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TEMA 4: SENTIDO Y REFERENCIA: LAS

TEORÍAS DEL SIGNIFICADO


1. Introducción
Sería equívoco sugerir que la filosofía del lenguaje, incluso cuando la practican los
filósofos analíticos, se reduce al análisis conceptual, a la clarificación de los conceptos
básicos del lenguaje. Hay otros tipos de tareas que, por lo común, se atribuyen los
filósofos del lenguaje: está la clasificación de los actos lingüísticos, de los "usos" o
"funciones" del lenguaje, de los tipos de vaguedad, de los tipos de términos, de las
varias clases de metáforas. Están las discusiones sobre el papel de la metáfora en la
ampliación de los lenguajes, sobre las interrelaciones del lenguaje, el pensamiento y la
cultura; y sobre las peculiaridades del discurso poético, religioso y moral. Se han hecho
propuestas para construir lenguajes artificiales con propósitos diversos. Están también
las detalladas investigaciones acerca de las peculiaridades de tipos especiales de
expresiones, tales como los nombres propios y las expresiones con referencia múltiple,
y sobre formas gramaticales determinadas, tales como la forma sujeto-predicado.

Cuando digo que las manchas que hago sobre un papel, o los sonidos que emito al
hablar con otra persona, tienen significado, ¿qué es lo que quiero decir?, ¿qué es lo que
hace que determinadas palabras o expresiones tengan el significado que tienen y no
otro?, ¿qué diferencia hay entre una ristra de marcas significativa y otra que no lo es?,
¿cómo soy capaz de reconocerla como tal aunque no la haya encontrado antes?, ¿cómo
es posible que unas meras manchas se refieran a fechas, ciudades, países o, en general, a
objetos?, ¿cómo puede una secuencia de signos significar algo verdadero o falso?. Éstas
son algunas cuestiones centrales de la filosofía del lenguaje.

2. El problema de la naturaleza del "significado"


La cuestión referente a la consistencia real del significado de una proposición, palabra y
oración es una cuestión muy discutida en la historia de la filosofía, y una de las
cuestiones centrales de la filosofía del lenguaje. Esta cuestión ha recibido en el siglo XX
diferentes respuestas, en función de la corriente de filosofía del lenguaje de que se trata;
pero el problema es prácticamente tan antiguo como la historia de la filosofía. Vamos a
ver en este apartado algunas respuestas históricas a esta cuestión.

2.1 La identificación de la palabra con la cosa designada


En el Teeteto Platón identificaba el significado de una palabra con la cosa que designa.
La palabra sería una especie de etiqueta fijada en el objeto, ya sea humano ("Sócrates"),
o genérico ("mesa), o un proceso ("estudiar"). A pesar de su atractivo, esta teoría es, sin
embargo, demasiado simple. Quizás valga para los nombres propios, pero estas palabras
constituyen un pequeño grupo, cuya principal característica es no tener significado, ya
que su única función es designar un objeto o persona individua, pero careciendo de
significado "per se". Por el contrario, con respecto a todas las demás palabras esta
explicación confunde dos dimensiones de la palabra: las que podemos llamar
"connotación" y "denotación". Es decir, dos palabras pueden tener la misma denotación

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(designar o mentar los mismos conceptos) y sin embargo tener distinta connotación (es
decir, diferente significado).

2.2 El significado como apelación


Esta teoría identifica el significado de una palabra con la respuesta condicionada que la
palabra produce en quien la escucha o, al menos, con la disposición a responder de una
determinada manera. Por ejemplo, un objeto cualquiera (como un vaso de vino) produce
en nosotros una determinada respuesta (beberlo, repudiarlo...), o al menos una
disposición a la respuesta (a beberlo, si nos apetece). El vaso de vino, al ser
"nombrado", produce en nosotros un estímulo y también una respuesta apropiada. Pero
ese estímulo inicial puede ser sustituido por cualquier otro (un sonido, por ejemplo) que
aparezca asociado frecuentemente con él; y entonces este estímulo sustitutivo produce
una respuesta igual o semejante a la que producía el estímulo primitivo. Entonces, estos
estímulos sustitutivos son signos de los estímulos propios; y su significado consiste
precisamente en esta respuesta anticipatoria, en esa preparación del organismo para la
aparición del estímulo adecuado. Su significado no consiste, como se suele pensar, en
ningún concepto, en ningún "signo mental" que se dé en la mente del que habla o del
que escucha, sino simplemente en una disposición para responder de una forma
determinada.

Esta concepción ha sido fuertemente criticada. ¿Sentimos ganas de estornudar al


escuchar la voz "pimienta"? Según esta crítica , la teoría conductista del lenguaje ha
comenzado la casa por el tejado. Es decir, para que la palabra "caliente" produzca en
nosotros la disposición de retirar la mano de un objeto es preciso previamente que
hayamos comprendido su significado. Pero, ¿en qué consiste "comprender" una palabra
sino en captar "lo que significa"? Por tanto, el significado no es una disposición a
responder de un modo determinado, aunque esto acontezca frecuentemente.

2.3 El significado como idea


Esta teoría considera que el significado de una palabra (al menos, de las descriptivas,
que constituyen la base de un idioma) es una idea o un concepto, que se encuentra en la
mente del que habla y en la del que comprende tras escucharnos. Esta teoría tiene dos
puntos a su favor:

a. no pone una relación directa entre la palabra y el objeto mentado


b. admite la necesidad de una intencionalidad, de un proceso mental interpretativo,
para que la palabra, que considerada en sí misma no es sino un conjunto de
sonidos, adquiera un significado.

El concepto o la idea no debe ser comprendido como una especie de objeto mental
suprasensible, sino que debe comprenderse como la capacidad mental de usar las
palabras de manera "humana", inteligente y adecuada, capacidad que se realiza y
actualiza en nuestras proposiciones. Conocemos el significado de una palabra cuando
somos capaces de comprender lo que significa y de utilizarla correctamente. Pero esta
capacidad del uso correcto implica la existencia de determinados procesos mentales,
eidéticos; por ejemplo, la captación de relaciones de semejanza o analogía entre los
objetos que pertenecen a un conjunto determinado. E igualmente implica la capacidad

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de explicar, aunque sea de un modo aproximado, las reglas que gobiernan el uso
correcto de esa palabra. Dicho de otro modo, implica la capacidad de dar definiciones
de nuestras palabras.

3. La teoría referencial
Se ha pensado que toda expresión significativa nombra a algo o a alguien o, por lo
menos, que está en lugar de algo o de alguien, y tiene con ellos una relación del tipo de
la de nombrar (designar, rotular, referirse a, etc.). Ese algo o alguien al que se hace
referencia no tiene que ser una cosa particular concreta y observable, podría tratarse de
una clase de cosas (por ejemplo de los "sustantivos comunes" como 'perro'), de una
cualidad ('perseverancia'), de una situación ('anarquía'), de una relación ('poseer'), etc.
En realidad lo que se supone es que, en relación con toda expresión significativa,
podemos entender qué quiere decir que ésta tenga un cierto significado, sin más que
observar que hay algo o alguien a los que se refiere: "Todas las palabras tienen
significado, en el sentido simple de que son símbolos que están en lugar de algo distinto
de ellas mismas" (B. Russell, Los principios de la matemática, Buenos Aires, Espasa-
Calpe, 1948, p. 82).

Hay una versión más elemental de la teoría referencial. Ambas versiones suscriben la
afirmación de que para que una expresión tenga un significado debe referirse a algo
distinto de ella misma, pero las dos versiones sitúan el significado en áreas diferentes de
la situación referencial. La versión más elemental considera que el significado de una
expresión es aquello a lo que esa expresión se refiere; el punto de vista más sofisticado
es el de que el significado de una expresión debe identificarse con la relación entre la
expresión y su referente, esto es, que lo constitutivo del significado es la conexión
referencial.

Ninguna teoría referencial será suficiente para dar cuenta completa del significado a
menos que sea verdad que todas las expresiones lingüísticas significativas se refieren a
algo. Sin embargo, parece que las conjunciones y otros componentes del lenguaje que
desempeñan una función esencialmente conectiva - palabras como 'y', 'si', 'es', 'por
cuanto' - no se refieren a nada. Los teóricos de la referencia responden a esta objeción,
por lo general, negando que los términos "sincategoremáticos" tengan significado
"aisladamente", o que estos términos puedan tener significado aisladamente, o que estos
términos puedan tener significado en el sentido más tosco en que se afirma que los
sustantivos, adjetivos y verbos lo tienen.

Las teorías de la referencia pueden dividirse en dos grandes grupos: teorías de la


referencia directa (o teorías causales de la referencia; sus representantes más
destacados son Kripke y Putnam) y teorías descriptivas de la referencia (sus
representantes más destacados son Frege, el Wittgenstein del Tractatus y Russell). En
las teorías de la referencia directa se defiende la posibilidad de la referencia como una
relación entre el signo y el objeto, que no viene mediada pro ningún tipo de contenido
descriptivo. El conocimiento del hablante no es suficiente, ni necesario, para explicar la
referencia. La expresión lingüística consigue denotar el objeto de la realidad
extralingüística directamente. Esta relación directa entre el lenguaje y el mundo viene
posibilitada por las conexiones causales de los hablantes entre sí y con el mundo
natural.

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Por su parte, las teorías descriptivas de la referencia establecen un vínculo tal entre el
nombre y las descripciones que éstas vienen a constituir su definición. De la misma
manera que el predicado "soltero" se define como "persona no casada", el nombre
propio "Cleopatra" se podría definir como "última reina egipcia de la dinastía
ptolemaica"; sin embargo

3.1 Teoría semántica de fray Luis de León


Para Fray Luis de León, las cosas, además del ser real que tienen en sí, poseen otro ser
del todo semejante al real, pero más delicado que él y que nace, en cierta manera, de él.
La verdad reside en el ser real; la imagen de la verdad, en nuestra boca y en nuestro
entendimiento, cuando corresponde al ser real. Por ejemplo, si se juntan muchos espejos
y los ponemos delante de los ojos, la imagen del rostro, que es una, reluce una misma y
en un mismo tiempo en cada uno de ellos. El ser real en sí -en este caso, el rostro- es
"uno e idéntico", pero se multiplica como imagen en cada espejo. De igual manera
acontece entre el ser real en sí y la mente de los hombres. En ésta, como en los espejos,
se hacen "imagen" las cosas y, por ello, es "una" con dichas cosas, de modo que "la silla
de la unidad venza y reine sobre todo". La realidad -el ser real en sí- configura su
imagen en la mente humana, su "eidos", pero dicta, a la vez, su nombre a la boca. El
nombre, entonces, contiene la imagen del ser real en sí. Fray Luis de León define el
nombre como aquello mismo que se nombra, no en el ser real y verdadero que tiene,
sino en el ser que le da nuestra boca y entendimiento. El nombre, pues, es una palabra
breve, que se sustituye por aquello de quien se dice y que se toma en lugar del ser
verdadero real al que remite o designa.

Hay dos tipos de nombre: los que son imágenes por naturaleza -que están en el alma- y
los que fabricamos nosotros por arte. El nombre por naturaleza corresponde a la imagen
y figura que en el alma sustituye al ser real en sí por la semejanza natural que con él
tiene. En cambio, el nombre por arte es el que fabrican los hombres por medio de la
palabra, al señalar para cada cosa la suya, sirviendo así de sustitutos de las mismas.

Las imágenes por naturaleza son los mismos objetos, en cuanto pensados, las copias de
lo real que los objetos dejan en el espíritu. Estas imágenes por naturaleza son los
verdaderos nombres en sentido riguroso y exacto. Sin embargo, las voces, las palabras -
imágenes por arte- son también calificadas y conocidas como "nombres". Pero su
adecuación con lo real no está garantizada, pues es cosa puramente humana y, por tanto,
sólo aproximativa; son obra del saber, la costumbre, educación y mil influencias
artificiales y exteriores.

3.2 Bertrand Russell


Russell elaboró una teoría radicalmente referencialista, que supone que a cada
categoría lógico-lingüística le corresponde una categoría ontológica. Sostuvo la doctrina
conocida como "atomismo lógico", que es una combinación de empirismo radical y
lógica. La doctrina del atomismo lógico sostiene que la estructura de las frases (su
gramática o sintaxis) guarda relación con la estructura de los hechos. Así como el
lenguaje es descomponible en unos elementos últimos, también la realidad lo es. Tales
elementos no tienen carácter físico, sino lógico; son entidades inanalizables por el
pensamiento.

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La relación semántica básica es una relación de correspondencia entre lenguaje y
realidad. Esta relación de correspondencia se expresa a través de dos relaciones que
ligan el lenguaje con el mundo: nombrar y representar. Nombrar es la relación propia
de los nombres y representar la de los enunciados. Entre los enunciados y el mundo
existe una especie de paralelismo o isomorfía: del mismo modo que los enunciados se
componen de proposiciones atómicas, la realidad se compone también de hechos
atómicos.

Las lenguas naturales son imperfectas e incluso engañosas, pero el filósofo puede poner
de relieve su estructura o "forma lógica" descomponiendo los enunciados en sus
elementos genuinos. Russell distinguió dos tipos de enunciados o proposiciones:
atómicas y moleculares.

Mientras que las proposiciones moleculares se componen de atómicas, estas últimas se


corresponden o representan hechos atómicos. A diferencia de las oraciones, los nombres
no representan sino que tienen como función referir a entidades particulares. Esta tesis,
de carácter semántico, es completada por Russell por una tesis epistemológica de
carácter empirista: sólo conocemos las entidades particulares de modo directo, por
familiaridad.

La semántica de Russell está ligada a su teoría del conocimiento, según la cual el


conocimiento de la realidad es reducible a un conocimiento directo de los componentes
de la realidad. Russell distingue dos tipos básicos de conocimiento: por descripción y
por familiaridad. Casi todo lo que conocemos, lo conocemos por descripción. En este
conocimiento partimos de datos sensoriales y construimos un conocimiento de las
cosas, apoyados en la memoria y en el conocimiento de ciertas verdades físicas. A
diferencia de este tipo de conocimiento, existe otro modo de conocimiento que es
directo y que Russell denomina por familiaridad. Es el conocimiento de los datos
sensibles y fundamenta el conocimiento por descripción. Se da cuando hablamos de
"esto" referido al objeto inmediatamente presente, como cuando decimos "esto es
blanco".

Según Russell, hemos de distinguir entre los nombres propios ordinarios y los nombres
lógicamente propios. Los nombres lógicamente propios designan entidades que son
conocidas por familiaridad, es decir, de modo directo. Los nombres propios ordinarios
nombran generalmente objetos conocidos por descripción. En realidad no son más que
descripciones abreviadas. Su referencia es indirecta, a través de las descripciones
abreviadas.

Por último, el referente de las expresiones predicativas es la propiedad o relación que


designan.

3.2.1 La teoría de las descripciones de Russell

Russell mostró que la versión elemental de la teoría referencial es inadecuada, ya que


dos expresiones pueden tener diferentes significados pero un mismo referente.

Tomé para mi argumentación el contraste entre el nombre "Scott" y la descripción "el


autor de Waverley". El enunciado "Scott es el autor de Waverley" expresa una identidad
y no una tautología. Jorge IV quiso sabe si Scott fue el autor de Waverley, pero no

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quería saber si Scott era Scott. Si bien esto es perfectamente inteligible para todo el
mundo, aunque no haya estudiado lógica, presenta un conflicto para el lógico. Los
lógicos piensan (o solían pensar) que si dos frases denotan el mismo objeto, una
proposición que contenga a una de ellas puede ser reemplazada siempre por una
proposición que contenga a la otra, sin dejar de ser verdadera, si era cierta, o falsa, si era
falsa. Pero, como acabamos de ver, podéis convertir una proposición verdadera en falsa
sustituyendo "el autor de Waverley" por "Scott". Esto demuestra que es necesario
distinguir entre un nombre y una descripción. Scott es un nombre, pero "el autor de
Waverley" es una descripción (Russell, B., La evolución de mi pensamiento filosófico,
Madrid, Alianza, 1982, p. 85)

Las descripciones definidas están formadas por un artículo determinado seguido de un


sustantivo o de una frase que funciona como tal, que corresponde a una cierta
propiedad. Por ejemplo, «El autor del Quijote», que describe la propiedad de haber
escrito el Quijote. Una descripción sirve para seleccionar un objeto de nuestro universo
de discurso (del conjunto de cosas de que estamos hablando) al señalar una propiedad
poseída en exclusiva por este objeto (Cervantes como autor del Quijote). Ahora bien,
cuando pensamos que las descripciones tienen que referir inexorablemente a algo,
pueden ser fuente de problemas.

Por ejemplo, si yo hablo del «actual rey de Francia» o del «cuadrado redondo»,
Meinong y Husserl dirían que si bien no existen del modo en que lo hace «el autor del
Quijote», al menos estas entidades fantásticas subsisten. Russell piensa que la idea de
objetos inexistentes, aunque subsistentes, es difícilmente admisible. De lo que se trataría
es de encontrar un medio de obtener, sin ellas, lo que se obtiene con ellas; es decir,
traducirlas y analizarlas como símbolos incompletos que son.

Otra objeción a la teoría de la referencia a objetos sería que, según Russell, amenazarían
el principio de tercero excluso. Así, en la oración «El actual rey de Francia es calvo». Si
enumerásemos las cosas calvas que hay en el mundo, no hallaríamos al actual rey de
Francia, ni en ese conjunto ni en el conjunto de las cosas no calvas. Así, las oraciones A
y B serían falsas:

A) El actual rey de Francia es calvo

B) El actual rey de Francia no es calvo

Hay, pues, que analizar estas proposiciones como símbolos incompletos. El uso del
artículo determinado singular «el», para Russell, sería el siguiente: si tenemos la oración
«El actual rey de Francia», lo que decimos es: la función proposicional «x es rey de
Francia actualmente» es verdadera exactamente para una valor de la variable x. Si ahora
sustituimos «El actual rey de Francia» por un valor real, obtendremos una función
proposicional en la que se han eliminado los símbolos incompletos anteriores y se han
sustituido por funciones proposicionales. La función proposicional

C) x es rey de Francia en la actualidad

es verdadera para exactamente un valor de x, y la función proposicional «x es calvo» es


verdadera para ese valor de x.

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En un primer momento, parece que hemos salido de la dificultad de que una descripción
refiera a objetos al sustituirla por funciones proposicionales, pero veremos que no es así.

Tomemos B) (El actual rey de Francia no es calvo). Esto puede significar dos cosas:

B.1) De el actual rey de Francia es cierto esto: no es calvo

B.2) No es cierto esto: el actual rey de Francia es calvo

Pues bien, A) y B) son contradictorias cuando B) tiene el sentido de B.1). Ambas dicen
que hay un individuo que es el actual rey de Francia, y mientras una dice que es calvo,
la otra lo niega.

B.2) niega que se den conjuntamente las condiciones de que un individuo sea a la vez
rey de Francia y calvo y, en ese sentido, es contradictoria con C) (que habíamos
traducido a función proposicional). Pero puesto que c expone pormenorizadamente el
contenido de B.1), B.1) y B.2) son contradictorias, con lo cual queda libre de duda el
principio de tertio excluso.

En resumen, la teoría de las descripciones posibilita «la renuncia a entidades fantásticas


tales como el cuadrado redondo o el actual rey de Francia». Introduce economía en
nuestra imagen del mundo y en nuestro inventario de él, ya que imagina una vía para
regular las conclusiones que acerca de las cosas inferimos del uso del lenguaje, nos
ayuda a perfilar una idea de realidad.

El punto esencial de la teoría de las descripciones es que una frase puede contribuir al
significado de una oración sin tener significado en absoluto aisladamente

En el caso de las descripciones hay una prueba clara de esto: si "el autor de Waverley"
significara cualquier otra cosa en vez de "Scott", "Scott es el autor de Waverley" sería
falso, que no lo es. Si "el autor de Waverley" significa "Scott", "Scott es el autor de
Waverley" sería una tautología, que no lo es. Por tanto, "el autor de Waverley" no
significa "Scott" ni cualquier otra cosa; es decir "el autor deWaverley" no significa nada,
quod erat demostrandum (Russell, B., op. cit., p. 87)

El punto esencial de la teoría es que, aunque una expresión sin significado pueda ser
gramaticalmente el sujeto de una expresión con significado, tal proposición, cuando se
analiza correctamente, deja de tener tal sujeto. Por ejemplo, la proposición "la montaña
de oro no existe" se convierte en "la función proposicional 'x es de oro y una montaña'
es falsa para todos los valores de x".

3.3 La teoría figurativa del significado: el Tractatus


Según la teoría figurativa, una proposición es una figura o representación de una parte
de la realidad. Más específicamente, una proposición es una figura -una maqueta- de
una situación real o hipotética. Por ello, comprender una proposición es comprender la
situación o estado de cosas que representa. Quien entiende lo que dice una proposición
sabe qué hecho describe esa proposición en el caso de ser verdadera, pues su sentido es
la situación que dibuja o de la que es figura.

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Las proposiciones son entendidas como algo articulado lógicamente: expresan un
"pensamiento" mediante un orden determinado. Una proposición es figura de una
situación por compartir con ella la misma forma lógica. Lo que la proposición tiene en
común con la realidad es la forma lógica o estructura común.

En el Tractatus hay una exigencia de isomorfía entre el lenguaje y el mundo. El


constituyente último del mundo son los objetos o cosas; los objetos son simples y
forman parte de los estados de cosas. Por eso dice Wittgenstein que "lo que acaece, el
hecho, es la existencia de estados de cosas". El conjunto de hechos constituye la
realidad. El lenguaje debe reflejar esto y, con este fin, usa los nombres para los objetos;
con las proposiciones simples describe los estados de cosas y con las proposiciones
complejas los hechos.

Tiene que haber proposiciones elementales por razones puramente lógicas. Es la


exigencia de determinación del sentido la que mueve este proceso. Por ello en el ámbito
lógico se llega a unidades elementales, que contengan afirmaciones básicas acerca de la
realidad. Estas unidades elementales se componen de signos simples como nombres de
los objetos. El que lenguaje y realidad tengan la misma forma lógica posibilita la
relación de los elementos de la proposición con las cosas de la realidad; y las relaciones
entre elementos con relaciones entre las cosas de la situación representada.

Entre los elementos de la proposición y los elementos de la realidad hay una relación
isomórfica: a cada elemento de la proposición debe corresponder un elemento de la
realidad y uno sólo; y siempre que los elementos de una proposición guarden alguna
relación entre sí, sus imágenes han de guardar la relación correspondiente. Los
elementos de la proposición son los nombres y las constantes lógicas. Los signos
simples o nombres representan objetos. Su significado es el objeto en lugar del cual
están las proposiciones. Las constantes lógicas no son representantes de nada; no son
nombres; no hay una lógica de los hechos, sino sólo de las proposiciones.

