA DE GIL GONZALEZ DAVILA

UERTO COLON, el territorio descubierto en su cuarto viaje


fue motivo de interés para Alonso de Ojeda y Diego de Nicuesa.
Habiéndose presentado ambos ante el Rey Fernando el católico,
Nicuesa fue nombrado gobernador de Veragua —la región com-
prendida desde el golfo de Urabá hasta el cabo de Gracias a Dios—
el 9 de junio de 1508. Con este cargo organizó una expedición
cuyo fin era colonizar toda esa zona, incluido el litoral atlántico
de Nicaragua, pero fracasó en las bocas del río Wanks, llamado
luego a propósito "río de los perdidos".

Después del fracaso de Nicuesa, apareció Vasco Núñez de


Balboa. Atravesando el istmo de Panamá, Núñez de Balboa
descubrió el Océano Pacífico el 25 de septiembre de 1513. Es-
te descubrimiento creó en la imaginación de los conquistadores
la posibilidad de la existencia de un estrecho que uniera ambos
océanos. Por eso Pedrarias Dávila, nombrado Gobernador de
Castilla de Oro el 27 de julio de 1513, envió a sus tenientes
Bartolomé Hurtado y Hernán Ponce de León a explorar la zona
del estrecho y ambos, en 1519, descubrieron el golfo de Chira
o de Nicoya, el mismo sitio por donde iría a penetrar la expedi-
ción de Gil González Dávila en 1522.

Un piloto de fama, Andrés Niño, comprendiendo que no


debía inmiscuirse con Pedrarias, que había mandado a degollar
a Núñez de Balboa, solicitó al Rey permiso para descubrir en el
Pacífico; asiento y capitulación que le fueron concedidos por
"Doña Juana é don Carlos su hijo" en Zaragoza el 19 de octubre
de 1518. Niño, "vezino de la ciudad de Sevilla", se entendió
con un "contador de la ysla española": Gil González Dávila que
fue nombrado Capitán de la Armada en Barcelona el 6 de abril
de 1519. ( 1 ) .

Al mando de dos carabelas y un bergantín, después de pre-


parar en Sevilla la expedición —costó más de 3 millones de
maravedíes—, salieron de San Lucas de Barrameda el 13 de sep-
tiembre de 1519, llegaron a la Española donde se pro vieron de
35 yeguas, una yunta de bueyes y 2 carretas y desembarcaron en
las costas del Darién, con mayor precisión en el puerto de Acia,
a finales de enero de 1522. Al notar cierta hostilidad de Pedra-
das, Gil González le envió a Niño con las cédulas del Rey para
obtener los navios construidos por Núñez de Balboa. Pedrarias,
entonces, se negó varias veces a entregarlos alegando que eran
obra de 300 españoles, por lo que Gil González, sin perder ener-
gía, construyó 3 buques en el río Las Balsas, "obra que el rey
—según Las Casas— acometerla con mucho mayor número de
gente y facultad no osara". Pese al esfuerzo inaudito demos-
trada por su gente, los buques quedaron maltrechos, casi des-
truidos, al trasladarlos al Pacífico. Sin embargo no desmayó el
descubridor de Nicaragua y, frente a las islas, logró construir
nuevos barcos. En ellos partió de Punta Burica el 21 de enero
de 1522.

Habiendo navegado 100 leguas al occidente, Gil González


regresó a Panamá para obtener brea y dejó a Niño seguir por
mar mientras él reanudaba el viaje por tierra con 100 hombres
y 4 caballos. Reunidos en el golfo de San Vicente, no sin sufrir
el jefe de la expedición y los suyos serias penalidades, volvieron
a separarse. Niño descubre las isletas del Cardón, frente al actual
puerto de Corinto, el 27 de febrero de 1523 y el golfo de Fon-
seca el 5 de marzo del mismo año. (2). Gil González, tras re-
correr varios poblados indígenas, llega a Nicoya cuyo cacique le
obsequia 14,000 castellanos en oro y se bautiza con sus muje-
res y más de 6,000 súbditos. Allí permaneció el descubridor
diez días y, al despedirse, Nicoya le regaló "seis ídolos de oro
de un palmo y más de altura", le dio noticias de otro cacique más
poderoso llamado Nicaragua y pidió le dejase a alguien para ins-
truirlo en la religión católica, petición a que no accedió Gil
González.
Este, pasando por otros pueblos, llegó a tierras del cacique
Nicaragua donde permaneció 8 días, dialogó e intercambió re-
galos y tomó posesión del Gran Lago de Nicaragua, llamado en-
tonces Cozabolca, el 12 de abril de 1523. "Allegó (Gil Gon-
zález) a la costa de la dicha mar dulce —relata el escribano de
la expedición San Juan de Salinas— y estando asy a caballo di-
cho señor capitán con su espada en la mano entró en la dicha
mar". (3). Testigo de esta toma de posesión, "en nombre de
sus magestades e suscesores de la Corona Real de Castilla", fue-
ron Andrés de Cereceda, tesorero de la armada, Diego de Agüero,
clérigo y los capitanes Juan del Saz, Ruy Díaz, Martín de Lacalle
y Diego de Castañeda.

A los dos días de la llegada de los españoles, se bautizó el


cacique Nicaragua con todas sus mujeres y subditos. A la sema-
na, Gil González se trasladó a la provincia de Nochari y encon-
tró seis pueblos y alrededor de 12,000 indios de cuyos caciques
recibió 33,434 castellanos de oro, esclavos y provisiones. Como
los anteriores, recibieron el bautismo de las manos del P. Agüero.

Así estaba, cuando recibió la visita del cacique Diriangén


precedido de 500 indios cada uno con un pavo o dos, diez con
pendones, diecisiete mujeres cubiertas "de discos de oro depiez a
cabeza" y cinco trompeteros. Al proponerle el capitán español
dejarse bautizar, Diriangén respondió que lo resolvería al cabo
de tres días. Cumplido este tiempo, regresó armado y sorpren-
dió a los españoles quienes ganaron el combate.

Al regreso deseado por la mayoría de los soldados, la expe-


dición tuvo otro encuentro con los indios del cacique Nicaragua
quien, ya derrotados sus subditos, atribuyó el ataque a los in-
dios del cacique Coatega, enemigo de su tribu. Sin haber perdi-
do ningún hombre en esta escaramuza, Gil González volvió al
golfo de San Vicente, actualmente la bahía de Caldera en Costa
Rica, donde lo esperaba Andrés Niño que tenía una semana de
haber fondeado los navios, uno de los cuales se hallaba en mal
estado. Su expedición descubridora había dejado un saldo de
22,813 bautizados en Nicaragua. Y todo el oro regalado por
los caciques, tanto del territorio de Nicaragua como del de Costa
Rica, valía 112,524 castellanos, o sea unos 600,000 dólares aproxi-
madamente.
2 . - L A EXPEDICION CONQUISTADORA DE
FRANCISCO HERNANDEZ DE CORDOBA
La presencia de Gil González Dávila en Panamá despertó
la codicia de Pedrarias. El descubridor, una vez apartado el quin-
to real, quiso volver al lugar de donde procedía y para ello soli-
citó a Pedrarias pertrechos de guerra. Este aceptó su propuesta
con tal de que fuese como enviado suyo, por lo que Gil Gonzá-
lez reaccionó de esta forma: " . . .yo me quedé poco corrido por-
que me pareció que siendo yo capitán de V. M., en cuyo nombre
se lo pedía, que era conocida bajeza aceptarlo". ( 4 ) . Ante esa
negativa, Pedrarias organizó su expedición dirigida por el ca-
pitán Francisco Hernández de Córdoba. Para tal fin había cons-
truido una compañía con el Tesorero Alonso de la Fuente, el
Contador Diego de Márquez, el Licenciado Juan Rodríguez de
Alarconcillo y el mismo Hernández de Córdoba, cuyo contrato
se firmó el 22 de septiembre de 1523. ( 5 ) . Pedrarias pensaba
"pacificar los caciques e yndios que están en la costa del sur al
poniente" de las tierras descubiertas por sus tenientes. Con la
compra de los navios, jarcias, negros, etc., de la expedición de
Niño, el futuro gobernador de la provincia aportaba dos de las
seis partes en que se dividía aquella sociedad que promovió la
conquista de Nicaragua.
La expedición conquistadora de Hernández de Córdoba sa-
lió de Castilla de Oro, región que abarcaba el Darién, a fines de
1523. Con el encargo de fundar ciudades para asegurar el do-
minio de la tierra y así descubrir con menos dificultad el "mis-
terio del estrecho", traía a férreos conquistadores que luego
desempeñarían papeles importantes en los descubrimientos y
conquistas particulares de América. Entre ellos destacábanse a
Gabriel de Rojas,, descubridor y pacificador de las segundas minas
de Gracias a Dios y fundador de El Realejo; Sebastián de Benal-
cázar, primer alcalde de León y conquistador de Quito; y Her-
nando de Soto, gobernador de Cuba y descubridor del Misisipí.
Muy a principios de 1524, en el asiento de Orotina, cerca
del puerto actual de Puntarenas, Hernández de Córdoba fundó
la villa de Bruselas a fin de establecer comunicación con las tie-
rras conquistadas. Ordenó poblarla a Ruy Díaz, dejó en ella a
Andrés de Garabito con el cargo de teniente gobernador y pro-
siguió hacia Nicaragua. Siguiendo el itinerario de Gil Gonzá-
lez y abriéndose paso con las armas, llegó al poblado indio de
Jalteva y fundó junto a él la ciudad de Granada como base de
exploraciones lacustres y militares. Lo primero que construyó,
una vez diseñada la plaza, fue una fortaleza y luego un pequeño
templo.
Fundada la ciudad, la expedición no perdió su tiempo al
ponerse a trabajar inmediatamente en lo que iba: intentar descu-
brir el secreto del estrecho. Para tal empresa habían sido aca-
rreadas desde Bruselas a lomo de indio las piezas del bergantín
destinado a utilizarse en el "mar dulce". Ruy Díaz, uno de los
principales de la expedición, aprovechando las aguas bajas del río,
entró al Desaguadero llegando hasta el raudal del Castillo, el
segundo yendo río abajo. "Por esta Mar Dulce —escribía Pe-
drarias en abril de 1525— se echó al agua un bergantín. . . Ha-
llóse una salida de un río, por donde sangra, por el cual no pudo
salir el bergantín porque es de muchas piedras y va muy recio
y tiene dos muy grandes saltaderos". ( 6 ) . Enseguida Sebastián
de Benalcázar, con varias canoas, llegó cerca del raudal del Ma-
chuca y Hernando de Soto hizo lo mismo hasta el pueblo de
Voto, situado poco antes del raudal del Toro.
Por su lado Hernán Cortés, conquistador de México, en-
viaba dos expediciones más para descubrir el secreto del estre-
cho: una por tierra al mando de Pedro de Alvarado y otra por mar
encabezada por Cristóbal de Olid. Desde el 26 de junio de 1523
tenía conocimiento de que "abaxo de essa tierra (la Nueva Espa-
ña) ay un estrecho que passar en la mar del Norte. . . y yo os en-
cargo y mando —le ordenaba el Rey— que luego con mucha
diligencia procuréis de saber si ay el dicho estrecho y eviéis per-
sonas que lo busquen é os traigan larga é verdadera relación de lo
que en ello se hallase". ( 7 ) . Y el mismo Cortés, anunciando
su viaje a Honduras, escribía que el estrecho que salía a otra
mar "es la cosa que yo en este mundo más deseo topar".
La presencia de Gil González en Honduras impulsó las ex-
ploraciones y funciones. Para someter y convertir a los pueblos
vecinos, se enviaron soldados y frailes. El mismo Hernández
de Córdoba, a mediados de 1524, fundó la ciudad de León como
plaza defensora del territorio conquistado. Dio aviso a Pedra-
das por medio de Benalcázar de la invasión de Gil González y
mandó a explorar el territorio por donde se encontraba éste,
es decir hasta el valle de Olancho.
Gil González Dávila había enviado a Cereceda a la Cor-
te con el quinto real y el relato de su descubrimiento y prepara-
ba una nueva expedición que salió de la Española. Compuesta
de una pequeña escuadra, 300 hombres y 500 caballos, llegó
a la costa de Honduras. El descubridor se dirigía "a la empresa
de buscar estrecho y paso de la Mar del Norte a la del Sur". Te-
nía plan de "poblar en el Golfo de las Ybueras, por donde juz-
gaba, por lo que se había visto y descubierto, que había de ser
la entrada para pasar al Mar del Sur", como lo dice Herrera.
Por eso, recién llegado a Honduras, pasó al Golfo Dulce en
Guatemala y fundó la ciudad de San Gil de Buena Vista.

