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Las mil caras del fascismo

Ester Muñoz, Shaila Fernández, militantes de Askapena

Publicado en Borroka Garaia da! en mayo de 2018

En las primeras horas del día 9 de mayo de 1945, horario de Moscú, el


Mariscal alemán Wilhemn Keitel presentó la capitulación definitiva al Mariscal
soviético Georgi Zhúkov en el cuartel general del ejército soviético en Berlín,
con esta rendición la Unión Soviética y los Aliados ganaban la guerra sobre la
Alemania Nazi, este día es conocido en parte del territorio europeo como ‘Día
de la Victoria’. Solo cinco años después, el 9 de mayo de 1950 el ministro de
asuntos exteriores francés Robert Schuman, da nombre a una declaración por
la que se propone que la entonces República Federal Alemana y Francia se
sometan a una administración conjunta. Esta declaración configura la primera
comunidad económica europea cuyo aniversario comienza a ser celebrado a
partir de 1985 en la Cumbre de Milán y es conocido como el ‘Día de Europa’.

La victoria sobre la Alemania Nazi no solo implicó la polarización del mundo y


el inicio de la configuración de la hegemonía estadounidense frente a una
Europa mermada, deshecha y traumatizada por la guerra, si no la esperanza
colectiva de haber hecho frente a una de las mayores amenazas que han
asolado el mundo contemporáneo: El Fascismo. La izquierda estaba colmada
de referentes que habían consumado victorias y su fortaleza era incuestionable
y, además, el bloque socialista se configuraba como un paraguas que daba
cobertura a multitud de procesos de liberación social y nacional. El hecho de
que exactamente 5 años después de la guerra naciera el primer embrión de lo
que hoy conocemos como la Unión Europea, más allá de una casualidad
poética, es una intencionada maniobra para, por un lado, blindar los intereses
de las burguesías y restaurar los procesos de acumulación capitalista
afectados por la guerra y, por otro, garantizar los intereses de los EE.UU en la
región frente a la influencia soviética. Detrás del plan Marshall y la
configuración de la OTAN los EE.UU garantizaban apuntalar política,
económica y militarmente el Anticomunismo, pero sin pasarse, ya que el
capitalismo de Estado o Estado de Bienestar era el modelo que mejor
garantizaba el consenso entre la clase trabajadora permitiendo apuntalar la
hegemonía de las clases dominantes sin confrontar en exceso con un pueblo
influido por el bloque del este.

Tras el desmantelamiento de la URSS, el Estado de Bienestar perdió su


sentido original, y las medidas neoliberales articuladas en el Tratado de
Maastricht no tardaron en llegar. La falta de un referente contra hegemónico
dejó a la izquierda a merced de la coerción y la represión en un mundo
monopolar. Desde este momento hasta nuestros días la Unión Europea ha
seguido funcionado bajo la lógica de la acumulación (aumento de la tasa de
ganancia de los grandes lobbies financieros a través de la deslocalización y de
la precarización del empleo o, en su correlato burgués, a través de la movilidad
social y la flexibilidad laboral). Esta construcción de hegemonía se mantiene a
través de medidas socioeconómicas y medidas represivas y a través de
mecanismos ideológicos. Uno de ellos, olvidar el 9 de mayo como el día de la
Victoria Antifascista y reivindicarlo como Día de la Integración Europea. Este
año, como en años anteriores, la UE se nos presentará por aquellos quienes la
defienden como la última defensa en contra de la ultraderecha.

Sin embargo, desde sus comienzos, la UE se configura como una institución


para apartar las decisiones sobre la política económica del control de los
pueblos que la componen. Esta tendencia se ha agudizado a partir de la crisis
capitalista del 2007 con la imposición, por parte de la Troika (Comisión
Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional), de planes
de ajuste estructural (privatizaciones, recortes, etc.) a las clases trabajadoras
de los Estados que se endeudaron para salvaguardar los intereses de las
empresas privadas. Un caso paradigmático es el de Grecia que, en la
actualidad, ha perdido totalmente su soberanía y se ha convertido en una
colonia de las élites capitalistas europeas.