¿Y qué son los objetos a los que se refieren los nombres? Wittgenstein dice que son
algo simple, los últimos constituyentes de todo. Se trata de átomos no físicos, sino
lógicos del mundo, que se combinan y forman estados de cosas o situaciones. La
admisión de los objetos responde al postulado de lo simple, lo fijo, lo existente,
requerido como firme por un lenguaje absolutamente preciso. La verdad o falsedad de
las proposiciones exige que los nombres tengan una referencia fija e inequívoca.

El lenguaje y el mundo no pueden entenderse como realidades separadas y


contrapuestas. El lenguaje pertenece al mundo. No podemos vernos a nosotros mismos
fuera del mundo y del lenguaje. «Las proposiciones pueden representar toda la realidad,
pero no pueden representar lo que tienen que poseer en común con la realidad para
poder representarla -la forma lógica. Para poder representar la forma lógica deberíamos
poder situarnos nosotros mismos junto con las proposiciones en algún lugar que esté
fuera de la lógica, es decir, fuera del mundo» (4.12).

De la imposibilidad de hablar con sentido de la forma lógica extrajo Wittgenstein


multitud de consecuencias. La más importante es la ilegitimidad de cualquier disciplina
que pretenda hablar del sentido de las proposiciones. De ají también la ilegitimidad del
propio Tractatus en cuanto que pretende decir algo sobre la naturaleza del lenguaje.

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Wittgenstein distingue dos funciones semánticas en una proposición. Por una parte lo
que una proposición afirma, que los hechos son de un modo determinado. Por otro lado,
lo que una proposición muestra, esto es, cómo son los hechos. Por ejemplo, en el caso
del cuadro titulado La rendición de Breda, el título dice lo que en el cuadro es
mostrado. El título describe el hecho que el cuadro muestra a través de su forma. Entre
decir y mostrar no hay conexión: una proposición no puede decir nada de cómo se
muestra un determinado hecho, no puede afirmar nada sobre su propio sentido. «La
proposición no puede representar la forma lógica; ésta se refleja en aquélla. Lo que en el
lenguaje se refleja, el lenguaje no puede reflejarlo. Lo que en el lenguaje se expresa,
nosotros no podemos expresarlo por el lenguaje. La proposición muestra la forma
lógica de la realidad, la exhibe» (4.121).

La imagen del lenguaje que late en esta concepción es el lenguaje como medio
universal. La tesis característica es que no podemos adquirir una posición de privilegio
desde la cual proceder a examinarlo. Es más, puesto que "los límites del lenguaje son
los límites de mi mundo" y "la lógica llena el mundo; los límites del mundo son también
sus límites", el modo en que me represente el mundo dependerá de los recursos que el
lenguaje ponga a mi disposición. El lenguaje viene a dictar entonces las condiciones
bajo las cuales hablamos del espacio lógico.

3.4 El criterio empirista de la significatividad


Son varias las razones por las cuales ha parecido aceptable, o incluso necesario, un
criterio empirista. La más importante es quizá la siguiente: si consideramos que la
significatividad depende en cierto modo de las expresiones que se conecten con
aspectos del mundo extralingüístico al cual se refieren, ¿cómo es posible esa conexión?.
No es que un determinado esquema de sonido esté más relacionado con un aspecto del
mundo que con otro en virtud de sus características intrínsecas, y es difícil suponer que
esos vínculos sean innatos a la mente humana. (Si así fuera, todos los hombres hablarían
la misma lengua). La única alternativa parecería ser la de que esos vínculos se
establecen por medio de la experiencia, a través de repetidos apareamientos de la
expresión con aquello en cuyo lugar está, de acuerdo con la experiencia del que
aprende.

Otra argumentación es esta: ¿qué razones podría tener yo para suponer que un tercero
asigna el mismo significado que yo a una determinada expresión?. Cada uno de
nosotros podría producir una definición verbal de la expresión, pero esto permitiría
alcanzar la conclusión deseada sólo si suponemos que ambos usamos de la misma
manera las palabras de la definición (y, también, que ambos entendemos de la misma
manera la forma oracional 'Dar una definición de...'). Y la cuestión de si este supuesto es
o no verdadero es exactamente del mismo tipo que aquélla a la que pretendíamos dar
respuesta. Habría quizá una manera de salir fuera de este círculo si, en algunos
momentos, pudiéramos contrastar la hipótesis del significado común sin necesidad de
apoyarnos en la comunidad de significado respecto de otras expresiones. Pero ¿cómo
podría hacerse esta contrastación sino investigando la manera en que la expresión se
apareja o no con los objetos experimentados en la actividad verbal de cada uno de
nosotros? Esto significa, pues, que esas contrastaciones son posibles sólo si es necesario
para la significatividad el que existan esos apareamientos.

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La formulación clásica del criterio empirista de significado es la siguiente: una palabra
adquiere un significado al asociarse con una determinada idea de manera tal que la
aparición de la idea en la mente da salida a la emisión de esa palabra y, a su vez, la
audición de la palabra tiende a provocar la aparición de esta idea en la mente del oyente.
todas las ideas son copias o transmutaciones de copias de las impresiones de los
sentidos. Por tanto, una palabra puede tener significado sólo si se ha establecido una
asociación entre esa palabra y una idea derivada de la experiencia sensorial. En este
sentido todo significado se deriva necesariamente de la experiencia de los sentidos.

En todas las formas del empirismo excepto en la más ingenua, el lenguaje se divide en
niveles o estratos semánticos. El nivel fundamental está constituido por las palabras que
adquieren su significado a partir de su asociación con elementos que pueden
experimentarse directamente. Se sigue de aquí que, para poder adquirir un significado,
las otras palabras deben poder definirse en términos de las palabras del primer nivel y,
además, probablemente, en términos de otras palabras que hayan sido ya definidas.
Algunas palabras adquieren su significado a partir de la experiencia más directamente
que otras, pero en cualquier caso, directa o indirectamente, la experiencia es la fuente
del significado para todas las palabras.

Los positivistas lógicos introdujeron en primer lugar el principio de que para que uno
pudiese hablar con sentido se debería poder especificar una manera de verificar
empíricamente lo que se decía; en otras palabras, debía ser posible especificar qué
observaciones podían incidir en contra o a favor de la verdad de lo que se decía.

Cuando los positivistas imponen la verificabilidad como condición de la significatividad


no están con ello afirmando que sólo sean significativas las oraciones que han sido
verificadas. Los positivistas admiten que hay oraciones perfectamente significativas que
no han sido contrastadas todavía, e incluso enunciados significativos cuya contrastación
es de momento imposible. Al exigirverificabilidad, los positivistas exigen simplemente
que sea posible especificar cómo podría ser esa prueba empírica, no pretenden que la
prueba se haya llevado a cabo. Verificabilidad es posibilidad de verificación.

En tanto en cuanto podamos proporcionar una especificación inteligible de las


observaciones que establecerían la verdad o la falsedad de ese enunciado, habremos
satisfecho el criterio de verificabilidad del significado.

Del acuerdo con el uso que los positivistas hacen del término 'verificabilidad',
verificabilidad es en realidad equivalente a la disyunción 'verificable o falsable', es
decir, 'susceptible de que pueda decirse que es verdadero o falso'. Por tanto, lo que
realmente se exige es que una determinada oración sea susceptible de contrastación
empírica.

Una oración es significativa si y sólo si puede contrastarse empíricamente.

Las primeras formas del criterio de verificabilidad exigían la completa verificabilidad,


es decir, no podía admitirse que una oración fuera significativa a menos que fuese
posible especificar una manera de mostrar conclusivamente, por medio de datos
empíricos, que esa oración era verdadera o falsa. Enseguida se vio que esta exigencia
era demasiado fuerte, puesto que excluía, por ejemplo, todas las generalizaciones que
carecen de restricciones. Los positivistas modificaron este criterio de modo que

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requiriese tan sólo la especificación de observaciones que incidiesen en contra o a favor
del enunciado, que sirviesen para confirmarlo o negarlo en alguna medida.

3.4.1 El verificacionismo en Ayer

Para Ayer, "un enunciado es literalmente significativo si, y sólo si, es analítico o
empíricamente verificable". Por literalmente significativo, Ayer entendía "susceptible
de ser mostrado verdadero o falso". Las proposiciones de la ciencia son de dos tipos:
analíticas y empíricamente verificable. De este modo, la ciencia se constituye o bien en
matemática y lógica formal, o en dato factual verificable.

¿Cómo una proposición carente de contenido empírico puede ser verdadera, útil e,
incluso, sorprendente? Ayer, ante esta pregunta, se niega a buscar refugio en el
racionalismo y mantener la tesis de este en su aseveración de que la razón sea fuente de
conocimiento, independientemente de la experiencia y más válida, incluso, que ella. Por
tal causa, intentará demostrar que las proposiciones analíticas o bien no son acerca del
mundo, o bien no son verdades necesarias, ya que para él no se dan "verdades de
razón".

Los enunciados analíticos se verifican o falsan simplemente apelando a las definiciones


de los signos usados en ellos. Si resultan ser tautologías, son verdaderos; si resultan
contradictorios, son falsos. Se trata del mismo planteamiento kantiano. Las
proposiciones analíticas no nos dicen nada sobre la realidad, ya que son independientes
de ésta. ¿Por qué, entonces, estas proposiciones analíticas no resultan absurdas como las
de la metafísica? ¿Cuál es su valor? Según Ayer, estas proposiciones poseen cierta
capacidad de sorpresa y nos son valiosas en tanto en cuanto nos hacen caer en la cuenta
sobre el uso de ciertos símbolos que antes no apreciábamos con claridad. No aumentan
nuestro conocimiento, pero hacen más fácil el camino de la invención.

Todos los demás enunciados significativos pueden ser verificados o falsados mediante
las observación empírica. Las proposiciones empíricas "son todas y cada una, hipótesis
que pueden ser confirmadas o desautorizadas por la experiencia sensorial real […] no
hay proposiciones finales". Lo que la experiencia debe confirmar o refutar no es una
mera hipótesis, sino todo un sistema de hipótesis que, por tanto, siempre se encuentra
sometido a cambios posibles según las corroboraciones empíricas que se lleven a cabo.
La función de tal sistema de hipótesis es la de predecir anticipadamente experiencias,
sensaciones futuras. En caso de que nuestras expectativas respecto a dichas hipótesis se
cumplan, se habrán verificado. Es decir, hecho verdad. En caso contrario, resultarán
falsas. De este modo, nuestras verdades empíricas nunca serán absolutamente válidas.
Siempre existirá la posibilidad de hallar una experiencia que las contradiga. Al menos,
en teoría. Por ello, la observación aumenta el grado de confianza con el que es
razonable mantener una hipótesis. Y, en consecuencia, "la racionalidad de una creencia
se define no en relación a una norma absoluta, sino en relación a una parte de nuestra
propia práctica real". Nada que no sea verificable puede caer en el ámbito de la verdad.
Pero, ¿qué es verificable? Lo verificable es aquello que entra dentro de los contenidos
sensoriales. Entonces, los objetos materiales aparecen como construcciones lógicas a
partir de lo sensorial.

11
3.4.2 Verificación y semántica en Carnap

3.4.2.1 El principio de verificabilidad

Hay que distinguir dos órdenes de verificación: directa e indirecta. Si un enunciado, por
ejemplo, afirma algo respecto a una percepción actual, pongamos por caso "en estos
momentos yo veo un cuadro rojo sobre un fondo azul", entonces el enunciado puede
probarse directamente acudiendo a mi percepción actual. En la verificación de tipo
indirecto se trata de proposiciones que no son verificables en sí mismas, pero que sí lo
son mediante verificación directa de otras proposiciones ya verificadas con anterioridad.

Por ejemplo: sea el enunciado E1: "Esta llave está hecha de hierro". Entre los diversos
modos de verificar E1 se encuentra el de índole magnética. Por experiencias anteriores
está comprobado que un imán atrae a los objetos de hierro. Entonces puede inferirse que
"esta llave es de hierro" siguiendo este modelo de razonamiento:

E1 Esta llave está hecha de hierro (Proposición, cuyo contenido quiere ser verificado)

E2 Si un objeto de hierro es colocado cerca de un imán es atraído por éste (Dato físico
perteneciente ya a experiencias comprobadas, verificadas)

E3 Este objeto -una barra- es un imán. (Dato igualmente comprobado y verificado por
experiencias previas)

E4 La llave es colocada cerca de la barra o imán (Dato que nosotros constatamos


mediante observación directa)

E5 La llave es ahora atraída por el imán o barra (Conclusión que se verifica igualmente
de modo directo)

Si se analiza este proceso, en seguida salta a la vista que no sale nunca de la dimensión
experimental y que consta de dos clases de proposiciones: las ya verificadas y
certificadas por experiencias previas de la ciencia (E2, E3) y las verificadas
inmediatamente por nosotros (E4, E5). Las proposición E1 no era directamente
verificable. ¿No se construyen también llaves de oro, bronce o plata? ¿Cómo hacer
verdadera -verificar- nuestra proposición E1 ? Los enunciados E2 y E3, pertenecientes de
antemano a lo ya comprobado científicamente, posibilitan una constatación empírica
que se expresa en E4 de la que se infiere que la llave está hecha de hierro. Caso
contrario, el científico o habría de negar que el hierro fuera elemento constitutivo de la
llave, o buscar alguna explicación plausible del dato negativo experimental. Y cuantas
más sean las experiencias positivas tanto más se acercará el científico a una certeza
"casi absoluta".

De esta manera, toda aseveración científica debe afirmar algo acerca de percepciones
actuales o acerca de otra clase de observaciones y, entonces, es verificable por ellas; o
bien afirmar enunciados acerca de futuras experiencias que se infieren de la unión de
datos científicos u otros que se someten a constatación empírica. Todo aquello que caiga
fuera de esta dimensión, no pertenece a la ciencia. Su lenguaje no es significativo,
científicamente hablando. La ciencia, pues, es un sistema de hipótesis verificables que,
en última instancia, tocan la realidad. Y todas las proposiciones de su lenguaje

12
expresivo son reducibles a "enunciados atómicos", "juicios de percepción",
"proposiciones protocolares" que son propiamente las empíricas en sentido estricto.

La conclusión de este análisis añadía a la división clásica de proposiciones analíticas y


sintéticas otro tipo de proposiciones, propias en particular de la metafísica: las carentes
de significación que, como tales, eran meramente expresivas de pseudoproblemas. El
lenguaje filosófico es de esta naturaleza vacío de significado e indecible según los
cánones de la ciencia. ¿Cómo fue posible este grave equívoco multisecular de la
cultura?. Según Carnap, tomando como punto de partida unas estructuras lógicas y
gramaticales correctas, puede llegarse a proposiciones sin sentido en virtud de que su
contenido es inverificable. Veamos el análisis carnapiano de la expresión de Heidegger
"¿Cuál es la situación en torno a la nada? […] La nada anonada". Carnap pone en dos
columnas los posibles tipos de respuesta:

¿Qué hay fuera?

I II
1. Afuera hay lluvia 1. Afuera nada hay
2. La lluvia llueve 2. La nada anonada

De estas dos columnas, sólo la I se atiene a la corrección tanto gramatical como lógica.
Pero ello da pie a la formación de otras proposiciones en II, carentes de sentido y que,
en consecuencia, ni siquiera son expresables en un lenguaje lógico. La sintaxis
gramatical de "afuera hay lluvia" es plenamente correcta, pero hace posible la
construcción sintáctica "afuera nada hay", que carece de significado. Y esto porque
"nada" no es término que pueda derivarse o retrotraerse a expresión alguna ligada con la
experiencia. O lo que es lo mismo, "nada" no puede ser controlado ni verificado. Y, al
no poder serlo, pierde cualquier interés científico. Por igual motivo, la proposición "la
nada anonada", aunque construida en conformidad con la estructura sintáctica de "la
lluvia llueve" -expresión analítica o tautológica-, resulta también sin significado
científico. Es pura poesía. Pero a la poesía no se le pregunta si es o no verdadera.
Sencillamente, decimos que nosagrada o nos desagrada. Los problemas metafísicos y
filosóficos son, para la doctrina carnapiana, todos de índole retórica o poética. Los
filósofos, del mismo modo que los poetas, sistematizan elucubraciones que obedecen a
estados emocionales frente a la vida. La filosofía debe ser sustituida por la lógica de la
ciencia. Es decir, las ciencias que, fundamentalmente, consisten en la sintaxis formal de
su lenguaje.

3.4.2.2 Carnap y el enfoque semántico

Carnap distingue entre semántica descriptiva y semántica pura. La primera versa sobre
los lenguajes naturales e históricos. Puede referirse a una lengua concreta, a un grupo de
ellas o a todas las que existen en general. Siempre se trata, aquí, de la descripción de
datos empíricos. Por este motivo, es una ciencia de enunciados sintéticos. Y su campo
de estudio compete a la lingüística. La semántica pura, en cambio, es de índole analítica
y tiene como objeto la interpretación del significado de sistemas lógicos formalizados.
Por tanto, su acción recae sobre lenguajes idealmente perfectos. La tarea del filósofo
semantista consistirá, pues, en buscar definiciones exactas y adecuadas de los conceptos
semánticos ordinarios y de otros nuevos a fin de elaborar una teoría basada en dichas
definiciones.

13
Carnap realiza un análisis tridimensional de la semiótica dividiendo a ésta en sintaxis,
semántica y pragmática. La sintaxis se preocuparía de las relaciones de los signos entre
sí, haciendo abstracción de los objetos o de los usuarios de las diferentes formas
simbólicas. El ámbito semántico estudiaría, entonces, las relaciones de los signos con
sus designata. La semántica contiene reglas que nos señalan las condiciones en virtud
de las cuales un signo es aplicable a un objeto o a una situación. Según estas reglas, un
signo denota todo lo que se ajusta a dichas condiciones, determinando en concreto su
designatum.

En la construcción de la semántica carnapiana se parte de la distinción entre


metalenguaje y lenguaje-objeto. Aquí, los lenguajes-objeto son siempre sistemas
formalizados. Para elaborar un sistema semántico S de primer orden con un número
finito de constantes de individuo son necesarias, según Carnap, tres cosas: en primer
lugar, se precisa una clasificación de los signos deS. Se trata de algunas nociones
sintácticas que se presuponen, como las de constantes de individuos y predicados,
variables igualmente de individuos y de predicados, signos lógicos y signos auxiliares.
En segundo lugar, debe definirse qué es lo que se entiende por "termino en S", "fórmula
en S" y "sentencia en S", señalando el modo de combinación de los signos para la
construcción de expresiones correctamente formadas, sean atómicas o moleculares. Y,
por último, se ha de llevar a cabo también la definición de "designación de individuos
en S", y "designación de atributos primitivos de grado n en S".

Por otra parte, en conexión con el concepto de "designación" se dilucida la


"determinación en S", mediante la cual se indica qué entidades se especifican en las
proposiciones funcionales y qué atributos se precisan en la funciones proposiciones. De
aquí deriva lo que Carnap denomina "condición satisfactoria". Por ejemplo, se dice que
un objeto x satisface una sentencia o función sentencial de una variable dada, si y
solamente si x posee la propiedad que esta sentencia o función sentencial determina. A
todo esto, deben añadirse las "reglas de valores" y la definición de "verdadero en S".
Las reglas de valores indican el ámbito de las variables o su universo de discurso. La
definición de "verdadero en S", en cambio, nos enumera las condiciones necesarias y
suficientes para que se pueda aplicar a una sentencia el predicado metalógico
"verdadero".

Carnap tiene, ante los ojos, el cálculo proposicional de dos valores o bivalente: toda
sentencia ha de ser verdadera o falsa, y examina si dicho cálculo puede ser una
formalización completa de la lógica. Con este fin, lo interpreta desde la semántica
comprobando, así, que contiene en su sistema todas las proposiciones lógicas que
intenta representar. Basta, para conseguir esto, aplicar las reglas de designación
semántica que indican las entidades a las que se refiere el cálculo, y las reglas
correspondientes de verdad.

El significado, en esta versión referencial carnapiana, queda reducido a su pura


dimensión lógica. Y remite a un mundo construido por medio de la lógica, método de la
ciencia y de la filosofía de la ciencia. La lógica, además es instrumento de unificación
de las diversas ciencias.

14
3.5 La crítica de Quine a los "dos dogmas del empirismo"
En "Dos dogmas del empirismo" Quine criticó las dos doctrinas puntales del empirismo
lógicos ("dogmas" los denomina él. Estas dos doctrinas son:

1. Para cada proposición o enunciado existe el conjunto de las experiencias u


observaciones que la confirmarían (y el conjunto de aquellas otras que la
desconfirmarían)
2. Hay dos grandes clases de proposiciones: las analíticas, que son aquellas que
resultan confirmadas o desconfirmadas, según sean verdaderas o falsas, por
cualesquiera datos de observación, y las sintéticas, que son aquellas que resultan
confirmadas, o desconfirmadas, por experiencias y observaciones específicas.

De estas dos doctrinas, la primera -el llamado por Quine dogma reductivista- tiene una
versión fuerte que nos es más familiar: que para cada proposición con significado
empírico (o cognitivo) existe su traducción a un lenguaje fenomenista. La versión (1) es
menos exigente que esta última, pero igual de útil. Ambas versiones comparten lo que
de hecho es objeto de la crítica de Quine: que es legítimo hablar del significado
(cognitivo, empírico) de una proposición considerada aisladamente de las demás.
Frente a esto, Quine arguye que, en general, no puede decirse que toda proposición
tenga un fondo de experiencias confirmatorias que puede considerarse propio. La puesta
en cuestión de (1) conduce, por lo tanto, a una seria modificación de la teoría
verificacionista del significado.

El rechazo de (2) atenta, por su parte, contra otro de los pilares del empirismo lógico:
aceptar que hay dos clases de proposiciones, las analíticas y las sintéticas,
proporcionaba al filósofo empirista una salida a la hora de dar cuenta del estatuto de las
proposición de la lógica y de la matemática. Si se renuncia a (2) los problemas que el
filósofo empirista creía resueltos vuelven a hacer acto de presencia.

Según el Quine de "dos dogmas", estos dos pilares son mucho menos sólidos de lo que
podría parecer. El argumento de Quine puede desglosarse en dos pasos. El primero de
ellos consiste en apercibirse de que (1) implica (2): si está justificado hablar del
significado de una proposición, habrá que contar con el caso límite de proposiciones
que sean verdaderas y cuyo significado empírico sea nulo. Una vez que hablamos de la
posibilidad de que haya experiencias que confirmen una proposición, no podremos
excluir el caso de esas proposiciones cuyo conjunto de consecuencias confirmatorias (o
desconfirmatorias) sea vació. Semejantes proposiciones serán verdaderas o falsas con
independencia de qué experiencias se tomen como piedra de toque. (Estas serán las
proposiciones analíticas).

El segundo paso consiste en ver cómo los intentos de definir criterios de distinción entre
proposiciones analíticas y proposiciones sintéticas fallan sistemáticamente hasta un
punto en que llegamos a convencernos de que el criterio buscado simplemente no existe.
En ese mismo momento concluimos que (2) es un principio falso. Ahora bien, si (1)
implica (2) y si éste es falso, el principio (1) también habrá de serlo (según un
razonamiento en modus tollens). Con esto, los dos dogmas han sido rebatidos.