Lo que se producía en ese momento era el choque de tres


corrientes buscadoras del estrecho: la de sur a norte dirigida por
Hernández de Córdoba y enviada por Pedrarias; la de norte a
sur preparada por Cortés y llevada a cabo por Cristóbal de Olid
y Francisco de Las Casas; y la de Gil González, proveniente de
la Española, que coincidía entre ellas y estaba a merced de
ambas.

Al averiguar Hernández de Córdoba la presencia de espa-


ñoles en Honduras, envió a Hernando de Soto a enfrentarse a
Gil González. Este desbarató las fuerzas de Soto y, temiendo
no poder expulsar de Nicaragua la gente de Pedrarias, se retiró
a Puerto Caballos. Al poco tiempo fue capturado por Olid que
en seguida se declaró independiente de Cortés. Al saber la no-
ticia, el conquistador de México envió una tercera fuerza por
agua al mando de Francisco de Las Casas. La nueva expedición,
que venía a restaurar la autoridad de Cortés y a castigar al teme-
rrio e insurrecto Olid, naufragó frente a las costas de Honduras
y fue capturada. Olid tenía en sus manos a Gil González y a Las
Casas, a quienes sentaba en su mesa. Un domingo por la noche,
mientras cenaban los tres capitanes, los dos prisioneros hirieron
a puñaladas a Olid que logró esconderse en un matorral. Al día
siguiente fue hallado "cubierto de heridas y de sangre" y, ya cu-
rado y con grillos, lo degollaron "y su cabeza la pusieron en un
palo colgada por la boca". ( 8 ) . Luego Las Casas regresó a Méxi-
co llevando consigo preso a Gil González quien fue enviado a Es-
paña para ser juzgado. Pero en Madrid logró salir bien del pro-
ceso y consiguió la nominación para Gobernador de la Provin-
cia, cargo que no pudo desempeñar por haber muerto en Avila el
21 de abril de 1526.
A Hernández de Córdoba no le fue mejor. Como Olid, ha-
bía pensado rebelarse contra Pedrarias, oportunidad que encon-
tró en Pedro Moreno, enviado de la Audiencia de Santo Do-
mingo que tenía instrucciones para dejar la gobernación de Ni-
caragua a Gil González Dávila. Con el pretexto del desapareci-
miento de éste e incitado por consejo del mismo Moreno, Her-
nández de Córdoba reunió una junta para proponer a los princi-
pales vecinos que la gobernación de la provincia dependiera de
dicha Audiencia. Levantarse contra Pedrarias para obtener para
sí mismo la Gobernación era su fin inmediato. Por eso hizo
contacto con Cortés al enviar a uno de sus capitanes, Pedro de
Garro, que "buscase puerto para hacer sabedor a su magestad
de las provincias que había pacificado y poblado, para que les
hiciese merced fuese él gobernador dellas", según expresa Berna!
Díaz del Castillo. (9). Capturado Garro por González de San-
doval, capitán de Cortés, envió cinco hombres "para que cos-
ta a costa fuesen a Trujillo con las cartas porque allí residía
Cortés entonces... y llevaron veinte indios de Nicaragua. . .
para ayudarse a pasar los ríos". (10). Cortés escribió a Hernán-
dez de Córdoba "que haría por él todo lo que pudiese" y le en-
vió de regalo "dos acémilas cargadas de herraje", "ropas ricas
para su vestir", "cuatro tazas y jarros de plata" y "otras joyas
de oro". (11).

Hernando de Soto, Francisco de Campañón y Andrés de


Garabito, fieles a Pedrarias, se opusieron a las intenciones de
Hernández de Córdoba. Este encerró a Soto en la fortaleza de
Granada, de donde fue sacado por su amigo Campañón auxilia-
do por doce hombres. Garabito salió de León hacia Panamá
a denunciarlo ante Pedrarias. Lo mismo hicieron Soto y Cam-
pañón a fines de 1525. Hernández de Córdoba, para aislarse de
Pedrarias, despobla Bruselas y desmantela el puerto a princi-
pios de 1526. El 16 de marzo del mismo año Pedrarias ya esta-
ba en la isla de Chira y había enviado por tierra a Hernando de
Soto y a Benito Hurtado para reunirse con él en Nicoya, cerca
de la inhabitada villa de Bruselas, a la que repobló encargando
de tal empresa a su capitán Gonzalo de Badajoz. Teniendo noti-
cias de que Hernádez de Córdoba intentaba fugarse, envió a Mar-
tín de Estete para que, adelantándose, lo capturase. Así sucedió
sin el menor accidente. Apenas puso pie en Granada, el Gobernador
de Castilla de Oro mandó a residenciar a Hernández de Córdoba.
Cuando se le avisó que Cortés y Alvarado se hallaban en Hon-
duras, concretamente en Choluteca, se traslada con su prisione-
ro a León, armó a los soldados de que disponía y los envió bajo
las órdenes de Hernán Ponce de León, Andrés de Garabito y
Francisco de Campañón. Cortés, a causa de su ausencia de Méxi-
co, detuvo su avance hacia Nicaragua y regresó a la Nueva Es-
paña. Mientras tanto Pedrarias satisfacía su venganza degollan-
do a Hernández de Córdoba en julio de 1526.

3 . - L A USURPACION DE LOPEZ DE SALCEDO


Pedrarias quedaba dueño de la situación. Como Goberna-
dor de Castilla de Oro que era, se hizo cargo de la de Nicaragua,
la que dependía de aquélla. Así estuvo por un tiempo hasta que
abandonó la provincia para ser residenciado por el nuevo gober-
nador de Castilla de Oro, Pedro de los Ríos, no sin dejar fun-
dadas en el norte las minas de Santa María de la Esperanza, Villa
Hermosa y Johana Mostega. En su lugar dejó a Martín Estete.
Ya en Panamá, se ganó la confianza de Ríos y le aconsejó que
reclamara la provincia de Nicaragua.
El teniente de Pedrarias, Martín Estete, no era suficiente para
contener las pretensiones de Diego López de Salcedo, recién nom-
brado gobernador de la provincia de Honduras. Codicioso de las
riquezas de Nicaragua, especialmente de las minas, López de Sal-
cedo anexó la provincia a su gobernación, e invadiéndola, comete
terribles crueldades con los indios. López de Salcedo estaba po-
seído también por la idea de explorar el Desaguadero; así lo
revela un documento de a principios de 1527 que lleva este tí-
tulo: "Instrucción y poder que dio el Gobernador del nuevo
reino de León Diego López de Salcedo a Gabriel de Rojas para
que fuese al descubrimiento del Desaguadero de una laguna en
la provincia de Nicaragua". Mas esta expedición, debido a que
Pedro de los Ríos reclamaba sus derechos, no llegó a realizarse.

Alentado por Pedrarias, Ríos se trasladó a Bruselas donde


fue reconocido gobernador. Pero el problema fue sometido al
Ayuntamiento de León que se inclina por López de Salcedo, due-
íío de las fuerzas de las armas y con algunas semanas de esta-
blecido en León. Al saber ésto, Ríos tuvo que regresar a Pa-
namá. Consecuencia de estos sucesos fue la destrucción de Bru-
selas ordenada por López de Salcedo y ejecutada por Andrés de
Garabito, antiguo capitán de Pedrarias, al mando de 80 infan-
tes y 70 jinetes. Tal era la situación cuando Pedrarias, no sin
intrigar en la corte, consiguió que se le nombrara Gobernador
de Nicaragua el 1ro. de Junio de 1527. Llega a León el 24 de
marzo de 1528; encarceló y procesó a López de Salcedo y con
él comenzaba, según sus propias palabras, "una era de organi-
zación".

