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Las fronteras de la Psicología...

hacia una Psicología sin fronteras1


Norma Maldonado, Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico
Ramón Soto Martínez, Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico
Carmen Inés Rivera Lugo, Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico
Luis Raúl Sánchez Peraza, Colegio Universitario Tecnológico, UPR, Ponce,
P.R.

El título de nuestra presentación Las fronteras de la psicología…hacia una


psicología sin fronteras plantea dos propociones: asumir las fronteras al interior y al
exterior de la disciplina, que han ido marcando, diferenciando y separando el quehacer
intradisciplinar, distanciándolo, además de otras áreas del quehacer interdisciplinar, y la
propuesta de trascender dichas fronteras, con la incertidumbre que toda propuesta
prospectiva supone. Para hacerlo, nos parece necesario comenzar esta reflexión
partiendo de la modernidad como referente histórico de nuestra disciplina y profesión.
En torno a la modernidad y la psicología
Resultaría una epopeya ingente intentar nombrar la infinidad de foros donde se ha
examinado la relación Modernidad/Psicología. Por ello no pretendemos, en estos pocos
minutos, profundizar incisivamente en ésta relación, sino hacer un acercamiento profano
a algunos aspectos inmediatos que nos preocupan, como profesionales con visión de
futuro. En este sentido, no nos consideramos expertos en la materia, pero sí psicólogos
que creemos en lo que hacemos y que somos conscientes de lo mucho que nos falta por
aprender.
Asumiendo lo anterior, sabemos y reconocemos que la relación
Modernidad/Psicología ha sido discutida por grandes pensadores desde múltiples puntos
de vista, que van desde la epistemología hasta la teología. En diversidad de análisis, la
relación ha sido deconstruida, diseccionada y vuelta a construir hasta el punto de
hacernos comprender su interdependencia conceptual. Al día de hoy, no es posible hablar
de la Psicología y su historia al margen del pensamiento moderno, ni tampoco de la
Modernidad y su historia sin tomar en cuenta su impacto en la conciencia humana como
fenómeno psicológico. Desde una perspectiva no lineal de la historia (Foucault, 1968,
1970) ocurre un fenómeno de retroinformación en el que, tanto la Psicología como la
Modernidad, se constituyen mutuamente. En una especie de doble hélice, como aquella
que forman los genes en el DNA, la constitución y la construcción de la psicología como
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Trabajo presentado en el 30mo. Congreso de la Sociedad Interamericana de Psicología, en Buenos Aires,
Argentina, del 27 al 30 de junio de 2005.
ciencia teórica y como profesión, ha estado determinada por los postulados
epistemológicos de la modernidad. Afirmación que ha sido muy discutida en la literatura
post-crisis (López, 1988) Asimismo, la psicología de las personas, y su expresión como
ciencia teórica y como práctica profesional, han contribuido al dominio epistemológico
de dichos postulados. Las personas, y los psicólogos como personas al fin, hemos
defendido, reproducido y fomentado la praxis moderna. Esto, a pesar de las críticas que,
a partir de las investigaciones en el área de la sociología de la ciencia en la década de los
60 (Berger y Luckmann, 1967), acusan la adopción aséptica y ahistórica de tal praxis en
las ciencias sociales, especialmente la imitación del modelo de las ciencias naturales.
Esta situación ha sido posible, en su mayor parte, porque aquellos aspectos
fundamentales del pensamiento humano, lo que viene a ser el contenido cognoscitivo de
la mente humana, según la psicología, son ideológicamente modernos. En este sentido,
creemos importante señalar que nos encontramos ante un aspecto que muchas veces ha
sido omitido en la reflexión de la modernidad desde la psicología; la modernidad no es
sólo una metaestructura ideológica que se impone como unas reglas o un método para
hacer ciencia, sino que también, y al mismo tiempo, la modernidad es nuestras
conciencias. Es la estructura cognoscitiva de nuestro pensamiento, que nos permite tener
la certeza que entendemos el mundo, porque todavía pensamos que éste siempre responde
a los postulados de Newton escritos en el siglo XVI. Entonces, tenemos, por un lado, la
modernidad como postulación epistemológica, determinando la praxis psicológica, y, por
otro lado, la psicología de las personas, ideológicamente moderna, que responde y se
aferra la necesidad de tener certeza psicológica (Jiménez-Burillo, 1997).
Ante este panorama de doble hélice complejamente interrelacionada, queremos
conducir nuestro análisis de futuro hacia la transformación de esta situación. Como
primer paso creemos oportuno comprender cuales son las fronteras de las que queremos
liberarnos. Para tal menester es imprescindible entender que las fronteras de las que
hablamos, no son sólo las fronteras desde afuera, sino también aquellas que se elaboran y
se reproducen al interior de la psicología. Desde afuera para separar la psicología de
otras disciplinas/profesiones, como modo de articular su identidad, y al interior,
marcando áreas/territorios, como modo de articular identidades subdisciplinares.

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Entendemos necesario, de cara a los tiempos actuales, combatir todo tipo de
fronteras de la psicología, físicas, ideológicas, estructurales, que pretendamos asumir
como fijas, como naturalmente definitorias... No se trata de no elaborar deslindes,
necesarios en algunas instancias, para el ordenamiento del quehacer. Se trata de asumir
esos bordes contextual y relativamente, como membranas, por demás lábiles. Para
demostrar nuestra preocupación, abordaremos: en primer lugar, la función social de la
Psicología, la cual, muchas veces, ha sido ella misma una frontera, sirviendo como
instrumento de control social, al decir de Braunstein y Martín-Baró (1986); en segundo
lugar, la praxis dogmática de la Psicología, particularmente la designada clínica, en la
que los discursos patologizantes, autoritarios e inflexibles reducen la complejidad
humana a la sistematización diagnóstica.; y, en tercer lugar, la formación de las
fronteras ideológicas de la Psicología, las que, principalmente desde institutos,
universidades, centros y experiencias de nuestra formación académica, han logrado que
se alojen y se reproduzcan en nuestro pensamiento muchas fronteras que sólo existen en
nuestro pensamiento. Es menester aclarar que, por razones de tiempo y espacio sólo
apuntaremos algunas de ellas, con la intención de generar su discusión y reflexión.
Ibáñez (1991) propone que la asunción acrítica e ingenua de los supuestos de la
modernidad por parte de la psicología hicieron de ésta un dispositivo peligrosamente
autoritario. Creer que la realidad existe al margen de cómo la accedemos y que existe un
modo privilegiado para conocerla, tal como es, son, en sus palabras, “ingenuidades
peligrosas”. Proponemos que tales creencias se erigieron y aun se erigen como fronteras,
que, por un lado legitiman la creencia en la existencia natural de unos fenómenos
psicológicos, con independencia de la elaboración que de ellos hacemos, nosotros, los
psicólogos. Al hacerlo esconden las determinaciones históricas, culturales, prácticas que
posibilitan y legitiman unos saberes psicológicos por sobre otros. Por otra parte, el
reclamo de una forma de conocer la realidad psicológica, como el modo privilegiado de
accederla (la objetividad), separa al sujeto de la psicología (profesional y público) de su
producción. Lo anterior resulta en unos profesionales psicólogos a quienes sólo nos toca
dar cuenta de la realidad psicológica de aquellos con quienes trabajamos, y en unos
pacientes-clientes que deben acatar la verdad que dictamos objetivamente. Veamos, muy

