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EL TEMPLO DE JÚPITER
imanes les atraemos, atraídos nosotros por los Dioses. De este modo, por
celestes encantamientos reconstituimos el cuerpo viviente de la divinidad.
Hacemos llorar al cielo y regocijamos a la tierra; y como preciosas joyas
llevamos en nuestros corazones las lágrimas de todos los seres para
cambiarlas en sonrisas. Dios muere en nosotros, en nosotros renace”.
Así habló Orfeo. El discípulo de Delfos se arrodilló ante su maestro,
levantando los brazos con el ademán de los suplicantes. Y el pontífice de
Júpiter extendió la mano sobre su cabeza, pronunciando estas palabras de
consagración:
“Que Zeus inefable y Dionisos tres veces revelador, en los infiernos, en la
tierra y en el cielo, sea propicio a tu juventud y que vierta en tu corazón la
ciencia profunda de los Dioses”.
Entonces, el Iniciado, dejando el peristilo del templo, fue a echar
styrax al fuego del altar e invocó tres veces a Zeus tonante. Los sacerdotes
giraron en un círculo a su alrededor cantando un himno. El pontífice-rey
había quedado pensativo bajo el pórtico, el brazo apoyado sobre una estela.
El discípulo volvió a él.
— Melodioso Orfeo — dijo —, hijo amado de los Inmortales y dulce
médico de las almas: desde el día que te oí cantar los himnos de los Dioses
en la fiesta del Apolo délfico, has encantado mi corazón y te he seguido
siempre. Tus cantos son como un licor embriagador, tus enseñanzas como
un amargo brebaje que alivia el cuerpo fatigado y reparte en sus miembros
una fuerza nueva.
— Áspero es el camino que conduce desde aquí a los Dioses — dijo
Orfeo, que parecía responder a voces internas, más bien que a su discípulo
— Una florida senda, una pendiente escarpada y después rocas frecuentadas
por el rayo con el espacio inmenso alrededor: he aquí el destino del Vidente
y el Profeta sobre la tierra. Hijo mío, quédate en los senderos floridos de la
vasta llanura y no busques más allá.
— Mi sed aumenta a medida que tú quieres calmarla — dijo el joven
Iniciado —. Me has instruido en lo que respecta a la esencia de los Dioses.
Pero dime, gran maestro de los misterios, inspirado del divino Eros, ¿Podré
verlos alguna vez?.
— Con los ojos del espíritu — dijo el pontífice de Júpiter —, pero no
con los del cuerpo. Tú, aún no sabes ver más con estos últimos. Preciso es
un gran trabajo y grandes dolores para abrir los ojos internos.
— Tú sabes abrirlos, Orfeo. Contigo ¿Qué puedo temer?.
— ¿Lo quieres?. ¡Escucha pues!. En Tesalia, en el valle encantado
de Tempé se eleva un templo místico, cerrado a los profanos. Allí es donde
Dionisos se manifiesta a los novicios y a los videntes. Para dentro de un año
te invito a su fiesta, y sumergiéndote en un sueño mágico, abriré tus ojos
sobre el mundo divino. Sea hasta entonces casta tu vida y blanca tu alma.
Pues, sábelo, la luz de los Dioses espanta a los débiles y mata a los
profanadores.
“Mas ven a mi morada. Te daré el libro necesario a tu preparación”.
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