4 . - L A GOBERNACION DE PEDRARIAS DAVILA


Nicaragua con Pedrarias, en realidad, comenzó a organi-
zarse, pero a costa de mucha sangre y opresión. Introdujo el
ganado vacuno, bovino, porcino y mular, los animales domésti-
cos, los implementos agrícolas, los granos y frutas y explotó las
minas. Continuó las expediciones descubridoras del Desaguade-
ro, no del supuesto estrecho que desde López de Salcedo se ha-
bía disipado. "Los primeros exploradores de Nicaragua —con-
firma el historiador costarricense Manuel M. Peralta — creyeron
que entre el mar del Sur, el golfo de Nicoya y el lago de Nicara-
gua se hallaba un estrecho que llamaron el estrecho dudoso, de-
nominación que desapareció tan pronto como los oficiales de Pe-
drarias Dávila se convencieron de que entre el lago y el Océano
Pacífico no había tal pasaje y que la mar dulce de Gil González
Dávila no era sino mediterránea, aunque se vaciaba en el Atlán-
tico por el desaguadero o río San Juan de Nicaragua". (12).

En carta fechada el 15 de enero de 1529, Pedrarias informa-


ba al Rey haber mandado "a descubrir y poblar el Desaguadero de
estas lagunas en la Mar del Norte". (13). Acompañado de Ga-
briel de Rojas, "muy diestro en las cosas de la tierra" y "con
mucha noticia e información de lo de aquella parte". Estete lle-
vaba 90 infantes, 50 jinetes, 30 armados con ballestas y los de-
más de espada y róbela. Navegó hasta el río Voto donde dejó
su embarcación para continuar por tierra internándose en la pro-
vincia de Suerre, perteneciente más tarde a Costa Rica. Allí
peleó duramente contra los indios y, para evitar un desastre, re-
gresó a Granada sin encontrar "las bocas del deseado Desagua-
dero". En cambio Gabriel de Rojas, su compañero, dirigiéndose
al cabo Gracias a Dios y con el fin de reconocer la boca del De-
saguadero donde suponía unirse con Estete, encontró "las minas
de que hablaban los indios" atravesando casi toda la región
atlántica.
5 . - L A GOBERNACION DE FRANCISCO DE CASTAÑEDA
Pedrarias había llegado a Nicaragua de 84 años padeciendo
de serias dolencias en los órganos uro-genitales. Cada año se
hacía enterrar simbólicamente en un ataúd hasta que el 6 de
marzo de 1531 murió. El Alcalde Mayor y Contador, Fran-
cisco de Castañeda, convenció al Ayuntamiento de León que se
le nombrara Gobernador interino.

Intrigante y codicioso, Castañeda gobernó despóticamente,


aumentó la obra esclavizadora y opresora de Pedrarias contra
los indios, envió a los capitanes Ruy Díaz y Sebastián de Benal-
cázar a descubrir el Desaguadero sin poderlo hacer, se adjudicó
ocho repartimientos y encarceló a los que se le oponían. El
Ayuntamiento dependió, en consecuencia, de su voluntad. Esta
situación produjo la inmigración de muchos españoles al Perú.
Pero pronto, secretamente, los vecinos de León y Granada de-
nunciaron al Rey los abusos que padecían y solicitaron "un Go-
bernador de buenos antecedentes". La respuesta a esta solici-
tud fue el nombramiento para Gobernador de don Rodrigo de
Contreras y una orden en la que se prohibía la venta del indio
como esclavo y se pedía hacer "un registro nominal" de todos
ellos para tratar de conservarlos.

La cédula que nombraba Gobernador y Capitán General


de la Provincia de Nicaragua a Contreras estaba fechada el 4 de
mayo de 1534. Castañeda, informado que venía un Juez de Re-
sidencia, reunió todos los bienes que pudo y se marchó al Perú.
La Gobernación quedó en manos de Fray Diego Alvarez Osorio,
primer Protector de los Indios y primer Obispo de Nicaragua
que había tomado posesión de la Mitra Episcopal en 1532, sien-
do confirmada la erección de la diócesis el 3 de noviembre de
1534 por el Papa Paulo I I I en la bula "Aeqqun Reputamus" (14).

6 . - L A GOBERNACION DE RODRIGO DE CONTRERAS


En noviembre de 1535 vino a hacerse cargo de la Goberna-
ción don Rodrigo de Contreras. Acompañado de su esposa doña
María de la Peñalosa, hija de Pedrarias, se trasladó a Granada
con su familia. Lo primero que hizo fue instruir inicio de resi-
dencia a Castañeda, pero éste ya había huido al Perú. Desde
allí el antiguo Alcalde Mayor fue enviado preso a España donde,
gracias a su fortuna, no se le castigó; más bien fue nombrado
Oidor de la Audiencia de Santo Domingo el 31 de mayo de
1537.

Enfriada la fiebre del oro peruano, otra de las causas de


la inmigración de los conquistadores de Nicaragua hacia el Perú,
la necesidad de descubrir el Desaguadero volvió a cobrar impor-
tancia. En agosto de 1535, gobernando aún Castañeda, el escri-
bano del número y consejo de la ciudad de Granada Francisco
Sánchez se había dirigido al Rey informándole que nuestra tierra
era "la mejor y más noble y harta y abundosa de todo y más
sana de todas cuantas en las Indias se han descubierto y po-
blado, según lo que todos cuanto a ella vienen de todas esas
otras partes dicen" y que, junto a la ciudad, "está una laguna de
agua dulce", por la que "sale de ella un desaguadero que va a
la mar del n o r t e . . . de mucha gente y muy rica de oro, que de
ella se llevó lo de Moctezuma a Yucatán; tierra muy poblada y,
según los indios dicen, de aquí no muy lejos". (15). Esta carta,
que pedía poblar "un puerto y pueblo en la mar para puerto y
camino de esta gobernación y de todo el Perú y mar del Sur",
creó en la Corte una leyenda alrededor del Desaguadero. La
Reina, en efecto, el 9 de septiembre del año siguiente, contestó
el informe del escribano Sánchez y, dirigiéndose al Gobernador
Rodrigo de Contreras, ordenó se formara una flota de bergantines
para recorrer el Desaguadero, "que es un río muy grande, como
el Guadalquivir que pasa por Sevilla". (16).

A fines de 1535 Contreras comenzó a preparar la expedi-


ción. Pero se encontró con un grave obstáculo: Fray Bartolomé
de las Casas. Acompañado en León de varios frailes, la presen-
cia del apasionado defensor de los indios hizo fracasar la primera
expedición al Desaguadero terminada de preparar en marzo de
1536. Desde el púlpito de la iglesia de San Francisco, en Granada,
la combatió enérgicamente alegando el mal trato que se les daba
a los indios. Las Casas amenazó con excomulgar a los que se
alistaran en ella y se negó a confesar la tripulación antes de par-
tir. Los conquistadores protestaron. Contreras le invitó ir de
Capellán para evitar las crueldades que condenaba. El dominico
no aceptó. El organizador, Diego Machuca de Suazo, ya en la
zona del Desaguadero, estuvo a punto de perder la vida a manos
de los soldados rebeldes. El fracaso de la empresa fue completo.
Con la cédula de la Reina en septiembre de 1536, se volvió
a insistir en el descubrimiento de la tierra y de los secretos del
Desaguadero. Mas Contreras la acataba sin cumplirla. Otra cé-
dula del 20 de abril de 1537, en la que se presiona efectuar de
inmediato el descubrimiento, lo comprometió más a esa jornada
peligrosa. Por fin una nueva cédula con fecha 6 de abril de
1539 capituló a Diego Machuca —primo hermano del Gober-
nador— y Alonso Calero para recorrer el Desaguadero autoriza-
dos por Contreras, pero a su "propia costa é minción". (17).
Ambos partieron de las isletas de Granada el 7 de abril del mismo
año con una fusta, un bergantín, una barca grande y cuatro ca-
noas, en las que iban 40 caballos, 50 cerdos, gran cantidad de
aves, carne salada, 500 fanegas de maíz y otras provisiones. La
expedición sumaba de 100 a 150 hombres. (18).

El primer día navegaron entre las isletas y anclaron en la úl-


tima isla. Al día siguiente cruzaron y llegaron a la isla de la
Ceiba. Luego, costeando, se dirigieron al Desaguadero. Des-
pués de dormir en una punta, se convino en que Machuca se-
guiría por tierra con los caballos y Calero por agua. Este último
llegó a las islas Mayali y luego a las Balsillas, situadas a la iz-
quierda de las Solentiname. Entró a la boca del Desaguadero, vio
cinco islas y un río grande (el Medio Queso) y cruzó los rau-
dales. Machuca exploró la margen izquierda del río, se internó
por los bosques del norte y, desviándose, llegó al río Yarí para
partir, desesperado, a Granada. Calero, ya en la desembocadura
del Desaguadero, fue hasta el río Yarí en busca de Machuca:
subió durante tres días por el río, halló sus huellas y las perdió.
Advirtiendo que Machuca se había ido, volvió a internarse al
Mar del Norte y consideró que "para volver por el río de Ni-
caragua, no hay brazos que remen, para ir por tierra, no hay
pies que anden". (19); por fin se dirigió a Nombre de Dios,
donde llegó con 8 españoles y 25 indios. (20).

En Panamá Calero cayó en un peligro mayor: el Doctor


Robles. Nombrado Oidor de la Audiencia de Panamá, creada
el 23 de mayo de 1539, el Doctor Robles lo encarcela y lo obliga
a celebrar capitulación a favor de Hernán Sánchez de Badajoz
que planeaba explorar los territorios que había recorrido. No
tardó en aparecer Sánchez de Badajoz por el norte de Costa Rica,
donde funda una ciudad y el fuerte Marbela. Contreras, alegan-
do derechos sobre esa región, sitia el fuerte y obliga rendirse a
Sánchez de Badajoz a quien envió preso a España. Al regresar
a Granada, el Gobernador se informó de la condena del Rey a
las pretensiones del Doctor Robles.
Contreras continuó su gobernación por un lado cumpliendo
su deber y, por otro, cometiendo abusos. Con las Leyes Nuevas
de 1542 ya no pudo conservar sus encomiendas y, con el obje-
to de eludir dicha prohibición real, las traspasó a su esposa e
hijos, lo mismo que el resto de sus bienes y derechos. Denun-
ciado ante la Audiencia de los Confines, fundada el 30 de abril
de 1543, fue mandado a residenciar por el Oidor Diego de He-
rrera quien constató el traspaso falso de los indios. Los grana-
dinos, en seguida, enviaron al Rey una exposición desfavora-
ble de su administración el 24 de noviembre de 1544. Para esa
fecha, el Gobernador se hallaba en España tratando de anular
los procedimientos llevados en su contra por el Oidor Herrera
y la misma Audiencia y de impugnar la capitulación del 29 de
noviembre de 1540 trasladada a Diego Gutiérrez para la con-
quista y colonización de Veragua a partir de Cabo Gracias a Dios.
Ninguna de las dos cosas consiguió.

