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En los primeros meses del primer gobernador de oposición emanado del panismo,
Ernesto Ruffo Appel (1989-1995), se hizo un planteamiento también a las autoridades
federales. La diferencia entre el planteamiento del gobernador Javier Corral y el de
Ruffo es abismal. El primero quiere su aguinaldo y, con ello, se suma a la corriente
electoral que está en proceso. Ruffo, a diferencia de ese pueril reclamo de Corral,
planteaba todo un cuestionamiento de nuestro federalismo fiscal.
El problema que Ruffo apuntaba llegaba al cimiento del federalismo fiscal. Si los estados
se habían adherido en 1980 al pacto federal fiscal, vía la nueva Ley de Coordinación
Fiscal publicada ese año, coordinándose con el gobierno federal de manera integral en
materia de ingresos, y habiendo dejado en suspenso o derogado sus impuestos y
derechos locales, tanto estatales como municipales, sobre todo los que gravaban el
consumo para abrir paso al nuevo impuesto al valor agregado, que entró en vigor
también en el país en ese mismo año, sustituyendo precisamente a muchos gravámenes
locales, la pregunta de Ruffo era si a los estados les iba mejor con la coordinación
integral después de una década (el actual pacto fiscal federal) recibiendo las
participaciones federales en ingresos federales, o les hubiera ido mejor si no se
hubiesen coordinado recaudando sus ingresos.
El tema era profundo, pues cuestionaba si el pacto fiscal federal era, una década después,
resarcitorio para estados y municipios.
No sólo Baja California, sino todos los estados, pasaron el impacto político, técnico y de
costos de la recaudación al ámbito federal, por lo que todos los estados ganaron en este
sentido. Es cierto que quizás algunas entidades federativas “perdieron” en este proceso
resarcitorio —como el caso del Distrito Federal, hoy Ciudad de México—, pero el país
ganó porque se puso orden fiscal, disciplina recaudadora, técnica fiscal y ambiente
jurídico estable. Las consecuencias de 38 años de coordinación están a la vista, con
órganos técnicos probados, autónomos y eficientes.
El reclamo del gobernador Corral se pierde así y es apenas una ola en el mar, sobre todo
cuando se contrasta con el que en su momento esbozó el gobernador Ruffo hace años.
Estamos hablando no sólo de política, aguinaldo y falta de dinero para la nómina de fin
de año, sino de cómo un país se organiza para brindar bienes y servicios públicos en el
largo plazo, haciendo que los órdenes de gobierno se pongan de acuerdo en el contexto
de un régimen federal.
La miopía del reclamo del gobernador Corral salta a la vista. La política electoral
sucumbe ante el problema del bastión hacendario que hace funcionar el sistema fiscal
del país, ni más ni menos.