En Dos dogmas Quine examina detenidamente diversos criterios de distinción entre lo


analítico y lo sintético. Veamos alguno de estos argumentos:

15
Una idea popular que parece estar de acuerdo con la distinción analítico-sintético es
ésta: si deseamos saber si un enunciado es analítico -es decir, verdadero en virtud del
significado de sus términos- basta con que consultemos en un diccionario el significado
que poseen. Esa consulta permitirá determinar, sin investigar cuáles son los hechos del
mundo, su verdad o falsedad. Así, por ejemplo, una ojeada de la palabra hombre, en un
diccionario mínimamente completo, nos permitirá dar con la acepción oportuna que
verifique el carácter analítico de la proposición:

a) Los hombres son seres dotados de razón

Sin embargo, semejante maniobra aplicada a la palabra araucaria será incapaz de


establecer el valor de la verdad de la proposición

b) En Ibiza hay araucarias traídas por emigrantes isleños.

La diferencia se explica por la analiticidad de (a) y la sinteticidad de (b). La distinción


parece, por tanto, impecable.

A este planteamiento Quine objeta que los diccionarios sean el tipo de obra que contiene
los significados de las palabras, si por significado se entiende algo diferente de
información empírica o información relativa a los hechos (es decir, al mundo). Por el
contrario, los diccionarios recogen los usos de las palabras, y los lexicógrafos que los
organizan y los redactan no entran en la cuestión de si sus definiciones plasman
significados u otra cosa distinta. De hecho, raro será el diccionario que, en la entrada
correspondiente a esmeralda no diga que las esmeraldas son verdes. Significa esto que
la proposición (c) "Todas las esmeraldas son verdes" es una proposición analítica, es
decir, con independencia de cómo es el mundo, de cómo son las esmeraldas? La
respuesta es tajantemente negativa. (Es más, hay diccionarios que llegan a decir cosas
tales como que las esmeraldas están formadas de silicato de alúmina y de glucina teñido
de óxido de cromo. El que tales sustancias den lugar a un bello color verde cuando se
tiñen de óxido de cromo no es, con seguridad, una circunstancia puramente lingüística,
sino un afortunado accidente de la naturaleza). Por consiguiente, o bien admitimos que
(c) no expresa un hecho del mundo, o bien renunciados a la idea de que los significados
de las palabras son esas cosas que dan los diccionarios.

Una vez arruinada la doctrina de que hay verdades en virtud del lenguaje y verdades en
virtud de los hechos, la concepción empirista del sistema del conocimiento humano ha
de cambiar de un modo radical. Ya no hemos de admitir, para empezar, que las verdades
lógicas y matemáticas estén a salvo de refutación empírica. Todas las proposiciones
habrán de considerarse, a partir de ahora, sintéticas en un mayor o menor grado.
Proposiciones como 7+5 = 12, que hasta ahora se han considerado necesarias, no tienen
un estatuto diferente de (b) o (c). Esto no significa que haya en algún lado
observaciones o experiencias que muestren que 12 no es el resultado de sumar 7 y 5.
Significa que no hay nada que excluya, como posibilidad lógica, un vuelco tal en el
sistema de todo nuestro conocimiento que quite a esas proposiciones el lugar que hasta
el momento se les ha reconocido.

Esta idea se capta mejor si se tiene en cuenta que las proposiciones no se confirman una
a una, sino en bloques o conjuntos. Esto es especialmente cierto en el caso de las
afirmaciones de la ciencia con un contenido teórico más alto (es decir, de aquellas

16
proposiciones que hablan de entidades inobservables). Ninguna de ellas está sujeta por
sí sola a confirmación. Lo está en conjunción con otras proposiciones auxiliares de
diverso tipo o incluso en conjunción con otras teorías científicas. Por ello, cuando una
proposición queda aparentemente refutada, es posible mantenerla a salvo como
verdadera efectuando cambios en -o renunciando a la verdad de- las proposiciones
adyacentes o acompañantes. Cabe, además, la posibilidad de que estos cambios sean
menos drásticos y mutilen menos el cuerpo de conocimiento acumulado si se efectúan
sobre el aparato lógico o matemático de la teoría o teorías implicadas en el caso. El que
una posibilidad como esta no pueda olvidarse es lo que permite a Quine afirmar que
todas las proposiciones pueden ser objeto de revisión.

Para el empirismo clásico todas las verdades sobre el mundo derivan inductivamente de
la experiencia. A esta visión opone Quine la de que todas las verdades (sin restricción)
pueden serconfutadas por la experiencia. El matiz importante arrastra consigo la
cláusula de que no se confirman (verifican) proposiciones una a una y por separado,
sino en bloques o conjuntos de proposiciones. Esta doctrina recibe el nombre de
holismo semántico. La renuncia a la distinción analítico-sintético y la adhesión al
holismo semántico son pasos obligados en la adhesión a un empirismo sin dogmas.

3.6 Putnam
Las teorías descriptivas de la referencia aceptan la tesis según la cual los términos
generales tienen tanto un sentido, o intensión, como una referencia, o extensión. De
acuerdo con las teorías descriptivas, la intensión determina la extensión, es decir, si
conocemos la intensión de un término podemos fijar con toda precisión su extensión.
Dos hablantes competentes del castellano que tengan en su vocabulario la palabra
"tigre" habrán "captado" el mismo concepto, y estarán en el mismo estado psicológico.
Es por tanto indiferente partir de que la intensión determina la extensión, o considerar
que el estado psicológico (que determina la intensión) es el que determina la extensión.

Putnam comienza su reflexión pidiéndonos que imaginemos que en la galaxia se


encuentra un planeta, idéntico en todo a la Tierra, excepto en aquellos aspectos
relevantes para la argumentación, al que llamaremos Tierra-Gemela. Supongamos que
una de las diferencias entre los dos planetas radica en que el agua de la Tierra-gemela,
idéntica a la nuestra en todas las características superficiales, no es H2O, sino que tiene
una fórmula química que representaremos como XYZ. Por supuesto que los
hispanohablantes de la Tierra-gemela usan la palabra "agua" exactamente del mismo
modo que nosotros, pero lo que allí se llama "agua" no es H2O, sino XYZ.

Consideremos un hablante terráqueo llamado Ángel y su réplica en la Tierra-gemela,


Ángel-g. Situémonos en el año 1750, antes del descubrimiento de la química. Ángel y
Ángel-g se encontraban en el mismo estado psicológico: ambos concebían el agua como
el líquido incoloro, que llena los ríos, etc.; la intensión del término "agua" es idéntica.
Sin embargo, cuando Ángel, en la Tierra, usa el término "agua", de lo que está hablando
es de H2O, mientras que cuando en la Tierra-gemela Ángel-g utiliza el mismo término
está hablando de XYZ. Queda claro que el estado psicológico del hablante (y por tanto
la intensión) no determina la extensión, aquellas cosas en el mundo de las que el
término es verdadero. Esto es así aunque los hablantes y sus comunidades lingüísticas
desconozcan la composición química del agua.

17
La razón por al cual el término "agua" tiene la misma extensión en 1750 que en la
actualidad es su rigidez, el hecho de que en ninguno de los dos momentos históricos es
sinónimo del conjunto de propiedades que definen el concepto agua.

Si se introduce el término "agua" mediante una definición ostensiva que utiliza una
determinada muestra con una fórmula del tipo "a esto se le llama 'agua'", se presupone
que este líquido es el mismo que aquel al que en mi comunidad lingüística se le llama
agua. De este modo se establece la condición necesaria y suficiente que ha de cumplir
una sustancia para ser agua: la de hallarse en la relación "mismo líquido" (mismoL) con
la sustancia de la muestra. Ahora bien, precisar esta relación mismoL es algo que
compete a la ciencia de cada momento histórico, y se pueden cometer errores. Pero
estos errores no implican que el significado del término "agua" sufra variaciones a lo
largo de la historia, puesto que la intención de los hablantes siempre ha sido la de
aplicar el término a aquella sustancia que comparta la naturaleza de aquello a lo que
realmente se considera tal, y nunca ha existido la pretensión de hacer el término
sinónimo de las descripciones, científicas o no, de la sustancia en cuestión. El
significado es constante, pero nos podemos equivocar al determinar la extensión.

Así, el hecho de que un hispano-hablante podría haber llamado "agua" a XYZ en 1750,
aunque él o los que siguiesen no habrían llamado agua al XYZ en 1800 o en 1850, no
significa que el "significado" de "agua" cambiara en ese intervalo para el hablante
medio. En 1750 o en 1850 o en 1950 uno podría haber apuntado con el dedo al líquido
del lago Michigan en tanto que ejemplo de "agua". Lo que cambió fue que en 1750
habríamos pensado erróneamente que XYZ guardaba la relación mismoL con el líquido
del lago Michigan, mientras que en 1800 o en 1850 habríamos sabido que ése no era el
caso (ignoro, naturalmente, el hecho de que el líquido del lago Michigan era en 1950 un
agua dudosa) (H. Putnam, "El significado de 'significado'", en L. M. Valdés,La
búsqueda del significado, pp. 131-194 (p. 142)

Con respecto a los deícticos (aquellas expresiones cuya referencia sólo puede
determinarse en función de ciertas características del contexto de emisión, "yo", "aquí",
etc.), tienen convencionalmente asignado un sentido, pero ese sentido no es suficiente
para determinar la referencia. sólo el conocimiento del contexto de uso puede hacerlo.
En este caso, también se puede afirmar que la intensión no determina la extensión. Pues
bien, en la teoría de Putnam, el medio natural imprime a los términos de género natural
una cierta indicabilidad en la medida en que proporciona el contexto en el que se fija la
referencia y por tanto determina el patrón que sirve para juzgar la pertenencia o no a una
clase de cualquier ejemplar:

Nuestra teoría puede resumirse diciendo que palabras como "agua" tienen un elemento
indicador oculto: el "agua" es una sustancia que guarda con el agua de por aquí una
cierta relación de similaridad. En un tiempo o en un lugar distintos, o incluso en otro
mundo posible, el agua,si es que ha de ser agua, ha de estar con nuestra "agua" en la
relación mismoL. Así pues, la teoría de que (1) las palabras tienen "intensiones", que
son algo parecido a los conceptos vinculados a las palabras de los hablantes; y que (2) la
intensión determina la extensión, no puede ser verdadera en lo que toda a las palabras
que designan clases naturales, como "agua", por la misma razón por la que no puede ser
verdadera para el caso de palabras obviamente indicadoras, como "yo" (ibid., p. 152)

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¿Cómo se articula la determinación de la referencia con el hecho innegable de que
distintos hablantes tienen distinto conocimiento de la misma, es decir, que no todos los
hablantes competentes en castellano saben que el agua es H2O y, sin embargo, estos son
los criterios determinantes para clasificar a una determinada sustancia como agua?

Conforme las sociedades crecen en complejidad y la ciencia se desarrolla, un número


mayor de palabras precisan de un conocimiento especializado acerca de la naturaleza de
su extensión y del tipo de pruebas para determinarla. El hablante medio tiene un
conocimiento acerca de la extensión de este tipo de palabras que se limita generalmente
a las características observables y que no incluye, desde luego, aquellos criterios que
permiten fijar con precisión su extensión. Pero cualquier hablante sabe que, en caso de
necesidad, puede recurrir a algún experto capacitado para precisar si un determinado
ejemplar pertenece o no a la clase de que se trate. De este modo, la determinación de la
extensión depende de la cooperación social, y no es función del conocimiento de cada
hablante competente. Los criterios que se utilicen para determinar la pertenencia o no de
un ejemplar a la extensión del término general, se encuentran presentes en la sociedad
colectivamente considerada, estableciéndose lo que Putnam denomina "división del
trabajo lingüístico".

Si no todo lo que se sabe acerca de un género natural tiene que ser conocido por el
hablante medio, ¿qué tipo de conocimiento es suficiente para poderlo considerar
competente en el lenguaje? Cuando alguien nos pregunta por el significado de un
término de género natural, la respuesta adopta típicamente la forma de una ostensión, o,
si no disponemos en el entorno de un ejemplar del género natural en cuestión,
ofrecemos una descripción. Esta descripción integrará las características usuales de los
miembros normales de las clase de que se trate. A este conjunto de rasgos generales lo
denomina Putnam estereotipo. Para considerar que una persona conoce una determinada
palabra, son necesarios los siguientes requisitos: 1) ha de hacer un uso cabal de la
misma, 2) su posición en su entorno social y natural ha de ser tal que la extensión del
término en cuestión ha de ser, efectivamente, la totalidad de ese término. Esta cláusula
pretende excluir del conjunto de usuarios conocedores de una palabra a los hablantes de
la Tierra-gemela que denominan "agua" a un líquido distinto al agua de la Tierra. Este
conocimiento mínimo de los términos constituye el estereotipo, que Putnam define así:

En el habla ordinaria, un "estereotipo" es una idea convencional (frecuentemente


maliciosa y que puede ser harto imprecisa) de cómo parece ser, de cómo es o de cómo
se comporta un X. Obviamente, exploto algunos de los rasgos del habla común. No me
ocupo de estereotipos maliciosos (salvo donde el lenguaje mismo lo sea); lo hago de
ideas convencionales, que pueden ser imprecisas. Sugiero que ideas convencionales así
se hallan asociadas a "tigre", a "oro", etc., y más aún: que esto es el solo elemento de
verdad que hay en la teoría del "concepto".

De acuerdo con esta tesis, a quien sepa lo que significa "tigre" (o, como hemos decidido
hacer en su lugar, quien haya adquirido la palabra "tigre") se le pide que sepa que los
tigres estereotípicos tienen la piel rayada. Dicho en términos más precisos: hay un
estereotipo de los tigres (él puede tener otros) que la comunidad lingüística como tal
exige: se le pide que tenga este estereotipo y que sepa (implícitamente) que es
obligatorio. Este estereotipo debe incluir el rasgo de las rayas en la piel, para que su
adquisición se juzgue conseguida (ibid., pp. 169-70)

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Si bien los estereotipos recogen rasgos verdaderos de los miembros normales de la clase
de que se trate, puede ocurrir que incluyan algún error que, no obstante, facilite la
comunicación. El tipo y la cantidad de información que integran el estereotipo
dependerán del tema y de la cultura.

El conocimiento que la comunidad lingüística exige al hablante individual y que


garantiza la comunicación, queda muy por debajo del que es necesario para la
determinación de la referencia en el caso de los términos de género natural. Para esta
función se requiere tanto la cooperación de la sociedad como la del entorno natural. La
sociedad interviene a través de la división del trabajo lingüístico, y el entorno natural
proporcionando las muestras paradigmáticas que determinan la extensión. De ahí el
eslogan putnamiano "los significados no están en la cabeza". De qué hable alguien no es
función de lo que conoce acerca de la extensión. Cuando un hablante castellano habla
del oro se está refiriendo, en virtud de cómo está situado en su comunidad lingüística y
en el mundo natural, a lo que se define como "metal amarillo de los llamados
'preciosos', número atómico 79, se encuentra en la naturaleza sólo nativo, es uno de los
metales más pesados, muy dúctil y maleable y atacable sólo por el cloro, el bromo y el
agua regia". Ésta es la extensión del término "oro" que está utilizando, aunque lo único
que él sepa acerca del oro es que se trata del metal amarillo con el que se hacen las
joyas.

3.7 Kripke
Kripke ha originado lo que se ha llamado "nueva teoría de la referencia", o también la
denominada teoría de la referencia directa. Según Kripke no es necesario que el
hablante conozca las características del referente de modo tal que este conocimiento
resulte idóneo para fijar un único objeto en la realidad extralingüística. Kripke
argumenta, además, en contra del carácter necesario de la relación entre el nombre y la
mayoría de las propiedades que se atribuyen a su portador.

Según las teorías descriptivas, consigo referirme a alguien si conozco algún dato que le
identifica de manera unívoca. La pregunta es: ¿es cierto que asociamos a los nombres
propios que usamos este tipo de conocimiento? Y, si no es así, ¿realmente no
conseguimos referirnos a un particular? Para responder a estas preguntas Kripke
propone el siguiente ejemplo: lo único que saben de Einstein la mayoría de los
hablantes es que fue el autor de la teoría de la relatividad, pero si se les pregunta qué
saben de la teoría de la relatividad, en general, lo único que saben es que es la teoría de
Einstein. Se incurre, pues, en una circularidad que no puede, en ningún caso, constituir
el conocimiento suficiente para identificar a un individuo en la realidad extralingüística.
Sin embargo, cuando un hablante de este tipo afirma "Deberían de explicar la teoría de
Einstein en las facultades de Filosofía", nos parece claro que, a pesar de todo, se refiere
a Einstein.

Es decir, aún sin poseer un conocimiento identificador unívoco del referente, un


hablante puede conseguir referirse a un particular. Sorprendentemente, también cuando
un hablante asocia al nombre una descripción identificadora errónea, intuimos que
consigue referirse con éxito. Mucha gente diría de Cristóbal Colón que fue el primer
europeo que pisó suelo americano, descripción que es verdadera de algún nórdico.

20
Los dos ejemplos anteriores no dependen para su validez de que el error sea algo
individual; la situación es similar cuando el error se extiende a la totalidad de los
miembros de una comunidad lingüística

Estos dos ejemplos no dependen para su validez de que el error sea algo individual; la
situación es similar cuando el error se extiende a la totalidad de los miembros de una
comunidad lingüística. Otro ejemplo. Para la mayoría de los miembros de nuestra
sociedad, "Bizet" es el nombre del compositor de la ópera Carmen. Imaginemos que
Bizet no compuso en realidad la obra, sino que se apropió de ella furtivamente. Este
hurto fue posible gracias a que Bizet fue el único testigo de la muerte de su autor real,
M. Grévy, que había dejado la ópera concluida en una repisa de su estancia, pudiendo
de este modo Bizet sustraerla sin levantar sospechas. De acuerdo con la teoría
descriptiva, el referente de un nombre propio es el objeto que satisface la/s propiedad/es
expresadas por el sentido; por lo tanto, el referente de "Bizet" es el objeto del cual se
puede predicar con verdad que es el autor de la ópera Carmen, es decir, M. Grévy. Pero
nuestras intuiciones nos dicen que esto no es así, que a pesar del hurto, cuando alguien
utiliza el nombre propio "Bizet" habla realmente de Bizet y no de M.l Grévy. La
posibilidad definición ijar el referente mediante una propiedad contingente que puede a
la postre ser falsa, permite dar cuenta de este tipo de fenómenos.

Un caso más opuesto si cabe a las pretensiones de las teorías descriptivas viene dado
por la posibilidad de referirse a alguien a pesar de que todo lo que se sabe de él
constituya una leyenda. Kripke ilustra esta posibilidad con el caso del personaje bíblico
Jonás. Aunque los eruditos bíblicos piensan que existió, todo lo que se sabe de él (que
fue tragado por un gran pez, etc.) es obviamente falso, y no es verdadero de ninguna
otra persona. A pesar de todo, es posible referirse a Jonás cuando se utiliza el nombre
propio "Jonás".

Las teorías descriptivas de la referencia vinculan la teoría del sentido de los nombres
con la teoría de la referencia. Ambas dimensiones son interdependientes: la descripción
que constituye el sentido del nombre sirve, al mismo tiempo, para fijar el referente. La
propuesta de Kripke podría resumirse diciendo que reelabora el problema de la fijación
del referente y lo desliga de la cuestión del sentido. Es decir, una descripción como "La
reina egipcia que se suicidó en el 30 a.C. junto a Marco Antonio", puede utilizarse para
fijar el referente del nombre "Cleopatra", pero esto no la convierte en sinónima del
nombre. De este modo, el carácter contingente de la descripción deja de ocasionar
problemas.

La relación entre un nombre y las descripciones asociadas no puede considerarse, según


Kripke, una relación de sinonimia. Una descripción, que expresa un hecho contingente
acerca del referente, puede usarse para fijar el referente de un nombre, pero, una vez
fijado, el nombre funciona comodesignador rígido, pudiendo incluso plantearse la
posibilidad de que la descripción usada para fijarlo resulte ser falsa.

El término designador es usado por Kripke para referirse tanto a nombres propios como
a descripciones definidas.

Llamemos a algo un designador rígido si en todo mundo posible designa al mismo


objeto; llamémosle un designador no rígido o accidental si no es éste el caso [...] Una

21
de las tesis que sostendré en estas charlas es que los nombres son designadores rígidos
(El nombrar y la necesidad, p. 56)

Del mismo modo que los nombres propios designan al portador sin ningún tipo de
mediación epistémica, los términos de género natural (agua, cebra, ...) designan su
extensión rígidamente. Veámoslo con un ejemplo de Kripke. Imaginemos que, debido a
una serie de cambios atmosféricos, el agua adquiere un ligero color esmeralda y
mantiene el resto de sus propiedades. Sin duda, seguiríamos pensando que el líquido
que llena los mares y ríos, etc., es agua. Supongamos que sucede algo similar con el
resto de la propiedades observables del agua, de modo que llegamos a dudar si el
líquido en que se ha transformado el agua seguirá o no siendo agua. ¿Cuál se supone
que sería la reacción natural para salir de la duda? Parece obvio que acudiríamos a un
experto parar que averiguara mediante un análisis químico si el líquido en cuestión
sigue teniendo la composición química del agua, es decir, H2O. Del mismo modo que la
propiedad contingente de ser el maestro de Alejandro Magno podía servir para fijar la
referencia del nombre propio "Aristóteles" sin convertirse en su sinónimo, las
propiedades observables contingentes del agua pueden servir para fijar la referencia del
término de género natural "agua" sin constituirse en su sinónimo. Al igual que el origen
de Aristóteles como persona es lo que proporciona el criterio para hablar de una
continuidad del referente, la composición química del agua constituye una propiedad
que puede ser considerada como esencial, puesto que es lo que define la clase natural en
cuestión.

¿Cómo se dilucida la semántica de los términos de género natural? Se postula un


bautismo hipotético, que desempeña la misma función que el bautismo inicial en el caso
de los nombres propios. Se supone que en un momento dado quedaron asociados,
mediante ostensión o definición, un determinado término de género natural con una
clase natural concreta. A partir de ese momento, se establece una cadena de
comunicación tal que, cuando un hablante usa el nombre de un género natural con el
que no ha estado nunca en contacto, consigue referirse a este género por su pertenencia
a la cadena causal correspondiente:

el nombre de la especie puede pasarse de eslabón en eslabón, exactamente como en el


caso de los nombres propios, de manera que quienes han visto muy poco o ningún oro
pueden sin embargo usar el término. Su referencia se determina mediante una cadena
causal (histórica), no mediante el uso de ningún ejemplar (El nombrar y la necesidad, p.
145)

Este análisis nos lleva a responder al problema de cómo son posibles los enunciados
contingentes de identidad. Este problema es analizado por Kripke en "Identidad y
necesidad", y su respuesta es:

... en ambos casos, tanto en el de los nombres como en el de las descripciones, los
enunciados de identidad son necesarios y no contingentes. Esto es, son necesarios si es
que son verdaderos.