7 . - L A REBELION DE LOS CONTRERAS


Las Leyes Nuevas, firmadas el 20 de noviembre de 1542 y
debidas en buena parte a Fray Bartolomé de las Casas, estable-
cieron definitivamente la política de la Corona en favor de los
indios. "Ordenamos y mandamos —se leía en ellas— que de
aquí en adelante por ninguna causa. . . no se pueda hacer esclavo
indio alguno; y queremos que sean tratados como vasallos vues-
tros de la Corona de Castilla, pues lo son". (21). En Nicara-
gua la Audiencia de los Confines puso en vigor las ordenanzas
de Barcelona, nombre con que también se conoce a dichas
Leyes. Así se declaró libres a la mayor parte de los esclavos
naturales, se redujo las encomiendas y se rebajó su tributo al
igual que los impuestos.

Fiel servidor de la Corona, el Obispo Fray Antonio de


Valdivieso hizo lo posible para aplicar estrictamente las Le-
yes Nuevas. Por eso tuvo que enfrentarse con los hijos del
Gobernador que permanecían descontentos a causa de haber
perdido las encomiendas traspasadas a ellos por su padre. He-
redero del papel de Las Casas, Valdivieso pronunciaba sermo-
nes invectivos contra los Contreras. Por tradición se sabe que
un domingo doña María de la Peñalosa, esposa de don Ro-
drigo e hija de Pedrarias, se salió de misa y que sus hijos Her-
nando y Pedro amenazaron al Obispo. Este, para restarle poder
a sus enemigos, creó dos alguaciles y les otorgó el emblema
de los alcaldes. Pero éstos prohibieron a los alguaciles el uso
de insignias. En represalia, el obispo los excomulgó.

El ánimo que existía era muy tenso: al tener noticias los


hijos del Gobernador de su fracaso en España, aumentó con-
siderablemente. Sólo faltaba que algunos soldados secunda-
ran la rebelión. Entonces aparecieron en El Realejo algunos
de los conquistadores expulsados por Gonzalo Pizarro del Perú.
Encabezaba esta tropa desbandada Juan Bermejo, ambicioso
y audaz. Inmediatamente se conectó con Hernando y lo con-
venció de la necesidad de coronarse rey del Perú y Príncipe
del Nuevo Mundo.

A medio día del miércoles 26 de Febrero de 1549, Her-


nando invitó a sus amigos en su casa para oir a un cantor.
El fin, sin embargo, era otro: preparar la conspiración. Sin
perder tiempo se fue donde el Obispo que conversaba con dos
eclesiásticos. Valdivieso, al verlo, trató de esconderse inútil-
mente: Hernando, que había entrado a la cabeza del grupo,
le enterró su daga varias veces. "Acaba ya carnicero", le dijo
el Obispo bañado en sangre. Luego, en medio de los gritos
de su madre Catalina Alvarez, pidió un crucifijo, oró y murió.
Los rebeldes abrieron dos cofres: uno de oro y plata; el
otro de manuscritos y escrituras. Hernando envió un mensaje
de lo ocurrido y la daga asesina a su hermano Pedro y a su
madre, residentes en Granada. Juan Bermejo se puso al cuello
la cruz pontifical. Robado el oro y la plata, incluso un huacal
de oro del Obispo, no sin saquear la caja real del Tesoro de
Su Majestad, se juntaron en la plaza de León. A su jefe, mien-
tras tanto, le llamaban "General del Campo de la Verdad",
"Capitán General de la Libertad" y, ya en el camino del Rea-
lejo, "Príncipe del Cuzco". En número de cuarenta, se apo-
deraron de los navios del puerto. Todos estaban listos para
quemar las naves de su Majestad en las costas de Nicaragua,
Guatemala, Nueva España y Panamá, asaltar esta ciudad, apo-
derarse del Perú y declarar Rey a Hernando.
La madre de los Contreras se hallaba rezando el via-crucis
de San Francisco cuando le contaron que su hijo "había ma-
tado al obispo y se había alzado contra el Rey", noticia que
no le produjo "ninguna alteración ni mudanza" y siguió rezan-
do las estaciones. Días más tarde, en la Iglesia, dijo a su haya:
"ya estará Hernando Contreras en Panamá" y, en su casa, los
hermanos pequeños decían "agora iremos al Perú" y gritaban:
"Biba Hernando Contreras". La complicidad de doña María,
según el proceso que se hizo después, era evidente.

Juan Bermejo, por su parte, se dirigió a Granada con


veintisiete soldados, la tomó, quemó las fragatas para que no
fueran a dar aviso a Panamá y se fue con Pedro al Realejo.
Allí los rebeldes saquearon las mercancías del "Galeón Chile",
a la que hicieron capitana de la armada; tomaron otro navio y
una fragata; los demás fueron quemados. De esta forma par-
tieron hacia Panamá. En Nicoya se les juntó Salguero, teniente
de la rebelión, con setenta hombres. En alta mar encontraron
una escuadrilla de veleros; la atacaron y vencieron. Ya en
Panamá, sin resistencia alguna, capturaron cinco naves ancla-
das en la bahía; una era de doña María de la Peñalosa y en
ella se embarcó Pedro para dirigir las operaciones marítimas.

Sabedores de que el Presidente don Pedro de la Gasea


había salido hacia Nombre de Dios cargado de oro y plata,
Hernando envió a Salguera para hacerle frente y él con Ber-
mejo entraron en Panamá y la tomaron. Saqueadas las tien-
das de la ciudad y libertados los presos de las cárceles, inque-
rían a los vecinos y les decían: "No venimos a tomar la ha-
cienda de los particulares sino tan sólo queremos tomar la
hacienda del Rey". A continuación marchó Hernando con se-
senta hombres a Nombre de Dios dejando a Bermejo en Panamá.
Al depositar el antiguo soldado de Pizarro en algunas personas
la orden de remitir el dinero robado apenas fuera pedido, aban-
donó la ciudad llevándose preso al tesorero Añaya. Los ve-
cinos, reunidos en casa del Obispo, juntaron 300 hombres para
rechazar a los rebeldes. Inmediatamente un señor Arias envió
a un criado para avisar a La Gasga la llegada de Contreras.
Pertrechados de armas que habían mantenido ocultas, enca-
bezaban a los panameños Martín Luis de Marchena, Juan de
Lares, el doctor Meneses y el Alguacil Mayor Villalba. Infor-
mado Bermejo de lo ocurrido, regresó y atacó. Como la resis-
tencia era tenaz, tuvo que retirarse a una finca a legua y media
de Panamá. Luego le salieron al encuentro, lo acorralaron y
fue derrotado. En la falda de un cerro murió de un arcabu-
zazo. Los muertos fueron ochenta. Y se ahorcó a la mayoría
de los prisioneros.
Pedro, al ser perseguido, escapó con cinco de sus compa-
ñeros y no se supo más de ellos. Internados en los manglares,
se supone que murieron a manos de los indios. La tropa de
Hernando, tras pasar algunas peripecias y tener noticia del
fracaso de Bermejo, huyó hacia Natá. El "príncipe del Nuevo
Mundo" pereció en una ciénaga. Los historiadores afirman que
se le reconoció por el sombrero y por un Agnus Dei de oro que
colgaba del cuello. Hicieron cuartos su cuerpo, le cortaron la
cabeza y la pusieron en un picota dentro de una jaula de hierro,
en la plaza de Panamá.

II

Las dificultades impuestas por las Leyes Nuevas impidieron


la realización de nuevas conquistas. En 1545 el Obispo Val-
divieso aseguraba que debido a "las nuevas ordenanzas ya no
ven (los conquistadores) tanto interese" en conquistar la Ta-
guzgalpa y que por eso no estaba poblada. García Pelaez, por
su parte, informa que una cédula del 3 de Octubre de 1547 no
permitía a un capitán la salida de Nueva Segovia para con-
quistar y poblar esa misma región, "según lo ordenado en las
nuevas leyes". "Con el fin de contener los abusos que se
cometían en los descubrimientos de nuevos territorios —con-
firma don Tomás Ayón—, se ordenaba que nadie pudiera em-
prender esa clase de conquistas, fuese por mar o por tierra, sin
licencia; y que no se tomasen indios contra su voluntad, sino tres
o cuatro para intérpretes, debiendo éstos ir también volunta-
riamente".

1 . - L A EXPLOTACION DEL ORO


En 1527 el alcalde de León, Hernán Ponce, partió a los
"aluviones auríferos" del río San Andrés abandonados más tarde,
pues el pueblo que había cerca de ellos fue atacado e incendiado
por los indios; se llamaba Santa María de la Esperanza y acaba-
ba de despoblarse a la llegada de Castañeda, según su carta
al Rey del 30 de Marzo de 1529. (22). Meses después fue
enviado Andrés de Garabito junto con el cacique Tipitapa: "se
dio orden por el gobernador e oficiales de vuestra magestad é
por mí —informa Castañeda—, que un capitán que se dize
Garavito fuese con cincuenta hombres aderezados de aimas,
bateas é herramientas a una tierra que se dice Boaco, do ay nue-
va por los indios que hay oro". (23). Pedrarias no se quedó
atrás en esta empresa: además de establecer la explotación mi-
nera en el norte, insistía en descubrir otras fuentes. Así el 2
de Septiembre de 1529 firmó unas diligencias para determinar
sobre la conveniencia de enviar a Martín Estete poblar y des-
cubrir minas en Chorotega Malaca y seguidamente envió a Her-
nando de Soto a buscar minas a la provincia de Juana Mostega,
a 15 leguas de León, sin éxito alguno, por lo que luego envió
al capitán Francisco Pacheco a buscarlas (de nuevo) en Cho-
rotega. Esto sucedía en diciembre de ese mismo año de 1529.

A principios de 1531 Gabriel de Rojas con 16 hombres


descubría "7 ríos en espacio de dos leguas" y, por la relación
que dió y la muestra de oro que traía, "se tiene por cierto
que hay oro en los ríos para coger 50 años". (24). Se trataba
de "las nuevas minas de Gracias a Dios", las cuales hicieron se
fundase de nuevo la villa de Santa María de la Buena Esperanza.
Y en su "Exposición al Consejo de Justicia y Regidores de
León", escribía Castañeda: "Al presente está poblada en las
minas de esta gobernación, que se llama las minas de Gracias
a Dios, la villa de Santa María de la Buena Esperanza, en la
cual hay hasta 70 vecinos. . . y cada día se descubren más minas
a ellas comarcanas". (25).

