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Los Orígenes.
Saber cómo nació este rito, es una cuestión de las más arduas de la historia litúrgica
y no se le ha dado todavía una solución definitiva. De todos modos, tres son las
hipótesis insinuadas por los historiadores, que llamaremos, respectivamente, efesina,
milanesa y romana.
a) La hipótesis efesina.
La más antigua de todas, propuesta antes por Lebrun y más recientemente por un
grupo de escritores ingleses, ve en la liturgia galicana una filiación directa de la liturgia
que estaba en uso en el Asia Menor, y especialmente en Efeso, importada a las Galias
después de la mitad del siglo II por los fundadores de la iglesia de Lyón.
b) Descartada Lyón.
c) Romana
El punto débil de esta tercera hipótesis está en la supuesta reforma que transformó
radicalmente la antigua liturgia romana. Si la reforma se verificó en realidad, es muy
extraño que un hecho tan importante no haya dejado ningún rastro en la historia,
porque se trata del cambio no de un rito cualquiera, sino de todo un complejo de ritos
litúrgicos relativos a la misa, al bautismo, a las ordenaciones, y de observancias
disciplinares relacionadas con el ayuno, la penitencia y el ciclo festivo; en suma, se
trata de una verdadera y propia consuctudo ecclesiae. No es cuestión, por lo tanto, de
insistir sobre una hipotética reforma litúrgica en Roma.
Los liturgistas modernos, por el contrario, y nosotros con ellos, al adoptar esta tercera
sentencia proponen de un modo diverso sus pruebas. Es cierto que la liturgia originaria
de los países transalpinos y cisalpinos fue importada de Roma junto con el Evangelio.
En la base, por lo tanto, de las llamadas liturgias galicanas existe un sustrato
fundamental común con la liturgia romana, derivado de ella y resto lejano del núcleo
litúrgico primitivo. Desde este punto de vista podían muy bien pertenecer al tipo
romano y llamarse, como hace Dix, otros tantos dialectos de la liturgia de Roma. Pero
no puede a la vez negarse que en, en determinadas épocas, España, las Galias y
Milán brindan un complejo de observaciones rituales, concordes del todo con las
iglesias orientales, sobre todo con la de Antioquía; y totalmente distintas de la de
Roma.
Así, pues, queriendo dar razón de tal fenómeno y éste decimos nosotros que se
presenta corno un hecho tan complejo, que no puede darse una explicación única para
todos los cambios. Estos no pudieron venir ni todos de un golpe ni todos de un mismo
autor o de un mismo centro de irradiación.
Diversas son, en efecto, las causas que pudieron haber conducido a una lenta y
gradual infiltración de ritos greco-orientales en las liturgias galicanas, que vinieron a
alterar su fisonomía original romana. Esto fue obra de varios obispos de nacionalidad
griega que gobernaron importantes iglesias de Italia, como Milán y Rávena, antes de
la mitad del siglo IV, y de no pocos obispos arríanos orientales, que se infiltraron en
Occidente con su clero, especialmente durante el dominio bizantino; las
peregrinaciones a Tierra Santa, muy frecuentes en los siglos VI y VII; el influjo de la
larga estancia en Oriente de obispos católicos occidentales; la dominación de los
bárbaros ostrogodos, convertidos en Oriente en su mayor parte al arrianismo, hecho
que se dejó sentir en Occidente en la época en que surgieron las diferencias litúrgicas
llamadas galicanas; la influencia de los monasterios fundados por Casiano (435),
discípulo de San Juan Crisóstomo, que llegó a Marsella el año 415 con todo el bagaje
de los ritos monásticos y litúrgicos orientales, ritos que pasaron fácilmente de Marsella
y Lerins a Arles con San Honorato (429) y a Lyón con San Euquerio (455) monjes los
dos de los monasterios de Lerins.
Finalmente, no debemos creer que todos los ritos galicanos hayan nacido o hayan
sido importados al mismo tiempo. Faltando manuscritos litúrgicos verdaderamente
antiguos, quién puede decir con seguridad qué fórmula o qué ceremonia pertenezca
más bien al siglo V que al VI o al VII. Una exposición bastante ordenada de los ritos
galicanos merovingios se encuentra por vez primera en las cartas atribuidas a San
Germán (576); pero éstas, como dijimos, fueron escritas hacia finales del siglo VII.