Kripke adopta como noción de necesidad, la necesidad en sentido débil, según la cual es
necesario aquel enunciado en el que, siempre que los objetos mencionados en él existan,
el enunciado será verdadero.

22
Su primer argumento a favor de esta postura tiene su base en el siguiente razonamiento
lógico:

(1) (x) (y) [x = y)  (Fx  Fy)]

(2) (x) (x = x)

(3) (x) (y) (x = y)  [ (x = x)  (x = y)] (por sustitución en (1)

(4) (x) (y) ((x = y)  (x = y))

La postura de Kripke es que cualquiera que crea (2) (y la verdad de (2) parece algo
indiscutible), necesariamente tiene que creer (4). Ahora bien, lo que en cuatro se afirma
es que los enunciados de identidad son necesarios.

En todo esto, sin embargo, parece haber una paradoja. Para ilustrar esta paradoja
veamos el enunciado

(5) El primer director general de Correos de USA es el inventor de los lentes bifocales

Parece ser que este enunciado es un enunciado contingente, a pesar de ser un enunciado
de identidad, pues es evidente que no era necesario que el primer director general de
Correos fuese el inventor de los lentes bifocales. ¿Cómo conciliar (4) con (5)?. Según
Kripke esta aparente paradoja queda resuelta si tenemos en cuenta la noción russelliana
de "alcance de una descripción"; es decir, la solución de Kripke consiste en sustituir en
(4) los cuantificadores universales por descripciones; según esto, (5) se podría traducir
como:

(5') Hay un objeto x tal que x inventó los lentes bifocales, y es una cuestión de hecho
contingente que hay un objeto y tal que y es el primer director general de correos de
USA, y necesariamente x = y

Con esta interpretación de (5), queda salvada la aparente paradoja existente entre (4) y
(5), pues se puede mantener la opinión de que (4) es verdadero a pesar de que el hecho
mencionado en (5) sea un hecho totalmente contingente.

Ahora bien, ¿qué pasa con los nombres propios?. En una primera aproximación, parece
que la función de los nombres propios es la de hacer referencia a un objeto, y no la de
describir al objeto nombrado; de aquí se sigue que si a es b, necesariamente a ha de ser
b. Según esto, cuando hacemos enunciados de identidad entre nombres, si los
enunciados son verdaderos, tienen que ser necesarios. Sin embargo, esto parece falso,
como lo "demuestra" el hecho de que

(6) Hesperus es Phosphorus

es una verdad contingente, empírica, que podría haber resultado de otra manera, pues,
en efecto, es del todo contingente que el objeto celeste al denominamos Hesperus sea el
mismo objeto celeste que aquel al que denominamos Phosphorus.

23
¿Cómo negar que (6) es una verdad contingente y seguir, por tanto, manteniendo
nuestra tesis de que "los enunciados de identidad son necesarios, si es que son
verdaderos"?. La solución de Russell consiste en afirmar que los nombres propios de (6)
no son nombres propios, sino descripciones.

La argumentación de Russell es como sigue:

... si queremos reservar el término "nombre" para cosas que realmente sólo nombran un
objeto sin describirlo, los únicos nombres propios genuinos que podemos tener son los
nombres de nuestros propios datos sensoriales inmediatos, de los objetos "que se nos
hacen presentes de manera inmediata". Los únicos nombres de esa naturaleza que
aparecen en el lenguaje son demostrativos tales como "esto" y "eso"

Es claro, según Kripke, que si aceptamos la tesis de Russell, se cumple el requisito de la


necesidad de la identidad en los nombres propios. Ahora bien, si por nombre propio
entendemos no una noción artificial, tal como la de Russell, sino un nombre propio en el
sentido ordinario, entonces parece ser que sí puede haber enunciados contingentes de
identidad en los que se usan nombres propios, entonces (4) estaría equivocado. Un
ejemplo en favor de esta tesis podría ser el siguiente:

(7) H20 es agua

(7) es un enunciado contingente de identidad pues, de lo contrario, no habría sido


necesario un descubrimiento científico para conocerlo, lo habríamos sabido desde
siempre. Kripke, sin embargo, no está de acuerdo con esta afirmación. Él sigue
pensando que los enunciados de identidad son necesarios, si es que son verdaderos.
¿Cómo fundamentar esto?.

La postura de Kripke tiene a su base las dos siguientes distinciones:

(1) Distinción entre designador rígido y designador no rígido. Un designador rígido es


aquel que designa al mismo objeto en todos los mundos posibles: 25 = 52. Un
designador no rígido, por el contrario, es aquel que no designa al mismo objeto en todos
los mundos posibles: "Franklin fue el inventor de los lentes bifocales". Al hablar de
designador rígido, Kripke no quiere implicar que el objeto referido tenga que existir en
todo mundo posible, esto es, que tenga que existir necesariamente, lo único que quiere
decir, es que

... en cualquier mundo posible donde el objeto en cuestión exista, en cualquier situación
en la que el objeto existiera, usamos el designador en cuestión para designar a ese
objeto. En una situación en la que el objeto no exista, entonces debemos decir que el
designador no tiene referente y que el objeto en cuestión así designado no existe (p.
110)

La idea es que nombres propios y descripciones definidas se comportan de modo


diferentes en contextos modales. Los nombres propios son designadores rígidos:
designan el mismo individuo en todo mundo posible en el que ese individuo existe. Las
descripciones definidas son designadores no rígidos: cambian de referencia de mundo
posible a mundo posible. Kripke sostiene que las teorías de Frege y Russell confunde
las nociones de fijar la referencia y de un nombre y dar el significadodel mismo.

24
Aunque podemos fijar inicialmente la referencia de un nombre por medio de una
descripción definida ('Cicerón es el autor del De fato'), al hacerlo utilizamos una
propiedad accidental del nombre (pues Cicerón podría no haber escrito De fato) y por
ello la descripción no da el significado del nombre. Esa descripción es un designador no
rígido porque hay mundos posibles en los que Cicerón no escribió De fato. Una vez que
hemos fijado la referencia de un nombre mediante una descripción definida, seguimos
usando el nombre como designador rígido de su portador. Todos los nombres son
designadores rígidos y, aunque la mayoría de las descripciones son designadores no
rígidos, algunas, las que especifican propiedades esencial de los objetos, también son
rígidas.

(2) Distinción entre a priori y necesario. Una verdad a priori es aquella que puede
conocerse como verdadera independientemente de la experiencia. Un enunciado
necesario es aquel que es verdadero y no puede ser de otra manera. Puede darse el caso
de que todo lo necesario, seacognoscible a priori, pero ello no hace de estas dos
nociones algo idéntico, pues la noción de ser necesario hace referencia a la ontología,
mientras que la noción de cognoscibilidad a priori se refiere a la epistemología.

A continuación, pregunta Kripke: ¿todo lo que es necesario es cognoscible a priori o


conocido a priori?. Su respuesta es la siguiente: «… no es trivial que sólo porque un
enunciado sea necesario pueda ser conocido a priori. Se requieren considerables
aclaraciones antes de decidir qué puede conocerse de esta manera. Y así, esto muestra
que aun si todo lo necesario es a priori en algún sentido, esto no debe tomarse como una
cuestión trivial de definición» (p. 116). Un ejemplo que apoya la postura de Kripke es la
conjetura de Goldbach (todo número par es la suma de dos números primos). ¿Es esta
conjetura verdadera o falsa? Si es verdadera es necesaria; ahora bien, si éste es el caso,
¿por qué no lo sabemos si todo lo necesario es conocido a priori?.

Otro argumento a favor de la tesis de Kripke es la teoría esencialista. Según esta teoría,
si esta mesa está hecha de madera, corresponde a su esencia el estar hecha de madera,
de modo que una mesa de hierro no podría ser nunca esta mesa. Ahora bien, esta teoría
sólo puede ser verdadera si distinguimos, por un lado, entre verdad a priori y verdad a
posteriori y, por otro, entre verdad necesaria y verdad contingente, pues aunque sea
necesario el que esta mesa no esté hecha de hierro, esto no es algo que conozcamos a
priori pues, ¿cómo podría yo saber, antes de haber visto nunca esta mesa, que estaba
hecha de madera y no de hierro?. Ahora bien, dado que esta mesa no está hecha de
hierro (y esto es conocimiento a posteriori), necesariamente no está hecha de hierro:

... si P es el enunciado de que el atril no está hecho de hielo, uno conoce por un análisis
filosóficoa priori algún condicional de la forma "si P, entonces necesariamente P". Si la
mesa no está hecha de hielo, necesariamente no está hecha de hielo. Por otro lado,
entonces, conocemos mediante una investigación empírica que P, el antecedente del
condicional, es verdadero, que esta mesa no está hecha de hielo. Podemos concluir por
modus ponens:

25
P P

----------------

La conclusión, ' p', es que es necesario que la mesa no esté hecha de hielo y esta
conclusión es conocida a posteriori, ya que una de las premisas en las que se basa es a
posteriori. De esta manera, la noción de propiedades esenciales puede mantenerse
siempre y cuando se distingan las nociones de verdad a priori y verdad necesaria, y yo
la mantengo (p. 118)

La argumentación de Kripke continúa del siguiente modo: si en un enunciado de


identidad se utilizan designadores rígidos, es claro que los enunciados de identidad son
necesarios. Por otro lado, en los enunciados de identidad donde no hay designadores
rígidos, lo que ocurre es lo siguiente: el designador no es rígido en el sentido de que
podría haber sido, o podríamos haber elegido otro, es decir, que en otro mundo posible
podría haber sido otro el designador que hiciese referencia a una determinada cualidad;
ahora bien, una vez que el designador no rígido ha sido elegido, se convierte en un
designador rígido

... lo que puede ser el caso es que nosotros fijemos la referencia del término 'Cicerón'
mediante el uso de una frase descriptiva tal como 'el autor de estas obras'. Pero una vez
que tenemos fijada esta referencia, entonces usamos el nombre 'Cicerón' rígidamente
para designar al hombre que de hecho hemos identificado mediante su calidad de autor
de estas obras. No lo usamos para designar a quienquiera que hubiese escrito estas obras
en lugar de Cicerón, si es que alguien más las escribió (pp. 121-122)

Por otro lado, los que defienden que existen enunciados de identidad que no son
necesarios, confunden la necesidad de que algo tenga una determinada propiedad, con la
contingencia de que la propiedad o propiedades de esa cosa produzcan unos
determinados efectos. Por ejemplo, una cosa es que el calor sea el movimiento de las
moléculas (esto es necesario), y otra cosa distinta es que el calor produzca en nosotros el
efecto que produce (esto es contingente). Los que afirman que hay enunciados de
identidad contingentes, confunden la composición del calor con los efectos que produce
en nosotros y, por ello, afirman que el enunciado "El calor es el movimiento de las
moléculas" es un enunciado contingente, cuando lo que realmente ocurre es que es
verdadero.

4. La teoría ideacional
La formulación clásica de la teoría ideacional arranca del filósofo inglés John Locke,
quien, en su Ensayo sobre el entendimiento humano, sección 1, capítulo 2, libro III,
dice:

Resulta, pues, que el uso de las palabras consiste en que sean las señales sensibles de las
ideas; y las ideas que se significan con las palabras son su propia e inmediata
significación.

26
Éste es el tipo de teoría que, implícitamente, conciben quienes piensan que el lenguaje
es un "medio o instrumento para la comunicación del pensamiento", o una
"representación física exterior de un estado interno", o la propia de quienes defienden la
oración como una "cadena de palabras que expresan un comportamiento completo". En
el pasaje inmediatamente anterior al que se acaba de citar Locke dice:

Aun cuando el hombre tenga una gran variedad de pensamientos, y tales, que de ellos
otros hombres, así como él mismo, pueden recibir provecho y gusto, sin embargo, esos
pensamientos están alojados dentro de su pecho, invisibles y escondidos de la mirada de
los otros hombres, y, por otra parte, no pueden manifestarse por sí solos. Y como el
consuelo y el beneficio de la sociedad no podía obtenerse sin comunicación de ideas,
fue necesario que el hombre encontrara unos signos externos sensibles, por los cuales
esas ideas invisibles de que están hechos sus pensamientos pudieran darse a conocer a
otros hombres... Es así como podemos llegar a concebir de qué manera las palabras, por
naturaleza tan bien adaptadas a aquel fin, vinieron a ser empleadas por los hombres para
que sirvieran de signos de sus ideas; no, sin embargo, porque hubiera alguna natural
conexión entre sonidos particulares aislados y ciertas ideas, pues en ese caso no habría
sino un solo lenguaje entre los hombres, sino por una voluntaria imposición, por la cual
un nombre dado se convierte arbitrariamente en señal de una idea determinada (Locke,
J., Ensayo sobre el entendimiento humano, México, F.C.E., 1982, II, ii, 1)

Según esta teoría, lo que hace que una expresión lingüística adquiera significado es el
hecho de que se la use regularmente en la comunicación como "marca" de una cierta
idea; pero las ideas con las que construimos pensamientos tienen una existencia y una
función independientes del lenguaje. Sólo porque sentimos la necesidad de transmitir a
los demás nuestros pensamientos tenemos que hacer uso de indicaciones observables
por todos de las ideas puramente privadas que se deslizan a través de nuestras mentes.
Una expresión lingüística adquiere su significado a través de ser usada como tal
indicación.

A cada expresión lingüística, a cada sentido distinguible de una expresión lingüística,


debe corresponder una idea, de modo tal que cuando se use una expresión lingüística
con este sentido, se use como una indicación de la presencia de esa idea. Siempre que se
use una expresión lingüística con un sentido dado 1) la idea debe estar presente en la
mente del hablante, 2) el hablante debe producir esa expresión para conseguir que el
oyente se dé cuenta de que esa idea está en ese momento en su cabeza, y 3) en tanto en
cuanto la comunicación tuviera éxito, la expresión debería suscitar la misma idea en la
mente del oyente

4.1 J. Locke
Sociedad y lenguaje están, en su génesis, estrechamente vinculados. La naturaleza social
del hombre se promociona y desarrolla mediante la palabra y su ejercicio, mediante el
lenguaje. La significatividad de éste es de carácter convencional. Es decir, no se da
conexión natural alguna entre sonidos particulares -palabras- e ideas, ya que entonces
existiría únicamente una única lengua, un idioma en el mundo. Al contrario, es por una
voluntaria imposición por la que un nombre dado se convierte arbitrariamente en señal
de una idea determinada.

27
El lenguaje cumple dos funciones fundamentales: la de contribuir al desarrollo del
conocimiento y la de actuar, como el medio por excelencia que posee el hombre, para
comunicar a sus semejantes sus propias experiencias, internas o externas.

La primera función es posible en la medida en que las palabras favorecen la formación y


organización de las ideas de extensión universal. Si así no fuera, la mente se disgregaría
en la múltiple confusión de las existencias particulares y del vocabulario
correspondiente, que habría de abarcar infinito número de términos. Para remediar
semejante inconveniente, el lenguaje perfeccionó el uso de las palabras, ampliando el
ámbito de su significatividad. De ser signo de ideas particulares, las palabras pasaron a
ser también signo de ideas generales, propiciando de este modo su formación, nexo y
comparación. Por otra parte, existen en el lenguaje vocablos que los hombres usan, no
para significar idea alguna, sino para significar la carencia o ausencia de las mismas.
Igualmente, se dan palabras que designan acciones y nociones muy lejanas de lo
sensible que, aunque tienen origen en los sentidos, son de índole muy abstrusa, por ser
resultado de la abstracción sobre otras abstracciones.

En su segunda función fundamental, el habla da a conocer a quien escucha las ideas de


su interlocutor. Esto es posible sólo si el hablante y oyente designan iguales o parecidas
percepciones sensibles o sus abstracciones derivadas con idénticas palabras, aceptadas
de antemano por libre convención. A esta situación se llega porque, al principio, los
hombres han debido referirse a experiencias aproximadamente comunes, al menos en la
adquisición de sus ideas simples, a las que han atribuido palabras que las significasen -
que fueran su signo- y, con el uso continuado de las mismas, se ha garantizado cierta
estabilidad lingüística.

El signo se constituye en tal por su "estar en lugar de otra cosa". Por medio de su
referencia, el signo acaba por contener en sí, esa otra cosa a la que remite y que
configura su significado. Aquello en lugar de lo cual se utilizan nuestras palabras son
nuestras ideas o percepciones, simples o complejas, particulares o generales. Resulta,
pues, que el uso de las palabras consisten en que sean señales (signos) sensibles de las
ideas; "y las ideas que se significan con las palabras, son su propia e inmediata
significación" (Ensayo…, II, ii, 1).

Las palabras significan las ideas de quien las usa, y por medio de aquéllas se pretende
expresar éstas. Se da, por tanto, en la significación una referencia de los términos
respecto a las ideas o percepciones de cada individuo concreto y particular que los
emplea.

Aunque las palabras, según las usan los hombres, solamente significan propia e
inmediatamente las ideas que están en la mente de quien habla, sin embargo hacen en su
pensamiento una secreta referencia a otras dos cosas. En primer lugar, remiten a las
ideas de los otros hombres con quienes sostienen comunicación y que se suponen son
iguales o parecidas a las del que habla. Si no sucediera de este modo, no habría
comunicación ni entendimiento alguno entre los hablantes. Las palabras, en segundo
lugar, remiten también a la realidad de las cosas. Por ello, el lenguaje tiene que ver con
la realidad de las cosas. De aquí la relación que debe establecerse entre palabras,
sustancias y modos.

28
Es verdad que las palabras, en virtud de un uso prolongado y familiar, llegan a provocar
en los hombres ciertas ideas de manera pronta y constante. Este fenómeno inclina
fácilmente a pensar que entre palabra e idea existe un nexo natural. Nada más erróneo,
ya que la significación de la palabra es perfectamente arbitraria. Esto se pone de
manifiesto en el hecho de que las palabras, con mucha frecuencia, dejan de suscitar en
otros las mismas ideas de las que suponemos son signos. Además, todo hombre posee
una tan inviolable libertad de hacer que las palabras signifiquen las ideas que mejor le
parezcan, que nadie tiene el poder de lograr que otros tengan en su mente las mismas
ideas que él tiene cuando usan las mismas palabras que él usa. Es cierto, sin embargo,
que el uso común, por un consenso tácito, apropia ciertos sonidos a ciertas ideas en
todos los lenguajes.

En la comunicación lingüística, en cuanto es vehículo de conocimiento, aparecen dos


niveles: el de la denominación de las ideas y el de la formación de los juicios.

A la hora de expresar una idea -primer nivel- nos encontramos con que las simples son
indefinibles, cosa que no sucede con las complejas. Las ideas simples únicamente se
adquieren por aquellas impresiones que los objetos mismos hacen sobre la mente. Ahora
bien, como las palabras son sonidos, no pueden producir en nosotros ninguna otra idea
simple que no sea, precisamente, la contenida en esos sonidos. Lo contrario acontece
con las ideas complejas. En éstas importa, sobre todo, conseguir una buena definición.
Para ello se precisa enumerar los elementos simples -indefinibles en sí- que están
ligados inmediatamente a la experiencia. Con ello se configura la esencia del nombre
general o común de las cosas, su esencia nominal. Ésta, por tanto, queda constituida en
su contenido significativo a partir de la experiencia procedente del sentido interno o
externo, sometida al proceso de abstracción. Así, la esencia nominal debe distinguirse
de la esencia real de los singulares y de la objetividad de los mismos.

El segundo nivel, en el que se desarrolla la comunicación lingüística, se construye con


el material de las ideas, según conexión o desacuerdo entre las mismas, y genera el
ámbito de los juicios o proposiciones, que cobra plenitud en el raciocinio. El acuerdo o
desacuerdo de las ideas se realiza, según Locke, en conformidad a cuatro tipos de
relación: identidad, diversidad, coexistencia o conexión necesaria y existencia real.

4.2 Frege. Sobre sentido y referencia


La teoría de Frege tiene a su base dos principios: principio del contexto y el principio de
composicionalidad. Según el principio del contexto, «No se debe inquirir por el
significado de expresiones separadas, sino que debe investigarse su significado en el
contexto de oraciones». Sin embargo, el significado de las oraciones es derivado o
secundario con respecto al de las palabras; el significado de las oraciones está
sistemáticamente determinado, en virtud de reglas composicionales, a partir del
significado de sus partes; éste es el principio de composicionalidad. Lo que propone el
principio fregeano del contexto es que las palabras no significan aisladamente, sino que
su significado es una contribución específica al significado de las oraciones en las que
pueden aparecer. A pesar de lo que pudiera parecer, no existe conflicto entre ambos
principios. El principio de composicionalidad requiere que el significado de las
"palabras", a diferencia del significado de las oraciones, sea asistemático, es decir,
establecido caso a caso por enumeración. El segundo requiere que el significado de las
unidades léxicas, a diferencia del significado de las oraciones, sea contextual, que las

29
reglas del significado para las palabras hagan necesariamente referencia al modo en que,
dada una categoría semántica general a la que pertenecen, contribuyan junto con
palabras de otras categorías al significado de las oraciones. El principio del contexto
requiere, en definitiva, que las reglas que determinan el significado de las oraciones a
parir del significado de las palabras no tomen en consideración del mismo modo el
significado de todas las palabras.

Aunque el significado de una oración venga sistemáticamente determinado por el


significado de las palabras que la componen, una oración no es una mera lista de
palabras. Si una oración no es una mera lista es porque las palabras pertenecen a
distintas categorías semánticas, distinguidas por sus diferentes funciones semánticas;
por consiguiente, una especificación teórica del significado de las palabras debe indicar
cuál es su específico tipo de contribución al significado de las oraciones de las que
pueden formar parte. El significado de cada oración particular viene determinado
sistemáticamente por el significado de las palabras (o, mejor dicho, por el de las
unidades semánticas que la componen: esto es el núcleo del principio de
composicionalidad. Especificar el significado de cada unidad semántica requiere indicar
el modo general en que las palabras de su misma categoría semántica contribuyen al
significado de las oraciones: éste es el núcleo del principio del contexto. El principio
fregeano es así una tesis que contradice la concepción agustiniana del lenguaje. El
correlato de la concepción agustiniana es la idea de que los significados de las palabras
se explican mediante actos de ostensión; el principio fregeano del contexto pone de
manifiesto una deficiencia de esta idea, insistiendo en que las palabras no significan
todas del mismo modo. Es en parte ésta la razón por la cual no puede bastar un acto de
ostensión para entenderlas.