2 . - L A CONQUISTA DEL PERU


Durante la gobernación de Pedrarias, algunos conquistado-
res de Nicaragua deseaban marchar al Perú. En 1529 escribía
Castañeda: "Quieren hacer navios diziendo que quieren yr
a descobrir por la mar a esa costa del Perú" y opinaba, con
mucha razón, que no era correcto porque esta "tierra... no está
bien calada ni bisto todo lo que hay en ella.. . é es menester
que la gente pueble en esta tierra é la anden é se busquen
minas". (26). Preveía, en otras palabras, que la conquista
quedaría inconclusa.

Movidos por los abusos que cometía con ellos Castañeda


o simplemente por realizar su anhelo conquistador, muchos "ve-
cinos de León, de Nicaragua" fueron a reforzar la conquista del
Perú. En 1532 partió de León en varios navios Sebastián
de Benalcázar. Su propósito era, como lo dice su hijo en carta
enviada al Rey para reinvindicar la memoria de su padre, "ser-
vir a la Magestad del Emperador" y "acrecentar la Coronal Real".
Con 70 hombres "de a caballo y peones", cargado de basti-
mentos y armas, después de gastar "grandes sumas de pesos de
oro", llegó al Perú, halló a Pizarro "con la gente muy enferma,
falta de armas y comida", descubrió una trama de los indios
a quienes "castigó y sujetó y dejó pacíficos" y, asociado con
Diego de Almagro, emprendió la conquista del Reino de Quito.
Luego proveyó a más de 300 hombres de caballos, yeguas y
hatos de cerdos que "había hecho traer de la costa de Nicara-
gua". (27).

En 1533 Francisco Godoy, procedente también de nuestro


territorio, al mando de una nave llena de soldados, se agregó
a la expedición de Francisco Pizarro. Ese mismo año Pedro de
Alvarado se apoderó de los navios organizados por Gabriel de
Rojas para conducir 200 hombres del "puerto de Su Magestad"
(La Posesión, en cuyo sitio Rojas fundó la villa de El Realejo)
al Perú. "De ahí (Nicaragua) se esperaba el primer socorro — es-
cribía Benalcázar el 11 de noviembre de 1533— porque es lo
más cercano a estos reinos". (28).

Los compañeros del futuro conquistador de Quito, y tal


vez los de Godoy, habían facilitado sus bienes para la em-
presa. No pocos de ellos eran funcionarios, encomenderos,
mineros y comerciantes o, al menos, "disponían de cierta hol-
gura". Según el Acta del Cabildo de León fechado el 8 de
Enero de 1532, algunos de ellos habían contribuido con regu-
lares cantidades de dinero para sostener una guarnición en
la villa de Santa María de la Esperanza, aún poblada. Lo
cierto es que en el Perú, a raíz de la guerra contra los indios
Puna, entristecíanse al "comparar los trabajos que ahí pade-
cían y la devastación que miraban con las delicias de su pa-
raíso, que este nombre daban a aquella bella Provincia" (Ni-
caragua), según narra el propio Pizarro. (29). La experiencia
administrativa que habían obtenido aquí les sirvió seguramente
para desempeñar cargos importantes en el Perú. Juan de Am-
pudia, uno de los regidores del Ayuntamiento de León, fue pri-
mer Alcalde de Quito. Diego de Tapia, otro de los Alcaldes de
la misma ciudad, había sido uno de los escribanos públicos de
nuestra primera capital.
Años más tarde soldados vecinos de Nicaragua contribuye-
ron a destruir la sublevación del Manco-Inca y a sofocar el alza-
miento de Gonzalo Pizarro y la sublevación de Francisco Her-
nández Girón en 1553. En ésta participó el férreo conquistador
nicaragüense Juan Dávila.

3 . - L A CONQUISTA DE COSTA RICA


Cuando el gobernador don Rodrigo de Contreras cortó las
pretensiones de Hernán Sánchez de Badajoz en 1540, todas las
expediciones que conquistaron y poblaron Costa Rica salieron
de Nicaragua y,, en su mayoría, de Granada. Nuestra costa atlán-
tica, con esta corriente conquistadora, quedó inexplorada a pesar
de algunos intentos infructuosos.
En 1562, según un informe del Cabildo de Garcí-Muñoz,
el licenciado Juan de Caballón salió de Granada hacia Costa Rica
con 90 hombres entre españoles y negros provistos de armas,
caballos, ropas y llevando "muchos ganados, puercos, cabras é
maíz é otras cosas necesarias para la dicha población". (30). De
tal forma partían de Granada los conquistadores de Costa Rica:
Juan Estrada de Rávago, Juan Vázquez de Coronado, Perafán de
Rivera y otros.
Alonso Anguciana de Gamboa, vecino de Granada, des-
pués de su viaje a España con Vázquez de Coronado en 1564,
había vuelto a Nicaragua de donde llevó a Costa Rica esclavos,
indios y herramientas para explotar las minas descubiertas en
el valle de Goyoche. "Partiré a buscar gente a Nicaragua este
veranillo", decía en una de sus cartas Vázquez de Coronado.
(31). Las expediciones conquistadoras de Costa Rica, sosteni-
das con los recursos de Nicaragua, terminaron con el viaje de
Diego de Artieda y Cherinos, nombrado gobernador en 1573.
Pero todavía en 1576 se hallaba en Granada. Fue en 1577,
cuando ya había comenzado a sentirse la presencia de los piratas
en la costa atlántica de Nicaragua, que llegó a Costa Rica.
4.—CRUELDAD Y ESCLAVITUD
Los casos de crueldad abundaron entre 1527 y 1536. Diego
López de Salcedo, usurpador de la gobernación de Nicaragua,
ordenó herrar a los indios, vendió a muchos de ellos como es-
clavos y mató a otros a latigazos. (32). Pedro de Garro, enviado
de Hernández de Córdoba a Honduras, cometió algunos atrope-
llos contra los indios de esa región, según cuenta Bernal Díaz
del Castillo en su capítulo titulado: "Cómo el capitán Gonzalo
de Sandoval. . . prendió a cuarenta soldados españoles y a su capi-
tán, que venían de la provincia de Nicaragua y hacían mucho
daño a los indios de los pueblos por donde pasaban". "Muchos
españoles —decía textualmente—... con armas y caballos les
tomaban sus haciendas e hijas y mujeres, y que las echaban en
cadena de hierro". (33) El 5 de Octubre de 1529 el Licenciado
Castañeda, en carta enviada al Rey, cuenta el conocido episodio
de Martín de Estete quien prefirió cortar la cabeza a un indio
antes de desatar la cadena a que se hallaba sujeto; y añade: "se
hacían otras crueldades que el dicho capitán las consentía y hol-
gaba de ellas". (34). El mismo Castañeda informa asimismo del
ataque y matanza de indios que se hizo al "desamparado pueblo
de Olancho" en ese mismo año.

El carácter militar de la conquista, de realización inmedia-


ta, justificaba para sus autores la crueldad. El conquistador,
proveniente del pueblo español, salía en busca de fortuna, des-
preciaba su propia vida y la de los demás y era consciente de
su empresa, a la que entregaba toda su energía física. Sabía que
su misión era guerrear y aún no se han dado guerras sin cruel-
dades. Los indios, por su lado, no eran tontos. Una regular
cantidad de ellos, practicaba el canibalismo. Oviedo narra un
hecho curioso: una de las tantas veces que Pedrarias echó sus
perros a varios indios en la plaza de León, llegaron otros a llevarse
los cadáveres para comérselos. Las dos ocasiones que los indios
intentaron quemar uno de los pueblos fundados en las minas de
Gracias a Dios, "fueron desbaratados". Por más que la resistencia
indígena haya sido esporádica e insignificante, originada por los
abusos cometidos por encomenderos, funcionarios y explotadores
de minas, no dejó de mantener a los españoles más de una vez en
un estado defensivo.
Sea o no por esta causa, el hecho es que se practicó la es-
clavitud. Esta no fue herencia de la conquista; ya estaba esta-
blecida entre los indios. Pero la desarrolló en su primeros años;
luego, al iniciarse la colonia, fue abandonada casi en su totali-
dad. El 19 de Julio de 1529 Pedrarias declaraba sobre siete per-
sonas esclavas enviadas en el navio del factor Miguel Juan Rivas.
(35). El 1ro. de Octubre del mismo año se dió un acuerdo por
el que se mandaba a entregar a Martín Estete "el hierro con que
pueda marcar esclavos de Chorotega Malaca". (36). Esta situa-
ción llegó al máximo cuando los indios, según Gomara, decidie-
ron no dormir con sus mujeres "porque no pariesen esclavos".
Y Pedrarias, al notar que en dos años no nacían niños, "les pro-
metió buen tratamiento".

Otros abusos contra los indios fueron la exportación que


se hizo de ellos a Panamá, Cuba, Santo Domingo y el Perú; la
falta de alimentación y la dureza del trabajo en las minas y en-
comiendas. El 8 de Abril de 1529 se efectuó un juicio contra
Juan de Casballo y Miguel Juan Rivas por sacar de Nicaragua
"muchos indios libres y sin herrar"; debían sacarse esclavos y
herrados. "Llevaron. . . muchos yndios e yndias libres por es-
clavos siendo libres —revela el documento— y los embarcaron
sin ser visto examinados herrados y despachados por los oficia-
les de vuestra alteza ya muchos de ellos llevaban encadenas pre-
sos para los transportar". (37). El 3 de Julio, también del mismo
año, se inició otro juicio, esta vez contra Bartolomé Ruiz y
otros, "para averiguar la sacada de españoles e indios hacia
Panamá". (38). El envío había salido de El Realejo: "embar-
caron y sacaron españoles e yndios por el puerto de La Posesión
que es en la provincia de Nicaragua sin licencia e registro ni
hazer las otras diligencias que devían". Por lo fatigoso de sus
labores, los indios se acostaban sin cenar y cantidades de ellos
morían. En noviembre de 1529, hacían falta indios "a causa de
haberse muerto muchos dellos por la necesidad de comida". El
Padre las Casas dice que iban encadenados, mirando los caminos
y cantando con lágrimas una canción que resumida decía: "Por
aquellos caminos íbamos a servir a León y volvíamos. Ahora va-
mos sin esperanza de volver". (39). En su Brevísima Relación
de la Destrucción de las Indias, no sin exagerar, el famoso defen-
sor de los indios cuenta que habían sacado de Nicaragua "indios
hechos esclavos, siendo tan libres como yo, más de quinientas mil
ánimas" y finalmente agregaba: "Habrá hoy en toda la dicha
provincia de Nicaragua obra de cuatro a cinco mil personas, las
cuales matan cada día con los servicios y opresiones cotidianas y
personales". (40).