Por último, no debe insistirse demasiado en la tenacidad romana. En el siglo II, como
atestigua San Justino, el beso de paz se daba antes del ofertorio; después
desapareció de tal forma, que Inocencio I, dos siglos después, no dudó en llamar
"tradición apostólica" al uso sostenido de cambiarlo antes de la comunión. Dígase lo
mismo de otros muchos ritos, algunos de los cuales provinieron del Oriente.
Las liturgias galicanas son un producto del intercambio sociológico de los valores,
ceremonias y ritos regionales influenciado por la cultura litúrgica del Asia menor. La
Galia, España, los países del Norte y, en parte, también la Italia superior,
abandonadas las auténticas tradiciones litúrgicas latinas por haber estado
prácticamente sin un contacto regular con Roma y expuestas a los influjos de la
civilización bizantina, predominante en Occidente, elaboraron distintamente, según la
índole de los respectivos pueblos, un complejo de elementos romanos, indígenas y
greco-orientales, que condujeron poco a poco a la formación de las llamadas liturgias
galicanas.
Fuentes y textos.
c) Las obras de San Cesáreo, obispo de Arles (+ 543), muy ricas en datos litúrgicos.
a) El Missale gothicum, de principios del siglo VIII, escrito, como opina Duchesne,
para uso de la iglesia de Autun. Junto con las fórmulas galicanas contiene algún
elemento romano, como una Missa quotidiana romana, mutilada al final.
c) Las Misas, de Mone. F. J. Mone publicó en 1850 una colección de once misas
galicanas, sacadas de un palimpsesto de Reichenau de la primera mitad del siglo VII.
El manuscrito, por una nota puesta al margen, pertenece a Juan II, obispo de
Constanza (760-781). Se trata, según Wilmart, de un libellus missarum que contiene
solamente siete misas, de carácter escuetamente galicano, sin mezcla alguna de
elementos romanos; cada misa tiene dos contestaciones (prefacios), a elección del
celebrante. Es notable también una misa compuesta toda ella en exámetros.
d) Los fragmentos de Peyron, Mai y Bunsen, los dos primeros de los cuales fueron
hallados en la Ambrosiana de Milán y el tercero en San Galo, y algunos otros
recientemente descubiertos.
e) El Leccionario de Luxeuil, del siglo VII, que contiene las tres lecciones (profética,
epístola, evangelio) de cada misa del año litúrgico, comenzando por la Navidad. Es
completamente galicano y, según Morin, debía pertenecer a la iglesia de París. Va
unido a este otro vetusto leccionario galicano de los siglos V-VI, que A. Dold lo ha
descifrado pacientemente de un palimpsesto de Wolfenbvttler. Como el de Luxeuil,
contiene una triple lectura para cada circunstancia litúrgica; más todavía: pone
también la indicación del salmo (gradual) que corresponde cantar.
h) El Misal de Bobbio. Pongamos por último este texto en la serie de los textos
galicanos, aunque no todos lo consideren como tal, dado su carácter singular de ser
una fusión muy mal hecha de elementos galicanos y romanos. Comienza, por ejemplo,
con una missa romensis cotidiana, cuyo orden es completamente galicano hasta el
prefacio (colecta, oratio post nomina, ad pacem, etc.); al prefacio, sin embargo,
sucede el canon romano con las partes, se entiende, relativas a los dípticos, que
vienen así a aparecer dos veces en la misa. El misal, que no es, como los anteriores,
un simple sacramentario, sino que recoge textos de diversas clases, proviene de
Bobbio y se remonta, según la opinión más común, al siglo VII.
Para dar una idea clara de la misa, como debía celebrarse en las iglesias filiales del
rito galicano durante el período que va del siglo VI al VIII, damos a continuación una
detallada descripción de ella, sirviéndonos de los libros litúrgicos antes mencionados
e insertando debidamente ejemplos de algunos textos para conocer mejor el estilo
prolijo, oratorio, de los formularios galicanos, en neto contraste con la sobria concisión
romana.
Después del saludo del obispo, Dominus sit semper vobiscum, al que respondía el
pueblo Et cum spiritu tuo, seguía el trisagio en griego y en latín. Esta práctica no debía
de ser muy antigua, porque el concilio de Vaison (529) recomendó que se introdujese
en todas las misas. Después, tres niños cantaban al unísono el Kyrie eleison, seguido
del cántico Benedictus a dos coros. Una collectio post prophetiam terminaba esta
parte introductoria. Pongamos, por ejemplo, la de la fiesta de la Circuncisión,
advirtiendo que, según el rito galicano, la colecta era precedida por una alocución a
los fieles, llamada en aquellos libros litúrgicos praefatio.