Dado que un usuario competente del lenguaje es capaz de producir coherentemente


oraciones nuevas, así como de entender oraciones nuevas, debemos suponer que la
propiedad que tienen las oraciones de tener un cierto significado es sistemática: no se
comprenden las oraciones como un todo, sino que de algún modo su significado se
obtiene del significado de sus partes. Esto es lo que dice el principio de
composicionalidad, y en este sentido el significado de las oraciones depende del
significado de las palabras. Por otro lado, una explicación del significado de una palabra
debe consistir en una explicación de cómo esa palabra contribuye a determinar el
significado de las oraciones en las que aparece; porque, dado que las oraciones no son
meras sartas de palabras, es claro que las palabras deben contribuir de modos distintos
al significado de las oraciones. Esto es lo que el principio del contexto nos pide tomar
en cuenta. Ambos principios se complementan así coherentemente. De acuerdo con el
principio del contexto, una teoría del lenguaje debe especificar el significado de cada
palabra, no como si la palabra fuese un signo dotado por sí solo de significado, sino
indicando al hacerlo de qué modo específico contribuyen las palabras pertenecientes a
una misma categoría al significado de las oraciones. Por otra parte, en la medida en que
la especificación del significado de las unidades léxicas se atenga al principio del
contexto, el significado de cada oración estará completamente determinado por las
reglas que especifican el significado de las unidades semánticas que la componen; y
esto es lo que establece el principio de composicionalidad.

Por consiguiente, la construcción de una teoría de las reglas composicionales que


permiten determinar el significado de las oraciones a partir del significado de las
palabras requiere clasificar las palabras en diferentes categorías o grupos. Estas

30
categorías serán categorías semánticas, por cuanto se trata de categorías necesarias para
determinar el significado de las oraciones a partir del significado de las palabras. Una de
estas categorías es la de los términos singulares. Son términos singulares para Frege las
descripciones definidas, los nombres propios en sentido estricto, y expresiones deícticas
(cuya contribución semántica depende del contexto en que se profieren) como 'yo', 'tú',
'allí', etc. La función semántica de los términos en esta categoría es introducir un
individuo particular acerca del cual trata el discurso. Otras categoría es la de los
predicados o términos generales, como 'es mayor que', 'es rojo', etc. Otras sería la de las
conectivas como 'y', 'o', etc. El principio del contexto nos llama la atención sobre el
hecho de que las expresiones en cada una de estas categorías contribuyen al significado
de las oraciones de modos específicos, distintos del modo en que lo hacen las
expresiones de otras categorías y relativos los modos propios de los unos a los otros.

En "Sobre sentido y referencia" Frege mantiene la tesis de que una teoría semántica
debe necesariamente asociar dos propiedades semánticas distintas con cada expresión:
la expresión de un sentido y la referencia a un referente. La argumentación fregeana a
favor de esta tesis tiene la forma de una paradoja: se enuncian tres proposiciones,
aparentemente inconsistentes entre sí, cada una de ellas altamente plausible. Se ofrece
entonces la distinción entre sentido y referencia, que posibilita una sutil interpretación
de las proposiciones eliminadora de su aparente inconsistencia; y se concluye la
necesidad de establecer la distinción como el único modo razonable de solucionar la
paradoja.

La primera proposición de la tesis de Frege es una tesis sobre el significado de los


términos singulares. Para reflexionar sobre el significado de un término singular
debemos preguntarnos cuál es su contribución a los enunciados en los que el término
puede aparecer. Siguiendo a Frege, el significado de una expresión es su contribución
semántica al significado de los enunciados en que pueda aparecer. Los enunciados son
evaluables como verdaderos o falsos. Que sean verdaderos o falsos depende de los
hechos relativos a un cierto objeto extralingüístico (y extramental) al que nos dirige el
término. Ese objeto está claramente involucrado en la configuración de las condiciones
de verdad de los enunciados. La entidad en cuestión es una entidad objetiva, un
constituyente de acaecimientos. El objetivo del argumento es mostrar que no hay nada
como "el" significado, sino que lo que llamamos así se descompone en dos aspectos.
Frege denomina a este aspecto del significado la referencia del término. Ésta es la
definición inicial de referencia:

la referencia de un término singular es esa entidad objetiva por relación a la cual se


evalúa la verdad o falsedad de los enunciado en que el término aparece y que
contribuye a configurar sus condiciones de verdad.

La primera premisa del argumento de Frege sostiene que términos singulares como 'el
lucero del alba' tiene como referencia una entidad objetiva (el planeta Venus, en este
caso); por tanto (bajo el supuesto semántico monista que el argumento de Frege
pretende refutar), tienen una entidad objetiva como significado.

La segunda premisa del argumento de Frege afirma que un enunciado resultante de


sustituir en otro un término singular por otro diferente, pero con la misma referencia,
puede tener diferente valor cognoscitivo que el primero para un usuario competente del
lenguaje en el que ambos enunciados están formulados. Consideremos los enunciados

31
(1) el lucero del alba es visible al amanecer

(2) el lucero vespertino es visible al amanecer

(1) y (2) sólo difieren en el hecho de que contienen expresiones distintas que, sin
embargo, refieren a lo mismo; (2) es el resultado de sustituir en (1) un término ('el
lucero del alba') por otro ('el lucero vespertino') con la misma referencia. Sin embargo,
(1) y (2) pueden tener diferente valor cognoscitivo para un hablante dado. Uno de los
enunciados puede no ser informativo para esa persona, mientras que el otro sí lo es. De
modo más general, la segunda premisa de la tesis de Frege asevera que un usuario
competente del lenguaje en que están expresados estos enunciados puede aceptar como
verdadero uno y rechazar (o suspender el juicio acerca de) el otro, que sólo difiere del
primero en contener un término singular diferente pero con la misma referencia.

Frege ilustra la segunda premisa de su argumento mediante enunciados de identidad;


mientras que (3) no es informativo para un hablante competente en el uso de las
expresiones que lo componen, (4) sí puede serlo:

(3) el lucero del alba = el lucero del alba

(4) el lucero vespertino = el lucero del alba

El elemento fundamental de la segunda premisa del argumento de Frege es que, si bien


a un individuo que aceptase (1) y (3), pero rechazase (2) y (4) le faltaría información
astronómica, a un individuo así no tendría por qué faltarle información lingüística.

La tercera premisa del argumento de Frege es que las diferencias en valor cognoscitivo
entre los enunciados que acabamos de ilustrar sólo pueden ser explicadas atribuyendo a
las expresiones en que los enunciados difieren diferencias en sus significados. Bajo el
supuesto monista la inclusión de esta proposición produce, junto a las dos anteriores,
una contradicción. Reflexionando sobre la naturaleza del significado de un término
singular, hemos identificado un aspecto del mismo con su referencia, y, tras ofrecer una
caracterización abstracta del concepto de referencia, hemos encontrado buenas razones
para identificar las referencias, y por tanto los significados, de 'el lucero del alba' y 'el
lucero vespertino'. La segunda y la tercera premisa, conjuntamente, conllevan sin
embargo que los significados de esas expresiones (y, por tanto, las referencias, si los
significados son las referencias) son diferentes. Sin embargo, la tercera premisa parece
enteramente plausible. La premisa excluye posibles explicaciones de los fenómenos
presentados en la segunda, distintas de la explicación consistente en que las palabras en
que difieren los enunciados en cuestión tengan diferentes significados.

El problema que Frege intenta poner de relieve, el que realmente motiva su distinción
teórica entre sentido y referencia, consiste en esto: por un lado, un hablante competente
del castellano puede suponer diferentes los referentes de las expresiones en que (1) y (2)
difieren, coherentemente con su competencia lingüística. Mientras que, por otro, existen
razones intuitivas preteóricas para pensar que los referentes son los significados, y que,
por consiguiente, la competencia lingüística consiste en conocer el vínculo lingüístico
de las expresiones con los mismos.

32
En los casos contemplados en la segunda premisa, las diferencias tienen que ver con
diferencias en los significados, no meramente con diferencias entre las expresiones; y se
trata de diferencias en los significados en el sentido preciso en que conocer el
significado es conocer el referente (aquello por relación a lo cual se evalúa la verdad o
falsedad de los enunciados, su contribución a las condiciones de verdad), y no
meramente de diferencias en las connotaciones asociadas a los términos (excluyendo así
una explicación del segundo tipo).

¿Qué conclusión hemos de extraer del argumento de Frege? No que la primera


proposición sea falsa, pues, según Frege, las intuiciones que la justifican son totalmente
correctas. Igualmente ciertas son las proposiciones 2 y 3. Podemos formular la
proposición 3 así: las diferencias en valor cognoscitivo de expresiones con el mismo
referente sólo pueden ser explicadas atribuyendo a las expresiones en que los
enunciados difieren diferencias en los significados relativas a sus referentes. Desde el
punto de vista de Frege, la dificultad está aquí: pues la distinción entre sentido y
referencia revela una ambigüedad en la idea que aquí se expresa. Para que las tres
proposiciones sean contradictorias es preciso interpretarla así: las diferentes actitudes
sólo pueden ser explicadas atribuyendo a las expresiones relaciones de referencia con
diferentes entidades. Las diferencias en valor cognoscitivo indican que los hablantes,
pese a ser usuarios competentes, y pese a que los enunciados sólo difieren en contener
expresiones que significarían lo mismo si el enunciado fuese el referente, entienden
diferentes cosas -pues es coherente con su competencia lingüística la suposición de que
la verdad de los enunciados (1) y (2) depende de que se den o no diferentes situaciones
objetivas. Hemos supuesto que esto implica que las referencias mismas deben ser
distintas, lo que produce una inconsistencia patente con la primera proposición (y nos
forzaría a rechazarla, sosteniendo que los referentes de 'el lucero del alba' y 'el lucero
vespertino' son diferentes.

Sin embargo, el principio general que permite construir los ejemplos que ilustran la
segunda proposición apunta a una interpretación distinta de la tercera, una de acuerdo
con la cual no hay inconsistencia entre las tres -y con ello a una solución del problema.
Los referentes de los términos singulares son entidades objetivas, que sólo pueden ser
conocidas mediante el conocimiento de modos de presentación que las identifican
distintivamente; modos de presentación diferentes pueden, sin embargo, identificar una
misma entidad. La conclusión que Frege extrae de su argumento se apoya en esto: según
Frege, un hablante competente sólo puede conocer la referencia O de un término
singular T conociendo un modo de presentación V que (i) está también semánticamente
asociado con T, y (ii) identifica unívocamente a O. Las diferencias en valor
cognoscitivo ejemplificadas por (1)-(2) se explican porque los distintos términos
singulares están asociados lingüísticamente con diferentes modos de presentación que
los vinculan con la misma referencia. Podemos aceptar ahora la distinción entre la
referencia y el referente; la referencia es el vínculo semántico entre la expresión y el
referente. Pero, para obtener una explicación correcta de las diferencias en valor
cognoscitivo, hemos de añadir que ese vínculo pasa a través de una relación semántica
previa entre la expresión y su sentido. La referencia es el vínculo semántico entre la
expresión y el referente mediado por la relación semántica de la expresión con un
sentido.

Dado que los sentidos son indispensables para "llegar" a las referencias o para
determinarlas, esta explicación es compatible con las consideraciones que sustentaban la

33
tercera proposición. Frege sostiene que ningún usuario competente del lenguaje puede
conocer "directamente" la referencia de 'el lucero del alba', la contribución de estas
expresiones a las condiciones de verdad de los enunciados que las incluyen; se conoce
la referencia de estas expresiones a través del conocimiento de ciertos sentidos que "nos
dirigen" a ellas, individualizándolas. Por consiguiente, la "diferencia en las referencias"
que establece la tercera proposición puede consistir, no en una diferencia en las
entidades significadas, sino más bien en una diferencia en la manera en que se accede a
ellas.

No hay, pues, inconsistencia entre las proposiciones. El argumento de Frege nos fuerza
a adoptar una actitud pluralista, atribuyendo a los términos singulares dos tipos de
propiedades semánticas: un sentido y una referencia. Hacerlo así revela como
meramente aparente la inconsistencia; pero sólo porque el sentido y la referencia de una
expresión no son independientes. Las referencias de los términos singulares están
determinadas por sus sentidos, en la medida en que los sentidos son modos de
presentación o conjuntos de características que individualizan al referente, y sin la
asociación con los cuales las palabras no tendrían referencia.

Según Frege, existe una relación entre signo, sentido y referencia. Esta relación es la
siguiente: cada signo tiene un sentido, cada sentido tiene una referencia; ahora bien, una
referencia no solamente tiene un signo, sino que puede tener varios. En nuestro ejemplo,
la referencia Venus tendría como signos 'El lucero de la mañana' y 'El lucero de la
tarde'.

Por otro lado, no todo sentido tiene por qué tener una referencia. "Las palabras 'el
cuerpo celeste más alejado de la Tierra' tienen un sentido; pero que tengan también una
referencia es muy dudoso".

La referencia de una palabra es aquello de que se quiere hablar cuando se la usa


normalmente. Sin embargo, hay que distinguir entre referencia directa y referencia
indirecta. Del mismo modo, hay que distinguir entre sentido directo y sentido indirecto.
La referencia directa de una palabra sería el objeto del que se quiere hablar, mientras
que la referencia indirecta haría referencia al sentido de una palabra

Si se quiere hablar del sentido de la expresión "A", basta con usar sencillamente la
locución "el sentido de la expresión 'A". En el estilo indirecto se habla del sentido, por
ejemplo, del discurso de otro. Se ve claramente que, incluso en este modo de hablar, las
palabras no tienen su referencia usual, sino que se refieren a lo que habitualmente es su
sentido... La referencia indirecta de una palabra es, pues, su sentido usual

La referencia y sentido de un signo se distingue también de la representación asociada a


tal signo. Si la referencia de un signo es un objeto sensiblemente perceptible, la
representación que yo tengo de tal objeto es una imagen interna formada a partir de
recuerdos e impresiones sensibles que he tenido. Tenemos, así, la primera diferencia
entre referencia y representación: mientras que la referencia es algo objetivo (el planeta
Venus es un objeto que está ahí para cualquiera que quiera mirarlo), la representación es
algo subjetivo (está en función de nuestras experiencias y expectativas personales).
Cuando hablamos de una representación, siempre hemos de añadir que es la
representación de alguien en un momento determinado.

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Tenemos, así una nueva relación entre términos. Por un lado está la referencia, que es el
objeto al que estamos designando; por otro lado, tenemos la representación de ese
objeto, que, como se acaba de decir, es subjetiva. Entre ambas tenemos el sentido, el
cual no es subjetivo como la representación, pero que tampoco es el objeto mismo al
que estamos aludiendo

Quizá sea adecuada la siguiente analogía, para ilustrar estas relaciones. Alguien observa
la Luna a través de un telescopio. Comparo la Luna con la referencia; es el objeto de
observación, que es proporcionado por la imagen real que queda dibujada sobre el
cristal del objetivo del interior del telescopio, y por la imagen en la retina del
observador. La primera imagen la comparo con el sentido; la segunda, con la
representación o intuición. La imagen formada dentro del telescopio es, en verdad, sólo
parcial; depende del lugar de observación; pero con todo es objetiva, en la medida en
que puede servir a varios observadores... Pero, de las imágenes retinianas, cada uno
tendría la suya propia. Apenas podría lograrse una congruencia geométrica, debido a la
diferente constitución de los ojos (Frege, op. cit.)

Frege pasa a continuación a distinguir entre palabras, expresiones y oraciones


completas. Con respecto a las palabras, Frege afirma que existe una conexión incierta
entre las representaciones y las palabras; pero, a pesar de ello, la referencia de una
palabra sigue siendo algo objetivo, a saber, aquello a lo que designa. No ocurre lo
mismo con el sentido; esto es lo que hace posibles, por ejemplo, los matices con que la
poesía y la elocuencia tratan de revestir el sentido. Estos matices y énfasis no son
objetivos, sino que, por el contrario, tienden a influir de un determinado modo en el
oyente, o en el lector.

¿Qué ocurre con las oraciones, es decir, con los enunciados asertivos completos?, ¿cuál
es su sentido y su referencia?. Una oración contiene un pensamiento; ¿es tal
pensamiento su sentido o su referencia?. Según Frege, el pensamiento no es la
referencia de un enunciado, sino su sentido.

¿Qué pasa con la referencia?, ¿por qué queremos que un enunciado, además de sentido,
tenga referencia?. La respuesta de Frege es la siguiente:

Porque, y en la medida en que, nos interesa su valor veritativo... Es la búsqueda de la


verdad lo que nos incita a avanzar del sentido a la referencia. Hemos visto que a un
enunciado hay que buscarle una referencia siempre que interesa la referencia de las
partes componentes; y esto es siempre el caso, y sólo entonces, cuando nos preguntamos
por los valores veritativos (Frege, op. cit.)

De aquí parecería seguirse que la referencia de un enunciado asertivo sería su valor


veritativo, es decir, la verdad o la falsedad. Ahora bien, si es cierto que la referencia de
un enunciado es su valor veritativo, el valor veritativo de un enunciado deberá
permanecer incambiado cuando una parte del enunciado se sustituye por otra que tenga
la misma referencia. Según Frege, éste es el caso. De aquí se sigue todos los enunciados
verdaderos tienen la misma referencia, verbigracia, la verdad; y que todos los
enunciados falsos tienen la misma referencia, a saber, lo falso. El conocimiento que nos
proporciona un enunciado proviene de unir al pensamiento expresado en el enunciado
su referencia, es decir, su valor veritativo.

35
¿Ocurre lo mismo con los enunciados subordinados?. Los enunciados subordinados
aparecen como parte de una estructura enunciativa que es asimismo un enunciado, a
saber, el enunciado principal. Ahora bien, ¿vale también para los enunciados
subordinados el que su referencia sea un valor veritativo?. Según Frege, la referencia de
un enunciado subordinado no es su valor veritativo, sino que es análoga a la de un
nombre, un calificativo o un adverbio; es decir, es análoga a la de una parte del
enunciado. En los enunciados introducidos por "que" la referencia del enunciado
subordinado es un pensamiento, y por sentido el sentido de las palabras "el pensamiento
de que...", el cual es una parte del pensamiento expresado en la oración completa. El
que la referencia de un enunciado subordinado es un pensamiento se refleja en el hecho
de que para la verdad de toda la oración es indiferente que ese pensamiento sea
verdadero o falso.

Tampoco es un valor veritativo la referencia de enunciados subordinados introducidos


con "que" después de expresiones como "mandar", "pedir", "prohibir", ... En estos
casos, la referencia no es un valor veritativo, sino una orden, un ruego, ...

El enunciado subordinado, por lo general, no tiene por sentido ningún pensamiento, sino
únicamente una parte de alguno y, en consecuencia, no tiene por referencia ningún valor
veritativo. La razón consiste, o bien en que, en la subordinada, las palabras tienen su
referencia indirecta, de modo que la referencia, y no el sentido de la subordinada, es un
pensamiento, o bien en que la subordinada es incompleta debido a que hay en ella un
componente que sólo alude indeterminadamente, de modo que únicamente junto con la
principal puede expresarse un pensamiento, y entonces, sin perjuicio de la verdad del
todo, puede ser sustituida por otro enunciado del mismo valor veritativo, siempre y
cuando no existan impedimentos gramaticales (Frege, o.c)

Las razones por las que no siempre se puede sustituir una subordinada por otra del
mismo valor veritativo, sin perjuicio de la verdad de la estructura enunciativa entera
son:

1. Que la subordinada no se refiere a ningún valor veritativo, al expresar sólo una


parte de un pensamiento. Esto ocurre en la referencia indirecta de las palabras, o
cuando una parte del enunciado alude sólo indeterminadamente, en vez de ser un
nombre propio
2. Que la subordinada se refiere a un valor veritativo, pero no se limita a esto, al
comprender su sentido, además de un pensamiento, una parte de otro
pensamiento.

5. Teorías conceptualistas
El significado de 'X' no es ni un objeto denotado por 'X' ni un proceso mental de
ninguna especie, ni una estructura de conducta, sino una "entidad" que no es ni física ni
psíquica. Esta entidad es justamente el "significado". Así, puede haber significados de
cualesquiera expresiones con tal que éstas tengan sentido y no sean una mera sucesión
de signos. Dentro del universo de significados caven toda suerte de "entidades" de la
índole citada; se puede hablar del significado de 'animal', de 'y', de 'cuadrado redondeo',
etc.

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Esta teoría ha sido propuesta por todos los que han combatido el psicologismo. La
objeción más corriente a la misma es que parece necesario admitir un universo
"platónico" de significados irreductibles a objetos o a procesos mentales (o, en general,
cognoscitivos). Algunos autores han declarado que no hay más remedio que aceptar tal
universo, cuando menos para algunas "entidades", tales como las clases, pues de otra
suerte una expresión que designara una clase de objetos (existentes o no) no se referiría
a nada. La clase como tal no existe, pero "subsiste". Por otro lado, ello obligaría a
sostener que si bien ciertas clases, como la de los cuadrados redondos, no tienen
miembros, subsiste un número infinito de tales cuadrados.

6. La teoría del significado como usos del lenguaje. Teorías


conductistas y funcionales
El significado de 'X' no es nada de lo dicho en ninguna de las anteriores teorías, porque
no hay, en puridad, significado de 'X'; hay sólo uso, o usos, de 'X'. Ello concierne tanto
a nombres propios como a proposiciones, expresiones sincategoremáticas, etc. En
efecto, para ninguna de tales expresiones lingüísticas hay un universo aparte que sean
los significados; sólo ocurre que tales expresiones lingüísticas son usadas en varios
contextos.

Esta teoría tiene la ventaja de que suprime de un plumazo las cuestiones relativas a la
referencia, a la naturaleza de los procesos mentales y a las entidades "platónicas"
llamadas "significados". Tiene, por otro lado, el inconveniente de que puede acabar por
disolver todos los significados en usos lexicográficos, y éstos en situaciones lingüísticas
concretas y determinadas. Los defensores de la mencionada teoría no ignoran ese
inconveniente y sugieren, para evitarlo, la elaboración de una "lógica del
funcionamiento de las expresiones". El problema es si semejante "lógica" requiere algo
más que una clasificación de usos, es decir, si requiere algún esquema conceptual no
derivado de los usos, pero mediante el cual se agrupen éstos.