5 . - L A CONVERSION DE LOS INDIGENAS


Los españoles no sólo conquistaron territorios para la Co-
rona, sino también para Dios. El "desorbitado instinto de co-
dicia" que los poseía estaba vinculado a un ardiente fervor re-
ligioso. Aunque parezca incompatible, al mismo tiempo se con-
sideraban con sinceridad "servidores y acrecentadores de Cristo
y del Emperador". Para iniciar la transformación cultural de
los indígenas, tenían antes que convertirlos al cristianismo. La
orden de los Reyes católicos a Colón seguía siendo válida para
los conquistadores: "que procurase la conversión de los indios a
la fé". Culturización e hispanización eran, en esta época, sinó-
nimos de cristianización.

Gil González Dávila cuenta que en un solo día se bautizaron


"1.017 ánimas chicas y grandes" con tanta voluntad y atención
que vi llorar algunos compañeros". (41). Fray Julián Garcés,
primer arzobispo de Tlascala, en carta al Sumo Pontífice, narra
que el P. Bernardino Minaya en su visita a Nicaragua encontró
a los indios dóciles y entusiasmados y que, coronados de rosas,
le pedían el bautismo. Oviedo, por su parte, señala que el "ca-
pitán Francisco Fernández de Córdoba avia assimesmo hecho
baptizar otra grand cantidad, e quel gobernador Diego López de
Salcedo, assimesmo avia aprovechado mucho de la conversión de
aquella gente". (42). Y entre las instrucciones de López de Sal-
cedo a Gabriel de Rojas estaba como "la primera cosa que se
construya con los indios sea la iglesia, con hermosas proporciones,
buen tamaño y coro". (43).

Pero los indios, nutridos en sus tradiciones, no iban inme-


diatamente a convertirse al cristianismo con recibir agua y oír
unas palabras ininteligibles. Pedrarias se dió cuenta de este hecho
Los resultados tenían que ser muy escasos. Por eso era nece-
saria una información detallada de las creencias y costumbres de
los indígenas recién conquistados y así encomendó "para esta
comisión" a un amigo suyo, Fray Francisco de Bobadilla, pro-
vincial de la orden de la Merced, aunque su finalidad personal
era probarles a sus "enemigos notorios" que la conversión era
burla "e que aquellos (los indios) no eran chripstianos". (44).
Tal como se esperaba, los indios permanecían dentro de sus
creencias. El cacique Misesboy, uno de los entrevistados, se
creía cristiano sólo porque le habían echado agua sobre la cabeza
y ni siquiera se acordaba de su nombre. Tacoteyda, padre de los
orchílovos o templos, al decirle el padre Bobadilla si deseaba ser
cristiano respondió: "No: que ya soy viejo. Para qué he de ser
chripstiano" y, por mucha prédica y amonestación que recibió,
"nunca quiso ser chripstiano". Coyevet, de ochenta años o más,
hizo el mismo razonamiento de Misesboy: "aque agua le avian
echado en la cabeza; pero que no le pusieron nombre ni se acor-
daba dél" y Quiavit, señor de la plaza de Xoxoyta y mancebo de
treinta años, dijo que no era cristiano.

Oviedo recogió el informe de Bobadilla y opinaba que los


indios eran incapaces de ser cristianos. "Yo pienso —decía—
que por culpa de los chripstianos, o por incapacidad de los in-
dios... muy raros e poquísimos son los indios que se pueden
decir chripstianos de los que toman el baptismo en la edad ado-
lescente o desde arriba". (45). Pese a esta opinión, compartida
probablemente con otros españoles, se promovió la evangeliza-
ción de los indígenas. Tanto los funcionarios como los obispos
cumplieron las órdenes de atender "con sumo cuidado a su con-
versión y a la reforma de sus costumbres". El Obispo Alvarez
Osorio, fundador del primer monasterio en León, fue uno de
los primeros empeñados "con eficacia a la conversión de los natu-
rales". El 26 de Agosto de 1529, para poner un solo ejemplo,
visitó a los indios de Mistega. (46). Bobadilla, por su lado, que-
mó "infinito número de ydolos... todo junto en una grande ho-
guera de la plaza... é les dottrinó... acordándoles lo que debían
de hacer e les convenía para salud de sus ánimas". (47). Los tem-
plos indígenas se transformaban en cristianos y la cruz y las imá-
genes sustituían a los ídolos. "Aqueste reverendo padre —con-
tinúa Oviedo— quebró muchos ydolos é quemó mexquitas e
oratorios é templo de indios é puso cruces en todos los caminos
é plazas é lugares altos, donde se pudiessen ver muy bien, é hizo
iglesias é puso imágenes de Nuestra Señora é cruces é agua ben-
dita". Bobadilla bautizó sólo en Rivas durante unos nueve días
a 29.063 indios y, en total, a 52.558.
Basta fijar la tarea evangelizadora de este misionero para
comprender los frutos de las otras muchas realizadas desde los
primeros años de la conquista hasta muy avanzado el siglo XVIII.
La conversión al cristianismo de los naturales fue más o menos
sincera, pero no colectiva. El proceso del mestizaje en la colonia
hizo necesario el florecimiento de la doctrina cristiana. La con-
quista, sin embargo, produjo por lo menos una parcial partici-
pación indígena de la fé, desarrollada por los misioneros por
medio de la enseñanza de la doctrina, la predicación, la adminis-
tración de los sacramentos, las ceremonias litúrgicas y la influen-
cia personal. Así los indígenas, o muchos de ellos, "prestáronse
con facilidad a oir las ilustraciones que se Ies hacían; conocieron
pronto la superioridad de la religión que se les enseñaba... y la
abrazaron de buena gracia". Esto explica que al poco tiempo
haya habido indios que no querían que se les llamase indios, sino
cristianos, "e otros ponen cruces sobre sus sepulturas de los que
mueren é en naciéndoles sus hijos los llevan a la Iglesia".

6 . - L A S ENCOMIENDAS
Una vez sometidos y pacificados los indios, se les repartía
en las encomiendas cedidas a los conquistadores. Esta institu-
ción consistía en colocar a un determinado número de indios
bajo la autoridad de un español con el fin de recibir, a cambio
de su trabajo y tributo, protección, alimentación, instrucción
cristiana e iniciarse en las costumbres de la civilización europea.
El encomendado difería mucho del esclavo: no era vasallo del
encomendero, sino del Rey. Aquél no podía venderlo ni pres-
tarlo, mucho menos alquilarlo y darlo en prenda; y, por su par-
te, podía tener bienes propios.
Determinada ideológicamente por el señorío feudal, su más
inmediato antecedente, la encomienda no era como éste un feudo
territorial. El encomendero sólo recibía indios, no territorios
y su jurisdicción era indefinida, de ahí la dificultad de regular
las relaciones con los indios. De esa manera quedaba sometido
el comportamiento del encomendero a la acción fiscal de los
visitadores. (48). La encomienda, además, tenía un carácter pro-
visional, transitorio: la necesidad de acostumbrar a los indios al
trabajo y la forma más inmediata para satisfacer a los conquis-
tadores en correspondencia de su esfuerzo, fueron sus determi-
nantes económicas. Por muy abusiva que haya sido en la prác-
tica, fue "la solución positiva adoptada por la Corona para en-
cauzar la obra de civilización de los aborígenes" y aseguró, en
definitiva, la supervivencia de los mismos. (49).
En Nicaragua, por desgracia, las encomiendas dejaron mu-
cho que desear. Los abusos cometidos por los encomenderos
fueron innumerables. El trabajo realizado en ellas era duro y for-
zado. Por eso no pocas veces hubo ligeras sublevaciones —re-
primidas fácil y brevemente— y los indios huyeron a las mon-
tañas. Gobernadores, conquistadores, funcionarios y obispos se
hacían cargo de ellas. El 26 de Agosto de 1529 Pedrarias cedió
varios repartimientos a Castañeda: "por la presente hos enco-
miendo y doy en repartimiento en la plaza principal de mistega
y en nueve galpones de ella. . . seycientos indios con la persona
principal del cacique. . . y con el que después del sucedieron...
que asy. . . los he sacado y saco. . . como hos los doy y enco-
miendo de mi mismo é de mi repartimiento y encomienda que
poseo". (50). El Obispo Diego Alvarez Osorio tenía en enco-
mienda a los indios de Lenderí. (51). Juan Dávila había recibido
las encomiendas de Jalteva y Masaya concedidas a su padre por
Rodrigo de Contreras; éste sostenía el lujo de su casa en León
—donde se hospedaban viajeros a veces con un séquito de 30 a
40 personas— con los tributos de sus encomiendas.

El mismo Contreras, en carta al Rey del 25 de Junio de


1537, daba cuenta de cómo quitó "algunos Repartymientos de
los que el licenciado Castañeda avia dado excesivamente a per-
sonas de poca calidad" y del estado de ellas: "demás de muchas
personas tener demasyados Repartimyentos y otros tenellos muy
pequeños ay algunas personas que eso poco que tienen lo tienen
dos o tres partes y sy los indios que tienen dos o tres partes los
toviesen en una los indios no serían tan trabajados y los que
los tienen se podrían sostener mejor". (52). Pero Contreras
más de una vez se comportó de acuerdo con su nobleza, como
todo un caballero segoviano. En 1537 informaba al Rey que
se les debían quitar los indios a los españoles que no los adoctri-
nasen y agregaba que muchos de ellos no se preocupaban por ca-
tequizarlos. Asimismo el yerno de Pedrarias alivió la condición de
ios indios al implantar el uso de la carreta evitando que se les
siguiese empleando como cargadores. También prohibió que se
les diera trabajo mientras estuviesen ocupados en sus sementeras
durante cuatro meses y que, por añadidura, debía obligárseles a
trabajar en ellas. De esta manera, al abolirse las encomiendas y
los repartimientos, se conservaron los ejidos, las huertas y las co-
munidades indígenas. El marqués de Lozoya ha definido muy
bien a Contreras: "Fue autoritario y ambicioso de riquezas, pero
no cruel".

