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La claridad

Claridad es un adjetivo que singifica nitidez. Por ejemplo, una persona se comunica claramente
cuando expresa de un modo asertivo, sin dar rodeos, cuál es su mensaje. La claridad en el
contexto de la comunicación interpersonal muestra ausencia de confusión en la comunicación del
mensaje y en el entendimiento que el receptor tiene por parte de este.

La claridad también puede estar vinculada con el conocimiento de uno mismo. En concreto, una
persona puede poner en claro cuáles son sus sentimientos y sus ideas tras atravesar un periodo de
confusión. Existen ejercicios especialmente saludables para poner las ideas en orden: practicar la
meditación, realizar yoga, caminar por un entorno natural, escribir en un diario, charlar con un
amigo de confianza, hacer una terapia psicológica... Y por supuesto, dar tiempo al tiempo, que con
frecuencia pone las cosas en su lugar.

Aunque parezca que no, la comunicación es un proceso complejo. De hecho, es más fácil
malinterpretar a alguien que entender, exactamente, lo que quiere decir. Por eso el mensaje debe
exponerse de forma clara y calmada, especialmente cuando la hora del cierre se acerca y la
presión hace mella sobre todos los periodistas de la redacción. Los argumentos han de plantearse
de manera organizada para que resulten comprensibles, creíbles y atractivos. Joaquín Lorente
afirma que “las personas que mejor comunican son aquellas que, teniendo algo interesante que
contar, se explican llanamente, con claridad y con sencillez. (…) lo que no se entiende puede
agradar y ser admitido como puro entretenimiento, pero ni se acepta ni se encaja en las
conveniencias o en los hábitos de vida”.

La claridad es vital porque cuando no entendemos a alguien, tendemos a interpretar lo que quiere
decir. A veces, esta habilidad humana, la de interpretar a otros, dificulta el entendimiento porque,
si nos equivocamos en la interpretación, lo que estamos haciendo es crear ruido. Xavier Guix lo
explica así: “Esta habilidad ha sido crucial para nuestra supervivencia y ha permitido la
comunicación simbólica interindividual. A su vez, el hecho de poder interpretar las acciones de
nuestros congéneres nos lleva al desastre comunicativo. Sobre todo porque a veces nos
relacionamos con el otro no a partir del conocimiento de sus intenciones y deseos sino a partir de
nuestras presuposiciones sobre las que creemos que son sus intenciones y deseos. Y no sólo eso:
además contrastamos sus intenciones con las nuestras y en función del resultado valoramos la
situación, siendo ésta una percepción emocional”.
Claridad en los sentimientos
Una persona que tiene dudas sobre su relación de pareja puede tomarse un tiempo en la
relación para clarificar cuáles son sus verdaderos sentimientos. Del mismo modo, una
persona que atraviesa una crisis personal o profesional, puede necesitar meditar al respecto
para poner luz en sus ideas y avanzar en una dirección. Una persona necesita poner sus
ideas en orden cuando siente dudas de algún tipo.

En una sociedad en la que la prisa es una tónica habitual en el estilo de vida de las personas
es muy importante encontrar espacios para la calma y la reflexión. Es fundamental meditar
después de una vivencia. La claridad es la luz emocional. La claridad es un valor personal
muy importante que permite avanzar en el camino de la vida mostrando una coherencia
entre pensamiento, sentimiento y acción.

Como transparencia y forma de confianza


La claridad también remite a la transparencia personal, es decir, a la sinceridad y la
honestidad de aquel que no tiene segundas intenciones en sus actos sino que mira de frente
al otro. Existen gestos que son contrarios a la claridad, por ejemplo, la mentira.

Esta honestidad con uno mismo y con los demás produce beneficios positivos a corto y a
largo plazo: el bienestar anímico, la serenidad, la paz interior, la ausencia de
preocupaciones y de miedo. Por el contrario, la confusión produce inquietud, intranquilidad
y miedos. Desde el punto de vista de la felicidad es muy importante que tengas claro qué
quieres.

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