Praefatio Missae. — Christo Domino nostro, qui pro nobis dignatus est.carne nasci,
lege circumcidi, flumine baptizari, in hac octava nativitatis eius die, qua in se
circumcisionis sacramentum secundum praecepti veteris formara agí voluit,.fratres
carissimi, humiliter depraece.mur ut intra Ecclesiae uterum nos vivantes quotidie
recreatione parturiat. quosque in nobis sua forma, in qua perfecte aetatis plenitudinem
teneamus, appareat. Cordis nostri preputia, quae gentilibus vitiis excreberunt } non
ferro sed spiritu circumcidat; doñee carnali incremento, facinoribus amputatis, hoc
solum in natura nostra faciat vivere; quod sibi et serviré yaleat et placeré. Quod ipse
praestare dignetur qui fum Patre et Spiritu Sancto vivit et regnat.
Venían después las lecturas en número de tres: la primera, del Antiguo Testamento;
la segunda, de las epístolas de los apóstoles, reemplazadas en las fiestas de los
santos por la narración de su vida y seguida per el canto intercalado del Benedicite
omnia opera Domini, el cántico de los tres jóvenes en el horno y el responsorio
gradual; la tercera lectura, la del evangelio, era mucho más solemne: una procesión
con siete cirios llevaba el libro santo hasta el ambón, mientras repetía el coro otra vez
el trisagio. Leído el evangelio, volvía la procesión al altar. En este momento el obispo
predicaba la homilía; a falta de él podían predicar los sacerdotes, y si llegaban a faltar
éstos, se autorizaba a un diácono para leer algún sermón de los Santos Padres.
Después del sermón venía la plegaria litánica, entonada por el diácono y contestada
por el pueblo.
Los libros merovingios no nos han conservauo el texto; pero conocemos la del misa
en irlandés de Stowe (siglos VII-VIII), colocada, sin embargo, entre la epístola y el
evangelio, clara traducción de una antigua letanía diaconal. He aquí una prueba:
Dicamus omnes: "Domine, exaudí et miserere, Domine, miserere" ex toto corde et ex
tota mente. Qui respicis super terram et facis eam tremeré. — Oramus te, Domine,
exaudí et miserere. Pro altissima pace et tranquillitate temporum nostrorum. pro
sancta Ecclesia catholica quae a finibus usque ad términos orbis terrae. — Oramus...
Pro pastore nostro episcopo, et ómnibus episcopis, et presbyteris, et diaconis, et omni
clero. — Oramus... Pro hoc loco et ómnibus inhabitantibus in eo, pro piissimis
imperatoribus et omni romano exercitu. — Oramus... Christianum et pacificum nobis
finem concedí a Domino precemur. — Praesta, Domine; praésta...
La letanía diaconal se terminaba con una oración que en el misal gótico lleva el
nombre de collectio post precem. He aquí la de la fiesta de Navidad: Exaudí, Domine,
familiam tibí dicatam et in tuae Ecclesiae gremio in hac hodierna solemnitate nativitatis
tuae congregatam, ut laudes tuas exponat. Tribue captivis redemptionem, caecis
visum, peccantibus remissionem, quia tu venisti ut salvos facías nos. Aspice de cáelo
sancto tuo; et illumina populum tuum quorum animus in te plena devotione confidit,
Salvator mundi. Qui vivís... En este momento se reunían los paganos, los
catecúmenos y los penitentes. La presencia de estos últimos, según la costumbre
bizantina, era tolerada hasta después de la letanía, mientras en el rito latino los
despedía antes.
La misa de los fieles no comenzaba con la ofrenda de los dones, hecha por el pueblo
como en el rito romano. Las oblatas se preparaban con antelación y el diácono las
llevaba solemnemente al altar, teniendo el pan encerrado en una caja turriforme, el
vino en un cáliz y todo cubierto por un precioso velo. Mientras lo transportaba, se
cantaba el Sonus, un canto análogo al Cherubicon bizantino. Colocadas las oblatas
sobre el altar y depositada un poco de agua en el vino, se volvía a cubrir todo con un
gran velo al canto de las laudes, que consistía en un triple Alleluia. El sacerdote rezaba
al mismo tiempo una plegaria análoga llamada praefatio.
Terminado el ofertorio, se leían los dípticos, los de vivos y los de difuntos. Una prueba
de ello nos da la siguiente fórmula de la liturgia mozárabe: Offerunt Deo oblationem
sacerdotes nostri (es decir, los obispos de España), papa Romensis et reliqui, pro se
et omni clero ac plebibus ecclesiae sibimet consignatis vel pro universa fraternitate.