Otros conquistadores de la provincia tenían encomiendas


en Panamá, Costa Rica y El Salvador. "Me ha sido requerido
el golfo de San Lucar —escribía Pedrarias— donde los vecinos
de Granada tienen sus repartimientos de indios". "Los capita-
nes que tienen cargo de aquella villa —informa Contreras el 6
de Julio de 1536 refiriéndose a la villa de San Miguel— han
enbiado gente y entrado en los Repartymientos que muchos ve-
cinos de esta ciudad (León) poseen pacíficamente de muchos
años acá". Después de la destrucción de la villa de Bruselas, per-
teneciente a la gobernación de Nicaragua según real cédula de
1529, los indios chorotegas fueron repartidos de nuevo entre
los habitantes de Granada y León. En esa ocasión Pedrarias se
reservó las mejores encomiendas de Nicoya. (53).

7 . - L A S LEYES NUEVAS
Con las Leyes Nuevas cesó en buena parte la explotación
inhumana de las encomiendas y muchas de ellas fueron suprimi-
das. La prohibición incluía a gobernadores, oficiales, prelados,
monasterios, etc... porque "se an seguido desórdenes en el trata-
miento de dichos indios". Los conventos de mercedarios y do-
minicos de León perdieron las suyas en 1543, pero los últimos
se hicieron de otra que fue suprimida por una orden nominal
en 1546. El 10 de Octubre de ese mismo año el Licenciado Pine-
da, Juez de Comisión, llegó a León con la orden de declarar vacos
los indios encomendados a las autoridades. Desde 1542, hay
que señalarlo, encomienda que vacaba pasaba a la Corona.

La aplicación de dichas Leyes produjo, sin exagerar, la


ruina de los conquistadores. El estado de éstos posterior a
1542 dejó de ser holgado. Muchos de ellos fueron empobre-
ciéndose poco a poco. Interesante y patético es al mismo tiempo
el caso de uno de ellos, entre otros muchos, llamado Juan de
Mayorga, vecino de la ciudad de Nueva Segovia, que el 18 de
Septiembre de 1551 tuvo que hacer una "probanza" de sus mé-
ritos ante la justicia ordinaria para "solicitar con ella ante su ma-
jestad en la real audiencia de los confines que está. . . en la
ciudad de Santiago de Guatemala". (54). Mayorga tenía ocho
años de haber venido "a poblar esta tierra" con Diego de Cas-
tañeda —fundador de Nueva Segovia en 1543—y se llamaba a
sí mismo: "uno de los primeros conquistadores y pobladores de
esta dicha ciudad", a la que llevó sus "armas e caballos e aderezo
para la guerra e dicha conquista e mi servicio a mi costa e
minción".
Después de pasar "mucho trabajo e necesidad en servicio de
su majestad" pacificando a los indios, se encontraba "muy po-
bre" y adeudado "en muchos pesos de oro", los cuales no po-
día pagar con las dos encomiendas que aún le quedaban: una
en el pueblo de Teguangalpa de cuarenta indios y "otro poble-
zuelo" de veinticinco a treinta que originalmente había perte-
necido al conquistador Juan Martin Cermeño, primer marido
de su mujer Magdalena de Figueroa, muerto "por los naturales
de esta tierra yendo él y otros vecinos... en el descubrimiento de
este río Maribichicoa". Las dos encomiendas "no dan otro pro-
vecho sino una milpa de maíz el cual no se vende ni vale dinero",
por lo que Juan de Mayorga confesaba atribuladamente que
no podía sustentarse con ellas y que pasaba con su mujer "mu-
cho trabajo y miserias".

III

El final de la conquista, promovido por la misma Corona


Española con las Leyes Nuevas, se encarnó en un hecho singu-
lar: la rebelión de los Contreras en 1549. Hacia ese año, gran par-
te de nuestro territorio ya estaba pacificado, los conquistadores
habían sido despojados de sus pretensiones feudales, la evange-
lización comenzaba a dar frutos y, en una palabra, estaban es-
tablecidas las bases de la formación de nuestro pueblo. Ya no
había aguerridos conquistadores, sino colonos; y, si prescindi-
mos de algunos "frailes conquistadores" de los siglos XVII y
XVIII, tampoco existía evangelizadores, sino clérigos.

Al igual que la conquista de América, la de Nicaragua fue


una empresa rápida, violenta y cruel, pródiga en esfuerzo y obra
de la iniciativa privada. No se llevó a cabo por ejércitos ofi-
ciales, sino por particulares a los que se les concedía capitula-
ciones. Una de éstas fue fundamental para nuestro "real y efec-
tivo descubrimiento": la que se le concedió a Andrés Niño. Los
conquistadores, al establecerse en estas tierras, venían primor-
dialmente a ocuparlas, explotarlas y ser dueños y señores de
ellas. La búsqueda del estrecho dudoso era una circunstancia
particular, un medio para lograr el incentivo de riqueza que les
dominaba y una manifestación de su espíritu aventurero. Si el
móvil inmediato de los descubrimientos, exploraciones y funda-
ciones era la búsqueda de ese estrecho y luego, desaparecido su
mito, la del Desaguadero, el motor se reducía al incentivo de
lucro. La conquista, por tales razones, era una empresa militar.

Su otro aspecto, el misionero, corría parejo al lado de los


intereses económicos y políticos. Consistente en una cruzada re-
ligiosa, tuvo una influencia decisiva en la transformación del
alma indígena y contribuyó enormemente a que los indios asimi-
laran con cierta facilidad las diversas costumbres y usos del me-
dioevo español impuesto por los conquistadores. Pero quede
claro que la fe cristiana no fue aceptada por los indios sola-
mente por convicción o por la llamada actitud de "sumisión fa-
talista a las fuerzas naturales", sino también por presentarse uni-
da a la conquista material y por el mestizaje de la colonia que
facilitó su desarrollo.

Si se estudia a fondo el proceso de la conquista de Nica-


ragua, puede constatarse que constituye un ejemplo vivo de la
conquista de América. Aquí, como en pocas provincias, el lla-
mado siglo de la conquista se manifestó en todos sus sentidos
y caracteres. Uno de ellos fue el espíritu faústico que, alentado
por la sed del oro, produjo en la mentalidad de los conquista-
dores la ilusión de varias quimeras: la fuente rejuvenecedora de
la Florida, las siete ciudades de Cíbola, la región de El Dorado,
etcétera. Ese carácter no estuvo ausente: Fray Blas del Castillo,
durante la gobernación de don Rodrigo de Contreras, exploró
varias veces el cráter del volcán Masaya cuya lava, según él, era
oro derretido. La infructuosa búsqueda de esa quimera llamó la
atención a la gente de su tiempo y despertó la curiosidad de los
cronistas.
La conquista de Nicaragua, como la de México,, fue incom-
pleta. Toda la zona del Atlántico quedó sin conquistar y la del
centro de la provincia permanecía, hasta muy avanzado el siglo
XVIII, sin recibir los mejores resultados de la conquista mate-
rial y espiritual. Varias fueron las causas de este fenómeno: la
explotación del oro, las conquistas del Perú y Costa Rica y la
política de los reyes a favor de los indios; esta causa, con las Le-
yes Nuevas, paralizó el espíritu conquistador hacia la mitad del
siglo XVI.

Otro carácter de la conquista de América fue el haber pro-


ducido hombres de verdadera grandeza y audacia. La de Nica-
ragua, aunque en menor grado, también los produjo. Aquí hubo
conquistadores de hazañas incomparables, por no decir heroicas,
en aquellas circunstancias. Plasta se dió el caso de un conquis-
tador nacido en la provincia: el granadino Juan Dávila, cuya vida
es una lástima que haya sido ignorada por la mayoría de los his-
toriadores.

Señalar las crueldades, esclavitud y demás abusos cometidos


por los conquistadores, no impide que reconozcamos el saldo po-
sitivo de esta época, ya apuntado: las bases sobre las que se apo-
yaría la formación de nuestro pueblo. El estado cultural de nues-
tros aborígenes, caracterizado por su primitivismo, heterogenei-
dad y dispersión, fue transformado y así nació una cultura supe-
rior, homogénea y uniforme. Durante estos años,, pues, se inició
la conversión de los indígenas y la organización social de la pro-
vincia; con el mestizaje racial y la unificación lingüística, estas la-
bores integraron a Nicaragua dentro del vasto Imperio Español y
la cultura greco-romana y católica.

Hay que partir de la conquista para establecer los orígenes


de nuestra nacionalidad. Son los conquistadores los que comen-
zaron a construir Nicaragua. Gil González Dávila,, de conducta
limpia, franca y generosa, no fue un conquistador, sino un des-
cubridor. Nuestro primer conquistador fue Francisco Hernández
de Córdoba, fundador de Granada y León. Con él también lle-
garon los primeros misioneros. Diego de Agüero, el primer sa-
cerdote que llegó a Nicaragua con la expedición de González
Dávila, no pasó de ser un capellán; por muy positiva que haya
sido su obra evangelizadora, no se le puede tener por un misio-
nero, pues su estadía fue efímera. La actuación de López de
Salcedo, no obstante su usurpación, fue la de un verdadero con-
quistador: administró el territorio marcado por Pedrarias para
Nicaragua —desde el río Lempa, la villa y puerto de Trujillo y
el Cabo de Honduras en el norte hasta Nicoya en el sur— y
promovió las misiones evangelizadoras.
Sintiendo gran predilección por Nicaragua, Pedrarias Dávila
fue hasta cierto punto "el verdadero fundador del país". Por lo
menos separó a la provincia de la región de Castilla de Oro —co-
nectadas real y simbólicamente por la villa de Bruselas—, trazó
aproximadamente sus límites y "casi puede afirmarse —según
Coronel Urtecho— que le imprimió su propia fisonomía". Pe-
drarias, como Cortés en México, tuvo su vida en el Nuevo Mun-
do; durante sus últimos años la entregó totalmente a Nicaragua.
Perteneció más a esta provincia que a la España peninsular. Sus
antecedentes en la patria de su nacimiento no tienen ningún in-
terés para nosotros, ni para comprender el significado de su figu-
ra histórica. Pedrarias fue Pedrarias sólo en América. Aquí es-
tableció la autoridad formal circunscrita al territorio; inició, pues,
"una era de organización" en la provincia que fue su patrimonio
familiar y personal.