Y, mientras se aparta el control de las políticas económicas de los pueblos y las


clases trabajadoras, se refuerza el papel del Estado como garante del orden
administrativo, político y social que permite la implementación del proyecto del
capital europeo. Esto ha supuesto un aumento de medidas represivas
justificadas con el relato de la necesidad de la aplicación de las políticas
neoliberales y el mantenimiento del orden social, así como mediante el recurso
a la amenaza terrorista como justificación para la implementación de medidas
de control social que, en la práctica, se están utilizando para reprimir a
cualquier tipo de oposición. Por otra parte, la gestión criminal de la llamada
“crisis de refugiados” y las políticas de externalización y cierre de fronteras, así
como de persecución a quienes tratan de rescatar a aquellas personas que
huyen de conflictos en los que los propios países miembros de la UE
intervienen, ya sea directamente o mediante el apoyo y venta de armas a
países como Turquía o Arabia Saudí, es otra cara del carácter profundamente
racista e inhumano de la UE.

Sin embargo, durante décadas, el carácter antidemocrático y neoliberal de la


UE se supo mantener oculto a gran parte de la opinión pública europea que
vivía cómoda bajo el sueño de un Estado del Bienestar que parecía durar para
siempre y ajena a las políticas de ajuste estructural y los acuerdos económicos
injustos que aquella institución imponía a terceros países. No es hasta que los
efectos de las políticas neoliberales de la UE empiezan a extenderse de forma
masiva con el comienzo de la crisis de 2007, principalmente en los países de la
periferia, aunque con recortes en derechos de las clases trabajadoras también
en países como Alemania, cuando se empieza a cuestionar esta construcción
de la hegemonía. Esta resistencia se da principalmente por las clases
trabajadoras con movilizaciones de “indignados” y huelgas en contra de los
recortes de derechos socioeconómicos y de reformas laborales contrarias a los
derechos laborales.

No obstante, esta respuesta también se ha dado por una parte de la burguesía


que se ve perjudicada por esta nueva configuración de la UE y que propone un
nuevo proteccionismo económico vinculado a un programa euroescéptico y
profundamente xenófobo. Este hecho ha sido acompañado por el avance en
diferentes contiendas electorales de formaciones políticas de extrema derecha
con un programa xenóbofo, islamófobo y, en algunos casos antisemita, que, sin
embargo reniegan en su discurso público de las ideas y estéticas fascistas o
nazis presentándose como fuerzas de centro-derecha. Estas fuerzas
comparten propuestas como la salida de la UE o de alguna de sus políticas
(moneda única o la política migratoria), el refuerzo de las políticas de
prohibición de entrada y persecución a personas refugiadas o migrantes y su
auto-consideración como como salvaguarda de los intereses de la clase
trabajadora y sus supuestos valores. Partidos como el Frente Nacional
(Francia), el Partido Liberal de Austria o los Demócratas Suecos, situados
como tercera fuerza política en en sus respectivos países; el Partido Popular
Danés (Dinamarca), segunda fuerza en las elecciones generales de 2015; o el
Partido por la Independencia de Reino Unido (UKIP), que lideró la campaña por
el Brexit, son algunos ejemplos de esta tendencia. A esta lista se añaden
aquellas formaciones políticas abiertamente nazis como es el caso de
Amanecer Dorado en Grecia.

Por otra parte, en los últimos años también se ha dado un aumento de la


presencia de movimientos de corte fascista en las calles que han
protagonizado ataques a centros y campos de personas refugiadas, asesinatos
y agresiones violentas en contra de personas racializadas o de diferente cultura
o religión así como agresiones y acoso a organizaciones y movimientos
progresistas. Al igual que sus homólogos electorales, alguno de estos
movimientos se preocupan por presentar una imagen renovada, reniegan
públicamente de su pertenencia a movimientos neonazis o fascistas y se
suelen describir como apolíticos. Su programa está centrado en el patriotismo
social, solidaridad de clase sólo para los nacionales de los países en los que se
encuentran, y la crítica al capitalismo neoliberal y la UE.