Item offerunt universi presbyteri, diaconi, clerici ac populi circumstantes, in honorem
sanctorum, pro se et pro suis. Offerunt pro se et pro universa fraternitate. Pacientes
commemorationem beatissimorum apostolorum et martyrum, gloriosae sanctae
Mariae Virginis, Zachariae, loannis, Infantum, PetrL Pauli, loannis, lacobi, Andreae,
Philippi, Thomae, Bartholomaei, Matthaei, lacobi, Simonis et ludae, Matthiae, Marci et
Lucae. Et omnium martyrum. ítem pro spiritibus pausantium. Hilarii, Athanasii, Martini,
Ambrosii, Augustini, Fulgentii, Leandri, Isidori, etc. R Et omnium pausantium.
Todos después se daban el beso de paz, mientras el sacerdote recitaba una plegaria
análoga, la collectio post pacem. Omnipotens aeterne Deus, qui hunc diem
incarnationis tuae et partum B. M. Virginis consecrasti; quique discordiam vetustam
per transgresionem ligni veteris cum Angelis et hominibus per incarnationis mysterium,
lapis angularis, iunxisti, da familiae tuae in hac celebritate laetitiae; ut qui, te consortem
in carnis propin quítate laetantur, ad summorum civium unitatem. super quos corpus
evexisti, perducantur; et semetipsos per externa complexa iungantur, ut iurgii non
pateat interruptio; qui, auctore, gaudent in sua natura per carnis venisse contubernium,
quod ipse praestare digneris, qui cum Patre...
Seguía a la immolatio el canto del Sanctus, como en todas las liturgias. Después
del Sanctus, el sacerdote recitaba una breve fórmula de transición, que servía para
unirlo con el relato de la consagración, llamada por esto post Sanctus. He aquí el de
la Circuncisión: Veré sanctus, veré benedictus Dominus noster lesus Christus Filius
tuus, qui venit quaerere et salvum faceré quod perierat. Ipse enim, pridie quam
pateretur...
La fracción del pan, que venía inmediatamente, revistió para algunos una complejidad
que resultaba supersticiosa. Ciertos sacerdotes, en efecto, disponían las partículas en
la patena de forma que venían a formar casi una figura humana. Desde el 558, Pelagio
I, en una carta a San Pablo, obispo de Arles, había ya canonizado esta práctica; pero
en el 567, el concilio de Tours la condenó formalmente y ordenó disponer las partículas
en forma de cruz, a excepción de la que se depositaba en e1 cáliz. Durante esta
ceremonia, que requería cierto tiempo, cantaba el coro un canto antifonal. Terminado
el canto se decía la oración dominical, encuadrada, como en todas las liturgias, por
un breve preámbulo y un embolismo sobre el Libera nos a malo, uno y otro variables
en cada misa. He aquí dos textos de la fiesta de la Circuncisión: Ante orationem
Domini. Omnipotentem sempiternum Dominum deprecemur, ut qui in Domini nostri
lesu Christi circumcisione tribuit totius religionis initium perfectionemque constare, det
nobis in eius portione censeri in quo íotius salutis humanae summa consistit; et
orationem quam nos Dominus noster edocuit, cum fiducia dicere permittat. Pater
noster...
Post orationem Dominicam. Libera nos a malo, omnipotens Deus et praesta; ut incisa
mole facinorum, sola in nos propitiam incrementa virtutum. Per Dominum nostrum.
El Pater lo recitaba no sólo el celebrante, sino también todo el pueblo, según el rito
griego.
La misa terminaba con una fórmula de gozo. El Misal de Stowe trae ésta: Missa acta
est. In pace! Sabemos por San Cesáreo que la misa se celebraba generalmente
después de tercia y duraba lo máximo un par de horas.
Características principales1
El rito galicano tiene cuatro peculiaridades, que son:
1. Nunca llegó a realizar una labor de decodificación uniforme de sus libros litúrgicos,
sino que se limito a ser un complejo de actividades locales distintas sin una
verdadera coordinación entre ellas.
1
Abad Ibáñez. Pág. 41.
2. La plegaria eucarística, incluye elementos variables tanto preconsecratorios como
posconsecratorios, pero sin estar articulados entre si
2
Abad Ibáñez. Pág. 40
BIBLIOGRAFÍA
LIBROS DE TEXTO:
PÁGINAS WEB: