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Un viaje de ida con John Waters

"Estoy tan cansado de escribir «cineasta de culto» en mi


declaración jurada. Si tan solo pudiese escribir «líder de
culto» sería finalmente feliz. ¿Vendrían a un peregrinaje
espiritual conmigo? A Baltimore, naturalmente".

Eso dice John Waters, director de Pink Flamingos, Polyester


y Hairspray (la verdadera, la original y no la fatídica remake
con John Travolta), en la página 255 de Mis modelos de
conducta, su inclasificable y genial libro de 2013. Bueno, el
caso es que logró su cometido. No fue a Baltimore, su ciudad
natal, sino que partió desde ahí rumbo a San Francisco. A
dedo. Solito y su alma.

Fue un peregrinaje, de todos modos, porque lo acompañaron


y acompañan muchos en vivo y después leyéndolo. A fines
de 2014 llegó, en simultáneo con la edición original en inglés
y también por Caja Negra Editora (responsables de traer al
castellano al creador de Cecil B. Demented, Cry Baby y Serial
Mom), Carsick, su última aventura como escritor. "De
Baltimore a San Francisco con el pontífice del trash", reza el
subtítulo, tan informativo como cariñoso. Y comienza el viaje.

El libro está dividido en tres partes. En la primera, "Lo mejor


que podría pasar", Waters se imagina el viaje ideal. Ahí caben
desde un hipster que vende marihuana (con el que habla de
Gaspar Noé, Armando Bo y la Coca Sarli) y le da plata para
financiar su próxima película hasta una road movie de
venganza feminista contra un fanático antiabortista, pasando
por una tarde de sexo con un corredor de autos y otra de
popper con un oficial de policía. Todo matizado con
canciones tan delirantes como ad hoc que justo pasan por la
radio.
Fuente: Brando

En la segunda parte, "Lo peor que podría pasar", el cineasta-


performer-leyenda viviente del minibigote relata todo lo
horrible que su mente afiebrada puede conjeturar. Resulta
más que interesante ver qué es una pesadilla para el rey del
trash. La respuesta podría ir por el lado de las demoras, la
mala suerte, los feos encuentros, pero también llega al
extremo y cuenta humillaciones, y hasta un arresto en Kansas
acusado de sodomía.

El inicio de Carsick es más de la mitad del libro: un total de


veintiséis capítulos, trece por cada viaje imaginado. Cada una
de estas partes funciona como una pequeña novela. De
hecho, llevan los subtítulos "Una nouvelle" y "Otra nouvelle",
respectivamente. Son como un juego de espejos positivo-
negativo. Cada historia luminosa tiene su lado B oscuro.
Cada mejor situación tiene su peor condición.

Para cerrar, está "Lo que realmente sucedió. No ficción". Acá,


Waters cuenta los veintiún viajes que realizó en tan solo
nueve días, y este final es un viaje tan imposible, conmovedor
y absurdo como los de las partes inventadas. Porque acá hay
una tercera opción más allá de lo bueno y lo malo. Lo real, en
el mundo de este adorable ser, es como una de sus películas:
hermoso y horrible, afortunado y tenso, repleto de caras
anónimas que estelarizan con brillo y otras famosas que tal
vez no tanto pero que da gusto ver, así, miradas por él.

Waters salió a la ruta con su cartel de "I’ m not a Psycho",


estiró el dedo y lo subieron a sus autos un minero, un
granjero, la esposa de un pastor, un joven republicano y un
veterano de Vietnam, entre otros. Lo más llamativo, aunque lo
menos divertido, es cuando lo levantó una camioneta en la
que iba la banda Here We Go Magic, que lo difundió por
Twitter en un ataque de cholulismo. Salió en los medios hace
dos años, cuando sucedió el viaje.

El caso es que los autos verdaderos que trasladaron al


mismísimo John Waters a lo ancho de Estados Unidos, desde
su casa de Baltimore hasta la de San Francisco, son el
escenario móvil perfecto para que cuente otra vez su mirada
de una porción del mundo y de la gente, que sigue siendo tan
lateral, tragicómica y graciosa como desde el día uno.

Fuente: La Nación 19 de mayo de 2015 • 17:01

Y como Waters, realmente, es el pontífice del trash (así lo


bautizó William Burroughs), es válido señalar que su obra
toda, y este último trabajo también, es su rezo o plegaria para
que a cada espectador o lector le pase algo (bueno, malo,
extraño, pero algo). Cabe decir, entonces, simplemente
"Amén".

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