6.1 Bloomfield
Para Bloomfield la lengua, en la experiencia y dato sensible, aparece siempre bajo la
estructura de un acto individual de habla del que hace un análisis en términos
conductistas. ¿En qué se distingue básicamente un comportamiento lingüístico del que
no lo es? El proceso no lingüístico se podría simbolizar mediante la siguiente fórmula:

ER

El comportamiento lingüístico es algo más complejo, su simbolización es la siguiente:

E1  r1, ... e2  r2…, en  R1

Donde E y R son "acontecimientos prácticos", estímulos y reacciones extralingüísticas,


mientras que e y r son estímulos y reacciones lingüísticas. Supongamos que la sensación
de sed le entra a una persona en la calle. ¿Qué hace entonces? Penetra en una cafetería,
se acerca a un camarero y emite un conjunto de ondas articuladas y sonoras,
simbolizadas por la minúscula r1. Tenemos, así, que al estímulo de la sed (E), la persona
responde con un acto lingüístico: una proferencia. Pero esta proferencia actúa, a su vez,

37
como estímulo e2 para el camarero. Tal acción se simboliza por r2 que, a la postre,
resulta ser estímulo para la persona que finaliza el proceso con la correspondiente
conducta extralingüística de beber la cerveza. Se observa que el acto lingüístico se
encuentra instalado entre dos que no lo son. Y las diferencias entre ambos saltan a la
vista. En E  R se trata sólo de una persona que siente un estímulo y lo sacia con una
reacción adecuada. En cambio, en la segunda fórmula, se observa que el estímulo (E)
empuja a nuestra persona a emitir palabras (r1) que ponen como nuevo estímulo (e2) en
movimiento al camarero. Éste realiza, para satisfacer dicho estímulo, un conjunto de
actos. Este esquema tan simple podría irse complicando cada vez más, introduciendo
una tercera o cuarta persona en el diálogo. Con ello, se patentiza que lo peculiar del
comportamiento lingüístico consta de tres elementos: el que habla, el que escucha y la
comunicación que tiene lugar entre ellos, quedando el acto lingüístico encuadrado
dentro de lo social.

Dentro de esta visión behaviorista el significado de una forma lingüística puede


definirse solamente por la situación en la que el hablante la emite y la respuesta de
conducta que provoca en el oyente.

6.2 Ch. Morris


El pensamiento de Morris podría considerarse como el desarrollo, dentro de un contexto
biológico-conductista, de la proposición hipotética: "si C, entonces R". C sustituiría al
conjunto de condiciones que disponen a una persona a responder ante ellas con un
determinado comportamiento, simbolizado por R. Se trata, pues, de una estructura más
elaborada de E  R, que intenta superar mediante el concepto "disposición para
responder" las dificultades en que se ve inmersa la versión conductista sencilla del
significado.

El punto de partida de Morris es la búsqueda de los elementos comunes existentes entre


el signo no lingüístico y el signo lingüístico. Veámoslo con un ejemplo. Una persona se
dirige a una cierta ciudad conduciendo su automóvil por un determinado camino; en el
trayecto es detenida por otra persona que le comunica que siguiendo la dirección que
lleva se encontrará en un preciso momento con un corrimiento de tierras. Después de
escuchar el mensaje, el conductor del coche en un punto concreto dobla por un camino
lateral y toma otra ruta hacia su destino. El mensaje -sonidos articulados- que una
persona emitió y que la otra escuchó fueron para ambos "signos sustitutivos" del
estímulo real, el corrimiento de tierras. Y obtuvieron, por parte del conductor del
vehículo, un comportamiento similar al que adoptaría ante el estímulo de dicho
corrimiento de tierras. La persona se comporta de una manera que satisface una
necesidad de llegar a una ciudad. Para alcanzar sus objetivos, el hombre dispone de
distintos medios. Y, aunque las reacciones ante el estímulo real no sean exactamente
iguales a las que suscite el "signo sustitutivo", todas se dirigen a conseguir el fin
propuesto.

A la luz de este análisis, Morris formula de manera preliminar una definición de signo:

Si algo (A) rige la conducta de un organismo hacia un objetivo de forma similar (pero
no necesariamente idéntica) a como otra cosa (B) regiría esa misma conducta respecto
de aquel objetivo en una situación que fuera observada, en tal caso (A) es un signo
(Morris, o. c., ver bibliografía, p. 14)

38
Las palabras del mensaje, según esto, son signos porque rigen la conducta del hombre
en la obtención de un fin de antemano fijado -llegar a la ciudad que desea- de modo
análogo a como lo haría el estímulo del corrimiento de tierras. Toda conducta, en
consecuencia, controlada por los "signos" configura la llamada conducta semiótica.

Para que esta explicación pase de "preliminar" a "definitiva", Morris elucida cuatro
conceptos implícitos en ella: el de estímulo preparatorio, el de disposición para la
respuesta, el de serie de respuestas y, por último, el de familias de conducta. En primer
lugar, cualquier estímulo que ejerza influjo sobre la respuesta a otro estímulo es
calificado de preparatorio. El "estímulo preparatorio"dispone a un organismo para
responder de cierto modo. Es decir, un organismo, condicionado por determinadas
circunstancias adicionales, produce una determinada reacción. Todo estímulo
preparatorio, pues, provoca una disposición para responder en un sentido preciso a
alguna otra cosa. De aquí derivan los conceptos de "serie de respuestas" y "familia de
conductas". "Serie de respuestas" es cualquier serie de respuestas consecutivas, la
primera de las cuales tiene origen en un objeto-estímulo y la última acaba consiguiendo
el fin que motivó la serie de respuestas. A cualquier conjunto de serie de respuestas
corresponderá una "familia de conducta".

Con esto Morris se encuentra ya en condiciones de formular una explicación definitiva


de signo:

Si algo, A, es un estímulo preparatorio que, en ausencia de objetos-estímulo que inician


una serie de respuestas de cierta familia de conductas, origina en algún organismo una
disposición para responden dentro de ciertas condiciones, por medio de una serie de
respuestas de esta familia de conductas, en tal caso, A es un signo (o. c., p. 17)

Así, se puede interpretar un signo como la disposición que éste suscita en el oyente; su
referencia o denotatum como el objeto al que tiende la acción a la que está dispuesto el
oyente, y su significado como las condiciones de las cuales se puede decir que todo lo
que las cumple es una referencia del signo.

6.3 El segundo Wittgenstein: los juegos del lenguaje


La tesis que Wittgenstein defiende en las Investigaciones lógicas es que el lenguaje no
es un espejo de la realidad. Simplemente es un instrumento para el desarrollo de la vida
del hombre. Pensamiento y lenguaje son, ante todo, conducta humana y, en
consecuencia, pertenecen al campo de la praxis.

El punto de partida de la obra es una cita agustiniana de las Confesiones, I, 8, en la que


se describe la denominación de los objetos mediante palabras-nombre. Íntimamente
unida a la denominación se encuentra también en este pasaje la suposición de que el
significado de una palabra se obtiene sólo por "ostensión".

La interpretación de este texto agustiniano llevada a cabo por Wittgenstein le conduce a


representar un lenguaje primitivo en el que se verifique la comunicación humana,
teniendo como elementos constitutivos la denominación y la ostensión. Supongamos,
así, que se está construyendo una casa. Desde el andamio, el albañil grita al peón:
"ladrillos". ¿Qué sucede entonces? Sucede que el peón, ante la palabra escuchada,
realiza un conjunto de acciones: llena con ciertos objetos su carretilla, los acarrea hasta

39
debajo del andamio y, luego, se los iza a su jefe. Tal sistema comunicativo, cuyos
instrumentos son palabras del tipo "ladrillos", "arena", "cemento", "cal", puede ser
considerado, por quien lo observa, como completo y cerrado en sí mismo y será útil
solamente para la comunicación en el contexto de la actividad descrita. Para otros
contextos, habrá que proceder con distintos y diversos términos, pero de forma análoga.
Por este motivo, el aprendizaje de una lengua consistirá, más que en una enseñanza
teórica, en un adiestramiento práctico de lo que debe hacerse al escuchar determinada
expresión lingüística. Así, la configuración de cada contexto se verifica de modo muy
similar a lo que acontece en un juego.

Un juego consiste, fundamentalmente, en sus reglas. Un juego puede o no jugarse según


los deseos de cada uno. Pero quien acepta jugarlo, deberá someterse en todo momento a
las normas que lo rigen y, en consecuencia, se verá obligado a realizar, en conformidad
con dichas normal, múltiples acciones. Según estas ideas, el lenguaje es concebido por
Wittgenstein como una actividad natural que se ejercita en forma de juegos. Con la
expresión de "juego lingüístico" Wittgenstein quiere poner en evidencia que el hecho de
hablar un lenguaje es parte de una actividad o forma de vida.

De modo similar a como acontece en los juegos, cuyo número no puede fijarse ni
permanecer constante a través del tiempo, los usos del lenguaje no se establecen de una
vez para siempre, sino que van apareciendo nuevas formas de los mismos mientras que
otras desaparecen o caen en "desuso".

En la naturaleza integral del lenguaje cabe distinguir el lenguaje ordinario o vulgar de


estructura complicada y el lenguaje científico, de trazos más regulares, más sencillos y
simétricos. El uso ordinario del lenguaje se rige por reglas mucho más diversas de las
que rigen el discurso científico. Y, en definitiva, el uso del lenguaje debe abarcar todos
estos "usos diferentes" de la comunicación lingüística humana. Esto nos lleva a la
concepción del uso como teoría del significado.

En una amplia clase de casos -aunque no en todos- en los que empleamos el término
significado puede éste definirse así: el significado de una palabra es el uso que de ella
se hace en el lenguaje […] la oración ha de ser vista como un instrumento, y su sentido
como su empleo(Investigaciones filosóficas, párrafo 421)

Esta tesis central del último pensamiento de Wittgenstein rechaza la noción de


significado como correspondencia entre nombres y objeto y entre estructuras
proposicionales y estructuras de la realidad. Y, en consecuencia, desmantela la doctrina
del atomismo lógico del Tractatus e invalida su propósito de construir un lenguaje ideal
perfecto.

Fuera del uso un signo en sí está muerto. El signo vive únicamente en el uso… El uso es
como su respiración (o. c., párrafo 432)

En lugar del dogmático "el significado de un enunciado es su método de verificación",


procedente del neopositivismo lógico, ahora se proclama: "no preguntéis nunca por el
significado; preguntad por el uso".

Lo que yo doy es una morfología del uso en una expresión. Muestro que tiene tipos de
usos en los que ni por asomo habíais pensado. En filosofía uno se siente forzado a mirar

40
un concepto de modo determinado. Lo que hago es sugerir, o incluso inventar otros
modos de mirarlo. Sugiero posibilidades en las que no habíais pensado previamente.
Creíais que había una posibilidad o a lo sumo únicamente dos. Pero os hice pensar en
otras. Es más, os hice ver que era absurdo confiar que el concepto se conformara a
posibilidades tan estrechas. De este modo vuestro calambre mental desaparece y quedáis
libres para inspeccionar el campo de uso de la expresión y para describir los diferentes
tipos de uso de ella (Norman Malcolm, "Recuerdo de Wittgenstein", en Las filosofías de
L. Wittgenstein, p. 59)

Con esta postura, desmantelado el atomismo lógico e invalidado el ideal del "lenguaje
perfecto", se descarta igualmente cualquier teoría denotacionista o referencial del
significado. El "uso" tiene prioridad sobre el nombrar, denotar o definir. Y, por
consiguiente, no tiene objeto defender esencialismo o univocismo lingüístico alguno.

En un juego son imprescindibles las reglas, en conformidad con las cuales se hace uso
de las piezas. De forma similar, en los innumerables juegos que constituyen el lenguaje,
el uso de las palabras -piezas del juego- viene también regido por reglas. Una misma
palabra, una misma oración, en contextos diferentes, puede cobrar significados diversos
según sean las reglas que norman su "uso correcto" en tales circunstancias. Las reglas,
por ello, ayudan a aprender a jugar un juego determinado, y su aprendizaje se realiza
mediante la repetición de ejemplos. La obediencia a una regla es una práctica o
costumbre que se adquiere, no algo que se derive de un único hombre o que se dé de
una vez para siempre. Las reglas, por tanto, marcan, por un lado, la uniformidad y, por
otro, la diversidad de conductas, de "uso", en razón de cada juego lingüístico diferente.

Existen tres clases de usos lingüísticos. El uso cotidiano es un uso normal de las
palabras,, cuya normalidad viene dada por el contexto o "juego" dentro del que se
utilizan. Así, en un contexto cotidiano no se acostumbra a designar al agua mediante su
fórmula H2O. Y, sin embargo, esto resulta normal en un lenguaje "científico".
Tendríamos, entonces, que el lenguaje cotidiano se nos revelaría como una suerte de
paradigma o modelo al cual se habría de acudir siempre para explicar los demás tipos de
lenguaje. Y, según el cual, serían solventados todos los problemas filosóficos.

Otra posible acepción del término uso, en segundo lugar, se determina en razón de su
validez. Esta resulta posible sólo si se fijan los criterios o reglas en virtud de las cuales
las palabras y oraciones valen para ser utilizadas en un "juego lingüístico" y no valen
para ser utilizadas en otro. Por este motivo, en tercer lugar, este uso válido se halla
íntimamente unido al regulado o normado. El lenguaje, en este caso, goza de
significado por someterse a ciertas normas o reglas.

Igual que hizo en el Tractatus, Wittgenstein en sus Investigaciones filosóficas se fija,


como tarea, cuestionar las preguntas que afectan al hombre y que parecen insolubles,
descubrir los límites del sentido y señalar con precisión lo que puede y no puede
decirse. Pero mientras en el Tractatussolventaba los problemas últimos merced a un
criterio referencial de significado bien definido, en sus Investigaciones, al concebir el
lenguaje como "juego", no hablará ya de "el límite", sino de los "límites" del lenguaje.
Ya que, ahora, no se dan criterios semánticos absolutos, ni carencias de significado, sino
únicamente "usos" de las palabras en cada juego lingüístico. Cada juego lingüístico
posee sus propios límites, traza su propia frontera.

41
Decir esta combinación de palabras carece de sentido es tanto como excluir de la esfera
del lenguaje a dicha combinación y poner límites al dominio del lenguaje. Pueden, sin
embargo, trazarse límites por distintos tipos de razones. Si rodeo un área con una verja,
una línea o alguna otra manera, puedo hacerlo con el propósito de evitar que alguien
entre o salga; pero también puede tratarse de un juego, cuyos jugadores deben saltar por
encima del límite; o puede mostrar dónde termina la propiedad de un hombre y dónde
comienza la de otro, y así sucesivamente. Por tanto, trazando una línea divisoria no digo
para qué la trazo (o. c., párrafo 499)

Aunque califique a las proposiciones metafísicas de "carentes de significado", al trazar


una línea divisoria entre el "juego metafísico" y otros tipos de "juego", se advierte que
no intenta eliminar la metafísica ni acabar con toda la filosofía. En los "juegos
lingüísticos" no se da "significado referencial" -en este aspecto todos ellos carecen de
sentido- sino usos de hecho. En consecuencia, con el "uso" como criterio de
significación se intenta también elucidar en qué consiste el quehacer filosófico y cuáles
son sus objetivos.

6.4 Las teorías de los actos de habla


6.4.1 Austin

Austin sostiene que los filósofos han supuesto erróneamente que la única ocupación
interesante de una emisión lingüística es registrar un hecho o describir una situación con
verdad o falsedad. Suponer esto es cometer la falacia descriptiva. Un ejemplo de ella es
suponer que 'Yo sé' es una frase descriptiva. Uno de los aspectos notables de la
semántica de esta expresión es que se comporta de una manera similar a 'Yo prometo'.
Podemos decir 'Espero hacer A, pero puede que no lo haga', pero sería de algún modo
contradictorio o paradójico decir 'Prometo hacer A, pero puede que no lo haga'.
Paralelamente, aunque podemos decir 'Creo que p, pero puede que esté equivocado',
sería paradójico decir 'Sé que p, pero puede que esté equivocado'. Este paralelo entre
'prometo' y 'sé' condujo a Austin a tratar 'Yo sé' como una expresión realizativa, una
cuya emisión en las circunstancias apropiadas no consiste en describir la acción que
estamos realizando o el estado mental en que estamos sino realizar esa acción.

Según Austin, las proferencias realizativas, a diferencia de las constatativas, no serían


propiamente evaluables como verdaderas o falsas, ni, por consiguiente, sería su
significado especificable en términos de sus condiciones de verdad, sino con categorías
de un tipo completamente distinto, categorías tales como éxito o fracaso, propiedad o
impropiedad, ejecución afortunada o desafortunada, es decir, categorías normativas.
Mediante tales proferencias no representamos el mundo, de ahí que la cuestión de la
verdad o la falsedad no surja; mediante esas proferencias llevamos a cabo actos; de ahí
que las categorías evaluativas no sean verdadero y falso, sino más bien afortunado y
desafortunado.

Si especificar el significado de una proferencia constatativa es especificar sus


condiciones de verdad, especificar el significado de las proferencias realizativas
requiere especificar las condiciones en que las proferencias realizativas se llevan a cabo
de un modo afortunado, y las categorías generales que se necesitan para llevar a cabo
esta tarea de un modo general; por tanto, la tesis central de Austin es que algunas
proferencias tienen un significado proposicional, especificable en términos de

42
condiciones de verdad, mientras que otras tienen un significado puramente pragmático,
especificable en términos de condiciones de feliz ejecución.

El verdadero propósito de Austin es distinguir dos aspectos semánticos distintos


presentes entodas las proferencias lingüísticas (o en las más significativas, al menos),
tanto en las realizativas como en las constatativas. Uno de esos aspectos tendría que ver
con la cuestión de la representación, con la cuestión de las relaciones entre el lenguaje y
el mundo; y este aspecto, que da lugar a la evaluación en términos de verdad y falsedad
(o en otros términos equivalentes), está presente no sólo en las aseveraciones, sino
también en todas las otras proferencias. Del mismo modo que las proferencias
constatativas, también las proferencias realizativas apuntan a estados posibles del
mundo.

Según Austin, hay un tipo de emisiones que parecen enunciados, que no son carentes de
sentido y que, sin embargo, no son verdaderas o falsas como, por ejemplo, 'Sí quiero
(dicho en el transcurso de una ceremonia nupcial)'. A las oraciones de esta clase, y a las
emisiones llevadas a cabo por medio de ellas, Austin las denominó realizativos y las
contrastó con enunciados, descripciones, informes o, en general, constatativos. Las
emisiones realizativas tienen, al parecer, dos rasgos característicos:

A. No describen o constatan nada y, por tanto, no son verdaderas o falsas


B. Al proferirlas no describimos la realización de un acto, lo hacemos.

Entender estas emisiones como registros, verdaderos o falsos, de un acto mental interno
es cometer forma de la falacia descriptiva.

Aunque los realizativos no sean ni verdaderos ni falsos, sufren ciertas incapacidades


propias a las que Austin denomina infortunios. Su tipología de las condiciones que
deben cumplir los realizativos para no ser desafortunados es la siguiente:

(A1) Debe haber un procedimiento convencional aceptado que tenga un cierto efecto
convencional

(A2) Las personas y circunstancias deben ser apropiadas para la invocación del
procedimiento

(B1) El procedimiento debe ser ejecutado correctamente y

(B2) completamente.

(1) Frecuentemente, los participantes deben tener los pensamientos, sentimientos o


intenciones requeridos, como se especifica en el procedimiento, y

(2) si se especifica una conducta consiguiente, deben conducirse así.

Hay una importante distinción entre las condiciones A y B, por un lado, y las
condiciones  por el otro. Si se incumple alguna de las condiciones A-B, el acto
intentado es nulo y sin efecto, no se realiza. Austin habla en estos casos de fallos o
desaciertos (Por ejemplo, cuando en el acto de bautizo de un barco, un borracho le quita
la botella a la persona encargada de bautizarlo y dice "Bautizo este barco con el nombre

43
de Sadam Hussein' y, a continuación, rompe la botella). Pero si se incumple algunas de
las condiciones , el acto se logra, aunque se trate de un acto pretendido pero hueco.
Austin denomina a esto último abusos de procedimiento (por ejemplo, cuando digo
'Prometo hacer A', pero no tengo intención de cumplir mi promesa).

¿Qué criterios podemos utilizar para clasificar una emisión como realizativa? No es
posible un criterio gramatical claro para distinguir emisiones realizativas. Lo que cabe
esperar como máximo es que toda emisión realizativa sea reducible a una emisión
realizativa explícita y luego, con la ayuda de un diccionario, podamos hacer una lista de
los tipos de verbos realizativos.

Según Austin, la anterior distinción de los actos en realizativos y constatativos tiene un


problema, que en realidad son tres; a saber:

(a) Los constatativos pueden estar aquejados también de infortunios. Así, cuando
alguien dice 'Todos los hijos de Juan son calvos', pero Juan no tiene hijos. Aquí
tenemos, según Austin, un caso de presuposición: cuando el enunciado presupuesto es
falso, el enunciado presuponiente no es ni verdadero ni falso sino nulo por falta de
referencia, hay una presuposición de existencia cuyo incumplimiento convierte el acto
en nulo y sin efecto. Nos encontramos con un fallo.

(b) Los realizativos son también evaluables en la dimensión de la verdad y la falsedad.


Así, cuando alguien dice 'La rata está bajo la lata, pero yo no lo creo'. Moore advirtió
que el que yo diga 'La rata está bajo la lata' implica (en un sentido ordinario de la
palabra) que yo lo creo. De ahí el carácter paradójico de cualquier aserción de la forma
'p, pero yo no creo que p'. Pero no se trata de una contradicción semántica: 'p' y 'No creo
que p' pueden ser a la vez verdaderas. El problema es pragmático: al aseverar que p
implico que creo que p; al añadir, 'pero no creo que p' lo que asevero ahora entra en
conflicto con lo que acabo de implicar. En el caso de la simple afirmación 'La rata está
bajo la lata', hecha cuando yo no lo creo, tenemos un caso de insinceridad: el enunciado
ha sido hecho sin el concurso de las creencias apropiadas. Nos encontramos aquí con un
caso de abuso del procedimiento; pero el acto no es nulo, se realiza. Así pues, cuando
tenemos en cuenta "el acto de habla total en la situación de habla total", hay un paralelo
entre enunciados y realizativos. Los enunciados también pueden ser desafortunados.
Pero, en segundo lugar, sucede que muchos realizativos son evaluables en la dimensión
de la verdad y la falsedad.

(c) Enunciar algo es, después de todo, realizar un acto de habla. Lo es justamente igual
que dar una orden o hacer una advertencia. 'Enuncio que' o 'afirmo que' son frases
realizativas en la forma normal del realizativo explícito. Al igual que al decir 'Prometo
devolverte el libro' hago una promesa, al decir 'Afirmo que hoy es lunes' hago un
enunciado.

La conclusión de todo esto es que la distinción original realizativo/constatativo se


derrumba. Austin reconsidera entonces los sentidos en que decir algo es hacer algo y
distingue tres tipos de actos que son realizados simultáneamente:

(A) Acto locucionario: la emisión de una oración con cierto significado. Estos actos, a
su vez, se pueden subdividir en tres:

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(A.a) acto fonético: el acto de emitir ciertos sonidos; se trata del aspecto del acto de
habla que estudian la fonética y la fonología, haciendo abstracción de todos los demás;

(A.b) acto fáctico: el acto de emitir ciertas palabras en cierta construcción; es el aspecto
que estudia la sintaxis -incluyendo en ella a la morfología- haciendo abstracción de
otros aspectos.

(A.c) acto rético: el acto de emitir esas palabras con un cierto significado, que Austin
identifica con un cierto sentido y una cierta referencia; es el aspecto que había venido
estudiando la semántica.