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someramente, algunas de las maneras como se fortalecen tales fronteras en los escenarios
clínico y de formación profesional.
La sicopatología, la medicalización y la función social de la Psicología como fronteras
La psicología, en su intento de ponerse al lado de las ciencias naturales y en su afán
de ganar respeto y legitimidad, asumió el discurso de la neutralidad y la objetividad
científica. Discurso que la distancia de la naturaleza subjetiva del quehacer humano
y la cierra frente a otros campos del saber con una relativa separación e
incomunicación.
Este posicionamiento ideológico de la psicología ha supuesto la conformación de
diversas instancias claramente definidas.
Una de estas instancias o áreas disciplinarias ha pretendido dar cuenta de
pensamientos y comportamientos del ser humano que no son cónsonos con lo
socialmente aceptado, con lo que se considera común. Es decir, la locura, que se ha
significado históricamente desde posesión de entidades, castigo de los dioses, desorden
sobrenatural, enfermedades del alma, pecado, como prueba y testimonio de la falta de
Dios, presencia de espíritus malignos o demonios, como vicio, falta o carencia, defecto,
incapacidad, desequilibrio, animalidad, como alienación, opuesto a la razón hasta
desorden social, desorganización de la familia y peligro para el estado, devino
sicopatología en la modernidad.
El surgimiento de la sicopatología en la época moderna supuso y sigue
suponiendo una práctica interdisciplinaria que posibilitó y posibilita, por una parte, la
apertura de las fronteras a otras áreas disciplinares, al crecimiento de áreas que conectan,
que establecen puentes y abren nuevas perspectivas de conceptualizacion y aplicación.
Pero a costa de ello, ha demandado el cierre a otras áreas y el estrechamiento al interior
de la disciplina en torno a los acercamientos y procedimientos de las
llamadas”psicologías objetivas” para asegurar la unidad, la homogeneidad, la estabilidad
y la armonía (Vezzetti, 1998) con el riesgo de la inmovilidad (anquilosamiento) de la
disciplina y el aniquilamiento de la pluralidad
La sicopatología como diagnóstico (psicodiagnóstico), responde al lenguaje o
discurso médico y se instala como estructura de exclusión para la protección de la
sociedad, la atención y la recuperación que, desde el lenguaje médico, corresponde al

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tratamiento El psicodiagnóstico es el fundamento del clínico para la elaboración del plan
de acción o tratamiento. Los esfuerzos en esa dirección se han encaminado a atender
más que a entender la enfermedad, el sufrimiento desde un acercamiento sintomático y
remediativo que no puede dar cuenta de la complejidad de la vida psíquica y la
subjetividad. Hay ahí otra de sus fronteras: la instauración de un discurso autoritario,
discurso desde el poder y el control social en el que la razón domina la locura
minorizándola como un estado primitivo o infantil que debe ser vigilado (Foucault, 1968)
El concepto moderno de la locura, de la enfermedad, no la significa como una
incapacidad de la persona, pero si como una entidad en sí misma, por lo que puede ser
diferenciada y clasificada tomando en consideración sus causas externas, su localización
anatómica y sus alteraciones. Esta perspectiva nosológica que supone la clasificación de
la locura, del sufrimiento, descansa/se apoya en los fenómenos observables por los
cuales la enfermedad se manifiesta. Desde esta perspectiva la sicopatología deviene
medida lineal, como causalidad lineal y cuantificable, reduciendo el entendimiento del
dolor humano a criterios estadísticos, valorativos y clínicos. Supone a su vez una
tendencia a la simplificación y a la objetivación de los problemas que parecería reducir la
vida psíquica y los problemas sociales a una inadecuación de los comportamientos
respecto al ideal de normalidad, respecto a los parámetros esperados y determinados en
un contexto particular. Ser, pensar y actuar de forma diferente se sitúa como variante,
como desviación, como amenaza y se sitúa además dentro del terreno de lo
diagnosticable, de lo patológico, obviando que el comportamiento debe contextualizarse
en función de la historia del sujeto (Gómez, 2005)
El establecimiento de categorías desde una mirada de la enfermedad mental como
una entidad natural y atemporal, ha posibilitado todo un andamiaje de intervención y
acciones, desde visiones positivistas y empíricas, dirigidas a refrenar y ajustar la
expresión de la emoción y la afectividad en aras del control y de la adaptación sin dejar
espacio a la diversidad.
En este intento por abordar los límites de la psicología nos acercamos a un debate
que ha ocupado un lugar central durante las últimas décadas del siglo XX y que continua
en el siglo XXI: la medicalización. La medicalización deviene ejemplo de lo que
indicábamos anteriormente cuando aludíamos, como Vezzetti (1998) a prácticas

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interdisciplinarias que si bien aperturan la disciplina a otras áreas disciplinares, y abren
nuevas perspectivas de conceptualización y aplicación, demandan, por otro lado, otras
fronteras, las de las llamadas”psicologías objetivas”, con el riesgo de la inmovilidad
(anquilosamiento) de la disciplina y el aniquilamiento de la pluralidad.
La medicalización, como alternativa propuesta para el manejo del abuso de sustancias y
la drogodependencia como problemas psicológicos, constituye la base de lo que hemos
denominado una Sociedad Farmacéutica. Fenómeno tal que sugiere la posible
emergencia de unas otras fronteras, al interior de la Psicología, que, quizás sin
pretenderlo, religitiman peligrosamente, la práctica profesional clínica como dispositivo
autoritario (Ibánez, 2001)
Nuestro argumento parte de la premisa que sostiene que la transformación de los
modos de vida supone, a su vez, la transformación de las relaciones de los seres con otros
seres humanos y de las relaciones que los seres humanos establecen con los objetos. El
siglo XX atestiguó cambios dramáticos en los modos de vida. El desarrollo de una
infraestructura económica, como parte del modelo del estado keynesiano o el estado
benefactor, supuso también el surgimiento de grandes cambios. Pudiera pensarse que lo
que nos interesa a los psicólogos es el impacto que tales cambios tuvieron en la forma de
relacionarse los seres humanos entre sí. Pretendemos plantear que ambos aspectos son
indisociables el uno del otro. Incluso, estos aspectos son, a su vez, indisociables de un
tercero que se encuentra a la base de la Sociedad Farmacéutica.
Una de las principales tales transformaciones, a nuestro entender, son los cambios
en las técnicas del cuerpo (Volli & Mausse, 1988) El cuerpo es la primera herramienta u
objeto que aprendemos a manipular. El aprendizaje de unas técnicas del cuerpo esta
mediado socialmente. Es decir, nuestras formas de caminar, comer, dormir, hacer el amor,
entre otras, son patrones o configuraciones de eventos que operan como dispositivos
culturales en nuestra representación del cuerpo.
Podemos entonces aventurarnos a afirmar que las transformaciones en los modos
de vida también deben incidir en la transformación de las relaciones entre los
componentes y los eventos que incluimos en nuestras representaciones del cuerpo. Cómo
nos representamos a nosotros mismos y cómo la imagen corporal media entre el Sujeto y
el mundo, nos parece de vital importancia para examinar el impacto del desarrollo de un

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modo de consumo capitalista. Es en este renglón donde se ubica nuestro planteamiento en
torno a la Sociedad Farmacéutica y las implicaciones para la llamada medicalización de
la droga.
Para captar tales implicaciones es necesario abordar la distinción entre señal y
estímulo. Es la atribución de significado al evento que incluimos en la representación del
cuerpo lo que lo transforma en una señal. Un evento, como por ejemplo, el doblez de las
paredes del estómago, es un estímulo. Tal estímulo se constituye en señal de hambre una
vez le es atribuido tal significado. Y es el significado atribuido lo que mediará en las
relaciones que se establecen entre los eventos y los componentes que incluimos en
nuestra representación del cuerpo. Tales significados son mediados socialmente y son el
resultado de patrones de aprendizaje adquiridos culturalmente.
En tanto estructura conceptual de la psicología, la noción de motivación
contempla el impacto de los ciclos de vida en la actividad de una persona. En términos
generales, la motivación ha sido definida como el vínculo entre el pensamiento y la
acción o, dicho de otro modo, todo aquello que antecede a la acción. Entre los ciclos
vitales se incluye al hambre, la sed, el sueño, el sexo y el control de la temperatura.
Todos son evaluados a partir de modelos homeostáticos en los cuales la actividad humana
va dirigida a eliminar el cambio o a cancelar el desequilibrio. Todos estos ciclos vitales
suponen que la actividad humana está orientada a devolver o regresar al sistema a un
estado de ausencia de cambio.
Sin embargo, tales modelos de homeostasis, entendida como ausencia de cambio,
han sido recientemente cuestionados. La psicología, tradicionalmente, ha visto el cambio,
la fluctuación en el funcionamiento del cuerpo, como señal de deterioro o de
envejecimiento. En su lugar, algunos modelos resignifican la noción de homeostasis para
proponer que la fluctuación o el cambio constituyen una señal de salud.
En las adicciones, por ejemplo, el ciclo de la dependencia propone que “la cura” o el
alivio que se experimenta al consumir sustancias, persigue hacer desaparecer los cambios
en el funcionamiento corporal que son significados como los síntomas que acompañan al
Síndrome de Abstinencia. De hecho, durante la recuperación, cualquier cambio en el
funcionamiento corporal es significado como señal de vulnerabilidad o de una posible
recaída. Para lograr la recuperación, la persona debe re-aprender que tales cambios no

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son indicativos de deterioro o recaída, sino señales de vida: signos vitales. Tales cambios
son parte de la sensación de estar vivos.
La medicalización de la droga pierde de perspectiva o no toma en consideración
esta dimensión. Como alternativa, lo que persigue es perpetuar la apreciación del cambio
o la fluctuación como señal de deterioro o de vulnerabilidad. Más allá, la medicalización
nos parece instrumental para el desarrollo de una sociedad farmacéutica en la que se
modulan artificialmente los ciclos vitales. Es perfectamente compatible con un Modo de
Consumo Capitalista en el que la mercancía media todo sistema de relaciones sociales,
incluidas las relaciones que se establecen entre los eventos que incluimos en nuestra
representación del cuerpo.
La normalidad y la sicopatología se construyen y se estructuran a partir de
criterios particulares íntimamente ligados al entramado histórico, político, económico y
social de cada época. La sicopatología es también narrativa, lenguaje, palabra y discurso
por el que las personas significan su experiencia, crean un orden, construyen textos en
contextos particulares. Es por tanto, cambiante y dinámica, producto de la influencia
histórica, sociológica y psicológica. ¿Qué supone, por ejemplo, la escucha de las palabras
de los más silenciados, de los que sufren, de los locos, en el momento histórico actual del
cuidado dirigido (“managed care”) y la privatización? Sabemos lo que ha supuesto. La
completa identificación con el discurso médico y con la medicina (la inserción de la
psicología en los planes de salud, en los medios hospitalarios, el derecho a prescribir
medicamentos y el desarrollo de prácticas terapéuticas dirigidas al control, entre otros)
Sin embargo, desde una mirada crítica alterna, supone, además, reconocer y asumir las
subjetividades, las realidades tanto del clínico como de la persona que es “diagnosticada”.
Escuchar los significados… Si el síntoma aparece en el lugar de lo no dicho y si la
palabra y el síntoma son la misma naturaleza, entonces el clínico deberá orientar su
escucha a escuchar el síntoma en la palabra. Deberá renunciar de su saber, de buscar el
dato, el acontecimiento, de hacer inventario. Deberá despojarse de la descripción como
explicación. Al renunciar “podrá escuchar y encontrar lo que se dice sin querer, lo que es
dicho sin saber que se esta diciendo” (Saal, 1984, 22)
Es en ese espacio esencial de la escucha en la que se ubica el/la terapeuta desde
una posición de responsabilidad por la apertura del discurso. No se puede saber sin

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escuchar (se) (Ferrán Salas, 1999) Y es precisamente esa escucha la que se reclama, la
escucha del sujeto que habla, no del diagnóstico que nomina, clasifica, categoriza,
describe; la escucha de la dimensión social en la conformación de la locura, la escucha
del reconocimiento de saberes, visiones e intereses diferentes dentro y fuera de la
disciplina, el reconocimiento de una dimensión subjetiva y la función de describir,
interpretar y, eventualmente, “gestionar” los desequilibrios y malestares asociados al
cambio social, a la vida moderna. (Vezzetti, 1998)
No es necesario hacer desaparecer totalmente otros modos de dar cuenta o definir
la locura aun cuando uno cobre preponderancia en un momento específico. No se trata de
eliminar las diferencias sino de abrirse a ellas para movernos hacia una psicología sin
fronteras. La psicología no es ni debe pretender ser una ciencia exacta ni asumir una
posición ilusa en defensa de la normalización como cura, sino como quehacer
responsable y comprometido. Apostar por la inclusión, por mantener un horizonte abierto
a la teorizacion, al pluralismo, al contacto y a la comunicación intradisciplinar e
interdisciplinar que no borre las diferencias. Trabajar juntos para reflexionar, para pensar
el complejo mundo de lo mental y lo subjetivo y las formas posibles de abordarlo, para
promocionar o señalar posibles caminos y esfuerzos para una praxis liberadora, de
compromiso social y colectivo encaminada al reestablecimiento de la autonomía y la
funcionalidad de la persona en sociedad.