Desde sus comienzos en el sindicalismo social con el establecimiento de


bancos de alimentos sólo para nacionales, ocupaciones de centros sociales o
su presencia en manifestaciones y protestas socioeconómicas, han ido
creciendo hacia ámbitos como el sindicalismo obrero, en el caso del Hogar
Social Madrid (Castilla) y la reciente fundación de su sindicato Acción Social de
los Trabajadores para “defender los intereses del trabajador español”, o incluso
a la política electoral como el movimiento Casa Pound (Italia). En este grupo
también podemos incluir a los “hipster nazis” de Generación Identitaria,
organización que se dedica a hacer acciones propagandísticas para forzar a las
instituciones de la UE a reforzar, aún más, la política de cierre de fronteras. Sus
pomposas acciones mediáticas son directamente proporcionales a sus
monumentales ridículos como cuando alquilaron un barco el verano pasado
para tratar de impedir que las organizaciones de rescate a inmigrantes
pudieran realizar su trabajo en el Mediterráneo y acabaron siendo arrestados
bajo sospecha de tráfico de personas al llevar a bordo a cinco personas de Sri
Lanka que aseguraron haber pagado para viajar a Italia. Sin embargo, no
tienen de qué preocuparse puesto que la UE, con una imagen más lavada que
sus caras de no haber roto nunca un plato, ya se encarga de implementar
dichas políticas.

Estos grupos, aparte de la violencia que ejercen contra sus víctimas, tienen
como uno de sus efectos la invisibilización y acoso a aquellos proyectos que
están dando respuesta a las necesidades de la clase trabajadora desde una
perspectiva progresista. Y es que es curioso, como a pesar de su discurso
victimista, esta no-tan-nueva ultraderecha goza de la complicidad mediática y
una gran impunidad por sus actos xenófobos tanto desde las instituciones
como en las calles. Curiosos rebeldes que cuentan con el apoyo de quienes
siempre han defendido al gran capital. Aquí, de nuevo, ambas caras del
fascismo coinciden.

Y es que, el fascismo, aunque se presente con un discurso que apela a las


necesidades de la clase trabajadora, históricamente ha constituido un tipo de
poder del que hace uso el capital cuando su hegemonía se ve cuestionada. Así
tenemos el ejemplo de la Alemania Nazi o las dictaduras en el Cono Sur
Latinoamericano o la promoción y entrenamiento de los talibanes para hacer
frente a la influencia de la Unión Soviética en. Ya sea en manos del capital
transnacional que apuesta por la liberalización de las economías o del capital
vinculado a la economía nacional que propone un nuevo proteccionismo, las
trabajadoras y trabajadores no tienen nada que ganar.

No nos dejemos engañar por su juego del poli bueno y poli malo. Ni fascismo
liberal disfrazado de democracia ni fascismo nacional socialista bien vestido y
disfrazado de solidaridad obrera. Ante eso, recuperemos la mejor tradición de
lucha por nuestros derechos, por los derechos de la clase obrera, de los
pueblos que luchan por su liberación, de las mujeres. La mejor tradición de
apoyo mutuo y solidaridad internacionalista. Con propuestas claras, que
defiendan hoy y ahora a las capas de la población más afectada por este
sistema capitalista neoliberal, desde las trincheras de las necesidades de la
vida cotidiana, y contra una UE profundamente antidemocrática y represiva.
Una UE, que, sin embargo, se sigue defendiendo, por aquellos quienes la
respaldan, como el muro de contención de la extrema derecha mientras aplica,
institucionaliza y legitima su mismo programa, por un lado, y persigue y
criminaliza la resistencia de corte progresista. No sabemos si la Unión Europea
quiere blanquear el fascismo, pero lo que está claro es que quiere imponernos
un fascismo blanqueado, de mil caras, irreconocible, casi hasta con pinta de
demócrata.

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