(B) Acto ilocucionario: la realización de un enunciado, orden, promesa, etc., al emitir


una expresión con una fuerza convencional que asociamos con ella o que le confiere una
expresión realizativa explícita;

(C) Acto perlocucionario: la producción de ciertos efectos sobre los sentimientos,


pensamientos o acciones de la audiencia, tales como convencer, sorprender, asustar,
etc., por medio de la emisión de la expresión, siendo especiales tales efectos según las
circunstancias de la emisión.

A la base de esta tipología hay dos distinciones: (a) la distinción entre significado
locucionario yfuerza ilocucionaria y (b) la distinción entre ilocución y perlocución.

Un problema que se plantea es que, una vez que caracterizamos el acto perlocucionario
como el de producir ciertos efectos o consecuencias por el hecho de decir algo,
advertimos que también los actos ilocucionarios tienen efectos o consecuencias
acoplados. Estos son de tres tipos:

1. Asegurar la captación. Por ejemplo, se debe lograr un efecto en la audiencia


para que el acto de avisar sea llevado a cabo. Si la audiencia no oye lo que digo
o no entiende el significado y la fuerza de la locución, no podemos decir que yo
haya avisado.
2. "Tener efecto" en el sentido de producir eficazmente cambios sancionados
institucionalmente. Por ejemplo la afirmación 'Bautizo este barco Juan
Sebastián Elcano(dicho inmediatamente antes de proceder a romper la botella de
champán contra su caso) puede tener el efecto de bautizar un barco; en adelante,
ciertos actos subsiguientes, como referirse a él como el Presidente José María
Aznar, están fuera de lugar.
3. Invitar a respuestas o secuelas por convención. Por ejemplo, preguntar ¿'Sí o
no?' o hacer una oferta invitan a una respuesta por parte del interlocutor.

Austin ofrece entonces un test para la distinción entre el acto ilocucionario y el


perlocucionario:

del primero puede... decirse que es convencional, en el sentido de que al menos podría
hacérselo explícito mediante la fórmula realizativa; pero el último no podría serlo. Así
podemos decir 'Arguyo que' o 'Te advierto que' pero no podemos decir 'Te convenzo de
que' o 'Te alarmo que' (Cómo hacer cosas con palabras, Buenos Aires, Paidós, 1971, p.
103)

45
La realización con éxito de un acto ilocucionario siempre produce efectos en el oyente.
Uno de ellos es entender la misión. Pero, además de este efecto ilocucionario de
comprender, hay habitualmente otros efectos sobre los sentimientos, actitudes y
conducta subsiguientes del interlocutor. Estos son los efectos perlocucionarios, que
pueden lograrse intencionalmente (yo puedo tratar de convencerte) o no
intencionalmente (consigo asustarte sin saberlo). Los actos perlocucionarios, a
diferencia de los ilocucionarios, no son esencialmente lingüísticos, en el sentido de que
es posible lograr efectos perlocucionarios sin realizar actos de habla. En cambio, los
actos ilocucionarios son convencionales porque tienen que ver con la comprensión. Y es
por eso por lo que los verbos perlocucionarios no tienen, mientras que los verbos
ilocucionarios sí tienen, usos realizativos.

6.4.2 Searle

Searle parte del supuesto de que la unidad mínima de comunicación es el acto de habla
del tipo que Austin denominó acto ilocucionario. Un acto ilocucionario se realiza a
través de un acto emisivo, el acto de emitir ciertas expresiones. Pero el acto emisivo no
tienen por qué coincidir con el acto ilocucionario. Por ejemplo, mediante dos emisiones
diferentes como 'Llueve' y 'It's rainging' se puede realizar el mismo acto ilocucionario.

La forma general de un acto ilocucionario es 'F(p)', donde 'F' representa la fuerza


ilocucionaria y 'p' el contenido proposicional. Dado que el mismo contenido
proposicional puede ocurrir con fuerzas distintas y que la misma fuerza puede afectar a
contenidos proposicionales diferentes, Searle se ve conducido a introducir otro tipo
subsidiario de acto de habla, el acto proposicional, el acto de expresar un contenido
proposicional.

Finalmente, la realización con éxito y sin defecto de un acto ilocucionario produce


efectos en el oyente. Searle distingue entre el efecto ilocucionario de entender de
entender la emisión y losefectos perlocucionarios. Esto motiva la introducción de otro
acto de habla subsidiario, el acto perlocucionario.

Cada fuerza ilocucionaria puede ser dividida, según Searle, en un número preciso
decomponentes que podemos reducir a seis. Esos componentes constituyen condiciones
de éxito y de satisfacción de todos los actos de habla con esa fuerza. Los componentes
son:

1. Objetivo ilocucionario. Cada tipo de acto de habla tiene un objetivo o propósito


constitutivodel tipo de acto que es. Searle ha sostenido que hay sólo cinco
objetivos ilocucionarios básicos. Son:

i. El objetivo asertivo, que consiste en presentar una proposición como


representación de un cierto estado de cosas real en el mundo de la
emisión;
ii. El objetivo compromisario, que consiste en comprometer al hablante a un
curso de acción futuro representado por el contenido proposicional;
iii. El objetivo directivo, que consiste en tratar de hacer que el oyente lleve a
cabo un curso de acción futuro representado por el contenido
proposicional;

46
iv. El objetivo declarativo, que consiste en producir el estado de cosas
representado por el contenido proposicional en virtud de la realización
con éxito del acto de habla por parte del hablante;
v. El objetivo expresivo, que consiste en expresar sentimientos y actitudes
psicológicas sobre el estado de cosas representado por el contenido
proposicional.

El objetivo ilocucionario no puede ser el único componente de la fuerza porque


diferentes fuerzas ilocucionarias puede tener el mismo objetivo ilocucionario. Pero es el
principal componente porque determina la dirección de ajuste entre el contenido
proposicional de las emisiones con esa fuerza y el mundo. Hay cuatro posibles
direcciones de ajuste a las que corresponden los cinco objetivos ilocucionarios:

 Las emisiones con objetivo asertivo tienen la dirección de ajuste


de-palabras-a-mundo. Al lograr éxito en el ajuste, el contenido
proposicional ajusta con un estado de cosas que se da
independientemente en el mundo. Así, tanto un enunciado, como
una predicción, un testimonio o una conjetura comparten esta
dirección de ajuste.
 Los compromisorios y los directivos tienen la dirección de ajuste
de-mundo-a-palabras. Al lograr éxito en el ajuste, el mundo se
transforma para ajustarse a su contenido proposicional. La
diferencia está en que los compromisorios tienen como propósito
que la acción futura del hablante transforme el mundo
adecuándolo al contenido proposicional de la emisión, mientras
que los directivos tienen como propósito que sea la acción futura
del oyente la que efectúe ese ajuste. Así, tanto promesas como
órdenes y peticiones comparten esta dirección de ajuste.
 En las declaraciones o declarativos hay una doble dirección de
ajuste. Al lograr éxito en el ajuste, el mundo se transforma para
ajustarse al contenido proposicional, el cual representa el mundo
como siendo alterado de ese modo. Tanto los actos de nombrar,
como los de suscribir y nominar comparten esta doble dirección
de ajuste.
 Las emisiones con el objetivo ilocucionario expresivo tienen
dirección de ajuste nula o vacía. No se plantea la cuestión de
lograr éxito en el ajuste entre el contenido proposicional y el
mundo. Se presupone que su contenido proposicional es
verdadero. Así, los actos de felicitar, agradecer y condolerse.

2. Modo de logro. Algunos actos ilocucionarios requieren un modo especial o


conjunto especial de condiciones para la consecución de su objetivo
ilocucionario en la realización del acto de habla. Por ejemplo, aunque órdenes y
peticiones tienen ambas un objetivo ilocucionario directivo, difieren en su modo
de logro: para dar un orden el hablante debe invocar su posición de autoridad
sobre el oyente, cosa que no es necesaria en un petición.
3. Condiciones del contenido proposicional. Algunas fuerzas ilocucionarias
imponen condiciones a sus contenidos proposicionales admisibles. Por ejemplo,
en una promesa el contenido debe representar un curso de acción futuro del
hablante.

47
4. Condiciones preparatorias. Cuando un hablante intenta realizar un acto
ilocucionario,presupone que se satisfacen ciertas condiciones. Por ejemplo,
quien hace una promesa da por sentado que lo prometido es algo de interés para
el oyente y que el oyente quiere que lo haga.
5. Condiciones de sinceridad. Al realizar un acto ilocucionario con un cierto
contenido proposicional, el hablante expresa un cierto estado psicológico con el
mismo contenido. Es posible expresar estados psicológicos que no se tienen;
esto es, es posible realizar actos de habla insinceros. Tales actos son
"defectuosos", pero no necesariamente no logrados.
6. Grado de fuerza. Los estados psicológicos que entran en las condiciones de
sinceridad de los actos de habla son expresados con diferentes grados de fuerza
dependiendo de la fuerza ilocucionaria. El grado de fuerza de una aserción es
menor que el de una conjetura.

Searle afirma que hay sólo cinco fuerzas ilocucionarias primitivas o máximamente
simples. Cada una de ellas tiene uno de los cinco objetivos ilocucionarios, carece de
modo de logro de ese objetivo ilocucionario, su grado de fuerza es neutral y tiene las
condiciones de contenido proposicional, preparatorias y de sinceridad que son
determinadas por su objetivo ilocucionario. Hay además fuerzas ilocucionarias
derivadas de esas cinco primitivas mediante la adición de nuevos componentes
especiales o el aumento o la disminución del grado de fuerza. Las fuerzas
ilocucionarias primitivas son:

I. La fuerza ilocucionaria primitiva asertiva es la aserción. Su condición


preparatoria es que el hablante tenga razones o evidencias para la verdad del
contenido proposicional, su condición de sinceridad es que el hablante crea el
contenido proposicional y su condición de contenido proposicional es neutral.
Entre ellas: enunciar, afirmar, argüir, ...
II. La fuerza ilocucionaria primitiva compromisoria es el compromiso con una
acción futura, expresada por el verbo realizativo 'comprometerse'. Tiene la
condición de que el contenido proposicional sea referente a una acción futura del
hablante, la condición preparatoria de que el hablante sea capaz de llevar a cabo
esta acción y la condición de sinceridad de que tenga la intención de hacerlo.
Ejs.: prometer, amenazar, aceptar, ...
III. La fuerza ilocucionaria primitiva directiva es la de los directivos y es expresada
por las oraciones imperativas. Tiene la condición de que el contenido
proposicional represente una acción futura del oyente, la condición preparatoria
de que el oyente sea capaz de llevar a cabo esa acción y la condición de
sinceridad de que el hablante desea que el oyente la lleve a cabo. Ejs.: ordenar,
solicitar, invitar, ...
IV. La fuerza ilocucionaria primitiva declarativa es la de las directrices, expresada
pro el verbo 'declarar'. Tiene la condición de que el contenido proposicional
represente una acción actual del hablante, la condición preparatoria de que el
hablante sea capaz de llevara cabo esa acción con su emisión y la condición de
sinceridad de que el hablante crea, pretenda y deseellevar a cabo esa acción.
Ejs.: aprobar, excomulgar, nombrar, ...
V. La fuerza ilocucionaria primitiva expresiva es la de las expresiones y es
realizada por las oraciones exclamativas. La fuerza expresiva siempre es
expresada junto con algún estado psicológico particular: todas las fuerzas
ilocucionarias expresivas son complejas o derivadas. La noción de fuerza

48
ilocucionaria primitiva expresiva es sólo un constructo lógico o un caso límite.
Ejs.: agradecer, felicitar, deplorar, ...

6.5 Quine
En Palabra y Objeto Quine propuso un argumento cuya conclusión sobre la posibilidad
de delimitar nuestras atribuciones de significado es escéptica. Quine intenta mostrar lo
siguiente: mientras que un pequeño subconjunto de nuestras atribuciones de significado
está relativamente bien definido (la especificación de los significados de las expresiones
que tienen que ver con lo directamente observable, y la de las expresiones lógicas), la
gran mayoría no lo están; los significados de las expresiones en cuestión están
indeterminados hasta un grado mucho mayor de lo que estaríamos dispuestos a admitir
a simple vista.

Quine combate la concepción agustiniana del lenguaje, a la que denomina "mito del
museo", según la cual los significados podrían imaginarse dispuestos en un museo,
exhibidos con las palabras que los expresan por etiquetas. Esta concepción es vista por
Quine como una falsedad que nos es fácil, y hasta quizás psicológicamente
reconfortante, dar en creer.

Quine critica también la concepción mentalista del lenguaje defendida por el primer
Locke y Wittgenstein. La concepción mentalista del significado no sólo alimenta la
creencia en la existencia de una distinción cualitativa entre verdades analíticas y
verdades sintéticas; alimenta también la creencia en una "división de tareas" entre el
filósofo y el científico. Una cosa es el examen de su verdad o falsedad; otra el examen
del contenido de nuestros enunciados. La segunda, la tarea analítica, es la del filósofo;
la primera, la tarea empírica, la del científico. En un sentido trivial, la segunda es más
importante que la primera: sin saber qué dicen nuestros enunciados, mal podemos
empezar a averiguar su verdad. Pero hay un sentido más importante en el que la
concepción mentalista del significado sitúa la tarea del filósofo en un lugar privilegiado.
Este sentido es epistemológico, y se pone claramente de manifiesto en el dogma
fundacionista del empirismo tradicional. Indicando cuál es el contenido de un
enunciado, el filósofo lo reduce a una afirmación explícita sobre la experiencia sensible,
y con ello pone de manifiesto cuál es el fundamento empírico para su verdad.

Quine se refiere a esta segunda creencia alimentada por la concepción mentalista de los
significados como la creencia en una "filosofía primera": un saber independiente de la
experiencia y previo a la experiencia; un saber que puede descubrirse y enunciarse
tranquilamente sentados en un sillón, sin hacer ningún tipo de indagación empírica, en
especial sin formular ninguna afirmación de hecho. La lógica, tal y como se concibe en
el Tractatus, es una tal "filosofía primera". Por lo demás, esta segunda creencia está
estrechamente emparentada con la primera (la creencia en una distinción cualitativa
entre analítico y sintético), pues una "filosofía primera", esa enunciación de un saber
"sublime", no empírico y condición de posibilidad de lo empírico, sería precisamente la
enunciación de las verdades analíticas.

Quine propone abandonar las dos creencias alimentadas por la concepción mentalista (el
dogma reductivista, y el dogma de la distinción analítico/sintético). A defender esta
propuesta está dedicado "Dos dogmas del empirismo". A continuación propone:
aceptemos, siquiera sea como hipótesis, la tesis de la no existencia de una distinción

49
cualitativa entre enunciados analíticos y sintéticos, lo que explicaría el fracaso de los
intentos definitorios de los partidarios de la distinción, y examinemos sus
consecuencias; al examinarlas encontraremos razones para creer nuestra hipótesis.

Según Quine, el rechazo de la distinción analítico/sintético pone al filósofo en el mismo


tren que el científico; no hay "filosofía primera" y la máxima que se ve obligado a
adoptar el filósofo es elconservadurismo epistémico. No podemos poner en cuestión en
un mismo momento la totalidad de nuestras creencias; en cada momento podemos
revisar algunas, pero sólo con respecto a la mayoría de las otras; ahora bien, para Quine,
es tan legítimo para el filósofo como para el científico traernos novedades; la filosofía
bien puede ser correctiva. En el curso del tiempo la totalidad de nuestras creencias en un
momento dado puede cambiar, incluidas aquellas que constituyen "verdades analíticas",
aquellas que configuraban los significados de las palabras. De hecho, no existe
diferencia cualitativa alguna entre un cambio de significados y un cambio de creencias.

6.1.1 Las condiciones empíricas de la traducción radical

La idea de Quine en Palabra y objeto es estudiar los significados estudiando los


criterios para una traducción aceptable: el significado de una expresión será aquello en
virtud de lo cual una expresión de otra lengua es una buena traducción de la primera a
esa otra lengua.

Estudiar esta cuestión preguntándose por la traducción entre lenguas para las que ya
existen manuales de traducción no va a llevarnos muy lejos; por otro lado, la
familiaridad con esas otras lenguas puede hacer que los prejuicios mentalistas
distorsionen nuestras conclusiones. Por ello, Quine propone un experimento mental:
imaginar que nos encontramos en una situación detraducción radical. Se trata de
construir un manual de traducción para una lengua para la que no se posee ninguno.

Quine parte de supuestos conductistas. El significado de una expresión será aquello en


virtud de lo cual, en una situación de traducción radical, una expresión de otra lengua
sería una buena traducción de la primera a esa otra lengua. Este supuesto excluye no
sólo el recurso a las entidades del tipo de las ideas de Locke, sino también el recurso a
cualquier información que no sea colegible del comportamiento del nativo en
circunstancias observables.

Incluso aquellos que no han adoptado el conductismo como filosofía está obligados a
guiarse por el método conductista en ciertas prácticas científicas; y la teoría lingüística
es una práctica tal. Un científico del lenguaje es, por el hecho de serlo, un conductista ex
officio. Cualquiera que eventualmente resulte ser la mejor teoría de los mecanismos
internos del lenguaje, debe conformarse al carácter conductual del aprendizaje
lingüístico, a la dependencia de la conducta lingüística respecto de la observación de la
conducta lingüística. Un lenguaje se adquiere mediante la emulación social y mediante
la información obtenida de la reacción social a la propia conducta, y estos controles
ignoran cualquier idiosincrasia en las imágenes o en las asociaciones del individuo que
no tengan manifestación en su conducta. Las mentes son indiferentes para el lenguaje en
la medida en que son conductualmente inescrutables ("Philosophical Progress in
Language Theory",Metaphilosophy, 1, 1970, 1-19, p. 5).

50
[...] mantengo que el enfoque conductista es obligatorio. En psicología uno puede o no
ser conductista, pero en lingüística no hay elección. Cada uno de nosotros aprende su
lengua mediante la observación de la conducta lingüística de otra gente y mediante el
refuerzo o la corrección que los otros hacen de nuestra balbuciente conducta lingüística
cuando la observan. Dependemos estrictamente de la conducta manifiesta en situaciones
observables. En la medida en que nuestro dominio del lenguaje se ajusta a todos los
puntos externos de control, donde nuestra proferencia o nuestra reacción a la
proferencia de otro puede ser evaluada a la luz de alguna situación compartida, en esa
medida todo está bien. Nuestra vida mental entre los puntos de control es irrelevante
con respecto a la calificación de nuestro dominio del lenguaje. No hay nada en el
significado lingüístico más allá de lo que puede colegirse de la conducta manifiesta en
circunstancias observables (Pursuit of Truth, Cambridge, Mass., Harvard U.P., 1990,
pp. 37-38)

El significado de una expresión será aquello en virtud de lo cual una expresión de otra
lengua es una buena traducción de la primera a esa otra lengua.

Según Quine, las disposiciones lingüísticas básicas conectan estímulos sensible


sicofísicamente caracterizados con respuestas lingüísticas tales como asentimiento y
disentimiento. El significado estimulativo de una oración para una persona dada en un
momento dado está constituido, por un lado, por las disposiciones a asentir a la oración
relativamente a la situación estimulativa de los receptores sensoriales durante
fragmentos breves de tiempo (significado estimulativo positivo); por otro, por las
disposiciones a disentir a la oración relativamente también a la situación estimulativa de
los receptores sensoriales también durante fragmentos breves de tiempo (significado
estimulativo negativo). La noción de significado estimulativo se define para oraciones,
no para términos. Los significados estimulativos son disposiciones a asentir o disentir, y
sólo se asiente o disiente de oraciones completas. Además, la noción de significado
estimulativo debe relativizarse a una persona en un momento dado. Por otro lado, los
significados estimulativos son hipótesis causales que conectan tipos de situaciones con
tipos de situaciones; y como todas las leyes causales sobre entidades "macroscópicas",
deben entenderse restringidas por cláusulas de salvaguardiaceteris paribus.

Los significados estimulativos son disposiciones a la conducta observable


(asentimientos y disentimientos) en circunstancias manifiestas; son pares formados por
el conjunto de estados de los receptores sensoriales que producen asentimiento, en
primer lugar, y el conjunto de estados que producen disentimiento, en segundo lugar. A
partir de esta noción de significado estimulativo, Quine define los siguientes términos:

 Oración eterna: una que tiene a la clase vacía como uno de los miembros de su
significado estimulativo (el que representa el significado estimulativo positivo o
el que representa el significado estimulativo negativo). Ejemplo: "Llueve o no
llueve".
 Oración permanente: aunque estrictamente no es eterna, se comportaría como
una eterna relativamente a períodos largos de tiempo. Ejemplo: "Es de día".
 Oración ocasional: no es eterna ni permanente. Ejemplo: "Hay un conejo ante
mí". De entre ellas, Quine distingue un subconjunto a las que llama "oraciones
observacionales". Éstas son oraciones para las que es plausible considerar el
significado estimulativo como "el significado". La razón de esta distinción en las
oraciones ocasionales, es que la disposición a asentir o disentir en muchas

51
ocasiones no tiene nada que ver con el significado. Así, si yo tengo disposición a
asentir a "esta es una foto de Wittgenstein" ello se debe, al menos, a tres
razones: 1) el objeto que hay ante mí es una foto de Wittgenstein, 2) yo sé que el
objeto que hay ante mí es una foto de Wittgenstein, y 3) conozco el significado
de la expresión "ésta es una foto de Wittgenstein". De estas tres razones, al
menos la primera y la tercera nada tienen que ver con el significado.

Quine define las oraciones observacionales como aquellas oraciones ocasionales para
las que es plausible, siquiera en principio, considerar el significado estimulativo como
"el significado". Quine las caracteriza del siguiente modo: las oraciones observacionales
son aquellas para las que:

a. estados similares de los receptores sensoriales producirían las mismas respuestas


de un individuo en un momento dado, y
b. estados similares de los receptores sensoriales producirían las mismas respuestas
en la mayoría de los otros miembros de la comunidad lingüística.

Para Quine, dos individuos pertenecen a la misma comunidad lingüística si llevan a


cabo interacciones lingüísticas tales como comunicarse información, darse órdenes o
"hablar por hablar" sin excesivas dificultades.

Una vez que disponemos de la noción de oración observacional nos podemos en la


situación de traducción radical. Si el nativo cuyo idiolecto queremos traducir está
dispuesto a cooperar, nos ayudará a traducir en primer lugar oraciones observacionales
suficientemente breves. Para estas oraciones, el significado será el significado
estimulativo, y el lingüista ha de correlacionar las oraciones nativas con oraciones de su
lenguaje con el mismo significado estimulativo. Ahora bien, para hacer esto deberá
elaborar conjeturas sobre el significado estimulativo de las oraciones nativas, y estas
conjeturas no son epistémicamente nada inmediatas; por ello, es preciso hacer
experimentos, es decir, repetir la oración en diferentes circunstancias para determinar si
la respuesta del nativo responde a las expectativas determinadas por nuestra conjetura.