No sólo a lo anterior se limita la figura de Pedrarias. Falta


su aspecto negativo: el carácter intolerable e inhumano de su
gobernación —más despótica que la de López de Salcedo— y su
propia psicología dictatorial. Para el ecuánime historiador cos-
tarricense Ricardo Fernández Guardia, fue un "maestro en el arte
de asesinar, robar y esclavizar indios, cometer usurpaciones y
cortar cabezas". Por muy exagerada que parezca esta definición,
contiene mucho de verdad. Pedrarias además era vengativo —así
lo demostró al ejecutar a Núñez de Balboa y a Hernández de Cór-
doba— y pretensioso: no dejaba que nadie se entrometiera en sus
asuntos. El 2 de abril de 1529, en efecto, logró que una cédula
real prohibiera a Pedro de los Ríos, Gobernador de Castilla de
Oro, dejar la villa de Bruselas a su cuidado. La gente sólo podía
salir de la provincia con su autorización. Por eso el 9 de junio
de 1530 se le mandaba dejar salir libremente al que quisiera.
Hacía lo que le daba la gana e injuriaba a los subalternos. Por
todo se le tiene, según un historiador, "por un precursor o an-
tecedente del dictador hispanoamericano".

La rebelión de los Contreras fue movida por "un confuso


y oscuro instinto". Al igual que la de Gonzalo Pizarro, alentaba
"una trágica ambición y una desesperada nostalgia". Con ella ter-
mina la conquista y comienza la colonización. La significación
de las Leyes Nuevas estuvo en haber fundamentado la libertad
del indio y destruido las ambiciones feudales de los encomende-
ros; y también quizá, como lo apunta Coronel Urtecho, "sus po-
sibilidades de desarrollo económico y aún exponía a muchos, como
sucede siempre en estos casos, a la miseria". La rebelión de los
Contreras fue la consecuencia principal de esas Leyes, la reacción
de los conquistadores ante ellas. Sin el menor sentido idealista
de liberar a la provincia y con un móvil exclusivamente personal,
no puede ser incluida entre los movimientos precursores de la in-
dependencia. A lo dicho se limita el significado del "primer
grito de libertad en América", como bautiza a dicha rebelión don
Antonio Batres Jáuregui.

NOTAS

(1) Meléndez Ch., Carlos. "Seis documentos Fundamentales para la


historia centroamericana del siglo XVI". (Revista Conservadora del

(2) Ibíd, p. 24.


(3) "Toma de posesión que hace el Cap. Gil González Dávila en la mar
dulce o lago de Nicaragua. En Nicaragua a 12 de abril de 1523" en
Meléndez Ch., Carlos. Ibíd, p. 24.
(4) Fernández Guardia, Ricardo. Historia de Costa Rica. El Descubri-
miento y la Conquista. Tomo I. San José, Librería Alsina, 1933,
p. 58.
(5) "Contrato de Compañía para la conquista de Nicaragua a 22 de
septiembre de 1523" en Meléndez Ch., Carlos. Ibíd, pp. 25-26. Se
encuentra en el Archivo General de Indias, Justicia 1042, No. 2,
ramo 1 y aparece en Los Grupos de Conquistadores en Tierra Firme
(1509-1530). Universidad de Chile, Centro de Historia Colonial,
1962, pp. 128-131 del historiador chileno Mario Góngora.
(6) Pérez-Valle, Eduardo. El Desaguadero de la Mar Dulce; historia de
su descubrimiento. León, Editorial Hospicio, 1960, p. 22.
(7) Coronel Urtecho, José. "Historia de Nicaragua" (Revista de la
Academia de Geografía e Historia de Nicaragua, Año 1, Tomo 1,
No. 2, Managua, diciembre de 1960, p. 165).
(8) Cardenal, Ernesto. El Estrecho Dudoso. Madrid, Ediciones Cultura
Hispánica, 1966, p. 90.
(9) Díaz del Castillo, Bernal. Historia de la Conquista de la Nueva
España. México, Editorial Porrúa, 1967, p. 452.
(10) Díaz del Castillo, Bernal. Ibíd.
(11) Díaz del Castillo, Bernal. Ibíd, p. 457.
(12) Coronel Urtecho, José. Op. Cit., p. 164.
(13) Pérez-Valle, Eduardo. Op. Cit., p. 27.
(14) Blanco Segura, Ricardo. Historia Eclesiástica de Costa Rica. San
José, Editorial Costa Rica, 1967, p. 53.
(15) Pérez-Valle, Eduardo. Op. Cit., p. 61.
(16) Pérez-Valle, Eduardo. Ibíd., p. 62.
(17) Peralta, Manuel M. Costa Rica, Nicaragua y Panamá. París, 1883,
p. 94.
(18) Pérez-Valle, Eduardo. Op. Cit. Un resumen muy documentado del
descubrimiento del Desaguadero lo trae don Jorge A. Lines en su
" Integración de la Provincia de Costa Rica durante el Reinado de
Carlos V" publicado en Caballón en Costa Rica, San José, Imprenta
Nacional, pp. 20-23.
(19) Fernández, León. Historia de Costa Rica 1502-1821. Madrid, 1889,
p. 69.
(20) Fernández Guardia, Ricardo. Op. Cit., p. 81.
(21) Hoffner, Joseph. La Etica Colonial Española del Siglo de Oro. Ma-
drid, Ediciones Cultura Hispánica, 1957, p. 254.
(22) Pérez-Valle, Eduardo. Op. Cit., p. 35.
(23) Coronel Urtecho, José. Op. Cit., p. 167.
(24) Pérez-Valle, Eduardo. Op. Cit., p. 42.
(25) Ibíd., p. 43.
(26) Coronel Urtecho, José. Op. Cit., p. 168.
(27) Terán, Francisco. "Andanzas del fundador de Quito en tierras
de Nicaragua". (Revista Conservadora del Pensamiento Centroame-
ricano, vol. 16, No. 71, Febrero, 1967, p. 59).
(28) Ibíd., p. 60.
(29) Cuadra, Pablo Antonio. Breviario Imperial. Madrid, Cultura Es-
pañola, 1940, p. 120.
(30) Coronel Urtecho, José. Op. Cit., p. 176.
(31) Vázquez de Coronado, Juan. Cartas de Relación sobre la Conquis-
ta de Costa Rica. San José, Universidad de Costa Rica, 1964, p. 40.
Reproducción en offset de la edición de 1908 preparada por Ricardo
Fernández Guardia.
(32) Solórzano, Aníbal. "Nuestro cacique heroico nacional Nicaroguán".
(La Semana, Año 1, Núm. 6, Granada, 13 de septiembre de 1925.
p. 6).
(33) Valle, Alfonso. Interpretación de nombres geográficos e indígenas
de Nicaragua. (Revista Conservadora del Pensamiento Centroameri-
cano, vol. 10, No. 56, junio, 1864, Libro del Mes).
(34) Berríos Mayorga, María. Espigando. Managua, Editorial Recalde,
1953. (Contiene 13 "adaptaciones teatrales para representarse en
las escuelas, una de ellas sobre "Nicaroguán").
(35) Dávila Bolaños, Alejandro. "Semántica Nahuatl de las montañas,
cerros y volcanes de Nicaragua". (Revista Conservadora del Pen-
samiento Centroamericano, vol. 17, No. 81, junio, 1961, p.).
(36) Gámez, María A. Compendio de la Historia de Nicaragua. Octava
Edición. Managua, 1936, p. 52.
(37) Díaz del Castillo, Bernal. Op. Cit. p. 451.
(38) Vega Bolaños, Andrés. Documentos para la historia de Nicaragua.
Tomo primero. Madrid, 1954, p. 212.
(39) Vega Bolaños, Andrés. Ibíd, pp. 78-79.
(40) Ibíd, p. 189-192.
(41) Ibíd, p. 16-25.
(42) Ibíd, p. 28-71.
(43) Cardenal, Ernesto. Op. Cit., p.
(44) Las Casas, Fray Bartolomé. Brevísima Relación de la Destrucción
de las Indias. México, Secretaría de Educación Pública, 1945, p. 31.
(45) "Carta del Capitán Gil González Dávila a Su Magestad sobre el des-
cubrimiento de Nicaragua", dirigida desde Santo Domingo, Isla Es-
pañola, a 6 de marzo de 1424". (Revista de la Academia de Geo-
grafía e Historia de Nicaragua, Año 1, Tomo 1, Núm. 2, Managua,
Diciembre de 1936, p. 214).

(46) Fernández de Oviedo y Valdés, Gonzalo. Historia General y Na-


tural de las Indias. .. Tercera Parte. Tomo IV. (Revista de la Aca-
demia de Geografía e Historia de Nicaragua, Tomo IV, Núm. I I I ,
Managua, abril-diciembre de 1952, p. 211).
(47) Pérez-Valle, Eduardo. Op. Cit., p. 25.
(48) Fernández de Oviedo y Valdés, Gonzalo. Op. Cit., p. 211.
(49) Ibíd, pp. 211-212.
(50) Vega Bolaños, Andrés. Op. Cit., pp. 93-94.
(51) Fernández de Oviedo y Valdés, Gonzalo. Op. Cit., p. 236.
(52) Ramos Pérez, Demetrio. Historia de la Colonización Española en
América. Madrid, Ediciones Pegaso, 1947, p. 298.
(53) Hoffner, Joseph. Op. Cit., p. 222.
(54) Vega Bolaños, Andrés, Op. Cit., pp. 91-93.
(55) Láscaris Comneno, Constantino. "La Encomienda en Centroaméri-
ca". (Revista Conservadora del Pensamiento Centroamericano, vol.
X V I I I , No. 87, Diciembre, 1967, p. 17).
(56) Revista de la Academia de Geografía e Historia de Nicaragua. Año
I I , Tomo II, No. 1, Managua, septiembre de 1937, p. 29.
(57) Fernández Guardia, Ricardo. Op. Cit., p. 65.
(58) "Probanza de méritos y servicios de Juan de Mayorga, vecino de
Segovia". (Boletín del Archivo General del Gobierno, Guatemala,
Año VII, Núm. 4, julio de 1942, pp. 193-203).

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