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Las fronteras en la formación profesional

La universalización de la educación, ha traído consigo la reglamentación del


aprendizaje y la normalización de la producción de conocimiento. La asistencia
obligatoria a unos “centros de formación” básica, intermedia, superior y post-
secundaria, llámense escuelas o universidades, el tránsito reglamentado por un
currículo fijo, el currículo oculto y la institucionalización de los valores que
acompaña a este tipo de “educación”, colocan la responsabilidad del aprendizaje en
quien enseña y no en quien aprende, ahogando la iniciativa y el atrevimiento
humanos por virtud de unas actividades que promueven un asumir los saberes
profesionales como si fueran dicotomías insalvables. Tensiones entre teoría vs.
práctica, psicología clínica vs. social, investigación básica vs. aplicada, son sólo
algunas de las fronteras que frecuentemente ofrecemos a nuestros estudiantes como
constitutivas de esto que llamamos psicología. En el caso particular de la enseñanza
de la psicología tal actividad deviene doblemente peligrosa por cuanto resulta en un
sujeto – psicólogo – con funciones y encargos sociales no inocentes, que pudieran
suponer, casi siempre sin quererlo, lo que no importa, el ejercicio de una retórica de
verdad y el control que ésta supone.
Tal modo de asumir la formación profesional, llámese éste clínico, investigador,
maestro, trae consigo la estabilización y la normalización de una manera de ser
psicólogo, en perjuicio de muchas otras posibles. Y no se trata, aclaro, de proponer que
todas las posibles maneras de practicar la profesión se asuman igualmente válidas. De lo
que sí se trata es que las personas podamos elaborar y asumir, con conciencia, el modo o
los modos de ejercer la psicología que puedan hacernos más humanos.
La educación, como institución moderna designada oficialmente para promover el
juicio critico, con demasiada frecuencia se practica, contradictoriamente, haciendo que el
aprender sobre uno mismo, los demás y el mundo dependa de un proceso y unos
contenidos pre-hechos. Contenidos, por otra parte, legitimados por asumirse como
independientes del sujeto que los elabora.
El carácter generalmente ritualista y homogéneo del proceso educativo por medio
del cual se pretende ‘formar’, invita de forma casi compulsiva a su repetición, frustrando,
además, los modos alternativos de generar otros resultados, similares y distintos. Impide

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su quebrantamiento y su transformación, multiplicando una y otra vez el mismo
producto, el mismo profesional, el mismo psicólogo. Sin embargo el tiempo de ahora no
tolera esa replica indiscriminada. Trabajar la gestión educativa desde esa plataforma
requiere, a mi entender, asumir las fronteras que hemos mencionado y que han quedado
insertadas en el centro mismo del conocer. Reclama una mirada abierta, contextual,
relativa de los saberes psicológicos, presentes y futuros, que posibilite a nuestros
estudiantes el apropiarse de la pluralidad del conocimiento a partir de criterios,
contextuales y oportunos. Enfrentar la dominación epistemológica que ha estado tan
presente en la disciplina, nos parece que requiere una continua redefinición de nuestros
(posibles) objetos de estudio, así como las maneras de abordarlo, reconociendo que la
psicología no puede prometer certidumbre, orden, soluciones y respuestas definitivas.
Rompamos las fronteras que traen consigo descripciones, explicaciones, conocimientos
elaborados por los seres humanos, luego históricos y contingentes, como si fueran
verdades trascendentales y elaboremos una producción de conocimientos psicológicos
cuyos límites en lugar de marcar finales sean señales que sugieran nuevos caminos.

REFERENCIAS

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