Ahora bien, las hipótesis científicas están infradeterminadas por los datos empíricos.
Diferentes hipótesis son compatibles con los datos empíricos recogidos; desde una
perspectiva realista, cabe pensar que diferentes hipótesis sobre los últimos reductos no
observables del mundo físico son compatibles con la totalidad de los datos empíricos
disponibles, con los hechos recogidos y con los que podrían ser recogidos. Por tanto, es
posible que una hipótesis, por muy bien elaborada que esté, resulte ser falsa. Lo mismo
ocurre con la hipótesis que elabora el lingüista sobre la traducción de oraciones
observacionales. Podría ocurrir que el lingüista haya decidido que la oración
observacional del lenguaje nativo "Gavagai" tiene el mismo significado estimulativo
que la oración observacional del castellano "aquí hay un conejo"; que esta hipótesis esté
muy bien corroborada y, sin embargo, que la hipótesis sea incorrecta.

No debe confundirse la tesis de la indeterminación de la traducción radical con la tesis


de la infradeterminación de la traducción radical por los datos disponibles. La
traducción de un lenguaje a otro, como cualquier otra teoría científica, estará
infradeterminada por los datos empíricos disponibles; nos podemos llevar sorpresas,
podemos descubrir que un manual que creíamos correcto no lo es. Esto no es nada
novedoso. Lo que Quine llama la "indeterminación de la traducción" es un "defecto" de

52
la traducción que se da además de la infradeterminación, añadido a esta, y que no es un
defecto meramente epistémico, sino ontológico.

Oraciones observacionales castellanas intuitivamente diferentes en significado no


difieren sin embargo en significado estimulativo. Las oraciones "hay un conejo aquí",
"hay un estadio temporal de conejo aquí", "hay partes no separadas de conejo aquí" y
"se participa de la conejeidad aquí" son todas sinónimas en significado estimulativo
para cualquier hablante del español. Los mismos estados de mi retina que provocarían
mi asentimiento a una, provocarían mi asentimiento a las otras; lo mismo para el
disentimiento. De modo que la regla "traduce de modo que se preserve el significado
estimulativo de las oraciones observacionales" no nos permite decidir si "Gavagai"
significa "hay un conejo aquí", o más bien lo que indica cualquiera de las otras tres
oraciones mencionadas. Y el problema ahora no es epistémico.

Pero, ¿qué ocurre con las oraciones no observacionales? El lingüista no procederá


traduciendo oración por oración. Lo que hará será buscar en las oraciones términos,
expresiones y construcciones que se repiten de oración a oración, y formulará hipótesis
sobre la traducción de estos términos a término del español. Quine denomina "hipótesis
analíticas" a estas hipótesis parciales, que no correlacionan ya directamente oración con
oración, sino que correlacionan ya indirectamente las oraciones, a través de la
correlación de las partes. Las hipótesis analíticas, necesariamente, parten de conjeturas
sobre la sintaxis de las oraciones nativas.

Cabría esperar que la elección entre diferentes sistemas de hipótesis nos permita
discernir cuándo los nativos hablan de conejos y cuándo hablan de sus partes, pues las
oraciones castellanas "hay un conejo aquí" y "hay una parte (propia) no separada de
conejo aquí" no tienen el mismo significado estimulativo.

¿Cómo se comprueban, empíricamente, las hipótesis analíticas? Según Quine hay cuatro
modos distintos:

1. Por sus consecuencias: las oraciones observacionales nativas y sus traducciones


deben ser estimulativamente sinónimas.
2. En el caso de las constantes lógicas hay un método más directo: la regla
conductual de la negación consiste en asentir a ella cuando y sólo cuando se
disiente de la oración negada. Con respecto a la conjunción, se asiente a ella
cuando y sólo cuando se asiente a las dos oraciones conjuntadas. Con respecto a
la disyunción se asiente a ella, cuando se disiente a la negación de las dos
oraciones conjuntas (A  B ¬(¬A  ¬B)). Con respecto a la implicación se
asiente a ella cuando y sólo cuando se disiente a la conjunción de la primera y la
negación de la segunda (A  B) ¬¬. Quine denomina "criterios
semánticos" a estas reglas conductuales para la traducción de las constantes
lógicas proposicionales.
3. Noción conductista de analiticidad. Una oración es estimulativamente analítica
si la mayoría de los miembros de la comunidad lingüística asiente a ella,
cualesquiera que sean las circunstancias estimulativas. Este criterio va más allá
de la noción intuitiva de analiticidad, pues convierte en analíticas tanto a
"Llueve o no llueve" como a "la nieve es blanca". Es decir, la analiticidad
estimulativa no discrimina las "verdades en virtud del significado" de creencias
muy extendidas, y es esto lo que la hace plausible como criterio de traducción.

53
4. Noción conductista de sinonimia, o sinonimia intrasubjetiva. Dos oraciones son
intrasubjetivamente sinónimas en la lengua nativa si se traducen por oraciones
intrasubjetivamente sinónimas para hablantes del español.

Estos cuatro criterios ponen, en realidad, de relieve cuatro hechos sobre las
disposiciones lingüísticas constitutivos de ese "aquello en virtud de lo cual" una
expresión de otra lengua es una buena traducción de la primera a esa otra lengua; estos
cuatro hechos son: a) el significado estimulativo de las oraciones observacionales; b) los
"criterios semánticos" para las constantes lógicas proposicionales; c) la analiticidad
estimulativa; y d) la sinonimia estimulativa intrasubjetiva. La indeterminación de la
traducción radical (es decir, la indeterminación de la semántica, o de los significados)
consiste en que estos hechos permiten establecer identidades y diferencias de
significado entre oraciones con mucha menor precisión de lo que intuitivamente
pensamos, pues estos criterios (los únicos que, según Quine, es razonable aceptar) sólo
proporcionan un criterio holista de identidad de significado.

6.5.2 La indeterminación de la traducción y la inescrutabilidad de la


referencia

La tesis de la indeterminación de la traducción radical postula la existencia de manuales


de traducción de la lengua nativa al español diferentes, pero todos ellos igualmente
compatibles con los anteriores criterios a)-d). Las diferencias entre estos manuales
pueden llegar a ser sustanciales, hasta el punto de que estos manuales pueden ser
incompatibles:

Es posible confeccionar manuales de traducción de una lengua a otra de diferentes


modos, todos compatibles con la totalidad de las disposiciones verbales y, sin embargo,
todos incompatibles unos con otros. Estos manuales diferirán en numerosos puntos:
como traducción de una sentencia de un lenguaje darán sentencias del otro que no se
encontrarán entre sí en ninguna relación de equivalencia plausible, por laxa que ésta sea
(Quine, Palabra y objeto, p. 40)

La "posible" incompatibilidad de estos manuales puede ser compensada mediante las


traducciones "diferentes" de otros términos. Esto daría lugar a que los manuales que en
principio eran incompatibles vuelvan a hacerse compatibles, aunque las traducciones
seguirían siendo diferentes. Nos encontramos aquí con una tesis debilitada de la
indeterminación de la traducción a la que Quine denomina inescrutabilidad de la
referencia o relatividad ontológica. Esta tesis dice que hay manuales de traducción
alternativos, compatibles con todas las disposiciones lingüísticas (no sólo las
observadas, sino todas las posibles), que traducen una misma expresión (término u
oración) de la lengua a traducir por otras de la lengua a la que se hace la traducción que
difieren en referencia.

El que la referencia de los términos de la lengua nativa sea inescrutable consiste en que
los criterios naturalistas de aceptabilidad para traducciones no nos permiten determinar
su referencia; no nos permiten determinar si se refiere a un conejo particular, o a un
conjunto de estadios de conejos, o a un conjunto de partes no separadas de conejo, etc.
Esto equivale según Quine a que la ontología supuesta por una lengua es relativa a qué
manual de traducción se escoja. Según como traduzcamos a los nativos, podemos
atribuirles nuestra familiar ontología de objetos de tamaño medio que duran unos años

54
en el tiempo, pero podemos también atribuirles ontologías extrañas, habitadas sólo por
fugaces estadios de nuestros más familiares conejos, etc.

6.6 Davidson: significado, verdad e interpretación


La filosofía davidsoniana del lenguaje no pretende encontrar algo (representaciones
mentales o entidades objetivas ideales) que haga significativa el habla. La pregunta
davidsoniana no es "¿qué es el significado?", ni "¿qué hace significativa la emisión de
ciertos sonidos?", sino más bien la siguiente: dado que los seres humanos son animales
que hablan, ¿cómo podemos entender lo que dicen? El problema del significado se
convierte en el problema de la interpretación y de la comunicación entre los hablantes.

La investigación davidsoniana, heredera del análisis quiniano de la traducción radical,


se denomina interpretación radical. El intérprete radical pretende construir una teoría del
significado de las emisiones aparentemente lingüísticas de un sujeto cuyo lenguaje le es
totalmente desconocido. Situar el punto de partida del análisis de la interpretación en
esta situación extrema es un artificio metodológico destinado a poner de manifiesto los
aspectos implicados en la comunicación normal entre los seres humanos. La ventaja de
este punto de partida consiste en que nos permite evitar que nos pasen inadvertidos
presupuestos importantes de la comunicación.

El intérprete radical cuenta sólo con la observación de la conducta del sujeto y del
entorno en el cual se desarrolla. El intérprete radical ha de suponer, sin embargo, que es
capaz de detectar en el sujeto una actitud básica, a saber, la de tener por verdadera una
emisión. Esta actitud básica corresponde a la noción de creencia. Esta noción, junto con
la noción de verdad, constituyen el bagaje de conceptos semánticos del intérprete.
Aunque se trata de conceptos semánticos, no vician el proceso de la interpretación, ya
que no presuponen que el intérprete conozca ya las creencias del sujeto ni el significado
de sus emisiones.

En cuanto a la verdad, Davidson la considera como una noción primitiva, una noción
trascendentalmente clara, no susceptible de ser definida en términos de otras nociones
más claras que ella misma. Entendemos mejor la noción de verdad que cualquier otra
noción semántica como la de significado, referencia o traducción. Es posible, en
cambio, construir estas otras nociones sobre la noción de verdad.

La tarea del intérprete radical consiste en elaborar una teoría de la verdad acerca de las
emisiones que pretende interpretar, es decir, cuyo significado pretende conocer. Esta
teoría debe dar como resultado teoremas que expresen, para cada oración que se
interpreta, las condiciones en que esa oración es verdadera. Formalmente, los teoremas
en cuestión son enunciados bicondicionales. Así, por ejemplo, si el sujeto a interpretar
habla inglés y el intérprete radical habla castellano, la oración del primero "snow is
white" estará interpretada mediante una teoría, uno de cuyos teoremas es un
bicondicional como el siguiente:

"Snow is white", emitida por el sujeto, es verdadera si, y sólo si, la nieve es blanca

Que la nieve sea blanca es la condición de verdad de la oración "snow is white", y el


conocimiento de esta condición nos permite entender la oración en cuestión. Ahora
bien, pensemos que el siguiente bicondicional es igualmente verdadero:

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"Snow is white", emitida por el sujeto, es verdadera si, y sólo si, la hierba es verde.

Intuitivamente, este bicondicional no constituye una interpretación adecuada de la


oración "snow is white". Que la hierba sea verde no es una condición de verdad de "la
nieve es blanca". Lo que podría excluir este tipo de bicondicionales es el hecho de que
la interpretación de una oración se produce en el marco global de la teoría y de las
relaciones de coherencia entre sus axiomas y teoremas; es la acumulación progresiva de
estas relaciones lo que va aislando ciertos bicondicionales como interpretaciones
correctas. Y, en segundo lugar, las condiciones de verdad de una oración como "snow is
white", a saber, que la nieve sea blanca, causan n el agente, a diferencia del hecho de
que la hierba sea verde, una disposición a asentir o tener por verdadera la oración "snow
is white".

El proceso de interpretación constituye un proceso global en el que la asignación de


condiciones de verdad a emisiones y la asignación de estados mentales, como creencias
y deseos, al agente, se llevan a cabo simultáneamente y se condicionan de manera
recíproca. Según Davidson, dicha asignación no puede llevarse a cabo inteligiblemente
a menos que el intérprete respete ciertos supuestos acerca del sujeto al que pretende
interpretar. En primer lugar, habrá de aceptar que los contenidos de las creencias más
básicas del sujeto están constituidos por determinados rasgos objetivos del entorno, los
cuales causan dichas creencias en el sujeto. En segundo lugar, habrá de aceptar que, en
los casos más básicos, lo que el sujeto considera verdadero será también verdadero para
él mismo. En tercer lugar, habrá de atribuir al sujeto la capacidad de pensar, por lo
general, de modo coherente (de acuerdo con lo que el intérprete mismo considera como
pensamiento coherente). A menos que acepte estos supuestos acerca del sujeto, el
intérprete no será capaz de dar sentido a sus emisiones. Por lo tanto, si a partir de la
interpretación radical es posible extraer conclusiones sobre la comunicación entre los
seres humanos, y si en general es cierto que podemos comunicarnos con nuestros
semejantes, habrá de ser cierto que la mayor parte de las creencias de los seres humanos
sobre el mundo son objetivamente verdaderas y que sus estados mentales están regidos,
en general, por normas objetivas de coherencia.

La justificación de estos supuestos reside, para Davidson, en que sin ellos no sería
posible la interpretación. Y si aceptamos que la interpretación es un hecho, es decir, que
en muchos casos entendemos las emisiones lingüísticas de los demás, habremos de
aceptar que los supuestos de los que depende son verdaderos. La argumentación
davidsoniana parece tener, pues, estructura trascendental (en el sentido kantiano): se
remonta desde un hecho (la interpretación y la comunicación intersubjetiva) hacia sus
condiciones de posibilidad.

6.7 Grice: significado del hablante e intenciones


comunicativas
Según Grice, la comprensión del significado en el marco de una teoría general de la
acción racional no requiere necesariamente que las acciones en que se producen
significados estén gobernadas por convenciones; no prestamos atención a los aspectos
esenciales del significado cuando pensamos exclusivamente en acciones lingüísticas
convencionales. El programa de Grice consiste en ofrecer primero una explicación de la
naturaleza de los que él considera casos básicos de acciones en que se producen

56
significados: aquellas que no son necesariamente parte de ninguna práctica
convencional; y después extender esta explicación para dar cuenta de las prácticas
lingüísticas convencionales. Grice se refiere al concepto que recoge el caso básico como
"significado ocasional del hablante", dando así la idea de que se trata de casos en que un
hablante utiliza una señal que no necesariamente tiene un uso convencional para decir
algo. Por otra parte, Grice se refiere con "significado de la expresión" al concepto que
recoge la extensión subsiguiente del análisis, dando a entender que en este caso ya son
las palabras mismas las que, gracias a la existencia de convenciones, han adquirido un
significado relativamente independiente del uso concreto a que los hablantes las
someten.

Grice comienza con la sugerencia de que un hablante significa no naturalmente algo por
medio de una emisión x si el hablante pretende inducir una creencia en una cierta
audiencia y que especificar cuál era la creencia sería decir lo que significa no
naturalmente x. Pero inmediatamente advierte que no basta con que el hablante tenga
esa intención primaria:

Yo podría dejar el pañuelo de B cerca de la escena de un crimen a fin de inducir al


detective a creer que B era el asesino; pero no querríamos decir que el pañuelo (o el que
yo lo deje allí) significaba no naturalmente nada ni que yo haya significado no
naturalmente al dejarlo que B era el asesino

Lo que el caso del pañuelo deja fuera es la comunicación entre el emisor (el referente de
ese 'yo') y la audiencia (el detective).

Se necesita, por tanto, añadir una condición ulterior: el emisor debe haber pretendido
que la audiencia reconociese la intención primaria que hay tras su emisión, esto es, la
intención de inducir en ella una creencia. Es decir, tenemos que añadir a la intención
primaria una intención de segundo orden que tiene dentro de su alcance la intención
primaria.

Ahora bien, esta condición es insuficiente, como muestra el siguiente ejemplo: no


podemos decir que Herodes, al mostrarle a Salomé la cabeza de San Juan Bautista en
una bandeja, significase no naturalmente que el Bautista estaba muerto. Sin embargo, en
este caso se cumplen las dos condiciones que hemos exigido. En efecto, Herodes tenía
la intención primaria de producir una respuesta particular en Salomé, a saber, la
creencia en que el Bautista estaba muerto; y tenía también la intención de segundo
orden de que Salomé reconociese su intención primaria. Sin embargo, aunque Herodes
le hizo saber deliberada y abiertamente a Salomé que el Bautista estaba muerto, no se lo
dijo. Salomé pudo haberse enterado igual si se hubiera encontrado casualmente con la
cabeza del Bautista sin que Herodes tuviera la intención de comunicarle nada. Es decir,
la intención de Herodes puede ser incidental para la respuesta de Salomé.

Para salvar esta dificultad Grice puntualiza:

A [el emisor] debe pretender inducir con x una creencia en una audienciay, también
debe pretender que se reconozca esa intención de su emisión. Pero esas intenciones no
son independientes; A pretende que el reconocimiento desempeñe su parte en la
inducción de la creencia, y si no lo hace así algo habrá ido mal en el cumplimiento de
las intenciones de A [...]. Brevemente, quizá, podemos decir 'A significó no

57
naturalmente algo conx' es más o menos equivalente a 'A emitió x con la intención de
inducir una creencia por medio del reconocimiento de esa intención' (Grice, "Meaning",
Philosophical Review, 67 (1957)

El análisis establece un eslabón entre el reconocimiento de la intención del emisor por


parte de la audiencia y la creencia que se pretende inducir en ella. Esto equivale a exigir
que el hablante o emisor tenga una intención de tercer orden: la intención de que la
audiencia sea inducida a cumplir la intención primaria sobre la base de su cumplimiento
de la intención de segundo orden.

En la reformulación canónica, el análisis de Grice toma la forma del siguiente


bicondicional analítico:

(A1) Un hablante H significa algo al emitir x sii H emite x con la intención de

(i1) que su emisión de x produzca una cierta respuesta r en una audiencia A, y

(i2) que A reconozca la intención (i1) de H, y

(i3) que el reconocimiento por parte de A de la intención (i1) funcione como al menos
parte de la razón de A para su respuesta r.

Es decir, el hablante S-pretende producir en la audiencia el efecto r ('S' de significar).


Un rasgo de esta definición es que se intenta que la consecución de r sea mediada por la
consecución de otro efecto en A; a saber, el reconocimiento de la intención de H de
asegurar la respuesta.

¿Qué tipo de respuesta o efecto es el pretendido? En "Meaning" el efecto S-pretendido


era que la audiencia creyera algo, en el caso de las emisiones del tipo indicativo, o que
la audiencia hicieraalgo, en el caso de las emisiones de tipo imperativo. En "Utterer's
Meaning, Sentence Meaning, and Word Meaning" (Foundations of Language, 4, 1-18
(1968)) Grice introduce dos cambios en el efecto S-pretendido. En virtud del primer
cambio, la respuesta pretendida en las emisiones de tipo indicativo pasa a ser que la
audiencia piense que el hablante cree algo (a menudo con la intención ulterior de que la
audiencia misma lo crea). En virtud del segundo cambio, la respuesta pretendida con las
emisiones de tipo imperativo pasa a ser que la audiencia pretenda hacer algo (con la
ulterior intención de que lo haga).

Como consecuencia del segundo cambio el efecto o respuesta S-pretendido es siempre


la generación de alguna actitud proporcional (creencia o intención) en la audiencia. De
este modo, se simplifica el tratamiento de ambos tipos de caso, haciéndolo simétrico. El
resultado del primer cambio es introducir una distinción entre dos tipos de emisiones:
emisiones exhibitivas, por las que el hablante S-pretende impartir la creencia de que él,
el hablante, tiene una cierta actitud proporcional, y emisiones protrépticas, por las que
el hablante S-pretende, vía la impartición de la creencia de que él tiene una cierta actitud
proporcional, inducir una actitud proposicional correspondiente en la audiencia.

El objetivo del análisis lingüístico de Grice es el estudio del "significado global", y esto
afecta tanto al ámbito de la intención del hablante como al ámbito de los términos y los
valores de verdad y al ámbito de las reacciones que, a partir del uno y del otro, se

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suscitan en el oyente. La sede en la cual se manifiestan y se despliegan estos niveles del
significado coincide con la situación conversacional; en este punto se produce siempre
un exceso comunicativo, un superávit de significado que las expresiones vehiculan, más
allá de sus significados conversacionales, y ese exceso comunicativo no es
caracterizable a partir de un análisis tradicional en términos de funciones veritativas.
Por ejemplo, si una madre pregunta a la niñera "¿cómo se ha comportado el niño?" y la
niñera responde "la casa no se ha hundido", se trata aparentemente de un intercambio
incongruente y absurdo, aunque en realidad la comunicación se ha producido, el
significado pretendido ha sido transmitido por la niñera a la madre: es decir, la madre se
encuentra autorizada para deducir que el niño se ha comportado de una manera
insoportable. Es obvio que este tipo de intercambio, mucho más frecuente de lo que
parece, no puede ser explicado con los instrumentos de la lógica tradicional.

Grice se pregunta: ¿en qué consiste o de dónde proviene el exceso comunicativo que
circunda e invade la situación conversacional? La respuesta consiste en que se trata de
la múltiple combinación de convención y contexto: bastará, por tanto, con examinar
sistemáticamente las formas en las cuales ciertas convenciones actúan en el interior de
contextos determinados para dar cuenta del "superávit" de significado conversacional.

Grice observa que la conversación se basa esencialmente en un principio que puede


definirse como "principio de cooperación" y que expresa el empeño en hacer que la
propia contribución enunciativa sea funcional en la comprensión recíproca y en la
comunicación. Ese principio dice: "ofrece tu contribución a la conversación de la forma
esperada, en el estadio requerido, en función del objetivo compartido o de la dirección
del intercambio comunicativo en el cual te ves envuelto", y se articula a partir de cuatro
máximas: a) no sea reticente, b) no digas mentiras, c) sé pertinente y d) sé perspicuo (es
decir, evita la ambigüedad, evita las expresiones oscuras, procede de manera ordenada,
sé breve).

Por principio, se pueden violar una o dos máximas: esto no implica necesariamente la
ruptura de la cooperación, aunque puede crear un tipo de cooperación ulterior y unos
efectos comunicativos indirectos. La niñera, en el ejemplo anterior, viola un par de
máximas conversacionales aunque, incluso en esas circunstancias o gracias a esto,
consigue ser comunicativa, consigue "cooperar" de una forma particularmente
adecuada. Grice calificó esta parte implícita de la conversación como "implicatura
conversacional", y concibió el análisis como un trabajo de deducción de las implicaturas
realizado a partir del significado convencional de las expresiones en los contextos
"normales", añadiéndoles la consideración de los distintos contextos y de las distintas
posibles violaciones (intencionales o no) de las reglas conversacionales.

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